lunes, 13 de marzo de 2017

El dumping salarial alemán .

Los salarios alemanes, la eurocrisis y la suicida incompetencia económica del presente sindicalismo europeo


Heiner Flassbeck

12/03/2017


El dumping salarial alemán resulta innegable, y hasta algunos comentaristas conservadores empiezan a entenderlo. Y sin embargo, los sindicatos alemanes salen ahora a la palestra para negar lo que es innegable y poner bajo presión a sus colegas sindicalistas europeos.
No bien el nuevo presidente norteamericano lanzó al mundo sus ideas sobre el comercio internacional y su consigna de “America first”, empezó el neoliberalismo, y señaladamente su variante alemana -que combina neoliberalismo y mercantilismo— a revolverse como una fiera. Para algunos medios de comunicación establecidos, ningún argumento es demasiado necio como para no ser utilizado en la lucha contra este temible enemigo. (AQUÍ he entrado en la discusión de algunos de esos argumentos.)
Ocurre, empero, que en esa montaraz cacería los frentes se han invertido ahora de una manera sorprendente. Mientras que, en el lado derecho, cada vez encontramos menos  incorregibles dispuestos a negar lo innegable, en el lado izquierdo han aumentado brutalmente los negacionistas y los ergotizantes.
Entre algunos sindicalistas alemanes parece haber brotado un verdadero pánico que lleva a quienes desde hace ya cierto tiempo tienen voz y vara alta en los sindicatos industriales –los presidentes de los consejos de empresa— a dirigirse directamente a la opinión publica para defender el “libre comercio” y el mercantilismo alemán, negando toda culpa de Alemania en la eurocrisis. (véase AQUí.)
Que el periodismo establecido está en insalvable rumbo de colisión con Trump, se puede inferir directamente del hecho de que los últimos negadores de lo innegable se abrazan a cualquier cifra que haya lanzado al mundo –no importa la fuente— alguno de los suyos.
Así, por ejemplo –mero ejemplo—, Uwe Jean Heuser escribe en Die Zeit que ya no puede reprocharse dumping salarial a Alemania, porque en los pasados tres años ha experimentado un crecimiento del 6% en los salarios reales.
Lo que no significa absolutamente nada, porque no tiene nada que ver con los salarios reales, sino con los salarios nominales y con los costes salariales unitarios. Si los salarios reales alemanes han crecido, es sólo gracias al hecho azaroso de que los precios al consumidor se han mantenido durante un tiempo muy bajos. Además, de lo que se trata es de dumping salarial durante más de una década, razón por la cual la referencia a un par de años está fuera de lugar.
También se agarraron inmediatamente y como a clavo ardiendo a la cifra del 25% de costes laborales unitarios más bajos en los EEUU avanzada al mundo por Nikolaus Piper desde las páginas de la Süddeutsche Zeitung –sin la menor referencia ni la menor explicación (véase el primer link)—. Así, un tal Christian Ortner escribe tan terne en la Wiener Zeitung que esa cifra (lo mismo que la del 6% de Heuser) va poco menos que a misa, y reprocha a quienes no creen en ella divulgar fake news.
Esto resulta harto desvergonzado, y tanto más cuanto en cada línea de su texto se nota que el hombrecllo no entiende una palabra de lo que escribe. Termina citando a la Süddeutsche Zeitung, “que no es precisamente conocida por ser el órgano central del neoliberalismo”, para “probar” que la tesis del dumping salarial alemán es un sinsentido. Es tan absurdo, que casi resulta divertido.
El grueso de los periodistas no entienden que con afirmaciones de este tenor no hacen sino el ridículo, porque lo cierto es que aun a los no totalmente obcecados ideológicamente les faltan simplemente los conocimientos profesionales para poder valorar tales asuntos.
Digámoslo otra vez: los costes salariales unitarios son una especie de cociente salarial (normalmente, el ingreso bruto nominal de los asalariados partido por el PIB real de la población trabajadora activa). Si se ve ese cociente en términos absolutos, es decir, en un determinado momento entre dos países, es tan poco interpretable como un cociente salarial normal que (sobre la base del ingreso real de los asalariados) mide la distribución del ingreso entre el trabajo y el capital.
De aquí que, en todas las comparaciones absolutas de salarios, o en la comparación de un cociente de este tipo, numerador y denominador tengan que ser calculados en una moneda común. Eso quiere decir que, en las comparaciones, hay distorsiones a causa de las relaciones monetarias que no permiten sacar conclusiones simples a partir de las diferencias absolutas.
Sólo cuando se tienen en cuenta los cambios en esas magnitudes a lo largo de dilatados trechos temporales, así como el papel jugado por la relaciones monetarias (o las variaciones de las mismas) –como se hace AQUÍ—, pueden inferirse conclusiones a tomar en serio.
Un argumento manifiestamente no obviable tiene que ver con la calidad de los productos. Los consejos de empresa automovilísticos parecen dispuestos a creer (véase la cita más abajo) que se trata de un argumento autónomo o independiente contra el dumping salarial. Y eso es, como hemos tenido ya ocasión de mostrar muchas veces (véase AQUÍ, con todo detalle), un sinsentido total.
En cualquier economía de mercado que funcione medianamente, todo producto tiene un precio que se corresponde con su calidad. Los productos de calidad altamente estimada son más caros que los productos de menor calidad. Cuando un producto de alta calidad resulta más ventajoso que un producto barato en razón de que los salarios destinados a su producción suben menos, entonces el precio experimenta una presión artificial y deja de expresar la relación entre las calidades diferentes. Consecuencia de lo cual es que el producto mejor multiplica sus ventas aun cuando debería resultar todavía más caro en términos absolutos.
