martes, 27 de diciembre de 2022

El Pacto de Seguridad de Kiev .

 

La administración Biden no logra apoyo del ‎Congreso para declarar a Rusia “Estado agresor”‎

La administración Biden no pudo declarar a Rusia “Estado agresor”, como planeaba hacerlo ‎durante la visita del presidente ucraniano Volodimir Zelenski en Washington. ‎

Zelenski llegó a Washington el 21 de diciembre, entre otras cosas para presentar, desde ‎Estados Unidos, su “plan de paz” de 10 puntos, correspondiente al documento denominado “Kyiv Security Compact”, un texto representativo de la línea dura de Occidente frente a Rusia, ‎redactado por el ex secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen [1].‎

El viaje de Zelenski a Washington fue coordinado por el director de la oficina del presidente ‎ucraniano Andrii Yermak, quien fue consejero jurídico de Zelenski en sus tiempos de actor cómico.‎

Por su parte, el presidente estadounidense Joe Biden anunció la asignación a Ucrania de otra ‎ayuda adicional ascendente a 1 850 millones de dólares y el envío a Kiev de una batería de misiles ‎antiaéreos Patriot. ‎La administración Biden tenía en sus planes aprovechar la presencia del presidente Zelenski en ‎Washington para declarar a Rusia “Estado agresor” pero el secretario de Estado, Antony Blinken, ‎no logró convencer al Congreso para dar ese paso, que habría sido la última etapa jurídica antes ‎de una eventual declaración de guerra de Estados Unidos contra Rusia.‎

Al intervenir en Ucrania, Rusia asumió la aplicación de la resolución 2202 del Consejo de Seguridad de ‎la ONU para poner fin a la guerra civil de Kiev contra la población del Donbass y desnazificar ‎el país. ‎

En Moscú, el presidente ruso Vladimir Putin anunció que los efectivos asignados a la operación ‎militar especial en Ucrania se elevarán a 1 150 000 hombres. El ministro de Defensa, general ‎Serguei Choigu, aseguró por su parte que el arsenal militar de la Federación Rusa está intacto y ‎listo para asumir cualquier tarea. ‎

En este momento, el conflicto en Ucrania tiene que ver principalmente con las capacidades ‎industriales de los dos bandos –Occidente y Rusia. Los Estados miembros de la OTAN han ‎agotado sus arsenales y tienen dificultades para producir más armamento, mientras que ‎Rusia no ha alcanzado el punto crítico en cuanto a sus reservas y está invirtiendo en su industria ‎militar. ‎

[1The Kyiv Security ‎Compact”, Voltaire Network, 13 de septiembre de 2022.

 Fuente.. Red Voltaire.

Nota del blog 1 . ...El enlace The Kyiv Security ‎Compact” es muy importante por eso publico el post .

https://natowatch.org/sites/default/files/2022-09/nato_watch_briefing_97_kyiv_security_compact.pdf..

Nota del blog 2 ..La misma OTAN que asegura que lucha por los valores democráticos y los DDHH, elogiando a una líder ultraderechista que aboga por ahogar inmigrantes 

https://www.europapress.es/internacional/noticia-stoltenberg-destaca-compromiso-meloni-otan-20221110153158.html  





domingo, 25 de diciembre de 2022

El manifiesto imperial de Biden .

El armagedón de Biden  ..


 Adrián Sotelo Valencia.


