jueves, 26 de junio de 2025

El mundo después de Gaza .

                              


El mundo después de Gaza 


 Pankaj Mishra

 Dice el autor  en su prólogo :

 " Mi conferencia en la que se basa en parte este libro fue cancelada por la institución que la  iba ofrecer en el Barbican Centre de Londres .También tuve que -dejar de escribir mi columna sobre asuntos de actualidad que llevaba una década en  Bloomberg  de ahí que sentí impulsado  a leer este libro para aliviar la perplejidad y desmoralización que  apoderaron de mi antes de un colapso moral absoluto  para invitar  a los lectores a emprender esa búsqueda de explicaciones   que se revela mucho mas urgente en tiempos oscuros" 
   

 Reseña  de Selma Dabbagh

"Me sentí casi obligado a escribir este libro", revela Pankaj Mishra en su prólogo, "para aliviar mi desmoralizadora perplejidad ante una extensa quiebra moral, y para invitar a los lectores en general a una búsqueda de clarificaciones que se sienten más apremiantes en un tiempo oscuro."  ( Es curioso que el párrafo  no lo cite completo y  que  el origen del libro fue la censura , de todos modos su reseña esta bien  )

 La claridad buscada lleva tiempo buscándose. Más adelante resume así las dos desconcertantes preguntas que se hizo antes de su primera visita a Israel y a los Territorios Palestinos Ocupados en 2008:

¿Cómo ha llegado Israel, un país construido para albergar a un pueblo perseguido y sin hogar, a ejercer un poder tan terrible de vida o muerte sobre otra población de refugiados (muchos de ellos refugiados en su propia tierra) y cómo puede la corriente política y periodística occidental ignorar, incluso justificar, sus crueldades e injusticias claramente sistemáticas?

El mundo después de Gaza no se parece a ninguna otra obra que haya leído sobre Palestina/Israel. El viaje de Mishra en torno al sionismo, la Shoah, el antisemitismo, el filosemitismo y "la línea de color" es personal, histórico, filosófico y revolucionario. Algunos escritores palestinos me han aconsejado que me mantenga alejado del Holocausto, porque no es nuestra historia, porque es un asunto europeo, no palestino. También es un terreno vigilado en lo que se refiere a la libertad de expresión, con disposiciones, por ejemplo en la definición de antisemitismo de la IHRA, que restringen el debate sobre aspectos del mismo. Mishra, sin embargo, aunque no se opone a estos mandatos sobre el debate intelectual, insiste en la centralidad de la Shoah en las últimas décadas. Entre otras cosas, "ha establecido el estándar de la maldad humana. La medida en que la gente lo identifica como tal y promete hacer todo lo que esté en su mano para combatir el antisemitismo sirve, en Occidente, como medida de su civilización". Mishra no sólo analiza sin complejos la ideología sionista, sino también el papel que desempeñaron los intelectuales y escritores del siglo XX en la lucha contra el antisemitismo.a y 21s cuyos horrores viscerales recorren el libro, recordando al lector hasta qué punto nuestras psiques han quedado marcadas por la violencia y la crueldad de los últimos dieciocho meses.

 

Mishra escribe sobre el padre que sostiene el cadáver sin cabeza de su hijo en Rafah, así como sobre la repulsión que sintió ante el "infoentretenimiento" tiktok de civiles y soldados israelíes que se burlan de la matanza y el sufrimiento que han llevado a cabo, o ante los que se ciegan deliberadamente. Incluso ver esto desde lejos, escribe, ha infligido un "calvario psíquico" a millones de personas que se han convertido en "testigos involuntarios" de actos de "maldad política". Enumera la denegación de acceso a alimentos y medicinas; los palos de metal caliente insertados en el recto de prisioneros desnudos; la destrucción de escuelas, universidades, museos, iglesias, mezquitas e incluso cementerios; la puerilidad del mal encarnada por soldados de las IDF que bailan con la lencería de mujeres palestinas muertas o que huyen.

A menudo he pensado que Mishra, como pensador y escritor, ha llenado parte del vacío intelectual que dejó la muerte de Edward Saïd en 2003. Ahí están la textura, la musculatura intelectual y el alcance de las conferencias Reith de Edward Saïd de 1993, publicadas bajo el título, Representaciones del intelectualen El mundo después de Gaza. Ambas contienen investigaciones que son a la vez públicas y privadas, y están impulsadas por la búsqueda de la libertad y la justicia en el mundo. Son meditaciones que se refieren al papel de políticos y dirigentes, pero prestan mayor atención a la escritura de filósofos y novelistas, en sus obras públicas, en sus cartas privadas, en sus marginalia y en sus asides.

Los lectores pueden estar familiarizados con versiones de algunos de los capítulos que han aparecido como ensayos largos en la London Review of Books. En febrero de 2024, el Barbican de Londres se negó a acoger la conferencia de Mishra, "La Shoah después de Gaza". El acto tuvo que trasladarse a la iglesia de St. James, en Clerkenwell. Cuando el diario GuardianMishra comentó que "los poderosos que han apoyado al régimen israelí están redoblando su insostenible posición. Eso genera una sensación generalizada de miedo y pánico que infecta incluso a las instituciones culturales". Conmocionado, pero no sorprendido, afirmó que "el objetivo de la cultura y las artes es acoger la diversidad, los diferentes puntos de vista y proteger la libertad imaginativa".

En El mundo después de Gaza Mishra intenta comprender su propia fascinación temprana por la figura militar del líder israelí Moshe Dayan, a quien había venerado mientras crecía en una familia de nacionalistas hindúes brahmanes en la India. Mishra nos lleva a través de la génesis del pensamiento sionista primitivo, el entrelazamiento de sus raíces con los impulsos etnonacionalistas europeos que en sí mismos dieron lugar al poderoso antisemitismo que propagó los anhelos sentimentales, las justificaciones ideológicas, por no mencionar el respaldo político y financiero que permitió que el sionismo se convirtiera en la fuerza política que se convirtió en Israel -ahora una nación que es, según no sólo Mishra, sino cualquiera que se preocupe de mirar, cometiendo "crímenes de guerra a diario". El apoyo de los pensadores sionistas a los movimientos nacionalistas con objetivos claramente antisemitas se traza desde Vladimir Jabotinsky (1880-1940), que "apoyó sin reservas el nacionalismo ucraniano a principios del siglo XX, incluso cuando se identificó con los pogromos antisemitas", hasta la actualidad, cuando los dirigentes israelíes se acercan a la extrema derecha de Europa del Este.

Las preguntas El mundo después de Gaza que Mishra se planteó en 2008, son mucho más que una descripción de la creciente apropiación de tierras palestinas para uso exclusivo de los judíos, o una documentación de guerras y liderazgos; sondean el marco intelectual de la empresa, los métodos de creación de una narrativa, la cooptación del sufrimiento masivo de la Shoah en una razón de ser autojustificativa para el Estado de Israel, así como la erradicación por la fuerza de cualquier oposición al mismo. El etnonacionalismo y el tipo de la "rectitud belicosa" han definido cada vez más al Estado israelí.

 A mediados del siglo XX, "la tecnología, la división racional del trabajo y la deferencia hacia la autoridad normativa", escribe Mishra, "habían permitido a la gente corriente contribuir a actos de exterminio masivo con la conciencia tranquila, incluso con visos de virtud". Es a esta "autoridad normativa" a la que Mishra presta mayor atención. ¿De qué manera fueron cómplices los escritores e intelectuales a la hora de establecer estas normas y dar la espalda al sufrimiento, en este caso de los palestinos, cuando se trataba de ver la evidencia de en qué se había convertido el proyecto sionista? ¿Qué papel desempeñaron estas mentes eruditas y bien informadas en la deshumanización de los palestinos y otros "pueblos de la periferia demasiado débiles y atrasados para ser consecuentes en la historia del mundo"?La lista de los escritores seducidos por el nuevo proyecto de construcción del Estado de Israel es larga y brillante. Las novelas de Saul Bellow coincidían funcionalmente con la propaganda estatal israelí. Martha Gellhorn se sentía en total libertad para desahogar su desprecio por los palestinos en concreto, y por los árabes en general. Mary McCarthy consideraba "odiosos" a los árabes de Libia, y la lista continúa. Se necesitarían muchos volúmenes para trazar y analizar a esos escritores que sin vacilar relegaron a un pueblo "sin Chagalls ni Freuds", como dijo Saïd, a un destino de desposesión, privación de derechos y genocidio. El análisis que hace Mishra de parte de esta literatura sobre el establecimiento de normas para realzar a un pueblo a expensas de otro, para sentir intensamente el sufrimiento de un pueblo y ser totalmente insensible, cuando no esperar o acoger con satisfacción, el dolor de otros pueblos, es sensible y desgarrador. Hay muchas vías para seguir investigando en El mundo después de Gaza y ésta es una de ellas.En tiempos tan oscuros como estos, para todos los que hemos tenido que soportar el "calvario psíquico" de presenciar el asalto a Gaza y, más aún, para los palestinos, en particular los de Gaza, el ansia de esperanza no sólo es deseable, sino la única opción responsable, o como me escribió un amigo de Gaza, lo único que les queda. Mishra proporciona inspiración desenterrando las poderosas voces de los disidentes, aquellos escritores que no dejaron de ver las conexiones entre el sufrimiento de los pueblos, sin importar cuánta melanina contuviera su piel o en qué herencia religiosa hubieran nacido. Hay muchos que yo personalmente desconocía, otros cuya obra conocía, pero no estaba familiarizado con su postura sobre Palestina/Israel. Aquí, Mishra les da un lugar en la historia: Boaz Evron, Natalia Ginzberg, Ahad Ha'am se unen a las filas de Simone Weil y Hannah Arendt al ser capaces de ver más allá de su herencia religiosa para hablar en contra del sufrimiento de todos los pueblos. También se agradece la mención del periodismo pionero de Dorothy Thompson (1893-1961), cuya trayectoria y memoria merecen ser resucitadas.Mishra trata a cada uno de estos pensadores con cuidado. Rara vez es una compulsión emocional o intelectual monolítica la que mueve a estos pensadores, sino una compulsión dolorosa y a menudo contradictoria. Las emociones del científico, escritor y superviviente de Auschwitz Primo Levi hacia Israel eran complejas y conflictivas. Se dice que se sintió orgulloso cuando la portada de uno de sus libros coincidía con la de la bandera israelí, pero en una carta a un amigo, nos cuenta Mishra, una vez se preguntó si "pertenecía al pueblo judío en absoluto". No fue el único escritor judío que después de 1948 se volvió cada vez más crítico con el Estado israelí tras la ocupación de Cisjordania y Gaza en 1967, las revelaciones de torturas a detenidos palestinos en cárceles israelíes y la invasión de Líbano en 1982, Jean Améry (1912-1978) fue otro escritor al que estos acontecimientos políticos le resultaban demasiado para conciliarlos con el sueño que le había seducido. Se negaron a cerrar los ojos. Ambos comprendían a dónde podía conducir todo aquello y lo que implicaba de violencia, dolor y sufrimiento. Ambos habían sobrevivido a los campos de concentración, Améry había luchado en la resistencia contra la Alemania nazi y había sido torturado.El mundo después de Gaza es un libro de magnitud y gracia. Las dotes de novelista de Mishra le permiten ofrecer vívidos retratos de hombres y mujeres que luchan (y a veces fracasan) por combatir las injusticias de su época. Al hacerlo, encontramos no sólo un lamento por lo que ha ido mal, una advertencia contra la complicidad a que puede dar lugar la comodidad y una elegía por el orden mundial que corremos el riesgo de perder, sino también una guía sobre lo que podemos ser, cada uno de nosotros, individualmente.

 https://themarkaz.org/es/the-world-after-gaza-a-review/

martes, 24 de junio de 2025

Engels y la guerra de los campesinos alemanes .

