950 cabeceras de periódicos y revistas anarquistas vieron la luz entre 1869 y 1939 en España
Prensa anarquista contra el pensamiento único
Uno de los autores que expresa con mayor
rotundidad la crítica a los medios de comunicación es el cineasta Peter
Watkins (Norbiton, Inglaterra, 1935). Precursor de nuevos rumbos en el
docudrama, el falso documental y la “no-ficción” cinematográfica, el
realizador británico ha criticado la actual narrativa audiovisual
“totalitaria”, a la que ha denominado “monoforma”. Autor de filmes como
“Punishment Park”, “Edvard Munch” o “La Commune (París, 1871)”, en 1968
abandonó Inglaterra tras la censura de “The War Game”. En febrero de
2017 la editorial Pepitas de Calabaza publicará en castellano el ensayo
de Watkins “La crisis de los medios”, de 288 páginas, donde alerta de la
“amenaza omnipresente del totalitarismo audiovisual, y la
neutralización de toda obra que se pretenda ingenuamente contestataria”,
anuncia el colectivo editor. Aunque hoy no figuren en los programas
universitarios ni en los listados oficiales de ventas, los periódicos
anarquistas se revelaron en su día como un modelo “alternativo” a los
medios empresariales. El investigador anarquista Paco Madrid menciona a
Peter Watkins como ejemplo de artista no engullido por el
“establishment”. Hoy existe “puro adoctrinamiento, y al que se sale del
esquema dominante lo ningunean”, sostiene el historiador.
En
el curso 1988-1989 Paco Madrid publicó una tesis doctoral de 966
páginas, “La prensa anarquista y anarcosindicalista en España desde la I
Internacional hasta el final de la Guerra Civil (1869-1930)”, que
continúa siendo un punto de referencia. El segundo volumen de la tesis
consiste en un catálogo de la prensa anarquista en el periodo 1869-1939,
que incluye entre otros datos título y subtítulo, lugar de edición,
duración, periodicidad, nombre del director, precio, tendencia y número
de páginas. Hace una década publicó “Solidaridad Obrera y el periodismo
de raíz ácrata”, y es autor de una antología de textos de Anselmo
Lorenzo editada por Virus (“Un militante proletario en el ojo del
huracán”) además de otra compilación sobre Antonio Loredo (1879-1916)
–“Las palabras son mi vida” (LaMalatesta)-, uno de los anarquistas
representativos de la evolución de los grupos de afinidad en las dos
primeras décadas del siglo XX.
Queda mucho por hacer en la tarea
de recuperación. Una de las propuestas del investigador es digitalizar
la prensa anarquista, tal como están haciendo los militantes de la Idea
en Argentina y Chile. “Los anarquistas digitalizan un volumen de
publicaciones mucho mayor, proporcionalmente, que la Biblioteca Nacional
de España”, destaca Paco Madrid. Pone otro ejemplo, una página Web
configurada en Alemania http://www.bibliothekderfreien.de/lidiap/eng/,
que permite el acceso a toda la prensa anarquista digitalizada en
cualquier idioma. Hace más de una década, en formato papel, el
historiador introdujo y compiló, junto a Claudio Venza, la “Antología
Documental del Anarquismo Español (Volumen I), de la Primera
Internacional al Proceso de Montjuich (1868-1896)” (Fundación Anselmo
Lorenzo, 2001); y el Volumen VI, sobre la “Bibliografía del Anarquismo
en España (1868-1939)”, con Ignacio C. Soriano, que incluye los folletos
y libros. Tras años de indagar a conciencia en los archivos, Paco
Madrid concluye que durante 70 años, entre 1869 y 1939, se publicaron en
el estado español cerca de 950 cabeceras de periódicos y revistas
anarquistas o anarcosindicalistas. “Es cierto que algunas resultaron
efímeras, pero otras alcanzaron un gran desarrollo y llegaron a ser
periódicos diarios”, resalta el historiador.
“Tierra y Libertad”
vio la luz en 1888 como “quincenario anárquico-comunista” y prolongó su
vida impresa hasta 1939. Prohibido tras los sucedidos de la “Semana
Trágica” de Barcelona (1909), el periódico “llegó a convertirse en el
órgano oficioso de los grupos de afinidad anarquista”, subraya Paco
Madrid. En un primer periodo (1888-1889) publicó una veintena de
números. Llama la atención que dedicara una parte de los diez primeros
ejemplares a explicar el modo en que deberían funcionar los núcleos de
afines, señala el investigador. Se defendía no sólo un alto grado de
autonomía individual, sino la importancia de que –junto a la sintonía
ideológica- primaran la camaradería y el afecto personal. El individuo
tendría que disponer de suficiente independencia –según esta línea de
pensamiento- para desarrollar sus acciones, siempre que no contradijeran
las propuestas del grupo. Una de las máximas consistía en no someterse a
posibles imposiciones de la asamblea, que se consideraba un complemento
del individuo. Precisamente un grupo de afinidad –“Cuatro de Mayo”-
gestionó “Tierra y Libertad” a partir de 1904 en Madrid, y unos años
después en Barcelona. Divulgador de autores como Kropotkin, Luigi
Fabbri, Rudolf Rocker, Federica Montseny o Max Nettlau, la edición del
periódico corrió a cargo de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) a
partir de 1930; esa década “Tierra y Libertad” llegó a imprimir, según
algunos historiadores, 30.000 ejemplares.