Pero junto a la terca obnubilación de los negadores, también se registran movimientos en los círculos conservadores. En una entrevista concedida al periodista Roland Tichy, Hans-Werner Sinn ha apuntado de la manera más clara a la subvaloración alemana en la unión monetaria. Tichy lo describe así:
“Navarro [el actual ministro de comercio norteamericano] toca un punto sensible. En 2016, la República Federal Alemana, según las primeras cifras estimadas, ha exportado mercancías y servicios por un monto de 310 mil millones de dólares superior al monto importado. Tampoco el reproche de la manipulación monetaria ha caído del cielo: ‘Alemania está subvalorada dentro del euro, y el euro mismo está subvalorado. Esto hace a los productos alemanes extremadamente baratos en el exterior’, dice el veterano jefe del Instituto Ifo, Hans Werner Sinn: en torno a un 20% en relación con el dólar y dentro de Europa, Alemania es demasiado barata. El euro como moneda común encubre las diferencias de rendimiento: diferencias de niveles salariales, diferencias de productividad y de infraestructuras. Conforme a esa realidad, países como Grecia e Italia deberían devaluar, y Alemania, revaluar. Puesto que eso no se da en la Eurozona, los exportadores alemanes aplastan a sus competidores europeos. Ni siquiera las bajadas salariales más brutales en esos países servirían ya de ayuda a sus economías: no se pueden construir fábricas tan deprisa como fueron destruidas y cerradas con el material explosivo del euro.”
Esto resulta muy notable, habida cuenta de que se trata de un periodista muy conservador que se deja ilustrar por un economista conservador a través de ideas que nosotros venimos sosteniendo desde hace muchos años y que resultan indiscutibles para cualquier persona razonable: Alemania está actualmente subvalorada por partida doble, y ése es el núcleo de la eurocrisis.
Hay que preguntarse, pues, qué pasa por la cabeza de los consejos sindicales de empresa alemanes que, ahora que hasta círculos conservadores han dejado de poner en duda que en Alemania haya salarios demasiado bajos, niegan lisa y llanamente el hecho de la subvaloración. En el llamamiento sindical más arriba enlazado, se puede leer:
“Rechazamos resueltamente la acusación de competencia desleal. Como representantes de los trabajadores asalariados, hemos contribuido decididamente a que el éxito de ventas y de exportación de la industria automovilística alemana no haya tenido nada que ver con dumping salarial y social: unos sindicatos y unos consejos de empresa fuertes, una robusta negociación colectiva vinculante que garantice ingresos buenos y seguros, así como unos notables derechos de protección y cogestión para los asalariados, constituyen el fundamento da la industria automovilística alemana. Es sobre esas bases que los fabricantes alemanes de automóviles consiguen mantener productos de alto valor en la competencia internacional por la calidad.” (Gemeinsame Erklärung der Gesamtbetriebsratsvorsitzenden der deutschen Automobilindustrie, IG Metall [Declaración conjunta de los presidentes de los consejos sindicales de empresa de la industria automovilística alemana, IG-Metall].)
Pero casi son peores los perturbadores efluvios sindicales procedentes de Bruselas. En una contribución escrita para Social Europe, un colaborador del Instituto Sindical Europeo (ETUI, por sus siglas en inglés), y en el marco de la campaña pay rise [aumentemos los salarios] (de la que hemos informado AQUÍ], escribe que los costes salariales unitarios no tienen nada que ver con la capacidad competitiva y que habría más bien que preocuparse porque se diera una más rápida convergencia entre los países con bajos salarios y los países con salarios elevados, de modo que en, en los primeros los salarios subieran más rápidamente y sin depender de la productividad. Los costes salariales unitarios crecientes, dice –aportando el ejemplo de un país— podrían ir perfectamente de la mano de exportaciones crecientes. Y todo eso se sostiene sin siquiera mencionar tampoco el dumping salarial de Alemania en la primera década de la unión monetaria
No hay que engañarse. Los sindicalistas en Bruselas están manifiestamente sometidos a la presión de sus colegas alemanes para no hablar de dumping salarial. Los sindicatos alemanes están visiblemente resueltos a hacer lo equivocado, es decir, a negar el dumping salarial alemán, para distraer la atención sobre sus propios errores en la época de la Agenda-2000 y defender la posición exportadora alemana.
Lo que no entienden los sindicalistas alemanes es la elemental regla, según la cual un sindicalista que argumenta contra toda razón y evidencia resulta mucho más increíble y mucho más vulnerable que un periodista que se calla las cosas desagradables.
Mientras que un periodista puede apelar a la presión de las circunstancias y a su dependencia laboral, las cúspides sindicales no pueden hacer eso sin abrir todos sus flancos. Quien, por decirlo suavemente, recata ante sus colegas la verdad alemana del dumping salarial, revela que se ha convertido en un representante de los intereses de todo punto miopes de las empresas.
Pero un sindicalismo convertido en representante de las empresas es una contradicción andante, y está inexorablemente destinado a naufragar, porque los trabajadores, a la corta o a la larga, y con toda la razón, terminarán preguntándose para qué sirven sus cuotas sindicales.


