El nuevo fracaso del "cuarto poder "
Julian Assange y los medios de comunicación
La liberación del periodista australiano, a fines de junio
pasado, cierra un calvario de catorce años. Sin embargo, no reduce la
responsabilidad de sus perseguidores. En este aspecto, Washington, Londres y
Estocolmo actuaron con la complicidad de una institución que se supone que le
dice la verdad al poder y protege a los inocentes: la prensa, por una vez
bastante poco confraternal.
por Laurent Dauré
Extracto
Desde el 25 de junio de 2024, y gracias a un acuerdo de
“declaración de culpabilidad” firmado con el Departamento de Justicia
estadounidense, Julian Assange quedó libre. Pero la prensa mundial no lanzó los
fuegos artificiales eufóricos que hubiera recibido el retorno a la vida común
de cualquier periodista encerrado durante catorce años por haber revelado
crímenes de guerra. El ambiente editorial se mostraba alegre, es cierto, pero
con una pátina de extraña moderación. “Sus acciones dividieron la opinión”,
afirmaba el Guardian (26 de junio), principal diario de “izquierda” en el Reino
Unido, que había publicado varias decenas de artículos hostiles al fundador de
WikiLeaks. De modo invariable, los retratos consagrados al desenlace feliz
perfilaban a un héroe decididamente poco recomendable: “un divulgador
imprudente que puso vidas en peligro” (New York Times, 27 de junio), “alguien
que busca publicidad” (BBC, 25 de junio), “un sospechoso de servir a los
intereses de Moscú” (France Info, 25 de junio), en síntesis, “un personaje
turbio” (Le Monde, 26 de junio). Para el vespertino, esa mala reputación se
explicaba con facilidad: “Julian Assange no dejó de dar pasto a la
controversia”. Una controversia que los periodistas mismos habían alimentado
ampliamente antes de describirla como un hecho …
“No hay sino una manera de actuar: abatir ilegalmente a ese
hijo de puta”. Desde el llamado a asesinar al “traidor” lanzado en Fox News en
2010 por el analista demócrata Robert Beckel hasta los editoriales de “apoyo”
en forma de ajusticiamiento, pasando por las informaciones falsas del Guardian
respecto de una supuesta conspiración entre Julian Assange, Donald Trump y
Moscú en 2018, el periodista preso pudo apreciar los matices de la malignidad
mediática (1). El tema central ya no era el mensaje –el contenido de las
revelaciones de WikiLeaks y la realidad cruda del poder estadounidense que
develaban–, sino la personalidad y la ética del mensajero, incluso su higiene
corporal (Daily Mail, 12 de abril de 2019).
Se olvida con facilidad, de tan efímeras e interesadas que
fueron, que las bodas entre WikiLeaks y la prensa tradicional se habían
celebrado con gran pompa. Cuando la organización se propulsó al primer plano de
la escena mundial en 2010 haciendo públicos documentos clasificados confiados
por la lanzadora de alertas Chelsea Manning, analista de los servicios de
información militares estadounidenses, ese maná alimentó antenas y columnas
durante meses. WikiLeaks anudó entonces diversas colaboraciones con diarios
prestigiosos para dar más eco a esas revelaciones abrumadoras para Washington:
la conducta criminal de su ejército en Irak y Afganistán, el infierno de la
prisión de Guantánamo o los entresijos turbios de la diplomacia de Estados
Unidos.
“Controvertido”
Respecto de este último dossier, conocido con el nombre de
“Cablegate”, el New York Times, el Guardian, Der Spiegel, El País y Le Monde
aprovecharon ampliamente las primicias que extraían de los 250000 telegramas
diplomáticos. El 24 de diciembre de 2010, la redacción de Le Monde designó a
Julian Assange “hombre del año”. Todos sabían que ese proveedor de contenidos
explosivos hacía gravitar una amenaza sobre el monopolio de la información
legítima reivindicado por los medios ya establecidos pero, por entonces,
reinaba una paz provisoria asentada en una división del trabajo: WikiLeaks
alimentaba con datos brutos autentificados a los medios de comunicación, que
los clasificaban y jerarquizaban –y después se coronaban de laureles. Los jefes
editoriales no ignoraban nada de la filosofía libertaria de Assange que, como
gran cantidad de expertos en informática de su generación, soñaba con una nueva
Reforma que aboliera a los intermediarios que tuvieran compromisos con el
poder. También, durante ese día de Navidad de 2010, Le Monde acompañó su elogio
con una etiqueta –“la personalidad más controvertida del planeta”– que no
abandonaría nunca más al fundador de WikiLeaks y que volvería a aparecer cada
vez que las noticias judiciales impusieran a las direcciones editoriales
referirse al asunto, entre largos períodos de indiferencia: “’cyber-guerrero’
recluido y controvertido” (L’Express, 11 de enero de 2018), “héroe
controvertido de la libertad de informar” (Agencia France-Presse, 10 de
diciembre de 2021), “héroe controvertido de transparencia a veces enturbiada”
(Le Point, 7 de septiembre de 2020), “figura controvertida en el centro de las
teorías del complot” (“Complorama”, France Info, 29 de abril de 2022).
“Controvertido”: bajo su aparente objetividad, este adjetivo-adhesivo presenta
la extraña propiedad de pegarse sólo en los zapatos de los disidentes del mundo occidental (…)
https://www.lemondediplomatique.cl/2024/08/julian-assange-y-los-medios-de-comunicacion.html
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