sábado, 30 de septiembre de 2017

La nación sagrada.



 Resultado de imagen de don pelayo en covadonga madrazo

 Don Pelayo de Madrazo .




El gen de Don Pelayo .

 Sebastían Martín .
 
Supongo que quienes durante el último lustro se han negado en rotundo a consultar a la población catalana sobre su independencia deben sentirse satisfechos. La penosa situación que atravesamos se debe, en última instancia, al triunfo de sus designios. En la impugnación académica y mediática del llamado ‘derecho a decidir’ ha sucedido algo revelador. Lo que a la mayoría de la población resultaba una reivindicación autoevidente, que cae por su propio peso, a periodistas, catedráticos y filósofos parecía una aberración intolerable. La honda fractura que separa al estrato intelectual del país de buena parte de sus capas populares se ha hecho muy visible en este punto.
Se ha sostenido con gravedad que el ‘derecho a decidir’ no existe, porque no está recogido en la Constitución, que tampoco cabe asimilarlo al derecho de autodeterminación de los pueblos en un contexto descolonizador, y que no tiene precedente alguno en la política moderna. Aunque esta última pretensión sea discutible, existiendo los casos de Quebec y Escocia, admitamos la validez de todos esos argumentos. Pero, ¿qué legitimidad resta a un derecho colectivo el que se plantee con entera novedad, sin sostén en precendente alguno? ¿Es que la fuente de la legitimidad solo procede de lo ya constituido?
Si tal planteamiento hubiese triunfado siempre, no habríamos avanzado un solo paso. Todos los derechos colectivos que finalmente lograron imponerse tuvieron un momento originario, no fundado en el derecho existente, sino caracterizado más bien por contrariarlo. La falta de antecedentes no deslegitima per se el ‘derecho a decidir’. Solo impone su valoración ética y extrajurídica.
También se ha esgrimido que resulta una pretensión imposible, porque atenta contra el principio de la ‘soberanía del pueblo español’, por esencia ‘indivisible’. Recordemos, en primer lugar, que la propia Constitución de 1978 reconoce y atribuye facultades políticas decisivas a otros demos más allá del de la nación española, justamente a los demos de las respectivas regiones y nacionalidades que integran el Estado a los efectos de instituirse en régimen de autonomía. ¿Tanto bloqueo mental produce el que se le tome como población de referencia para ser consultada sobre su estatuto político colectivo, incluido el de una futura independencia?
Convengamos además que el principio de la soberanía nacional entra dentro de la categoría de las llamadas ‘ficciones jurídicas’. En un contexto globalizado, donde las mediaciones políticas y económicas se han intensificado, resulta ilusorio hablar en términos reales de un ‘poder soberano’, que ‘no reconoce a ninguno superior’. No hay poder que no sea relativo. La idea de ‘soberanía del pueblo español’ solo funciona mientras sea capaz de representar colectivamente un principio eficaz de síntesis política. Pero es justo esto lo controvertido. En su acepción jurídica estricta, la ‘soberanía’, de hecho, no es más que una metáfora útil para explicar la obligatoriedad del derecho en un territorio dado, imputándosela en última instancia a una no menos ficticia ‘voluntad del pueblo’. Sin embargo, es esa obligatoriedad la que se halla profundamente cuestionada.
Esto nos lleva a otro de los argumentos contrarios al ‘derecho a decidir’. El que recuerda que las leyes están para cumplirlas. Este postulado verdadero olvida, sin embargo, su presupuesto sociológico: las leyes solo son observadas con regularidad si les subyacen ciertos consensos de partida, que son los que se están rompiendo. Apoyar el cumplimiento de las leyes solamente en la coerción es el mejor modo de condenarlas al rechazo futuro. Tiene poder real aquel que consigue replicar su voluntad a través del ejemplo y la persuasión; la imposición es signo manifiesto de debilidad.
A esta objeción jurídica siempre le ha acompañado otra, de mayor rango: el ‘derecho a decidir’ no cabe en la actual Constitución, mientras no se reforme mediante los procedimientos previstos al efecto. Pero aquí se confunde la consulta con una posible independencia. Un referéndum consultivo sí habría cabido en el presente ordenamiento constitucional de haber querido el Gobierno y el PSOE. Hubiese sido la toma de pulso imprescindible para saber si había, después, que proceder a reformar en profundidad la Constitución.
Algunos incluso querrían bloquear esta última posibilidad, despreciando la máxima jacobina de que cada generación tiene derecho a su propia ley fundamental. Invocan en su apoyo el ejemplo de los Estados Unidos. Al hacerlo, no solo desconocen las diferencias sustantivas que separan las tradiciones constitucionales angloamericana y europea-continental. También olvidan las circunstancias de excepción, con ruido de sables de fondo, que presidieron la aprobación de nuestro actual régimen constitucional. Desblindarlo para adecuarlo en libertad a la efectiva realidad de hoy día es el mejor modo de salvaguardarlo. Petrificándolo, se continuará abundando en su irrelevancia.
Sobre estos comprensibles escrúpulos jurídicos y constitucionales cabe realizar una doble puntualización. Por un lado, contrasta la rigidez que algunos atribuyen al derecho positivo y al constitucional en materia nacional con la flexibilidad que le otorgan para adecuarse a las pulsiones económicas. Diríase que resulta mucho más fácil cambiar la letra de la Constitución por orden del gobernador del Banco Central Europeo que por la contestación de millones de ciudadanos.
Por otro lado, desde una perspectiva pulcramente jurídica, sin ideología política detrás, el ‘desafío secesionista’ no significa sino un intento revolucionario de sustituir un ordenamiento jurídico por otro. Llamar a eso “golpe de Estado”, dada nuestra cruenta experiencia pasada, es una desproporción de mala fe que desautoriza a quien la formula. Sí es digno de tener presente, en cambio, que dichas pretensiones revolucionarias solo son exitosas –como advirtió con tino Hans Kelsen– cuando consiguen que la mayor parte de los destinatarios de las nuevas normas se sientan espontáneamente obligados por ellas. Algo que es improbable que vaya a suceder, entre otras cosas porque, en la coyuntura presente, no va a poder formarse ningún nuevo ordenamiento.
No existía razón jurídica de peso para oponerse al referéndum. La mejor prueba de ello es la cantidad de juristas que, empecinados hasta ahora en lo contrario, y horrorizados por las consecuencias de su obstinación, comienzan a aceptar que la única salida a la cuestión catalana es una consulta pactada. Pero buena parte de la opinión pública sigue mostrándose disconforme.
Lo peculiar es que ahora ha venido a descubrirse el motivo último de su oposición. La razón que ha estado a la postre detrás de todos los circunloquios no ha sido ni jurídica ni racional, sino mística. Es la de quienes responden, como con gracia se ha dicho, al ‘gen de Don Pelayo’; la de quienes participan del postulado místico vital, formulado por José Antonio [Primo de Rivera], de que “España, como nación, es irrevocable”.
Es la negación de este motivo irracional la que explica el alineamiento de muchos sectores de la izquierda con la reivindicación del ‘derecho a decidir’. Convertir en objeto de decisión democrática a instituciones presuntamente naturales forma parte del código genético de la izquierda. Ocurrió con la familia patriarcal y con la propiedad privada. En coherencia, también había de pasar con la nación, entendida en su sentido romántico, trascendente y confrontado con la libertad individual.
De haberse situado la cuestión catalana más allá de este bloqueo nacionalista, podría haberse aspirado a tratarla desde un punto de vista, ahora sí, netamente racional. En lugar de las banderas, habrían ocupado entonces la agenda las cifras de la deuda y la Seguridad Social, los porcentajes de participación y asentimiento, las debidas compensaciones mutuas y todas las demás capitulaciones del divorcio. Y es que algunos hemos defendido el referéndum no por simpatía con el nacionalismo, sino a fuer de no ser nacionalistas.

