Esclavos, sus dueños, un 'negrero' y muchos indianos: lo que este cementerio desvela sobre nuestro pasado colonial
El fenómeno indiano y esclavista español ha precisado de décadas de investigación por parte de historiadores para poder rastrear a todos sus protagonistas y herederos. Se han necesitado viajes a archivos ministeriales en Cuba o Reino Unido, e inmersiones en incontables hojas parroquiales, actas empresariales y correspondencias familiares. Pero si se trata solamente de conocerlo y palparlo, pocos lugares como el cementerio de Torredembarra, un pueblo costero a quince minutos de Tarragona.
Este paseo tiene lugar poco después del Día de Todos los Santos y con la compañía de Josep Bargalló Valls, exconseller de Educación de la Generalitat, natural del municipio y autor de ‘De Torredembarra a Amèrica (1739-1914). 602 històries’, editado por el Ayuntamiento del municipio. Entre los cuatro muros del cementerio, explica el político retirado, se concentran todos los perfiles de lo que supuso el gran fenómeno de la emigración a América de los siglos XVIII y XIX, que contiene su vertiente más oscura: la explotación de mano de obra forzada y el tráfico ilegal de seres humanos.
Al menos tres esclavos, uno de sus dueños, un reconocido ‘negrero’ –Esteve Gatell– y numerosos indianos descansan a escasos metros unos de otros. También está la tumba sin símbolos religiosos de Antoni Roig, emigrante y masón que legó una importante fortuna al municipio. E incluso las ausencias son evocadoras en este cementerio: las del Mariano Flaquer o Joan Güell, por ejemplo, ambos riquísimos indianos nacidos en Torredembarra y que se beneficiaron del comercio de esclavos. A su regreso optaron por afincarse en Barcelona por razones de negocio, pero Güell compró un nicho en el pueblo que perteneció a la familia hasta mediados del XX.
La visita con Bargalló comienza frente a la tumba 39, la de Francisco. Un ramo de flores muestra que alguien se acuerda todavía de este liberto de origen africano, exesclavo y criado de Antoni Gibert Cisneros y fallecido a los 72 años, en 1859. “En su testamento, Gibert dejó escrito que la familia debía llevarle flores cada año. Y así lo hacen por estas fechas”, dice Bargalló. Han pasado 160 años. “Entonces no era nada habitual enterrar a alguien en un nicho, pues se hacía en el suelo; menos aún un liberto”, advierte. Y, todavía más extraño, un piso por encima de otros familiares.
–¿Un hijo ilegítimo?
La pregunta del periodista es previsible, pero Bargalló sonríe y se encoge de hombros. No se sabe.
Un 30% de los hombres en América
Torredembarra, con una población actual de 17.000 habitantes, fue uno de los grandes puertos catalanes durante el siglo XVIII, debido a que las autoridades borbónicas prohibieron a Tarragona el comercio internacional y esta pequeña localidad vecina cogió el relevo. Durante cinco décadas, el pueblo duplicó su población, relata Bargalló. Pero cuando en 1771 los derechos fueron devueltos a Tarragona, se acabó de golpe el esplendor y cientos de torrenses se lanzaron a buscar mejor suerte en América.
“Es imposible saber cuántos se fueron, pero en el último tercio del XVIII aproximadamente el 30% de los hombres de 16 a 60 años estaban en América”, explica Bargalló. Después de décadas de visitas a archivos y de recopilar historiografía local, este catedrático ha localizado hasta 606 indianos de su pueblo. La mitad estuvieron en Cuba, pero también los hubo en Puerto Rico, México o Estados Unidos. De todos ellos, la mayoría se quedaron allí. “Y de los que regresaron, la mayoría no lo hicieron ricos”, advierte Bargalló.
Bargalló, militante de ERC y conseller de la Generalitat en dos etapas, con Pasqual Maragall y con Quim Torra, dedicó el período que transcurrió entre ambos gobiernos para trabajar en la investigación que vio la luz este año. Filólogo y profesor de Secundaria, llegó el mundo indiano a través de la literatura modernista y su local de referencia en Barcelona, Els Quatre Gats, impulsado, entre otros, por dos figuras con pasado torrense: el hostelero Pere Romeu y el pintor Ramon Casas, ambos también descendientes de emigrantes y con vínculos esclavistas.
De los más de 600 nombres y trayectorias que ha recopilado en su libro, Bargalló ha podido constatar que al menos seis de ellos participaron en la trata atlántica de esclavos, la vertiente más oscura del fenómeno indiano, puesto que además era una actividad ilegal. A pesar de estar prohibido en España desde 1821, medio millón de africanos desembarcaron en las costas de América hasta 1867 víctimas de este tráfico.