 

Una lección de materialismo histórico: Engels y la guerra de los campesinos alemanes

Jürgen Pelzer 

17/06/2025                                                  


"Toda la estructura social pesaba sobre el campesino". El "árbol de los estamentos", xilografía de 1532

 

Hace 175 años, Friedrich Engels escribió el estudio «La guerra de los campesinos alemanes». En él, Engels explicó por primera vez el origen y desarrollo de los levantamientos campesinos de la década de 1520 aplicando el materialismo histórico.

 Friedrich Engels volvió repetidamente sobre la guerra de los campesinos alemanes de 1525. Para él, como también, por ejemplo, para Bertolt Brecht o Ernst Bloch, fue un acontecimiento clave de la historia alemana. En el prólogo a la edición de 1870, Engels relató las circunstancias en las que surgió su estudio, escrito en Londres en 1850 «todavía bajo la impresión inmediata de la contrarrevolución recién concluida» (MEW 7, 531). Engels, que inicialmente había permanecido en Suiza y en el norte de Italia, llegó a la metrópoli inglesa a finales de noviembre; Karl Marx ya se había trasladado allí en agosto de 1849. Entre los proyectos en los que ambos trabajaron durante los meses siguientes se encontraba la continuación de la Neue Rheinische Zeitung. Politisch-ökonomische Revue (Nueva gaceta renana. Revista político-económica), en cuyos números 5 y 6 apareció «La guerra de los campesinos alemanes». El recurso a la historia pretendía demostrar que también en Alemania existían tradiciones revolucionarias que merecía la pena recordar. De este modo, Engels quería contrarrestar el temido «infeliz desánimo» tras el fracaso de la revolución de 1848/1849. Además, la guerra de los campesinos permitía estudiar ciertas constelaciones de clases bastante similares a las de la década de 1840. Aunque habían transcurrido más de trescientos años y muchas cosas habían cambiado fundamentalmente durante ese tiempo, la guerra de los campesinos «no está tan lejos de nuestras luchas actuales, y los enemigos a combatir son todavía en gran parte los mismos» (MEW 7, 329), afirmaba en el prólogo.

 En cuanto a la exposición de la guerra de los campesinos o, mejor dicho, de la ininterrumpida serie de levantamientos, a menudo espontáneos, que se extendieron por una amplia zona geográfica, pudo Engels, que no disponía de fuentes originales en Londres, recurrir a la exposición muy detallada en varios volúmenes del teólogo, historiador y diputado de la Asamblea Nacional de Fráncfort Wilhelm Zimmermann. Sin embargo, como Engels señaló en 1870, esta obra carecía de «coherencia interna». Se limitaba a registrar los acontecimientos, pero, al contrastar esquemáticamente a opresores y oprimidos, buenos y malos, no proporcionaba una «visión real de las condiciones sociales», sin la cual no se podía comprender ni el estallido ni el desarrollo de la revuelta. Para comprender el origen y la dinámica de la guerra de los campesinos, Engels quiso por tanto abordar las condiciones de vida de las clases sociales y su interacción, las condiciones políticas generales del conjunto de los territorios del sacro imperio de la época, el estado del desarrollo económico y las teorías y conceptos ideológicos de los partidos. Solo un análisis llevado a cabo desde una posición materialista-histórica del desarrollo prometía arrojar luz sobre los acontecimientos de 1525, que a historiadores como Leopold von Ranke todavía les parecían un “fenómeno natural” que no podía explicarse racionalmente. Marx había analizado de manera similar a Engels la Revolución Francesa de 1848/1849 y el ascenso de Napoleón III. Los artículos de Marx también se publicaron en la Neue Rheinische Zeitung.

 La «masa explotada»

 Engels comienza su análisis con la situación económica y la estructura social estratificada de los territorios alemanes a principios del siglo XVI. La expansión, que ya había comenzado en los siglos XIV y XV, impactó en la formación social en la medida en que la industria local feudal rural fue reemplazada por el sistema gremial urbano, que producía también para mercados más lejanos.

 Esto se aplica, por ejemplo, para la producción y distribución de tejidos de lana y lino. Ciudades como Augsburgo se convirtieron en importantes núcleos. También experimentaron un auge otras ramas de la artesanía. La Liga Hanseática, gracias a su monopolio marítimo, que por otro lado estaba en proceso de declive, había tenido un efecto positivo en el desarrollo del norte de Alemania. La minería y la extracción de materias primas experimentaron un auge. Sin embargo, el hecho de que los territorios alemanes se quedaran atrás con respecto al desarrollo de otros países europeos, como Holanda, Inglaterra o Italia, se debió principalmente a que el país estaba fragmentado, las vías de comunicación entre las ciudades estaban poco desarrolladas y no existía un centro real. A diferencia de Francia o Inglaterra, en el marco político de la estructura confederativa del [Sacro] Imperio alemán no se produjo una centralización política, sino «solo una agrupación de intereses por provincias», lo que finalmente llevó a la exclusión de Alemania del comercio mundial. Con el desmoronamiento del poder feudal del Imperio, se reforzó el poder de los príncipes, que en su día habían surgido de la alta nobleza y ahora poseían la mayoría de los derechos soberanos. La fuerte posición de los príncipes tuvo sobre todo repercusiones negativas internas, ya que recaudaban impuestos de forma arbitraria para mantener sus propios ejércitos y financiar los crecientes gastos de mantenimiento de la corte.

 Mientras que las ciudades pudieron protegerse en cierta medida del constante aumento de los impuestos y la presión fiscal, la mayoría de los campesinos, que constituían la clase social más numerosa, no pudieron hacerlo, independientemente de si eran Hörige [no libres, pero con ciertos derechos], Leibeigene [siervos sin derecho alguno, ligados al señor, no a la tierra], Tagelöhner [jornaleros muy pobres] o Zinsbauern [campesinos arrendatarios]. Otras clases, como la baja nobleza, en particular la Ritterschaft [baja nobleza caballeresca con posesión de feudos], se encaminaban hacia la decadencia, en la que la difícil satisfacción de sus necesidades económicas y la precaria relación con los demás estamentos jugaron un papel. Los cambios económicos también afectaron al clero, que se dividía en dos fracciones: la jerarquía feudal eclesiástica, cuyos representantes —Engels habla principalmente de «prelados»— explotaban a sus subordinados con la misma crueldad que la nobleza y los príncipes, y la fracción plebeya, los predicadores del campo y las ciudades. A la cabeza del clero católico se encontraba el Papa, con residencia en Roma, para quien se recaudaban los impuestos eclesiásticos, destinados principalmente a satisfacer las necesidades de lujo del Vaticano. En las ciudades existía además el patriciado, conocido como la «Ehrbarkeit» (honorabilidad), que se enfrentaba a una oposición cada vez más numerosa, aunque todavía minoritaria. Engels distingue entre una oposición burguesa, una fracción «moderada» que compara con los liberales contemporáneos, y una oposición plebeya, reclutada entre las capas periféricas de la burguesía, que incluía también a aquellos que más tarde se denominaron «lumpenproletariado». Ambas fracciones desempeñarán un papel importante en el transcurso de la Guerra de los Campesinos. En las ciudades de Turingia fue sobre todo el lumpenproletariado el que constituyó la base social de las aspiraciones revolucionarias de Thomas Müntzer.

 Los campesinos eran la gran «masa explotada de la nación»: «Sobre el campesino pesaba toda la estructura de clases y estratos de la sociedad: príncipes, funcionarios, nobles, clérigos, patricios y burgueses (...). En todas partes se le trataba como a una cosa, como a un animal de carga, y aún peor» (MEW 7, 339). El campesino tenía que pagar innumerables impuestos y, en la mayoría de los casos, también prestaba servicios y trabajos obligatorios. Además, los campesinos estaban a merced de la arbitrariedad de sus «señores», que no dudaban en tomar las medidas más brutales ante cualquier delito. Sin embargo, durante mucho tiempo no hubo ninguna resistencia organizada. El campesinado estaba fragmentado y marcado por «la larga costumbre de la opresión transmitida de generación en generación». Solo habría podido defenderse gracias a una alianza con otros estamentos, pero «¿cómo habría de unirse a otros estamentos, si todos lo explotaban por igual?» (MEW 7, 340).

 Bajo un manto religioso

 Si finalmente se produjo en un período relativamente corto una sublevación de los campesinos que se extendió geográficamente a casi toda la zona del sur y centro de Alemania, en la que participaron muchas decenas de miles de personas, fue porque se formaron grandes agrupaciones opositoras, principalmente de carácter religioso, que trascendían las estrechas fronteras regionales.

 El primero en dar el paso fue Martín Lutero, orientado hacia la reforma, al que siguió Thomas Müntzer, mucho más radical. Lo que a menudo se considera una disputa o confrontación puramente teológica, siempre tuvo bases materiales y sociológicas definibles. Las confrontaciones de la década de los años veinte tuvieron sus precursores en los llamados movimientos heréticos de décadas anteriores. Bajo el «manto religioso» siempre se escondían disputas políticas o sociales. La religión o los conceptos relacionados con ella eran el marco de comunicación dentro del cual se negociaban los intereses, las reivindicaciones o las necesidades propias.

 Las «herejías de las ciudades» remiten una y otra vez a la por notoria tensa relación con la Iglesia y sus instituciones, a las que las ciudades contrapusieron desde muy temprano una sencilla constitución eclesiástica. Aún más lejos fueron las «herejías» de la oposición campesino-plebeya, que compartían las críticas burguesas a la Iglesia, pero además exigían una relación de igualdad inspirada en el cristianismo primitivo, lo que tenía implicaciones revolucionarias y a menudo desembocaba en misticismos milenaristas que proclamaban un fin de los tiempos apocalíptico y un reino milenario. Es esta tradición la que se encarna en Thomas Müntzer.

 Según el análisis de Engels, el estallido de la guerra de los campesinos se debe, entre otras cosas, a que entre 1517 y 1525 se formaron tres campos socialmente representativos que traspasaban las fronteras territoriales: además del campo católico conservador, que contaba con el apoyo de los príncipes eclesiásticos, una parte de los príncipes seculares, la nobleza más rica, los prelados y el patriciado urbano, se juntaron los «elementos propietarios de la oposición», la masa de la baja nobleza, la burguesía e incluso una parte de los príncipes seculares bajo la bandera de la reforma luterana burguesa moderada. Los campesinos y los plebeyos se unieron en el «partido revolucionario», cuyas reivindicaciones fueron expresadas con la mayor dureza por Thomas Müntzer.