 Imagen relacionada


1836 WIFREDO I EL VELLOSO PRIMER CONDE SOBERANO DE BARCELONA DIBUJO PLANELLA GRABO AMILLS

 






Aguirre la liberal en Cibeles .La foto del día .


Esperanza Aguirre reaparece en la manifestación de Cibeles en la que se cantaba el Cara al Sol con saludos fascistas...30/9/17.

El ejemplo de Quebec .

Una ley democráticamente osada sirvió para desactivar los anhelos secesionistas de la provincia francófona de Canadá
El ejemplo de Quebec

Ctxt


Si el referéndum del 1-O cumpliera con las garantías legales de las que carece, que son todas, permitámonos por un momento entrar en el terreno de las hipótesis: ¿Qué pasaría si en algunos lugares de Cataluña ganase el voto favorable a la independencia y en otros no? ¿Puede dividirse España pero no Cataluña? Quienes defienden el derecho a decidir sobre su soberanía, ¿con qué legitimidad se lo pueden negar a otras partes de su territorio? Estas relevantes cuestiones y otras que no lo son menos fueron tratadas por el Tribunal Supremo de Canadá, última instancia judicial del país, tras la victoria muy ajustada del no (50,58%) frente al sí (48,42%) en la última consulta soberanista que convocó la provincia de Quebec para separarse de Canadá, en 1995 y en la que participó el 93,52% de los censados. Era cuestión de tiempo que el voto favorable a la secesión ganara, pensaron entonces los nacionalistas del Partido Québécois. El Gobierno federal, preocupado por esta perspectiva, decidió consultar al alto tribunal, dada la ausencia de limitaciones constitucionales para evitar que así ocurriera. Sus conclusiones fueron recogidas en la llamada Ley de Claridad, aprobada en junio de 2000 por el Parlamento. Canadá se convirtió así en el primer país entre las democracias avanzadas en reconocer el derecho de cualquiera de sus provincias, no sólo la francófona, a escindirse y crear su propio Estado siempre que se cumplan las condiciones que recoge la citada ley. ¿El resultado? No ha habido más referendos desde entonces y la causa secesionista ha perdido mucho de su antiguo atractivo para los quebequenses y sus dirigentes nacionalistas.
Así, cuando los defensores del derecho a decidir en Cataluña usan el ejemplo de lo ocurrido en Canadá para poner en evidencia la rigidez del ordenamiento jurídico español, no nos quedemos sólo con la primera parte, la de la reforma legal necesaria para celebrar una consulta de estas características, conozcamos todo el contenido de la citada ley y los límites que en nombre precisamente de la democracia esta incluye. Esto nos dará pistas de por qué no ha habido más consultas soberanistas en la provincia francófona, donde el sentimiento de humillación histórica con respecto al resto de los territorios del país, de habla y cultura anglosajona, ha estado siempre muy arraigado. Como dice el notario Fernando Rodríguez Prieto, que ha arrojado luz sobre esta cuestión en sus artículos publicados en el blog Hay Derecho: “Este ejemplo, más que suponer un respaldo al secesionismo, puede dotar de nuevas armas dialécticas a unos unionistas necesitados de ellas”.
Todo empezó con una pregunta farragosa, de ahí el nombre de la Ley de ‘Claridad’. En el referéndum de 1995 la secesión de Canadá se planteaba así: “¿Acepta que Quebec alcance su soberanía tras ofrecer formalmente a Canadá una nueva asociación económica y política que se enmarque dentro del proyecto de ley sobre el futuro de Quebec y el acuerdo firmado el 12 de junio de 1995?”. Esto, en francés y en inglés; en las zonas donde había comunidades americanas aborígenes, se añadía la lengua nativa. Ya tienen mérito los que dijeron que sí.
Quien provocó la intermediación del máximo órgano judicial fue Stéphane Dion, nombrado ministro de Asuntos Intergubernamentales en 1996. A raíz del referéndum, envió tres cartas al Gobierno nacionalista de Quebec cuestionando la validez de la consulta. Por tres razones: ¿Ampara la ley internacional una declaración de independencia unilateral?, ¿es suficiente el 50% más décimas para aprobar una secesión? ¿estaría la integridad del territorio de Quebec protegida por la legislación internacional tras la independencia? En este último punto, Dion argumentó que la experiencia internacional demuestra que las fronteras de una entidad que busca la independencia se pueden cuestionar por razones precisamente democráticas (mayorías en algunas comarcas contrarias a la secesión o con voluntad a su vez de separarse de esa entidad). En definitiva; Canadá es divisible, pero ¿Quebec no?
Dion envió estas mismas tres preguntas al Tribunal Supremo de Canadá. El órgano judicial respondió. Su respuesta unánime fue contundente y en ciertos aspectos osada por su aperturismo. Veamos.
