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martes, 16 de septiembre de 2025

La militarización ucraniana .

 

Militarizar el Estado

“Habiéndose erigido en líder en tiempos de guerra, volver a ser un presidente en tiempos de paz equivaldría a un descenso de categoría”, escribe Politico para defender que la guerra de Ucrania no solo no va a terminar pronto, sino que se dirige a una nueva escalada. Pese a que ha sido Zelensky quien se ha erigido claramente como presidente de guerra, ha adecuado su vestimenta al rol y militarizado todos los aspectos de la vida del país, el medio se refiere, por supuesto, a Vladimir Putin. Rusia, que mantuvo durante años la ficción de la operación militar especial, ha realizado un esfuerzo por evitar mencionar la palabra guerra que los medios occidentales han llegado a afirmar falsamente que el término estaba prohibido. Mientras Rusia ha realizado estos años un tremendo esfuerzo para dar un aspecto de normalidad, mantener la guerra lejos de la vida diaria de su población e impedir que el conflicto bélico se convirtiera en todo su discurso, la narrativa ucraniana se ha apropiado de la guerra, razón de ser del Estado desde mucho antes de la invasión rusa, para promover una reconstrucción nacionalista del Estado.

Esa militarización de todos los aspectos de la vida se ha magnificado desde la invasión rusa, pero comenzó mucho antes de que los tanques rusos violaran las fronteras ucranianas el 24 de febrero de 2022. Desde ocho años antes, la guerra era ya el centro del discurso ucraniano. Aunque inicialmente se trataba fundamentalmente de una herramienta con la que justificar el inicio de una serie de reformas económicas privatizadoras que buscaban eliminar los últimos reductos del Estado social que Kiev heredó de la República Socialista Soviética de Ucrania cuando se produjo la independencia en 1991. Perdida Crimea sin que el nuevo Gobierno de facto pudiera hacer nada al respecto, Ucrania optó por luchar en el momento en el que otras dos regiones -Donetsk y Lugansk- iniciaron una serie de protestas y flirtearon con la secesión. En aquel momento, las conversaciones de Ginebra, en las que participaban los gobiernos ruso y ucraniano además de los países europeos y Estados Unidos, abogaron por el intercambio de detenidos, la devolución de los edificios ocupados -no solo el edificio administrativo de Donetsk, tomado por los manifestantes de Donbass, sino también, por ejemplo, las sedes del Partido Comunista ocupadas por la extrema derecha por toda Ucrania- y el inicio de un diálogo nacional inclusivo a través del cual resolver una situación que amenazaba con ser revolucionaria.

La imagen de ese diálogo inclusivo fue la de un Gobierno de Maidan negociando consigo mismo y con los sectores que le habían aupado al poder. Ese monólogo de la opinión oficial se produjo, eso sí, en diferentes ciudades de Ucrania. La inclusividad de ese proceso liderado por Arsen Yatseniuk, el hombre de Victoria Nuland, fue un argumento más para que la población de Donbass ratificara su percepción de un Gobierno nacionalista, hostil a todo aquello que no lo fuera y, sobre todo, completamente desinteresado por escuchar a la población que había visto en lo que Kiev presentaba como revolución de la dignidad un burdo golpe de estado. Antes de finalizar la primavera, el escenario ucraniano era ya una realidad bélica que Ucrania nunca trató de evitar, ya que prefirió inventar, como años después admitiría el recientemente asesinado Andriy Parubiy, una operación antiterrorista para justificar el uso de las fuerzas armadas en territorio nacional. Fue entonces cuando se produjo otra de las imágenes icónicas de este conflicto: la población de Slavyansk deteniendo con sus propios cuerpos a los blindados enviados por Kiev. La no menos impresionante fotografía de los jóvenes reclutas entregándose sin ofrecer resistencia a la población organizada y que comenzaba a armarse de forma rudimentaria, obligó a Kiev a tomar medidas de impacto. Apenas unas horas después de la aparición del grupo de Strelkov en Slavyansk, Ucrania decretaba su operación antiterrorista, que comenzaba con una gran redada del Ministerio del Interior en Kramatorsk y Slavyansk, las dos principales ciudades del norte de Donetsk, aún hoy bajo control ucraniano.

