Trump y Occidente en una encrucijada
27 julio, 2025
Algunos de los miembros más leales de la OTAN y de Estados
Unidos, ahora comprenden que son sólo herramientas y víctimas de un imperio que
agoniza lentamente.
Trump y Occidente en una encrucijada
27 julio, 2025
Algunos de los miembros más leales de la OTAN y de Estados
Unidos, ahora comprenden que son sólo herramientas y víctimas de un imperio que
agoniza lentamente.
Objetivos alcanzados por los misiles iranís en Israel durante la guerra de los doce días (1).
La guerra contra los persas
Curiosa guerra la de los doce días contra Irán, en la que las tres partes implicadas, Israel, Estados Unidos e Irán, se declaran vencedoras. Falta un informe de daños fiable, pero es evidente que Irán ha sufrido: han devastado su sistema de defensa antiaéreo y sus infraestructuras, lo que agrava su frágil situación económica, y también han dañado sus instalaciones nucleares (no sabemos cuánto). El gobierno iraní admite todo eso. Pero aunque su economía esté muy tocada, en la población hay más apoyo al régimen que antes de esos doce días.
Respecto a Israel, nunca había sufrido un ataque de tal envergadura. Se ha acabado el mito de su invulnerabilidad militar. Toda la ayuda antiaérea y de intercepción de Estados Unidos y las potencias europeas, con cazas, barcos e interceptores que se sumaron a su propio sistema, no ha impedido que su territorio fuera un coladero para los misiles del adversario. The Telegraph informaba el 5 de julio de que los misiles iraníes impactaron directamente en cinco instalaciones militares. Además, el combate parece haber revelado la fragilidad industrial del bloque occidental, como informó The Guardian el 8 de julio: el conflicto ha consumido el grueso de los misiles interceptores Patriot de Estados Unidos. El agotamiento de los stocks israelíes y americanos habría determinado el alto el fuego. En Israel, estricta censura de los daños encajados, revelador alcance de lo que el exanalista de la CIA Larry C. Johnson describe como “el síndrome Samsonite” (por el elevado número de ciudadanos israelís que hicieron las maletas hacia Chipre y otros lugares), y el habitual parte de victoria, pese a que el objetivo de la guerra ha fracasado:1) un cambio de régimen en Teheran, a la siria, 2) debilitar a los Brics, Rusia y China, y 3) difuminar el genocidio.
Respecto a Estados Unidos, no hay información de satélites que confirme la afirmación de Trump, y de los propios israelíes, de que el programa nuclear de Irán haya sido “devastado”. En lo que sí hay coincidencia es en el pronóstico de que esta guerra tiene futuro asegurado. “Ha sido la primera guerra directa entre Irán e Israel y probablemente no será la última”, dice Amos Yadlin, presidente del think tank israelí Mind Israel. “El alto el fuego es frágil y la guerra puede reanudarse en cualquier momento”, opina el politólogo irano-estadounidense Kaveh Afrasiabi. “La sensación en Teherán es que Israel volverá a atacar porque la primera agresión no ha acabado muy bien para ellos. Irán se prepara para responder con fuerza ante tal eventualidad”, dice Seyed M. Marandi, profesor de la universidad de Teherán.
Más allá de estos pronósticos, la continuación de la guerra contra los persas se desprende del hecho de su contexto. Esta guerra forma parte de un movimiento general que define las actuales tensiones del mundo: el intento occidental de preservar militarmente su menguante hegemonismo y conjurar el ascenso de las nuevas potencias independientes que lo disputan, en primer lugar China, Rusia e Irán.
En Washington, los generales han puesto fecha al futuro enfrentamiento militar con China y hasta en Berlín algunos generales desvergonzados e históricamente amnésicos anuncian una guerra con Rusia en los próximos años. En Moscú nadie cree en la mediación de Trump en la guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania. ¿Qué mediación puede haber en un conflicto del que se es parte? Lo de Trump no es más que un torpe ejercicio de economía de recursos. Estados Unidos no tiene fuelle para lidiar militarmente con los tres grandes países adversarios, así que transfiere, por lo menos parcialmente, a Europa el frente ruso, mientras Israel “hace el trabajo sucio por todos nosotros”, en palabras, que quedarán para la historia de la infamia, del canciller alemán Friedrich Merz, y los americanos se concentran en su batalla perdida contra China en Asia Oriental. El vector de presionar a Rusia en su entorno continúa a toda máquina, como puede apreciarse en Moldavia, Armenia y Azerbaiyán. En Teherán se cree que muchos de los drones que atacaron las provincias del norte y este del país el 13 de julio fueron lanzados desde Azerbaiyán… Así que todo eso tiene su propia geografía, pero forma parte del mismo conflicto fundamental que está subiendo en intensidad.
Si la unidad de acción de Occidente (Estados Unidos, Unión Europea, Australia…) está clara, la de sus tres adversarios lo está menos. La relación ruso-iraní es ambigua como lo demuestra el hecho de que en los últimos años Moscú no haya suministrado sus cazas Su-35 ni sus sistemas de defensa antiaérea S-400 a Irán, cosa que sí ha hecho con India y Turquía, miembro de la OTAN. Tras la guerra de los doce días, los rusos han respondido con cierto rubor diciendo que los iraníes no solicitaron tal cooperación militar, algo que no parece muy creíble, y que el acuerdo bilateral en la materia con Teherán dice que “si una de las partes es atacada, la otra se compromete… a no ayudar al agresor”. Dicen que tal curioso articulado fue iniciativa de los iraníes para no irritar a los americanos, pero es un hecho que tampoco los rusos quieren irritar a los israelíes con quienes mantienen una relación importante y sutil, no solo por los casi dos millones de rusoparlantes, exciudadanos de la URSS, que viven en el Estado genocida. Rusia es aliado virtual de Irán en muchos aspectos pero también objeto de recelo histórico por su tradición imperial en el XVIII y XIX (conquista del Cáucaso y Transcaucasia de influencia y presencia persa), y sus diversas ocupaciones militares del país en el siglo XX, la última de ellas después de la Segunda Guerra Mundial. Respecto a China, su principal cliente petrolero, la relación es más fluida. Seguramente Pekín ya está haciendo lo que Moscú no ha hecho: suministrar sofisticados sistemas de defensa antiaérea. Con China hay más fluidez seguramente también porque tanto China como Irán pertenecen al pequeño grupo de las entidades políticas más ancianas de este mundo. Tradiciones políticas y culturales de civilización de más de tres mil años determinan cierta sintonía.