 Traicionada en favor de los príncipes

 Lutero y Müntzer son, por tanto, los representantes centrales de sus respectivos partidos al estallar la Guerra de los Campesinos. Entre 1517 y 1525, Lutero recorrió una evolución que Engels compara con la de los «constitucionalistas» liberales alemanes que estuvieron a favor de una constitución después de 1846 y asumieron un papel de liderazgo, pero que muy pronto fueron superados por grupos más radicales. Lutero había representado inicialmente a la oposición urbana contra la Iglesia católica en un amplio frente y, en su lucha contra «toda la turba de la Sodoma romana», había utilizado un tono ciertamente marcial. Aunque este «primer fervor revolucionario» no duró mucho, «el rayo que había lanzado Lutero impactó con fuerza»: «Todo el pueblo alemán se puso en movimiento» (MEW 7, 348). A raíz de ello, se formaron dos grupos principales: el «moderado», aquel que quería romper con el poder de Roma y del propio clero, y aquel que entendía los llamamientos de Lutero como una señal de lucha contra toda forma de opresión.

 Lutero tuvo que tomar una decisión y finalmente, en su escrito «A la nobleza de la nación alemana» de 1520, abogó por un transcurso pacífico y la resistencia pasiva. Con ello, se convirtió en el representante declarado de la reforma burguesa, cuyas perspectivas de éxito a nivel nacional eran grandes. Cuando comenzaron las primeras revueltas campesinas, sobre todo en las zonas predominantemente católicas, Lutero intentó primero mediar y, por ejemplo, responsabilizó a los gobiernos respectivos de los «abusos», pero también condenó cualquier forma de rebelión como «impía». Cuando, a pesar de estas bienintencionadas propuestas de mediación, las revueltas continuaron extendiéndose y se propagaron también a las zonas dominadas por príncipes o ciudades luteranas, Lutero cambió de rumbo: Los ataques contra Roma cesaron y Lutero se lanzó contra las «bandas de campesinos asesinos y saqueadores», a las que había que «aplastar, estrangular y apuñalar, igual como se mata a golpes a un perro rabioso». No había lugar para la misericordia. «Roguemos por que obedezcan; si no, no habrá mucha compasión» (MEW 7, 350). Si la traducción de la Biblia de Lutero había servido a los campesinos como herramienta contra la jerarquía feudal eclesiástica y secular, ahora Lutero buscaba utilizar la Biblia para sancionar la autoridad y la servidumbre. La Reforma había sido, como constata Engels, «traicionada en favor de los príncipes».

 El ideal en esta vida

 El adversario de Lutero es el revolucionario plebeyo Thomas Müntzer, cuyo año de nacimiento Engels sitúa en 1498, mientras que hoy día se considera mayormente que fue en 1489. Müntzer mantuvo el tono marcial hacia la jerarquía feudal católica que Lutero había adoptado en su etapa inicial, e incluso reforzó aún más esta tendencia influido por los escritos de místicos medievales y los escritos milenaristas que profetizaban un juicio final contra la Iglesia degenerada. Müntzer, que durante años ejerció como predicador en diferentes ciudades, comenzó a reformar el culto, por ejemplo, suprimiendo el latín en los servicios religiosos y haciendo que se leyera la Biblia en alemán en la mayor medida posible. Esto le valió una amplia aceptación. En lugar de optar por un debate tranquilo o un progreso pacífico, Müntzer continuó con los discursos amenazantes de los primeros tiempos de Lutero y llamó, por ejemplo, a los príncipes sajones a intervenir armados contra el clero romano. Había que «arrancar la mala hierba del viñedo de Dios» y «romper los altares de los idólatras»; había que hacer añicos sus imágenes y quemarlas (MEW 7, 352).

 Müntzer pronto apareció como un agitador político que no solo atacaba el catolicismo, sino también el cristianismo, o lo redefinía, por ejemplo, poniendo en duda la revelación de la Biblia y viendo en su lugar a la razón como la verdadera revelación, la expresión del Espíritu Santo. A través de una fe entendida de esta manera, el ser humano se deifica y alcanza la felicidad. El cielo no era algo del más allá, sino un estado ideal que debía buscarse en esta vida. Cristo había sido un hombre como todos nosotros; la Eucaristía se entendía como una comida conmemorativa sin ningún misticismo. Sin embargo, estas ideas heréticas se seguían expresando todavía en el lenguaje teológico al que su público estaba habituado.

 La concepción religiosa se correspondía finalmente con la política: el reino de Dios debía establecerse devolviendo a la Iglesia a sus orígenes. Müntzer entendía por reino de Dios un estado de la sociedad basado en la igualdad. Para ello era necesario establecer una alianza que garantizara dicha igualdad y, en caso necesario, la impusiera por la fuerza de las armas. Müntzer se centró en su comunidad de Allstedt, pero al mismo tiempo envió numerosas cartas y estableció contactos por toda Alemania. Describió el «poder de la espada» como autodefensa en una sociedad que sancionaba el robo y el pillaje, que consideraba «propiedad suya a todas las criaturas» y al mismo tiempo exigía a los pobres renuncia y abstinencia.

 La ruptura con la reforma de Lutero ya se había consumado hacía tiempo. No se llegó a ninguna disputa entre ambos. Ridiculizado por Müntzer como «la mansa carne que vive en Wittenberg», Lutero se declaró abiertamente enemigo de Müntzer y de su «espíritu insurrecto» en 1524, llegando incluso a demonizarlo como «Satanás». Müntzer, expulsado de Turingia, extendió su influencia a otras zonas, como Núremberg, Franconia y hasta en Alsacia, donde su influencia fue considerable en las revueltas que estallaron en 1525. Engels no vuelve a mencionar a Müntzer hasta el último capítulo de su estudio.

 Que «La guerra de los campesinos alemanes» anteponga el enfrentamiento entre Lutero y Müntzer tiene una buena razón. Engels pone así de manifiesto los frentes ideológicos de aquellos años, que a su vez tenían su causa en los abusos sociales, políticos y clericales, concretamente en la enorme carga que soportaban los campesinos, que, como «animales de carga» de la sociedad, apenas podían hacerse oír, y, por otra parte, en el papel justificador que asumía el cristianismo. La controversia entre Lutero y Müntzer, que muy pronto se extendió a cuestiones fundamentales, también pone de manifiesto la creciente intensidad con la que se luchaba por el futuro de la sociedad y del cristianismo. Al tratarse de posiciones ideológicas, las emociones también se intensificaron. Además, gracias a los panfletos publicados rápidamente y a los contactos personales de los adversarios, casi todos los estratos de la población se vieron involucrados en los debates por primera vez. El segundo capítulo de «La guerra de los campesinos» muestra que ya antes de 1525 hubo intentos de rebelión con un barniz religioso. También participaron en la Guerra de los Campesinos parte de la nobleza, que quería aprovechar la oportunidad para imponerse a los príncipes, pero, como subraya Engels, renunciaron a una posible alianza con los campesinos rebeldes, a quienes habrían tenido que sacrificar sus privilegios.

 Engels dedica dos capítulos a los verdaderos enfrentamientos bélicos del año 1525, basándose en la descripción en tres volúmenes de Wilhelm Zimmermann, dedicados a las luchas en Suabia y Algovia, así como el enfrentamiento decisivo en Turingia. En Suabia, el tono ideológicamente acalorado disminuyó en ocasiones: aquí, los campesinos, que se unieron por miles y establecieron conexiones suprarregionales, a menudo intentaron negociar con los representantes de la jerarquía feudal secular y eclesiástica para obtener alivios concretos, pero una y otra vez se encontraron con que solo se accedía en apariencia a atender sus demandas, que en su mayoría consistían en la retirada de cargas impositivas u otras medidas represivas, para luego, a la primera oportunidad, eliminar militarmente a los campesinos. La crueldad terrorista con la que se procedió tenía como objetivo servir de escarmiento.

 Una derrota de largo alcance

 El sexto capítulo de «La guerra de los campesinos» está dedicado nuevamente a Müntzer, quien desde finales de febrero o principios de marzo se encontraba en la ciudad imperial libre de Mühlhausen, uno de los centros del movimiento, con el fin de influir desde allí en el norte de Alemania. Aquí, aún antes de los levantamientos en el sur de Alemania, se produjo la caída del antiguo consejo patricio y la instauración de un nuevo «consejo eterno», cuyo presidente fue Müntzer. Sin embargo, Engels subraya inmediatamente lo precario y problemático, incluso trágico, de semejante toma del poder. «Lo peor que le puede pasar al líder de un partido extremista es verse obligado a asumir el gobierno cuando el movimiento aún no está maduro para el dominio de la clase a la que representa». A pesar de su considerable influencia, Müntzer solo podía apoyarse en determinados estratos sociales, que además siempre eran minoritarios. Esto limitaba de manera decisiva su margen de maniobra: «Lo que puede hacer no depende de su voluntad, sino de la magnitud a la que se ha llevado el antagonismo entre las diferentes clases. Lo que debe hacer, lo que su propio partido le exige, no depende de él (...) está ligado a las doctrinas y demandas que se deducen de una mayor o menor comprensión de los resultados generales del movimiento social y político» (MEW 7, 400).

 En esta fase, Müntzer solo podía contar con el apoyo de las clases marginales urbanas o plebeyas, que estaban muy lejos de poder provocar una transformación de toda la sociedad. Sin una amplia alianza, Müntzer también era impotente desde el punto de vista militar. Cuando en mayo de 1525 los príncipes se unieron en Turingia para proceder contra Mühlhausen, a Müntzer solo le quedó una desesperada maniobra defensiva contra las tropas que avanzaban con cañones y rompían sin escrúpulos el alto el fuego acordado. Müntzer fue capturado, torturado y decapitado, Mühlhausen fue tomada y perdió su estatus de ciudad libre del imperio.

 Tras amainar los últimos intentos de rebelión, la guerra de los campesinos alemanes terminó con una derrota que tuvo repercusiones durante mucho tiempo, el castigo de los campesinos y un endurecimiento de los impuestos. Las guerras de religión que siguieron y la Guerra de los Treinta Años tendrían consecuencias aún más catastróficas. Los ganadores fueron, en todos los casos, los príncipes, que ampliaron su poder y aseguraron una mayor fragmentación del país. Pero precisamente esta fragmentación o aislamiento —según la enseñanza que Engels aplica a la situación de 1850— debe superarse mediante la formación de alianzas, con el fin de crear así las mayorías necesarias para una transformación de la sociedad.

Jürgen Pelzer

es un académico, filósofo y germanista alemán, estudioso de la cultura y la literatura. Colabora con el diario alemán jungeWelt

Fuente:

https://www.jungewelt.de/artikel/500775.marxismus-lehrst%C3%BCck-bauernkrieg.html

 

 Traducción: Jaume Raventós.

https://sinpermiso.info/textos/una-leccion-de-materialismo-historico-engels-y-la-guerra-de-los-campesinos-alemanes

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 19 de junio de 2025

Los fracasos de Trump .

