El género del
cerebro: la demolición de un mito sexista
Rachel Cooke
11/03/2019
Reseña de The Gendered Brain: The New Neuroscience That
Shatters the Myth of the Female Brain [El género del cerebro: La nueva neurociencia
que destruye el mito del cerebro femenino] de Gina Rippon (Bodley Head,
2018)
¿Qué les gusta a las niñas? De pequeña, prefería el Lego a
las muñecas y, si me preguntaban qué quería ser de mayor, estaba lista para
responder: detective o reportera. Mis padres eran científicos, de modo que, en
ciertos aspectos, el género estaba en nuestra casa menos presente de modo obvio
que en la mayoría (aunque yo acabé en una licenciatura de humanidades, dos de
mis hermanas estudiaron química y matemáticas en la universidad). Sin embargo,
siempre estaba en el aire: cómo deberían ser las chicas y, por tanto, cómo son.
Para cuando era adolescente, ya había aprendido a sentirme bastante extraña
respecto a algunos de mis gustos y aptitudes. Había introyectado asimismo
diversos estereotipos. Me enorgullecía mucho, por ejemplo, saber leer mapas, no
porque leer un mapa sea algo intrínsecamente difícil sino porque una pequeña
parte de mí aceptaba que se supone que las mujeres no tienen que ser buenas en
eso.
No es de extrañar, pues, que leer la cuidadosa y prolongada
demolición del mito del “cerebro femenino” me dejara una poderosa sensación de
alivio. Aquí, por fin, aparecen cosas que durante mucho tiempo he sentido que
eran instintivamente ciertas, presentadas como hechos demostrables. La
profesora Rippon es investigadora en el campo de la neurociencia cognitiva en
el Centro del Cerebro Aston de la Universidad Aston, de Birmingham, y promotora
de iniciativas para mitigar la infrarrepresentación de las mujeres en competencias
STEM [ciencia, tecnología, ingeniería,
matemáticas]. En The Gendered Brain, demuestra cómo llegamos por primera vez a
la convicción de que el cerebro femenino es “diferente” (y por tanto inferior),
de qué modo esta falsa percepción persiste en el siglo XXI, y de qué manera
este ultimísimo avance en neurociencia puede y debería disipar esas falacias
para siempre jamás. Es un libro enormemente accesible. También es un libro
importante. Ya aparte de lo interesante
que resulta la ciencia que contiene, tiene el poder – sólo con que la gente lo lea – de hacer
inmensamente más por la igualdad de género que cualquier suma de “manifiestos”
feministas.
Nuestra determinación a la hora de buscar diferencias entre
cerebros masculinos y femeninos se puede remontar al siglo XVIII: otra forma de
demostrar que la biología femenina era esencialmente deficiente y frágil. En el
siglo XIX, a médicos y científicos les entró la manía de medir y pesar
cerebros, tareas que realizaron por varios medios, entre ellos verter alpiste
en cráneos vacíos (se medía entonces la cantidad necesaria para llenarlos).
Cuando este enfoque demostró ser poco concluyente, las declaraciones de
inferioridad dejaron paso a la insistencia en que las diferencias entre hombres
y mujeres eran “complementarias”; que las mujeres, aunque pudieran no fueran
apropiadas para la enseñanza o la política, disponían de “dones compensatorios”
en forma de intuición.
Lo que resulta fascinante es que, después incluso del
desarrollo de las nuevas tecnologías de imágenes cerebrales a finales del siglo
XX, tecnologías que en lo esencial revelan qué semejantes son los cerebros de
hombres y mujeres, la idea del cerebro “masculino” y “femenino” ha persistido
tanto en la ciencia como en los medios de comunicación. Simon Baron-Cohen cuyo
trabajo en el campo del autismo le ha convertido en una especie de
superestrella de la ciencia, ha hecho notar que no hay que ser varón para
poseer lo que llama él un cerebro masculino (es decir, un sistematizador, más
que un empatizador). Pero no es bueno. A esta línea se le hace oídos sordos.
Persisten los estereotipos.
Ladrillo a ladrillo, Rippon arrasa con esta historia, y para
lectores (no científicos) lo que ella dice resulta revolucionario hasta
extremos gloriosos. Para resumir: la noción de que existe algo así como un
cerebro femenino es más o menos una bobada. Además, ahora que sabemos que
nuestros cerebros son enormemente plásticos, y durante mucho más tiempo de lo
que antes pensábamos, nuestras aptitudes y comportamiento deben ligarse no solo
más a la crianza que al sexo, sino a la vida misma: a todo lo que hacemos y
experimentamos a lo largo de los años.
La ciencia del libro de Rippon es compleja y tiene múltiples
capas. Pero también le presta atención a la perniciosa influencia de la
palabrería de los psicólogos. Aparece la psicología evolutiva para recibir algo
así como un puntapié, al igual que los seguidores de las doctrinas
freudianas. Se muestra brillante cuando
habla de los cerebros de los bebés: sobre las razones por las cuales, por
ejemplo, puede parecer que los niños prefieren juguetes de género, las bebés
reconoce rostros más fácilmente y los bebés varones andan antes (principalmente
esas cosas hay que dejarlas a la puerta de las expectativas de sus cuidadores).
Se muestra soberbiamente lúcida cuando se trata de deshacer las razones por las que hay todavía
relativamente pocas mujeres en la ciencia. Por encima de todo, dispone de la
investigación que demuestra – volviendo a mi Lego – que las mujeres son tan buenas
(o tan malas) en los procesos visuespaciales como los hombres.
Para mí, sin embargo, la parte más provocativa del libro
tiene que ver con las hormonas. De acuerdo con Rippon, recientes trabajos han
demostrado, lejos de que la regla tenga efectos sobre su capacidad de
concentrarse, puede existir un vínculo entre las fases ovulatoria y
post-ovulatoria de su ciclo menstrual y cambios positivos de comportamiento
tales como la mejora de los procesos cognitivos. No tiene mucho de exageración
afirmar que me sentí exultante al leer esto, y quizás esa información dará que
pensar a quienes hacen campaña en favor de que le conceda a las mujeres los
llamados permisos menstruales.
La menstruación todavía supone un estigma; ojalá no fuera
este el caso. Pero a menudo la opinión generalmente aceptada y la ciencia se
encuentran muy distantes, y una vez que las mujeres poseen todos los datos, una
vez que dejan de introyectar lo que otros (mujeres, lo mismo que hombres) se
inclinan por contarles acerca de su cuerpo, pueden experimentar una nueva
libertad. Tal como muestra Rippon de forma repetida, no hay nada en nuestra
biología que justifique la continuada brecha de género. Lo que insisten en otra
cosa se interponen en el camino del progreso.
Rachel Cooke periodista inglesa, estudió en la Universidad
de Oxford, y ha trabajado para medios como The Sunday Times y, como crítico de
televisión, The New Statesman. Colabora con The Observer y The Guardian y es
autora de Her brilliant career: ten extraordinary women of the fifties (2014).
Fuente:
The Guardian, 5 de marzo de 2019
Traducción Lucas Antón
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