(Birkenfeld, 1950) fue secretario de Estado en 1998-99 con el ministro de finanzas Lafontaine en el primer gabinete de Gerhard Schröder. Entre 2003 y 2012 fue economista en jefe (Chief of Macroeconomics and Development) de la Organización de Naciones Unidas para el Comercio Mundial y el Desarrollo (UNCTAD) en Ginebra hasta la fecha de su jubilación.
Fuente:
https://www.heise.de/tp/features/Sind-die-Gewerkschaften-zu-Lohndumping-Leugnern-geworden-3648731.html
Traducción:Para Sin Permiso
Amaranta Süss

domingo, 12 de marzo de 2017

La economía ficticia neoliberal y sus conceptos económicos eufemísticos .


La economía ficticia: escondiendo como funciona realmente la economía. Entrevista a Michael Hudson

12/03/2017



Michael Hudson, autor del recientemente publicado J is for Junk Economics, afirma que los medios de comunicación y la academia utilizan eufemismos bien elaborados para ocultar como funciona realmente la economía

SHARMINI PERIES: Michael Hudson es un distinguido profesor e investigador de Economía en la Universidad de Missouri, en la ciudad de Kansas. Es autor de numerosos libros, incluidos, “The Bubble and Beyond” y “Finance Capitalism and Its Discontents”, “Killing the Host: How Financial Parasites and Debt Destroy the Global Economy”, y más recientemente, por supuesto, “J is for Junk Economics”.

Michael, tu libro me recuerda unas palabras clave de Raymond Williams. Aquella fue una contribución increíble a la crítica cultural, una crítica de los estudios sociales y culturales como disciplina. Y pienso que tu libro va a realizar una contribución fenomenal al campo de la economía. Sería una referencia para la gente para volver atrás, especialmente para que los estudiantes regresen, y miren hacia tu versión de la definición de esos términos y observen la economía desde un prisma crítico. Así que mi primera pregunta para ti es realmente sobre este libro. ¿Por qué lo escribiste?