 Los fracasos de Trump, el callejón sin salida de Israel y la baza apocalíptica iraní

Daniel  Lobato .

Donald Trump buscaba marcar una radical diferencia con Joe Biden prometiendo éxitos geopolíticos y finalizar “guerras interminables” pero la realidad es que sus fracasos se han encadenado uno detrás de otro. Dejando de lado los cosechados con Rusia y China, en Oriente Medio llegó el primero en marzo cuando Trump permitió que Israel reiniciase las masacres contra Gaza, rompiendo un alto el fuego que él se atribuyó como un gran logro en el estreno de su mandato.

A pesar de la luz verde de EEUU a aquella reanudación de la carnicería, los palestinos liberaron hace unas semanas a un prisionero israelí con nacionalidad de EEUU como cortesía para sondear la disposición real de Trump como negociador. Sólo obtuvieron a cambio masacres multiplicadas de Israel y que EEUU visibilizase de nuevo su rol como director del genocidio que siempre ha tenido desde el 7 de octubre de 2023.

Esa impostada voluntad negociadora de Trump ha provocado que su enviado a Oriente Medio también haya fracasado hace unos días al pedir a la resistencia palestina que liberase a todos los prisioneros israelíes, básicamente a cambio de nada, bajo un disfraz de negociaciones de alto el fuego, con engaños a la parte palestina según desveló Hamas.

Ese Trump que se anunciaba a sí mismo como duro negociador ha desaparecido al añadir su fallida coerción sobre Egipto y Jordania para que colaborasen en vaciar Gaza de palestinos, un punto en el que Biden, Europa y Emiratos también fracasaron con Al Sisi y Abdallah. El único momento de alivio para su dañado narcisismo ha sido al recibir billones de dólares de Arabia Saudí, Qatar y Emiratos, que en realidad no dice nada de la virtuosa persuasión de Trump sino de su corrupción y de las relaciones de dominación del imperio estadounidense.

Incluso Trump ha reproducido la tétrica imagen de EEUU en solitario rechazando un alto el fuego en Gaza en el Consejo de Seguridad ONU que el anterior presidente también mostró. Solo en una ocasión Biden intentó lavar la imagen de EEUU y se abstuvo en marzo de 2024 permitiendo que se aprobase en el Consejo de Seguridad un alto el fuego que ninguno de los patrocinadores occidentales del genocidio se dignó en forzar su aplicación. Por supuesto tampoco se han molestado en forzar la implementación de las medidas cautelares de la CIJ dictadas hace un año y medio. Tampoco el aliado de Israel que dirige la ONU, Antonio Guterres, se ha ocupado ningún día en exigirlas o al menos recordar al mundo la existencia de esas órdenes del máximo tribunal de la ONU.

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Por el momento EEUU ha perdido la capacidad de negociación directa con la resistencia palestina en Gaza hasta que no figuren puntos garantizados que estuvieron en los anteriores acuerdos de alto el fuego, como un horizonte temporal largo, la retirada del ejército israelí y los suministros de todo tipo a la población.

Precisamente el control y dosificación de la alimentación en Gaza como mecanismo de presión para expulsar a sus habitantes es otro de los fracasos de Trump. Exportando el modelo carcelario de EEUU a Palestina, la idea era tratar de imponer a los palestinos unas condiciones de máxima opresión y vejación para recibir alimentos que a la larga los palestinos no soportasen y ellos mismos pidieran marcharse de Palestina. Esta hipótesis errónea desde su concepción conllevó expulsar a la UNRWA o aniquilar a las ONG locales que distribuían la ayuda, y encargar a una empresa de mercenarios creada por Israel y EEUU, GHF, que ejerciera esa función de incrementar la tortura colectiva en el campo de exterminio. A los pocos días EEUU ha tenido que interrumpir la distribución de los ínfimos comestibles al haber convertido los puntos de entrega de comida en mataderos de palestinos, masacrados unas veces por los paramilitares de GHF y otras por Israel. Las imágenes de esas matanzas a las filas de hambrientos palestinos han ampliado las grietas en la protección internacional a Israel, por lo que los contratistas de GHF han paralizado el reparto de comida hasta que se reevalúe la estrategia por EEUU.

    Porque esa es la piedra angular, los nativos palestinos no se marchan. A pesar de la carnicería diaria y la depravada tortura colectiva, los palestinos de Gaza, los vivos y los asesinados, han empujado al régimen israelí al callejón sin salida existencial

Otro fracaso de EEUU revestido como una “reevaluación estratégica” ha sido su retirada del campo de batalla contra Yemen. Poco a poco los medios de EEUU han ido filtrando los gigantescos costes en miles de millones de dólares que ha tenido la fallida aventura bélica contra Yemen y, lo más importante, las pérdidas militares.

Decenas de drones Reaper derribados, tres F18A perdidos por insólitos motivos, un F35 a punto de ser derribado y varios portaaviones dañados, especialmente el Harry Truman que estará fuera de servicio varios años por una surrealista “colisión con un buque mercante” según la propaganda de EEUU. En el mundo real, mandos navales de EEUU reconocieron que tuvieron que defenderse de los drones y misiles yemeníes a cañonazos para intentar derribarlos por agotarse sus defensas antiaéreas. Este poderío yemení ya provocó en 2024 un indisimulado miedo en buques de guerra europeos que acabaron huyendo de la batalla del Mar Rojo dejando en solitario a EEUU.

El primer pilar que sustenta un imperio es el poder simbólico imponiendo una creencia general cuasi religiosa en su omnipotencia, por lo que la posibilidad cierta del hundimiento por Yemen de un buque de guerra de EEUU, y algo inédito en la historia como es un portaaviones, sería un desastre para un imperio estadounidense en declive.

 

Siguiendo esa estrategia de control de daños EEUU también tuvo que abortar su plan B contra Yemen. Este plan alternativo era una operación similar a la lograda en Siria con las milicias de Al Qaeda conquistando Damasco desde las zonas ocupadas por Turquía, en este caso intentando derribar al gobierno de Sanaa lanzando un ejército mercenario desde el sur de Yemen ocupado por Emiratos. La simetría entre ambas operaciones sería absoluta, pero al contrario que en Siria el riesgo real aquí para EEUU era una victoria total del gobierno liderado por Ansarallah y la unificación de todo el territorio yemení con la derrota y expulsión de los ocupantes emiratíes y sus milicias.

EEUU busca ideas a contrarreloj

Tras estos seis meses horribles Trump se ve obligado a idear nuevas estrategias para resolver la cuestión central que descompone lentamente a su colonia israelí, que es cómo vaciar Palestina de palestinos, y sobre la cual se superponen todos los demás frentes regionales que aceleran el debilitamiento de EEUU. En el actual atolladero Trump ha tenido que permitir que Yemen prosiga su castigo al régimen de Tel Aviv, con la sociedad colona israelí sufriendo un arrinconamiento y un desgaste cualitativo y cuantitativo, pero lento, que da tiempo a EEUU a seguir imaginando cómo expulsar a los pieles rojas palestinos.

Porque esa es la piedra angular, los nativos palestinos no se marchan. A pesar de la carnicería diaria y la depravada tortura colectiva, los palestinos de Gaza, los vivos y los asesinados, han empujado al régimen israelí al callejón sin salida existencial. Conforman una masa humana junto con los millones de Cisjordania y los millones de las tierras ocupadas en 1948, llamadas Israel, muy superior en número a la demografía de los colonos israelíes, en fuga paulatina.

  Tanto en Argelia como en Sudáfrica los colonos percibieron el horizonte de colapso ante similares callejones sin salida y por ello sus dinámicas avanzaron hacia el extremismo violento

EEUU y Europa, expertos en colonizaciones, saben que la clave es la guerra demográfica y coinciden con Israel en que Gaza sea vaciada de palestinos y, aún más importante, que Cisjordania siga en un futuro el mismo camino. Lo que les diferencia es la estrategia a seguir para lograrlo, con una Europa que desea hacer la limpieza étnica de forma “menos violenta”. Si tuvieran éxito posteriormente se restauraría mediáticamente la "normalidad democrática" de Israel. Todas las responsabilidades recaerían en algunos militares, los miembros del gobierno de Netanyahu y en éste último, que podría morir feliz habiendo cumplido su misión histórica personal. Israel sería rehabilitado en unos años tras ciertas escenificaciones de penitencia. No es nada nuevo, una combinación de la ficticia desnazificación de Alemania en la posguerra y la “normalidad democrática” de EEUU tras exterminar a los pueblos nativos de Norteamérica. Pero no lo logran, y de ahí su fracaso y estancamiento.

 

Por definición, un callejón sin salida como el que se encuentran Israel y sus patrocinadores occidentales es una posición de acorralamiento, y en una situación así la respuesta de cada sujeto será diferente en función de los riesgos que le conlleva esa ubicación.

EEUU se moverá siempre en la balanza entre su deseo de que la colonia sionista se asiente definitivamente en la historia futura y el control de daños a su menguante hegemonía imperial. Por el contrario, para Israel no existe ninguna posibilidad de existencia futura que no pase por eliminar a corto plazo, expulsados o asesinados, a todos los palestinos de Gaza para comenzar a voltear drásticamente el balance demográfico entre colonos y nativos en toda Palestina.

Pero la estrategia de los tres jinetes del Apocalipsis -bombas, hambre y enfermedades- ha fracasado y los palestinos resisten en un páramo distópico de escombros infinitos y cada día que pasa el dique internacional que protege al régimen se agrieta más.

Por tanto para Israel es su guerra existencial contra la resistencia existencial de los palestinos, y el actual impasse dirige al régimen hacia su desaparición en pocos años. Israel especula con que si el contexto geopolítico no permite un exterminio o expulsión de millones de palestinos, entonces se trata de cambiar el contexto geopolítico y determinar cuál podría ser ese otro escenario regional y mundial en el que quizá sí existiese la posibilidad de vaciar Palestina de palestinos. Israel busca ese cambio radical.

Israel busca un catastrófico escenario regional

Hay que recordar que existe una similitud en la evolución del comportamiento de los colonos israelíes en Palestina con el que mostraron los colonos franceses en Argelia o los colonos blancos en Sudáfrica.

Tanto en Argelia como en Sudáfrica los colonos percibieron el horizonte de colapso ante similares callejones sin salida y por ello sus dinámicas avanzaron hacia el extremismo violento. Crearon organizaciones criminales, la OAS en Argelia y el Movimiento de Resistencia Afrikaner en Sudáfrica, con atentados terroristas que buscaban cambiar el curso de los acontecimientos para garantizar la pervivencia de sus entidades coloniales. La gran diferencia aquí es que en Palestina es un aparato estatal, un gobierno y un ejército con armas nucleares quienes representan esa deriva de los colonos hacia la máxima violencia.

En la protección ilimitada que occidente ha otorgado al régimen israelí por 77 años y durante este genocidio, los líderes sionistas entienden que ese deseado cambio de contexto geopolítico pasa por abrir una guerra regional de extrema intensidad contra Irán, y por eso han anunciado que la llevarán a cabo incluso sin autorización de EEUU. La verdadera razón no estriba en neutralizar el programa atómico de Teherán con ataques “precisos”, algo que es inalcanzable bajo las montañas iraníes, lo que busca Israel es abrir el telón a un escenario más sangriento que el actual.

