En torno a Judith Butler .
Experiencia, identidad y sujeto feminista (I)
Por Carmen Heredero, Antonio Antón
07/08/2024 |
Con ocasión de la publicación del último libro de Judith
Butler, ¿Quién teme al género?, en esta primera parte, tratamos dos aspectos
del pensamiento feminista: el valor del feminismo y la identidad feminista, y
cómo avanzar en la liberación y la igualdad femenina. En una segunda parte
abordaremos otros dos temas: el sujeto social, imprescindible para la
transformación colectiva, y la relevancia de la experiencia vivida e
interpretada.
El valor del feminismo y la identidad feminista
Hay que diferenciar identidad de género e identidad
feminista. La mujer, las mujeres -a veces con una larga y variada tipología-,
no son el sujeto del feminismo. No existe un sujeto previo a la experiencia
emancipadora, sino que se constituye con ella, con esa práctica sociocultural.
Ya Simón de Beauvoir decía que la ’mujer se hace, no nace’,
poniendo el énfasis en la experiencia vital en la formación de la
identificación que, más tarde, se definió de género y que, muchas veces,
conllevaba una actitud progresista y liberadora, en el marco de la segunda ola
feminista de los años sesenta y setenta.
Aquí, sin la connotación existencialista, desde un cierto
constructivismo social, multidimensional y vital, le damos un contenido
sociohistórico y político-cultural, y lo aplicamos al feminismo, como sujeto
social, no a la feminidad (o la masculinidad) en cuanto identidad de género. Se
es feminista no por ser mujer, sino por participar en los procesos igualitarios
por la liberación femenina, y de todas las personas discriminadas por su opción
sexual y de género. La composición empírica mayoritaria del feminismo es de
mujeres, las más directamente afectadas y sensibles, pero también de varones
solidarios. Su identificación feminista, o su ‘orgullo’ de pertenencia, deriva
de su comportamiento, su práctica relacional, no de la adscripción a un sexo,
género u opción sexual.
Sin embargo, no hay que infravalorar la experiencia vivida.
La conexión con la realidad discriminatoria es lo que acerca más a las mujeres
y personas con opciones sexuales y de género no normativas a esa sensibilidad,
conciencia y actitud transformadora. Pero, para mantener una conducta
transformadora, son decisivas su conformación subjetiva, su experiencia
relacional, su actitud moral respecto de los tres grandes valores progresistas:
libertad, igualdad y solidaridad.
La conformación del sujeto no deriva mecánicamente de la
existencia de una realidad sociodemográfica discriminatoria, tal como dicen las
teorías estructuralistas o deterministas, dominantes en décadas pasadas. O sea,
la mujer, por su condición objetiva, biológica o de subordinación, no es el
sujeto del feminismo; el sujeto del feminismo son las personas que, práctica y
sociohistóricamente, han rechazado y combatido, individual y/o colectivamente,
una realidad de discriminación y dominación, y han adquirido una experiencia
emancipadora, igualitaria y solidaria que refuerza su conciencia feminista.
Desde este punto de vista, hay que intensificar, no diluir,
la identificación feminista, opuesta al machismo. Esta identificación no
constriñe una voluntad transformadora, sino que, con espíritu crítico, la
refuerza, favorece el sentido de pertenencia colectiva, con articulación de
apoyos y alianzas, y es capaz de renovar sus propias características
identificadoras y estratégicas.
La identidad de género femenino (o masculino o indefinido)
puede ser ambivalente: negativa, si es que refleja una trayectoria rígida de
subordinación resignada o impuesta; o positiva, en la medida que exprese un
papel sociocultural, económico-laboral y reproductivo más igualitario y libre,
en combinación con otras identificaciones particulares interseccionales con
impacto variable en su experiencia vital.
Una identidad fuerte de género tradicional -de ama de casa
dependiente o con la normativización esencialista heterosexual… y dentro del
matrimonio- sí se puede decir que constriñe la libertad individual para
explorar y cambiar de experiencia, estatus e identificación. Una identidad de
género débil o casi nula permite la transición sin ataduras a la nueva
personalidad, opción sexual y de género y posición social; es más abierta y
ofrece más oportunidades.
Existen diversas tipologías femeninas: desde la mujer
‘tradicional’, ama de casa, esposa y madre, pero subordinada a una estructura
patriarcal y dependiente de una función social subalterna, que el feminismo
apuesta por transformar; hasta la mujer ‘liberada’ que se ha ido abriendo paso
igualitario y que es objeto de toda la ofensiva conservadora y reaccionaria
como causa de la destrucción de su orden social y moral dominador.
Pero aquí hablamos, sobre todo, de identidad feminista como
refuerzo solidario, igualitario, emancipador, como pertenencia colectiva, con
una trayectoria transformadora; opuesta al machismo, a su identificación y a la
prepotencia relacional, como expresión de dominación y privilegios, o sea,
vinculado al poder opresivo y, a veces, violento del orden establecido. En ese
sentido, una identidad sociopolítica liberadora y una ética fuerte, anclada en
los derechos humanos y la democracia, favorece el compromiso cívico por la
igualdad y la libertad; es positiva para las mujeres y para la humanidad, es
decir, encierra un contenido universal.
