jueves, 11 de marzo de 2021

10M .- La implosión del trifachito de Colon.

 

Portadas que no han visto venir la implosión de la derecha española

Antoni María Piqué

 Hace meses, casi año y medio, que las portadas del trío de la bencina (y también, de vez en cuando, del resto de diarios, a remolque) tocan el timbal anunciando la crisis inminente del "gobierno social comunista" español, por no decir nada de la "profunda fractura" del independentismo. Pues ya ves, resulta que la crisis de verdad se incubaba en las coaliciones Triple Derecha que La Razón, El Mundo y ABC propulsan con entusiasmo desde las últimas elecciones autonómicas en Andalucía. Tenían la bomba haciendo tictac, tictac delante de las narices y no han dicho nada hasta hoy que, uh oh, ha estallado por sorpresa mientras miraban para otro lado.

La conclusión sobre el periodismo que gastan esos diarios no es muy difícil de sacar: o bien escondían la confusión de las coaliciones Vox-PP-Cs o bien no han sabido leer la humareda que emitían los volcanes regionales donde gobernaban (o lo que sea que hagan), singularmente el de Madrid. En cualquier caso, los diarios han jugado un papel bien triste. Después dirán que si la crisis de la prensa, que si la pandemia no sé qué

Los conmoción que ahora se avista en el horizonte —y de la que los diarios apenas han hablado oblicuamente— es la crisis del Partido Popular. Pablo Casado, su presidente, apesta intensamente a Hernández Mancha, aquel heredero de Manuel Fraga que pasó sin pena ni gloria al frente del PP entre 1987 y 1989 —no sufras: hoy tiene buen abrigo como consejero de Enagás, puerta giratoria clásica. De esta crisis hablan hoy, aunque un poco de contrabando. El Mundo ni menciona a Casado en toda la portada, pero destaca una pieza de opinión de Cayetana Álvarez de Toledo, a quien el actual presidente del PP defenestró como portavoz parlamentario. La diputada titula Hay alternativa, y la alternativa que ella defiende siempre es acercarse a Vox —como sabes si has leído el Quioscos & Pantallas—, incluso antes de la moción de censura de la ultraderecha, a la que ella dio apoyo más que tácitamente. A buen, pocas.


La Razón, diario siempre fieles al Rajoyismo, lleva un titular que es un torpedo contra Casado. Insinúa que se ha dejado robar el pan del cesto —que está en la luna de Valencia, vaya. Mientras se entretenía con el "giro al centro", viene a decir, Vox lo superaba en Catalunya hasta dejar el PP al borde de ser extraparlamentario como el Pacma o el PDeCAT. ABC es el único que presenta la decisión de Isabel Díaz Ayuso como parte de una estrategia de Casado para recuperar los votos de Ciudadanos aprovechando la tracción de la presidenta madrileña, bla, bla, bla, cosa que hace ruido de lata oxidada.

Después están los diarios que se lo miran de lejos porque ven con afecto al actual gobierno español, a pesar de Podemos. Hoy, de la crisis de la derecha española, llevan titulares de retórica pirotécnica, mucho ruido y pocas nueces. Es el "terremoto" de La Vanguardia; el "rompe el tablero" de El País; el "cisma en la derecha" de El Periódico, o "hace estallar" de Ara. Tampoco habían visto venir Der Untergang, el hundimiento, y ahora todos deprisa y corriendo por toda la orilla. Que si el PP polariza hacia la derecha dura, que si Cs juega sus últimas cartas para sobrevivir, que si el PSOE puede hacerse con Madrid. Entretanto, el gobierno español sigue vivo y el independentismo aún más—con una mala salud de titanio, eso sí. Como se suele decir, a los diarios les pudieron las ganas. Gracias a todos por tanta perspicacia.



https://www.elnacional.cat/es/politica/portadas-crisis-derecha-espanola-pp-ciudadanos-vox_590715_102.html

Los maquiavelos que hacen eses y que pueden llevarlos directos al precipicio.

https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/ayuso-torpes-maquiavelos_129_7295480.html


miércoles, 10 de marzo de 2021

El TDHE condena a España.

 El Tribunal de Derechos Humanos condena a España por la actuación policial en el rodea el Congreso de 2012

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) condenó este martes a España por no investigar de manera "completa y eficaz" la agresión policial que sufrió una manifestante durante el primer 'Rodea el Congreso' de 2012, una protesta masiva en los alrededores del Parlamento que acabó con disturbios y duras cargas.

Estrasburgo considera que la imposibilidad de identificar a los agentes implicados en los hechos denunciados —hasta 2013 no entró en vigor la instrucción que les obliga a llevar un número en la espalda— no se compensó con una investigación especialmente exhaustiva. También subraya que al tratarse de una denuncia de maltrato policial en una manifestación contra el Gobierno se debería haber tenido un especial celo para determinar si la Policía hizo un uso "proporcionado" de la fuerza, algo que la Justicia española tampoco hizo.

https://www.eldiario.es/politica/abogado-logro-condena-espana-rodea-congreso-policias-identificacion-problema-sistemico-garantiza-impunidad_1_7290963.html

martes, 9 de marzo de 2021

Macron contra académicos críticos .