1. No se puede convocar un referéndum de secesión de forma unilateral. La ruptura afecta a los ciudadanos quebequenses pero también a los canadienses. No se trata en ningún caso de un referéndum de autodeterminación. Si hay un voto claro y mayoritario a favor de la secesión, se inicia un proceso de negociación para establecer los términos de la separación. Sería el principio del proceso y no el final (similar a los dos años de negociaciones entre el Reino Unido y la UE que se abren tras ganar el Brexit).
2. La pregunta ha de ser clara y la convocatoria ha de tener un mínimo de participación. Asimismo, sólo una mayoría cualificada favorable a la secesión podría legitimar la ruptura con el Estado. En definitiva, el Tribunal argumentó que una decisión de este calado no puede depender de una minoría. “Si el resultado del referéndum representa la expresión de una voluntad democrática debe carecer de ambigüedad, tanto en la pregunta que se plantea, como en el apoyo que recibe pues este debe ser representativo de un deseo mayoritario”, dijo el órgano judicial en sus conclusiones.
3. Las partes del territorio que voten por permanecer en el país no formarán parte del nuevo Estado independiente. La secesión no tiene que ocurrir en toda la provincia si en algunas comarcas gana el no a la independencia. En definitiva, el Gobierno federal les exige a los secesionistas que practiquen la misma apertura y respeto a la voluntad popular que ejerce él mismo al aceptar una consulta de estas características. Si hay una parte de Quebec que quiere seguir siendo canadiense hay que aceptarlo. En 1980, Pierre Trudeau, el padre del actual primer ministro, Justin Trudeau, se anticipó a las conclusiones del Tribunal al declarar tras el referéndum celebrado ese año: “Si Canadá es divisible, Quebec debe serlo también”. Esta condición incluida en la Ley de Claridad, inapelable en términos de respeto a la voluntad popular, está en el origen del declive de las aspiraciones secesionistas de Quebec. Hay varias regiones dentro de la provincia que en los dos referéndums, parte de Montreal y territorios con población mayoritariamente aborigen, entre otras, han expresado su voluntad de permanecer en Canadá.
¿Se dan algunas de estas condiciones en el referéndum ilegal convocado por los secesionistas catalanes? No, ninguna. Si intentara pasar la prueba de la Ley de Claridad, la consulta catalana no aprobaría en ningún punto: es unilateral; apela al derecho de autodeterminación que ampara la legislación internacional pero que no es aplicable en este caso por las condiciones exigidas; no establece un porcentaje mínimo de participación ni exige una mayoría cualificada favorable al sí para considerarlo efectivo; el resultado no supone el principio de una negociación sino la ruptura inmediata con el Estado (así está recogido en la Ley de Transitoriedad y Fundacional de la República Catalana) y por supuesto ni oír hablar de renunciar a los territorios donde gane el no a la secesión; no les importa cuál sea su voluntad.
Los resultados del 9N son reveladores en este sentido. Aunque la consulta no tuvo ninguna garantía legal y contó seguramente con una participación mayoritariamente favorable al sí, aparecen importantes comarcas donde gana el no, entre ellas Barcelona, la costa y el Valle de Arán.
Hasta aquí el ejercicio hipotético. Si bien hay que destacar las diferencias entre la forma de Estado de Canadá y de España, pues el primero se constituye en 1867 como la unión voluntaria de una confederación de provincias que habían sido colonias británicas en la que no había obstáculos constitucionales para su separación salvo los después recogidos en la Ley de Claridad. En el caso de España, la Constitución precisaría de una reforma para dar cabida a esas aspiraciones sin que se pusiera en peligro el Estado democrático de Derecho. Los requisitos legales para hacerlo son exigentes, amén de la elevada mayoría política necesaria para ello, pero, como algunos expertos juristas señalan, no es imposible, aunque el inmovilismo de Rajoy hasta la fecha no apunte en la buena dirección. El éxito a la hora de desactivar la causa secesionista de Quebec en Canadá, llevando la democracia a su máxima expresión, ¿podría servirnos guía?
Victoria Carvajal es licenciada en Economía por la New York University y Máster en Periodismo por la UAM/El País. Fue redactora en la sección de economía de El País. Actriz vocacional y dj entregada de CTXT, de la que es miembro del consejo editorial.
@totoitaC Fuente: http://ctxt.es/es/20170920/Politica/15020/Canada-Quebec-secesion-ley-consulta.htm

