La mentira de Kosovo en Alemania
Rafael Poch.
Blog personal .
Hace veinte años la opinión pública europea fue intoxicada
con una eficacia que antes solo funcionaba en Estados Unidos
La virtual sucesora de Merkel al frente de la CDU, y quizá
más pronto que tarde futura canciller de Alemania, Annegret Kramp-Karrenbauer,
se ha estrenado en la política europea con una carta aleccionadora de tono
inequívocamente teutón dirigida al Presidente francés, Emmanuel Macron. En ella derriba las ingenuas ilusiones de
este acerca de una reforma de la UE de común acuerdo con Alemania. En la futura
crónica de la desintegración de la UE esta carta ni siquiera será recordada
como prueba de la inexistencia del “eje franco-alemán”, así que no vale la pena
detenerse en ella. Sin embargo, contiene un detalle muy significativo del
momento en el que vivimos: la nueva líder de la derecha alemana propone, “subrayar
el papel de la Unión Europea en el mundo en tanto que potencia de paz y
seguridad” construyendo… un portaviones europeo común. ¡Qué gran idea¡ La
tenacidad de la derecha alemana y de sus socios socialdemócratas y verdes en la
reanudación del militarismo nacional es encomiable.
Desde su creación en 1955 el actual ejército alemán,
Bundeswehr, fue concebido como aparato defensivo. En diciembre de 1989 el
programa del SPD consagraba como principios de la política exterior y de
seguridad de Alemania, la “seguridad común” y el “desarme”. “Nuestra meta es disolver los bloques
militares mediante un orden de paz europeo”, decía aquel programa. “El
hundimiento del bloque del Este reduce el sentido de las alianzas militares e
incrementa el de las alianzas políticas (…) se abre la perspectiva para un fin
del estacionamiento de las fuerzas armadas americanas y soviéticas fuera de su
territorio en Europa”. Ese programa no se cambió hasta 2007. Para entonces
hacía tiempo que había caducado. Exactamente hacía ocho años.
El 24 de marzo se cumplirán veinte del inicio del bombardeo
de lo que quedaba de Yugoslavia conocido como “guerra de Kosovo”. Para Alemania
aquella participación en una operación ilegal de la OTAN fue la primera
operación militar exterior desde Hitler. Desde entonces, “la seguridad de
Alemania se defiende en el Hindukush”, como dijo en 2009 el ministro de defensa
Peter Struck. También en África y allí donde el acceso alemán/europeo a los
recursos y vías comerciales lo exijan, según estableció en su día con toda
claridad la canciller (saliente) Angela Merkel.
Aquel estreno en Kosovo empezó con una mentira. Igual que
Vietnam, igual que Irak y que tantas otras guerras (recordemos el informe de la
agencia Efe de septiembre de 1939, dando cuenta del ataque de Polonia contra
Alemania). La primera mentira de Kosovo fue la masacre de Rachak.
Rachak y el policía Hensch
Rachak y Rugovo son dos pueblos del noroeste de Kosovo, al
sur de la capital de distrito de Pec. Con la frontera albanesa muy cerca, en
1998 la región era zona de acción de la guerrilla albanesa UCK, sostenida y
financiada por la OTAN, la CIA y el servicio secreto británico.
Aquel año la UCK cometió tantos desmanes con civiles
serbios, gitanos y albaneses “colaboracionistas” que su jefe local, Ramush
Haradinaj, luego primer ministro de Kosovo, hasta llegó a ser juzgado en La
Haya por crímenes de guerra por un tribunal que era comparsa de la OTAN.
Haradinaj fue absuelto, entre otras cosas porque diez de los nueve testigos que
debían declarar contra él fueron eliminados antes de que pudieran hacerlo, unos
en “accidentes de tráfico”, otros en “peleas de bar”, otros en atentados. Así
hasta nueve. En cualquier caso, a principios de 1999 el ejército yugoslavo
respondió con gran fuerza a aquella ofensiva de la UCK teledirigida por la
OTAN, con una contraofensiva.