En ese mismo contexto civilizatorio, los delirios supremacistas bíblicos de Israel no deben impresionar demasiado a Irán. Después de todo, un emperador persa, Ciro el Grande, fundador de la dinastía aqueménida, es mencionado en la Biblia como liberador de los judíos de su cautiverio babilónico en el siglo VI antes de Cristo. Como sucede con los chinos, el milenarismo judío tampoco impresiona a los persas. El Zoroastrismo, o mazdeísmo, nacido seguramente entre 1400 y 1000 años antes de Cristo fue una de las primeras, si no la primera religión monoteísta. Su cosmología, cielo, infierno, purgatorio, paraíso (en antiguo persa “pardis” significa jardín), la idea de un profeta salvador y de un mesías nacido de una virgen, inspiró, o fue adoptada por el judaísmo y su posterior desviación sectaria, el cristianismo. Autores como R.C. Zaehner defienden que los mitos mazdeístas de la creación, el fin del mundo y el juicio final, en el que las acciones de cada uno son enjuiciadas después de la muerte, son anteriores a los judíos y que éstos las adoptaron tras su contacto con la cultura persa (Katouzian, 2009).
Habiendo sufrido a lo largo de su larga historia las invasiones y dominios de árabes, turcos, mongoles y, más recientemente, de rusos, británicos y americanos, Irán siempre recuperó su autonomía política y preservó su cultura. A diferencia de los egipcios que perdieron su antigua identidad preislámica y se convirtieron en árabes, los persas continuaron siendo persas en el Islam. Persia fue dominada por grandes potencias, pero nunca colonizada. A diferencia también de muchos de sus vecinos de la región, su territorio no es producto del trazado occidental de las fronteras. Su sistema político fue casi siempre despótico, pero al mismo tiempo estuvo atravesado por todas las corrientes de pensamiento y fue muy permeable a ellas. Su fuerte identidad persa ha convivido con turcos azeríes (la mitad de los habitantes de Teherán lo son), turkmenos, kurdos, árabes, luros, baluchis y otros. Su confesionalidad chiíta no impide la existencia de comunidades sunitas (15% de la población), cristianas y judías. Irán tiene la mayor comunidad judía de Oriente Medio con entre 9.000 y 15.000 miembros, un diputado y decenas de sinagogas.
La identidad nacional de los persas no es sólo resultado de su patrimonio chiíta o preislámico, sino también de las experiencias del siglo XX, su revolución constitucional de principios de siglo, la amenaza imperial británica, rusa y americana, el movimiento nacional de Mossadeq, los traumas del golpe de 1953 y las dramáticas experiencias de la revolución de 1979 y de la guerra contra Irak, apoyado por Occidente.
Reza Shah (1878-1944): un mozo de cuadra que había alcanzado el generalato llegó al poder mediante un golpe de Estado en 1921 e instauró una monarquía militar que puso los cimientos de la primera estructura de gobierno centralizada en 2000 años de historia, extendiendo el uso de la lengua persa en un país de gran diversidad etnolingüística, junto con las carreteras y el ferrocarril. Su modernización autoritaria se impuso sobre un entramado despótico en el que los ministros del Shah, frecuentemente formados en Europa, se postraban ante él como “esclavos de su majestad” y cuya atmósfera era descrita por un funcionario británico diciendo que, “el gobierno tiene miedo del parlamento (majlis), el majlis tiene miedo del ejército y todos temen al Shah”. Los más estrechos colaboradores de aquel “rey de reyes” acababan frecuentemente en la cárcel o asesinados, como Abdul Hassan Diba, tío de la que más tarde sería emperatriz y esposa del último Shah, hijo de Reza, Mohammad Reza Pahlavi (1919-1980) derrocado por la revolución de 1979.
Como Ataturk algo después o el zar Pedro el Grande mucho antes, Reza Shah impuso códigos de vestimenta (pantalones y chaqueta) fomentando el afeitado de barbas y la moderación en la longitud del bigote. Concluida en 1930, la prisión de Qasr llegó a ser símbolo de su régimen. La llamaban faramushjaneh, la “casa del olvido” porque quienes ingresaban en ellas debían ser olvidados por la sociedad y borrar de su memoria el mundo exterior. El Shah modernizó Teherán, destruyendo la ciudad antigua, creando tiendas, cafés y cinco cines, cuyas primeras películas fueron Tarzán, la Fiebre del oro de Chaplin y Alí Babá y los cuarenta ladrones. En el resto del país, por primera vez el poder militar central se impuso sobre la tradicional fuerza militar tribal que reinaba en regiones sin control, se sometió al clero “supersticioso”, se abrieron escuelas, mejoró el estatuto de las mujeres, se eliminaron estructuras “feudales”, se crearon las primeras fábricas y, sobre todo, se unificó el país lingüística y culturalmente, fomentando la unidad y una identidad nacional.
La occidentalización era el envoltorio del despotismo con prioridad de lo militar sobre lo civil, completa ignorancia de la ley y la Constitución, asesinato de líderes de la oposición y generalización de la corrupción.
Admirador de la Alemania nazi que, en vísperas de la II Guerra Mundial, era su primer socio comercial, Reza adoptó, en 1934, el nombre de Irán como el país origen de los arios. Con la invasión alemana de la URSS, soviéticos y británicos se hicieron con el control militar del país para disponer de un corredor terrestre de suministro alternativo a la peligrosa ruta marítima del norte del puerto de Arkhangelsk. Echaron al Shah pero conservaron su monarquía, que pasó a manos de su hijo Mohammad Reza, en 1941.
