viernes, 10 de abril de 2020

Aunque todo ya es nada


Fotos: Luis Eduardo Aute, su vida en imágenes | Hoy

Luis Eduardo Aute (1943-2020)

  


Aunque todo ya es nada

El pasado 4 de abril falleció el cantautor, pintor y poeta español Luis Eduardo Aute. El siguiente texto lo recuerda en todo su esplendor humano y el asalto a la memoria que significan sus inigualables actuaciones en vivo.

Arturo DávilaEscritor, doctor en Lenguas romances por la Universidad de Berkeley. «Sátiras» (Hiperión, 2017) es su último libro de poemas

Para Tomás Ruiz
La muerte está en el aire. Un saludo es peligroso, un suspiro, un viaje al hospital. En inglés, un estornudo pasó a ser de un educado “Bless you” a un agresivo “Fuck you”, que invita a alejarse. El mundo está freakeado. Respirar es peligroso, caminar en un parque, una posible acta de defunción. Con más de 10 000 muertos en España, la noticia del fallecimiento de Luis Eduardo Aute, conocido cantautor, ahonda la pena.
Nació en 1943 en Manila, Filipinas. Su padre fue un comerciante de tabaco catalán y su madre era filipina, de origen español. En esa familia, Aute creció desde niño como políglota, paseando entre el español, el catalán, el tagalo, y el inglés que le enseñaban en la escuela lasallista de la ciudad. Asimismo, allí descubrió su talento para la pintura, la música, y desarrolló un enorme interés por el cine, artes que nunca abandonó.
SIGUE ...

miércoles, 8 de abril de 2020

La Unión Europea descolocada .