A quienes hoy pudieran
extrañarse por el músculo de la prensa anarquista, tal vez una vía de
acercamiento fuera “Solidaridad Obrera”. Se llegó a editar en ciudades
como Madrid, Sevilla, Vigo, Gijón o Valencia, y “tuvo mucho éxito porque
recogía los dos conceptos que afirmaba la cabecera”. Pasó de órgano
oficial de la confederación regional catalana a serlo del conjunto de la
CNT, pero se convirtió sobre todo en un referente simbólico para los
partidarios del sindicalismo de acción directa. Lanzado en 1907 en
Barcelona, se convirtió en periódico diario desde el primero de marzo de
1916 y continuó siéndolo durante la II República. “El último número, el
2.105, se estaba imprimiendo cuando las tropas franquistas entraban por
la Diagonal de Barcelona en enero de 1939”, recuerda Paco Madrid. Uno
de las características del periódico fue el uso de las viñetas. En el
primer número de “Solidaridad Obrera” (19 de octubre de 1907) aparece
debajo del titular “¡Proletario despierta!” la ilustración de un
trabajador apoyado en una mesa, a quien ha derrotado el sueño que
provoca el opio burgués. Una mujer, que porta entre sus manos el
periódico anarcosindicalista, trata de despertarle. Desde sus inicios
pueden distinguirse en “Solidaridad Obrera” seis etapas, cercenadas por
numerosas suspensiones.
Entre
1887 y 1893 (año del atentado en el barcelonés Teatro del Liceo),
destacó en la capital catalana un periódico de matiz anarcocolectivista,
“El Productor” (“diario socialista”). Fue el primer periódico
anarquista publicado diariamente, aunque sólo durante 27 números, ya que
después pasó a semanal. Sus páginas incluían las colaboraciones de
Anselmo Lorenzo, Pedro Esteve y Antonio Pellicer Paraire; fueron
asimismo significativos los enfrentamientos que mantuvo con “Tierra y
Libertad”, por sus simpatías hacía diferentes corrientes del anarquismo.
A lo largo de 367 números, en sus páginas se recogieron artículos de
Proudhon, Reclus, Tarrida del Mármol o Bakunin. Entre la proliferación
de medios libertarios en el último cuarto del siglo XIX despuntó, desde
1886 hasta 1888, el periódico mensual “Acracia” (“Revista Sociológica”).
Editado en Barcelona pero de difusión estatal, en sus páginas
colaboraron 'vacas sagradas' del anarquismo como Rafael Farga Pellicer,
Anselmo Lorenzo y Antonio Pellicer Paraire, los tres tipógrafos. Antonio
Pellicer se exilió a Estados Unidos por la represión sufrida en el
estado español; en Nueva York comenzó a editar en lengua castellana
“Cultura Proletaria”, que más tarde devino en “Cultura Obrera”.
La
revista “Acracia” fue “una de las publicaciones más relevantes del
siglo XIX por su presentación y contenidos”, subraya Paco Madrid. Otra
de las firmas que el lector podía seguir era la del escritor anarquista
cubano Fernando Tarrida del Mármol, autor de “Los inquisidores
españoles” (1897) y defensor de un anarquismo “sin adjetivos”. “Acracia”
demostró con el tiempo una capacidad real para movilizar estados de
opinión. Por ejemplo difundiendo, en 1886, una conferencia del doctor
José Letamendi sobre la adulteración de los alimentos de la época, en la
que sostenía que el pan y el vino habían perdido su autenticidad. La
veintena de números que llegaron a publicarse de la revista “Acracia”
fueron reeditados, en edición facsímil, por la editorial Letera Dura en
1978. El periódico también incluía, en la más pura tradición del siglo
XIX, los libros por entregas. Por ejemplo, un volumen del filósofo
húngaro Max Nordau (1849-1923) de título significativo: “Las mentiras
convencionales de nuestra civilización”.