El «islamoizquierdismo»: la caza de brujas de Macron contra académicos críticos

Por Philippe Marlière  

 En una entrevista emitida recientemente en CNews, la equivalente francesa a Fox News, la ministra de Universidades lanzó un ataque sin precedentes contra la totalidad de la comunidad académica de Francia. Frédérique Vidal dijo que la universidad francesa está “gangrenada por el islamo-gauchisme” o islamoizquierdismo. El epíteto del islamoizquierdismo lo emplean actualmente, de forma acrítica, miembros del gobierno, además de amplios sectores mediáticos y académicos conservadores. Recuerda a la difamación antisemita del judeobolchevismo de la década de 1930, que culpaba a los judíos de la propagación del comunismo. En realidad, el islamoizquierdismo es un seudoconcepto elusivo que confunde adrede el islam –y al mundo musulmán– con el extremismo islámico y señala con el dedo a docentes de izquierda que supuestamente colaboran con esas nebulosas entidades islámicas.

La noción, tachada de inconsistente por la comunidad científica, la acuñó a comienzos de la década de 2000 el profesor Pierre-André Taguieff. El neologismo se refería originalmente a la supuesta convergencia del movimiento altermundista de izquierda con el extremismo musulmán en el combate contra la coalición americano-sionista. Taguieff alegó que se había formado una alianza improbable, que expresaba una “nueva judeofobia”, entre los dos campos en nombre de la lucha contra el imperialismo y la globalización neoliberal. Actualmente, Taguieff consiente sin rechistar el uso de su término con la nueva acepción. Es cofundador de una red universitaria llamada Vigilance Universités, que estudia la supuesta deriva racialista en el mundo académico francés. Entre las actividades de esta red figura la remisión al gobierno de algunas de las investigaciones académicas realizadas por supuestos islamoizquierdistas sobre raza, interseccionalidad o estudios descoloniales/poscoloniales.

El mismo día de la entrevista de CNews, la ministra de Universidades declaró que pediría al centro nacional de investigaciones científicas, el CNRS, financiado por el Estado, que indague sobre la investigación académica en las universidades francesas. Prometió identificar “la labor militante y motivada ideológicamente” en el mundo académico. La ministra puso los estudios poscoloniales como ejemplo de una investigación “acientífica”. Refiriéndose también a estudios poscoloniales, confesó que “le chocó extremadamente ver banderas confederadas en el Capitolio” de Washington durante el ataque de los seguidores de Donald Trump. Esta comparación rayó en lo absurdo y dejó boquiabiertos a los y las comentaristas.

El mundo universitario francés en general percibe su intervención como un ataque a la libertad académica y un indicio de que se ha desplegado la policía del pensamiento para controlar de cerca qué está permitido investigar. Las declaraciones de Vidal provocaron refutaciones de una contundencia inusual de dos de las instituciones académicas más influyentes de Francia. La tradicionalmente discreta Conferencia de Rectores (CPU) tachó el islamoizquierdismo de seudoconcepto propio de la prensa amarillista y de la retórica de extrema derecha. Además señaló que la universidad no era “un lugar de adoctrinamiento que fomente el fanatismo”. En suma, la CPU vino a decir que la ministra no decía más que sandeces.

Poco después vino la refutación del propio CNRS, expresada con la misma contundencia. Pese a cumplir la orden ministerial de revisar la investigación que se lleva a cabo en el mundo académico, el centro nacional de investigaciones científicas reiteró que la palabra islamoizquierdismo carece de base científica. Declaró que “condena firmemente” todo ataque a la libertad académica y todo “intento de quitar legitimidad a diferentes ámbitos de investigación, como los estudios poscoloniales, los estudios interseccionales y las investigaciones en materia de raza”.

Las declaraciones injuriosas de Vidal no eran fruto de la improvisación. En junio de 2020, el propio presidente Macron declaró que “el mundo académico, en busca de un nicho, es culpable de haber fomentado la racialización de cuestiones socioeconómicas. El resultado de esto solo puede ser secesionista. Acabará desmembrando la República.” Macron manifestó estos comentarios desdeñosos tras el asesinato de George Floyd en Estados Unidos y de las manifestaciones antirracistas más importantes habidas en Francia desde la década de 1980. No es una coincidencia que aquellas palabras desencadenaran una nueva ola de retórica antiestadounidense contra unos llamados conceptos no franceses como privilegio blanco, gente racializada, racismo de Estado y pensamiento descolonial.

 

Francia está familiarizada con la brutalidad policial sistémica contra las personas de color de extracción más bien pobre. Sin embargo, cuando se habla de raza, el establishment francés se cierra en banda: la mayoría de políticos y periodistas repiten el ajado argumento de que hablar de raza es racismo. Alegan que Francia, una República sin prejuicios raciales, ha de mantener sus valores universales, la mejor defensa frente al racismo y la división. En un discurso a la nación, emitido por televisión el día siguiente a una histórica marcha antirracista en París, el presidente Macron tachó a las y los manifestantes antirracistas de “separatistas” y “comunitaristas”, un término muy peyorativo que implica que rechazan las leyes  y tradiciones de la República y cultivan en su lugar sus propios valores y estilos de vida establecidos por la comunidad. Macron ensalzó en cambio el “patriotismo republicano” y el “orden republicano”, expresiones que tradicionalmente abundan en boca de la derecha y la extrema derecha francesas.