El coronavirus: la Unión Europea enseña de nuevo sus vergüenzas



El pasado 26 de marzo se cumplieron 25 años del Tratado de Schengen, por el que la mayoría de los países de la Unión Europea se comprometían a eliminar los controles para la circulación de ciudadanos en las fronteras interiores. Curiosamente, el mismo día, 26 de marzo pasado, se celebraba por videoconferencia el Consejo de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión para discutir y aprobar las medidas necesarias para enfrentarse a la crisis del coronavirus.
La coincidencia es significativa y en cierta medida irónica, puesto que la reunión se llevaba a cabo unos cuantos días después de que los dos socios principales de la Unión, Alemania y Francia, tras haber aparecido los primeros signos de la epidemia, prohibiesen en sus países la exportación de todo el material sanitario preciso para combatirla, sin que importase lo más mínimo lo del mercado único y el libre comercio. Con el mismo espíritu comunitario, más de doce de los países representados en la videoconferencia, entre ellos España, se habían apresurado a cerrar por propia iniciativa sus fronteras, sin que mediase ningún acuerdo colectivo. La Comisión se ha tenido que quejar amargamente de lo bien que había funcionado la acción conjunta, en un sálvese el que pueda, y de cómo esta actitud anárquica e individualista estaba dificultando gravemente el transporte intercomunitario, incluso el de material sanitario.
Estos prolegómenos no presagiaban nada bueno acerca de los resultados de la videoconferencia, tanto más cuanto que venía precedida también de un estrepitoso fracaso del Eurogrupo que, reunido días antes, había cerrado su deliberación sin acuerdo y dejando cualquier decisión en manos del Consejo de jefes de Estado y de Gobierno. Echó balones fuera. El Consejo, a su vez, ha hecho lo mismo, no llegar a compromiso alguno y despejar la pelota hacia los ministros de Finanzas, emplazándoles a que dentro de quince días presenten las medidas adecuadas. Todo esto es un juego de niños, o más bien de trileros, en el que no se sabe muy bien si se engañan ellos mismos o si intentan engañar a los demás.
Desde que en noviembre de 1993 se firmó el tratado de Maastricht y se diseñó lo que sería la Moneda Única, se ha venido escuchando la misma monserga. Frente a las críticas de los que afirmábamos que era una monstruosidad económica y social construir una unión monetaria sin integración fiscal y presupuestaria, objetaban que todo llegaría, que lo importante era ir dando pasos, pero los pasos no han existido y de darse algunos han sido siempre en la misma dirección. En integración fiscal y presupuestaria no se ha avanzado nada, todo lo contrario. Actualmente, el presupuesto comunitario asciende al 1,2% del PIB, inferior al porcentaje de entonces (1,24%) que, como no podía ser de otra manera, en aquel momento considerábamos ridículo, y nos aseguraban que poco a poco se incrementaría. La ampliación de la UE a los países del Este ha liquidado cualquier esperanza de progreso en este sentido y despejado toda duda acerca de que pudieran potenciarse los mecanismos redistributivos totalmente necesarios en una unión monetaria.
A lo largo de todos estos años, incluso antes de que naciese el euro (por ejemplo, con el Sistema Monetario Europeo), han ido aflorando las fuertes contradicciones del proyecto y las subsiguientes crisis a las que ha dado lugar. A todas ellas se les ha dado respuesta a base de parches, con lo que las desigualdades entre países se han agudizado y los desequilibrios permanecen. En esta ocasión, Europa se enfrenta a la crisis del coronavirus sin haber solucionado las secuelas de la recesión anterior de 2008, y con la división abierta entre Norte y Sur. Los países acreedores no solo continúan negándose a establecer cualquier instrumento que tenga una función redistributiva y compense las desigualdades y desequilibrios creados por la Unión Monetaria, sino que también rechazan cualquier forma de mutualización del riesgo.
Con motivo de la actual crisis y con anterioridad al citado día 26 de marzo, nueve de los 27 países de la Eurozona: Francia, Italia, España, Bélgica, Portugal, Grecia, Irlanda, Eslovenia y Luxemburgo, remitieron una carta al presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, en la que retomaban un viejo proyecto nunca llevado a cabo y al que Alemania siempre se había opuesto, el de los eurobonos, bautizados ahora como coronabonos. Los firmantes aportan el 57% del PIB de la Eurozona. Constituyen, por tanto, una mayoría lo suficientemente representativa para ser tenida en cuenta. La Unión Monetaria, sin embargo, se implantó según las solas conveniencias de Alemania y sus adláteres. Todos los acuerdos tienen que ser tomados por unanimidad, con lo que resulta muy difícil, casi imposible, introducir cualquier modificación de lo pactado en el inicio, que resulta ser radicalmente insuficiente para conseguir que las diferencias entre países no se incrementen. Los intereses de los países del Norte se encuentran suficientemente blindados.
Una vez más, como era de esperar, se han opuesto radicalmente a los eurobonos. En esta ocasión, el Norte cuenta con un refuerzo de envergadura, Mark Rutte, primer ministro de Holanda y un fanático, extraña mezcla de liberal y furioso nacionalista, que en estas materias actúa como perro de presa de la Merkel y se coloca al frente de los halcones. “No puedo imaginar –ha dicho- ninguna circunstancia en la que Holanda aceptaría los eurobonos. El motivo es que es algo que va contra el diseño de la Unión Monetaria y del propio euro. Y nosotros no somos los únicos: muchos países están contra los eurobonos”.
La oposición de Alemania, aunque planteada quizás con menos agresividad, no es menor. Su ministro de Economía ha calificado al proyecto de zombi, y parece ser que la canciller comunicó esta misma idea al primer ministro italiano, Conte, en un intento de convencerle para que aceptase el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). “Si lo que estás esperando son los coronavirus, no van a llegar nunca. Mi Parlamento no lo aceptaría. Estáis generando expectativas que no se van a cumplir”. Desde luego, entre las expectativas que no se van a cumplir está también el Plan Marshall pregonado por Sánchez, que más que un plan parece el sueño de una noche de verano. Si Alemania, Holanda, Austria, Finlandia, etc., están en contra de cualquier mutualización del riesgo, con más motivo lo estarán de todo aquello que suponga transferencias de recursos a fondo perdido como el seguro del desempleo comunitario que plantea Pedro Sánchez.
En cierto modo, en la videoconferencia del día 26 se repitió la escena de 2012, en la que Monti y Rajoy, secundados por Hollande, amenazaron con vetar la resolución del Consejo si la Unión Europea no absorbía el coste de las crisis de las entidades financieras. Merkel no tuvo más remedio que recular y aceptar, aunque echando balones hacia delante de manera que se descafeinase la propuesta. Surgió así la Unión Bancaria. Monti, Rajoy y Hollande han desaparecido y ya hemos visto a lo que ha quedado reducida hasta ahora la Unión Bancaria. Ni siquiera se ha mutualizado el fondo de garantía de depósitos. Bueno, en cualquier caso, Conte no es Monti, Sánchez no es Rajoy, y Macron, aparte de no ser Hollande, en esta ocasión parece que ni está ni se le espera. Y, además, entonces no estaba al frente de Holanda un hooligan como Rutte. Así que me temo que ahora, ni siquiera aparentemente, los países del Norte van a ceder ni un ápice.