Mohammad Reza se estrenó como monarca constitucional poniendo fin al absolutismo de su padre –que murió en el exilio en Sudáfrica–, hasta que en 1953, instado por Inglaterra y Estados Unidos, dio un golpe de Estado contra su primer ministro Mohammad Mosaddeq, porque éste había nacionalizado la industria del petróleo en 1951 y era una figura demasiado independiente e incorruptible. El derrocamiento de Mosaddeq fue el primer golpe de Estado de la CIA y con él, el Shah restableció el régimen despótico de su padre y la autoridad indiscutible de la monarquía. El golpe asoció al Shah con los intereses petroleros ingleses y el imperialismo, y a su ejército con los servicios secretos británicos y la CIA. De paso, destruyó la oposición de izquierdas, lo que ayudó a reemplazar el nacionalismo, el socialismo y el liberalismo por el fundamentalismo islámico. Puede decirse por eso que las raíces de la revolución de 1979 se remontan a 1953 ( Abrahamian, 2008).
Con su último Shah y lo que se denominó “revolución blanca”, Irán se convirtió en el cuarto productor mundial de petróleo, el segundo exportador, y principal gendarme regional subordinado a Israel y Estados Unidos. Su presupuesto militar se multiplicó por doce y su policía de Estado, la Savak, creada por el Mossad y el FBI, devino en un temible instrumento de represión y control, cuya acción alcanzaba hasta el pueblo más remoto, con entre 25.000 y 100.000 presos políticos en 1975. Formalmente existían dos partidos, (Irán Novin y Mardom), popularmente conocidos como el “partido del sí”, y el “partido del sí señor”. Paralelamente hubo grandes avances en sanidad y educación, el analfabetismo se redujo de casi el 80% al 60% y se multiplicó el número de estudiantes, 80.000 de ellos en el extranjero. En vísperas de la revolución, casi la mitad de la población tenía menos de 16 años y las desigualdades sociales se habían exacerbado. Los sectores intelectuales y obreros que concentraban el mayor descontento multiplicaron por cuatro su número. Pensada para prevenir una revolución roja, la “revolución blanca” del Shah creó las condiciones para una inusitada y desconcertante “revolución islámica”.
La revolución de 1979 combinó nacionalismo, populismo y radicalismo religioso. El sociólogo Alí Shariati, uno de los autores que mejor expresó el nuevo espíritu, tradujo a Sartre, Che Guevara y a Franz Fanon, recibió la influencia de la teología de la liberación y de los movimientos de liberación nacional. Shariati definió la esencia del chiísmo como la lucha contra la opresión, el feudalismo, el capitalismo y el imperialismo. Educado en Francia, y tras haber sido encarcelado dos veces, tuvo que marchar al exilio para establecerse en Inglaterra, donde murió tres semanas después de su llegada y dos años antes de la revolución, en lo que los iranís interpretaron como un asesinato de la Savak. Si el público de Shariati era la intelligentsia y la juventud estudiantil, el de Jomeini, confinado o exiliado desde 1963 por acusar al Shah de someterse al dictado de los americanos, acabó siendo el conjunto de la población que coreaba en las manifestaciones sus postulados: El islam pertenece a los oprimidos, no a los opresores / El Islam representa a los habitantes de las barriadas no a los de los palacios/ El Islam no es el opio de las masas / Los pobres mueren por la revolución, los ricos conspiran contra ella / Oprimidos del mundo, ¡uníos! / Oprimidos del mundo, cread un partido de los oprimidos / Ni Este ni Oeste, sino Islam / El Islam eliminará las diferencias de clase / El islam se origina entre las masas, no entre los ricos / En el Islam no habrá campesinos sin tierra…
Como toda revolución, la iraní conoció enseguida la división y los enfrentamientos entre sus miembros, devoró a sus hijos e hizo suyos los métodos de tortura, ejecución y encarcelamiento de opositores que habían caracterizado al régimen anterior. La facción armada apoyada por el presidente Bani Sadr intentó tomar el poder en junio de 1981, asesinando a numerosas personalidades como el presidente de la Asamblea de expertos, el jefe del Tribunal Supremo, el jefe de la Policía, el de los tribunales revolucionarios, cuatro ministros, diez viceministros, un editor de periódico, veintiocho diputados, dos imanes y al presidente Mohamad Rajai, hiriendo, además, a dos importantes colaboradores de Jomeini, incluido su futuro sucesor como líder supremo, Rafsanjani. En el año y medio anterior, los tribunales ejecutaron a 497 opositores y en los cuatro años posteriores a aquel junio se ejecutó a 8.000 opositores, la mayoría de ellos antiguos revolucionarios. Occidente respondió a la revolución animando a Sadam Husein a iniciar su guerra contra Irán, de ocho años de duración (1980-1988), que produjo unos 200.000 muertos en Irán (la cifra de un millón de muertos habitualmente barajada no es correcta) y unió al país, aunque algunos grupos se aliaron con el enemigo. Concluida la guerra, una nueva ola de terror ahorcó en apenas cuatro semanas a 2.800 presos, lo que ocasionó la dimisión en protesta y el retiro del ayatollah Husein Montazeri que, desde 1979, estaba llamado a ser el sucesor de Jomeini.
La revolución de 1979 dio lugar a un sistema sin precedentes que combinó el gobierno de los clérigos con la democracia, con tres poderes separados, incluido un presidente electo y un parlamento, así como un sistema de tutela clerical de rango superior sobre todo ello. En la práctica, este sistema ha producido un juego institucional y una alternancia entre conservadores y reformadores mayor y seguramente más vivo que el de los actuales Estados Unidos con el eterno gobierno del Estado profundo y la alternancia entre las dos facciones de lo que es en esencia un partido único absolutamente controlado por la minoría más rica. En Irán, el aperturista Hasán Rohaní (presidente de 2013 a 2021) sucedió al conservador Majmud Ajmadineyad (2005-2013), con cambios de fondo, bandazos y retrocesos más significativos que los Clinton y Obama respecto a los Bush o Trump. Bernard Hourcade, uno de los más conocidos especialistas franceses en Irán, define al régimen iraní como “una república vigilada que se demuestra capaz de cambios y evolución bajo la presión cada vez mayor de su población” (Hourcade, 2016). La siempre denostada, y con razón, situación de la mujer en Irán es manifiestamente más desahogada que en los países musulmanes de la región. El 60% de los estudiantes universitarios y el 40% de los médicos son mujeres en Irán y en general, la sociedad parece mucho más viva y rebelde en la reclamación de sus derechos. En 2003 The Economist observaba que “pese a ser un Estado islámico imbuido de religión y de simbolismo religioso, Irán es un país cada vez más anticlerical. En eso se parece a ciertos países católicos en los que la religión se da como cosa hecha, sin particular exhibición y con sentimientos ambiguos hacia el clero. Los iraníes tienden a burlarse de sus mullahs, con chistes sobre ellos y desde luego los quieren fuera de sus dormitorios. Su disgusto es particularmente vivo hacia el clero político”.
