lunes, 22 de marzo de 2021

Sareb, una privatización encubierta .

 

Sareb, una privatización encubierta

La Comisión Europea exige a España que reconozca como pública la deuda de 38.500 millones de Sareb, el ‘banco malo’ ideado por Luis de Guindos

Manuel Gabarre de Sus

En 2012, Luis de Guindos manifestó categóricamente que “el banco malo nunca supondrá costes para los contribuyentes”. Por desgracia, se trataba de un engaño. La Oficina Europea de Estadística (Eurostat) exigió a España a finales de 2019 que la deuda de Sareb fuese contabilizada como deuda pública antes de diciembre de 2020. 

De acuerdo con las últimas cuentas presentadas por Sareb, su deuda era de 38.438 millones de euros. Esta cantidad supone un verdadero golpe para unas cuentas públicas maltrechas por la corrupción, el coste del rescate financiero y los efectos de la pandemia. Quizá por este motivo, el Gobierno esté tardando tanto en reconocer oficialmente como pública la deuda de Sareb, aunque en los últimos días ya lo haya hecho extraoficialmente.  

La decisión de Eurostat revela la esencia de Sareb. El llamado banco malo es en realidad una gran inmobiliaria pública cuya finalidad es la privatización de unos bienes que fueron sufragados por el Estado. Durante años el Estado y la Unión Europea trataron de ocultar, mediante diversos subterfugios, la verdadera naturaleza del banco malo, pero esta ha quedado patente con el cambio de criterio de Eurostat.   

El Estado y las entidades financieras españolas constituyeron Sareb con un capital de 4.800 millones de euros en 2012. El Estado aportó unos 2.200 millones de euros y las entidades financieras aportaron el resto. Sin embargo, el grueso de la financiación de Sareb proviene de la Unión Europea, aunque este préstamo se hizo a través de intermediarios. De este modo, Sareb recibió en 2012 un préstamo de más de 50.000 millones de euros. La finalidad de este préstamo era que Sareb comprase los bienes inmobiliarios de las cajas y de los bancos rescatados, para que la propia Sareb vendiese estos bienes posteriormente. Estos bienes tóxicos estaban formados por 100.000 inmuebles, 400.000 inmuebles en garantía y unos 70.000 préstamos, según manifestaba la propia Sareb en el año 2015. Con el dinero obtenido de la venta de los bienes Sareb debía devolver la deuda que había contraído.

La clave para entender Sareb es que el Estado avaló la devolución del préstamo. Es decir, todo lo que no pueda devolver Sareb será devuelto por el Estado. Dado que la situación económica del banco malo es calamitosa, Eurostat ha decidido que su deuda sea computada como pública. En realidad, esta decisión demuestra que el aval de Sareb es un medio para encubrir lo que fue un préstamo público.

Sareb fue creada como una sociedad privada. Este camelo ha permitido que su patrimonio se vendiese de manera opaca. La Ley de Contratos del Sector Público exige unos requisitos de transparencia a las administraciones que Sareb ha podido evitar por su condición privada. Esto es muy relevante, ya que de esta manera el banco malo ha podido ocultar la identificación y el precio de los bienes que ha vendido. La confidencialidad es un derecho que se basa en que es lícito que cada cual actúe con su patrimonio como estime conveniente. Sin embargo, esta confidencialidad no debería permitirse en una sociedad que ha sido sufragada con dinero público. 

La venta de los pisos de la Comunidad de Madrid y del Ayuntamiento de Madrid a fondos buitre tiene muchos paralelismos con la actividad de Sareb. La esencia de los dos casos consiste en la privatización de viviendas sufragadas con dinero público. Por este motivo, conviene recordar que los hechos que justificaron las condenas en Madrid no habrían sido ilícitos en caso de que se hubiesen producido en sociedades privadas como lo es Sareb.

Sareb se ha deshecho de su patrimonio público a través de cuatro sociedades. Tres de ellas pertenecían a los principales bancos españoles que a su vez eran socios de Sareb: Santander, Caixabank y Banco de Sabadell. La cuarta inmobiliaria era Haya Real Estate. Haya Real Estate es una sociedad de Cerberus, que designó a José María Aznar Botella como consejero y como presidente a Juan Hoyos Martínez de Irujo, amigo íntimo de Aznar. En la venta de los bienes de Sareb a través de Cerberus también intervino Alicia Hinojos, cuya reputación quedó en entredicho al ser acusada de desviar fondos de la Comunidad de Madrid para la financiación del Partido Popular en el juicio de la trama Púnica

Puertas giratorias y un swap 

Las puertas giratorias también han marcado el devenir de Sareb. El caso más notorio es el de su antigua presidenta, la economista del Estado Belén Romana, una persona de la confianza de Luis de Guindos, que fue quien diseñó el entramado de Sareb desde el Ministerio de Economía. 

Belén Romana fue designada presidenta de Sareb y ocupó este cargo desde 2012 hasta 2015. En julio de 2013, Romana contrató un conjunto de interest rate swaps para la deuda de Sareb. Debido a la magnitud de la deuda de Sareb, este es el mayor swap que se ha contratado en Europa. Un swap es un contrato para establecer unos intereses fijos en la devolución de la deuda. La finalidad de un swap consiste en que quien lo contrata se proteja de frente a una posible subida de los intereses. Su contratación supone una ganancia si el interés real se sitúa finalmente por encima del interés acordado en el swap y una pérdida si el interés queda por debajo. 

El resultado del swap de Sareb serán unas pérdidas de unos 3.200 millones de euros y unos beneficios de esta misma cantidad para los bancos que lo concedieron. Es decir, si no se hubiese contratado el swap, Sareb se habría ahorrado unos miles de millones de euros, y en última instancia será el Estado quien corra con la cuenta. El beneficiario de esta pésima gestión de Sareb fue un consorcio de bancos liderado por el Santander .

Sin embargo, es importante prestar atención al momento en el que Sareb contrató el swap: julio de 2013. Había transcurrido ya un año desde que, el 26 de julio de 2012, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, pronunció las famosas palabras “Whatever it takes”. En aquel discurso, Draghi manifestó que el BCE haría todo lo que fuese necesario para proteger al euro. Estas palabras cimentaron un prestigio político que le ha llevado a ser primer ministro de Italia. La declaración implicaba que el BCE protegería a los países como España o Italia, cuya deuda estaba siendo atacada por especuladores financieros. El mercado entendió el mensaje y los intereses comenzaron a bajar rápidamente desde entonces. 

Sin embargo, Belén Romana no debía de estar bien informada del cambio de política del Banco Central Europeo. Lamentablemente, su negligencia le costará al Estado varios miles de millones de euros. Por otro lado, Luis de Guindos era el valedor de Belén Romana. Guindos es ahora el vicepresidente del Banco Central Europeo. Por esto resulta sorprendente que cuando era Ministro de Economía tanto él como Romana tuviesen un grado de información tan deficiente sobre las políticas de esta institución. 

En enero de 2015, Romana dejó de ser la presidenta de Sareb. Pero antes de que terminase aquel año ya se había incorporado al consejo del Santander, donde ocupa actualmente varios cargos de relevancia.  Finalmente, hay que recordar que como Sareb se consideraba una entidad privada no estaba sometida al régimen de incompatibilidades de la Administración.