Miembros destacados del gobierno siguieron su ejemplo: Jean-Michel Blanquer, el ministro de Educación, fue el primero en cruzar la línea y emplear el epíteto islamoizquierdista, asociado tradicionalmente con medios conservadores o de extrema derecha. En una conocida cadena radiofónica francesa, declaró que “el islamoizquierdismo genera confusión en el mundo académico”. Como siempre, no aportó pruebas que corroboraran tales afirmaciones. En fecha más reciente, Gérald Darmanin, el ministro del Interior, trató de sobrepujar a Marine Le Pen mostrándose más derechista que la propia líder de extrema derecha en materia de inmigración: la acusó de ser “blanda con el islam”. Estas declaraciones públicas culminaron en febrero de 2021 con la aprobación de un controvertido proyecto de ley encaminado a hacer frente al llamado separatismo islámico. Mucha gente en Francia considera que el proyecto de ley atenta contra la libertad religiosa y consagra la islamofobia como doctrina oficial.

De todos modos, las principales instituciones académicas rechazan rotundamente la acusación de islamoizquierdismo y nadie ha sido capaz de definir exactamente qué es un islamoizquierdista. Los estudios poscoloniales y descoloniales, sobre raza y sobre interseccionalidad son extremadamente marginales y están infravalorados en las universidades francesas: tan solo el 2 % de las publicaciones en revistas sociológicas francesas se refieren a dichos estudios desde la década de 1960.

Entonces, ¿por qué estos aspavientos con el islamoizquierdismo? El personal académico que aborda cuestiones de interseccionalidad, raza o descolonialismo se toma en serio las discriminaciones y desigualdades por motivos de género y de raza. Por tanto, los hallazgos de sus investigaciones no son del agrado del gobierno, que sostiene la opinión de que no existe machismo ni racismo estructural en Francia y que no hay nada de qué hablar con respecto al pasado colonial de Francia. De ahí los ataques concertados contra docentes críticos, para desacreditar su trabajo y silenciarlos.

Es más, Macron sabe que actualmente una mayoría de votantes le perciben como un hombre de derechas. Su electorado también ha virado mucho a la derecha desde 2017. Ahora apuesta por enfrentarse de nuevo a Le Pen en la segunda vuelta de la elección presidencial del año que viene, presentándose como la cara respetable del conservadurismo. Para lograrlo, considera que “mostrándose firme con valores patrióticos y con el islam” se ganará el apoyo de votantes conservadores. Macron entiende que Le Pen es una oponente más débil porque se supone que las y los votantes moderados de la izquierda le apoyarán a él para impedir que la extrema derecha gane en la decisiva segunda vuelta. Esta estrategia funcionó en 2017, pero puede que no funcione la próxima vez.

A raíz de las movilizaciones sociales combativas contra sus reformas económicas, como la de los chalecos amarillos, de una gestión deficiente de la pandemia de covid-19 y de unas concesiones de calado a la extrema derecha en materia de ley y orden, Macron ya no es percibido como un baluarte creíble frente al crecimiento de la extrema derecha. Imitando y sobrepujando a esta en sus temas tradicionales de la inmigración y el islam, Macron ha estado jugando con fuego. Sus fracasos económicos, su impopularidad y la ausencia de candidatos populares del centro izquierda y del centro derecha podrían hacer que Francia acabe como un sonámbulo eligiendo a un presidente de extrema derecha, casi por defecto.

 Philippe Marlière es profesor de francés y política europea en el University College de Londres.

Traducción: Viento  Sur .

https://vientosur.info/el-islamoizquierdismo-la-caza-de-brujas-de-macron-contra-academicos-criticos/

lunes, 8 de marzo de 2021

La ideología del miedo .

El control privado de las vacunas y la sindemia de Covid-19

La ideología del miedo

Por Daniel Gatti  

Fuentes: Brecha/Rebelión

En un mundo aquejado por la búsqueda del beneficio, las pandemias amenazan con hacerse interminables. La incertidumbre dificulta pensar en salidas a la crisis global.

La historia la cuenta el diario italiano Il Manifesto en una muy breve crónica. Transcurre en el municipio de Ascoli Piceno, en la región italiana de Las Marcas. Allí, a las puertas de una planta del laboratorio Pfizer, representantes de centros sociales de la zona se plantaron con carteles reclamando la expropiación por el Estado de las vacunas contra el covid-19. Protestaban contra la mercantilización de la salud, contra la impunidad con que se mueven las transnacionales, en general, y las del sector farmacéutico, en particular, especialmente durante las crisis sanitarias, muy especialmente en esta crisis sanitaria. Un sindicato los apoyaba. No todos, sólo el de la sección de la Confederación General Italiana del Trabajo, la confederación obrera mayoritaria, que muchos años atrás era considerada la central «del Partido Comunista». El sindicato reclamaba, además, contra los despidos directos e indirectos en esa fábrica a pesar de que las ganancias globales de la Pfizer en estos meses han crecido a mayor ritmo que la propia pandemia, que Ascoli era considerado tradicionalmente por la propia megaempresa como uno de sus «polos más productivos» en Europa y que la producción en la usina de Las Marcas no había caído.

En Ascoli no se fabrican vacunas, pero sí antivirales que se utilizan en el tratamiento del covid-19. La planta italiana tuvo su mayor gloria cuando abastecía a casi toda Europa de Viagra y del antidepresivo Xanax. Una metáfora perfecta de Las Marcas, una provincia bipolar que se mueve alternativamente entre la euforia y la depre, apunta Il Manifesto. Hoy tira francamente a la depre, y también a la resignación, que domina hasta a los propios trabajadores de la fábrica de Pfizer. Perdieron 500 compañeros en poco tiempo, ellos deberán trabajar más para suplirlos y, mientras, los ingresos de sus patrones globales aumentaron. Pero las protestas vienen sobre todo de fuera, de unos grupos de jóvenes que plantean cosas medio locas, como que la salud no puede ser un territorio de lucro como cualquier otro. A Pfizer le resulta hoy mucho más rentable deslocalizar: le sobra gente. Algunos de los sindicatos lo entienden. «Son las reglas del mercado», dijeron los directivos de la empresa cuando algunos periodistas les preguntaron por qué despedían en Ascoli. Y lo mismo dijeron cuando les preguntaron por qué consideraban tan disparatado que esa gente de los centros sociales que manifestaba en las afueras de su fábrica planteara que en tiempos de pandemia una vacuna que podría curar debería ser considerada un bien social y que las patentes de Pfizer, de Astrazeneca, de Moderna, de las empresas todas, sobre esos productos, deberían ser suspendidas, expropiadas por los Estados. Que si es cuestión de leyes, las leyes se cambian.