A principios del actual siglo el 70% de la población no observaba sus oraciones diarias y menos de un 2% acudía a las mezquitas los viernes. (Abrahamian, 2008). Reducir la crónica de ese país a las protestas populares contra el velo, la represión o el elevado número de ejecuciones (frecuente segundo puesto mundial después de China), es la receta segura para no entender nada sobre Irán. En lo que a mí respecta, eso es algo que percibí con bastante claridad en mi único contacto directo con políticos iraníes. Fue, durante varios años, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, un cónclave atlantista organizado por las empresas armamentísticas alemanas al que se invitaba a algunos iraníes para mostrar un aparente pluralismo, absolutamente ausente del certamen. En medio de tanta estupidez imperial, las intervenciones de los iraníes solían ser las más interesantes y sofisticadas, y siempre eran ignoradas por el rebaño mediático allí congregado.
Que un país de 92 millones de habitantes, más grande que la suma de España, Francia, Gran Bretaña y Alemania, con tal longeva tradición civilizatoria, que tiene frontera, terrestre o marítima, con quince países sin haber protagonizado ni una sola agresión ni invasión en los últimos doscientos años, y que propone desde hace décadas el establecimiento de una zona libre de armas nucleares en Oriente Medio, pase en Occidente por ser amenaza internacional, objeto de sanciones y bloqueos, y ahora de guerra, es mérito de nuestros medios de comunicación.
Cuando se dice que Irán no es Irak, se entiende que el imperio, cuya capacidad de desastre nadie discute, tiene en los persas un adversario de otra entidad y calidad. Es dudoso que los enloquecidos criminales de Washington y Tel Aviv comprendan la diferencia.
Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.
NOTA (1) del blog .- Video israelí del impacto en la refinería
https://www.hispantv.com/noticias/defensa/618579/video-misiles-iranies-impactan-refineria-israel
La distopía de la guerra
Publicado por @nsanzo ⋅
22/07/2025
El lunes, Le Monde informaba sobre uno de los proyectos
estrella de la construcción ucraniana, muy acorde con las limitadas
posibilidades de reconstrucción en condiciones de guerra y con las necesidades
del momento: un gran cementerio militar. Según el medio francés, el lugar
tendrá un búnker para protegerse de posibles bombardeos -aunque los muertos no
han sido un objetivo señalado de las tropas rusas, como sí lo son de las
israelíes en Gaza-, lugares en los que realizar los homenajes a los guerreros
caídos y más espacio en el que enterrar a los soldados ahora que los
cementerios existentes están desbordados. Sin datos mínimamente realistas sobre
las bajas en uno u otro ejército, son indicativas las llamadas de atención de
periodistas afines cuando afirman, como ha hecho recientemente un bloguero
ucraniano, que “actualmente, las Fuerzas Armadas de Ucrania carecen de
infantería. Totalmente. La infantería ha huido, está en el hospital o en el
cementerio”. El crecimiento de los cementerios es, sin duda, otro indicador
importante. Según Le Monde, las nuevas instalaciones acogerán inicialmente
tumbas, aunque se podrán alcanzar en el futuro 130.000 o 160.000, lo que indica
el nivel elevadísimo de bajas actual y la posibilidad de que esas pérdidas
continúen en el futuro.
Sin embargo, ni el número de bajas ni la destrucción
acumulada en el país son motivo suficiente para moderar las aspiraciones de lo
que Ucrania puede conseguir por la vía militar o por medio del uso del lenguaje
del ultimátum. Escudándose en el derecho internacional, en la defensa del
continente europeo o en la voluntad de la población, Ucrania insiste en la
obligación de lograr la recuperación de la integridad territorial del país
según sus fronteras de 1991, algo que carece de realismo, tendría que
producirse contra la opinión de la población de lugares como Crimea y Donbass y
es la receta para mantener un conflicto eterno sea o no en el plano militar. Y
pese a la posibilidad de que mañana volverán a producirse conversaciones cara a
cara entre las delegaciones lideradas por Vladimir Medinsky y Rustem Umerov,
cesado como ministro de Defensa de Ucrania para ser nombrado presidente del
Consejo de Defensa y Seguridad Nacional, la probabilidad de que el conflicto
pase del plano militar al puramente político sigue siendo escasa.
En tres años y medio desde la invasión de febrero de 2022,
ni la escalada progresiva, ni el creciente uso de armas occidentales contra
territorio ruso, amenazas y diferentes versiones del mismo ultimátum han
conseguido que Rusia ceda y se rinda a unas condiciones que poco tienen que ver
con la realidad sobre el terreno y el equilibrio de fuerzas que indican la
fortaleza del frente y de la retaguardia. La respuesta ucraniana es un discurso
en el que se proclama constantemente que la guerra es la razón de ser del
régimen de Putin, que no puede ceder, ya que la ausencia de guerra sería el
final del entramado político que le hace sostenerse. “Rusia no quiere ni puede,
por voluntad propia, poner fin a las hostilidades que se han convertido en su
forma de vida. El Kremlin ha convertido la guerra en un modelo eficaz de
gobernanza estatal, una herramienta ideal para controlar la dinámica interna.
La guerra acalla el descontento social, distrae de los fracasos económicos y,
en última instancia, contribuye a consolidar el control del régimen sobre el
poder”, escribía, por ejemplo, Mijailo Podolyak, que en este pasaje describe a
la perfección también la actitud del Gobierno de Zelensky hacia la guerra, su
uso para la acumulación de poder y el control interno y el hecho de que el
conflicto militar se haya convertido en la razón de ser del Estado.