No se trata, por tanto, de la diferenciación o simple
interacción entre géneros más o menos marcados y plurales, con distintas
feminidades y masculinidades y posibilidades combinatorias, sino de la diferenciación
entre feminismo y machismo y, por otra parte, entre un feminismo elitista o
solo retórico, centrado en romper los ‘techos de cristal’, y un feminismo
popular, que apuesta por superar los ‘suelos pegajosos’.
Cómo avanzar en la liberación y la igualdad femenina
Pues bien, Judith Butler ha tenido y tiene la prioridad por
la superación del género y la heteronormatividad obligatoria, como sistema
divisivo, discriminatorio y limitador de la libertad humana, la cual debería
estar asentada en la propia voluntad. Su enorme aportación crítica ha ido hacia
la deslegitimación de las principales trayectorias opresivas contra la libre
elección de sexo/género y opción sexual, con garantías para una vida digna.
Al ir ‘deshaciendo el género’, se terminaría el problema de
la desigualdad de género. Seríamos personas indiferenciadas por sexo/género, es
decir, éste no sería un factor relevante, lo cual garantizaría la liberación.
Se rompería el pretexto del poder establecido para imponer la división social…
aunque ello no evitase la imposición de nuevas segmentaciones y
discriminaciones, en particular, a las propias minorías sexuales o de género no
binario. La duda es el alcance generalizador de la indiferenciación por
sexo/género frente al sistema divisivo en tal categoría sobre la que se asienta
el orden establecido, y una vez garantizado el derecho a la libre
determinación.
Pero esa lógica liberadora ya estaba inscrita en el
pensamiento feminista y la acción progresista, al menos, desde el siglo XVIII.
Se trataba del impulso emancipador e igualitario del revalorizado estatus de
ciudadanía, de los derechos humanos y civiles y más tarde políticos y sociales…
independientemente del sexo/género, es decir, sin discriminación por sexo,
según dictaminan las constituciones modernas. Sabemos, por la experiencia de
estos más de dos siglos, que ese relativo igualitarismo retórico, jurídico o
formal ha costado mucho esfuerzo feminista y solidario para implementarlo y que
queda mucho por hacer.
No obstante, ese enfoque emancipador sigue siendo acertado:
hay que consolidar unas relaciones igualitarias y libres de dominación,
independientemente del sexo/género (la raza, el origen nacional o la clase
social…), o sea, destacando el elemento común de las personas: los derechos
humanos. Así, se supera el sexo/género como factor de desventaja o
discriminación, aunque se mantenga la diversidad identitaria.
Todavía hoy persisten graves lacras sociales que perjudican
a la mayoría de mujeres y opciones no normativas sexuales y de género, empezando
por la violencia de género, acerca de la que la autora tiene una sensibilidad
especial. Precisamente, la indignación cívica y la respuesta feminista, apoyada
y legitimada por unos dos tercios de mujeres y un tercio de varones, ha
generado en España la cuarta ola feminista, con la prioridad de combatir la
violencia machista y garantizar la libertad sexual y el libre consentimiento en
las relaciones sexuales e interpersonales en general.
Junto con ese primer nivel de conciencia feminista existe,
propiamente el movimiento feminista, compuesto por unos cuatro millones de
personas, la mayoría mujeres, que han participado en las movilizaciones
feministas, entre ellas las miles de activistas más estables, pertenecientes a
grupos diversos e impulsoras del movimiento social. Esos tres niveles son los
que configuran el sujeto colectivo feminista.
Todo ello ha puesto de relevancia la necesidad de un avance
en condiciones y derechos feministas, de la articulación del propio sujeto
feminista y, también, del impulso de una teoría crítica que fundamente esta
nueva fase de conformación feminista.
Por tanto, el pensamiento posestructuralista de Judit Butler
tiene sus límites para hacer frente a los desafíos que suponen la consecución
de la igualdad y la libertad de las mujeres. Desde distintas corrientes
feministas se están realizando muchas contribuciones interesantes. Por citar
otra feminista eminente, contamos con su colega estadounidense Nancy Fraser,
con aportaciones críticas significativas sobre el papel subordinado de las
mujeres en la reproducción social y de cuidados y su vinculación con la
segmentación capitalista y la división racista.
Evidente es la situación en España. Por un lado, hemos
asistido a una gran movilización feminista y de colectivos LGTBIQ+, masiva y
viva, particularmente contra la violencia machista y por la libertad sexual y
la igualdad, con una gran participación de base social y asociativa, y hemos
conseguido reformas significativas en el ámbito institucional.
Pero, por otro lado, el movimiento feminista presenta una
dinámica fragmentada y sin liderazgos consolidados, lo cual agudiza ciertas
tendencias -también desde la política- elitistas, unilaterales, sin arraigo
sólido, a apropiarse del movimiento, a hablar en nombre del (no) sujeto social
‘objetivo’ y pasivo, pugnando por su orientación y articulación.
En definitiva, en el campo feminista hay una rica y variada
experiencia, pero bastantes deficiencias en la articulación orgánica y de
liderazgo. A ello hay que añadir una relativa orfandad y retraso teórico que el
feminismo debería abordar desde un enfoque crítico, multidimensional y
relacional.
Carmen Heredero es feminista y sindicalista, autora del
libro Género y coeducación (Morata, 2019). Antonio Antón es sociólogo y
politólogo, autor de Feminismos. Retos y teorías (Dyskolo, 2023).
https://rebelion.org/experiencia-identidad-y-sujeto-feminista-i/
Segunda parte
https://rebelion.org/experiencia-identidad-y-sujeto-feminista-y-ii/
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