MICHAEL HUDSON: Originalmente lo escribí como apéndice a un libro que se habría llamado, “The Fictitious Economy”. El borrador fue escrito antes de la crisis de 2008. Mi tesis era que la forma en la que la economía es descrita en la prensa y en los cursos de la Universidad tiene muy poco que ver con cómo funciona realmente la economía. La prensa y las informaciones periodísticas utilizan una terminología hecha de eufemismos bien elaborados para confundir el entendimiento de cómo funciona la economía.
Además de ofrecer palabras clave para explicar qué es positivo y cómo entender la economía, discuto el vocabulario engañoso, el doblepensar orwelliano utilizado por los medios, lobistas financieros y empresariales para persuadir a la gente de que la austeridad y toparse con la deuda es la clave del crecimiento, no su antítesis. El motivo es hacerles actuar contra sus propios intereses, dibujando una imagen ficticia de la economía como si fuese un universo paralelo.
Si puedes hacer que la gente use un vocabulario y conceptos que hacen parecer que cuando el 1% se hace más rico, el conjunto de la economía se está enriqueciendo –o que cuando el PIB sube, todo el mundo está mejorando– entonces a la gente, al 95% que no mejoró su posición desde 2008 a 2016, se le puede hacer sufrir de alguna manera de síndrome de Estocolmo. Pensarán, “Mierda, debe ser culpa mía. Si el conjunto de la economía está creciendo, ¿por qué yo soy más pobre? Con solo dar más dinero al 5% o al 1% más ricos, algo nos caerá. Tenemos que recortar impuestos y ayudarles para que así me puedan dar un trabajo porque como Trump y otros dicen, bueno, nunca conocí a un pobre que me diera un trabajo.”
He conocido a un montón de gente rica, y en lugar de dar trabajo a la gente cuando compran una empresa, habitualmente hacen dinero para ellos despidiéndola, empequeñeciendo y externalizando el trabajo. Así que no vas a conseguir hacer que los ricos necesariamente te den trabajo. Pero si la gente puede de alguna manera pensar que hay una asociación entre la riqueza en la cima y más empleo, y que tienes que recortar los impuestos a los ricos porque acabará filtrándose hacia abajo, entonces tienen una visión del revés de cómo funciona la economía.
Yo había escrito un apéndice al libro y aquello tomó vida propia.
Si tienes un vocabulario que describe cómo funcionan realmente el mundo y la economía, entonces una palabra llevará a otra y pronto habrás levantado una imagen más realista de la economía. Así que, no solo discuto sobre las palabras y el vocabulario, discuto con algunos de los individuos y economistas clave que han hecho contribuciones que no aparecen en el currículum académico neoliberal.
Hay una razón por la que la historia del pensamiento económico ya no se enseña más en las universidades. Si la gente leyera realmente lo que escribió Adam Smith, lo que escribió John Stuart Mill, verían que Smith criticaba a los terratenientes. Decía que tenías que gravar sus rentas, porque nada es gratis en este mundo. Mill definía la renta como aquello que los terratenientes hacen mientras duermen, sin trabajar. Adam Smith decía que siempre que los hombres de negocios se reúnen, van a conspirar sobre cómo sacar dinero del público en su conjunto –como hacer un acuerdo y engañar a la gente de que todo es por el bien de la sociedad–.
Este no es el tipo de libre empresa que gente que habla sobre Adam Smith explica cuando le describen como si fuese un recortador de impuestos, un economista austriaco o un neoliberal. No quieren escuchar lo que realmente escribió. Así que mi libro es realmente sobre economía de la realidad. Encontré que para discutir economía real, tenemos que tomar de nuevo el control del lenguaje o la metodología económica, no usar la lógica que ellos usan.
Los economistas convencionales hablan como si cualquier status quo estuviese en equilibrio. El truco subliminal aquí es que si piensas en la economía como algo que está siempre en equilibrio, eso implica que si tú eres pobre o no puedes pagar tus deudas, o tienes problemas para mandar a tus hijos al colegio, eso es solo parte de lo natural. Como si no hubiese una alternativa. Es lo que Margaret Thatcher decía: “No hay alternativa.” Mi libro es sobre cómo por supuesto que hay una alternativa. Pero para hacer una alternativa, necesitas una forma alternativa de mirar el mundo. Y para hacer eso, como dijo George Orwell, necesitas un vocabulario diferente.

SHARMINI PERIES: Hablar de vocabulario y conceptos económicos eufemísticos, es lo que es tan único en este libro. No son solo las palabras, como en el de Raymond Williams, sino también la teoría y los conceptos lo que estamos abordando. También hablabas sobre los hombres de negocios y como usan esas terminologías para confundirnos. Pues aquí tenemos a un hombre de negocios en el cargo, como Presidente de los Estados Unidos, quien está proponiendo todo tipo de reformas económicas supuestamente en nuestro favor, en términos de trabajadores. Y como sabes, los grandes proyectos de infraestructuras que está proponiendo supuestamente para sacar a la gente de la pobreza y darles empleos y todo eso. ¿Cuál es la mitología ahí?


MICHAEL HUDSON: Bueno, tú solo usaste la palabra “reforma.” Cuando yo crecí, y durante el siglo pasado, “reforma” significaba sindicalizar el trabajo, proteger a los consumidores, regular la economía para que hubiese menos fraude contra los consumidores. Pero la palabra “reforma” hoy, tal y como es usada por el Fondo Monetario Internacional en Grecia cuando insiste sobre las reformas griegas, significa justo lo contrario: se supone que hay que bajar los salarios en un 10% o un 20%. Recortar las pensiones sobre un 50%. Idealmente, dejas de pagar pensiones para pagar al FMI y a otros acreedores extranjeros. Detienes el gasto social. Así que, lo que tienes una inversión del vocabulario tradicional. Reforma ahora significa lo contrario de lo que significaba a comienzos del Siglo XX. Ya no es socialdemócrata. Es “reforma” de derechas, antisindical, pro-financiera, para recortar el gasto social y dejar todo en una forma privatizada para los ricos y el sector de las corporaciones.
Así que reforma es la primera palabra que usaría para ilustrar como el significado ha cambiado y es usado por la prensa convencional. Básicamente, lo que ha hecho la derecha en este país es secuestrar el vocabulario que fue desarrollado por el movimiento obrero y los economistas socialistas durante un siglo. Se lo han apropiado y le han dado la vuelta para que signifique lo contrario.
Hay 400 palabras con las que me enfrento. Muchas de estas palabras muestran como el significado ha sido puesto del revés, para conseguir que la gente tenga una visión al revés de cómo funciona la economía.