El legado de Sareb

Desde el punto de vista económico su situación es catastrófica. Por un lado, Sareb ha acumulado pérdidas anuales por valor de casi 4.400 millones de euros hasta junio de 2020. Por otro lado, el deterioro de sus activos sumaba otros 5.000 millones de pérdidas hasta 2018, según manifestó Eurostat. 

El Estado declaró como pérdidas los 2.200 millones que aportó al capital de Sareb y la deuda pendiente de devolver era de 38.500 millones de euros, según las últimas cuentas depositadas por Sareb. Por otro lado, Sareb ha vendido bienes por valor de 27.046 millones de euros. Dado que los bienes que compró Sareb tenían un valor de 50.781 millones de euros, podemos constatar que Sareb ya se ha deshecho de la mayor parte de su patrimonio.

El legado social es también una catástrofe. La deuda que deja va a ser una losa para el futuro. A esto hay que agregar las vulneraciones del derecho a la vivienda que ha provocado esta entidad. Estas vulneraciones tienen que ver tanto con la miríada de desahucios que ha ejecutado como con el efecto que ha tenido su privatización en el precio de la vivienda. Los 10.000 inmuebles que Sareb dice haber destinado a fines sociales no representan más que una porción nimia de su patrimonio.

Los 500.000 inmuebles que adquirió Sareb podrían haber sentado las bases de un parque de vivienda público para alquiler. En España hay una gran escasez de viviendas sociales en comparación con las de los países más desarrollados de nuestro entorno. Así, en Holanda, el 30% de las viviendas son sociales; en el Reino Unido, el 18%; en Francia, el 17%; en Dinamarca, el 21% y en Austria el 24%. En España ronda el 2%. El patrimonio de Sareb estaba disperso por todo el territorio, por lo que habría sido idóneo para este fin. Además, el resultado económico para el Estado a través de este parque de alquiler hubiese sido, probablemente, mejor que el resultado final que, si nada cambia, va a dejar el banco malo.

La Constitución y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales exigen que los poderes públicos garanticen el derecho a la vivienda. A pesar de que el estallido de la burbuja inmobiliaria arruinó al país hace quince años, los poderes públicos no parecen haberse decidido a abordar el asunto de la vivienda de una manera responsable. Simplemente lo consideran un terreno acotado para el aprovechamiento del sector financiero, compuesto por bancos y por fondos de inversión. Durante la última década, mientras los alquileres alcanzaban precios prohibitivos para la mayoría de la población, el Estado se estaba deshaciendo a hurtadillas del parque de vivienda público con la colaboración de la banca. 

Aunque todavía no está todo perdido, porque el Sareb aún dispone de 191.000 activos, de los que al menos 59.600 son viviendas, es urgente que el Estado intervenga el banco malo en beneficio de la ciudadanía. Después de todo, como ha confirmado Eurostat, es ella la que va a pagar la cuenta.

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Manuel Gabarre de Sus es abogado e investigador de delitos económicos en @Observa_CODE. Autor de Tocar fondo, la mano invisible detrás de la subida del alquiler

https://ctxt.es/es/20210301/Politica/35419/#.YFhYatleIqM.twitte


Raúl Riebenbauer .- 'El silencio de Georg" .

Ni se llamaba Heinz Ches ni era polaco

Raúl Riebenbauer narra en 'El silencio de Georg' la historia del misterioso extranjero que fue ejecutado junto a Salvador Puig Antich

 

Manuel Ligero.

El 2 de marzo de 1974 eran ejecutados por el método del garrote vil el anarquista Salvador Puig Antich y un extranjero que respondía al nombre de Heinz Ches. Poco o nada se sabía de él y a sus jueces tampoco les interesó demasiado indagar. El mes de diciembre anterior ETA había asesinado al presidente del Gobierno, el almirante Luis Carrero Blanco, y había que castigar a alguien con la máxima dureza para enviar un mensaje a los opositores al régimen. Se dictó la sentencia de muerte en los dos casos, y ambas instrucciones estuvieron llenas de sombras. No es que no fueran culpables, pero había dudas y atenuantes, además de la lógica repugnancia humanitaria, para que se les hubiera podido aplicar penas inferiores.

La ejecución de Salvador fue la venganza de unas autoridades franquistas sedientas de sangre tras el magnicidio de Carrero («ETA me ha matado», llegó a decir Puig Antich). La de aquel otro Heinz Ches, según parece, fue producto de una catastrófica serie de desdichas, de un azar perverso y del más frío cálculo político. A Ches lo agarrotaron como complemento, como figurante, para que Puig Antich no fuera ejecutado solo. Para despolitizar el ajusticiamiento de Salvador. Su drama, que cuenta Raúl Riebenbauer (Valencia, 1969) en el libro El silencio de Georg (recientemente reeditado por la editorial La Vorágine), es que no le importó a nadie.

Ni se llamaba Heinz Ches, ni era polaco, como se dijo, ni era una bestia criminal. Su nombre real era Georg Michael Welzel. Inventó el seudónimo de Heinz Ches juntando el nombre de su padre con el apellido de soltera de su madre (que era Ches y no Chez, como escribió todo el mundo y nadie se molestó en corregir). Welzel era un mecánico de locomotoras de la RDA y había cumplido su sueño, pasar a Occidente, unos pocos meses antes de su detención en España. Pero era un hombre solo, perdido y deprimido. Y, sí, también fue un asesino. Mató a un guardia civil en el bar de un camping de Tarragona. Sin mediar palabra. Sin móvil aparente. Lo vio entrar el el bar y le disparó a quemarropa con una escopeta que había robado antes en un chalet. La reconstrucción de su vida es fruto de una minuciosa investigación a la que Riebenbauer dedicó casi diez años de su vida. Empezó siendo un veinteañero, en la década de 1990, y atribuye su tesón a la cabezonería familiar. «Soy hijo de austriaca», bromea.

 

Desde el principio, tras tener acceso a personajes clave de esta historia, como uno de los miembros del tribunal que lo condenó a muerte, su abogado civil o el cura que lo acompañó en sus últimas horas, esta investigación lo atrapó «como un cepo». Lo que iba descubriendo no se parecía a lo que los medios habían publicado en su momento. Había un montón de zonas grises. Y ya no pudo parar.

La pregunta fundamental en este caso es: ¿por qué Georg Welzel y no otro preso común? ¿Por qué lo eligieron precisamente a él para desempeñar aquel trágico papel de comparsa? «Josiah Tink Thompson hace una reflexión fascinante en El hombre del paraguas (2011), el documental de Errol Morris sobre el asesinato de Kennedy. Dice que cuando cerramos el foco y observamos las cosas a través del microscopio empezamos a ver cosas alucinantes. Pero las cosas, en realidad, son menos complicadas. El caso de Welzel parece a veces una historia de espionaje. Otras, que había algún tipo de relación turbia con las camareras del camping y que eso precipitó el crimen. O incluso que hubo un montaje del Estado para achacarle otro ataque en el puerto de Barcelona [donde disparó contra otro guardia civil, que sobrevivió]. En realidad, todo fue mucho más sencillo».