jueves, 28 de septiembre de 2017

El independentismo no era un suflé.

Norma odiosa

La singularidad de Catalunya es que tiene que ejercer el derecho a la autonomía con base en un Estatuto que no ha sido aprobado por su Parlamento y ratificado por los ciudadanos, sino que le ha sido impuesto por el Estado
La V de la Diada omple la Gran Via i la Diagonal / EDU BAYER
La V de la Diada de 2014, entre la Gran Via y la Diagonal de Barcelona / EDU BAYER
Oí ayer a Felipe González decir en un corte de un informativo de televisión que lo que está ocurriendo en Catalunya es el mayor motivo de preocupación que ha tenido en los últimos cuarenta años y, sin embargo, al preguntarle la periodista qué solución proponía, la respuesta fue: que los catalanes vuelvan a la Constitución y al Estatuto y después hablaremos.
Me sorprendió la distancia entre la enormidad de la preocupación y la simplicidad de la propuesta. ¿Realmente es eso lo que tiene Felipe González en la recámara para resolver el problema de la integración de Catalunya en el Estado? ¿De verdad cree que es posible volver a desandar el camino recorrido en estos últimos siete años como mínimo como si nada hubiera ocurrido?
Espero que esta opinión del expresidente González no sea compartida por la dirección del PSOE y por la mayoría de sus militantes, porque entonces sí que nos encontraríamos ante un problema insoluble.
La vuelta a la Constitución y al Estatuto en Catalunya no es posible. En realidad, Catalunya continúa estando en la Constitución y en el Estatuto, que en cuanto normas jurídicas han permanecido vigentes desde 2010 sin que se haya producido modificación  de ningún tipo ni en la una ni en el otro. Catalunya formalmente tiene el mismo bloque de constitucionalidad que tienen las demás Comunidades Autónomas. No tiene, por tanto, que volver a ningún sitio.
La singularidad de Catalunya es que tiene que ejercer el derecho a la autonomía con base en un Estatuto que no ha sido aprobado por su Parlamento y ratificado por los ciudadanos, sino que le ha sido impuesto por el Estado a través del Tribunal Constitucional contra la voluntad expresamente manifestada tanto por el Parlament como por los ciudadanos.
Esto es lo que la Constitución intentó evitar que pudiera llegar a producirse y, por eso, los artículos 151 y 152 están en la Constitución en los términos que están. De acuerdo con la Constitución, los ciudadanos de Catalunya tienen que tener la última palabra en lo que a la definición de la titularidad y el ejercicio del derecho a la autonomía se refiere. Desde julio de 2010 no es así. Es la única comunidad autónoma en la que esto ocurre.
Y desde entonces, el Estatuto de Autonomía de Catalunya es lo que técnicamente en el mundo del derecho se califica de una 'norma odiosa', que, como fácilmente puede comprenderse, no es capaz de suscitar el más mínimo grado de adhesión en los destinatarios de la misma. Es una norma que afecta a la dignidad de los ciudadanos y que, como consecuencia de ello, resulta literalmente insoportable. Ningún ciudadano catalán que se respete a sí mismo puede aceptarla.
Este carácter de 'norma odiosa' se ha extendido por la sociedad catalana de una manera formidable. No solo entre los que pretenden la independencia, sino entre muchos más. En todos los procesos electorales celebrados hasta la fecha, los partidarios de la independencia no han ido más allá del 47-48 % de los votos válidamente emitidos, que vienen a ser el 33-34 % del censo. Si únicamente fueran ellos los que consideran el Estatuto una norma 'odiosa', tendríamos un gran problema, pero sería manejable constitucionalmente.
El problema resulta inmanejable porque el porcentaje de los que rechazan el Estatuto y quieren que se celebre un referéndum para poder decidir acerca de su integración en el Estado llega al 80 %. Cuando se alcanza este porcentaje la capacidad de persuasión del Estado se reduce a casi nada. Y también el margen de maniobra de las autoridades catalanas, que no pueden desconocer, sin deslegitimarse, el 'odio' que el Estatuto suscita.
La vuelta al Estatuto es una quimera. Si fuera un problema de elites, se podría encontrar una forma de arreglarlo. Pero no es así. Quien haya seguido los acontecimientos de Catalunya en estos últimos años, habrá podido comprobar que el impulso del 'procés' no ha venido de arriba, sino de abajo. A lo largo de estos últimos siete años los electores han desautorizado a todos los partidos que estaban en el gobierno en las sucesivas elecciones. Al PSOE, que encabezaba el tripartito en el otoño de 2010; a CiU, presidida por Artur Mas en 2012 (de 62 a 50 escaños); a CiU y ERC (Junts pel Sí), en 2015 (de la suma de 71 escaños que tuvieron ambos partidos por separado en 2012 a 62 entre ambos). Todos los sondeos conocidos indican que si se celebraran elecciones los resultados para quienes están en el gobierno ahora mismo globalmente serían todavía peores.
Y sin embargo, el 'procés' no se desinfla. 
 Lo que le da consistencia es el número de ciudadanos que lo apoyan y que se movilizan para hacerlo visible y no los partidos que están al frente, respecto de los cuales hay mucha desconfianza entre la ciudadanía. Si esto no se entiende, no se entiende nada. A una 'norma odiosa' no se puede volver nunca.
Espero que esto no se deje de tener presente por nadie a partir del 2 de octubre, porque, de lo contrario, nos quedaremos atrapados en un círculo vicioso.