Dos iniciativas que han alcanzado protagonismo mediático son
indicadoras de esta tendencia. “Pago por rendimiento en la guerra. Ucrania
introduce la gamificación en el ejército [Como economista, me alegro. ¿Alguien
quiere colaborar en un artículo?]”, escribió el 14 de julio en las redes
sociales el actual académico y antes ministro de Economía de Volodymyr
Zelensky -uno más de los muchos hombres
en edad militar que defienden continuar luchando pero que residen en el
extranjero-, Timofiy Mylovanov. El exministro se refería a un artículo
publicado por The Economist en el que la revista británica explicaba que la
gamificación es un “término acuñado a principios de la década de 2000, se ha
utilizado en muchos campos, desde la atención sanitaria y los programas de
fidelización de clientes hasta la educación y la productividad en el lugar de
trabajo. Los participantes puntúan; suelen aparecer tablas de clasificación,
barras de progreso, niveles e insignias. En algunos casos, los puntos pueden
traducirse en recompensas que van más allá de la satisfacción de «ganar»”.
“La gamificación llegó a la guerra de los drones en agosto
de 2024, cuando el Ejército de Drones, una iniciativa respaldada por el
gobierno para adquirir drones para las fuerzas armadas, lanzó un sistema de
«bonificaciones»”, escribe The
Economist, para añadir, con total frialdad pese a estar tratando cuestiones de
vida o muerte, que “la guerra de los drones es idónea para la gamificación
porque todas las muertes se registran con las mismas cámaras de los drones que
se utilizan para pilotar las aeronaves y ya existe un sistema para
registrarlas”. La ligereza en el tratamiento del uso de la lógica de los
videojuegos aplicada a la guerra no se limita a los medios de comunicación y a
exoficiales, sino que procede directamente de las autoridades que han creado el
sistema. “El sistema garantiza que los operadores de drones con más éxito
reciban nuevos drones antes que sus colegas menos eficaces. Ahora el proceso se
está mejorando con lo que Mijailo Fedorov, ministro ucraniano de Transformación
Digital, ha denominado «Amazon para el ejército», un sistema que permite a las
unidades comprar material de combate con los puntos obtenidos por la
destrucción de vehículos rusos y otros objetivos”, escribe el artículo para
describir la iniciativa. El escenario bélico es presentado como un juego,
aunque es también reflejo del capitalismo más rampante, en el que todo está en
venta e incluso la muerte puede ser objeto de beneficios materiales.
La guerra no es solo un escenario privilegiado para poner en
práctica las técnicas del capital, sino también para abrir la puerta a la
militarización de todos los aspectos de la vida y como laboratorio de pruebas
de las armas del futuro. Esta idea no es nueva y fue uno de los grandes lemas
de Oleksiy Reznikov, el ministro que en 2020 decía de Donbass que “nuestro
objetivo no es recuperarlo, como un tumor oncológico con el que no sabemos qué
hacer. Pero entendemos que tenemos dos opciones. Estos son unos territorios
enfermos también mentalmente. Está la opción de la extracción completa, amputación
o cura. Yo soy partidario de la terapia y del restablecimiento de todo nuestro
cuerpo”. El ministro de Defensa que había comparado a Donbass con un tumor
escribió en 2022 un artículo publicado en Financial Times en el que ofrecía el
teatro de operaciones de Ucrania como escenario en el que las diferentes
empresas podrían probar sus armas en situación de combate. “Estamos
compartiendo toda la información y la experiencia con nuestros socios», declaró
en un acto del Atlantic Council en el que insistió en que “nos interesa probar
sistemas modernos en la lucha contra el enemigo, e invitamos a los fabricantes
de armas a probar aquí nuevos productos”. “Un laboratorio inmejorable para la
industria mundial del armamento”, insistía en 2023 apelando a la iniciativa de
las empresas y autoridades de los países aliados de Kiev.
Ahora, sin embargo, no se trata ya solo de un deseo, sino de
una iniciativa oficial del mismo ministro que ha implantado la guerra como un
videojuego en el que matar para ganar puntos que canjear en forma de más drones
con los que seguir matando. “Ucrania ha presentado una nueva iniciativa que
permite a las empresas de defensa extranjeras probar sus tecnologías en
condiciones reales de campo de batalla, anunció el viceprimer ministro y ministro
de Transformación Digital, Mykhailo Fedorov, durante un discurso en línea en la
conferencia de defensa LANDEURO en Wiesbaden”, informaba la semana pasada el
medio oficial ucraniano United24. Con esta iniciativa, Ucrania simplemente hace
política oficial del Estado el deseo que las autoridades han manifestado desde
2022: que Occidente aproveche el escenario militar ucraniano para enviar
masivamente sus armas actuales o las que esté desarrollando en vistas al futuro
para que sean probadas contra las armas rusas en situación de combate y
colaboren en la causa común de la guerra contra Moscú. En esta ocasión, el
lenguaje no es el de los videojuegos sino el más puro mensaje publicitario.
“¿Quieres probar tus drones en combate? Ucrania tiene una plataforma para
ello”, titula el artículo que, por supuesto, trata de presentar la iniciativa,
no como un elemento de la guerra proxy o un signo de desesperación, sino como
una medida de la generosidad y el altruismo de Kiev
“Ucrania ya ha desarrollado una infraestructura única para
el rápido desarrollo de la innovación de defensa”, insiste Fedorov en el
artículo sin reconocer que las innovaciones rusas están causando diariamente
bastante más daños en Ucrania que las ucranianas en Rusia pese a éxitos como la
operación Tela de Araña. “Estamos dispuestos a ayudar a los países aliados a
desarrollar, probar y mejorar tecnologías que funcionan en combate. Esta es una
oportunidad para adquirir experiencia que, sencillamente, no puede ser
reproducida en un laboratorio”, insiste el ministro. Ucrania ofrece asistencia
para mejorar las tecnologías de sus socios, un eufemismo útil para camuflar la
enésima súplica en busca de aún más armas para sostener a largo plazo una
guerra que no puede ganar y en la que está dispuesta a ofrecer su territorio
como campo de pruebas, su población como escudo humano y su ejército como
cobaya en la que comprobar la respuesta rusa.
https://slavyangrad.es/2025/07/22/la-distopia-de-la-guerra/#more-32652
Los errores impulsados por la arrogancia de EEUU transforman el panorama general de la guerra
Alastair Crooke
Todos están en guardia al ver pruebas de que, ante la expectativa
cierta de la derrota de la OTAN en Ucrania, Occidente está intensificando la
nueva Guerra Fría en muchos frentes
Instaurar un orden más amplio centrado en Israel en todo Oriente Medio, basado en acuerdos comerciales, lazos económicos, inversiones y conectividad, con el fin de crear una Asia occidental impulsada por los negocios y centrada en Tel Aviv (con Trump como su «presidente» de facto).