    La historia nos dice que los colonos buscarán un cambio de escenario extremo por medio de atentados terroristas e Israel así lo ha anunciado en su actual callejón sin salida

 

En su apocalíptico horizonte de guerra intensa piensan que el excepcionalismo que Israel recibe de Europa y EEUU posibilitaría dos objetivos. El primero, alcanzado un nivel determinado del enfrentamiento, y dado que las limitadas reservas de misiles y bombas israelíes se ciñen a las que EEUU y Europa le proporcionen, abrir la Caja de Pandora de las armas nucleares buscando imponer mediante su uso la exclusividad atómica en la región. El segundo, al explorar una conflagración caótica con quizá cientos de miles de muertos en la región, incluyendo multitud de israelíes, explotar los fantasmas occidentales del “exterminio masivo de judíos” y alcanzar el punto deseado para la cuestión palestina. Si la manipulación de lo sucedido el 7 de octubre ha amparado el actual holocausto palestino, los líderes sionistas creen que incontables cadáveres israelíes sobre la mesa les otorgaría la impunidad a una “solución final” para el vaciamiento de Gaza.

EEUU ha tenido que hacer un control de daños con Yemen, por lo que verse arrastrado a una guerra caótica con Irán se adentra en escenarios catastróficos que los poderes de Washington no desean. Saben que conlleva la destrucción de sus bases militares en la región, toda la economía mundial golpeada por un precio del petróleo disparado, la pérdida del poderío norteamericano en Oriente Medio y la basculación definitiva hacia otro orden mundial. Aunque coincidan sus deseos con Israel con respecto a que desaparezcan los palestinos y utilicen un lenguaje parecido con su embajadora en la ONU llamando a los palestinos “proxies de Irán”, tal como Netanyahu les llama desde hace muchos años, el objetivo inmediato de EEUU es intentar un escenario como Líbano en 1982 cuando las fuerzas armadas palestinas fueron expulsadas de ese país. EEUU buscará en primera instancia expulsar a la resistencia palestina de Gaza para luego continuar a más largo plazo desterrando al resto de población desarmada. Pero Palestina es la tierra de los palestinos, no es un país extranjero como Líbano o Jordania en 1973, por lo que su estrategia también está condenada al fracaso.

En esta encrucijada no está claro hasta qué punto la metrópoli de EEUU controla todas las acciones de sus colonos en Palestina, aunque es y será responsable de los crímenes pasados y futuros, incluyendo la posibilidad de que rompan el tabú del uso de armas nucleares.

La historia nos dice que los colonos buscarán un cambio de escenario extremo por medio de atentados terroristas e Israel así lo ha anunciado en su actual callejón sin salida. Lo que también nos dice la historia es que, a pesar de esas actuaciones desesperadas, ni los colonos en Argelia ni en Sudáfrica lograron evitar la desaparición de sus regímenes y finalmente los poderes coloniales tuvieron que dejar caer las entidades artificiales existentes. Eso mismo ocurrirá en Palestina en unos pocos años. La clave es si para llegar a ese punto Europa y EEUU piensan culminar el recorrido a través de un abismo inimaginable de muerte y devastación regional

https://www.diario-red.com/opinion/daniel-lobato/fracasos-trump-callejon-salida-israel-baza-apocaliptica-irani/20250612123021049172.html

Ajuste de cuentas colonial .

Ajuste de cuentas colonial

De cómo la guerra de Israel contra Irán reabre viejas heridas

Por Soumaya Ghannoushi

| 19/06/2025 |

Fuentes: Middle East Eye

Traducido del inglés por Sinfo Fernández

 Israel ya no oculta sus crímenes. En Gaza, lleva a cabo un genocidio abierto, arrasando hospitales, escuelas, mezquitas y bloques de apartamentos. Más de 55.000 personas han sido asesinadas. Un asedio total asfixia el territorio demolido.

 Después de caminar kilómetros entre ruinas, agotados y hambrientos, los civiles se apresuran hacia los camiones de ayuda para tener una oportunidad de sobrevivir, sólo para ser abatidos a tiros. Algunos regresan con sacos de harina, otros con los cadáveres ensangrentados de sus seres queridos, abatidos a tiros o bombardeados mientras luchaban por conseguir unos pocos granos.

 Y Gaza es sólo uno de sus frentes.

 En el Líbano, Israel ataca a su antojo: bombardea casas, asesina a través de las fronteras, ocupa pueblos de los que nunca se fue. Mantiene el control de los Altos del Golán sirios, se adentra más en el sur de Siria y lanza misiles a las afueras de Damasco.

 Las fronteras no significan nada. Las leyes significan aún menos. Israel se mueve como quiere, mata a quien quiere.

 Ahora se ha vuelto contra Irán.

 Tras las conversaciones indirectas entre Teherán y Washington en Omán, Israel lanzó a una guerra repentina y sin provocación. Primero, asesinatos: líderes militares, científicos, funcionarios civiles. Luego, ataques aéreos: contra instalaciones militares, centrales eléctricas, aeropuertos, incluso infraestructura pública. ¿La excusa? El programa nuclear pacífico de Irán, que está totalmente supervisado por la Agencia Internacional de Energía Atómica.

 La hipocresía occidental

La hipocresía es de escándalo.

 El presidente francés Emmanuel Macron se apresuró a apoyar a Israel, afirmando que el programa nuclear de Irán es una amenaza para la seguridad mundial, y esto lo dice la misma Francia que ayudó a construir en secreto la central nuclear de Dimona en Israel en las décadas de 1950 y 1960, lo que permitió crear el único arsenal nuclear no declarado de la región, en violación del derecho internacional. Sin inspecciones, sin supervisión, sin rendición de cuentas.

 Se cree que Israel posee ahora entre 80 y 90 ojivas nucleares, además de capacidad de segundo golpe mediante submarinos y aviones. Se niega a las inspecciones y nunca ha firmado el Tratado de No Proliferación. Sin embargo, bombardea sin descanso a Irán en nombre de la no proliferación nuclear.

 Gran Bretaña siguió rápidamente a Francia y envió aviones de la Royal Air Force a Oriente Medio para apoyar a Israel. Estados Unidos intensificó aún más la escalada, desplazando dos destructores hacia el Mediterráneo oriental, aumentando los envíos de armas y sincronizando las operaciones militares con Israel en tiempo real. Washington no está observando, está en guerra.

 La Comisión Europea siguió ciegamente, repitiendo la misma línea: «Israel tiene derecho a defenderse», incluso ahora, cuando es el agresor e Irán se defiende de un ataque extranjero.

 Es el mismo guion utilizado para justificar el genocidio en Gaza; la misma tapadera para los crímenes. El derecho internacional y las normas humanitarias quedan suspendidos para Israel.

 Y así, Occidente sigue armándolo hasta los dientes, no para proteger a los civiles, sino para dominar la región. Para garantizar que Israel siga siendo la única potencia nuclear. Para controlar, aplastar, expandirse.

 Seamos claros: Israel nunca fue sólo un Estado. Fue creado como una colonia de asentamientos de Occidente para sustituir a los imperios en retirada de Gran Bretaña y Francia. Gran Bretaña retiró sus tropas, pero no sus ambiciones. Estados Unidos intervino, asumiendo el papel de garante regional mediante el apoyo a tiranos, la obtención de petróleo y la represión de la resistencia.

 El objetivo nunca ha cambiado: someter a la región, extraer sus riquezas, silenciar a su pueblo.

 Pero, en esta ocasión, el plan está fallando.

 El mundo árabe enfurecido

 Israel está ahora gobernado por fanáticos, abierta y orgullosamente. Los ministros amenazan con la aniquilación. Los colonos corean consignas a favor del genocidio. Los soldados se graban a sí mismos arrasando bloques de apartamentos y posando con la lencería de las mujeres que han desplazado y asesinado. Familias enterradas bajo el hormigón, niños borrados de las aulas, todo en nombre de la «seguridad».

En Jerusalén, la mezquita de Al-Aqsa, uno de los lugares más sagrados del islam, es asaltada repetidamente. Multitudes israelíes marchan por las calles coreando: «Que ardan vuestras aldeas». Celebran la destrucción de escuelas en Gaza. El genocidio ya no se niega, se proclama.

 Y el primer ministro Benjamin Netanyahu, artífice del apartheid y la guerra, se presenta ante las cámaras afirmando defender el «mundo libre».

 En todo el mundo árabe, la gente observa con amargura, repugnancia e ira. Sus líderes estrechan la mano a criminales de guerra. Normalizan la situación mientras Israel incinera. La región ha quedado paralizada, impotente.

 Hasta ahora. Porque esta vez, alguien se ha levantado.

 Irán no es Gaza. Es un Estado soberano de unos 90 millones de habitantes, que se extiende a lo largo de 1,65 millones de kilómetros cuadrados. Su terreno frustra las invasiones, su profundidad absorbe los ataques y sus misiles llegan hasta lo más profundo de Israel. Ha sido sancionado, saboteado, asesinado… y sigue en pie, sigue contraatacando.

 Por primera vez desde 1948, las ciudades israelíes están bajo fuego continuo. La ilusión de inmunidad ha desaparecido.

 E Israel no puede reclamar el papel de víctima, no cuando tiene las bombas, las armas nucleares y el respaldo de todas las potencias occidentales. No cuando ha pasado décadas atacando a otros con impunidad.

 Reabrir viejas heridas 

De hecho, la resistencia de Irán ha destrozado las ilusiones: el mito de la invencibilidad de Israel, el silencio de la región, la mentira de la neutralidad occidental.

 Incluso aquellos que antes eran hostiles a Irán por motivos sectarios o políticos ahora lo aplauden, no porque Irán sea perfecto, sino porque alguien finalmente ha dicho: basta.

 Y dentro de Irán, algo más profundo ha despertado.

 Esta guerra ha reabierto viejas heridas.

 La mayoría conoce lo que ocurrió en 1953, cuando la CIA y el MI6 orquestaron un golpe de Estado contra el primer ministro Mohammad Mosaddegh después de que este nacionalizara el petróleo de Irán. La Operación Ajax derrocó a un gobierno elegido democráticamente y reinstauró a Mohammad Reza Shah, un dictador alineado con Occidente. Lo que siguió fueron 25 años de represión, impuesta por la policía secreta Savak, armada y entrenada por Occidente. .

Pero las heridas se remontan más atrás.

 A principios de la década de 1890, una revuelta sacudió el imperio después de que el shah entregara a una empresa británica el control de toda la industria tabacalera de Irán. Liderados por clérigos como el ayatolá Shirazi, los iraníes lanzaron un boicot a nivel nacional y, finalmente, la concesión fue cancelada. La revuelta debilitó la dinastía Qajar y dejó grabada en la memoria colectiva de Irán una lección dolorosa: nunca más doblegarse al control extranjero.

 Ese recuerdo sigue vivo, en cada canto, en cada protesta, en cada funeral.

 Cada misil lanzado hoy lleva el peso de un siglo de traición y resistencia. Ahora, vuelve a estar a flor de piel.

