lunes, 23 de octubre de 2023

El “derecho a defenderse» y la hipocresía occidental .

 

                                             

El “derecho a defenderse» y la hipocresía occidental

 “Pronunciado en lo que correctamente calificó de punto de inflexión en la historia, los comentarios del presidente reflejan el riesgo que supondría que Estados Unidos pudiera abandonar a sus amigos mientras las guerras se propagan en Ucrania e Israel”, escribía el editorial del sábado de The Washington Post. El influyente medio estadounidense se refiere al discurso de Joe Biden en el que afirmó que “Hamas y Putin representan diferentes amenazas, pero ambos quieren aniquilar completamente a la democracia vecina”. Dirigiéndose a la nación desde el despacho oval, Biden quiso vincular ambas guerras en una lucha global en la que Estados Unidos debe hacer valer su posición como nación excepcional. Además de movilizar a la opinión pública hacia la defensa de dos guerras que implican un alto grado de peligro de escalada -un conflicto directo con Rusia implicaría un enfrentamiento nuclear, mientras que el peligro de una guerra regional en Oriente Medio puede tener consecuencias gravísimas para la zona-, Biden busca garantizar la financiación para ambos proyectos.

Las cifras, Ucrania se llevaría alrededor del 60% de los fondos solicitados, y las necesidades dejan ver que financiar a Kiev sigue siendo la prioridad del Partido Demócrata. La fatiga de la guerra se ha hecho notar en los últimos meses e incluso el presidente ucraniano, generalmente adverso a admitir las realidades incómodas, lo ha denunciado. Los argumentos que en febrero y marzo de 2022 movilizaron la solidaridad internacional con los refugiados ucranianos que huyeron de la guerra hacia el oeste ya no son suficientes para convencer de que la guerra debe continuar a toda costa y bajo cualquier condición, por lo que Biden se ha visto obligado a modificar el discurso. Aprovechándose de la situación en Gaza, el Gobierno de Estados Unidos ha adoptado el argumento ucraniano de presentar los conflictos actuales como una única lucha contra la democracia y ha creado un nuevo eje del mal que, en realidad, podría parecer más una red. No se trata del eje Hamas-Moscú, sino también el Moscú-Pyonyang o Moscú-Teherán, argumentos utilizados indistintamente dependiendo de las necesidades.

En esta labor, Estados Unidos, al igual que sus socios europeos, se ha encontrado con las irremediables contradicciones que existen entre las situaciones de Israel y de Ucrania, que han puesto de manifiesto una hipocresía que ha estado presente desde el inicio del conflicto ucraniano. Desde el 7 de octubre, momento en el que Tel Aviv sustituyó a Kiev como punto prioritario de la agenda política occidental, la idea del derecho de Israel a defenderse ha sido el lema más repetido por las autoridades estadounidenses y europeas, que se han unido de la misma manera que lo hicieran en febrero de 2022 para denunciar a una parte y apoyar incondicionalmente a la potencia ocupante. Todo ello a pesar de que contradice abiertamente el razonamiento por el que se ha legitimado la necesidad de defender a Ucrania hasta la victoria final en la guerra.

Desde febrero de 2022, el argumento del rechazo al uso de la fuerza por parte de Rusia ha sido uno de los elementos centrales para justificar el apoyo incondicional a Ucrania. Kiev tenía derecho a defenderse de una invasión no provocada y Occidente tenía la obligación de apoyar al país en el momento de necesidad, cuando existía el riesgo de desaparición del país. La idea de que si Rusia deja de luchar se acabaría la guerra, mientras que si Ucrania dejara de luchar desaparecería ha sido otro de los grandes argumentos de la guerra. El razonamiento -más que cuestionable, ya que la retirada rusa no eliminaría el conflicto civil existente en Ucrania ni Rusia ha mostrado interés por ocupar todo el país- otorga a la intervención militar rusa un matiz totalitario y quizá incluso genocida que las autoridades ucranianas han querido explotar al máximo. Kiev ha llegado a calificar de limpieza étnica el traslado de menores de Donbass a campamentos de Bielorrusia para pasar el verano.