Tres esclavos y un dueño
La primera parada, frente a la tumba de Francisco, sirve para entender cómo muchos de los indianos que regresaron lo hicieron con sus sirvientes. En este caso, el que fue su propietario, Antoni Gibert Cisneros, tenía unos almacenes en la localidad cubana de Matanzas donde trabajaban unos 30 esclavos, una cifra considerada modesta en comparación con las grandes haciendas. Francisco fue liberado a la llegada de la familia Gibert a Catalunya. En su lápida se puede leer: “Propiedad de D. Antonio Gibert Cisneros. Aquí yacen los restos de su fiel criado Francisco, natural de África. R.I.P.”.
Su amo, igual que otros de los principales apellidos indianos de la localidad, tiene el panteón familiar en el centro del claustro. Son apenas una decena de monumentos fúnebres con nombres como los de Esteve Gatell o Josep Padrines.
Además de Francisco, Bargalló ha localizado otros dos esclavos que fueron enterrados con toda probabilidad en el cementerio, aunque no en un nicho sino en el suelo, como la mayoría de vecinos. Ambos, Alexandre y Dolores, fueron propiedad del hacendado Josep Borràs y viajaron con él a su regreso a la península desde Puerto Rico. Dolores fue liberada de su condición tras casarse en 1829.
Gatell y los torrenses esclavistas
El de Esteve Gatell Roig y su mujer Antònia Padrines es uno de los panteones más ostentoso del cementerio, una mole con un retrato a relieve del susodicho y coronado por una cruz. En realidad, igual que los más ricos indianos del pueblo, Gatell nunca regresó a Torredembarra para vivir, sino que se estableció en Barcelona. “Por eso en Torredembarra no hay un paisaje y un patrimonio indiano y esclavista muy relevante”, constata Bargalló. Lo que hicieron algunos de los grandes indianos como Gatell, explica, es fijar su residencia en la capital catalana pero pedir que les enterrasen en el cementerio de su villa natal.
Gatell Roig es el perfecto ejemplo del negrero. Hijo de un comerciante naviero afincado en Cuba, se inició ya directamente como piloto de embarcaciones esclavistas. Algunas las compartió con otros ‘negreros’ locales como Marià Flaquer o Blai Mas. Consta que traficó con cientos de seres humanos desde las costas africanas a las cubanas, y con su fortuna montó una aseguradora. Ya de vuelta a Catalunya, participó en múltiples sociedades fundadas por Joan Güell y fue socio de otras tantas expediciones negreras. Junto a otros empresarios torrenses y con vínculos con el esclavismo –de nuevo, Güell o Flaquer– fue uno de los accionistas impulsores del Banco de Barcelona.
Antoni Roig, el auténtico filántropo
Una sepultura anónima esconde quizás la historia más fascinante de la Torredembarra indiana. Al menos así lo cree Bargalló, que no esconde su admiración por Antoni Roig i Copons. Cuatro ramos de flores sobre la tierra húmeda, rodeados de un austero y pequeño muro de piedra, demuestran que hay alguien que tampoco se olvida de él. Dos de ellos, dice Bargalló, los trajeron del Ayuntamiento.
Nacido en 1817, se conoce poco de la vida de este Antoni Roig, que hizo fortuna como comerciante y financiero en Cuba. De entrada, no hay constancia de que estuviese vinculado al esclavismo. Al fallecer, ya de vuelta al pueblo, legó 500.000 pesetas al municipio y un curioso Patronato dedicado a la educación. Aquella institución sirvió para abrir un colegio laico y gratuito en pleno siglo XIX. “Era algo inaudito en aquella época”, remarca Bargalló.
Su filiación masónica se deduce de la simbología del edificio que levantó para su patronato y del obituario que publicó la revista madrileña ‘Las dominicales del libre pensamiento’. “En su testamento, entre otras cosas, dispone que su cadáver sea inhumado en tierra, sin ninguna señal exterior ni ninguna clase de ostentación”, recoge la publicación. Una voluntad que todavía hoy, siglo y medio después, se cumple.
La tercera parte restante de su herencia la dejó para las dotes de las “doncellas pobres” de Torredembarra. “En tiempos de mi madre, valía para comprar los muebles de una habitación del piso nuevo. Y en los de mi abuela, para amueblar el piso entero”, describe Bargalló. En la actualidad las mujeres torrenses todavía pueden pedir esa dote, aunque se ha convertido en una cifra totalmente simbólica: 4,51 euros.
Antoni Roig da hoy nombre a un colegio público y a una plaza, y su patronato alberga la escuela de música y la de adultos. Caso muy parecido al suyo fue el de Pere Badia, indiano fallecido en 1801, que legó su dinero al pueblo para levantar un hospital de caridad para los pobres. Gracias a ambos, quiere recordar también Bargalló, varias generaciones de torrenses disfrutaron de dos servicios gratuitos, educación y sanidad, que no existían en casi ningún lado.
“En Torredembarra hay un importante conocimiento de su pasado indiano”, concluye Bargalló. “Pero del tema de los negreros… Eso ya se suele borrar más fácilmente de la memoria colectiva”.
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