El National Security Strategy 2022 (en: https://www.whitehouse.gov/wp-content/uploads/2022/10/Biden-Harris-Administrations-National-Security-Strategy-10.2022.pdf es un documento firmado por el presidente imperial Joe Biden que establece la estrategia nacional (y extraterritorial) de Estados Unidos mediante un discurso retórico y repetitivo que busca mostrar, sin conseguirlo, la vigencia de la "superioridad y hegemonía de ese país en las relaciones internacionales y en el contorno de la geopolítica global. Como expresión de un verdadero sistema imperialista mundial, aunque en decadencia, la National Security abarca en su geopolítica las regiones del Indo-pacífico, Europa, el hemisferio occidental, el Medio Oriente, África y el Ártico. Curiosamente no menciona a América Latina como región. Reconoce que el mundo se encuentra en un punto de inflexión en el cual se impactará la "seguridad y prosperidad del pueblo estadounidense". En este contexto, en la mejor tradición de la doctrina Monroe, del misterioso "destino manifiesto" y del anticomunista macartismo de la guerra fría, indica que Estados Unidos impulsará sus "intereses vitales" "…posicionándolos para superar a nuestros competidores geopolíticos, abordar desafíos compartidos y establecer nuestro mundo firmemente en el camino hacia un mañana más brillante y esperanzador" (p. 2).

 En este punto de inflexión, la tercera década del siglo XXI:

Leer texto completo [PDF]

viernes, 23 de diciembre de 2022

Occidente y la libertad de expresión

 

¿Ha renunciado Occidente a la libertad de expresión?‎

Era un debate que ya se creía resuelto. En Occidente se había afirmado que la libertad de ‎expresión era una condición inseparable de la democracia e imprescindible para ella y ‎los Estados occidentales se habían comprometido a no violarla nunca más. Pero ‎Estados Unidos, Reino Unido, Polonia, Italia y Alemania avanzan por el camino de la ‎censura. Hay cosas que no pueden ser dichas. ‎

En Francia, la secretaria de Estado encargada de la Ciudadanía, Sonia Backes, trata de ‎desacreditar las opiniones que no coinciden con el “pensamiento correcto”. Simplemente las tilda de “derivas sectarias”. En la Unión Soviética metían a los opositores en asilos psiquiátricos. ‎En Francia esta señora anunció que el gobierno francés va a organizar “cortes de derivas sectarias y complotismo”.‎

La libertad de expresión fue una característica de Occidente desde el siglo XVIII. Fue el cimiento ‎sobre el cual se construyó el régimen político respaldado por las clases medias: la democracia. ‎Dejó de ponerse en duda el principio según el cual la voluntad general surgiría del debate entre las ‎opiniones más diversas. Toda violación de esa libertad se veía como un golpe a la resolución de ‎los conflictos por la vía pacífica. ‎

Sin embargo, a principios del siglo XX, cuando Occidente se vio sumido en la guerra, ‎los británicos y posteriormente los estadounidenses no vacilaron en utilizar medios modernos de ‎propaganda no sólo contra sus enemigos sino también frente a sus propios compatriotas [1]. Los gobiernos supuestamente democráticos instauraban ‎entonces programas destinados a engañar a sus conciudadanos. Al final de aquella guerra, ‎los británicos enorgullecían de su éxito, dejando entrever el posible uso de la propaganda en ‎tiempo de paz. Así que, con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, se dio de lado a la ‎democracia y la libertad de expresión, se reactivó la propaganda, primeramente en Italia y ‎en Alemania y después en todo Occidente. ‎

Hace ahora 75 años que los gobiernos de Occidente juran que defienden sus «valores» y que ya ‎no usan la propaganda interna.‎

Como en los años 1930, el sistema capitalista actual se ve amenazado por el recrudecimiento de ‎las desigualdades entre los electores. Pero eso está sucediente ahora de una manera nunca vista ‎anteriormente. En medio de la crisis de 1929, el industrial Henry Ford que la remuneración de un ‎patrón no debía exceder en 40 veces el salario de uno de sus obreros y hoy resulta que Elon ‎Musk gana 38 millones y medio de veces el salario de algunos de sus empleados ‎estadounidenses. Ante tal desigualdad, el principio democrático de «un hombre, un voto» ya ‎no tiene absolutamente nada que ver con la realidad. ‎

