Reporteras y tertulianos, una historia de odio merecido
Pikara
A Helena le van a pagar 80 euros por un reportaje de 9000 caracteres de los campos de refugio en Grecia. En un plató de televisión, un tertuliano cobra 400 euros por cada programa en los que habla de la crisis de refugio sin haber estado nunca en el terreno. Tiene necesidad de pronunciarse sobre cualquier tema y cree que su opinión de varón blanco heterosexual de clase media-alta representa el sentido común.
Helena conversa con Rahin junto al campo de refugiados de Preševo, en parte serbia de la frontera con la Antigua República Yugoslava de Macedonia. Helena conoce Preševo de cuando recorrió la llamada ‘Ruta de los Balcanes’ a finales de 2015. En aquella ocasión lo hizo como voluntaria, ahora viene como reportera. Una reportera que no sabe si va a conseguir publicar su reportaje. El diario al que se lo ha propuesto le dijo que tal vez les interesa: “Enviánoslo cuando lo tengas y ya veremos”. Al menos esta vez le contestaron el mail. Al menos, la ‘sección de internacional’ de ese periódico no es la traducción de otro diario, es una sección de verdad.
Para llegar hasta aquí, Helena ha tenido que alquilar
un coche en Atenas. Reservó un VW Polo y le dieron un Nissan Micra. Lo
más barato. En invierno, temporada baja, son 40 euros al día. Cruza los
dedos para no tener ningún problema: el full insurance
es casi el doble y se va de presupuesto. La gasolina hasta la frontera
serbia son unos 100 euros y los peajes 40. Comparte los gastos con dos
colegas: Miquel, un fotógrafo que conoce bien la zona porque el último
año y medio ha estado aquí casi tanto tiempo como en Barcelona, y Laia,
una amiga a la que también le gustaría dedicarse al periodismo pero, de
momento, pasa más tiempo sirviendo copas que haciendo entrevistas. Se
alojarán en un hotel en el que la habitación triple cuesta 60 euros. Su
mayor preocupación es que el wifi funcione correctamente.
Si el wifi del hotel no chuta, pueden recurrir al del
barucho que hay frente a la entrada del campo. Da igual la hora del
día, allí siempre ponen videoclips de turbofolk a un volumen
delirante. También a cualquier hora del día, y de la noche, policías
sentados en sus pequeñas mesas beben vasos de vodka con sus pistolas
sobre la mesa. A Miquel se le conecta el wifi automáticamente al tiempo
que le saluda el camarero. Se acuerda de él por la cantidad de horas que
ha pasado allí editando y enviando fotos. Siempre en la mesita del
fondo; la que se entrevé junto al frigorífico detrás de la densa nube de
humo de cigarrillos que producen los policías. Al principio
Miquel pedía zumos y cervezas cada cuarenta minutos para poder seguir
usando la mesa, es decir, el wifi. Luego, igual que los policías, se
pasó a los chupitos de vodka porque sale mucho más barato.
Justo enfrente de la puerta del garito, Nasim le
explica a Helena que ha escapado de Irán por ser cristiano. Como muchos
maricas iraníes, prefiere explicar que el motivo de su huida es la
religión que decir la verdad a alguien que acaba de conocer. Le parece
menos vergonzoso declararse cristiano que homosexual. Nasim no puede
registrarse en el campo oficial; duerme a 15 grados bajo cero en las
carpas que hay junto a las vías de tren. No puede registrarse en el
campo porque, para las autoridades comunitarias -y, en consecuencia,
para las serbias-, Nasim no es un ‘refugiado’. Para la UE, Nasim es un
‘inmigrante’ porque no es sirio ni iraquí.