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miércoles, 27 de septiembre de 2017

La burguesía catalana a la sombra de Franco .

Los grandes apellidos catalanes que fraguaron su poder en la España de Franco

Por Alejandro Torrús

La obra ‘El franquisme que no marxa’, del periodista Lluc Salellas, analiza las conexiones entre las grandes familias catalanas y el régimen dictatorial.

Por su indudable interés en los actuales y convulsos tiempos políticos,  publicamos el artículo de Alejandro Torrús para Público del 14 de junio de 2015 sobre el enriquecimiento de una parte importante de la burguesía catalana a la sombra del sanguinario régimen franquista.

Las puertas giratorias no las inventó la democracia. Las puertas del Estado español llevan girando, al menos, desde el 1 de abril de 1939 cuando el ejército de Franco venció la Guerra Civil y comenzó a edificar las nuevas estructuras económicas y de poder del naciente Estado español con el Boletín Oficial del Estado como motor. Así, una parte importante de las actuales grandes familias empresariales son herederas de las grandes fortunas que se vieron beneficiadas de la victoria del ejército fascista aquel 1 de abril, la última gran tabula rasa de la economía española.
“Ahora, como en los años 40, los apellidos que continúan ejerciendo el poder económico y político en Catalunya son los Millet, los Cortina, los Carceller, los Mateu o los Trias, mientras que al conjunto de España son los De Oriol, López de Letona, De la Mora y Mon, Suárez o De Borbón, por poner algunos ejemplos”, señala a Públicoel periodista Lluc Salellas, que acaba de publicar la obra El franquisme que no marxa [El franquismo que no se va] (Edicions Saldonar)un trabajo de investigación en el que analiza, entre otros puntos, las conexiones entre las grandes familias catalanas y el régimen de Franco.
Portada Franquismo que no marxa
Portada Franquismo que no marxa
De esta manera, el Boletín Oficial del Estado brindaba los negocios y los amigos del régimen se comían el pastel. Después llegó la Transición y la economía fue el primer tema en ser apartado de toda negociación. “El tema económico fue un tema tabú. No se plantea ni un cambio de modelo ni una redistribición de la riqueza”, explica Salellas, que considera que si los ‘colaboracionistas’ con el régimen de Franco no hubieran sido amnistiados por su responsabilidades en la dictadura, la historia hubiese sido muy diferente.
“Si estas familias hubieran tenido que rendir cuentas por su colaboración con el régimen franquista pues seguramente otro gallo hubiese cantado. Sus empresas no estarían tan bien vistas y, quizá, no hubiesen disfrutado de las subvenciones y adjudicaciones que han disfrutado durante la democracia”, afirma el periodista.
Y es ahora, cuando una Segunda Transición se vislumbra en el horizonte, cuando Salellas cree conveniente recuperar la información sobre las raíces de las grandes fortunas catalanas para poder reabrir el debate. “Para poder analizar la realidad es imprescindible el contexto. Y el origen del poder de estas familias es una parte muy importante del contexto”, reflexiona el autor.
Por este motivo, Público ofrece a partir de ahora un capítulo íntegro de la obra El franquismo que no marxa, que, anteriormente, fue publicado por la revistaCritic.
Los Cortina:
Uno de los ámbitos dentro del sector de la alimentación que más beneficios produce es el de la cerveza. Así lo constata la empresa San Miguel, que hoy en día forma parte del conglomerado Mahou, y constituye un gran ejemplo de este pequeño mundo que son las grandes empresas y su relación con los herederos del franquismo.
San Miguel fue fundada por Pedro Cortina Mauti (la Pobla de Segur, 1908–Madrid, 1993), empresario y diplomático del franquismo que llegó a ser ministro de Asuntos Exteriores con los últimos gobiernos de Carlos Arias Navarro. Embajador español en París durante mayo del 68, este empresario, casado con la hija del primer alcalde franquista de Madrid y cuñado del primer oficial muerto de la División Azul en el frente ruso, fue vicepresidente de la marca cervecera hasta su muerte.
Sus dos hijos también han tenido un conocido recorrido en el mundo empresarial español. Por una parte, Alfonso Cortina fue presidente de Repsol-YPF entre 1996 y 2004, posteriormente de la inmobiliaria de La Caixa, Colonial, y finalmente obtuvo un cargo directivo a la empresa de capital riesgo Texas Capital Group en España.