 Un vídeo se ha vuelto viral: una mujer iraní sin velo, con la voz quebrada por la furia, denuncia el genocidio en Gaza, el silencio de Occidente y las décadas de degradación infligidas a su país. Luego grita: «Queremos una bomba nuclear».

 No se trata de destrucción. Se trata de dignidad. Se trata de decir: no nos volverán a doblegar.

 No es solo un conflicto militar, sino un ajuste de cuentas histórico, una ruptura psicológica.

 Irán no solo está tomando represalias. Está recordando.

 Y el cambio se está extendiendo.

 Aferrándose a la fantasía

 Pakistán, el único país de mayoría musulmana con armas nucleares, ha dado la voz de alarma. Su ministro de Defensa ha advertido de que la región está al borde del abismo y que Pakistán podría ser el siguiente. A medida que Israel profundiza su alianza con la India, Islamabad ve lo que se avecina.

 Turquía también está en alerta. El presidente Recep Tayyip Erdogan advirtió el año pasado que Israel «pondría su mira» en su país si «no se le detenía». Entonces llegó una escalofriante réplica de Netanyahu en la Knesset: «El Imperio otomano no resurgirá en un futuro próximo». No se trata de una lección de historia, sino de una advertencia. Turquía sabe que no se trata sólo de Irán, sino de una campaña para reafirmar el control total sobre la región.

 Israel, envalentonado por el respaldo occidental y su poder sin límites, cree ahora que puede someter a todo el mundo musulmán: bombardearlo, matarlo de hambre, fragmentarlo, humillarlo.

 Sin embargo, la región está despertando. Se trata de una guerra contra la dignidad, contra la idea misma de que alguien en esta región se atreva a mantenerse firme.

 Y, aun así, Occidente se aferra a la fantasía. La BBC entrevista al hijo del shah y le pregunta si los ataques israelíes podrían ayudar a «liberar» Irán. Como si los iraníes estuvieran esperando a ser salvados por el hijo de un dictador, un dictador al que ellos mismos derrocaron. Como si la «libertad» viniera de los misiles y los monarcas.

 Israel pensó que podía repetir el pasado: asesinar, bombardear, proclamar la victoria. Pero ahora Tel Aviv, Haifa y Ashkelon están bajo fuego.

 La guerra ha entrado en territorio israelí. La ilusión de la invulnerabilidad ha terminado.

 E Irán puede resistir. Lleva décadas preparándose para este momento. El sueño de que Israel pudiera destruirlo en cuestión de días se ha esfumado.

 Tel Aviv ha encendido un fuego que no puede contener. ¿Y Occidente? Vuelve a apoyar a Israel, sin disimulo. Armándolo, protegiéndolo, utilizándolo. No por la paz o la justicia, sino por el control.

 Pero esta vez, la región está despierta. Y ha comenzado el ajuste de cuentas.

 La historia está en movimiento. Y puede que no sea favorable a Occidente.

 Soumaya Ghannoushi es una escritora británica de origen tunecino y experta en política de Oriente Medio. Sus trabajos periodísticos han aparecido en The Guardian, The Independent, Corriere della Sera, aljazeera.net y Al Quds. Pueden encontrar una selección de sus escritos: soumayaghannoushi.com y X: @SMGhannoushi.

 Fuente: https://www.middleeasteye.net/opinion/israels-attack-iran-brings-west-closer-its-day-reckoning  

 

 

 

domingo, 15 de junio de 2025

La decadencia del Imperio .

 El imperio de los idiotas

Chris Hedges

La disneyficación de EEUU, la tierra de los eternamente felices, la tierra donde todo es posible, se vende para enmascarar la crueldad del estancamiento económico y la desigualdad social

Los últimos días de los imperios que agonizan están dominados por idiotas. Las dinastías romana, maya, francesa, habsbúrgica, otomana, romanoff, sha de Persia se derrumbaron bajo la estupidez de sus decadentes gobernantes, que se alejaron de la realidad, saquearon sus naciones y se refugiaron en cámaras de eco donde era imposible distinguir entre la realidad y la ficción.

Trump y los bufones aduladores de su administración son versiones actualizadas de los reinados del emperador romano Nerón, que destinó enormes gastos estatales para conseguir poderes mágicos; el emperador chino Qin Shi Huang, que financió repetidas expediciones a una mítica isla de inmortales para traer una poción que le diera la vida eterna; y una corte zarista incompetente que se dedicaba a leer cartas del tarot y asistir a sesiones de espiritismo mientras Rusia era diezmada por una guerra que se cobró más de dos millones de vidas y en las calles se gestaba una revolución.

En «Hitler y los alemanes», el filósofo político Eric Voegelin descarta la idea de que Hitler --dotado para la oratoria y el oportunismo político, pero con escasa formación y vulgar-- hipnotizara y sedujera al pueblo alemán. Los alemanes, escribe, apoyaron a Hitler y a las «figuras grotescas y marginales» que lo rodeaban porque encarnaba las patologías de una sociedad enferma, acosada por el colapso económico y la desesperanza. Voegelin define la estupidez como una «pérdida de la realidad». La pérdida de la realidad significa que una persona «estúpida» no puede «orientar correctamente su acción en el mundo en el que vive». El demagogo, que siempre es un idiota, no es un bicho raro ni una mutación social. El demagogo expresa el espíritu de la época de la sociedad, su alejamiento colectivo de un mundo racional de hechos verificables.

Estos idiotas, que prometen recuperar la gloria y el poder perdidos, no crean. Solo destruyen. Aceleran el colapso. Limitados en su capacidad intelectual, carentes de brújula moral, groseramente incompetentes y llenos de rabia hacia las élites establecidas, a las que consideran que los han menospreciado y rechazado, convierten el mundo en un patio de recreo para estafadores, timadores y megalómanos. Hacen la guerra a las universidades, prohíben la investigación científica, difunden teorías charlatanas sobre las vacunas como pretexto para ampliar la vigilancia masiva y el intercambio de datos, despojan a los residentes legales de sus derechos y dan poder a ejércitos de matones, en lo que se ha convertido el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EEUU (ICE, por sus siglas en inglés), para sembrar el miedo y garantizar la pasividad. La realidad, ya sea la crisis climática o el empobrecimiento de la clase trabajadora, no afecta a sus fantasías. Cuanto peor se pone, más idiotas se vuelven.

Algunas culpan a una sociedad que abraza voluntariamente el mal radical por esta «irreflexión» colectiva. Exasperada por escapar del estancamiento en el que ellos y sus hijos están atrapados, angustiada, una población traicionada está condicionada a explotar a todos los que la rodean en una lucha desesperada por avanzar. Las personas son objetos que se pueden utilizar, reflejando la crueldad infligida por la clase dominante.

Una sociedad convulsionada por el desorden y el caos, como señala Voegelin, celebra a los moralmente degenerados, a los astutos, manipuladores, engañosos y violentos. En una sociedad abierta y realmente democrática, estos atributos son despreciados y criminalizados. Quienes los exhiben son condenados como estúpidos; «un hombre [o una mujer] que se comporta de esta manera», señala Voegelin, «será boicoteado socialmente». Pero las normas sociales, culturales y morales en una sociedad enferma se invierten. Los atributos que sostienen una sociedad abierta --la preocupación por el bien común, la honestidad, la confianza y el sacrificio personal-- se ridiculizan. Son perjudiciales para la existencia en una sociedad enferma.

Cuando una sociedad, como señala Platón, abandona el bien común, siempre desata deseos amorales --violencia, codicia y explotación sexual-- y fomenta el pensamiento mágico. Lo único que estos regímenes moribundos saben hacer bien es montar espectáculos. Estas medidas de «pan y circo», como el desfile militar de 40 millones de dólares que Trump celebró el 14 de junio, día de su cumpleaños, mantienen entretenida a una población angustiada.

La disneyficación de EEUU, la tierra de los pensamientos eternamente felices y las actitudes positivas, la tierra donde todo es posible, se vende para enmascarar la crueldad del estancamiento económico y la desigualdad social. La población está condicionada por la cultura de masas, dominada por la mercantilización sexual, el entretenimiento banal y sin sentido y las representaciones gráficas de la violencia, para culparse a sí misma por el fracaso.

Søren Kierkegaard, en «La época actual», advierte que el Estado moderno busca erradicar la conciencia y moldear y manipular a los individuos para convertirlos en un «público» dócil y adoctrinado. Este público no es real. Es, como escribe Kierkegaard, una «abstracción monstruosa, algo que lo abarca todo y que no es nada, un espejismo». En resumen, nos convertimos en parte de un rebaño, «individuos irreales que nunca están ni pueden estar unidos en una situación u organización real, y sin embargo se mantienen unidos como un todo». Aquellos que cuestionan al público, aquellos que denuncian la corrupción de la clase dominante, son tachados de soñadores, bichos raros o traidores. Pero solo ellos, según la definición griega de la polis, pueden considerarse ciudadanos.

Thomas Paine escribe que un gobierno despótico es un hongo que crece a partir de una sociedad civil corrupta. Esto es lo que sucedió con las sociedades del pasado. Es lo que nos ha sucedido a nosotros.

Es tentador personalizar la decadencia, como si deshacernos de Trump nos devolviera la cordura y la sobriedad. Pero la podredumbre y la corrupción han arruinado todas nuestras instituciones democráticas, que funcionan en la forma (algunas), pero no en el fondo. El consentimiento de los gobernados es una broma cruel. El Congreso de EEUU es un club a sueldo de multimillonarios y corporaciones. Los tribunales son apéndices de las corporaciones y los ricos. La prensa es una caja de resonancia de las élites, algunas de las cuales no simpatizan con Trump, pero ninguna de las cuales aboga por las reformas sociales y políticas que podrían salvarnos del despotismo. Se trata de cómo disfrazamos el despotismo, no del despotismo en sí mismo.

El historiador Ramsay MacMullen, en «Corruption and the Decline of Rome» (La corrupción y la decadencia de Roma), escribe que lo que destruyó el Imperio romano fue «el desvío de la fuerza gubernamental, su mala dirección». El poder se convirtió en un medio para enriquecer intereses privados. Esta desviación deja al gobierno sin poder, al menos como institución capaz de atender las necesidades y proteger los derechos de la ciudadanía. Este gobierno, en ese sentido, es impotente. Es una herramienta de las empresas, los bancos, la industria bélica y los oligarcas. Se canibaliza a sí mismo para canalizar la riqueza hacia arriba.

«La decadencia de Roma fue el efecto natural e inevitable de una grandeza desmesurada», escribe Edward Gibbon. «La prosperidad maduró el principio de la decadencia; la causa de la destrucción se multiplicó con el alcance de la conquista; y, tan pronto como el tiempo o el accidente eliminaron los soportes artificiales, la formidable estructura cedió a la presión de su propio peso. La historia de la ruina es simple y obvia: en lugar de preguntarnos por qué se destruyó el Imperio Romano, deberíamos sorprendernos de que subsistiera durante tanto tiempo».