Es un antiguo economista de Wall Street. Distinguido profesor e investigador de la Universidad de Missouri, en la ciudad de Kansas (UMKC), es autor de numerosos libros, incluidos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire (nueva edición en Pluto Press, 2002). Su nuevo libro es: Killing the Host: How Financial Parasites and Debt Bondage Destroy the Global Economy (edición digital de CounterPunch). Sharmini Peries es productor ejecutivo de The Real News Network. Esta es una transcripción de la entrevista de Michael Hudson con Sharmini Peries en Real News Network.
Fuente: http://www.counterpunch.org/2017/03/01/the-fictitious-economy-hiding-how-the-economy-r

miércoles, 8 de marzo de 2017

Los efectos del trumpetazo.



Tendencias del actual desorden

La Vanguardia

Este texto sigue las notas de la conferencia pronunciada el 4 de marzo en el Salón del libro de Luxemburgo

PRIMEROS EFECTOS DEL TRUMPETAZO

Da Luan, “gran desorden”, es el concepto con el que los chinos designan las épocas turbulentas. Se creó y difundió en una época histórica en la que el mundo estaba compartimentado. Hoy mucha gente percibe ese desorden referido no a un país o una región, sino al conjunto de nuestro mundo unificado. El motivo es que hay un fuerte contraste entre lo que la gente común percibe como los retos del siglo y los medios disponibles para afrontarlos.
Los retos del siglo son tres: atajar el cambio climático, paliar la desigualdad social y regional, y avanzar en el desarme de la capacidad de destrucción masiva (convertida en objeto de amplio consumo). Si colocamos eso al lado del cuadro institucional disponible, y de las normas y las conductas generales al uso en el ámbito de las relaciones internacionales, resulta un Da Luan global, una sensación general de gran desorden.
En términos generales eso tiene que ver con la presencia de un mundo nuevo que precisa de una nueva civilización. De eso ya hablaba Einstein en los años cincuenta cuando decía que “el arma nuclear lo ha cambiado todo, menos la mentalidad de los hombres”. El principio se puede ampliar a todo lo que implica el antropoceno, es decir el vivir en una época en la que la acción humana se ha convertido en factor de cambio geológico y de potencial suicidio de la especie (porque ahora tal suicidio es técnicamente viable a diferencia de la época histórica no antropocénica). Pero en términos más concretos, esa percepción de desorden se ha hecho mayor ante nuestros ojos, desde hace 25 años.
El fin del mundo bipolar, de la guerra fría, abrió una oportunidad (ese era precisamente el discurso de Gorbachov sobre el “nuevo pensamiento” y la “nueva civilización”).



Sigue ....




http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch/2017/03/07/tendencias-del-actual-desorden-63721/

martes, 7 de marzo de 2017

La demonización de Putín.


 

Greenwald llama la atención de los lectores al artículo de 'The Guardian' del periodista Keith Gessen en el cual su colega examina la histeria antirrusa de EE.UU. ante Putin y la mezcla de "la ignorancia y la paranoia" que existe en los medios de comunicación y los círculos políticos de EE.UU. Según Gessen, lo que pasa en EE.UU. es la "putinología" que es la "producción de comentarios y análisis sobre Putin" basada en "información necesariamente parcial, incompleta y a veces absolutamente falsa". "En ningún momento de la historia tanta gente con menos conocimientos y más furia ha opinado sobre el presidente de Rusia", resume Gessen. Todo eso se hace –añade– en un intento de "echar la culpa de los problemas profundos y duraderos de nuestro país al poder extranjero".

http://cort.as/uvFu ( hay también enlace más abajo del periodista Keith Gessen )

The Increasingly Unhinged Russia Rhetoric Comes ... - The Intercept

https://theintercept.com/2017/02/23/the-increasingly-unhinged-ru...
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Killer, kleptocrat, genius, spy: the many myths of Vladimir Putin | World ...
 

https://www.theguardian.com › World › Vladimir Putin
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Demonization of Putin - Softpanorama

www.softpanorama.org/Skeptics/Political_skeptic/.../demonizatio...
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lunes, 6 de marzo de 2017

El Tribunal Constitucional y la sentencia sobre el Estatuto de Cataluña.