Lo más que pueden esperar España e Italia es el recurso al MEDE, y eso tan solo después de haber agotado todas las posibilidades para financiarse por sus propios medios. Sin embargo, el primer ministro italiano no quiere ni oír hablar de ello, por las resonancias que guarda con los rescates de la pasada crisis y con las condiciones draconianas que se impusieron a los países que se decía rescatar. Sánchez está más dispuesto a aceptarlos, con tal de que los préstamos se concedan sin condiciones, pero esto no parece adecuarse a las exigencias de Rutte. El MEDE es el MEDE, ha manifestado, tal como está en las normas y no hay por qué cambiarlas.
El ministro de economía holandés criticó a España y al resto de los países del Sur por no haber aprovechado estos últimos años de crecimiento para ordenar las finanzas públicas. Con ello indicó de forma clara su mentalidad calvinista y puritana que mide todo en términos de culpa-penitencia. Si los países del Sur tienen dificultades es por haber actuado indebidamente. La hormiga y la cigarra. Que no vengan ahora las cigarras a pedirnos dinero. Es la misma postura que los independentistas catalanes mantienen con el resto de España.
Lo más preocupante, sin embargo, es que este discurso termina por calar en una parte de la opinión pública española y no es infrecuente encontrar en la prensa, artículos y reportajes que se muestran comprensivos para con los motivos de las naciones acreedoras, y atribuyen el problema al dispendio de las deudoras. Es más, parece que las propias autoridades de los Estados del Sur, para defender sus peticiones actuales, afirman que en la crisis del coronavirus no hay culpables, con lo que implícitamente están aceptando que sí los hubo en 2008, y que estos se concretaban en los despilfarros de los países del Sur.
Centrándonos en España. Culpables ciertamente los hubo, pero por parte de todos. Culpables fueron los banqueros españoles que dieron créditos a quienes no podían pagarlos y los clientes que no calcularon bien su solvencia y la viabilidad de la devolución. Por supuesto, el Gobierno y el Banco de España que no hicieron nada para impedirlo. Pero también fueron culpables los banqueros de los países acreedores que concedían créditos sin límite a las entidades financieras españolas sin calcular el riesgo, las autoridades de esos países que fallaron en la supervisión, al igual que las instituciones europeas que no dijeron nada de los desequilibrios que se iban generando hasta que estos explotaron. Pero, sobre todo, la culpabilidad hay que hacerla recaer en el diseño y en los parámetros con los que se creó la Unión Monetaria. Ni las entidades financieras españolas se hubieran endeudado hasta ese límite ni las extranjeras hubieran concedido préstamos por esa cuantía, en caso de tener cada Estado su propia moneda y de existir, por tanto, riesgo de cambio.
El problema radica en que, a pesar de ser todos culpables, el coste de la crisis recayó exclusivamente en los erarios de los países del Sur, que tuvieron que rescatar a sus bancos, aun cuando en último término estaban rescatando también a los bancos del Norte que eran acreedores de los nacionales. En 2008 el stock de deuda pública en España ascendía al 39,7% del PIB, mientras que en Alemania y Holanda se elevaba al 65,5% y 54,75 respectivamente. En 2019, por el contrario, el saldo de España alcanza el 96,7%, en contraste con el de Alemania que es del 59,2% y el de Holanda que es del 48,9%. El brutal incremento del endeudamiento público español no se debe en absoluto a los dispendios de nuestra Administración, ni la reducción del stock de deuda pública de Alemania y de Holanda se debe a su correcta política fiscal, sino a la existencia de una unión monetaria que, en ausencia de compensación fiscal y presupuestaria, castiga duramente a los países deudores y beneficia a los acreedores.
Cuando el halcón holandés reprocha a España no haber realizado ningún ajuste en sus finanzas públicas, habría que recordarle que en 2007 el sector público de nuestro país presentaba un superávit del 1,9% y que, si en el 2009 este saldo positivo se había transformado en un déficit del 11,3%, no se debió a los dispendios de nuestras administraciones, sino a la crisis y a la existencia del euro. En los años siguientes, España, al igual que otras naciones del Sur, se sometió a un ajuste durísimo, reduciendo intensamente este saldo negativo del 11,3% al 2% actual, y lo que aún fue más doloroso, pero también más necesario, la devaluación interior que tuvo que aplicarse para conseguir que el saldo de la balanza de pagos por cuenta corriente pasase de un déficit del 9,4% en 2007 a un superávit del 2,4% en 2019.
Muy al contrario, Alemania y Holanda, después de la crisis de 2008, no han hecho el menor esfuerzo para corregir su desmedido superávit en la balanza por cuenta corriente, que en la actualidad asciende al 7% y al 9%, respectivamente. Lo que generó los problemas financieros y la crisis de 2008 fueron los desequilibrios exteriores de ambos signos (véase mi libro “La trastienda de la crisis”, en editorial Península). No hay déficit sin superávit, y viceversa. Y tan responsables son los países acreedores como los deudores. Es evidente que la Unión Monetaria tal como está configurada incrementa las desigualdades. Genera empleo en el Norte a costa de destruir puestos de trabajo en el Sur. Esto es lo que en cierta forma indican los saldos positivos y negativos en los sectores exteriores. En la actualidad la tasa de desempleo en Alemania y Holanda se sitúa en el 3,2 y 3,5%, respectivamente, mientras que España aún se mantiene en el 13,9% después de alcanzar el 24,8% en 2012.
El primer ministro holandés, para ensalzar la utilidad de los programas del MEDE, recordó la según él exitosa experiencia de países como Portugal, Irlanda o España. Exitosa es posible que sí, pero ¿a qué precio? Ni las sociedades de estos países ni por supuesto la de Grecia, ni incluso las de Italia o de Francia (que está para pocas bromas con los chalecos amarillos), van a estar dispuestas a soportar ajustes del calado de los que se aplicaron entonces. Es casi seguro que, como afirma el ministro alemán de Economía, la creación de los eurobonos sea un muerto viviente, pero Merkel y Rutte deberían preguntarse si la aplicación del MEDE con condiciones, tal como quieren, no es una bomba que puede hacer saltar por los aires la Unión Monetaria.
Una vez más, es el BCE la única institución que emite alguna señal de esperanza. A pesar del estreno un poco desastroso de su presidenta declarando que “no estamos aquí para cerrar diferenciales” (en referencia a las primas de riesgo), lo cierto es que se han movilizado 750.000 millones de euros para poder intervenir en el mercado secundario comprando activos y sin la condición territorial con la que actuaban antes. Es más, ha vuelto a intimidar con el programa de compras ilimitadas de deuda pública (OMT), instrumento que Draghi utilizó para amenazar, pero que nunca uso. De momento, el BCE está conteniendo a los mercados e impidiendo que las primas de riesgo se disparen. ¿Será capaz de conseguirlo cuando los déficits públicos hagan su aparición con toda su crudeza? ¿Le dejarán hacerlo los halcones del Norte?