Raúl Riebenbauer
Raúl Riebenbauer, autor del libro ‘El silencio de Georg’. ESTRELLA JOVER

“¿A este? Pues este”

Riebenbauer tuvo la oportunidad de hablar con uno de los miembros del Consejo de Ministros que ratificó la pena de muerte y su explicación fue muy clara: «¿Vamos a ejecutar a Puig Antich solo? Es mejor dentro de una relación. ¿A quién tenemos por aquí? ¿A este? Pues este». Fue así de sencillo. «Eso es lo terrible de la pena de muerte», afirma Riebenbauer. «Podía haber pasado 15 años en la cárcel, pero la pena capital administrada a sangre fría por el Estado es irreversible, no hay marcha atrás».

Aquel ministro, que ante el autor «reconoció humanidad, reconoció sus dudas y hasta que no tuvo valor», insistió en mantener su anonimato como condición previa para hablar. «Traté de que en esta nueva edición figurara su nombre. Lo he intentado. Pero no ha sido posible y yo lo respeto», confiesa Riebenbauer, que no grabó aquella entrevista y que adoptó la misma precaución con las anotaciones que tomó durante aquel encuentro: nunca escribió en ellas el nombre del ministro. «Lo hice así para que nadie pudiera revelar su identidad si a mí me daba algún achaque y alguien encontraba esas notas después de publicar el libro».

El autor de El silencio de Georg compara a su protagonista con el Meursault de El extranjero. El personaje de Albert Camus acaba en el patíbulo tras una serie de encuentros desafortunados y decisiones incoherentes. Georg Welzel/Heinz Ches siguió ese mismo camino. «Yo leí ese libro cuando estaba ya en una fase avanzada de la investigación y pensé que era la misma historia. Tal cual. Es la historia de alguien al que los avatares del destino, y desde luego sus equivocaciones, le van llevando a un callejón cada vez más estrecho hasta que ya no tiene salida».

«¿Qué hubiera pasado si quienes lo juzgaron hubieran sabido que ese hombre se pasó su juventud en prisiones de la Stasi por tratar de escapar del comunismo? ¿Qué hubiera pasado si hubieran sabido que lo persiguieron a él y a su familia, que tuvo un intento de suicidio, que su hermano Peter vio truncada su carrera como militar, que su madre sufrió desgarros emocionales constantes porque aquel chaval estaba obsesionado por la libertad y por cruzar a la otra Alemania?», se pregunta Riebenbauer.

Quienes asistieron a su ejecución (y algunos funcionarios tuvieron que hacerlo por obligación) quedaron marcados de por vida. La llevó a cabo un verdugo sin experiencia de forma chapucera y espeluznante. «En 1974 aún se ejecutaba en España con el garrote vil, un método medieval, y en el caso de Georg fue puesto en práctica de una forma tan negligente que multiplicaba por mil los horrores de la pena de muerte». Contar los detalles de aquel suceso colocaron a Raúl Riebenbauer ante un dilema ético. «Por varias razones –explica–. Primero, porque me parecía desgarrador para quienes estuvieron allí. La escena fue tan fuerte que luego, cuando por fin conocí los detalles, entendí la negativa de tanta gente a hablar. ¿Cómo se sigue viviendo después de haber estado en aquella sala? Y el otro gran dilema era qué lenguaje utilizar para evitar la pornografía. Traté por todos los medios de esquivar el sensacionalismo, que fue el tono utilizado por El Caso cuando dio la noticia, esa tendencia a ahondar en los detalles más sórdidos, y que también podemos ver hoy en programas de Telecinco o La Sexta».

El libro, en cualquier caso, es una historia personal, no una crónica periodística. Así lo confiesa su autor, que reconoce una ausencia sensible en el relato: la del testimonio de los familiares del agente Antonio Torralbo, el guardia civil de 26 años al que Welzel asesinó en el camping de Tarragona. «Ese es claramente un vacío que hay en esta búsqueda», reconoce. «Es difícil de explicar cuál acabó siendo mi relación con el hombre cuya identidad estaba reconstruyendo. La testigo esencial del caso [la holandesa Jeannette van Hoorn, camarera del camping] me confirmó cómo fue el crimen y me dijo claramente: “El día que aceptes que Georg fue un asesino, empezarás a dejar atrás esta historia y, quizá entonces, podrás empezar a saber qué es lo que haces tú en ella”. En el libro le cuento al lector que he traspasado las líneas rojas que no se deben traspasar como periodista. Estas líneas no son absolutas ni funcionan igual en todos los casos, pero admito que las traspasé».

Riebenbauer narra en su relato, de forma desnuda, cómo la historia de Heinz Ches lo atrapa «por las entrañas» y acaba nublando su objetividad. «La identificación con el objeto de mi investigación y el deseo de que aquel hombre fuera inocente me hizo caer en una injusticia –acepta–. No era inocente. Mató, y lo hizo de una manera inexplicable, e intentó matar a otro agente. Ya no podía ser una historia sobre la restitución de una identidad, una búsqueda por la limpieza y la inocencia. Pero en el curso de la investigación yo lo creía así, y me sentía incapaz de hablar con la familia de Antonio Torralbo. Aún hoy no sabría decir por qué, pero no podía. En el libro lo cuento todo con honestidad, también esta parcialidad. Me gustaría saludar a la familia de Torralbo, pero no lo hice entonces y no sé si hoy tiene sentido».

Prueba balística
Prueba guardada en el sumario: el proyectil disparado contra el guardia civil Jesús Martínez Díaz en el puerto de Barcelona el 13 de diciembre de 1972. Welzel, que se declaró culpable del asesinato del camping de Tarragona, siempre negó su autoría en este otro ataque. LA VORÁGINE

Su obsesiva búsqueda por saber quién era el hombre que se escondía tras el nombre de Heinz Ches le llevó a entrevistarse con muchos de los implicados en el caso: testigos, jueces, funcionarios, incluso con la propia familia de Georg Welzel en Alemania. De todos ellos, quizás el que sale peor parado en esta historia de deshumanidad y ñapas procesales es el abogado civil que se hizo cargo de su defensa, Jordi Salvà Cortés.

Riebenbauer asegura que no era su intención hacer un retrato cruel, «no tenía una animadversión especial contra él», pero la desidia que exhibió durante la instrucción y su pasotismo posterior lo hicieron inevitable. «Mantuve varias conversaciones con Salvà y estas se fueron endureciendo conforme iba avanzando en la investigación, porque vi que había varias cosas que podría haber hecho y no hizo». De haber actuado con más profesionalidad, quizás Georg Welzel hubiera escapado a la pena de muerte. «Y había algo que me irritaba mucho y es que siguiera yendo a las facultades de Derecho, que siguiera dando conferencias y escribiendo artículos como atribuyéndose un mérito».

Tiempo después el azar quiso que Salvà y Riebenbauer volvieran a encontrarse de forma fortuita en las calles de Tarragona. «La memoria es un poco creativa pero creo recordar que al despedirnos me dijo: ‘Quizás tenías razón. Quizás no hice todo lo que pude’. Cuando lo dejé yo estaba temblando. Era una sensación de alivio pero también de pena. Porque Salvà, en el fondo, también fue víctima de las circunstancias del momento».

‘La torna’ de Els Joglars y el giro de Boadella

Una torna, en catalán, podría traducirse como «un complemento» o «un añadido». Eso fue Heinz Ches, un complemento, podría decirse que casi un adorno, al castigo ejemplar que quería exhibir el régimen franquista ejecutando a Puig Antich. Albert Boadella tituló así, La torna, la obra en la que hablaba del proceso y ejecución de Heinz Ches y que le valió a él mismo ser encarcelado y pasar por un consejo de guerra por injurias al Ejército. Es sabido que Boadella, que no tenía ninguna intención de convertirse en mártir, huyó de la cárcel y escapó a Francia en 1978.