Siguiendo la experiencia de la ciudad de Járkov, dividida entre población pro y anti-Maidan, con gran presencia prorrusa, pero también de grupos de extrema derecha nacionalista ucraniana vinculados a las organizaciones que habían marcado el desarrollo del nacionalismo radical ucraniano desde la independencia, fundamentalmente Patriota de Ucrania, la opción preferida fue la introducción de esos grupos paramilitares como batallones policiales. Así lo describió años después Anton Gerashenko, asesor del todopoderoso ministro del Interior Arsen Avakov. Acudieron a aquella reunión Andriy Biletsky y Dmitro Korchinsky, hoy líderes del Tercer Cuerpo de las Fuerzas Armadas de Ucrania y de Bratstvo, una de las bases de las tropas de la inteligencia militar de Kirilo Budanov en el GUR. Empobrecido desde la independencia,  en proceso de desindustrialización y en crisis perpetua, el ejército no había sido una prioridad para Ucrania en sus primeras dos décadas de existencia. Y aunque todo se achacó a la corrupción, hubo en 2014 un factor añadido: el ejército era reticente a disparar contra su propia población, armada, en muchos casos, con rifles de caza y protegida por barricadas creadas a base de neumáticos. La diferencia con el escenario de Crimea no podía ser más evidente.

Superar esas reticencias iniciales fue simple para Ucrania, que apeló a aquellos grupos que tanto en Maidan como en la represión posterior habían demostrado estar dispuestos a cooperar con las autoridades y a derramar la sangre que fuera necesaria. De esa forma nacieron los batallones voluntarios como avanzadilla de un ejército que, poco a poco, fue incorporándose también a las operaciones ofensivas una vez que comenzaron las batallas. El aumento del gasto militar, siempre a costa del gasto social, que nunca fue prioritario, pero fue aún más sencillo de recortar alegando el peligro existencial de la guerra, y la asistencia occidental mejoraron las condiciones de las Fuerzas Armadas, que volvieron a ser el grueso el esfuerzo bélico. Sin embargo, incluso entonces, grupos como Azov, batallones como Donbass, Kiev o incluso el Praviy Sektor mantuvieron el protagonismo mediático. Fueron sus líderes los que adquirieron presencia, aunque esta no siempre se tradujo en buenos resultados electorales, como pudo comprobar Andriy Biletsky, que obtuvo su escaño en 2014 gracias a que el Frente Nacional de Yatseniuk retiró a su candidato para otorgar el premio al líder espiritual de Azov. En 2019, en una candidatura de unidad en la que participaban Azov, Svoboda y Praviy Sektor, Biletsky no obtuvo el 2% de los votos, resultado que habitualmente se utiliza para alegar que no existe un problema de presencia de la extrema derecha en Ucrania.

Pese a esos resultados, el acceso al poder tanto del sector radical del nacionalismo como de figuras militares fue evidente mucho antes de la invasión rusa. Militares y paramilitares, en muchos casos con ideologías de extrema derecha, obtuvieron escaños al ser repartidos por los partidos generalistas, con lo que comenzó el proceso de aumento de la influencia de esos discursos belicistas y nacionalistas de extrema derecha en formaciones que eran equiparadas a sus equivalentes europeas. Solidaridad Europea, el partido de Poroshenko, por ejemplo, era equiparado al Partido Popular Europeo pese a que una de sus principales figuras, el presidente del Parlamento Andriy Parubiy, contaba con un pasado paramilitar del que nunca renegó. La guerra, la presencia militar en la política y el peso de la extrema derecha en la institucionalización de su discurso como nacional ha tenido consecuencias que se han traducido en un viraje hacia la derecha y una creciente militarización de la política de memoria e incluso de ministerios importantes. Más allá del Ministerio de Veteranos, feudo absoluto de la militarización, el Ministerio de Juventud funcionó también como herramienta de financiación de grupos de militares o paramilitares de extrema derecha para proyectos en sectores tan sensibles como la educación, instrucción militar y campamentos de infancia.