martes, 7 de abril de 2020

Las imágenes de la guerra de Vietnam

Las imágenes de la guerra de Vietnam  

Serie documental que se puede encontrar en la plataforma Netflix compuesta de 10 capítulos, cada uno de los cuales dura aproximadamente 80 minutos. El guión está escrito por Geoffrey C. Ward, la narración la lleva a cabo Peter Coyote y la dirección y realización corre a cargo de Ken Burns y Lynn Novick. Fue estrenada en la televisión pública estadounidense PBS en 2017.
No es la primera serie documental que se hace sobre la guerra de Vietnam. Lo que hace diferente a esta es la abundancia de imágenes (muchas de ellas terribles; no es una serie precisamente para estómagos delicados) obtenidas de todo tipo de noticiarios y reportajes de la época; eso incluye las obtenidas en los archivos de todas las televisiones norteamericanas (y tal vez del propio ejército de EE.UU), pero también de los noticiarios norvietnamitas. No en vano la serie ha costado 30 millones de dólares y su elaboración y montaje ha durado cerca de 10 años.
El punto de vista es, obviamente, el de los EE.UU., pero más el de la sociedad norteamericana que el de sus élites. Digamos que la serie pretende dar una respuesta muy documentada a la pregunta ¿por qué EE.UU perdió la guerra de Vietnam? y no, desde luego, a ¿por qué la ganaron los vietnamitas?, pues entonces les hubiera salido una serie documental muy distinta. Con lo cual, los primeros planos de madres llorando por la muerte de sus hijos son, en un 80%, de madres norteamericanas. Parece que para los autores del documental, los y las vietnamitas lloran poco (aunque más de 2.000.000 de ellos murieron en dicha guerra).
Dicho esto, es innegable que el esfuerzo de documentación es más que notable y que se ha hecho con la ambición de ofrecer un producto audiovisual desapasionado (hasta cierto punto: el último capítulo está claramente dirigido a la psique sentimental de los estadounidenses; nuevamente, para sus autores, los vietnamitas parecen carecer de tal cosa) con la finalidad de proporcionar elementos de reflexión y comprensión al público norteamericano y occidental. Eso se refleja, por ejemplo, en las entrevistas a personajes públicos y dirigentes de los dos bandos y a que se les deja explicar largamente. Ojalá hubiéramos dispuesto de esta serie en los tiempos de las movilizaciones contra la invasión de Iraq de 2003. Con ella hubiéramos montado unas sesiones de «cine-club» fantásticas.
José Luis Gordillo  en Mientras Tanto

lunes, 6 de abril de 2020

Madrid . Donativos . SL


Madrid . Donativos . SL

 Carlos Guirbau

Sin Permiso
La Comunidad de Madrid vive en un eterno apagón informativo desde que comenzó la crisis del Coronavirus. Una oscuridad que impide saber a ciencia cierta cómo se está realizando la gestión de una crisis sanitaria sin precedentes en uno de los sistemas de salud más penetrados por el sector privado y en la Comunidad del reino más afectada por la pandemia. Pensemos que nadie del gobierno de coalición PP-C’s sale a diario o regularmente a dar explicación alguna sobre la situación.

Sin embargo, esa escasez de información, precisa y veraz sobre aspectos fundamentales de la crisis como material necesario (guantes, mascarillas, respiradores), recursos públicos y privados, medios técnicos, organización de traslados o estado de residencias y UCIs contrasta con la escrupulosidad con la que se ofrecen otras noticias. Un ejemplo es la web para donaciones que desde el pasado 30 de marzo ha puesto en marcha en su portal la Comunidad. En este portal se anuncia que los fondos que se recojan se destinarán, sin mas detalles, a atender la crisis provocada por el Coronavirus. En uno de los párrafos de la información, se aclara, esta vez con total exactitud, que todas esas donaciones serán desgravables en la declaración de Hacienda y que, a tal efecto, se les remitirá a los donantes el correspondiente certificado que lo acredita. Vale aclarar que tal desgravación representará para el donante del 35% sobre el importe entregado. En 48 horas, la Comunidad ha destacado el “éxito” de la recogida de dinero, que alcanza mas de 8,5 millones de euros.

Recordemos que el gobierno de la Comunidad de Madrid, liderado por el Partido Popular durante 25 años y ahora compartido con Ciudadanos, lleva décadas aplicando una política de desficalización general que nos cuesta a toda la ciudadanía de Madrid (la Comunidad más rica de España) solo en el impuesto del patrimonio una media de 1.000 millones de euros al año. Un impuesto perdonado que, en caso de pagarse, solo afectaría en Madrid a los 16 mil ciudadanos más ricos de la región, o sea, a los superricos. Si se suman todos los regalos fiscales que, por todos los conceptos, han practicado los gobiernos del PP en los últimos tres lustros, los madrileños hemos dejado de ingresar cerca de 30 mil millones de euros en ese periodo. Es decir, el equivalente a toda la deuda pública actual. Por otra parte, 1.000 millones es precisamente la cifra que la presidenta Ayuso pide ahora al gobierno central para combatir la epidemia. Un dinero que, simplemente cobrando el impuesto del patrimonio que afecta únicamente a quien posee más de 700 mil euros por ese concepto, ya tendríamos todos los ciudadanos para combatir al Covid-19.

Un dinero que se ha quedado bien resguardado en el bolsillo de un puñado de familias y que es el que desde hace tiempo vienen reclamando las organizaciones sociales y políticas de la izquierda de la Comunidad como un recurso imprescindible para garantizar hospitales, escuelas, vivienda, atención primaria o dependencia. A tenor de la escasez de material en los centros sanitarios, la terrible saturación que sufren y sobre todo la falta de profesionales, parece que ese constante regalo fiscal a los más ricos se ha pagado con desorganización sanitaria y falta de medios indispensables.