La escena que despertó la ira de los militares fue la que representaba la deliberación del caso. Se basaba en la pura realidad: aquellos hombres de uniforme encargaron una paella y vino de rioja en un restaurante cercano para sentarse a discutir sobre la vida y la muerte de Welzel, con el resultado ya conocido. Consideraron una «injuria» verse representados por El Joglars como patriotas borrachos y vocingleros.

Para su libro, Raúl Riebenbauer habló también con Boadella y el suyo fue un encuentro cálido y amistoso. El dramaturgo se interesó vivamente por el progreso de la investigación e incluso incluyó los descubrimientos de Riebenbauer en una nueva versión de la obra, titulada La torna de la torna y estrenada en Reus en 2005.

¿Le sorprende a Riebenbauer la deriva ideológica que hoy ha tomado Boadella? «Totalmente. Cuando nos conocimos me trató con mucho cariño y con mucho respeto. El ya vivía su fractura con Catalunya pero todavía no había ahondado en su proceso de derechización. Ahora me siento muy alejado de él. Hace poco, por curiosidad, leí algunos tuits suyos y me pareció que estamos en lugares muy diferentes de la realidad. No puedo sentir afecto por su ideología ni por su manera de vivir».

Hay otra cosa que molesta a Riebenbauer y que, de alguna manera, define la personalidad de Boadella: su empeño por que se reconociera como propia y única la autoría de La torna. «Aunque él dirigía Els Joglars y era la figura esencial, está claro que el proceso de creación fue colectivo. Y así lo sostienen el resto de miembros de Els Joglars».

«Le estoy muy agradecido al Albert con el que tuve conversaciones tan íntimas. Incluso me confesó que sospechaba que a su hermano lo asesinaron porque lo confundieron con él. Él quedó muy marcado por el caso de Heinz Ches y se entusiasmó con mi trabajo. Pero el Albert que leo ahora, con sus expresiones cada vez más reaccionarias, está muy lejos de mí», se lamenta el autor.

Quedar marcado

Tampoco Riebenbauer salió indemne de esta historia. Se había metido tan profundamente en ella que en una de sus visitas al Gobierno Militar de Barcelona para consultar el sumario de Georg Welzel vio que habían cosido un añadido al final. Era su propio historial, con sus peticiones y sus visitas al archivo. Estaba, literalmente, «cosido a él».

Con toda la documentación recabada pretendió hacer un documental. Hay que señalar que Riebenbauer tiene una larga experiencia en este campo y que fue premiado en varios festivales por su película La sombra del iceberg (2007), en la que investigaba la figura del miliciano muerto durante la Guerra Civil en la célebre foto de Robert Capa. Con el caso de Heinz Ches no tuvo tanta suerte. Denuncia que la productora Malvarrosa se apropió de todo su trabajo y lo expulsó del proyecto. Aquello, según Riebenbauer, le produjo una profunda depresión.

Si consiguió salir de aquel pozo fue gracias al apoyo y la generosidad de dos personas relacionadas con su historia: Francesc Escribano, el autor de Compte enrere, el libro que reconstruye las horas finales de Salvador Puig Antich, y la propia hermana de este, Carme.

Carme Puig Antich lleva 47 años batallando con la justicia para que se anule la sentencia de su hermano y se reconozcan las irregularidades que hubo durante el proceso. Entre ellas destacan la desaparición de las pruebas de balística y la cuestionable autopsia del policía al que supuestamente mató Salvador, que no se realizó en el Instituto Anatómico Forense sino en una comisaría. Durante todos estos años no ha parado de denunciar «la farsa» de juicio al que fue sometido su hermano. Pero no se ha encerrado ahí. Apoyó a Riebenbauer en su propia investigación, lo ayudó a salir de su depresión, lo animó a escribir este libro y sigue cerca de él hoy, acudiendo como invitada a las presentaciones.

Carme sigue luchando para restituir la memoria de su hermano. No se da por vencida a pesar de su profundo pesimismo respecto al sistema judicial español. Simplemente hace lo que, por obligación moral, cree que debe hacer.

En un momento del libro, Raúl Riebenbauer cuenta su conversación con Walter Haubrich, corresponsal del Frankfurter Allgemeine que cubrió la noticia de la ejecución de Georg Welzel. En ella le pregunta: «Oye, Walter, con raíces como estas, ¿crees que este país podrá recuperar la memoria? ¿Nos dejarán?». ¿Cómo contestaría el propio Raúl a esta pregunta?

«Yo creo que no. No nos dejarán. Hay una conexión clarísima entre el país en el que vivimos y la dictadura de la que procedemos», responde Riebenbauer. «Para empezar, en la figura del propio monarca, que accede a la jefatura del Estado gracias al dictador. Querrán separar al ciudadano Felipe de aquellas raíces, pero ahí están. Además, la ley de amnistía permitió que todo lo que ocurrió haya sido borrado y perdonado. Y también ha habido un gran conformismo desde una parte de la izquierda… aunque no tengo muy claro que al Partido Socialista se le pueda llamar izquierda. La cita de José María Mendiluce con la que abro el libro [y que pertenece a un artículo publicado en El País en 2001] sigue valiendo para hoy».

La cita es: «Y para evitar que se confundiera la memoria con el resentimiento o los deseos de venganza, se perdonó hasta el recuerdo, renunciando a una imprescindible pedagogía democrática».

https://www.lamarea.com/2021/03/18/ni-se-llamaba-heinz-ches-ni-era-polaco/


domingo, 21 de marzo de 2021

Galicia una finca en manos de la celulosa .

Fabrica de celulosa  ENCE en la ría de Pontevedra .

Galicia una finca en manos de la celulosa ENCE. 

Antón Bahamonde

Cuando yo era un niño, el verano era coger el coche para ir a la playa los domingos a Covas, en Viveiro (Lugo). En el cuatro latas -en aquel entonces la gente del común gastaba siempre una retórica anti pretenciosa- traspasábamos el alto de A Gañidoira para acercarnos a la costa. A veces parábamos en algún rincón al borde de la ría, mirando al mar, ese infinito. Y, aunque los humanos apenas conservamos nada del olfato que hace unas docenas de miles de años tuvimos, el aroma mentolado del eucalipto se imponía como una nube agradable, leve y suave. Sí, como tanta gente de la Galicia interior, yo creía que el eucalipto era un árbol de la costa, casi sureño y afrodisiaco.

Ubicuidad del eucalipto

Eso era, naturalmente, antes. Antes de que el eucalipto alcanzase en Galicia el don de la ubicuidad y colonizase, insidioso, hasta las elevadas cotas de la Terra Chá, altiplanicie que, por sus heladas invernales, era refractaria a esa especie. La variedad nitens saltó eses obstáculo.

A día de hoy, hay más eucaliptos en Galicia que en Australia. De ese continente, se pensaba, había traído las semillas Fray Martín Rosendo Salvado. Parece que el dato no es veraz, pero sigue siendo cierto que el benedictino de Tui fue un gran hombre que dedicó su vida a demostrar -¡había que demostrarlo!- que los aborígenes eran tan humanos como los presos políticos irlandeses o los presos comunes británicos que Gran Bretaña usó para fundar Australia. Albino Prada, tudense voluntario, le dedicó una breve biografía al fraile.