Pero ¿en qué mundo vivimos? ¿Cómo se puede pensar así?, razonaron los ejecutivos. ¿Qué empresa invertiría en innovación y en tecnología si no pudiera tener una buena y justa ganancia? Si ese es el motor que mueve el mundo. Los de los centros sociales planteaban, en cambio, que cómo era posible que se naturalizara a tal punto el descaro, decían que no se podía desligar los despidos en Ascoli de las ganancias exorbitantes de la Pfizer, que la lógica en un caso y en otro era la misma aunque a primera vista no lo pareciera: «Que las vacunas deben pagarse y que los trabajadores, si son inútiles, deben quedar por el camino», resumió Il Manifesto. Decían que se trata de cambiar esa lógica. Y escribían en un volante que las vacunas son hoy «un campo de batalla político», y que quienes las poseen «tienen una influencia directa sobre el conjunto de la producción económica y la reproducción social» y fijan reglas ante las cuales los Estados son impotentes, entre otras cosas, porque quienes los manejan, en casi todo el mundo, son quienes han creado las actuales reglas del juego y están muy lejos de querer modificarlas. Que es muy común que las mismas personas –o sus amigos, o sus parientes, o sus colegas, o sus socios en el país y en el exterior– estén de ambos lados del mostrador. El viejo sistema de las puertas giratorias.

Y decían también los de los centros sociales que cómo no va a influir la ideología en el manejo de las vacunas, y de la pandemia, y de las salidas a la pandemia, y de la entrada al nuevo mundo pospandémico. Que la naturalización de unas reglas del juego nada tiene de natural, y todo de construcción cultural, de construcción política. En fin, de ideología.

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«Por ahora la vacuna no ha hecho mucho más que desnudarnos», escribe en su blog Cháchara el escritor y periodista argentino Martín Caparrós. «Hacía mucho que nada mostraba con tanta claridad cómo está organizado –dividido– el mundo en que vivimos. Las cifras son brutales: al 7 de febrero se habían aplicado 131 millones de dosis: 113 millones en Estados Unidos, China, Europa, Inglaterra, Israel y los Emiratos Árabes; 18 millones en todos los demás. Unos paísesque reúnen 2.200 millones de habitantes, el 28 por ciento de la población del mundo, se habían dado el 86 por ciento de las vacunas. O, si descontamos a China y concentramos: el 10 por ciento de la población del mundo se aplicó el 60 por ciento de las vacunas.» Y, si hablamos de muertos por la pandemia, es América Latina la que los pone proporcionalmente mucho más que el resto: una cuarta parte del total de fallecidos, con 8 por ciento de la población del planeta.

El miércoles 24, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y Unicef informaban que Ghana estaba recibiendo las primeras dosis de vacunas gratuitas entregadas en el marco del programa multilateral Covax, previsto para los países de ingresos bajos y medios. Seguirán otros países africanos y latinoamericanos, incluido Uruguay. Pero en total este año Covax no podrá ir más allá de las 2.000 millones de dosis, que darán para unos 1.000 millones de personas. Una enormidad quedará sin vacunar. Hay países, sobre todo africanos, muchos asiáticos, algunos latinoamericanos, que no podrán pagar ni un centavo por hacerse de los frasquitos presentados como milagrosos. Si nada cambia, deberán esperar hasta 2022, tal vez hasta 2023 para que les lleguen las dosis vía Covax. Canadá, mientras tanto, reservó una canasta de vacunas que da para inocular a entre cinco y nueve veces a toda su población, según la fuente que se tome: la agencia Bloomberg habla de cinco, el inmunólogo irlandés Luke O’Neill, de nueve. Por los mismos andariveles juegan Estados Unidos, Reino Unido y la mayoría de los países de la Unión Europea.

En África no se sabe ni de cerca cuántos enfermos de covid-19 hay, como no se saben tantas otras cosas. Las cifras oficiales están absolutamente por debajo de la realidad, porque los test que se realizan son muy pocos. Pero sí se sabía que hasta mediados de enero sólo se había vacunado a 7.000 de sus más de 1.200 millones de habitantes. Organismos internacionales calcularon en 2017 que una cuarta parte de los enfermos por diversas dolencias en el planeta se concentran en ese continente, recordaron las periodistas Séverine Charon y Laurence Soustras en la edición de diciembre del mensuario francés Le Monde Diplomatique. Son pacientes de enfermedades que en otros lares se curan más o menos fácilmente y de las que los ricos no mueren, tampoco en la propia África. De esas enfermedades seguirán muriendo probablemente los africanos pobres, es decir, buena parte de la población del continente, cuando el covid-19 pase, porque importa poco a los laboratorios destinar dinero a intentar curarlas. África representa apenas el 2 por ciento del gasto sanitario mundial, que en 2015 se estimaba en cerca de 10 billones de dólares anuales (El País de Madrid, 4-VI-19). En muchos de los países de lo que alguna vez se llamó tercer mundo, «las vacunas se devoran los presupuestos de salud para que, una vez que pase la tormenta, hospitales y quirófanos queden igual de maltrechos [que] como estaban antes», apunta en la revista argentina Mu la psicóloga y feminista boliviana María Galindo.