Ahora, la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, ha abierto una cuenta para sufragar y garantizar con donativos (voluntarios) un derecho básico de toda la ciudadanía, un eje central de política publica democrática: la sanidad y el acceso a la misma. Lo que en realidad ha abierto el gobierno de la Comunidad el último día de marzo no constituye otra cosa que la cara “B” de su política de desfiscalización: una ventanilla para que los 16 mil super-ricos (el club privado de sus amigos) puedan seguir desgravándose y ahorrándose impuestos en una comunidad en la que están fiscalmente referenciadas la inmensa mayoría de las grandes fortunas del Estado. Unos patrimonios que ahora sumaran a los mil millones de su ahorro anual el 35% de sus “generosos” donativos.

Se mire cómo se mire, Madrid, de nuevo, pierde. La pandemia y sus graves efectos sobre nuestras vidas se ayudan a paliar y resolver con justicia fiscal y transparencia, no con una web para que laven la conciencia los de siempre con sus dádivas discrecionales premiadas, otra vez y sin visos de cambio alguno, fiscalmente.

http://www.sinpermiso.info/textos/madrid-donativos-sl

domingo, 5 de abril de 2020

¿ Nuestra Constitución es comunista?

¿Se habrá infiltrado Pablo Iglesias en los gobiernos de Francia y Alemania?