La invasión rusa vistió de verde a Volodymyr Zelensky, convirtió en héroe del país y portada de la revista Time a Valery Zaluzhny y es ya la razón de ser del Estado de Ucrania, que desde 2022 emplea más de la mitad de sus gastos en la guerra y el mantenimiento de los soldados y veteranos. El enaltecimiento de las figuras militares no se limita ya a su papel en la defensa de la patria en una guerra en la que Kiev asegura que Ucrania se juega su soberanía y su existencia, sino que las encuestas de intención de voto muestran la relevancia de personas vinculadas directamente al esfuerzo bélico entre las más populares del país. Por delante de políticos como Poroshenko o Timoshenko, y en algunos casos también de Zelensky, están personas como Budanov, Biletsky o, sobre todo, Zaluzhny, fijos en los puestos iniciales.

Necesitada de protección, como se pudo ver con las protestas lideradas por la sociedad civil vinculada a organizaciones e instituciones occidentales tras el error no forzado del movimiento contra el entramado anticorrupción creado por y para Occidente, la Oficina del Presidente, único Gobierno efectivo que actualmente existe en Ucrania, ha querido adaptarse a las circunstancias. Continúe o no la guerra, el apoyo del sector militar es imprescindible para cualquier aspirante a gobernar Ucrania, ya que a su poder militar se une ahora el crédito político que ha supuesto la batalla. La guerra, que durante once años ha sido una herramienta útil para Ucrania a la hora de justificar una austeridad social para sostener el derroche militar, no va a dejar de serlo incluso en caso de alto el fuego, ya que el estamento militar, y especialmente una serie de figuras selectas, han obtenido un estatus que les hará personas muy relevantes en la política de los próximos años.

Después de militarizar la vida civil y dar más peso a los sectores militares en aspectos clave de la política, la Oficina del Presidente, posiblemente para ganarse el favor de un grupo de población que será clave en el momento en el que vuelva a haber elecciones en Ucrania, ha optado por dar el siguiente paso, la militarización del Gobierno. “Hoy propuse al Presidente de Ucrania reformar la Oficina del Presidente. La idea es que una parte significativa del personal de la Oficina esté compuesta por militares en activo con experiencia de combate confirmada en la guerra a gran escala o veteranos de operaciones de combate. Esto aplica a empleados de todos los niveles y departamentos, sin excepción. El presidente Volodymyr Zelensky apoyó esta idea. Es justo. Porque estas personas son un referente de honor, moralidad y lealtad hacia Ucrania. Sé bien cómo cambia el ritmo cuando tienes a tu lado a quienes han pasado por la guerra. No buscan excusas, sino soluciones para lograr resultados”, escribió Andriy Ermak hace unas semanas en un mensaje que ha pasado totalmente desapercibido. Tras ignorar y restar importancia al creciente peso de la extrema derecha a nivel político y social, tampoco va a resultar problemático que Ucrania llene la Oficina del Presidente y dé orden de que lo hagan también todos los departamentos del Gobierno, de veteranos de la guerra contra Rusia y de la operación antiterrorista contra Donbass, la culminación de los cambios que comenzaron en 2014 y que han creado una Ucrania militarizada, nacionalista, cada vez más escorada a la derecha. Militarizar el Gobierno e incluir en él a representantes de esos sectores que han abogado por el reclutamiento forzoso o castigar, incluso con un tiro por la espalda, a quienes tratan de evitar la guerra huyendo del país es el siguiente paso.

 https://slavyangrad.es/2025/09/15/militarizar-el-estado/

Nota del blog ..-

La censura de  Kiev  https://www.diario-red.com/articulo/internacional/ucrania-censura-webs-diario-junge-welt-portal-nachdenkseiten-gobierno-aleman-hace-ni-triste-comentario/20250915113236054273.html