La condición sine qua non para cualquier impulso a un supuesto “Acuerdo de Abraham 2.0”, como Trump entiende claramente, es el fin de la guerra de Gaza, la retirada de las fuerzas israelíes de Gaza y la reconstrucción de la Franja (nada de lo cual parece estar al alcance de la realidad).
Lo que se desprende, más bien, es que Trump sigue obsesionado con la idea delirante de que su visión centrada en Israel podría lograrse simplemente poniendo fin al genocidio en Gaza, mientras el mundo de a pié observa horrorizado cómo Israel continúa su alboroto militar hegemónico en toda la región.
Todo el panorama de esta guerra por mantener la primacía del dólar estadounidense ha cambiado irreversiblemente.
Todos están en guardia al ver pruebas de que, ante la expectativa cierta de la derrota de la OTAN en Ucrania, Occidente está intensificando la nueva Guerra Fría en muchos frentes: en el mar Báltico, en el Cáucaso, en la periferia de Irán (a través de ciberataques) y, por supuesto, a través de una escalada de la guerra financiera en todos los ámbitos.
Azerbaiyán (e incluso Armenia) están siendo utilizados como armas contra Rusia e Irán por las potencias de la OTAN y Turquía.
«La interminable serie de errores impulsados por la arrogancia del imperio ha acelerado rápidamente la formación de lo que podría considerarse la alianza militar, económica y geoestratégica más potente de la era moderna: el eje tripartito formado por Rusia, China e Irán…
Ha logrado, de forma asombrosa, pasar de la sartén de una guerra regional por poder contra Rusia al fuego de un conflicto global que sus tres adversarios, cada vez más fuertes, consideran ahora una cuestión de vida o muerte».
https://www.lahaine.org/mundo.php/los-errores-impulsados-por-la.
NOTA DEL BLOG.-
"""
Cuando EE. UU. señala a China como un enemigo existencial de Occidente, no es porque sea una amenaza militar, sino porque China ofrece una alternativa económica exitosa al orden mundial neoliberal
MICHAEL HUDSON , profesor de Economía en la Universidad de Missouri, EEUU
El éxito de China ha hecho posible una alternativa global
El gran catalizador para que los países tomen el control de su desarrollo nacional ha sido China. Como se indicó anteriormente, su socialismo industrial ha logrado en gran medida el objetivo clásico del capitalismo industrial de minimizar la carga rentista, sobre todo mediante la creación pública de dinero para financiar el crecimiento tangible.
Mantener la creación de dinero y crédito en manos del Estado a través del Banco Popular de China evita que los intereses financieros y otros intereses rentistas se apoderen de la economía y la sometan a la carga financiera que ha caracterizado a las economías occidentales.
La exitosa alternativa de China para asignar crédito evita obtener ganancias puramente financieras a expensas de la formación de capital tangible y los niveles de vida. Por eso se la considera una amenaza existencial para el modelo bancario occidental actual.
Los sistemas financieros occidentales están supervisados por bancos centrales que se han independizado del Tesoro y de la "interferencia" reguladora gubernamental. Su función es proporcionar la liquidez del sistema bancario comercial a medida que crea deuda con intereses, principalmente con el propósito de generar riqueza financieramente mediante el apalancamiento de la deuda (inflación de precios de activos), no para la formación de capital productivo.
Las ganancias de capital —el aumento de los precios de la vivienda y otros bienes inmuebles, acciones y bonos— son mucho mayores que el crecimiento del PIB. Se pueden obtener fácil y rápidamente mediante la creación de más crédito por parte de los bancos para aumentar los precios para los compradores de estos activos. En lugar de que el sistema financiero se industrialice, las corporaciones industriales occidentales se han financiarizado, y eso ha ocurrido en líneas que han desindustrializado las economías de EE. UU. y Europa.
La riqueza financiarizada se puede generar sin ser parte del proceso de producción. Los intereses, los recargos por mora, otras tarifas financieras y las ganancias de capital no son un "producto", sin embargo, se cuentan como tales en las estadísticas del PIB actual.
Los cargos de acarreo de la creciente carga de la deuda son pagos de transferencia al sector financiero, por parte de la mano de obra y las empresas, de los salarios y ganancias obtenidos por la producción real. Eso reduce el ingreso disponible para gastar en los productos producidos por la mano de obra y el capital, dejando a las economías endeudadas y desindustrializadas.
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El componente militar de las amenazas de Trump
@nsanzo
⋅ 20/07/2025
“El rechazo del presidente ruso, Vladímir Putin, a las
propuestas de paz del presidente Donald Trump y sus continuas matanzas de
civiles ucranianos en ataques a ciudades han frenado las esperanzas de alcanzar
un acuerdo que ponga fin a la guerra o repare las relaciones de Moscú con
Occidente”, escribe en su último artículo sobre la guerra de Putin el diario
estadounidense The Washington Post. Este discurso, prácticamente único esta
semana en los medios, evita explicar que el actual conflicto no puede resolverse
con breves
conversaciones entre presidentes y que nunca se ha llegado a un
proceso de negociación en el que las partes trataran las cuestiones políticas,
militares, territoriales y sociales que han llevado a la guerra, prerrequisito
para un acuerdo que sea más que una imagen de compromiso de alto el fuego que
presentar como un éxito que colapsaría poco después. Los análisis que están
publicándose estos días omiten incluso que Estados Unidos ni siquiera dio a
Rusia tiempo para responder o matizar la “propuesta final” preparada por Steve
Witkoff antes de que esa hoja de ruta se convirtiera, gracias a la intervención
de Keith Kellogg y Marco Rubio, en la contrapropuesta de Ucrania y sus aliados
europeos.