¿Más eucaliptos que en Australia? Por lo menos eso estimaba el Sindicato Labrego Galego en una palestra sobre incendios hace cuatro años. En todo caso, el eucalipto se extiende, imparable, como una mancha de aceite sobre una superficie lisa. Esta frondosa ocupa ya 400.000 hectáreas de bosque en Galicia, el doble de lo que preveía la Consellería do Medio Rural para 2032. El 25% del área arbolada del monte de Galicia es de eucalipto y el porcentaje sigue subiendo, a la sombra de la demanda de Ence, que es el principal comprador

Monocultivo inflamable. Factor 30-30-30

El eucalipto, monocultivo de crecimiento rápido y rotación corta, consume el agua disponible, acidifica el suelo y lo hace enormemente inflamable. En determinadas condiciones, con 30 de temperatura, 30 de humedad, 30 de viento, el monte puede convertirse en una trampa mortal. Fue lo que pasó en el incendio de junio de 2017 en Portugal en el que 63 personas se vieron atrapadas y perdieron la vida. Aquí nunca sucedió una desgracia de esa magnitud, pero sí que se perdieron vidas en circunstancias similares. Y puede volver a suceder.

Los eucaliptos arden más y, además, perjudican a la biodiversidad. Los bosques de robles, castaños y pinos son más amables con sus vecinos, pero el eucalipto es más reacio a compartir su espacio con otras especies. Su aroma embriagador puede engañar a los sentidos. Ante el eucalipto uno puede quitarse el sombrero y apreciar sus maravillas e incluso sentir la tentación de trepar por sus ramas como un koala, pero sería una auténtica desgracia que el paisaje gallego solo consistiese en una monótona sucesión de eucaliptales.

Pero ¿qué hay de su rentabilidad? Galicia, cada vez más, es una enorme finca en manos de Ence, la fábrica de celulosa de Pontevedra. El eucalipto parece una forma fácil y cómoda de ganar dinero en un país que, en las últimas décadas, le dijo adiós aos ríos, aos montes, aos regatos pequenos y a las figueiriñas que prantou. El 33,3% del suelo se dedica al cultivo agrario en España; en Galicia, el 12,8%.

Pero ¿es realmente rentable? Los euros que se obtienen con el eucalipto son tal vez un animal mitológico, o una variedad del modo en que el Duque de Chesterfield describía el acto sexual: "El placer, momentáneo; la posición, ridícula; el gasto, excesivo". Tal vez hay más prestigio del fenómeno que trigo en la hucha. En el mejor de los casos, un propietario puede obtener 600 euros por año por cada hectárea de monte dedicada al eucalipto, siempre y cuando, claro, esas hectáreas no estén dispersas ni en lugares de difícil acceso. Los expertos creen que el precio va a decrecer porque hay otras alternativas de abastecimiento de la industria pastera en Brasil, Chile o Indonesia.

¿Merece la pena el eucalipto no solo para los propietarios, sino para toda la sociedad gallega? Parece difícil pensarlo, cuando los beneficios son fundamentalmente para Ence, pero los costes medioambientales los pagamos todos, entre otras formas, a través del enorme dispositivo antiincendios que hay que sostener. ¿No convendría explorar otros usos del monte, otros cultivos? De las facultades de biología y de ingenieros forestales salen todos los años hornadas de gente formada: ¿no podrían conformar una nueva clase agrícola, cultivando olivos, cerezos, manzanos, ciruelos, viñas o una infinidad de cultivos de huerta, de tomates y habas, fresas, flores, té o qué sé yo?

Por no decir que es obligado favorecer los cultivos de proximidad. El coronavirus mostró evidentes debilidades de la cadena de abastecimiento de las que Europa tomó nota. De hecho, un aspecto esencial del Pacto Verde Europeo es el informe Farmers of the future, encuadrado en la estrategia de la UE Farm to Fork (De la granja a la mesa).

El rendimiento económico y, por supuesto, el social, de estas opciones de cultivo multiplica con mucho el del eucalipto. Pero en Galicia aún pesa mucho una mentalidad que solo concibe la vida rural desde la óptica de la pobreza y esta es una losa en el cerebro difícil de apartar. El eucalipto, que no da muchos euros, no da tampoco mucho trabajo, lo que es la clave para muchos pequeños propietarios que heredaron esas tierras pero no viven en el campo. Llevar una explotación agrícola moderna implica dedicarle tiempo y esfuerzo, aprender mucho y ser avispado. Hay que querer.

Pero claro que hay otras alternativas más lucrativas. Harían bien tanto la administración como los particulares en darle a la cabeza para llenar el campo de nuevas granjas y huertas. Además, ahora para gozar de las amenidades de la vida urbana no hay que vivir en la ciudad. Los transportes e Internet transformaron el significado del ocio.

El eucalipto ya no es una opción

Por otro lado, si el economista Marcelino Fernández Mallo tiene razón, "el eucalipto ya no es una opción". Los criterios estratégicos de la UE, que insisten en la necesidad de fomentar la biodiversidad en el medio natural, la necesidad de apoyar la economía de proximidad y la precaria situación del rural gallego obligan a sustituir las plantaciones de eucaliptos por cultivos agrarios y árboles autóctonos. Mallo escribe: "Podrá Feijóo seguir ignorando la realidad, podrá continuar confundiendo y engañando, podrá reincidir en su presión a los medios, podrá negar la evidencia durante un tiempo, pero llegará el momento de asumir la razón y la lógica: el eucalipto fue un desastre para el rural gallego".

En una célebre viñeta Jaume Perich parodiaba un anuncio del Icona -Instituto para la Conservación de la Naturaleza- muy popular en los últimos años del franquismo que rezaba "si un monte se quema, algo suyo se quema" con un irónico "algo suyo se quema...señor conde". Conde de Polentinos es el señor consejero delegado de Ence. Pero no crea el amable lector que los aristócratas de hoy reniegan, como hacía uno de los asistentes a la tertulia de Baroja, el señor de Olmos Albos, de ser "uno de esos miserables que se lo deben todo a su propio esfuerzo". A eso solo aspiramos hoy, con poco éxito, dos o tres románticos que bendecimos la pereza -alabado sea Paul Lafargue- hundidos, para nuestra desesperación, en un océano de autómatas hiperproductivos, o que dicen que lo son, porque a lo mejor es todo una bola y vanitas vanitatis...

El señor conde de Polentinos fue noticia porque, afanoso de su trabajo, emulando al Rubius en Youtube, no tuvo otra ocurrencia que afirmar que Pontevedra podría llevarse un susto fenomenal si no se le conserva la moratoria, presuntamente ilegal, que Mariano Rajoy le concedió a la fábrica de celulosa hasta 2073. La Fiscalía está investigando el asunto, pero no es probable que por ese lado el señor conde se lleve él mismo un susto.

Pocos días después, unos trabajadores acosaban al alcalde de Pontevedra, Miguel Anxo Lores. En otras ocasiones han sido amenazados y señalados como diana miembros de su equipo de gobierno. Son violencias y amenazas -Ence borroka le llaman algunos- que la prensa tiende a ocultar. La vara de medir la violencia, más que seguir el sistema métrico decimal, aumenta o disminuye dependiendo de con quién se use.