Empresario y diplomático del franquismo que llegó a ser ministro de Asuntos Exteriores con los últimos gobiernos de Carlos Arias Navarro
Por otra, Alberto Cortina se casó con Alicia Koplowitz, empresaria y propietaria de la fortuna heredada de la empresa Fomento de Construcciones y Contratas (FCC). Koplowitz está considerada como una de las 20 fortunas españolas más importantes y, además de FCC, enriquecida gracias al régimen, dispone de acciones en grupos empresariales diversos como Inditex, Prisa o Ferrovial a través de su Sicav.
Los Carceller (Damm)
La historia de Damm no es sustancialmente diferente de la de San Miguel en lo que se refiere a las conexiones con el franquismo. Su fundador, Demetrio Carceller Segura (Las Parras de Castellote, Terol, 1894 – Madrid, 1968), ingeniero formado en Terrasa, fundador de Campsa, acabó siendo ministro de Comercio de Franco entre 1940 y 1945.  Fundador de la Falange con Primo de Rivera, Carceller colaboró con la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini desde un Gobierno, antes de abandonarlo para hacer fortuna en el sector privado gracias al Boletín Oficial del Estado.
Además de la marca cervecera, Demetrio Carceller formó parte de los consejos de administración del Banco Comercial Transatlántico, el Banco Industrial de Catalunya, Fomento de Aragón y Cepsa, y representa, según diversos historiadores, el ejemplo paradigmático de la oligarquía que creció dentro del régimen. Su fortuna, liderada por la marca Damm, continúa en manos de sus descendientes.
El propietario mayoritario actual de la cervecera es su nieto, Demetio Carceller Arce, que ha conseguido incrementar la fortuna participando en la petrolera canaria Disa y siendo consejero de Sacyr, CHL, Pescanova, Ebro Puleva, Gas Natural o Repsol. Carceller ha mejorado las prestaciones empresariales de su abuelo, aunque durante 2014 salió a la luz la imputación por el juez Pablo Ruz, de la Audiencia Nacional, por blanqueo capitales y delito contra la Hacienda Pública.
Los  Suqué-Mateu (Grupo Peralada)
Si el mundo de la cerveza huele a rancio por sus vinculaciones con la dictadura, una parte del sector vinícola no es para menos. Uno de los conglomerados más conocidos en el mundo del vino catalán, el Grupo Peralada, es propiedad de los Suqué-Mateu. Esta familia está formada por Carmen Mateu, propietaria de las viñas y del castillo que da nombre a la empresa, y Artur Suqué, fundador de Inverama-Casinos de Catalunya, y sus tres hijos.
El proyecto empresarial, gastronómico y cultural alrededor de esta localidad del Empordà fue creado por Miquel Mateu i Pla (Barcelona, 1898-1972), padre de Carmen Mateu y alcalde de Barcelona desde la entrada de los fascistas en la capital de Catalunya hasta 1945. Mateu i Pla fue, además, 24 años procurador de las Cortes franquistas como un consejero nacional de la Falange y cinco más como miembro vitalicio, además de embajador en París durante dos años.
Falangista como pocos, Mateu i Pla era considerado uno de los amigos más íntimos del Caudillo. De hecho, iba a menudo a visitarlo en la casa de verano de la playa de Gabet en Llançà. Hijo de un industrial, cofundador de la Hispano-Suiza, este empresario tuvo cargos y responsabilidades en muchas empresas, como el Banco Urquijo Catalán o Barcelonesa de Publicanos (editora del Diario de Barcelona), y presidió La Caixa de Pensions, Fomento del Trabajo Nacional y la agencia de noticias EFE.
El escritor Josep Pla, nada sospechoso de ser un aliado de los bolcheviques, lo definió como “un personaje siniestro, un burgués dominado por el miedo”
El escritor Josep Pla, nada sospechoso de ser un aliado de los bolcheviques, lo definía como “un personaje siniestro, un burgués dominado por el miedo, por un ansia económica sin límites, el auténtico representante del franquismo en Catalunya”. Palabra de Pla.
Los Trias Sagnier
En la alta burguesía catalana que formaba parte de la oligarquía franquista y que se ha mantenido viva durante el paso de los años no hay, como es lógico, sólo empresarios vinculados con la alimentación. La familia Trias Sagnier, por ejemplo, es un caso bien diferente. El padre, Carlos Trias Bertran (Barcelona, 1914–Madrid, 1969), hijo de la alta burguesía barcelonesa, fue uno de los fundadores de la Falange en la provincia y huyó a Burgos nada más explotar la guerra.