En apenas unos días, la intervención externa hizo que los
términos de la propuesta de Witkoff, tan breves y vagos que habrían sido
manipulables como lo fueron los de Minsk, dejando abiertas las cuestiones
territoriales y de seguridad, incluían el levantamiento de sanciones contra
Rusia y el reconocimiento estadounidense de la soberanía sobre Crimea, fueran
abandonados en favor de un documento en el que se especificaba que no habría
limitaciones a la presencia de tropas extranjeras en territorio ucraniano, una
de las causas de la guerra. Conscientes de que Rusia no puede aceptar si no es militarmente derrotada un documento
en el que no se determinan unas fronteras -que quedan deliberadamente en el
aire-, se abre la puerta a la adhesión futura de Ucrania a la OTAN y ni siquiera
se levantan las sanciones, los países europeos, cuya propuesta era maximalista
precisamente para evitar que pudiera ser debatida y acordada, elevaron la
apuesta con un ultimátum. Francia, Alemania, el Reino Unido y Polonia dieron a
Rusia 48 horas para aceptar un alto el fuego incondicional que ni siquiera
venía acompañado de promesas de una negociación para lograr el final del
conflicto, posiblemente porque mantenerlo sigue siendo la estrategia de los
países europeos. De la guerra eterna al conflicto -político, económico y
social- eterno.
Rusia ganó tiempo convocando a Ucrania a unas negociaciones
directas a las que Kiev se presentó únicamente para cubrir el expediente. Desde
entonces, en ningún momento se ha informado de avances en la negociación
política, posiblemente porque nunca se han producido. El giro de guion dado por
Donald Trump esta semana en la que se ha unido al lenguaje del ultimátum
europeo y, aunque lo niegue, ha hecho suya la guerra de Biden, no es algo que
haya surgido de forma espontánea, sino que era algo previsible en el momento en
el que quedó claro que no iba a haber un alto el fuego que el presidente de
Estados Unidos pudiera presentar como un éxito personal. Al agravio por la
sensación de sentirse traicionado por un amigo, una visión infantil de las
relaciones internacionales en general y más aún en condiciones de guerra, hay
que añadir un proceso de acercamiento a las posiciones ucranianas desde la
Operación Tela de Araña, momento en el que Ucrania más ha jugado con la tercera
guerra mundial, como Trump había acusado a Zelensky meses antes, pero no en
aquel momento.
“El presidente Trump se da cuenta de que Putin le está
mintiendo, y es importante que el presidente Trump lo vea por sí mismo, no lo
que oye de otra persona, sino lo que ve con sus propios ojos”, ha afirmado esta
semana en una entrevista Volodymyr Zelensky, con la confianza renovada en que
la opinión del presidente de Estados Unidos con respecto a la guerra de Ucrania
no cambiará en el próximo mes y medio y con la certeza de que las declaraciones
políticas van a venir acompañadas por gestos militares. Para garantizarlo,
Zelensky está dispuesto incluso a volver a enviar una delegación a Estambul a
negociar con Rusia, como afirmó ayer. Sin embargo, una reunión rutinaria más,
en la que ya anuncia que volverá a exigir a Moscú el alto el fuego
incondicional que sabe que el Kremlin no puede aceptar, no va a cambiar la
trayectoria de la guerra ni de la paz.
“La Cámara de
Representantes de Estados Unidos votó a favor de continuar la ayuda militar a
Ucrania”, se congratulaba ayer Andriy Ermak en un post acompañado, como es
habitual, por emojis para ilustrar su significado, en esta ocasión las banderas
de Estados Unidos y Ucrania unidas por dos manos estrechándose. La decisión,
que no implica asignación económica, es la ratificación de lo anunciado por
Donald Trump, cuyo cambio de opinión ha causado, de forma inmediata, una
postura similar en la inmensa mayoría del trumpismo, única parte del Partido
Republicano que había rechazado el envío de más armas estadounidenses a la
guerra. El beneficio económico y la necesidad de tapar el fracaso que supone
para Trump no haber logrado ningún avance político en seis meses han provocado
el punto de inflexión.
En Wiesbaden, el lugar en el que Estados Unidos y el Reino
Unido ayudaron a Ucrania a librar la guerra proxy y planificaron con Zaluzhny
la contraofensiva que debía romper definitivamente el frente para obligar a
Rusia a una paz en condiciones de debilidad, el nuevo comandante del ejército
estadounidense en Europa, Alexus Grynkevich, ha confirmado que está de camino
el suministro militar de grandes cantidades de “armas muy sofisticadas”, como
describió Donald Trump los sistemas de defensa aérea y posiblemente misiles.
“No voy a revelar a los rusos ni a nadie el número exacto de armas que estamos
transfiriendo ni cuándo lo haremos, pero lo que sí diré es que los preparativos
están en marcha”, declaró en sus primeras horas en el cargo en una
comparecencia en la que añadió que “vamos a movernos tan rápido como podamos”.
En la misma línea se mostró el canciller alemán Friedrich Merz, principal
patrocinador de la iniciativa según la cual la OTAN adquirirá el armamento para
Ucrania, que pondrá los muertos, mientras que Estados Unidos se llevará el
beneficio. “Ucrania recibirá pronto sistemas de ataque de largo alcance y apoyo
militar adicional”, afirmó en una comparecencia común con sir Keir Starmer en
la que añadió que “estamos trabajando con la administración de Estados Unidos y
el Congreso para finalizar las decisiones al respecto”. Con sus palabras, Merz
confirmó que la nueva asistencia no se limitará a sistemas y munición de
defensa aérea como había prometido Trump durante la cumbre de la OTAN, sino de
armas puramente ofensivas.
“He ordenado que se firmen urgentemente todos los contratos
pertinentes para los drones que necesitan nuestras Fuerzas de Defensa de
Ucrania. También hablamos sobre cómo garantizar la capacidad de ataque
profundo: la frecuencia de nuestros ataques y las tareas prioritarias”,
escribió ayer Volodymyr Zelensky apuntando también a un aumento de la guerra
aérea en términos de reanudación de la estrategia de hace un año, con la que
Ucrania quiso desgastar a Rusia a base de ataques con misiles occidentales en
su retaguardia.