Temor de Ence

El factor que explica ambos acontecimientos es el temor, parece que fundado, de que Ence tenga que cerrar. No solo a que unas palabras de la Ley de Cambio Climático permitan anular el aumento hasta 2073 del plazo de la concesión obligando a la reversión de la marisma de dominio público en la que está instalada. También existe el peligro, para la pastera, de que los tribunales declaren ilegal la prórroga que, in extremis, los últimos días de su gobierno, ya en funciones -una práctica filibustera-, le concedió graciosamente Mariano Rajoy a la empresa ampliando el plazo de permanencia en el dominio público marítimo de Lourizán hasta 2073.

Pero la ley afirmaba que la suma de las concesiones y prórrogas -eso es lo que se dirime- no podrían exceder de 75 años, con lo que Ence tendría que cerrar en 2033. Fue esa norma la que el gobierno de Mariano Rajoy, con las consabidas trampas legales, se pasó por el forro. Ya se ve que algunos gobiernos, cuando tienen que aumentar los plazos, son generosísimos. Milagros del capitalismo concesional.

"Va en serio"

Veremos qué pasa, pero todo indica que, como avisa Feijóo, "esta vez va en serio" -la salida de la pastera de la ría-, lo que lo anima a defender a Ence y al eucalipto con uñas y dientes. Su pretendida moratoria del cultivo de eucaliptos tiene toda la pinta de ser poco más que humo, ceremonia de la confusión y, en definitiva, un acto de propaganda y desinformación pensando para despistar y para dar a entender que va a hacer lo que no tiene la menor intención de hacer. Cuando pase el tiempo, ya ofrecerá un argumento ad hoc para justificar las nuevas superficies forestales ganadas para el eucalipto. Es un presidente en el que, me temo, como la leña verde, todo es humo.

https://www.eldiario.es/galicia/politica/galicia-finca-manos-ence_130_7330720.html

sábado, 20 de marzo de 2021

150 años de la Comuna de París.

 150 AÑOS DE LA COMUNA DE PARÍS

"Feas, incendiarias y marisabidillas": las comuneras que aterrorizaron a la burguesía

La Comuna de París supuso un hito de la lucha feminista. Su presencia a pie de barricada despertó una brutal represión por parte del poder de la época, que veían en su libertad y autonomía un peligro a tener en cuenta 


Mujeres de la Comuna de París
Fotomontaje que muestra la prisión de Chantiers en Versalles con prisioneras de la Comuna de París.  Ernest Charles / MUSÉE CARNAVALET – HISTOIRE DE PARIS
JUAN LOSA 

El conflicto nunca cesa. Nos acompaña desde el origen del origen y cabe pensar −no es descartable− que sea inherente al ser humano. Mal que le pese a los devotos de la concordia con sus margaritas y sus soporíferos cumbayás, la historia de la civilización es, también, la historia de esa tensión por transformar el mundo y cambiar la vida.

"¡Nos creímos tan fuertes que quisimos ser mansos!", anotaba Rimbaud a pie de barricada en plena euforia comunera. No es para menos, la revolución hermana al personal convirtiendo vidas de prestado en trozos diminutos de Historia con mayúscula. Es la hora de los parias, es el momento de la turba, la llamada de los que se quedaron sin nada y echaron mano de la dignidad.

Se cumplen 150 años de la Comuna de París, se cumple siglo y medio de aquella epifanía insurreccional cuyos ecos todavía hoy reverberan. Una música, no me negarán, que suena tristemente bella y que entonaron durante 60 días y sesenta noches hombres y mujeres, de igual a igual. Aquel hito de las clases populares, que fue también feminista, removió la división del trabajo a pie de barricada.

Fueron obreras, costureras, panaderas, cocineras, floristas, niñeras, limpiadoras y cantineras, pero también defendieron la comuna fusil en mano, también protegieron sus arsenales, se organizaron y tomaron la palabra en todos los debates. "¡Ciudadanas, todas resueltas, todas unidas, a las puertas de París, en las barricadas, en los barrios, en todas partes!", clamaba Élisabeth Dmitrieff, líder de la Unión de Mujeres.

Y así fue. En todas partes. No sólo en la retaguardia. La profesora Dolors Marín, doctora en Historia Contemporánea y experta en movimientos sociales y memoria histórica, evoca aquellos días como una mezcla del fragor del momento y de una intensa tradición de lucha que se remonta a la Revolución francesa. "Pasó algo muy parecido a lo que se vivió el 19 de julio del 36 en nuestro país, el pueblo salió a la calle para armarse, pedían armas para defender lo que les pertenecía, las milicianas corrían al frente y a las barricadas junto a sus maridos, compañeros y hermanos, ni más ni menos", explica Marín.

Mujeres de la Comuna
Mujeres arrestadas durane la Comuna.  Grabador anónimo / MUSÉE CARNAVALET, HISTOIRE DE PARIS

Un compromiso con su tiempo que está fuera de toda duda. El periodista comunero Prosper-Olivier Lissagaray, cuya seminal obra Historia de la Comuna de París de 1871 −que acaba de reeditar Capitán Swing− refería así el ímpetu de sus compañeras de lucha: "Las que se han quedado son mujeres fuertes, entregadas y trágicas, que saben morir igual que aman, con ese espíritu puro y generoso que recorre, lleno de vida, las profundidades populares desde 1789. Estas compañeras de trabajo también quieren asociarse a la hora de la muerte".

No hay duda; venían preparadas de casa. Muchas de ellas ya participaron en las revoluciones de los años 20 y en la del 48. Un currículum revolucionario y un grado de politización para nada desdeñable. "Son las herederas naturales de Olympe de Gouges, que redactó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana en 1791, pero también de Fourier y Saint-Simon, prebostes del socialismo utópico francés". 

La maestra anarquista Louise Michel, que dejó por escrito lo vivido aquellos meses en La Comuna de París (La Malatesta Editorial), cifró en unas 10.000 las mujeres que participaron de primera mano en las actividades de La Comuna. Un trasiego revolucionario que aprovecharon para reivindicar, curiosamente, lo mismo que ahora. "Su lucha −prosigue Marín− no difiere mucho de la actual, sus bastiones eran el derecho a la enseñanza, una enseñanza que fuera laica y racionalista, y la igualdad salarial". 

Las petroleras

Mujeres de la Comuna
Las petroleras, chivo expiatorio de la prensa de la época.

La prensa burguesa cargó las tintas. Los editores aderezaron sus prejuicios de clase con una buena ración de patriarcado y el resultado fue una campaña sin precedentes contra aquellas mujeres libres. "Les molestaban, querían colocar a la mujer de nuevo en su sitio, empezaron a inventar que llevaban moños incendiarios y que escondían material explosivo bajo sus faldas, las tildaban de feas y marisabidillas por el simple hecho de que sabían leer, algo así no se podía permitir", explica la profesora Marín.

Pero más allá de la caricatura versallesca, las petroleras o incendiarias existieron. Vaya si lo hicieron. Dado que el siempre socorrido cóctel molotov estaba aún por inventar, se servían del petróleo para proceder a lo que viene siendo el caloret faller. Decenas de mujeres convirtieron en auténticas piras los formidables palacetes burgueses que salpicaban la ciudad. 

Conforme el sueño revolucionario fue decayendo a causa de las acometidas del poder político y sus esbirros, llegó el momento de la represión. Una represión que fue brutal y que se cebó, con especial saña, con la mujer. "Las burguesas les hundían los ojos con la punta de las sombrillas, mataban a sus hijos delante de ellas, las deportaban a Nueva Caledonia, sus vidas no valían nada", lamenta Marín.