La captura rusa de amplias zonas del sur de Ucrania, sumada a Crimea, bajo control ruso desde 2014, y a las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, evidentemente prorrusas desde que comenzara la rebelión de Donbass, ha supuesto para Occidente la posibilidad de explotar el derecho que la legislación internacional otorga a las poblaciones ocupadas a luchar contra el ocupante. De esta forma, la asistencia militar, económica, política y diplomática no solo era necesaria para Occidente, sino que se convertía en una obligación moral. Ese mismo argumento, el de la lucha contra la potencia ocupante, es utilizado para justificar bombardeos ucranianos contra la población civil -algo que ha aumentado desde 2022, pero que comenzó durante la guerra de Donbass, cuando las tropas rusas ni siquiera ocupaban el territorio-, asesinatos selectivos en los territorios bajo control ruso, privación del derecho a obtener salarios y pensiones e incluso cortes de agua.

Ninguno de esos derechos se ha hecho extensible al pueblo palestino, bajo ocupación desde el año 1948 y sin que las autoridades israelíes hayan querido jamás buscar un acuerdo. Israel y Ucrania no solo comparten el desprecio por la población que les hace frente -el pueblo de Donbass ha cumplido para Zelensky y Poroshenko el papel del pueblo palestino para Tel Aviv- sino el rechazo absoluto a cumplir con los compromisos adquiridos. De esta forma, los acuerdos de Oslo o la solución de los dos Estados no son más que la aplicación de la lógica ucraniana de los acuerdos de Minsk: exigir todo al enemigo sin ofrecer nada a cambio. Nada de eso sería posible sin el apoyo prácticamente incondicional de las potencias occidentales, que han protegido a Kiev y Tel Aviv de las críticasy, en el caso israelí, también de la posibilidad de ser investigados por la Corte Penal Internacional pese a los repetidos ejemplos de crímenes de guerra.

En este contexto, los casos en los que alguna autoridad europea se ha alejado del discurso oficial han sido escasos y generalmente se han dirigido a aspectos concretos y por motivos no siempre completamente humanitarios. Desmarcándose ligeramente de la autoritaria postura de Úrsula von der Leyen, que ha secuestrado la política exterior de la Unión Europea para subordinar sus intereses a los de Estados Unidos, Josep Borrell se mostró crítico con Israel tras el anuncio del corte de electricidad y suministro de agua a Gaza. “Lo hemos dicho en Ucrania y lo decimos en Gaza: no se puede cortar el agua y todos los servicios a una población”, afirmó el Alto Representante de la Unión Europea para la Política Exterior y de Seguridad en una entrevista concedida a El País. En realidad, en el caso de Ucrania, las denuncias han llegado solo cuando la situación ha afectado a la parte correcta de Ucrania, no a las poblaciones de Donbass o Crimea.

Estos días se ha recordado también la denuncia de von der Leyen o la calificación de “barbarie” de los ataques rusos contra las infraestructuras ucranianas que, al contrario que en Gaza, nunca han dejado a la población sin suministro eléctrico o sin agua potable. Sin embargo, todos ellos olvidan un detalle: esas condenas, los calificativos y las exigencias de una actuación civilizada nunca se produjeron cuando fue Ucrania quien construyó un muro para impedir el paso del agua del Dniéper al canal de Crimea-Norte, principal fuente de agua de la península. Tampoco hubo críticas a Ucrania durante los siete años en los que negó a la población más vulnerable de Donbass sus  pensiones y prestaciones sociales, ni cuando Ucrania asedió ciudades o implantó un bloqueo comercial que se sumaba al bloqueo bancario y de transporte.

Durante años, Ucrania y sus socios condenaron, calificando de invasión, los convoyes de ayuda humanitaria que Rusia enviaba a Donbass para impedir una catástrofe humanitaria en la región, asolada por las consecuencias económicas de la guerra. No hubo quejas cuando Ucrania mentía repetidamente y acusaba a Rusia de bombardear las ciudades de Donbass que supuestamente ocupaba. Esos bombardeos ucranianos eran considerados el derecho de Ucrania a defenderse de la misma manera que los ataques aéreos israelíes, que han destruido barrios enteros, son defendidos incluso destacando la “moderación” israelí, capaz de causar aún más víctimas.