Cerca de Rachak y de Rugova varias decenas de guerrilleros
albaneses cayeron en emboscadas ante el ejército. Henning Hensch, un policía
alemán retirado con carnet del SPD, estuvo allí. Era uno de los seleccionados
por el ministerio de exteriores para engrosar los equipos de observadores de la
OSCE en Kosovo. En esa calidad actuó como perito en Rachak y Rugovo. Vio a los
guerrilleros muertos con sus armas, carnets y emblemas de la UCK cosidos en sus
guerreras. En Rugovo, los yugoslavos juntaron los cadáveres en el pueblo y los
observadores de la OSCE hicieron fotos.
“Esas fotos, convenientemente filtradas de todo rastro de
armas y emblemas de la UCK, hicieron pasar lo que fue un enfrentamiento militar
con grupos armados, por pruebas de una masacre de civiles”, me explicó Hensch
en 2012. “Ambos bandos cometían exactamente los mismos crímenes, pero había que
poner toda la responsabilidad sólo sobre uno de ellos”, decía el policía
jubilado.
El 27 de abril el entonces ministro socialdemócrata de
defensa alemán, Rudolf Scharping, presentó en rueda de prensa aquellas fotos en
las que se veía los cadáveres de los guerrilleros amontonados en el papel de
civiles inocentes masacrados. Al día siguiente, el diario Bild publicaba una de
ellas en portada con el titular: “Por esto hacemos la guerra”.
“Este era un país opuesto a la guerra y consiguieron que,
por primera vez en más de cincuenta años, se metiera en una”, explicaba por
teléfono Hensch, con sumo pesar. “Antes de esa experiencia, nunca imaginé que
en mi país pudiera pasar algo así, es decir que el gobierno y la prensa
mintieran al unísono y engañaran a la población”.
Para violentar el consenso básico de la sociedad alemana
contra el intervencionismo militar, la OTAN, el gobierno de socialdemócratas y
verdes (1998-2005) y los medios de comunicación, se tuvieron que emplear a
fondo.
El “Media Operation Center” de la OTAN dirigido por el
infame Jamie Shea, subordinado al secretario general, Javier Solana ( a su vez
subordinado al Pentágono), fue una fábrica de mentiras, que los periodistas
retransmitían. Shea, un hombre deshonesto, decía que el truco era, “mantener a
los periodistas lo más ocupados posible, alimentándoles constantemente con
briefings, de tal manera que no tengan tiempo para buscar información por si mismos”.
Años después Shea explicó que, “si hubiéramos perdido a la opinión pública
alemana, la habríamos perdido en toda Europa”.
Fabricar la versión del conflicto
El relato del conjunto de la guerra en los Balcanes se basó
en una fenomenal sarta de mentiras, amnesias y omisiones. La opinión pública
europea fue intoxicada con una eficacia que hasta entonces, en Occidente, solo
se consideraba posible en Estados Unidos.
Como hoy se conoce perfectamente, antes de la intervención
de la OTAN no había en el conflicto de Kosovo la “catástrofe humanitaria” que
las potencias se inventaron para intervenir, sino una violencia que en 1998
partió de la UCK y a la que el ejército yugoslavo respondió con la misma
violencia, explicaron miembros del equipo de la OSCE como el general alemán
retirado Heinz Loquai y la diplomática estadounidense Norma Brown en un
documental de la cadena de televisión alemana ARD emitido en 2012 (“Es began
mit einer Lüge” – Comenzó con una mentira).
Los medios alemanes ignoraron tres datos fundamentales: 1-
la tradicional hostilidad de su país hacia Yugoslavia, que diarios como el
Frankfurter Allgemeine Zeitung, y Die Welt, así como el semanario Der Spiegel,
consideraban una “creación artificial”. 2- El hecho de tanto croatas como
bosnios musulmanes, liderados en los noventa por dirigentes de la misma calaña
que Milosevic, habían sido aliados de la Alemania nazi en la segunda guerra
mundial y partícipes, junto con los alemanes, del genocidio de un millón de
serbios desencadenado entonces por los nazis. Y 3- la naturaleza ilegal de las
acciones militares de la OTAN desde el punto de vista de la ley internacional.