El emperador romano Cómodo, al igual que Trump, estaba embelesado con su propia vanidad. Encargó estatuas de sí mismo como Hércules y tenía poco interés en gobernar. Se creía una estrella de la arena, organizaba combates de gladiadores en los que era coronado vencedor y mataba leones con arco y flechas. El imperio --renombró Roma como Colonia Commodiana-- era un vehículo para saciar su narcisismo insaciable y su ansia de riqueza. Vendía cargos públicos del mismo modo que Trump vende indultos y favores a quienes invierten en sus criptomonedas o donan dinero a su comité de investidura o a su biblioteca presidencial.

Finalmente, los consejeros del emperador dispusieron que un luchador profesional lo estrangulara hasta matarlo en su baño después de que anunciara que asumiría el consulado vestido como un gladiador. Pero su asesinato no sirvió para detener el declive. Cómodo fue sustituido por el reformista Pertinax, que fue asesinado tres meses después. La Guardia Pretoriana subastó el cargo de emperador. El siguiente emperador, Didius Julianus, duró 66 días. En el año 193 d. C., el año siguiente al asesinato de Cómodo, habría cinco emperadores.

Al igual que el Imperio romano tardío, esta república está muerta.

Los derechos constitucionales --el debido proceso, el hábeas corpus, la privacidad, la libertad frente a la explotación, las elecciones justas y la disidencia-- nos han sido arrebatados por decreto judicial y legislativo. Estos derechos sólo existen de nombre. La enorme desconexión entre los supuestos valores de nuestra falsa democracia y la realidad significa que nuestro discurso político, las palabras que utilizamos para describirnos a nosotros mismos y nuestro sistema político, son absurdos. (1)

Walter Benjamin escribió en 1940, en medio del auge del fascismo europeo y la inminente guerra mundial:

Una pintura de Klee titulada Angelus Novus muestra a un ángel que parece estar a punto de alejarse de algo que contempla fijamente. Sus ojos están fijos, su boca está abierta, sus alas están extendidas. Así es como uno se imagina al ángel de la Historia. Su rostro está vuelto hacia el pasado. Donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos, él ve una sola catástrofe, que sigue acumulando escombros sobre escombros y los arroja a sus pies. El ángel querría quedarse, despertar a los muertos y recomponer lo que ha sido destrozado. Pero una tormenta sopla desde el Paraíso; se ha enredado en sus alas con tal violencia que el ángel ya no puede cerrarlas. La tormenta lo empuja irresistiblemente hacia el futuro, al que da la espalda, mientras la pila de escombros ante él crece hacia el cielo. Esta tormenta es lo que llamamos progreso.

Nuestra decadencia, nuestro analfabetismo y nuestro alejamiento colectivo de la realidad se han ido gestando durante mucho tiempo. La erosión constante de nuestros derechos, especialmente de nuestros derechos como votantes, la transformación de los órganos del Estado en herramientas de explotación, la pauperización de los trabajadores pobres y la clase media, las mentiras que saturan nuestras ondas, la degradación de la educación pública, las guerras interminables e inútiles, la asombrosa deuda pública, el colapso de nuestra infraestructura física, reflejan los últimos días de todos los imperios.

Trump, el pirómano, nos entretiene mientras caemos.

The Chris Hedges Report

https://www.lahaine.org/mundo.php/el-imperio-de-los-idiotas


Nota del blog . (1) https://observatoriocrisis.com/2025/06/11/militarizacion-y-crisis-constitucional-en-estados-unidos/

  

martes, 10 de junio de 2025

El belicismo europeo.

                                        

800.000 mil millones de mentiras

9/6/25

Augusto Zamora R.

Desatados andan los burócratas europeos del atlantismo, anunciando que Rusia se prepara para invadir la pobre, inerme, civilizada y blanca Europa, razón por la cual los europeítos de a pie -convertidos en una letanía de borregos que se lo creen todo-, deben, como Mambrú, ir a la guerra. Para que se vayan preparando, mandan hacerse con un kit de emergencia, que vaya usted a saber de qué serviría si, de verdad, estallaran los artificios nucleares. También predican que deben aligerar los bolsillos porque hay que reunir 800.000 mil millones de euros dizque para rearmar a la Europa atlantista. ¡Ah!, y que vayan asumiendo la idea de reclutamientos masivos, pues hará falta carnita de cañón, fresca, dispuesta y descerebrada, para guerrear con Rusia. Todo eso cacarea el eurogallinero y nadie parece ponerlo en duda. Salvo nosotros, que, ya lo saben, somos rebeldes, irreverentes y escépticos y tenemos el pésimo hábito de pensar mal (y acertar).

Empecemos con los dineros que, también lo saben, dijo Tucídides son la medida de las cosas que mueven las guerras. Para ello, pregonan los pontífices del eurogallinero, lo urgente es reunir los ya citados 800.000 mil millones de euros. Piden y repiten tal cifra así, alegremente, sin anestesia, como si los billetes se cosecharan en los bosques y fuera cosa de agarrar sacos y canastas y salir a recolectarlos, como champiñones y hongos en el dulce otoño, entre enanitos, elfos, ninfas, sátiros y pitufos.

800.000 mil millones equivale a un presupuesto militar como el de EEUU, que, dicho sea de paso -y como quien no quiere la cosa-, ha llevado a los ‘iuesei’ a la ruina, resultando que, hoy, gastan más dinero pagando intereses por la deuda externa acumulada que en la cosa militar. De no enderezar el entuerto, los gringos se quedarán las armas y los acreedores la mantequilla, como ha pasado tantas veces. No está lejos el día en que tendrán que hacer barbacoas asando metralletas y preparar las hamburguesas cocinando pistolas, mientras chinos, japoneses y sauditas asan las carnes con olorosas grasas vacunas, merced a los miles de millones pagados por el tío Sam en intereses.

Sigamos con los dineros. Según estimaciones conservadoras, en la guerra económica contra Rusia, con las 22.000 sanciones impuestas por la UE, la peor parte se la ha llevado la UE, no Rusia. Sólo en el sector energético, las pérdidas acumuladas de la Europa atlantista ascienden a 1,5 billones de euros, a lo que deben sumarse los 200.000 millones de euros gastados en apoyo militar y de otro tipo al régimen de Kiev. Una mayoría de países de la UE -como España-, está en números rojos. Como informa la propia UE, “Grecia, Italia, Francia, España y Bélgica son los países con la deuda más elevada, todos ellos con ratios de deuda en relación con el PIB superiores al 100 %”.

Ojo al parche, pues Francia, Italia y España son tres de las cuatro grandes economías europeas. La principal es Alemania. ¿Y qué pasa con Alemania? Nos lo cuenta El País, periódico adalid del atlantismo: “Por segundo año consecutivo, la mayor economía de Europa volvió a contraerse… La crisis de la industria, un aumento del número de quiebras de empresas, así como las perspectivas sombrías de exportación, todo ello unido a la inquietud que se ha extendido entre los consumidores, provocaron que el producto interno bruto (PIB) cayera en 2024 un 0,2% en comparación con el año anterior”. La primera economía europea no está para llenar las arcas de los 800.000 millones. Si quiere hacer un aporte, tendrá, irremediablemente, que endeudarse más.

Pues bien, si sumamos todas estas cifras (obviando las que ocultan), resulta que la beligerante Europa atlantista tiene un agujero financiero de al menos 3 billones de euros, es decir, 3.000 millones de millones (3.000.000.000.000). Si se le agregan a esa cifra los cacareados 800.000 millones, más los 100.000 millones que le tienen que seguir inyectando al régimen ucraniano para que no termine de desplomarse, nos encontramos con que la UE pasaría a tener un déficit de 3.900.000.000.000 de euros.


¿De dónde sacarán ese dinero? ¿Dónde puede estar? En ninguna parte, salvo en las largas lenguas de los funcionarios europeos, que, dicen, deben sacar ese chorro de plata de alguna parte, que no será en el país de las maravillas de Alicia. Para hacernos una mejor idea, esa cantidad colosal representa más de cuatro veces los presupuestos militares anuales y totales de todos los países de la OTAN, incluyendo a EEUU, lo que aclaramos para no dejar dudas. Dado que esa cantidad de dinero no existe, la única forma de obtenerlo es exprimiendo sin recato alguno los bolsillos de los ya vapuleados europeítos y recortando el gasto en educación, salud, vivienda, pensiones, ciencia, etc. Es decir, tendrían que hacer recortes draconianos con subida de impuestos, sin piedad ni caridad. Vaya, que, por recortar, tendrían que recortar hasta los números de los zapatos. Pero ni aun así reunirían la cifra. Para hacerlo, tendrán que endeudarse hasta el copete; pero, claro, las deudas deben pagarse, con lo que hipotecarían el futuro de sus países.

Vayamos a otro tema. La energía es poder y, por extensión, el control de la energía implica el control del poder. Esa es una de las razones fundamentales por las que la OTAN no ha podido con Rusia en Ucrania. Rusia dispone de toda cuanta energía pudiera necesitar, tanto para consumo interno como para exportar. Con el eurogallinero ocurre lo contrario. Es atrozmente deficitario en energía y debe importar casi el 60% de lo que consume. Según datos del think-tank Bruegel, entre enero y noviembre de 2024, la UE importó 19.298 millones de m³ de gas natural licuado (GNL) de Rusia, más que en 2022 (18.949 millones de m³) y que en 2023 (17.801). El problema energético no se detiene aquí. El documento titulado “Informe anual sobre el mercado único y la competitividad de 2025” afirma: “La competitividad de la economía de la UE se enfrenta a una presión creciente desde varios ángulos. Se ve afectada por los precios estructuralmente elevados de la energía y la electricidad, que, en la actualidad son entre dos y tres veces superiores a los de los Estados Unidos”. Los comentarios sobran. La guerra contra Rusia es la ruina económica del gallinero atlantista. Eso no lo cacarean.

Hay más. El comisario europeo de Energía y Vivienda, Dan Jorgensen, tuvo que admitir que las compras de gas ruso por la UE desde 2022 equivalen al precio de 2.400 nuevos cazas F-35 para el Kremlin. En 2024, la UE aumentó un 18% las compras de gas ruso. El descaro es tal que la misma UE debió reconocer que gastó más euros comprando combustibles a Rusia (22.000 millones), que en asistencia al régimen ucraniano (19.000 millones). En la práctica, las sanciones del atlantismo se acatan, pero no se cumplen, como dicen que decían los conquistadores de las ordenanzas del emperador Carlos.

También las grandes potencias necesitan disponer de recursos naturales abundantes, pues son esos recursos los que alimentan la maquinaria de guerra. Con estos recursos pasa como con la energía, que haberlos, no haylos, o haylos en cantidades insuficientes. Deben, por ejemplo, comprar mucho mineral de hierro. ¿A qué país lo compra el eurogallinero? A Rusia. En enero de 2025, “los suministros de arrabio desde Rusia a los países de la UE alcanzaron niveles récord, aumentando más de 12 veces en comparación con el mismo período del año pasado”. Según Eurostat, “el volumen de compras ascendió a 175,95 millones de euros, lo que supone la cifra más alta desde 1999, cuando empezaron a recopilarse datos estadísticos sobre este tipo de productos”, informó RIA Novosti. La Europa atlantista necesita combustibles y minerales rusos para hacerle la guerra a Rusia. Este panorama invita a resucitar al genial humorista español Gila y su célebre “Oiga, ¿es el enemigo? Que necesitamos más gas, que se nos ha acabado y vieran qué frío pasamos en los cuarteles. Ah, y también hierro, que nos quedamos sin cañones, y claro, sin cañones no podemos dispararles. Hala, que muchas gracias”.