El Tribunal Constitucional y la autonomía de Cataluña: crónica de un disparate



Conclusiones finales del artículo ( enlace con el texto completo al final )

La STC 31/2010. La quiebra de la constitución territorial

Aunque el Estatuto reformado no fue recurrido exclusivamente por el Partido Popular, ya que también interpusieron recursos el Defensor del Pueblo y cinco Comunidades Autónomas: Murcia, La Rioja, Aragón, la Generalitat Valenciana y el Gobierno de las Islas Baleares, la sentencia decisiva fue la dictada por el Tribunal Constitucional en el recurso interpuesto por el PP: la STC 31/2010.
En esta sentencia el Tribunal Constitucional desautoriza el pacto entre las Cortes Generales y el Parlament de Cataluña y desconoce el resultado del referéndum sobre dicho pacto. A partir del momento en que la sentencia empezó a surtir efecto el Estatuto no es el resultado del pacto entre los dos Parlamentos y del referéndum ciudadano, sino de la voluntad unilateral del Estado a través del Tribunal Constitucional.
La doble garantía diseñada por el constituyente, la que jugaba a favor del Estado de que la nacionalidad no puede imponerle un Estatuto con el que el Estado no esté de acuerdo se mantiene, pero la garantía de que el Estado no puede imponerle a la "nacionalidad" un Estatuto al que sus ciudadanos no hayan dado expresamente su consentimiento desaparece.
Con esta sentencia el Estatuto de Autonomía se convierte en una norma odiosa, no susceptible de generar la más mínima adhesión en Cataluña. Y como consecuencia de ello, pasa a ser una norma estéril.
Porque el Estatuto de Autonomía, como ya ha quedado dicho con anterioridad, es una norma materialmente constitucional y la norma que tiene esta naturaleza exige imperativamente la adhesión ciudadana de manera si no unánime, si muy mayoritaria, casi unánime.
Esta es la diferencia más importante que hay entre la Constitución y la Ley. La ley es aprobada por la mayoría parlamentaria y, aunque lo normal es que tenga un grado de aceptación razonable por parte de los ciudadanos, no es excepcional que no sea así e incluso que se aprueben leyes que no gozan de la aceptación mayoritaria de la ciudadanía o que se mantengan vigentes leyes, que pudieron tener la aceptación ciudadana inicialmente, pero que después la han perdido. La Ley independientemente de su mayor o menor aceptación sigue surtiendo efectos. Y el aparato coactivo del Estado se encarga de que así sea. Una ley no es nunca estéril. Puede ser nociva, pero no estéril.
Con la Constitución y con el Estatuto de Autonomía no es así. Sin la adhesión activa de la inmensa mayoría de los ciudadanos la Constitución y el Estatuto de Autonomía son normas estériles, que dejan de cumplir la función que les corresponde en el Estado democrático: la de ser el eje en torno al cual se ordena la convivencia. Una ley se puede hacer cumplir por la fuerza. Una Constitución o un Estatuto de Autonomía, no.
Puede que inicialmente se piense que esto no tiene demasiada importancia, ya que la Constitución y el Estatuto de Autonomía son normas que no resuelven ninguno de los problemas que se plantean en la convivencia. No es esa función. Nadie siente, pues, individualmente de manera inmediata el vacío de constitucionalidad. Pero con el paso del tiempo es diferente, pues la Constitución y el Estatuto de Autonomía son las normas sin las cuales no se puede resolver ningún problema mediante el debate político jurídicamente ordenado. La Constitución y el Estatuto no resuelven ningún problema, pero sin ellos no se resuelve ninguno.
Sin bloque de constitucionalidad el único horizonte es el desorden. Cataluña ya lleva varios años instalado en él. Y el desorden en Cataluña empieza a gravitar con intensidad en el resto de España. Es posible e incluso probable que el nacionalismo catalán no tenga fuerza suficiente para conseguir la independencia de Cataluña, pero sí tiene tamaño de sobra para hacer ingobernable el Estado.
La integración de Cataluña en el Estado en unos términos que sean aceptable tanto en Cataluña como en el resto de España (no digo en España, porque, en mi manera de ver Cataluña también es España) es el problema constitucional del que depende la gobernabilidad de Cataluña y la gobernabilidad del Estado. Con base en la Constitución de 1978 ya no es posible resolverlo. Esta es la consecuencia de la STC 31/2010.
Aquí reside la dificultad de encontrar una respuesta. No tenemos marco de referencia para hacer política. El nacionalismo catalán se aferra al espejismo de la independencia. Y el Gobierno del PP al Tribunal Constitucional. Esta es la consecuencia inmediata de la decisión del Tribunal Constitucional de considerar que a él le correspondía la tarea de ser el guardián de la constitucionalidad del Estatuto de Autonomía del artículo 151 CE y que podía, en consecuencia, desautorizar el pacto estatuyente y desconocer el referéndum de ratificación del mismo. Nos hemos quedado sin la fórmula constitucional para resolver el problema de la integración de Cataluña en el Estado. Pensar que los ciudadanos de Cataluña se olviden de lo que ha pasado y acepten el Estatuto de Autonomía tal como ha quedado después de la STC 31/2010 o que estén dispuestos a poner en marcha un nuevo proceso de reforma estatutaria para volver a pactar un texto y aprobarlo después en referéndum, es vivir en otro mundo. La STC 31/2010 formalmente se limitó a anular algunos artículos y a imponer la interpretación de otros, pero materialmente destruyó las garantías en las que descansaba la "Constitución Territorial" del 78. Sin pacto y sin referéndum no hay Constitución Territorial, aunque formalmente estén en vigor la Constitución y el Estatuto. La STC 31/2010 es una suerte de "bomba de neutrones" que mantiene intacta las paredes de los edificios, pero que elimina la vida que había en ellos. Antes de esta Sentencia en el bloque integrado por la Constitución y el Estatuto de Autonomía de Cataluña, el de 1979 o el de 2006, había vida. Desde julio de 2010, ya no la hay. El bloque de la constitucionalidad es un edificio hueco, en el que no queda nada de aquello que le hizo ser el punto de referencia para el ejercicio del derecho de autonomía para los ciudadanos de Cataluña y para la definición de sus relaciones con el Estado.
La fórmula de integración de Cataluña en el Estado hay que inventársela.
Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Sevilla. 
 VER EL TEXTO COMPLETO..