El fin de La Comuna tras dos meses de resistencia y autogestión inaugura una tradición de derrotas que llega hasta nuestros días. Aquel 28 de mayo, mientras las fuerzas versallescas sometían a los últimos insurrectos y comenzaban a barruntar ya la salvaje represión que vendría, aquel día se tensaba para siempre el extremo de una fértil cultura de clase que se forjó a sí misma a base de hambre y alienación. Ecos de una melodía tristemente bella que no puede dejar de sonar. 

Mujeres de La Comuna
Mujeres de la Comuna ante el Consejo de Guerra de Versalles, 2 de septiembre de 1871.  Ernest Charles / MUSÉE CARNAVELET - HISTOIRE DE PARIS
https://www.publico.es/culturas/feas-incendiarias-marisabidillas-comuneras-aterrorizaron-burguesia.html
 y ver  ...https://ctxt.es/es/20210301/Politica/35378/Comuna-Paris-150-aniversario-revolucion-Louise-Michel-chalecos-amarillo.htm
 y ver  ..https://www.cuartopoder.es/internacional/2021/03/18/la-comuna-de-paris-y-la-pervivencia-del-espiritu-revolucionario/

viernes, 19 de marzo de 2021

Como los libertarios liberales giraron a la extrema derecha.

 

¿Qué quieren los libertarios y por qué giraron a la extrema derecha?

Fuentes: https://www.eldiplo.org


La extrema derecha quiere cambiar el mundo. Y mucha gente está convencida de que eso es lo que el mundo necesita. Con combinaciones de nacionalismo, posiciones antiestado, xenofobia, racismo y misoginia, pero también guiños a la comunidad LGBTI y consignas ecologistas, con un aura de incorrección y novedad que atrae a los jóvenes, las llamadas “derechas alternativas” están protagonizando una revolución en la política occidental. Aquí compartimos un fragmento del nuevo libro de Pablo Stefanoni publicado por Siglo XXI editores.

Es más de medianoche de un sábado templado en Buenos Aires en el fin del verano de 2019. En el teatro Regina, un clásico del centro porteño, transcurre una curiosa obra. El “actor” es un excéntrico economista que en los últimos a años viene ocupando los talk shows televisivos en una cruzada antikeyneasiana nunca vista en la Argentina. Envuelto en una bandera de Gadsden (1) y con música de Una Bandita Indie de La Plata, Javier Milei entra al escenario como el “último punk”, el “único que nos puede salvar del socialismo apocalíptico”. Para el público es una salida de sábado: parejas de jóvenes, con curiosidad de ver en persona al economista estrella del momento y sacarse selfies con él, simpatizantes de las ideas libertarias que buscan escuchar discursos contra los políticos (“parásitos adoradores de la religión Estado”), los impuestos, los empresauros (empresarios que viven del Estado) y la decadencia argentina.

La obra se llama “El consultorio de Milei” y cada tanto vuelve a sala llena a diversos teatros del país. En la austera escenografía, evidentemente hecha a las apuradas, se destacan algunos retratos que constituyen el panteón liberal- libertario. John Locke, Milton Friedman, Ludwig von Mises, Friedrich Hayek y Murray Rothbard. Y el propio John Maynard Keynes. Las razones de su presencia, en un extremo del escenario, se develarán pronto: el economista británico recibirá “en persona” los gestos obscenos que le lanzará Milei, que considera que su obra es “pura mierda” escrita para “políticos mesiánicos y corruptos”. Milei es, sin duda, quien puso en circulación, con más fuerza desde 2015, una serie de tópicos libertarios, e incluso anarcocapitalistas, en un país ajeno a semejante desprecio por el Estado. De hecho, los libertarios se quejan de que “Argentina es el país más zurdo del mundo”.

La mayoría de los nombres de los retratos colgados en el escenario posiblemente le dicen algo al lector, al menos quizás los escuchó nombrar alguna vez. Salvo uno: Murray Rothbard. Este libertario estadounidense, con formación en la Escuela Austríaca de economía de Mises y Hayek, es, no obstante, una figura clave para entender los puentes entre libertarios y extrema derecha. Leer a Rothbard –fui descubriendo mientras me documentaba para la escritura de este libro– echa luz sobre lo que a priori parece un mundo de contradicciones y permite ordenar de otro modo las piezas y dar sentido al tablero de ideas. Fue él quien, en los primeros años noventa, bautizó la síntesis libertario-conservadora como “paleolibertarismo”, como una forma de articular ideas libertarias y reaccionarias. De hecho, los libertarios del siglo XXI –en el sentido que la palabra tomó en los Estados Unidos– parecen ubicarse cada vez más a la derecha. Estos son los libertarios de los que nos ocuparemos en este capítulo.

En el caso argentino, sus ideas atraen a muchos jóvenes apenas posadolescentes, que encuentran en Rothbard una fuente de inspiración, incluso accesible en español a partir de las traducciones de la editorial Unión. Estos jóvenes admiran a Donald Trump y a Jair Bolsonaro, defienden la libertad de portación de armas (aunque la mayoría de ellos seguramente apenas sabría apretar el gatillo) y se oponen a la legalización del aborto; muchos de ellos participan del movimiento celeste. Por eso, además de Milei muchos tienen como referente a Agustín Laje, un influencer argentino y producto de exportación, que escribió con Nicolás Márquez el best seller El libro negro de la nueva izquierda (2016) que tiene en la portada una imagen del Che Guevara con los labios pintados. Laje está embarcado en una guerra cultural contra el feminismo y, más en general, contra el progresismo, y aspira a ser una especie de Gramsci de derecha (Elman, 2018). No es el primero que lo intenta –el italiano siempre generó cierta fascinación en la derecha–. Laje también ofrece su pastilla roja para acceder a la verdad ocultada por un sistema controlado por el progresismo. En su caso, la pastilla azul (la de la esclavitud mental) no es sinónimo de Chomsky sino de Judith Butler, expresión máxima de la “ideología de género”, aunque a veces su combate “políticamente incorrecto” se extiende a una revisión prodictadura de los anos setenta (tarea en la que se destaca, sobre todo, Márquez).

Recientemente, aprovechando una estadía en España, Laje se acercó a Vox, al que reivindica como la “derecha de verdad”. Su canal de YouTube tiene setecientos cincuenta mil suscriptores y es invitado con regularidad a dar conferencias en América Latina, de las que participan figuras de primer orden de las derechas “de verdad” de esos países, incluido algún presidente o expresidente. “Recuperar el término ‘derecha’, como hace Vox, es una buena forma de articular distintos conjuntos de ideas que se parecen mucho”, dijo al diario El Español, que presentó de manera sensacionalista al argentino como “El gurú que inspira a Vox”.

Milei y Laje se dividen las tareas: uno vende la red pill económica (para matar el virus keynesiano) y el otro la red pill cultural (para acabar con la “ideología de género”). Muchos jóvenes las compran. Sus conferencias, videos de YouTube o polémicas en Twitter llegan a miles de personas y constituyen, sobre todo, un fenómeno subcultural. Muchos sienten que están en la caverna resistiendo a la “policía del pensamiento”.