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India, Sudáfrica, Pakistán, Mozambique y la ex-Suazilandia plantearon a fines del año pasado en la Organización Mundial del Comercio que los fabricantes de las vacunas renunciaran por un tiempo a sus patentes de propiedad intelectual. Por un tiempo –insistieron, remarcaron–, hasta que lo más grave de la pandemia pase. Después, podrán seguir haciendo sus negocios as usual. Pero no hubo caso (véase «Militar la patente», Brecha, 15-I-21). Se opusieron fundamentalmente los países centrales, que salieron en defensa de «sus» empresas a pesar de ser ellos mismos rehenes de esas transnacionales (ahí están los retrasos, las promesas incumplidas, los precios al alza), a las que además financiaron chichamente para que pudieran producir sus fármacos.

Un informe de BBC Mundo, difundido el 15 de diciembre, a partir de un trabajo de la empresa de análisis de datos científicos Airfinity, señala que hasta esa fecha los gobiernos llevaban invertidos 8.600 millones de dólares en la búsqueda y el desarrollo de vacunas y que otros 1.900 millones habían provenido de organizaciones sin fines de lucro. La inversión propia de las empresas se había limitado a 3.400 millones, pero la plata de los Estados, en vez de ir prioritariamente hacia los laboratorios públicos, fue para los privados. «Sólo cuando los gobiernos y las agencias intervinieron con promesas de financiación [las grandes farmacéuticas] se pusieron a trabajar», señaló el medio británico. Hasta entonces no veían el negocio. Ahora sí lo ven, sobre todo a futuro: pocas inversiones propias y, cuando el covid-19 se cronifique y puedan volver al mercado normalmente, venderán sólo al que pague lo que ellas exijan.

Mientras tanto, alguna que otra condicioncita impusieron a sus compradores. Más aún a los que menos pueden pagar pero tienen menor capacidad de negociación y presión. Pfizer ha destacado por su voracidad. Brecha reveló el mes pasado que la transnacional estadounidense les reclamó a los países latinoamericanos con los que negoció que pusieran activos soberanos –sedes diplomáticas, bases militares y reservas en el exterior, entre otros– como garantía ante eventuales causas legales (véase «Leoninas», Brecha, 29-I-21). A Perú le pidió renunciar a su inmunidad soberana en materia jurídica y eximir a la empresa de responsabilidad ante posibles efectos adversos y retrasos en las entregas. Argentina no aceptó las vacunas en esas condiciones. Tampoco Brasil (demasiado es demasiado hasta para Jair Bolsonaro). De acuerdo con un artículo publicado esta semana por el Bureau of Investigative Journalism y la asociación peruana Ojo Público, un cuarto país de la región, no mencionado «porque sigue negociando», manifestó, al parecer, reticencias a algunas cláusulas. Pfizer ya tiene acuerdos de suministro con nueve países de esta región: Chile, Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, México, Panamá, Perú. Y Uruguay. Los términos de esos acuerdos son confidenciales. Así es con los acuerdos con las transnacionales. Llámense Pfizer o UPM. Y así es con muchos gobiernos.

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El inmunólogo irlandés O’Neill les dijo a los países ricos que era de su propio interés donar sus sobrantes de vacunas a los más pobres. No acepten suspender ninguna patente. No. Hagan como Bill Gates, como Elon Musk: sean filántropos, donen algo de lo mucho que les sobre. Esa es la condición, afirmó, para que ustedes mismos, señores ricos de los países ricos, puedan en relativamente poco tiempo recuperar su libertad de viajar para hacer negocios o turistear, de volver a salir, de volver a vivir la vida, porque los pobres del mundo seguirán migrando aunque les pongan mil vallas, les levanten mil muros o los traten de aventar con cañoneras en el Mediterráneo o en otras aguas. Y si no se vacunan, los contaminarán. Y ustedes volverán a necesitar que los ciudadanos de los países «de afuera» de su cortina de dinero los visiten, que vayan a trabajar a sus países, que hagan hijos en sus países para que la población crezca. Cual José Mujica a los empresarios yoruguas (no sean nabos, mijos, denles algunas migajas a sus trabajadores, así pueden seguir ganando sin que los molesten), O’Neill les dijo a los países ricos: piensen en ustedes y verán que es buen negocio la filantropía.

Pero parece que ni con eso la gula vacunística encontrará un coto, porque no se avizora por el momento reacción alguna en esa dirección. En enero, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, fue bastante más duro que su colega europeo (ambos son inmunólogos) al denunciar la voracidad de los países ricos. Habló de «nacionalismo de las vacunas» y lo calificó como «moralmente indefendible, epidemiológicamente negativo y clínicamente contraproducente». Y se metió un poquito más con el sistema que genera ese tipo peculiar de «nacionalismo». Se refirió, por ejemplo, explícitamente a los «mecanismos de mercado». Dijo que son «insuficientes para conseguir la meta de detener la pandemia logrando inmunidad de rebaño con vacunas» y defendió el papel de la sanidad pública, la necesidad de reforzarla, y se refirió a la decadencia en que se encontraba incluso en el primer mundo como consecuencia de recortes y ni que hablar en el resto del planeta. «Tengo que ser franco: el mundo está al borde de un catastrófico fracaso moral, y el precio de este fracaso se pagará con vidas y medios de subsistencia en los países más pobres», clamó igualmente el jefe de la OMS.