sábado, 4 de marzo de 2017

Nuestras creencias nos están matando

Admitamos que nuestras creencias nos están matando

CTXT

Paul Romer, nuevo economista jefe del Banco Mundial, demuele los cimientos de la corriente del pensamiento económico neoclásico, la hegemónica en nuestros días, a la que él pertenece

Paul Romer es desde hace unos meses el nuevo economista jefe del Banco Mundial. Desde que Joseph Stiglitz ocupó ese cargo a finales del siglo pasado, el organismo multilateral no había tenido en ese puesto a un economista de relevancia mediática como Romer sino de perfil más discreto. Considerado por la revista Time una de las 25 personas más influyentes de EE.UU., conocido como uno de los pioneros de las teorías del nuevo crecimiento (“crecimiento endógeno”), siendo profesor en lugares como Berkeley o Stanford, Romer ha conmovido los cimientos de la profesión al publicar un texto (del que aquí adjuntamos un resumen al que se han eliminado todos los aspectos técnicos y matemáticos, que corresponden a otro tipo de publicación) en el que demuele los cimientos de la corriente del pensamiento económico neoclásico, la hegemónica en nuestros días, a la que él pertenece. La primera frase de ese artículo resume todo lo demás: “Desde hace tres décadas, la macroeconomía está yendo marcha atrás”.
Romer se ha unido en esta crítica a otros colegas que desde hace ya bastantes años ponen en cuestión la economía neoclásica, aunque la mayor parte de ellos se haya formado dentro de la misma. Recorreremos algunos de esos hitos. En el año 2009, en el momento más duro de la Gran Recesión, Paul Krugman publicó un artículo en The New York Times (“¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas?”) que dio la vuelta al mundo. Escribió el Nobel de Economía que los economistas creían tener las cosas bajo control antes de la crisis económica y que, siendo importante el error de no ver avanzar las dificultades, mucho más significativa fue su ceguera ante la posibilidad de que hubiera fallos catastróficos en la economía de mercado. No los consideraban factibles. Krugman estableció la famosa distinción entre los economistas “de agua dulce” (neoclásicos) y los economistas “de agua salada” (básicamente keynesianos). Durante dos décadas (1987-2007) ambos grupos firmaron una paz intelectual basada en la confluencia de opiniones que salvaban al mercado de sus fallos; eran los años de la “Gran Moderación” en los que había poca inflación y las recesiones eran relativamente suaves; los economistas “de agua salada” se tranquilizaron pensando que la Reserva Federal [el banco central de EEUU] tenía todo bajo control; los “de agua dulce”, aun sin creer que las políticas de la Reserva Federal fuesen óptimas, como las cosas iban bien miraron hacia otro lado. La Gran Recesión terminó con esa paz postiza durante la cual las fricciones ideológicas entre ambos grupos habían permanecido dormidas aunque no se había producido la mínima convergencia real entre ellos.
Ha sido Steve Keen, profesor australiano de quien se dice que fue el que más se aproximó a los efectos que iba a tener la Gran Recesión y al momento en el que estallaría, uno de los que más eficazmente ha atizado a la economía neoclásica (en la que ha incluido a Krugman, dando sentido a esa frase de que en economía todos somos neoclásicos respecto a alguien). Su libro La economía desenmascarada (Capitán Swing) es pródigo en ejemplos de su tesis principal: que la economía neoclásica es responsable no sólo por no haber anticipado la Gran Recesión sino por ser intrínsecamente errónea y haber contribuido a multiplicar las calamidades que intentaba prever. Si su único fallo hubiera sido no anunciar la crisis con tiempo, para que los ciudadanos pudieran guarecerse, los economistas neoclásicos no se diferenciarían de los meteorólogos que no ven llegar una tormenta: serían culpables de no haber dado la alerta pero no se les podría responsabilizar de la tormenta misma.
En cambio, los economistas neoclásicos tendrían una responsabilidad directa en la tormenta económica ya que convirtieron lo que podría haber sido una crisis financiera y una recesión “del montón” en una crisis mayor del capitalismo; las creencias y las acciones de los neoclásicos lograron que la última crisis económica fuese mucho mayor de lo que hubiera sido sin su intervención.
