William I. Robinson:
“Hay masas sedientas de cambio, pero no hay proyectos de izquierdas que les
sirvan de timón”.
El sociólogo William I. Robinson, profesor de la Universidad
de California Santa Barbara y activista, advierte de que atravesamos una crisis
estructural del capitalismo.
El autor de 'Mano dura. El estado policial global, los nuevos
fascismos y el capitalismo del siglo XXI' advierte de que estamos en una crisis
estructural del capitalismo en la que “la masa de gente arrojada a la miseria
en todo el mundo está resistiendo, a pesar de que no hay proyectos
emancipadores viables”. Más allá del PIB: la economía crece, pero apenas el 4% de
los más ricos proviene de padres pobres
Daniel Yebra
14 de enero de 2024
El sociólogo William I. Robinson, profesor de la Universidad
de California Santa Barbara y activista, advierte de que atravesamos una crisis
estructural del capitalismo. Una crisis de sobreacumulación por parte de las
grandes empresas transnacionales que ha disparado la desigualdad y que está
derivando en guerras de baja intensidad (por ejemplo contra la inmigración) y
de alta intensidad (el genocidio de Palestina o la invasión rusa de Ucrania).
Una crisis en la que “la masa de gente arrojada a la miseria en todo el mundo
está resistiendo, a pesar de que no hay un proyecto de izquierdas viable”,
según denuncia.
Las emisiones de CO2 por quemar petróleo, gas y carbón suben
en 2023 y marcan un nuevo récord histórico
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El autor de 'Mano dura. El estado policial global, los
nuevos fascismos y el capitalismo del siglo XXI', publicado por Errata Nature,
observa que “que una parte de la élite transnacional reconoce que para salvar
al capitalismo de sí mismo se necesita realmente reestructurar el sistema,
reimponer la regulación al mercado a nivel internacional, una mayor
redistribución de la riqueza, hasta una renta básica”. Aunque lamenta que “el
problema es que estas voces son una minoría”. Mientras, “las grandes
corporaciones y conglomerados financieros tienen un solo objetivo: acumular más
y más y más capital”.
“Habría que ver si hay alguna posibilidad de vincular la
lucha de las masas que buscan una transformación del sistema con las élites
reformistas, y no hay mucho tiempo por la emergencia climática”, apunta este
profesor. “Hay masas que está tomando las calles, que están resistiendo, que
están sedientas de cambio y no hay proyectos de la izquierda, proyectos
emancipadores, que sean viables y que puedan proporcionar un timón a esas
masas”, apunta, y recuerda las gigantescas huelgas y movilizaciones de los
últimos años en India, Tailandia, Chile... incluso el aumento de la actividad
sindical en Estados Unidos.
En el libro, cita la famosa frase del inversor Warren Buffet
sobre que hay una guerra de clases y la está ganando su clase, la de los
grandes capitalistas. ¿Es así?
Por supuesto. Después de la Segunda Guerra Mundial, el
capitalismo mundial experimentó una tremenda expansión bajo un modelo de
capitalismo de bienestar social: el capitalismo socialdemócrata. En España se
desplegó más tarde, después de la dictadura. Este capitalismo imponía
restricciones y control sobre la libertad del capital, de la acumulación.
Además, a partir de los 60 y los 70, se multiplican los movimientos populares
alrededor del mundo: feministas, sindicales, contra el racismo, anticoloniales
y de liberación nacional... La correlación de fuerzas empezó a ser menos favorable
para la clase capitalista. Por eso, los grupos dominantes, con el apoyo de sus
Estados, lanzan la globalización a partir de los años 80, y la aceleran en los
años 90 y en el nuevo siglo, imponiendo el modelo liberal, con recortes a los
programas sociales, con un desmantelamiento del Estado intervencionista, con
desregulación de los mercados y con subsidios al capital.
¿Es una contraofensiva neoliberal?
Esa es la Historia que hemos vivido en los últimos 20, 30
años... Está pasando en España. Es un proceso que está mucho más avanzado aquí,
en Estados Unidos... Un proceso que ha provocado niveles de desigualdad jamás
vistos. Según datos recopilados en 2018, el 1% de la humanidad ya controlaba el
52% de riqueza. Es más, el 20% de los más ricos, la capas acomodadas, controla
el 95% de la riqueza. O lo que es lo mismo, el 80% restante apenas tiene un 5%.