Es en ese contexto que Occidente cuestiona en la práctica la libertad de expresión. Las redes ‎sociales, principalmente Facebook y Twitter, han aplicado la censura contra gobiernos e incluso ‎contra un presidente estadounidenses en funciones. Pero al hacerlo no estaban violando la ‎Constitución ya que esta garantiza la libertad de expresión únicamente frente a los abusos del ‎poder político. Por cierto, que Elon Musk haya comprado Twitter y que ahora diga que quiere ‎convertir esa plataforma numérica en una red libre no cambia nada de lo sucedido. La idea de ‎que “hay cosas que no pueden decirse” ya está incrustada en las mentes. ‎

Los intelectuales perciben que el cambio de régimen económico y política que ya está en marcha. ‎Y en los últimos año, muchos de esos intelectuales se han convertido en repetidores del poder, ‎ya sea este financiero o político, abandonando así su función de críticos. ‎

Sea cual sea la evolución ulterior, esos intelectuales estarán siempre del lado del mango, nunca ‎bajo el martillo. Hace 6 años que nos hablan constantemente de las fake news, o sea de la ‎información sesgada, y nos repiten que es necesario controlar lo que la gente dice o escribe. ‎Ese discurso establece una diferencia entre quienes están “del lado de la verdad” y quienes ‎supuestamente dicen y escriben cosas “equivocadas”. Ese discurso niega el principio de la ‎igualdad democrática. ‎

Metidos hasta el cuello en la trampa de Tucídides, los anglosajones desataron la guerra civil ‎en Ucrania y crearon la situación que obligó a Rusia a intervenir en ese país para poner fin a esa ‎guerra civil. Poco a poco, Occidente va implicándose más y mas en la guerra –en el sentido ‎militar– contra Rusia y, en el sentido económico, contra China. Han sido desmentidos todos los ‎principios que decían no era posible guerrear contra potencias con las que se mantenían intensos ‎intercambios económicos. Al igual que durante las dos guerras mundiales, el mundo se ve ‎dividido en dos bandos, que se alejan cada vez más uno del otro. ‎

Y también puede verse en Occidente el regreso a la propaganda. ‎

Durante la elección presidencial estadounidense de 2020 se puso en duda la honestidad del ‎conteo de los votos. El Congreso declaró vencedor a Joe Biden, pero en realidad nadie sabe ‎quién ganó esa elección. ‎

Como sucedió en el año 2000, durante la elección disputada entre George W. Bush y Al Gore, es ‎simplemente imposible recurrir a un nuevo conteo de los votos, el problema ya ni siquiera es ese ‎sino que en muchos lugares los votos se contaron a puertas cerradas. Incluso si aceptásemos ‎que quizás nadie recurrió al fraude aún quedaría un problema fundamental: no hubo ‎transparencia en la elección y la transparencia es un elemento fundamental de la democracia. ‎Basta recordar que en la elección estadounidense del 2000 (con Bush y Gore como ‎contendientes) la Corte Suprema de Estados Unidos suspendió el nuevo conteo de los votos ‎alegando que la Constitución de ese país no estipula que la elección del presidente de ‎Estados Unidos depende del sufragio directo sino que depende de la voluntad de cada Estado. ‎Según ese principio, las instancias federales no tenían nada que decir sobre la designación del ‎vencedor en el Estado de la Florida. ‎

Ahora, ante cualquier otro debate, las elecciones de medio mandato se ven por lo tanto ‎profundamente marcadas por la cuestión del no respeto de los procedimientos democráticos ‎por parte del bando de los «demócratas». ‎