Steve Keen, que se define a sí mismo como economista poskeynesiano y sraffiano [seguidor del economista italiano Piero Sraffa] comprometido, hace asimismo una denuncia de la penetración de la ortodoxia neoclásica en la docencia (libros de texto, profesorado, cátedras,…), en los servicios de estudio, programas de investigación, organismos multilaterales, selección de las materias principales que se estudian en las facultades de Económicas y Empresariales, medios de comunicación, etcétera. Esta posición de dominio neoclásico se muestra en los nombramientos de las jefaturas de estudios de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, gobernadores de los principales bancos centrales, ministros de Economía y Hacienda o premios Nobel de Economía.
También analiza Keen si estos economistas han reconocido su fracaso, si han reflexionado sobre las contorsiones ideológicas (las políticas monetarias expansivas, las intervenciones permanentes en la banca privada) hechas para salvarse del descrédito. Nada de nada. Un ejemplo de ello es Ben Bernanke, el anterior gobernador de la Reserva Federal, que ha argumentado que no hay necesidad alguna de revisar la teoría económica como resultado de la crisis, distinguiendo entre “ciencia económica”, “ingeniería económica” y “gestión de la crisis”… para permanecer donde estaba. “La reciente crisis financiera”, escribió Bernanke, “ha tenido más que ver con un fallo en la ingeniería económica y en la gestión económica que en lo que yo he llamado ciencia económica (…), las deficiencias en materia de ciencia económica (…) fueron en su mayor parte menos relevantes de cara a la crisis; es más, aunque la mayoría de los economistas no previeron el colapso del sistema financiero, el análisis económico ha demostrado ser –y lo seguirá demostrando-- de una importancia crítica a la hora de entender la crisis, desarrollar políticas para contenerla y diseñar soluciones de largo plazo para prevenir su recurrencia”.
La conclusión a la que llega Keen es muy significativa para este debate: ¿por qué a pesar de tantos bienintencionados economistas neoclásicos, casi todas sus recomendaciones favorecen a los ricos antes que a los pobres, a los capitalistas antes que a los trabajadores, a los privilegiados antes que a los desposeídos?. “Llegué a la conclusión de que la razón por la que manifestaban estas conductas tan poco intelectuales, tan ideológicas y en apariencia tan destructivas desde el punto de vista social no tenía que ver con patologías personales superficiales, sino que era de naturaleza más profunda: lo que ocurría es que la forma en que habían sido formados les había inculcado las pautas de comportamiento de los fanáticos, más que de intelectuales desapasionados”.
Uno de los aspectos que centran las críticas a los economistas es la utilización excesiva del aparato matemático: la economía trata de la gente, no de las curvas, se dice. El periodista italiano Roberto Petrini, que ha escrito un alegato titulado Proceso a los economistas (Alianza Editorial), acusa al mainstream de esta profesión no sólo de errar continuamente en sus diagnósticos (“la feria de las previsiones”) sino de haber perdido el contacto con la realidad al padecer una sobredosis de matemáticas; los físicos, habitualmente discretos, han sacado del bolsillo el dedo que señala y subrayan los defectos de quienes practican una ciencia social imperfecta. Uno de ellos, Jean-Philippe Bouchard, escribió un artículo incendiario en Nature, cuyo inicio es arrollador: “En comparación con la física se puede decir que los éxitos cuantitativos de la economía son decepcionantes. Los cohetes llegan a la Luna, se extrae la energía del átomo, los satélites permiten que millones de personas encuentren el camino a casa… ¿Cuál es el resultado representativo de la economía si dejamos a un lado la recurrente incapacidad de predicción y de evitar crisis?”.
En el artículo citado, Krugman afirma que los economistas han confundido la belleza, revestida de matemáticas de aspecto imponente, con la verdad. La causa inmediata del error de la profesión fue el deseo de un planteamiento intelectualmente elegante que lo abarcase todo y que, además, brindara a los economistas la oportunidad de presumir de sus proezas matemáticas. Kalle Lasn, coordinador de un libro singular titulado Guerra de memes. La destrucción creativa de la economía neoclásica, editado por Adbusters, una organización canadiense que lleva una cruzada contra el consumismo, se pregunta: “¿Sufren los economistas de un complejo de inferioridad académico denominado `envidia de la física´?”.
En otro momento habrá que abordar la relación simbiótica entre la revolución conservadora y la economía neoclásica.
Joaquín Estefanía Fue director de El País entre 1988 y 1993. Su último libro es Estos años bárbaros (Galaxia Gutenberg) @ESTEFANIAJOAQ
Fuente: http://ctxt.es/es/20170222/Politica/11261/neoliberalismo-paul-romer-paul-krugman-Steve-keen.htm