De la vez anterior, Helena sabe que en Preševo hay
dos campos de refugiados. El oficial es en el que actúan ACNUR y las
grandes ONGs. Al mismo acceden las personas que han sido reconocidas
como solicitantes de asilo en los hot-spot. Los hot-spot
son los centros de identificación de las islas griegas, reconvertidos
en centros de detención y deportación tras el acuerdo de Turquía, que
Helena también conoce de coberturas anteriores. Sólo sirios e
iraquíes tienen garantizada la consideración de refugiados al llegar a
Europa. El resto, como Nasim, duermen fuera del campo, en las carpas
junto a las vías de un tren al que tienen prohibido subir.
Cuando Helena vino por primera vez, el campo oficial
estaba abarrotado y en las carpas de fuera había unas decenas de
migrantes -en su mayoría magrebíes- conscientes de que el éxito de su
viaje hacia Alemania estaba en manos de los contrabandistas a los que
pagan un dineral para que les cruzaran las fronteras de los Balcanes.
Ahora la proporción es a la inversa: el campo oficial está casi vacío y
las carpas de fuera están abarrotadas. Helena conversa, en las carpas de
fuera, con afganas que escapan de la guerra, iraníes perseguidos por su
orientación sexual, palestinas que huyen de la ocupación israelí y
marroquíes que se han manifestado contra el rey Mohamed VI antes de
emprender su viaje. Ninguna de ellas es reconocida como “refugiada”.
Además, ahora también sirios e iraquíes deben recurrir a los
contrabandistas porque las fronteras están cerradas para todo el mundo.
Helena vuelve al hotel conmovida y
satisfecha. Es muy duro lo que acaba de ver pero está convencida de la
necesidad de contarlo y de que los testimonios son suficientemente
potentes para que le compren la historia. Le van a pagar 80
euros una la pieza de 9.000 caracteres. Abre el portátil, escribe un
Telegram a su amante -“Guapa, perdona que no te haya contestado el
Telegram. Yo también pienso una y otra vez en la noche del sábado. ¿Ya
es sábado otra vez? Ostras, es verdad. No puedo hablar, estoy en Serbia.
Bien, ya te contaré. Mil besos”- y comienza a redactar mientras ingiere
los primeros alimentos desde el desayuno. Hoy también ha olvidado comer
mientras buscaba a sus posibles entrevistadas.
A la misma hora, un tertuliano sienta cátedra en un
plató de Madrid: “Debemos dejar de usar ya la expresión ‘crisis de los
refugiados’ porque, de todos los inmigrantes ilegales que llegan ahora a
Europa, sólo una pequeña parte son verdaderamente refugiados. El resto
son inmigrantes que buscan una vida mejor, a ver si os enteráis los
pijo-progres, ¿vale? Porque el Estado del Bienestar europeo no puede
asumir que vengan a beneficiarse de nuestros servicios sociales”. El
señor tertuliano no ha estado en su vida en un campo de refugiados y no
tiene la menor intención de visitar ninguno nunca. Cobrará, como cada
semana, 400 euros por sus documentadísimas intervenciones.
Tiene necesidad de pronunciarse sobre cualquier tema y cree que su
opinión de varón blanco heterosexual de clase media-alta representa el
sentido común.
En otra tertulia similar, otro señor similar pero un
poco más joven asegura que Rita Maestre nunca se habría atrevido a
enseñar las tetas en un mezquita. “No sólo eso”, dice rotundo, y
demuestra su infinita sabiduría exponiendo que las autodenominadas
feministas, que mejor sería llamarles hembristas pero eso es
políticamente incorrecto, callan ante las continuas agresiones sexuales
cometidas por los mal llamados refugiados, porque no son refugiados sino
inmigrantes, como por ejemplo en la nochevieja pasada en Colonia y otras ciudades de Alemania.
A muchos kilómetros de allí, esas palabras del
tertuliano provocan que Lara tenga ganas de tirar la tele por la
ventana. Tele es un decir; Lara tiene puesta la tertulia en el mismo
portátil en el que redacta sus reportajes mientras cocina.