En este contexto, las ganancias de las grandes corporaciones y conglomerados
financieros han seguido creciendo y marcando récords. Esto quiere decir dos
cosas. Primero, que, en las últimas décadas de globalización ha habido un flujo
de la riqueza de abajo a arriba- Segundo que ha habido un tremendo debilitamiento
de las clases populares y trabajadoras.
Entonces, claro que la clase capitalista transnacional ha
estado ganando la lucha de clases. Warren Buffet es honesto cuando lo afirma.
En en ese recorrido histórico que realiza, diferencia entre
crisis cíclicas y crisis estructurales. Y asegura que lo que está ocurriendo
actualmente en una crisis estructural.
Desde que en 2007 se produce el colapso del sistema
financiero global, hasta la fecha, estamos en una crisis de sobreacumulación.
El capital transnacional ha acumulado enormes cantidades de ganancias, de
efectivo, de reservas... Y eso explica que mientras crece la producción en la
economía global, se encoge la capacidad adquisitiva de la mayoría de la
humanidad.
En el momento que salió publicado el libro en inglés (2020),
las grandes corporaciones y conglomerados financieros transnacionales tenían a
su disposición 17 billones de dólares en reservas, sin tener dónde invertir esa
cantidad enorme de dinero. Una salida para ese excedente y para seguir acumulando
capital el estado policíaco global. Los conflictos, las guerras declaradas y no
declaradas, de alta y baja intensidad [por ejemplo contra la inmigración], los
sistemas de control social y la represión son muy rentables. Y lo hemos podido
ver con la invasión rusa de Ucrania y con el genocidio en Palestina por parte
de Israel.
¿La guerra es rentable?
Cuando Israel inició la masacre de Gaza, aquí, en Estados
Unidos, todas las empresas militares industriales se jactaron de que iban a
aumentar sus beneficios, con el apoyo del presidente Biden, que ha incrementado
los paquetes de ayuda tanto a Ucrania como Israel en las últimas semanas. Un
periodo en el que las acciones de estas compañías se han disparado en bolsa.
Para nosotros, los seres humanos del planeta, son dos tragedias, pero para el
capitalismo global, para las grandes corporaciones transnacionales, es una
época de bonanza, es algo muy bueno. Quieren conflictos. Quieren guerras.
Quieren trastornos sociales.
En el libro, también denuncia los nuevos sistemas de
esclavitud.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), un
tercio de la de la humanidad en edad de trabajar está en desempleo estructural.
Uno de cada tres adultos está marginado de la economía global. Y estas personas
no tienen otra opción más que someterse para sobrevivir mientras. Por otra
parte, hay 2.000 millones de personas en la economía informal. De los que
tienen un trabajo oficial, 1.300 millones lo tienen en condiciones precarias,
inseguras. En este contexto, surgen los nuevos casos de esclavitud. Por
ejemplo, en los Emiratos Árabes, el 80% de la población son inmigrantes,
reclutados en su países de origen, que se pagan el viaje y a los que después se
les retira el pasaporte, para acabar viviendo bajo condiciones de esclavitud.
Algunos de ellos construyeron las instalaciones para la Copa Mundial de fútbol
en el país vecino. El control social, la vigilancia de las clases populares y
la represión son imprescindibles para soportar esta situación.
Otro foco de preocupación es la última revolución
tecnológica: de la inteligencia artificial, del big data... Y la amenaza que
supone para el empleo.
Estamos viviendo la tercermundialización del primer mundo.
Claro que una persona tiene mejores perspectivas de vida, por lo menos
materiales, si nace en Alemania, en Francia, en España o en Estados Unidos, que
si lo hace en el Congo, en Brasil... Pero la tendencia de los países
desarrollados es que van hacia el desempleo estructural masivo. La industria,
regrese o no al primer mundo tras ser deslocalizada, se va automatizar
igualmente. El pronóstico es de que las filas de la humanidad superflua para el
capitalismo y las filas de los que trabajan en condiciones muy precarias van a
crecer a nivel global.
¿Qué respuestas están surgiendo a esta crisis estructural?
Por un lado, señala la reacción neofascista, ¿hay alguna otra reacción más
esperanzadora?