Más allá de “los neoliberales de siempre”

Sería cómodo, desde el progresismo, despachar el fenómeno de los libertarios diciendo que “son los neoliberales de siempre”, que los liberales siempre apoyaron dictaduras y defienden la libertad cuando les conviene, por lo que no habría nada nuevo, ni contradicción alguna, en esta “nueva derecha”. Pero también se puede hacer el esfuerzo de captar la novedad y la potencia de este libertarismo contemporáneo para presentarse como “rebelde” frente al statu quo, lo que el progresismo muchas veces ya no logra, y construir una narrativa, aunque a menudo rocambolesca, acerca del mundo actual. Para tratar de entender este fenómeno que recupera ideas libertarias y conservadoras y tiene su base en la cultura política estadounidense hay que llevar la mirada algo más lejos en el tiempo y el espacio, precisar de qué hablamos cuando hablamos de libertarios –y paleolibertarios– y tomar en serio sus ideas aunque tengan una fuerte carga utópica (¿la izquierda puede acusar de utópicos a otros?) y resulten repulsivas en muchos aspectos, dado que no ocultan sus posiciones antiigualitarias. Pero bucear un poco en este (sub)mundo puede ser también productivo para contrastar ideas y prejuicios, y una puerta para descubrir personajes que organizaron su vida en pos de diversas formas de utopía capitalista, a veces tan utópicas que, en caso de plasmarse, quizás ya no podríamos hablar estrictamente de capitalismo, al menos no como lo entendemos hoy en día.

Los libertarios solían combinar su deseo de destruir el Estado con la convicción de que cada uno es dueño de su vida –de consumir o no drogas, de acostarse con quien quiera, etc.–en su ámbito privado. El Estado no tiene por qué meter sus narices ahí. Esto los volvía más o menos progresistas en el ámbito de la cultura. Pero eso cambió. Cada vez más, nos topamos con gente que se autoidentifica como “libertaria” y que repite los discursos de las extremas derechas. Esto llevó al estudiante de la Universidad de Óxford Elliot Gulliver-Needham a formularse de manera explícita el interrogante de por qué los libertarios viran hacia la extrema derecha, en un artículo (2018) que es una de las mejores versiones sintéticas de esa problemática. Se trata, sin duda, de una pregunta muy relevante, ya que hoy resultan notables –y en alguna medida, curiosas– las convergencias entre libertarios y reaccionarios, entre antiestatistas y autoritarios e incluso racistas. El libertarismo es un degradé que va desde liberales clásicos hasta anarcocapitalistas (ancap) o anarquistas de mercado (2). Se trata de una corriente afincada sobre todo en los Estados Unidos, donde se conecta con ciertos valores del “espíritu liberal” de sus fundadores.

En verdad, los libertarios pueden admitir algunas formas protoestatales, pero estas deberían ser siempre locales y voluntarias, es decir, debería ser posible salir de ellas; pero en el mundo actual el éxito del Estado no es posible. Por eso, dado que ya no quedan territorios por fuera de alguna soberanía estatal para “desertar”, esta debería reducirse al mínimo posible. Este tipo de libertarismo se distingue del libertarismo de izquierda en la medida en que abraza una utopía capitalista, aunque, como veremos, en la historia no han sido escasos los puentes entre libertarios de “izquierda” y de “derecha”, sobre todo en los años sesenta y setenta del siglo XX.

Las fronteras son muchas veces difusas, porque el Estado es un enemigo común. El libertarismo navega, así, en aguas movedizas entre la izquierda y la derecha. Se puede defender “libertariamente” el consumo de drogas, el aborto y otras demandas hoy progresistas, o se puede propiciar que el mercado infinito abarque incluso los “mercados incómodos”, como la venta de órganos o la privatización de la seguridad e incluso de la justicia; se pueden rechazar las guerras y el imperialismo, pero también bregar por el fortalecimiento de las iglesias, familias y empresas como contrapeso del poder del Estado. Sí, también esto último, y de hecho es la variante de extrema derecha del libertarismo la que se muestra más dinámica, capaz de tender puentes y armar coaliciones con otras derechas, a diferencia del libertarismo más “puro”, como el del Partido Libertario de los Estados Unidos, que se encuentra cada vez con mayores dificultades para conseguir aliados (3)

No es inusual que las utopías libertarias de derecha –a menudo alimentadas por la ciencia ficción– se mezclen, de manera promiscua, con (retro)utopías conservadoras que buscan regresar a algún tipo de pasado dorado o avanzar hacia futuros antiigualitarios. Aunque a primera vista libertarios y reaccionarios no deberían tener un terreno ideológico en común, existen algunas sensibilidades compartidas que habilitan articulaciones que, solo en apariencia, aparecen como demasiado extrañas. Tanto los libertarios como los reaccionarios odian la “mentira igualitaria” –como hecho fáctico y como valor–, desprecian todo pensamiento “políticamente correcto”, comparten su incomodidad con la democracia e imaginan formas posdemocráticas capaces de evitar la “demagogia de los políticos” y las “supersticiones estatistas de las masas” (Raim, 2017). Tanto unos como otros pueden formar parte de coaliciones populistas, como la que llevó a Trump al poder en 2016, que hablan en nombre del pueblo contra las élites. Y, no menos importante, todos odian, por igual, a los ya mencionados “guerreros de la justicia social”, un término paraguas utilizado en los Estados Unidos para descalificar no solo la lucha por la justicia social en sentido estricto sino la defensa del feminismo, los derechos civiles y el multiculturalismo.

Casi cualquier cosa que orbite en la constelación progre. Pero más allá de los desplazamientos de sentido de este término, el rechazo a la idea de que la justicia social pueda ser posible –y más aún, deseable– tiene un largo recorrido y se aúna con la defensa del laisser faire y el rechazo al Estado: cualquier idea de justicia social tiene como precondición el Estado, el cobro de impuestos y la redistribución de la riqueza. Con el tiempo, el concepto incluyó otras facetas igualitarias en el terreno del género, la “raza” y el ambiente.

Notas

1. La bandera amarilla y negra, hoy usada por los libertarios, es una bandera revolucionaria estadounidense con una víbora y la leyenda “No me pises”.

2. Véase Nozick (2017) sobre el minarquismo y la justificación del Estado mínimo. Vale la pena, también, el libro El capitalismo utópico de Rosanvallon (2006), en el que hace una genealogía de la “ideología de mercado”.

3. Eso le pasó a la guatemalteca Gloria Álvarez: cuando escribió Cómo hablar con un progre, el libro fue un éxito entre los libertarios de derecha; cuando escribió Cómo hablar con un conservador… silencio de radio. Hoy es típico que frente a un comentario racista un libertario diga algo así como “Puedo no estar de acuerdo, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo”, mientras que frente a un progresista, la respuesta será algo así como: “¡Comunista!, hay que acabar con esos ‘guerreros de la justicia social’”.


Fragmento del capítulo 3 (páginas 97 a 103) del libro: ¿La rebeldía se volvió de derecha? Cómo el antiprogresismo y la anticorrección política están construyendo un nuevo sentido común (y por qué la izquierda debería tomarlos en serio), Siglo XXI editores, febrero 2021.

Ver  más aquí  .

Fuente  .- https://rebelion.org/que-quieren-los-libertarios-y-por-que-giraron-a-la-extrema-derecha/

Pablo Stefanoni, Jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad. Autor de ¿La rebeldía se volvió de derecha?, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2021.