Hace un año, pocos días después de la nochevieja de
la que hablan en la tertulia, cuando todos los telediarios repetían lo
que acaba de decir el tertuliano con un tono más neutro, Lara pilló un
tren y se plantó en Colonia. Entrevistó a mujeres que habían estado en
la plaza del ayuntamiento la última noche del año. Escuchó a feministas y
a mujeres migrantes. Trató de verificar el titular “Grupos de
refugiados siembran el terror con ataques sexistas a mujeres alemanas”
con el portavoz de la policía local, que le dijo lo siguiente: de los 58
hombres identificados como presuntos agresores, 55 son alemanes. Por
ese reportaje, a Lara le pagaron 50 euros. El tertuliano se embolsó 350,
como cada semana.
Lara siente la necesidad de escribir otro artículo explicando lo que es el Purple Washing, la
utilización perversa de argumentos supuestamente feministas con fines
racistas. Pero lo que le apetece realmente es partirle las piernas con
un bate de baseball a ese tertuliano porque sabe que la basura racista
que suelta él por la boca es mil veces más influyente que las crónicas
contrastadas que hace ella.
“Pero es que estás comparando situaciones que no
tienen nada que ver, Lara”, sostiene Marco. “Ese tertuliano aporta miles
de espectadores que se traducen en miles de euros de ingresos por
publicidad. Los reportajes son aburridos, las tertulias son
entretenidas”. “Y fáciles”, añade Miriam, “porque antes de que empiecen a
hablar ya sabes con quién vas a estar de acuerdo. Cada uno de los
tertulianos va a defender una posición fija e inmutable que se
corresponde con el espacio político de un partido.” “Exacto”, retoma
Marco, “nunca vas a ver un tertuliano que convence a otro ni una
posición que no se pueda identificar fácilmente con una postura política
partidista. Eso facilita las cosas y nos permite centrarnos en lo
importante, en indignarnos cuando hablan unos y celebrar lo que dicen
los nuestros como forma de entretenimiento. Te equivocas al comparar una tertulia con el periodismo. La tertulia es sólo show business”.
“Es una vergüenza que el Ayuntamiento de Carmena
quite la bandera de España, la de todos los españoles, mientras mantiene
esa pancarta demagógica de ‘Refugees Welcome’. Lo que no puede
ser es que Europa acoja a todos los refugiados de Oriente Medio
mientras los países musulmanes de la zona se desentienden del problema,
que es más suyo que nuestro”, dice una tertuliana joven con pinta de
pija. Es subdirectora de un periódico que paga 100 euros por cada
crónica de una página. 100 euros está bastante bien. Por eso
Raquel suele decir que sí cada vez que le proponen publicar, aunque
tiene miedo de que alguna amiga googlee su nombre y sepa que, de vez en cuando, escribe en ese estercolero.
Cuando escucha las palabras de ‘su’ subdirectora,
Raquel se acuerda de la cobertura que no le aprobaron en el otro medio
para el que escribe. El año pasado quiso viajar a Líbano y
Jordania para comprobar cómo viven allí los millones de desplazados de
la guerra de Siria. Demasiado caro, le dijeron. No vale la pena centrar
la recepción de refugiados en Oriente Medio en un momento en el que hay
tanta gente llegando a Europa.
Al día siguiente, los tertulianos y la tertuliana
debaten en un plató acerca del presente y el futuro del periodismo. Los
tres coinciden en el peligro que suponen las redes sociales para la
credibilidad. alertan del peligro de los populismos y se comprometen a
seguir defendiendo la libertad de prensa, pilar fundamental para una
sociedad libre. A Raquel, Lara y Helena nadie les pregunta nunca
sobre el presente y el futuro del periodismo. Ellas seguirán
escribiendo cuanto puedan y haciendo malabares para pagar la cuota de
autónomos mientras cobran 50 o 100 euros por crónicas que tienen que
escribir antes de saber si serán publicadas.
PS: Las situaciones y personajes reflejados en este texto son pura
invención. Cualquier parecido con la coincidencia es pura realidad.Fuente original: http://www.pikaramagazine.com/2017/01/reporteras-y-tertulianos-una-historia-de-odio-merecido/
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