El ministro de exteriores verde Josef Fischer comparó a “los serbios” con los
nazis y al conflicto de Kosovo con Auschwitz, comparaciones que el General
Loquai califica de monstruosas, “especialmente en boca de un alemán”. Algunas
de las mentiras concretas y puntuales fueron las siguientes:
El catálogo de Scharping
El ministro de defensa Rudolf Scharping dijo antes de la
intervención que los serbios habían matado a 100.000 albaneses en Kosovo. La
realidad es que se contabilizaron entre cinco mil y siete mil, entre muertos y
desaparecidos, todos los bandos juntos e incluidas las víctimas de bombas de la
OTAN.
Scharping suscribió la leyenda americana del “plan
herradura” de Milosevic: rodear a la población albanesa y deportarla antes del
inicio de los bombardeos. Mencionó la “expulsión de millones” y “400.000
refugiados” albaneses antes del inicio de la operación de la OTAN. La realidad
fue que para verano de 1999, a las pocas semanas de la ocupación de Kosovo por
la OTAN, 230.000 serbios, montenegrinos, gitanos y albaneses
“colaboracionistas” fueron expulsados de Kosovo mientras en la región había
46.000 soldados de la OTAN, es decir uno por cada cuatro expulsados. Una
genuina “limpieza étnica” bajo la ocupación militar de la OTAN.
Pueblos que habían sido destruidos después de iniciada la
guerra por la OTAN se presentaron como destruidos antes, como incentivo para
iniciarla.
Se ocultó que la miseria de los refugiados albaneses y su
estampida también era consecuencia de los ataques de la OTAN.
Scharping informó del inexistente “campo de concentración”
de Milosevic en el estadio de Pristina con “varios miles de internados”. Diez
años después, el ministro dijo que sólo eran “sospechas”.
Se informó falsamente de “cinco dirigentes albaneses” ejecutados
y de “veinte profesores” albaneses fusilados antes sus alumnos.
Todo ello se hizo para justificar más de 6000 ataques de la
OTAN sin mandato de la ONU cuyo sentido era demostrar que la OTAN tenía razón
de ser y aprovechar las violencias -agravadas por la intervención de las
potencias- para disolver Yugoslavia, un estado anómalo en el nuevo orden
europeo posterior al fin de la guerra fría. Ningún político y medio de
comunicación se ha disculpado y la misma constelación actúa, y está bien
preparada y engrasada para actuar, en los conflictos del presente y el futuro.
Y sin embargo…
Según una encuesta realizada en febrero para la asociación
atlantista Atlantikbrücke, los alemanes siguen rechazando fuertemente las
intervenciones militares de su ejército en el extranjero, iniciadas hace 20
años en Yugoslavia: solo el 14% las apoyan, contra un 77% que las rechazan.
(P.S. No es esta la única derrota del complejo
político-mediático local. Pese a que desde hace años se les bombardea con la
demonización de la Rusia de Putin, a los alemanes Trump les parece mucho menos
fiable (82%) que el presidente ruso (56%), e incluso consideran a China como
socio menos dudoso (42%) que Estados Unidos (86%), señala la misma encuesta.
Esta opinión contradice directamente las últimas resoluciones del Parlamento
Europeo a favor de incrementar las sanciones contra Rusia, país al que ya no
puede considerarse “socio estratégico”, señala la resolución votada este mes
por 402 diputados, contra 163 (y 89 abstenciones). Al mismo tiempo, la Comisión
ha declarado a China “rival sistémico” en una resolución que casi coincidió con
la votación en el Parlamento Europeo. La UE califica así, simultáneamente, como
casi enemigos a China y Rusia. El propósito es aislar a esas potencias, pero
teniendo en cuenta el estado de las relaciones con Estados Unidos, así como el
proceso de creciente fragmentación de la UE, es legítimo preguntarse quien es
el aislado).
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