¿Por qué en Suecia no hay problema con el Impuesto de las hipotecas y en España sí?
Rikard Anderson
El Público .
Periodista económico
Lo siento, soy un pesado. Siempre que discuto con mis amigos
españoles, les restriego en la cara la herencia católica. Menos mal que
son todos unos descreídos, porque, si no, se enfadarían de verdad.
A ojos de un ciudadano de un país protestante, lo de España es
irracional. Además, Suecia es el país de Europa que más tardó es
incorporar el cristianismo y, seguramente, uno de los que más
rápidamente lo ha ido abandonando. Es por ello que los suecos tienden a
ser muy críticos con la autoridad, en sintonía con otros países
nórdicos, donde la exigencia con lo público es mucho mayor que en el sur
de Europa. En cambio, un país con exceso de herencia católica, el
principio de autoridad está tan arraigado en el pueblo que se tiende a
aceptar el abuso del poderoso, se es muy conformista, se es resignado, y
sólo se producen pataletas puntuales cuando se toca algo cercano.
Digamos que la herencia católica protege al poderoso y no puede evitar
que el ciudadano reaccione en aquellos contados casos en que se atenta
contra su
sancta sanctorum (familia, casa, trabajo).
El debate de estos días sobre el Impuesto de Actos Jurídicos
Documentados puede enfocarse, sin ningún problema, como una herencia de
este catolicismo pernicioso que lastra a España. ¿Por qué? Porque en
Suecia dicho problema no existe. Y no existe precisamente porque tenemos
otro sistema. Y si tenemos otro sistema, es porque emana de otra
mentalidad.
¿Cómo se hace una hipoteca en Suecia?
La idea de partida es que los bancos están ahí para ayudar. La
sociedad permite hacer negocio al sector financiero porque otros
negocios o personas van a necesitar capital. Por tanto, cuando uno pide
una hipoteca, no hace nada más que exigir al banco que cumpla su función
social. Esto es un enfoque protestante. El enfoque católico consiste en
que uno va al banco de rodillas (como si fuera una iglesia) consiente a
veces que le humillen, y ruega que le den dinero.
Si digo “consiente que le humillen” es porque me acabo de acordar que
Caixa Terrassa, allá por los años noventa, pedía análisis de sangre (!)
en determinados casos para pedir una hipoteca. Por tanto, no exagero.
Así pues, los trámites en Suecia para una hipoteca son mínimos. El
único gasto comparable al IAJD se paga una sola vez. Se trata del
pantbrev. Dicho
pantbrev
viene a ser como una carta que dice que el inmueble puede ser
hipotecado. El estado cobra una tasa de 2% (que podríamos llamar
“impuesto para tener permiso para hipotecar”). La gracia de este sistema
es que las sucesivas hipotecas de un inmueble no pagan dicho
pantbrev, porque ya ha sido pagado.
Por otra parte, cuando compras un piso normalmente el promotor ya ha pagado el
pantbrev.
En definitiva, si nos centramos en pisos, no hay impuestos ni tasas a
la administración pública: pagas una tasa administrativa de 45 euros
para inscribir tu hipoteca en el registro del edificio y una tasa al
banco de aproximadamente 120 euros.
Otra diferencia es que no existe la figura del notario en Suecia,
toda la información registral sobre un inmueble es internetizado y
accesible en tiempo real. Con lo cual no hay gasto de notario.
La casuística es un poco más complicada pero la idea básica que
quiero transmitir es ésta: hacer una hipoteca en Suecia tiene muy poco
coste comparado con España.
¿Por qué se han hecho tan complicadas las hipotecas en España?
Siento nuevamente decirlo, pero la idea del banco como “entidad que
nos hace el favor de prestarnos dinero” es católica y medieval. Es la
idea del señor feudal modernizada.
En consecuencia, si estamos de acuerdo de partida con esta idea, o
dicho principio subyace en el inconsciente colectivo, es normal que
aceptemos el abuso del banco. Y sí, lo que han hecho los bancos, durante
años, ha sido abusar. En pocas palabras: han condicionado la concesión
de hipotecas a que el cliente pague las garantías de cobro.
Esto es así de claro y, a ojos de un sueco racionalista que aprecia
España, así de dramático. Durante años las sufridas familias que
aspiraban a algo tan básico como un techo para vivir eran objeto de
abuso. El banco les obligaba a financiar los mecanismos que reforzaban
su posición para reclamar, si fuera el caso, la deuda.
La banca española podría haber tenido un ataque de “servicio social”,
e investigado maneras de aligerar los gastos de los clientes. Bastaba
con mirar a otros países. Pero qué les importaba a los banqueros. Total,
el cliente (católico) agachaba la cabeza y el señor feudal (católico)
le daba su bendición. Y nadie lo criticaba.
El guion no hubiera variado de no ser porque llegó Europa. Una Europa
que, gracias a dios (y nunca mejor dicho) es medio protestante, medio
racionalista, medio ilustrada y a lo mejor medio atea. Y, sobre todo, no
ha padecido los ocho siglos de Inquisición que han moldeado la
mentalidad española.
Con este cambio de guión, ahora los bancos se lamentan. Dicen que no
hacían otra cosa que cumplir la normativa. Lo que no dicen es que para
ellos “cumplir la normativa” es que otro pague la cuenta. Ni que otra
normativa es posible. Ni que han lastrado las economías domésticas
durante décadas en beneficio propio.
En fin, ahora el Tribunal Supremo tiene la ocasión de instalar a
España en la modernidad. Sí, lo siento, para mí la modernidad empieza
siendo protestante y luego siendo racional (es un modelo histórico).
Pero, ¿Creen ustedes que va a hacerlo? Lo sabremos mañana.
Apuesto, y quisiera equivocarme, que el Tribunal Supremo les va a dar
un buen garrotazo de catolicismo, autoridad, sumisión y sueños
frustrados a los sufridos ciudadanos españoles. Creo que esta expresión
se remonta a siglos atrás: “¡Duro y a la cabeza!”.
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