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Pero es de apostar que no habrá colas para seguir de manera estable los consejos del bueno de Tedros. Es cierto que en los primeros meses de la pandemia hubo amagos de que el Estado retornaba –buenamente– por sus fueros tras décadas de neoliberalismo. Se habló de neokeynesianismo y asomó alguna lucecita de que se pudiera estar pergeñando alguna salida que no nos retrotrajera a lo de antes. Y es cierto que muchos países –no Uruguay, precisamente– invirtieron lo que nunca en ayudas sociales. Estados Unidos se salió de las cuadraturas del credo y el muy liberal de Donald Trump hasta forzó a la General Motors a fabricar respiradores para los pacientes con covid-19 que comenzaban a morir por trojas en los CTI mientras la megaempresa retaceaba los aparatos. Pero sucede así en las crisis: parece que un cambio radical se dibuja casi que a la vuelta de la esquina, pero luego se vuelve al casillero de partida, porque «los reflejos de clase, los intereses de quienes detentan el poder en la mayoría de los países, en las transnacionales, pueden mucho más que los efímeros respingos de los momentos más duros», se dijo en Ascoli. Y aunque las «condiciones objetivas sobran» para un cambio radical, las subjetivas sufren una anemia profunda y porfiada.

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Por el medio, además, pasó el miedo. Pasa el miedo. La contracara del retorno por sus fueros de la defensa de lo público es el reforzamiento de los controles, de los mecanismos de represión: que la urgencia securitaria se haya incluso adelantado a la urgencia sanitaria. «A primera vista hay como una paradoja: la primera respuesta de los Estados a la crisis sanitaria es securitaria», escribía allá por los primeros tiempos pandémicos, en la edición de mayo de Le Monde Diplomatique, el investigador francés Félix Tréguer. «Incapaces por el momento de oponer un tratamiento al virus, mal equipados en camas de reanimación, en test de rastreo y en mascarillas de protección, es a su propia población a la que los gobiernos erigen como una amenaza. Pero la paradoja es sólo aparente. A través de los siglos, las epidemias marcan episodios privilegiados en la transformación y la amplificación del poder del Estado y la generalización de nuevas prácticas policiales, como el fichaje de las poblaciones.» Y ahí vemos a las grandes tecnológicas como Google, como Facebook, como Amazon, como Tesla, estableciendo acuerdos con las farmacéuticas –ambos están entre los sectores más ganadores de esta crisis– y con los Estados, supuestamente por buenas causas. Da para temer en estos tiempos de exacerbación del «capitalismo de vigilancia» (véase «Orwellianas», Brecha, 16-I-21), pero eso también lo naturalizamos y ponemos el acento en lo bueno de los avances tecnológicos. «Preferimos no ver lo otro», escribía Caparrós en su columna. Cuando el terremoto de Haití de 2010, que mató a un cuarto de millón de personas, vimos con naturalidad desembarcar en la pobre isla a cientos y cientos de marines. En los informativos en bucle de los canales de televisión vimos decenas de veces la llegada de los aviones con sus soldados armados a guerra, sin preguntarnos qué iban a hacer, el porqué de una respuesta securitaria a una crisis sanitaria, humanitaria, social. Las brigadas de médicos cubanos pasaron, en cambio, desapercibidas. Cuestión de focos.

Hoy no se trata de decir que no hay que cuidarse. No es eso, escribe Galindo en Mu. No hacerlo no te hace más libre, sino menos empático. Pero estamos naturalizando todo un «léxico pandémico» que tiene una carga simbólica particularmente pesada. Y cita: Cuarentena, confinamiento, distanciamiento social, aislamiento, toque de queda, bioseguridad. El encierro. Hasta el propio teletrabajo, que viene para quedarse y supone toda una revolución en las relaciones laborales. O la noción de actividades esenciales, que coloca a quienes las ejercen en los primeros planos, pero no les da más derechos (¿han aumentado sus ingresos las cajeras de los supermercados, los pibes de los deliveries? Acaso sí los trabajadores de los frigoríficos, porque en muchos lados tienen sindicatos fuertes, y ahí el acento acaso habría que ponerlo en eso: porque tienen sindicatos fuertes…).

«La pandemia es un hecho político no porque sea inventada, inexistente o haya sido producida artificialmente en un laboratorio. La pandemia es un hecho político porque está modificando todas las relaciones sociales a escala mundial y es por eso legítimo y urgente pensarla y debatirla políticamente», piensa la boliviana. Algo así decía también el filósofo español Santiago Alba Rico en una columna reciente en Rebelión. Partiendo de una idea de Richard Horton, un científico británico de alto nivel que es jefe de redacción de la revista The Lancet, hoy ya de moda, Alba Rico decía que el mundo no está hoy ante una pandemia, sino ante una sindemia, es decir «ante una pandemia en la que los factores biológicos, económicos y sociales se entreveran de tal modo que hacen imposible una solución parcial o especializada y menos mágica y definitiva. El problema no es, pues, el coronavirus. El problema es un capitalismo sindémico en el que ya no es fácil distinguir entre naturaleza y cultura ni, por lo tanto, entre muerte natural y muerte artificial».