La crisis estructural ha favorecido proyectos fascistas,
dictaduras, sistemas autoritarios (Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en
Brasil...). El caso más reciente es el de Argentina. Pero sí hay esperanzas en
dos niveles. Primero, está la revuelta popular que ha recorrido el mundo desde
2019, con huelgas prolongadas en Sudamérica, los estallidos sociales en Chile,
en Ecuador, en Colombia... En Estados Unidos había una escalada y hay todavía
una escalada de acción sindical. Y, por supuesto, la sublevación contra el
asesinato de George Floyd. También en 2019, en Sudán, entre 25 y 30 millones de
personas tomaron la calle. En Líbano, en Tailandia, en Filipinas... hubo
también grandes movilizaciones. Acordémonos de otra cosa: ha habido dos huelgas
generales en India. En 2019, 150 millones de personas. Eso es mucho más de la
población de España y de varios países europeos combinados. Un año después,
otra de 250 millones de personas. Es la acción popular más grande en la
Historia de la humanidad. Parte de la esperanza es que esa masa arrojada a la
miseria está resistiendo, a pesar de que no hay un proyecto viable.
La otra esperanza es que una parte de la élite transnacional
reconoce que para salvar al capitalismo de sí mismo se necesita realmente
reestructurar el sistema, se necesita reimponer la regulación al mercado. Y no
solo a nivel nacional, sino transnacional. Se necesita promover programas de
redistribución de riqueza hacia abajo. Incluso, se plantean sistemas de
ingresos básicos universales [renta básica universal]. Se habla de impuestos
sobre transacciones financieras. De otros sistemas de impositivos, no
regresivos, sino progresivos.
Esa fracción de la élite transnacional reconoce la necesidad
de un reformismo profundo. El problema es que es una minoría. Mientras, las
grandes corporaciones y conglomerados financieros tienen un solo objetivo:
acumular más y más y más capital. Habría que ver si hay alguna posibilidad de
vincular la lucha de las masas que buscan una transformación del sistema con
las élites reformistas. Yo no creo que la solución a la crisis del capitalismo
global a largo plazo pase por simple reformismo. Sin embargo, en el corto y
medio plazo, una reforma radical del sistema ofrece mucha esperanza.
De hecho, usted es muy crítico con algunos de los más
famosos economistas actuales con visiones progresistas, como Piketty,
Stiglitz...
Claro, Stiglitz o Jeffrey Sachs y algunos otros deberían
disculparse ante la humanidad porque fueron arquitectos del neoliberalismo, de
toda esa globalización capitalista. Pero cuando se dieron cuenta del desastre
que supone para la humanidad el proyecto que ellos ayudaron a construir, cambiaron
sus posiciones. Ahora, ese grupo de reformistas intentan vender la ilusión de
que con ciertas reformas se puede salvar a la humanidad. Piketty señala la
increíble desigualdad, pero sus propuestas a largo plazo consolidan la
hegemonía del capital transnacional, Necesitamos voces como Jeffrey Sachs y
como Piketty para hablar de la desigualdad y de reformas. Pero las clases
populares deberían lograr la hegemonía.
¿Cómo se puede alcanzar la hegemonía si las visiones
críticas son minoritarias?
Hay masas que están tomando las calles, que están
resistiendo, que están sedientas de cambio y no hay proyectos de la izquierda,
proyectos emancipadores, que sean viables y que puedan proporcionar un timón a
esas masas. La cuestión es que la izquierda política se ha conformado con tomar
el poder del Estado. Ese poder y la integración en el sistema ha desmovilizado
a las masas. Ustedes tienen la experiencia de Podemos. En Grecia, Syriza. Igual
que con los movimientos y los partidos de la izquierda en América Latina.
Al final del libro, hace una propuesta de una nueva
internacional.
Las clases obreras y populares luchan a nivel de su
Estado-Nación y uno de los problemas es que aún cuando tienen conciencia de
clase, las clases obreras no tienen conciencia transnacional. La resistencia se
tiene que internacionalizar. No tendría que parecerse a las organizaciones
obreras internacionales del siglo XX. Tendría que ser algo totalmente distinto:
foros y programas que incluyan a los movimientos sociales, partidos políticos y
sindicatos, y que permitan coordinar nuestras luchas y derrotar al fascismo..
https://www.eldiario.es/economia/william-i-robinson-hay-masas-sedientas-cambio-no-hay-proyectos-izquierdas-les-sirvan-timon_1_10746009.html
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