Juan Torres López




Hace unos días, el vicepresidente del gobierno Pablo Iglesias hizo referencia en un mensaje de Twitter al artículo 128 de la Constitución Española que dice: "Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general". Lo hizo para subrayar que, en estos momentos de emergencia sanitaria, "cobra sentido la noción patriótica de la primacía del interés general del país", un principio constitucional que lógicamente puede llevar a que puntualmente se disponga que alguna propiedad privada quede al servicio del bien común.
Enseguida, los medios de comunicación y los dirigentes y economistas de derechas arremetieron contra Pablo Iglesias, una vez más, con la desmesura y crueldad con que suelen referirse a lo que hagan o digan los líderes de Podemos. Por esa declaración han acusado al vicepresidente de "querer imponer su ideología comunista y de amenazar a la propiedad privada" o de tener intenciones incluso más radicales y tremendas. Libertad Digital decía en un gran titular: "El pánico se desata: Iglesias instaura un régimen comunista". Esdiario se refería al mensaje del líder de Podemos diciendo que el "tuit chavista de Pablo Iglesias aterroriza a todo el mundo con ahorros". El diario El Economista aseguraba, también a toda plana, que "Iglesias quiere nacionalizaciones y socializar ahorros como Venezuela". El economista José Carlos Díez dejó de ser economista observador, como le gusta definirse a sí mismo, para convertirse en psicólogo: "España tiene un vicepresidente del Gobierno comunista obsesionado con expropiar empresas". Y el máximo líder del PP, Pablo Casado, se sumaba al clamor general, como no podía ser menos, asegurando que el vicepresidente "amenaza con expropiar la propiedad privada" o que quiere "nacionalizar la economía como en Venezuela". Otros líderes o medios le han pedido la dimisión por "amenazar" con la aplicación de ese principio constitucional.
Los juicios tan dramáticos y extremistas contra Iglesias son realmente chocantes si se tiene en cuenta que no mencionó ningún artículo de la extinta constitución soviética ni de la bolivariana de Venezuela sino uno de la española. Sorprende porque no parece lógico que, quienes a todas horas manifiestan su compromiso con nuestra Carta Magna y se denominan a sí mismos los constitucionalistas, puedan mostrar tanto temor cuando se invoca uno de sus artículos. Si hay algo de comunista, de bolivariano, de radical y terrible en la declaración de Pablo Iglesias será porque todo eso está en nuestra Constitución y no porque lo haya afirmado el vicepresidente. Y si esa idea le parece peligrosa a la derecha (¡como si hubiera sido Podemos quien redactara un artículo bolchevique!) parece que lo lógico no es pedir la dimisión de quien invoca a la Constitución sino que se cambie el texto que no les gusta. Claro que entonces se estarían negando a ellos mismos y mostrando que su acendrado constitucionalismo es una farsa de cartón piedra.
Quienes critican a Iglesias por recordar la letra y el espíritu del 128 olvidan (seguramente lo saben, pero no quieren tenerlo en cuenta) que preceptos de ese tipo se encuentran, con una u otra redacción concreta, en casi todas las constituciones avanzadas y que es precisamente su ausencia lo que da problemas en momentos como los que estamos viviendo. Así lo ha reconocido nada más y nada menos que el expresidente Felipe González en un artículo de prensa en el que subraya la necesidad de tenerlo presente, naturalmente, reconociendo y cumpliendo al mismo tiempo con el resto de los principios constitucionales, como no puede ser de otra forma.
Concretamente, González afirma que "el enorme desafío, tanto sanitario como económico-social, cargado de incertidumbres, que nos plantea la pandemia de la covid-19, exige, por tanto, que el Estado asuma ese papel previsto en el artículo 128 de la Constitución, respetando todo su contenido y respondiendo, de acuerdo con nuestra realidad, a la defensa del interés general que se invoca". Con tal de atacar al gobierno, los constitucionalistas dejan en papel mojado la letra de la Constitución que dicen defender y acusan de agredirla a quienes precisamente reclaman que se aplique cuando sea necesario. El mundo al revés con tal de impedir que gobierne la izquierda.
Son unas acusaciones tan exageradas y estruendosas, tan desproporcionadas y malvadas que lo que muestran es que el constitucionalismo de partidos como el PP, Ciudadanos o Vox es falso, de pacotilla. No puede ser de otro tipo dada la escasísima confianza que tienen en la Constitución que dicen defender. Ni aplicar su artículo 128 supondría poner en marcha el comunismo, ni Pablo Iglesias, ni su partido, ni su gobierno podrían llevar acabo, puesto que la propia Constitución contempla mecanismos e instituciones para impedirlo, actuaciones contra ella. Si quienes han levantado la voz contra las declaraciones de Iglesias encuentran tan radical e inadecuado el contenido de la Constitución y si creen que sólo con invocar unos de sus principios se la pone en peligro, si para ellos es tan peligrosa e incapaz de defenderse a sí misma, lo que no se entiende es que la defiendan. O, mejor dicho, sólo puede entenderse que digan que la defienden con tanto ahínco porque mienten. La Constitución les importa un rábano y sólo están preocupados por dinamitar a cualquier gobierno que defienda -con la Constitución en la mano- intereses que no sean los de la grandes empresas o los de la cúpula que controla la Iglesia Católica. Las falsedades, como dijo Voltaire, no sólo se oponen a la verdad, sino que a menudo se contradicen entre sí.
Curiosamente, hay una buena prueba de que detrás de las acusaciones de la derecha sólo hay histrionismo y ningún peligro de que el gobierno destruya la economía por recurrir al artículo 128 de la Constitución: gobiernos tan poco sospechosos de izquierdismo como los de Francia y Alemania están yendo mucho más lejos de lo que ha ido en España el vicepresidente Pablo Iglesias.
El ministro de Finanzas francés, Bruno Le Maire, afirmó la semana pasada que allí se está valorando la posibilidad de tomar participaciones en las empresas que lo necesiten e incluso realizar nacionalizaciones. Y el ministro de Economía alemán, Peter Altmaier, también ha anunciado que llevarán a cabo nacionalizaciones si fuese necesario. Y hasta el presidente Trump ha ordenado a General Motors y a Ford que se pongan a fabricar respiradores.
No es que Iglesias se haya infiltrado en los gobiernos de Francia y Alemania y los esté haciendo bolcheviques. No. Lo que simplemente ocurre es que, en momentos de emergencia como los que estamos viviendo, lo lógico es que los gobiernos tengan esa previsión y que invoquen el mismo principio al que hizo referencia el vicepresidente español.
Una epidemia como la de la covid-19 nos obliga a utilizar todos los recursos necesarios para salvar vidas humanas y, desgraciadamente, a elegir entre preservar la salud confinando durante algún tiempo a la población o salvar la economía. Y la derecha, por cierto, también aprovecha esta terrible disyuntiva para criticar al gobierno, haga lo que haga: si hay muertes, dice que Pedro Sánchez e Iglesias las desean y no las evitan y, si el gobierno decide confinar a la población para evitarlas, los acusan de paralizar la actividad económica para destruirla por un capricho ideológico, por una obsesión, como dice Díez.
Para poder disponer de todos los medios que necesita nuestro sistema sanitario y para evitar que miles de empresas cierren por la obligada inactividad, el gobierno no puede tener la más mínima duda: si hace falta colocar a las empresas privadas al servicio del interés común debe hacerlo, lo mismo que debe proteger a todas las empresas que lo necesiten, cueste lo que cueste y de cualquier manera que sea, para evitar que desaparezcan. Hay muchas empresas españolas que tienen servicios de logística por todo el mundo ¿no es lógico, por ejemplo, que se recurra a sus redes para aprovisionarnos con seguridad en estos momentos de crisis? ¿no es razonable que se obligue, si fuera preciso, a que se reconviertan las que hagan falta para producir aquí lo que ahora no se pueda conseguir en los mercados internacionales, como algunos productos sanitarios?
Y eso hay que hacerlo, eso sí, con la máxima prudencia e incluso con comedimiento, en el fondo y en las formas, para que nadie pueda creer que hay amenaza donde sólo se está deseando que haya cuidado y protección. Esperemos que el gobierno sea capaz de superar la agresión continuada, que acierte en el tratamiento de la crisis, que actúe con inteligencia y mayor prontitud para garantizar los ingresos perdidos por las empresas y las personas y que no tengamos que ver a empresas y bancos, no sólo en España sino en el resto de Europa, pidiendo ellos mismos ser nacionalizados.

sábado, 4 de abril de 2020

¿Una economía de guerra?


Economía de guerra para frenar el coronavirus? Aún no

¿Una economía de guerra?