Teniente de alcalde de la Barcelona franquista y primer secretario del Movimiento en la provincia de Girona, Carlos Trías es unos de los nombres vinculados con la sentencia a muerte del fundador de Unió Democràtica de Catalunya, Manuel Carrasco i Formiguera.
Los hijos de este barcelonés, al que la muerte súbita le impidió ser ministro, también se han mantenido en la élite intelectual y política catalana. Así, Jorge Trias, por ejemplo, es abogado y colaborador de la Fundación para los Análisis y los Estudios Sociales (FAES) y fue diputado popular entre el año 1996 y el año 2000. Histórico columnista de ABC, escribe actualmente en El País.
Jorge Trias ha estado relacionado con el ‘caso Bárcenas’, ya que fue uno de las primeras voces en denunciar el entramado delictivo en la calle Génova de Madrid. Su hermano, Eugenio Trias, fue uno de los filósofos españoles más importantes del siglo XX, así como uno de los promotores del manifiesto Foro Babel, que reclamaba más presencia del castellano en los espacios públicos de Catalunya.
Vinculado intelectualmente con Ciudadanos, Eugenio Trias murió a causa de un cáncer en el año 2013. Un tercer hermano, Carlos Trias, también hizo carrera dentro de las esferas culturales como escritor y ensayista.
Los Gay de Montellà

Algunos importantes empresarios catalanes de la actualidad también continúan linajes como los de Trias. El presidente de la patronal catalana, Joaquim Gay de Montellà, por ejemplo, es hijo de Rafael Gay de Montellà, abogado y falangista de la Barcelona del régimen. Gay de Montellà padre (Vic, Osona, 1882–Barcelona, 1969) llegó a escribir un libro en el año 1940 titulado Autarquía.
Los Lara Bosch
La dictadura dio poder con su advenimiento a los más fieles a la insurrreción. Uno de ellos fue José Manuel Lara, editor y padre de José Manuel Lara, fallecido recientemente. En el transcurso de su vida, Lara Bosch consolidó uno de los grupos editoriales españoles más potentes, Planeta, con inversiones en el mundo de los medios de comunicación, como, por ejemplo, en La Razón o en Atresmedia (La Sexta y Antena 3).
Su influencia en el mundo de la comunicación y la financiación de las opciones más contrarias al catalanismo fue una de las constantes durante su trayectoria. José Manuel Lara (padre) participó en la Guerra Civil en el bando franquista como capitán de la Legión y permaneció siempre fiel a Franco. En 1949, sólo 10 después del final de la guerra, fundó la editorial Planeta en Barcelona.
Los Bau
Esta corriente hereditaria, la encontramos también entre una de las familias más destacadas de las Tierras del Ebro, los Bau. Joaquim Bau (Tortosa, 1897–Madrid, 1973), comerciante acomodado, carlista y alcalde Tortosa durante la época de Primo de Rivera, tuvo un papel político clave en esta zona del país durante el franquismo, cuando su audacia con el Banco de Tortosa le permitió acumular una gran fortuna.
Procurador de las Cortes franquistas, presidió el Consejo del Reino desde 1965 hasta su muerte, cuando el monarca le otorgó el título póstumo de conde de Bau y el municipio de Tortosa le puso su nombre a un instituto. Uno de sus hijos, Fernando Bau, también fue diputado en las Cortes franquistas y fue uno de los fundadores de Alianza Popular (AP) en las Tierras del Ebro.
La historia se repite. Y, además, coincide. Porque, familias como los Bau o los Veray nos encontramos en todas las comarcas rurales catalanas.
Los Samaranch 
Si una persona simboliza el enlace entre la élite franquista y el mundo del deporte durante los años posteriores a la muerte de Franco, es el catalán Juan Antonio Samaranch Torelló (Barcelona, 1920-2010). Samaranch, que había estado de procurador en las Cortes franquistas (1964-1977), como delegado nacional de Deportes, regidor del Ayuntamiento de Barcelona y como presidente de la Diputación de Barcelona (1973-1977), llegó al zenit de su carrera en 1980 con su designación como presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), organismo encargado de promover el olimpismo.
Este cargo le permitió ser la persona que anunció que Barcelona acogería los Juegos Olímpicos de 1992 y le facilitó la posibilidad de establecer negocios y conexiones con las élites políticas y económicas de la gran mayoría de estados del mundo.
Asimismo, durante su mandato al frente del COI (dejó el cargo en 2001) sucedieron algunos de los casos más sonados de corrupción dentro de la institución. Por una parte, en el año 1991 se produjo la dimisión del abogado y mano derecha de Samaranch, Robert Helmick, por haberse beneficiado de su cargo y haber cobrado de forma irregular más de 300.000 dólares.
Durante su mandato al frente del COI (dejó el cargo en 2001) sucedieron algunos de los casos más sonados de corrupción dentro de la institución.
Por otro lado, tuvo lugar la compra silenciosa de votos por parte de la candidatura de Salt Lake City para acoger los Juegos Olímpicos de Invierno de 2002. Una acción que resultó exitosa, ya que esta ciudad de los Estados Unidos, con una abundante población mormona, acabó celebrando aquellos Juegos, aunque por hacerlo vio como 13 miembros del COI fueron expulsados.
De hecho, no fueron pocos los que durante aquellos años, acusaron al expresidente de la Diputación de Barcelona de haber fortalecido una estructura basada en el clientelismo y la corrupción dentro de los organismo internacionales con más poder del planeta. Al día siguiente de su muerte, por ejemplo, el periodista inglés Matthew Syed escribía un artículo contundente en el diario The Times, donde afirmaba que, con su presidencia, Samaranch “había matado los ideales del olimpismo” y había permitido que la corrupción se generalizara dentro de la institución, ya que no se solicitaban facturas ni se auditaban las cuentas, todo y que no paraban de entrar dinero.
Una manera de hacer que heredaron sus sucesores, tal y como salió a la luz pública en el año 2009 cuando exaltados cargos chinos confirmaron que Jacques Rogge, sucesor de Samaranch, había pactado en secreto la ciudad que acogería los Juegos Olímpicos de 2008 (Pekín)
Pero Juan Antonio Samaranch no se dedicó únicamente a presidir el COI durante su etapa postfranquista. Combinó su presidencia con una ascensión categórica en el mundo empresarial y financiero. En el año 1984 fue nombrado consejero delegado de la Caja de Pensiones y en 1987, presidente de la entidad, posición que ocupó hasta 1999. Samaranch que, cuando era presidente de la Diputación, había afirmado que “el mandato de Franco representaba, a su parecer, uno de los más brillantes periodos de la historia de España, presidió también la inmobiliaria Colonial, propiedad de la misma Caja y desde donde la entidad promovió la especulación inmobiliaria y la posterior burbuja del sector.
Durante este periodo a la cabeza de la empresa, Samaranch y su equipo se situó entre las cajas de ahorros más importantes de Europa. Una vez jubilado, el expresidente del COI, fue designado presidente de honor de La Caixa, cargo que compaginaba con muchos de otros, como era el presidente de honor del Real Club Deportivo Espanyol. El rey Juan Carlos I lo nombró en 1991 marqués de Samaranch.
Los Vilarasau
Todo este recorrido de éxito en el ámbito financiero, el que hizo de la mano de otro catalán estrechamente vinculado con la Administración franquista y que hoy día ostenta la presidencia de honor de La Caixa. Se trata del barcelonés Josep Vilarasau i Salat (1931), que en el año 1976 ya fue fue designado director general de La Caixa, que después acabó presidiendo durante cuatro años tras la renuncia de Samaranch.