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Ante la magnitud de estos cambios, de la rapidez pandémica de estos cambios, estamos hoy inertes, desconcertados, a la intemperie. «Los sujetos sociales están siendo diluidos por fatiga, por falta de ideas, por luto, por incapacidad o imposibilidad de reacción», apuntaba Galindo. Decía también que «hay personas despojadas que se están reconstituyendo como sujetos sociales con capacidad interpeladora. Aquellas personas que se vuelcan sobre los animales para reintegrarse como animales, o las que producen salud, alimentos o justicia con sus colectividades son quienes no han sido paralizadas por el miedo». Cree que de ahí puede venir algo. Tal vez. Pero ella misma aclara desde el principio de su nota que no escribe «desde Bolivia, sino desde un territorio que se llama incertidumbre». Y ahí, en la incertidumbre, está otra de las claves. Cómo hacer para cambiar un mundo que se sabe que va al abismo cuando nos abruman las dudas. Una certeza, una grande, hay entre quienes en serio quieren salir de «esto»: «La pandemia es el capitalismo». Es el título de su nota, es la esencia de la de Alba Rico, acaso el pensamiento de Caparrós y el de muchos otros que andan por ahí, a menudo aislados, a veces juntos. «La velocidad de los cambios es la velocidad de una metamorfosis profunda. Interpretarla a riesgo de equivocarnos es nuestra apuesta», termina Galindo.

https://rebelion.org/la-ideologia-del-miedo/

Es por vuestro bien .

 

Es por vuestro bien 

¿Manifestaciones para reivindicar que abran las terrazas, o que el fascismo es alegría, o que el 5G propaga el virus? Por supuesto, somos una democracia plena y los organizadores son muy de fiar, pero no en el 8M; el riesgo sanitario se antoja demasiado alto

 Antón Losada

 Más de quinientas movilizaciones se convocan este 8M en toda España. Nadie en su sano juicio, más aún en el feminismo, duda de que este año no puede reivindicarse como en otros anteriores y deben adaptarse a la realidad sanitaria, con concentraciones reducidas, descentralizadas, simbólicas y con estricto control. Nadie en su sano juicio duda de que serán manifestaciones ordenadas, donde se respetarán razonablemente esas medidas de seguridad que exige la situación de pandemia. Nadie en su sano juicio imagina la estampa de millares de mujeres apelotonadas, sin mascarillas, sin respetar la distancia de seguridad, abrazándose y gritando consignas a pleno pulmón. Nadie en su sano juicio duda de que las organizadoras habrán planificado los actos de acuerdo con las exigencias de la seguridad sanitaria; tampoco el perfil o la historia de los asistentes permiten prever desórdenes o concentraciones irresponsables.

Nadie en su sano juicio lo duda… salvo la ultraderecha, los defensores del feminismo bien entendido, que siempre empieza por donde decimos los hombres, el delegado del Gobierno en Madrid, José Manuel Franco, y el Gobierno que lo respalda. En sus cabezas, el 8M constituye una pesadilla logística y sanitaria asolada por millares de mujeres inconscientes e imprudentes, que no saben qué significa vivir y sufrir una pandemia, ni las consecuencias terribles de comportamientos temerarios como permitir que circulen vagones de metro atestados en hora punta o tolerar que se agolpen los clientes en los grandes centros comerciales o las terrazas.

Es tal el volumen del riesgo para la salud pública que manejan el delegado del Gobierno y el Gobierno que lo sostiene que, como dijo la vicepresidenta Carmen Calvo en su sermón diario, a las mujeres "les va la vida". Así que, una vez más por su bien, se prohíben TODAS, no una, o dos, o media docena, o aquellas cuyos convocantes no aporten las debidas garantías; TODAS las manifestaciones por el 8M en Madrid. ¿Ir a votar en Catalunya con cifras de incidencias muy superiores a las de Madrid? Segurísimo, y un derecho fundamental. ¿Celebrar la Navidad? Es una tradición y no podemos dejar solos en fechas tan señaladas a nuestros mayores. ¿Manifestaciones para reivindicar que abran las terrazas, o que el fascismo es alegría, o que el 5G propaga el virus? Por supuesto, somos una democracia plena y los organizadores son muy de fiar. Pero no en el 8M; el riesgo sanitario se antoja demasiado alto.

La evidencia científica resulta abrumadora: ni un solo estudio establece relaciones específicamente significativas entre las manifestaciones del 8M y la explosión de la primera ola de la pandemia. Si no se fían, tampoco la ciencia norteamericana ha establecido una causalidad notoria entre las concentraciones del Black Lives Matter y el crecimiento de la pandemia en USA. En cambio, sí existen, y abrumadoras, sobre la relación entre la movilidad y las reuniones familiares y a ningún gobernante, ni al delegado Franco, ni al presidente Sánchez que le nombró, ni al Pablo Casado que quiere prohibir las manifestaciones en toda España se les ocurrió prohibir la navidad porque podían celebrase "con seguridad si respetamos las recomendaciones". Lo del 8M de ninguna manera porque ya se sabe y tampoco es tan urgente…

La Justicia ha sancionado la decisión del delegado del Gobierno en Madrid. No le preocupa al TSJM que se hayan restringido unas manifestaciones concretas convocadas por una misma causa, que se prohíban de manera específica pero indiscriminada, mediante un mero acto administrativo, en la misma comunidad donde se han autorizado, con incidencias muy superiores, otras manifestaciones donde los organizadores iban a hacer gala del no cumplimiento; toda una garantía en cualquier democracia del mundo cuando hablamos de un derecho tan sustancial como el derecho de manifestación.