Fuentes: Observatorio de la crisis

Si todos los países fueran iguales la pandemia terminaría como lo muestra el gráfico de más abajo.  La tasa de inicio de las infecciones de la Covid-19 duraría por lo menos de 40-50 días.
Muchos países no están todavía cerca del punto máximo y no hay ninguna garantía de que el pico se produzca en el mismo momento. Los métodos de mitigación y eliminación (test, autoaislamiento, cuarentena y cierres) no funciona de las misma manera en todo el mundo.  Pero, en última instancia, habrá un pico en todas partes y la pandemia disminuirá, aunque tal vez, sólo sea para volver el próximo año.

viernes, 3 de abril de 2020

Neoliberalismo contaminado

Neoliberalismo contaminado


Fuentes: Alternatives/Viento Sur
La novedad de la situación actual reside en la mecánica infernal que se ha desencadenado. En 2008 fue la esfera financiera la que encendió la mecha, que después de transmitió a la esfera productiva. Hoy es todo lo contrario: la actividad económica está en parte estancada y este brutal frenazo vuelve, como un bumerán, a golpear a las finanzas. Y esta implosión de las finanzas profundizará la recesión.
El hundimiento de la pirámide financiera
Sin embargo, existe un vínculo con la crisis anterior. De hecho, todas las políticas implementadas desde 2008 tienen como objetivo volver al business as usual y, en particular, a preservar de todas las formas posibles el valor de los títulos financieros, como derechos de giro sobre el valor creado. Si, por el contrario, hubiéramos confinado a las finanzas a las únicas funciones útiles que pueden cumplir, el mecanismo infernal podría haberse encuadrado mejor.
Más fundamentalmente, el agotamiento de las ganancias de productividad condenaba al capitalismo a un funcionamiento patológico consistente en capturar un máximo de valor, compensando con el aumento de las desigualdades el agotamiento de esa fuente esencial de su dinamismo. Dicho de otra forma, el coronavirus no contamina un quinto de un organismo sano sino un organismo ya alcanzado de enfermedades crónicas. La epidemia funciona como un revelador: las modalidades de salida de la crisis precedente no han remediado verdaderamente las fragilidades estructurales de la economía mundial.
Desde la crisis de 2008, se ha hecho todo o casi para que nada cambie. Se ha desarrollado la práctica de las recompras de acciones, han explosionado los repartos de dividendos, la titulización ha recomenzado su marcha, el endeudamiento privado ha aumentado considerablemente… No faltan estudios sobre estos diversos temas: el Banco Internacional de Pagos, por ejemplo, ha multiplicado las advertencias.
El estallido de la burbuja era pues previsible, incluso sin el coronavirus. Dan testigo de ello las advertencias del último Global Financial Stability Report del FMI (octubre de 2019). Este informe estaba centrado sobre los riesgos engendrados por los bajos tipos de interés, y dos de sus principales autores, Tobias Adrian y Fabio Natalucci, resumieron los principales mensajes en un blog. Insisten en el sobreendeudamiento de las empresas: “La deuda de las empresas cuyos beneficios no pueden cubrir las cargas de los intereses podrían aumentar a (…) cerca del 40 % del total de la deuda de las empresas en los países estudiados, entre los cuales Estados Unidos, China y los países europeos”.
La masacre del aparato productivo
La constatación de los economistas del FMI puede ser completada con un estudio muy documentado sobre los Estados Unidos. Los autores observan que son las pequeñas y medianas empresas las que están endeudadas más fuertemente, de forma que estarán más duramente afectadas por la crisis del coronavirus. Se plantea aquí un tema debatido muy ampliamente, el de la distancia creciente entre las empresas superestrellas, que captan el valor creado y las empresas zombis que sobreviven gracias a los bajos tipos de interés.
Pero los autores de este estudio señalan que las empresas de la mitad baja han aumentado su capacidad de producción a lo largo de los últimos decenios, mientras que el 10% de lo alto de la escala han permanecido a remolque. Temen la “catástrofe inminente” que amenaza si se deja a las pequeñas empresas sucumbir, ya que representan, a pesar de su fragilidad, una de las “principales fuentes de creación de empleo y de innovación”.
La política monetaria acomodaticia no ha estimulado a la economía real: al contrario, ha permitido al capital financiero retomar su trayectoria exuberante
El otro efecto de los bajos tipos de interés que señala el FMI es una asunción excesiva de riesgo: “el muy bajo tipo de interés ha empujado a los inversores institucionales como las compañías de seguros, los fondos de pensiones y los gestores de activos a buscar títulos más arriesgados y menos líquidos para alcanzar sus objetivos de rentabilidad. Por ejemplo, los fondos de pensiones han aumentado su exposición a otras clases de activos tales como el capital-inversión y el inmobiliario”.
La política monetaria acomodaticia no ha estimulado a la economía real: al contrario, ha permitido al capital financiero retomar su trayectoria exuberante. Pero ha conducido también a una situación inédita de bajos tipos de interés, incluso negativos, y al agotamiento de las municiones de los bancos centrales. Incluso antes de la pandemia, el pronóstico de los expertos del FMI era ya inquietante: “las semejanzas existentes en las carteras de los fondos de inversión podrían amplificar un movimiento de liquidación de activos en los mercados; las colocaciones ilíquidas de los fondos de pensiones podrían restringir su papel tradicional de estabilizador de los mercados”. Eso es justamente lo que está sucediendo y existe el riesgo de que la deflagración sea aún más brutal con el virus.
La zona euro, ¿distribuida al estilo puzzle?
Se ha abandonado al menos provisionalmente el dogma del 3%, pero Europa sigue mal preparada. Es una idea excelente la relajación de la constricción presupuestaria, pero eso no responde a todos los problemas. Uno de ellos es la distancia (spread) entre los tipos de interés sobre las deudas públicas. En un primer momento, Christine Lagarde cometió una gran metedura de pata, al declarar que “el BCE no está para estrechar la spread”, aunque después sacó el bazooka que calmó un poco las inquietudes de los mercados financieros.