En este sentido, es relevante recordar lo publicado por
medios como The Washington Post y Financial Times sobre la conversación entre
Trump y Zelensky del 4 de julio, que el presidente ucraniano percibió como la
más importante de las que ha mantenido con su homólogo estadounidense. Según los
dos medios, Donald Trump habría preguntado a Zelensky por qué Ucrania no ha
atacado Moscú o San Petersburgo y si disponía de las armas para hacerlo. Tras
la publicación de los detalles de la conversación, la Casa Blanca trató de
negar los hechos y Trump, acostumbrado a refutar la realidad y tratar de
cambiar el significado de sus palabras, alegó que solo se había tratado de una
inocente pregunta. Aunque Donald Trump insistió en que no había tratado de
sugerir a Zelensky que Ucrania ataque las dos capitales rusas, la pregunta,
unida al comentario en el que, según los dos medios estadounidenses, insistió
en que “los rusos tienen que sentir el dolor” de la guerra, recuerda a la
retórica de Biden durante su mandato. En otro paralelismo, exoficiales afines
al presidente realizan apariciones mediáticas explicando la importancia de los
actos de la Casa Blanca. Ya no es John Bolton en la CNN, sino el general Jack
Keane en Fox News sugiriendo que Trump no ha prohibido a Ucrania atacar Moscú o
San Petersburgo, sino recordado que solo ha de atacar objetivos militares.
Teniendo en cuenta que nunca han molestado a Trump los ataques con artillería
contra barrios de Donetsk ni tampoco el sabotaje de trenes causando víctimas
civiles, el argumento suena a intento de desmarcarse de cualquier efecto
secundario no deseado causado por las armas enviadas por Estados Unidos y cuyo
uso precisa de la autorización de Washington.
“Como líder efectivo del mundo entero, Trump no está
contento”, afirmó en una de sus ruedas de prensa de esta semana la portavoz del
Departamento de Estado, que otorgó a su presidente el estatus de líder
planetario, pero no fue capaz de explicar qué espera conseguir con las actuales
medidas. La incoherente forma en la que la Casa Blanca ha gestionado su caótico
intento de conseguir una negociación entre Rusia y Ucrania, el rápido retorno a
la táctica de escalada progresiva de la era Biden y el paso a una retórica que
recuerda a la de su predecesor han revitalizado las esperanzas ucranianas y
europeas de seguir luchando hasta conseguir una posición de fuerza con la que
imponer los términos de paz al Kremlin. En este contexto, las noticias sobre el
envío australiano de 49 tanques estadounidenses Abrams o las esperanzas que
Merz pone en los misiles de largo alcance suponen un flashback a 2023, cuando
Ucrania preparaba su gran operación terrestre en los campos de Zaporozhie.
A los sueños ucranianos de ofensiva con la que derrotar a
Rusia en el frente hay que añadir el comentario de Trump en la conversación del
4 de julio. “Según un oficial ucraniano, Trump afirmó que Ucrania no va a
cambiar el curso de la guerra jugando a la defensiva y necesitaba pasar a la
ofensiva”, escribe The Washington Post. Comparativamente mucho más debilitada
que hace dos años, cuando se ponía en duda las capacidades rusas de defender un
frente tan extenso con tropas movilizadas hacía apenas unos meses, es
prácticamente impensable que Kiev pudiera ser capaz de organizar otra ofensiva
multimillonaria en la que encontrarse con aún más dificultades que en 2023. El
comentario de Trump, más retórico que político y basado en el desconocimiento
de la realidad militar de la guerra, es solo otro paralelismo con la actitud
del equipo de Joe Biden. Los 140.000 millones de euros en asistencia militar a
Ucrania que los países occidentales y sus aliados habían entregado a Kiev hasta
abril de este año según el último recuento del Kiel Institute no han conseguido
derrotar a Rusia, una realidad que no ha enseñado a la Casa Blanca la lección
de lo que implica subestimar la capacidad de Moscú de responder a las nuevas
condiciones en el frente. La historia no se repite, ya que no hay actualmente
condiciones para una gran ofensiva terrestre, pero sí rima, especialmente en la
voluntad de Estados Unidos de utilizar la opción militar con la esperanza de
poder imponer a Rusia unos términos que no se corresponden con el equilibrio de
fuerzas que muestra el frente.
https://slavyangrad.es/2025/07/20/el-componente-militar-de-las-amenazas-de-trump/#more-32641
Europa 18 julio, 2025
Thomas Fazi
El nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, exrepresentante del gigante financiero BlackRock, lanza un rearme militar masivo, rompiendo con la tradición pacifista de posguerra. Con inversiones sin precedentes y una clara alineación con el atlantismo, Berlín abandona la Ostpolitik y adopta una postura agresiva hacia Moscú. Sin embargo, tras la retórica soberanista se esconde una creciente subordinación estratégica. Merz debe enfrentarse a una profunda disidencia interna, especialmente entre los jóvenes.
La retórica agresiva de Merz contra Rusia y la postura estratégica resultante representan una ruptura radical con esa tradición. Su predecesor, Olaf Scholz, si bien apoyaba a Ucrania, también se negó a autorizar el uso de armas occidentales para atacar territorio ruso. Merz ha cruzado una línea roja. Moscú ya ha advertido que tales acciones podrían provocar represalias contra objetivos de la OTAN. Hasta hace poco, semejante escenario habría sido impensable para un canciller alemán.
La buena noticia es que las ambiciones militaristas de Alemania se enfrentan a una dura realidad: la Bundeswehr no encuentra suficientes hombres dispuestos a luchar en sus guerras. El ejército tiene un déficit de 30.000 hombres, y uno de cada cuatro reclutas abandona el ejército en un plazo de seis meses. La OTAN ha pedido a Berlín que cree siete nuevas brigadas, lo que requeriría 60.000 soldados adicionales, un objetivo que incluso el ministro de Defensa, Boris Pistorius, considera poco realista.
Fuente: Krisis.
https://www.elviejotopo.com/topoexpress/renace-el-militarismo-aleman/