Aunque la alegría dura poco en casa del prohibicionista. Si el delegado del Gobierno y el Gobierno que lo mantiene pensaban que iban a librase del acoso y derribo al que fueron sometidos por la derecha extrema a causa del 8M del año pasado, pueden paladear su victoria leyendo sus tuits jubilosos, sus editoriales triunfales y sus satisfechas declaraciones. Les han suministrado la prueba que la justicia y la ciencia les habían negado. Todo un éxito

https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/es-por-vuestro-bien_129_7282780.html


 Nota .--

Denuncian que la Policía de Madrid ha identificado a dos mujeres durante un acto feminista

"Hay mucha criminalización de nuestra actividad cuando realmente no estábamos atentando contra la salud de nadie", explica una vecina de Chamberí que participó en el acto. Los agentes les han interpuesto una propuesta de sanción. 

https://www.publico.es/sociedad/8m-denuncian-policia-madrid-identifica-mujeres-acto-reivindicacion-feminista.html

domingo, 7 de marzo de 2021

8M .Desinformación y cinismo antifeminista

 



8 de marzo. Nuevo alarde de desinformación y cinismo antifeminista

Todos esos escenarios de aglomeraciones humanas, contra los que no se levantaron las voces que se levantan ahora por los actos previstos del 8M, tenían algo en común: no eran actos de reivindicación feminista

Felipe Moreno

Estos últimos días, en algunos medios de comunicación, así como en las redes sociales, están lanzándose muchos mensajes sobre el próximo 8M, la mayoría envenenados por la nube de desinformación y de cinismo en la que los envuelve el odio contra el feminismo que profesa bastante gente, en buena medida intoxicada por las falsedades que difunde la extrema derecha (y alguna no tan extrema) machista y misógina.

Para empezar, se habla de la 'manifestación del 8M', y no hay convocada ninguna manifestación para el 8M, en el sentido en el que habitualmente entendemos una manifestación. Por lo que respecta a Madrid, el escaparate nacional de las expresiones públicas del movimiento feminista, la Plataforma 8M ha convocado cuatro actos puntuales monotemáticos en otras tantas plazas de Madrid, cada uno de ellos sobre un tema específico referente a la mujer. La asistencia en esos actos se limitará a 500 personas, con mascarilla y con distancia de seguridad, tal como exige la Delegación del Gobierno en las condiciones establecidas para autorización de esos actos.

De paso, se aprovecha para cargar, por enésima vez, contra la manifestación del 8M del año pasado, señalándola, todavía a estas alturas, como la causante de la expansión de la pandemia en España, cuando tanto los dictámenes sanitarios como la resolución judicial por la acusación contra el delegado del gobierno por no prohibirla, dejaron claro que esa manifestación no tuvo incidencia reseñable alguna en la expansión del virus; no más, en cualquier caso, que la que pudieron tener otros actos, como los partidos de fútbol, las misas o los conciertos musicales de aquel fin de semana, contra los que no se dijo ni se dice ni pío, pero esos acontecimientos no tenían nada que ver con el feminismo, claro.

Para seguir, he de decir que yo, por precaución personal y familiar, no asistiría, en este momento, a ninguna manifestación ni concentración callejera, pero me parece que quienes han convocado esos actos el Día de la Mujer tienen todo el derecho a hacerlo, especialmente si lo han previsto con las medidas de limitación de asistencia y de seguridad interpersonal anunciadas, medidas que no me parece que sea muy difícil controlar. A fin de cuentas, 500 personas son el aforo de un cine o un teatro de tamaño normal.

Y para terminar, me gustaría que alguien de quienes, alegando el riesgo para la salud, demonizan los actos programados para del Día de la Mujer y ponen el grito en el cielo por su celebración, me explicara por qué han estado callados en otras ocasiones, como, por ejemplo, cuando ha habido concentraciones y manifestaciones callejeras de cayetanos con sus cacerolas, de defensores de la tauromaquia, de contrarios a la Ley Celaá, de detractores del confinamiento, de protestones contra el gobierno, de negacionistas, y de ultraderechistas, o cuando se han celebrado corridas de toros y conciertos musicales atestados de espectadores (como los dos de Raphael en el Wikzin Center de Madrid, con 5.000 asistentes en cada uno), o cuando miles y miles de transeúntes se apelotonaron en las calles, en diciembre, especialmente en Madrid, animados por sus gobernantes autonómicos y municipales para 'salvar la Navidad’, lo que, a la postre, dio origen a la terrible y lastimosa tercera ola de la pandemia.

Pero, claro, todos esos escenarios de aglomeraciones humanas, contra los que no se levantaron las voces que se levantan ahora por los actos previstos del 8M, tenían algo en común: no eran actos de reivindicación feminista.

En resumen: cinismo y manipulación del antifeminismo rancio.

https://www.eldiario.es/opinionsocios/8-marzo-nuevo-alarde-desinformacion-cinismo-antifeminista_132_7271583.html


viernes, 5 de marzo de 2021

Las mejores canciones feministas .

 


Las mejores canciones feministas de la última década

  • Elegimos un puñado de canciones realizadas durante la última década cuyas letras apuestan por el feminismo y que pueden ser una buena banda sonora para el 8M
  • Destacamos canciones de artistas como Rozalén, Tríbade, Mafalda, Zahara, Pupil.les, Rebeca Lane, Gata Cattana, Roba Estesa, Ira, Tremenda Jauría, Amparanoia o Ana Tijoux


https://www.cuartopoder.es/cultura/2021/03/06/las-mejores-canciones-feministas-de-la-ultima-decada/