Pero llegará un momento en el que será necesario considerar el paso a la velocidad superior, a saber, a la mutualización (eurobonos o coronabonos) o incluso a la monetización. Es la conclusión a la que llega Patrick Artus: “Si todos los países de la zona euro están afectados (por el aumento de los tipos de interés a largo plazo en respuesta a los déficits públicos fuertemente incrementados), la mutualización de los déficits públicos suplementarios aligera el peso para los países periféricos (en los que el alza de los tipos de interés es más fuerte) pero no resuelve el problema global de exceso de los déficits públicos. La única solución es pues la monetización de los déficits públicos suplementarios por el BCE, es decir una apertura importante del Quantitative Easing sobre las deudas públicas”. Sin embargo, hay un gran riesgo de que, como en la precedente crisis, Europa solo reaccione con retraso sobre el acontecimiento, o a contratiempo, debido a los desacuerdos internos y de la propensión a gestionar la crisis a nivel estatal.
Los emergentes, ¿en el ojo del ciclón?
Es probable que el virus se extienda a los países emergentes o en desarrollo, hasta ahora relativamente no afectados. No solo están mal equipados desde un punto de vista sanitario sino que están ya duramente golpeados por las repercusiones de la crisis. En gran parte dependientes de las ventas en parada de materias primas, están viendo disminuir sus recursos. Este es el caso especialmente de los países productores de petróleo.
Y también ahí se encuentra la herencia de la salida de la crisis precedente. La deuda exterior de los países emergentes representa de media “el 160% de las exportaciones, contra el 100% en 2008. En caso de endurecimiento considerable de las condiciones financieras y de alza de los costes de los prestamos tendrán más dificultad para asegurar el servicio de su deuda”, advertía el FMI en su informe ya citado de octubre de 2019.
Ello se agrega la fuga de capitales, que ha tomado proporciones considerables: 83 mil millones de dólares desde el inicio de las crisis. Este sudden stop tendrá graves consecuencias, subrayadas por un grupo internacional de economistas. Los países emergentes y en desarrollo, escriben, “se encuentran ahora confrontados a un freno súbito mientras que se endurecen las condiciones mundiales de liquidez y los inversores huyen del riesgo, arrastrando a depreciaciones monetarias dramáticas. Ello obliga a un ajuste macroeconómico severo, precisamente en el momento en que todos los instrumentos disponibles deberían estar disponibles para enfrentarse a la crisis: se ha endurecido la política monetaria para tratar de conservar el acceso al dólar, mientras que se limita la política presupuestaria por el temor de perder el acceso a los mercados mundiales. Es poco probable que las reservas de cambio proporcionen un tiempo suficiente en todos los países».
Las instituciones internacionales prevén medidas de apoyo, pero David Malpass, el presidente del Banco Mundial (propulsado a ese puesto por Donald Trump) insiste en la condicionalidad en términos que recuerdan a los de la Troika europea respecto a Grecia: “Los países deberán poner en práctica las reformas estructurales susceptibles de acortar el tiempo necesario para la recuperación y crear la confianza en su solidez. En lo que concierne a los países en el que las reglamentaciones excesivas, las subvenciones, los regímenes de concesiones de licencias, la protección o la judicialización de los intercambios, constituyen otros tantos obstáculos, trabajaremos con ellos para dinamizar los mercados y seleccionar los proyectos que permitan asegurar un crecimiento más rápido durante el período de recuperación”.
The Economistha tenido al contrario razón al lanzar esta advertencia: “Si se deja al Covid-19 causar estragos en los países emergentes, se extenderá de nuevo a los países ricos”. Incluido en su dimensión económica, si la producción de materias primas y de bienes intermedios conoce un sudden stop simétrico del de los flujos de capitales.
¿Poner todo a cero?
Será difícil para el sistema económico que vuelva a su funcionamiento anterior a la crisis. Las cadenas mundiales de valor están desorganizadas, las empresas habrán hecho quiebra, está cuestionada la forma de gestión de los gastos públicos, especialmente en materia de salud. Se puede ver en ello la posibilidad de una reorientación fundamental del sistema. Pero no tendrá nada de espontanea: con la suspensión de capítulos enteros del Código de Trabajo, se aprecia claramente que algunos preparan ya el golpe para después.
Después vendrán los discursos sobre el necesario saneamiento financiero, cuya puesta en práctica tendrá el riesgo de engendrar una réplica recesiva, como en 2010. Y sobre todo la vuelta a la ortodoxia tendrá por efecto atrasar todo proyecto de Green New Deal: ¿cómo en efecto imaginar que después de haber derramado miles de millones de euros, las instituciones financieras querrán dedicar las considerables sumas necesarias para la lucha contra el cambio climático?
En una nota en la que se pregunta “¿Qué capitalismo querríamos?”, Patrick Artus dibuja un retrato bastante fiel del capitalismo “inaceptable” (que es el nuestro): “deforma la distribución de ingresos en detrimento de los asalariados, no respeta los compromisos climáticos, no asocia a los asalariados a las decisiones estratégicas de las empresas, deslocaliza masivamente a los países de bajos salarios, consigue una reducción continuada de la presión fiscal de las empresas, lo que obliga a reducir la generosidad de la protección social”. El economista de Natixis considera después dos vías posibles para pasar a un capitalismo aceptable: sea la instauración de un “capitalismo estatal hiper-regulado”, sea una “evolución espontánea del capitalismo que acepta una rentabilidad más débil del capital para el accionista”. Sin embargo, solo hay una cosa de la que convencerse: no hay que contar con una evolución espontánea del capitalismo.
Traducción: viento sur