Pasemos a otro metal, imprescindible para muchas cosas, pero sobre todo para una que ocupa, ahora, nuestra atención: el tungsteno o wolframio. Este escaso mineral es esencial para la producción de municiones, componentes de motores y semiconductores, además de para otra miríada de artefactos militares. Después de haber casi agotado sus depósitos de municiones para alimentar al ejército ucraniano, el eurogallinero cayó en la cuenta de que debían reponer lo gastado en Ucrania. Pensarlo era fácil, ponerlo en práctica no. Resulta que China genera el 80% de la producción mundial, seguida de Rusia y de Corea del Norte, países que controlan el 90% de los yacimientos totales, lo que deja en cueros a la industria y al sector militar atlantista sin alternativa de solución.

Igual ocurre con el antimonio, mineral imprescindible para producir municiones y blindaje para tanques y similares, entre otras mil aplicaciones. Los mayores yacimientos de este metal, según el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), se encuentran en China (48%), Tayikistán (25%) y Rusia. Este trío de países genera el 87% de la producción mundial de antimonio. Y los tres son aliados, como la uña y la mugre. Hay más. Hace escasos meses, China decidió cortar la exportación de antimonio, pasando a comprarlo a Rusia, Tailandia y Myammar. China parece haber decidido guardar su producción “para un día lluvioso”, por si acaso hay que darse de garrotes con EEUU (China cortó, también totalmente, el suministro de antimonio, germanio -95% de la producción mundial-, galio -67%- y otros metales raros, a EEUU. Subrayen el dato).

Terminemos en el sector industrial. Según datos oficiales, “Los servicios representan el 72 % del PIB de la UE y la industria representa casi todo el resto del porcentaje”. El “casi” de la frase es obsceno, pues insinúa que el 28% restante es sector industrial, y no es así. Según se indica en el “Informe anual sobre el mercado único y la competitividad de 2025” citado, “la construcción representa el 11 % del PIB de la UE”. Restando 11 a 28 -y obviando otros rubros-, resulta que el sector industrial del eurogallinero representa un magro 17%. Muy poca chicha para asumir el rearme masivo atlantista valorado en 800.0000 millones de euros. ¿De dónde sacarán fábricas, ingenieros, técnicos y demás? ¿Otro cuento de hadas para una triste princesa, sin feliz caballero que la adore sin verla?

Esta cruda y engruda realidad explica las declaraciones del Inspector General de la Bundeswehr, Carsten Breuer, a principios de marzo de 2025, en entrevista al diario alemán Berliner Zeitung: “la Bundeswehr debe estar lista para la guerra y el combate lo antes posible, en 2029. Esto solo se puede lograr si se sigue confiando en la OTAN y se compran armas a Estados Unidos, a pesar de las tensiones actuales con Washington. La industria de defensa europea por sí sola no será capaz de satisfacer la demanda tan rápidamente”. Por supuesto que no es capaz. Representando apenas el 17% de PIB del eurogallinero no hay infraestructura material ni humana capaz de abordar el desafío del milmillonario rearme ni hoy, ni pasado mañana ni dentro de diez años.(1)

Aquí terminamos el cuento. Porque puro cuento es hablar de 800.000 millones en rearme cuando se carece de casi todo, salvo de una rampante estupidez. Y si ocurriera, la ineptocracia que gobierna Bruselas entregaría Europa al dominio absoluto de EEUU, pues EEUU vende las armas, pero se guarda el control de su uso. Ya no se podría hablar de UE, ni siquiera de las nuevas ‘banana republics’. Habría que llamarlas las ‘chicken republics’. Con perdón de las gallinas. Ellas defienden sus huevos. Por aquí ni eso hay.

 https://www.lahaine.org/mundo.php/800-000-mil-millones-de

    

NOTA DEL BLOG  .(1)  https://www.elviejotopo.com/topoexpress/la-autodestruccion-de-europa/




https://cncomunistas.org/?p=2135

sábado, 7 de junio de 2025

¿”Judeo-cristiano”, dicen?



¿”Judeo-cristiano”, dicen?

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«Este ensayo de deconstrucción que he intentado emprender tiene por objetivo, retejer los lazos rotos por todos los costados y volver a construir lo viviente y lo real en lugar de las exclusiones mortíferas que proponen a sus pueblos todos los defensores identitarios del Norte y el Sur reunidos en su rechazo del otro, de lo complejo y lo diverso, es decir en el rechazo de toda paz posible»

 

Sophie Bessis (Túnez, 1947) es historiadora, periodista y autora de reseñables obras sobre Occidente y la visión, y dominio que ejerce, sobre los otros, con especial atención a la mitad del cielo, femenino; directora de la revista Jeune Afrique, profesora, investigadora y autora de más de una docena de obras, a las que se ha de añadir la que acaba de publicarse: «La civilisation judéo-chrétienne. Anatomie d´une imposture», publicado por Les Liens qui libèrent.

 

Cinco capítulos encadenados que se van complementando para desenmascarar la falaz e interesada expresión civilización judeo-cristiana. Comienza el recorrido con el Gran Remplazo, que hace que, lo que en sus años escolares, se hablaba de civilización europea, greco-latina, ha pasado a partir de los años 80 a imponerse esta nueva expresión, que pretende dar cuenta de una civilización que nunca ha existido, y que se utiliza y se impone con el fin de ocultar los siglos de antisemitismo cristiano y de paso excluir al islam del tríptico monoteísta, reforzando de ese modo una supuesta identidad occidental, ejemplar ella. Se erige así, una Fábrica del olvido, que borra de un plumazo los pogromos que se sucedían constantemente en los pagos del Viejo Continente, inventándose una historia de fraternidad que nunca se ha dado a lo largo de la historia; así pues, la autora incide en que estamos ante una mentira flagrante de invención reciente. El cristianismo se dio en abierta ruptura con el judaísmo, siendo considerado este último, como perteneciente al pueblo deicida, lo que supuso persecuciones sin cuento, matanzas, marginación y exclusión tanto en barrios aparte en las urbes, guetos, y en el terreno laboral, atribuyéndoles posteriormente la voluntad de diferenciarse y su tendencia a la usura…cuando de hecho eran arrojados a este tipo de actividades debido a la prohibición de ejercer ciertas actividades (me viene a la mente el ejemplo del padre de Karl Marx que para ejercer la abogacía, convirtiéndose así en el primer abogado de origen judío en Alemania, tras convertirse al credo evangélico). Resulta indiscutible, sin lugar a dudas, el papel importante que jugaron judíos en la creación de la modernidad europea (ensayos de Edgar Morin y de Enzo Traverso, ofrecen detalladas precisiones sobre dicha huella), si bien de ahí a unir en una sola expresión los nombres de ambas creencias es un salto mortal y medio.

 

Una época esencial en esta truculenta metamorfosis comenzó a ponerse en marcha tras la segunda guerra mundial, y el espanto ante la carnicería al por mayor, la Shoa, urgió a la necesidad de crear una identidad desculpabilizada, lo que dio lugar, como compensación por los males infringidos, a la instalación en tierra ajena del Estado de Israel, lo que, en parte, hacía que Occidente, el europeo fundamentalmente -si en cuenta se tiene que fue el escenario de la locura asesina- aunque también los USA, sintiese que pagase su deuda con los judíos… y sabido es que confesado el pecado, y pagando la penitencia impuesta…la cosa queda resuelta. Subraya Sophie Bessis que, en especial tras el proceso de Eichmann, se recalcó la singularidad del genocidio judío, al tiempo que se ponía en marcha la conversión de Israel en víctima permanente, eterna, al mismo tiempo que se corría un velo de olvido sobre los crímenes debidos al esclavismo, al colonianismo promovidos por Europa y sus colegas del otro lado del charco; esta calculada estrategia suponía que se considerase a Israel como un Estado diferente, no como los otros, conllevando tal singularidad que no se pueda, ni se deba, tratarle como a los otros, las exigencias que se dan con otros Estados, no rigen para Israel, que, a su vez, se ha convertido en símbolo de Occidente, extensión y baluarte, gendarme de él, lo que ha sido dicho por activa y por pasiva tanto por líderes occidentales como por los propios dirigentes sionistas…tal empeño se ha visto recalcado, una y otra vez, por Netanyahu que presenta al estado que dirige como parte de Europa («Europa acaba en Israel»)…esto hace que, amalgamando, criticar a Israel suponga al tiempo criticar las tropelías occidentales (colonialismo, etnocentrismo, imposición, jerarquía y supuesta superioridad).

 

Esta operación se ha erigido en una Máquina de expulsión, lo que hace que se dé un olvido absoluto sobre el judaísmo oriental, ocultando los tiempos en los que el judaísmo y el islam mantenían unas relaciones de cercanía desde luego mayor que la que mantenía con el cristianismo, lo que hace que resulte pertinente constatar la existencia de una cultura judeo-musulmana que hoy, por supuesto ha desaparecido, al ser eliminadas, a la vez que vilipendiadas, tanto por los nacionalismo árabes como por el sionismo, manteniendo este último una política de desprecio, marginación y apartheid con los árabes, al considerárseles desde antiguo como salvajes, no yidis-parlantes; discriminación reforzada por el judaísmo dominante que se ha empeñado en borrar todas las historias nacionales, ocultando los casos, como el de las revueltas bereberes en la Argelia del siglo VII, que con toda probabilidad estaban integradas por judíos-cristianos y árabes-musulmanes. Esta ignorancia programada se ha visto reforzada por el esquema del choque de civilizaciones, retro-alimentada a su vez por la lucha contra el terrorismo. Saca a relucir Bessis las coincidencias que se dan entre los sionistas cristianos y sus nuevos aliados:coincidiendo los sionistas antisemitas y los evangelistas americanos que sostienen de manera decidida a Israel, con una óptica teñida de mesianismo, de proclamas acerca de la Tierra Santa, posturas que cuentan con el decidido apoyo de la extrema derecha -que ocultando su tradicional antisemitismo- lo presentan como muro contra el islam, dándose una identidad ideológica, iliberal, entre las extremas derechas de distinto pelaje: israelí y foránea, que postulan una defensa acérrima de un nacionalismo étnico que se alza contra el islam. Destaca así, Sophie Bessis, que todos estos giros semánticos e ideológicos resultan una Mentira cómoda, aún en su vacío conceptual, que sirve como arma de ataque y exclusión…Ante todo ello, y ante las estrategias de división, islamofobia galopante a trote, y la conversión de los verdugos en pretendidas víctimas, la ensayista reivindica los valores de unión y concordia que se dieron en otros tiempos.

 Una travesía de una gran pertinencia que cumple con sobradas creces, la pretensión expuesta por la autora, que cito al principio del

https://kaosenlared.net/judeo-cristiano-dice/



 artículo.