Vilarasau, no obstante, no comenzó su carrera profesional en La Caixa sino que su llegada a la entidad financiera estuvo precededida por su experiencia dentro de la estructura franquista como director general adjunto de Telefónica (1966-1969), director general del Tesoro y de Presupuestos (1969-1975) y, finalmente, director general de Política Financiera (1972-1975). Como director general de La Caixa, cargo que compatbiliza algunos años con la presidencia de la concesionaria de autopista Acesa (1989-1998), Vilarasau está considera el cerebro de la fusión con La Caixa de Barcelona, así como del rápido crecimiento de la empresa.
Este hijo de la burguesía barcelonesa fue, para muchos, unas de las pocas personas que podían ejercer un contrapoder real a Jordi Puyol i Soley, cuando era presidente de la Generalitat de Catalunya. Asimismo, Vilarasau fue la persona que propuso a Samaranch ocupar la presidencia de la entidad en el año 1987, fruto de la buena relación que tenían a través de su primo Carlos Ferrer Salat, fundador y presidente durante siete años de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) y presidente del Comité Olímpico Español.
Este hijo de la burguesía barcelonesa fue, para muchos, unas de las pocas personas que podían ejercer un contrapoder real a Jordi Puyol i Soley
Vilarasau buscaba en Samaranch una persona de crédito internacional que no se interpusiera en su día a día y que le permitiera hacer y deshacer tanto como quisiera. Samaranch era la persona ideal para hacer este propósito, ya que pasaba largas temporadas fuera del país, al mismo tiempo que buscaba posiciones que le otorgaran un prestigio. Relaciones simbióticas, salidas del honor de la burguesía.
Los Udina Martorell
Durante el primer postfranquismo también formaba parte del consejo de administración de La Caixa otro conocido franquista catalán, Santiago Udina i Martorell ((Barcelona, 1911-2006). Udina había destacada en el régimen por el hecho de ser presidente de Acción Católica, regidor y teniente de alcalde de Barcelona entre 1951 y 1956, y por el hecho de ocupar diversos cargos en la Administración, tanto en la comisaría del Plan de Desarrollo, como en el Ministerio de Obras Públicas, o presidiendo el Banco de Crédito Local.
Este barcelonés, procurador de las Cortes franquistas, padre de 11 hijos, después en Alianza Popular, crítico con la legalización del PCE y el retorno de Tarradellas, fue también delegado del Consorcio de la Zona Franca con la llegada de la democracia liberal española. Un nómada del poder. Udina coincidió en el consorcio con Antonio de la Rosa, padre de Javier de la Rosa y conocido expoliador español del ente de la Zona Franca por un valor de 1.230 millones de pesetas (alrededor de 7 millones de euros).
http://m.publico.es/politica/1923168/los-grandes-apellidos-catalanes-que-fraguaron-su-poder-en-la-espana-de-franco/amp