jueves, 2 de mayo de 2019

El fracaso de la derecha nacional en España





Fracaso del asedio

Francesc-Marc Álvaro 


Determinados medios construyeron un relato de campaña según el cual había un choque entre la derecha salvadora (que se había investido de defensora en exclusiva de la Constitución) y la izquierda traidora (que lideraba un PSOE que había cedido al chan­taje de Podemos, independentistas, nacionalistas y amigos de los etarras). Los in­ventores de esta fábula también han perdido las elecciones del 28-A, porque la realidad que revelan las urnas es otra: olviden el ­choque épico de la España constitucional y la anti-España, la que querían liberar los tres caballeros bendecidos por ­Az­nar. Todo es más prosaico y miserable.

Lo que hemos vivido, durante meses, es el asedio sobreactuado de una derecha radicalizada (y prisionera de los ultras de Vox) contra el PSOE y los partidos que hicieron posible la moción de censura a Rajoy. Este asedio sin reglas ha fracasado estrepitosamente y, de paso, ha producido más votos para los socialistas y –hay que subrayarlo– más votos para las dos bestias negras de la derecha tripartita: el independentismo catalán y los partidos nacionalistas vascos. Para remate, el asedio de Casado y Rivera (con el concurso de Abascal) ha debilitado al bloque de la derecha, que no tiene suficientes diputados para una mayoría de gobierno. Para el PP, el asedio ha sido una apuesta letal y, en otro país, Casado ya habría dimitido.
Las tres derechas, además de ensayar batallas culturales con planteamientos torpes (como resucitar una revisión de la legislación del aborto) han hecho pivotar su campaña sobre la crisis catalana, la España que se rompe y el miedo a un “gobierno de Sánchez con Rufián, Otegi y Torra”. Catalunya (y en menor medida el nacionalismo vasco) ha sido el espantajo constante, con el concurso de medios que han hecho suyos los mensajes desfigurados, distorsionados y falaces del PP, de Cs y también de Vox. El tiro les ha salido por la culata: el PP y Cs no obtienen ningún diputado en el País Vasco mientras, en Catalunya, los populares sólo logran uno y Arrimadas conserva los cinco que ya tenía pero no crece con la fuerza que lo hace su partido en el conjunto de España. Asimismo, Vox se despeña en todas las nacionalidades históricas y Canarias, aunque consigue arañar un diputado por Barcelona.

Es digno de reflexión que el discurso que PP y Cs han emitido sobre el independentismo y Catalunya en general no tenga premio, especialmente ni entre el electorado más alejado de los partidos que han impulsado el proceso soberanista. También es indicativo de un cierto cambio de clima que Cs no repita ahora el éxito que tuvo en los comicios del 21-D del 2017, que lo convirtieron en el grupo principal de la Cámara catalana y primero de la oposición. El manual dice que si Rivera quiere llegar algún día a la Moncloa –si aspira a desplazar al PP como opción grande de la derecha–, debería aumentar considerablemente el porcentaje de voto que ha registrado en las autonomías históricas, una cuadratura del círculo que a los populares sólo les salió bien en las generales del 2000. Y eso pasó después del centrismo sobrevenido del Aznar de la primera legislatura, que se inauguró con el pacto del Majestic que firmaron PP y CiU, olvidando que la militancia derechista había cantado eso tan constructivo de “Pujol, enano, habla cas­tellano”.

Los medios de Madrid que han alimentado el relato del choque y de la derecha como depositaria única de la Constitución deberían entonar el mea culpa y admitir que no les ha servido de nada tragarse la propia propaganda como si fuera análisis. A este periodismo del autoengaño le pasó exactamente lo mismo cuando (con todos los recursos del establishment más inmovilista) quería la muerte civil de Pedro Sánchez para que no ganara las primarias del PSOE contra Susana Díaz, la candidata dócil de los mismos que ahora piden un gobierno de coalición de PSOE y Cs que asegure –dicen– “la estabilidad, la moderación y la seguridad jurídica”. Ciertas élites –descontentas con los resultados del domingo– todavía desean creerse la fábula del asedio. David Jiménez, que fue efímero director de El Mundo, resume muy bien el problema en su libro testimonio El director, muy recomendable: “El sistema estaba perfectamente engrasado y dependía de que ninguna pieza se moviera del lugar donde había sido colocada. El poder económico protegía al poder político. El poder político protegía al poder económico. La prensa protegía al poder económico”.

El asedio ha fracasado y la democracia –fatigada y siempre imperfecta– ha funcionado bastante bien, contra el fatalismo y el desánimo, contra los empeoradores. Celebremos, pues, que la democracia no haya cedido, mientras contemplamos el espectáculo del líder del PP haciendo grandes esfuerzos para ir al centro y definir –finalmente– como lo que son a los ultras de Vox, a los que ofreció ministerios. Cuando la realidad desmiente rotundamente tus planes, sólo hay un camino: repensar las ideas y cambiar las actitudes, un ejercicio que no se hace de un día para otro. A partir de ahora, quien sufre un asedio importante, dentro y fuera de su partido, es Casado.


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