Pero además de las
cabeceras icono del anarquismo, Paco Madrid repara en otro tipo de
prensa, efímera, que tras una tirada de dos o tres números la represión
forzaba a su cierre. Es el caso de “Espartaco”, semanario que comenzó a
editarse en 1904 y que, tras la suspensión por su carácter “radical” e
incitador a la acción directa, volvió a ser impulsado por los redactores
con el título de “Nuevo Espartaco” (1905), que también fue
clausurado... Pero resurgió. “Ocurría con muchas cabeceras”, apunta Paco
Madrid; “la gente estaba ávida por escribir en la prensa”. Y también
por la lectura. En las casas entraban los periódicos con sus
“Bibliotecas” (que promovían si tenían capacidad para ello), integradas
por folletos y libros.
También gozaron de enorme éxito las
colecciones populares de “La Revista Blanca” (1898-1905), lanzada por
Juan Montseny (“Federico Urales”) y Teresa Mañé (“Soledad Gustavo”).
Casas editoriales de principios del siglo XX, como Sempere -un amigo de
Blasco Ibáñez- o Maucci, editaron además de los libros “convencionales”
los clásicos de la Idea, y con tiradas nada desdeñables. Entre la
profusión de periódicos, revistas y folletos anarquistas, ¿puede
establecerse algún hilo de conexión? Una de las características, afirma
Paco Madrid, es la autenticidad: “Siempre dicen la verdad, no
disimulan”. La prensa anarquista no se apuntaba a la “falsa
objetividad”. Así lo entendió el un prefecto de la policía parisina,
Louis Andrieux, que llegó a financiar un periódico anarquista -”La
Revolución Social”- porque así podía conocer de primera mano cuanto se
cocía en el anarquismo. Lo cuenta en el libro “Memorias de un comisario”
(1885). Disponía de un “topo” en el grupo de afinidad de la anarquista
francesa Louise Michel.
En un artículo publicado en 1901 en “El
Imparcial”, Ramiro de Maeztu enumeraba algunas de las publicaciones que
podían encontrarse en los escaparates de una librería: “La conquista del
pan”, “Palabras de un rebelde” y “Memorias de un revolucionario”, de
Pedro Kropotkin; “Evolución y revolución”, de Eliseo Reclus; “El dolor
universal”, de Sebastián Faure; “El dinero y el trabajo”, de León
Tolstoi; y “Dios y el Estado”, de Mijail Bakunin. Otros tendrían que
aparecer en breve, si las casas editoriales cumplían su anuncio: “La
sociedad moribunda”, por Juan Grave; “Psicología del anarquista”, por A.
Hamon; “Historia de la Commune”, por Louise Michel; y “Filosofía de la
Anarquía”, por Carlos Malato. A estos autores se agregaban los textos de
los anarquistas autóctonos: Teobaldo Nieva, Juan Montseny, Ramón
Sempau, Fermín Salvochea, Anselmo Lorenzo, Pedro Esteve...
“La
prensa anarquista sustituyó la información política y de actualidad por
la de carácter obrero -huelgas, despidos, malos tratos e injusticias-;
la ayuda a los presos -campañas y recogida de fondos) o la inserción de
colaboraciones literarias (poseía y relato corto)”, explica Paco Madrid
en el artículo “La cultura anarquista en los albores del siglo XX”.
Salvo excepciones, como la familia Urales, Ricardo Mella, Isaac Puente y
algunos otros casos, la mayoría de los redactores fueron proletarios.
“Cuando los periódicos comenzaron a ser diarios -subraya el investigador
en la tesis doctoral- aumentaron los periodistas profesionales; por
ejemplo Federico Urales contrató a principios del siglo XX para el
periódico 'Tierra y Libertad' a Julio Camba y Antonio Apolo”.
Predominaba el trabajo voluntario, después de interminables jornadas
laborales.
Lo que se perdía en profesionalismo se ganaba en la
frescura y espontaneidad de las colaboraciones, de modo que poetas y
narradores anónimos, cronistas y articulistas surgidos del taller y la
fábrica llenaron las páginas de estos periódicos con sus escritos,
explica Paco Madrid. Podía distinguirse un núcleo de la redacción con
cierta estabilidad, a la que se agregaba después el trasiego de
colaboradores. “Se lee infinitamente mayor número de periódicos
'burgueses', pero en estos la actualidad siempre lo ocupa todo”, señaló
Ramiro de Maeztu en las páginas de “El Imparcial”. La prensa anarquista
dedicaba entre un tercio y una cuarta parte de su contenido a la
constitución de sociedades obreras o a las luchas sindicales. El resto, a
la difusión de la Idea, por eso los obreros conservaban los ejemplares.
Sin embargo, la represión y la requisa de material ácrata hizo que
muchas colecciones de periódicos se despedazaran en la trituradora..