La hipocresía de las autoridades occidentales ha sido tan evidente que incluso desde la propia Unión Europea han surgido preocupaciones. Eso sí, generalmente se refieren a la mala imagen de las instituciones y, sobre todo, a la posibilidad de que impliquen pérdida de poder blando. Este aspecto es especialmente importante en el caso de la guerra de Ucrania, en la que Occidente ha tratado de atraer a los países no occidentales a la postura de enfrentamiento con Rusia. “Definitivamente hemos perdido la batalla por el Sur Global”, afirma un diplomático de alto nivel de un país del G7 citado por The Wall Street Journal, que añade que “todo el trabajo que hemos hecho con el Sur Global [sobre Ucrania] se ha perdido. Olvidaos de las normas, olvidaos del orden mundial. Nunca más volverán a escucharnos”, añade. Las prioridades están claras y entre ellas no está la defensa de la población civil frente a los bombardeos ni tampoco del derecho a defenderse ante el ocupante si este es aliado occidental.

En dos semanas, según datos de Naciones Unidas, dos tercios de la población gazatí se ha visto internamente desplazada. Los refugiados -muchos de ellos en Gaza como refugiados de la limpieza étnica de 1948 o sus descendientes- no disponen de decenas de países dispuestos a acogerles temporalmente hasta el final de la guerra, ni tampoco de proveedores que suministren enormes flujos de armamento y munición para defenderse contra el ocupante, que ha ordenado un asedio medieval, roto tan solo por el acuerdo para dar acceso ayer a una veintena de camiones de carga. Naciones Unidas afirma que sería necesario un centenar al día para cubrir las necesidades más básicas de los más de dos millones de personas sitiadas mientras el mundo occidental defiende a quien ha impuesto unas condiciones inhumanas, amenaza abiertamente incluso a hospitales y anuncia una futura incursión terrestre tras la que “el territorio de Gaza será mucho más pequeño”. En este tiempo, Israel ha asesinado a más del doble (se aproxima rápidamente al triple) de niños y a más periodistas que en un año y medio de guerra en Ucrania (sumando los menores muertos a ambos lados del frente). Sin embargo, Israel, como Ucrania, es definido como una democracia que se defiende de una agresión.

Pese a las contradicciones, en su respuesta a los dos conflictos, hay una línea de continuidad marcada por el apoyo absoluto a los actos del aliado propio. Las declaraciones de todas y cada una de las autoridades políticas de Estados Unidos, el Reino Unido, la Unión Europea y otros países aliados como Canadá, hace un mes noticia por su homenaje a un veterano de las SS, han buscado, ante todo, defender a ultranza a Israel. Ha sido así incluso en los casos en los que se ha pedido, de la forma más educada posible y sin intentar hacer de ello una exigencia, cierta moderación hacia los ataques contra la población civil o la posibilidad de entregar ayuda humanitaria. Incluso en esos casos, las autoridades occidentales han querido insistir en presentar a la población de Gaza -olvidando completamente a la de Cisjordania, donde Israel ha asesinado a más de 80 personas desde el 7 de octubre pese a la completa ausencia de Hamas, grupo contra el que Occidente afirma que luchan las autoridades israelíes-, como víctimas de Hamas y no de la ocupación, asedio y bombardeos israelíes.

La hipocresía de los países occidentales se ha puesto de manifiesto ante la población palestina y árabe en general, que han comprendido que el derecho de los pueblos a la autodeterminación y a la defensa contra el ocupante se aplica únicamente a aquellos pueblos elegidos y que luchan contra un enemigo designado por Occidente. Pero la actuación occidental muestra también la continuidad de un apoyo incondicional al aliado al que se le consiente y se le justifica todo. En este caso, ha sido necesario borrar del relato todo lo ocurrido en Palestina antes del 7 de octubre de 2023, de la misma forma que eliminar de la memoria los ocho años anteriores a la invasión rusa del 22 de febrero de 2022 hizo posible la narrativa de Ucrania como víctima inocente de un ataque no provocado.  

https://slavyangrad.es/2023/10/22/el-derecho-a-defenderse-y-la-hipocresia-occidental/#more-28407

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