‘El País’ se va a la guerra
El comité de empresa pidió audiencia al director Antonio Caño, que les dedicó el minuto necesario para informarles de que “no acepta ningún debate ni con el comité ni con la redacción sobre la línea editorial, y que es el único responsable de la misma”. Ninguno de los periódicos capitalinos del día siguiente (ABC, La Razón, El Mundo y, por supuesto, El País) dedicó un solo pensamiento de tinta al suceso. Perro no come perro, que decían los antiguos.
Josep Borrell advirtió en la SER: “Me entristece el comportamiento de El País. Titulares falsos. Que yo sepa, Prisa no puede cesar al secretario general del PSOE”, como exigía el citado editorial. Curiosamente, en los periódicos madrileños de hoy, en ninguno de los grandes cuatro, hay tampoco huella de las palabras de tan eximio y curriculado socialista. En este caso se puede hablar de censura.
La denuncia de parcialidad de los medios de comunicación en el conflicto socialista, elevada por un ex ministro del PSOE, ganador frustrado de las primeras primarias, y ex presidente del Parlamento Europeo, debe ser obligadamente desvelada a los lectores. Por simple cuestión deontológica. Porque es noticia. Abre a lo Corcuera la puerta de un debate importante y que tenemos pendiente en esta España enferma.
Que El País iba a silenciar la crítica de Borrell ya se lo esperaba uno, pues Cebrián está algo impúdico con las tijeras. En los últimos meses, ya ha prohibido a sus pupilos acudir de opinadores a las cadenas que dieron noticia de su relación con los papeles de Panamá y, por la misma o parecidas causas, ha vetado en la SER a varios buenos periodistas que llevaban años colaborando allí. Los casos de Manuel Rico, Fernando Berlín e Ignacio Escolar son los más pizpiretos.
El País anda como el PSOE porque fue y es el PSOE, y dentro de su redacción se ha librado esta semana una batalla idéntica a la que vive el PSOE, pero en diminuto. En El País también conviven dos almas: una que insulta y manipula, y otra que protesta un minuto (el que le conceden, sin miedo al despido, las últimas reformas laborales).
Uno ha leído sin sonrojo esta semana todo tipo de improperios contra Sánchez. Algunos más literariamente inspirados que otros. Varios nada desdeñables. Otros consuetudinarios. El editorial de ABC llama a PS “infantiloide”. El historiador Santos Juliá (EP), en gran lección de politología ornitológica, le fabula papagayo: “En política, el no nunca es no, salvo cuando quien lo repite como un papagayo quiere meterse en un túnel sin salida”.
Pero en ningún lugar como en el editorial de El País, que ya toma tanto partido (incluso a través del insulto) que se ha convertido en el órgano de un partido: el felipismo.
El felipismo y El País nacieron juntos, y parecen ahora dispuestos a morir juntos. Nacieron siendo (con sus defectos y virtudes) el reflejo de la nueva España de entonces, y van a morir como el reflejo de sus traiciones a la España de ahora. Y por eso los dos corren riesgo inminente de pasar a las irrelevancias mediática y política. La dirección de El País, cuando recuenta la sangría de votos del PSOE, olvida su sangría de lectores, que es la misma sangría. Y no cierra las puertas de su sede a los críticos, pero solo les concede un minuto, que viene a ser lo mismo. Pero que no se confíe la dirección, que con la protesta del jueves El País, como Mambrú, se ha ido a la guerra. Que no menosprecie Cebrián de las rosas rojas a las que solo ha concedido un minuto subalterno. Mira lo que le ha pasado a la rosa blanca de Felipe.
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