Fragmento de las minutas de la “Junta de Gobierno de Desinformación”. ‎

LA PROPAGANDA EN ESTADOS UNIDOS

Estados Unidos dispone de un Global Engagement Center (GEC o “Centro de Compromiso ‎Global”), una estructura que, en el seno del Departamento de Estado, se dedica a coordinar los ‎discursos oficiales de los aliados de Washington. También dentro del Departamento de Estado ‎hay un subsecretario a cargo de la propaganda estadounidense en el extranjero, denominada ‎‎Public Diplomacy and Public Affairs (“Diplomacia Pública y Asuntos Públicos”). Pero en abril ‎de 2022, se inició una nueva fase de este despliegue cuando el «presidente proclamado», Joe ‎Biden, tomó a su servicio una especialista de la propaganda: Nina Jankowicz.‎

El secretario de Seguridad de la Patria, el ex juez Alejandro Mayorkas, creó una ‎‎Disinformation Governance Board (“Junta de Gobierno de Desinformación”), cuya presidencia ‎puso en manos de Nina Jankowicz. Se trataba ni más ni menos que de reinstaurar el aparato de ‎desinformación creado en 1917 por el presidente Woodrow Wilson [2]. ‎

A Nina Jankowicz la presentan como una joven investigadora, especialista de la «desinformación ‎rusa». En realidad, era una empleada del National Democratic Institute de Madeleine Albright, ‎encargada de defender los intereses de la familia Biden en Ucrania. ‎

Esta encantadora dama trabajó en el equipo del candidato Volodimir Zelenski, actual presidente ‎de Ucrania [3] y, en plena ‎guerra civil ucraniana, estuvo al servicio de Pavlo Klimkin, el ministro de Exteriores del Petro ‎Porochenko, el anterior presidente ucraniano. Nina Jankowicz se oponía entonces a los acuerdos ‎de Minsk, a pesar de que el Consejo de Seguridad de la ONU había dado su aval a esos ‎acuerdos. ‎

Durante su larga estancia en Ucrania, Nina Jankowicz elaboró una teoría la “desinformación rusa”, ‎tema al que dedicó un libro titulado “Cómo perder la guerra de la información: Rusia, las noticias ‎falsas y el futuro del conflicto” (How to Lose the Information War: Russia, Fake News, and the ‎Future of Conflict). Sin mencionar la realidad de la guerra civil y sus 20 000 muertos, Nina ‎Jankowicz repetía en su libro todos los clichés actuales sobre los “malvados rusos” que querían ‎extender su imperio al Donbass mintiendo a los europeos. ‎

En aquel tiempo, Nina Jankowicz utilizaba la asociación ucraniana StopFake, generosamente ‎subvencionada la National Endowment for Democracy (NED) –o sea, por la CIA–, por ‎el gobierno británico y por el omnipresente George Soros, para hacer creer que el putsch de la ‎plaza Maidan era una revolución popular [4].‎

En el siguiente video, Nina Jankowicz sigue mintiendo y canta loas a los nacionalistas integristas de ‎la milicia Aidar –públicamente denunciados como torturadores por Amnistía Internacional–, de ‎Dnipro-1 y, por supuesto, del batallón Azov. ‎

https://www.youtube.com/watch?v=mb_RrC2F5bM

En 2018, Nina Jankowicz defendió también a la milicia nazi C14 [5] asegurando que sus miembros no ‎habían realizado pogromos contra los gitanos y que todo eso era… “desinformación rusa”. ‎

En Estados Unidos, esta experta en mentiras volvió a mentir nuevamente sobre las acusaciones de ‎traición contra Donald Trump (el exprediente Steele) y al negar los delitos cometidos por Hunter ‎Biden, el hijo del presidente Joe Biden. Nina Jankowicz llegó incluso a decir el ordenador de Hunter ‎Biden –dispositivo que está en manos del FBI– también era una «invención rusa». ‎

Ante las críticas, la “Junta de Gobierno de Desinformación” fue disuelta, el 17 de mayo de [6]. Pero ‎algunas minutas de una región en el seno de la Cybersecurity and Infrastructure Security Agency ‎‎(CISA) –una agencia del Departamento de Seguridad (Homeland Security) muestra que esa ‎estructura sigue existiendo bajo otra forma [7]. Además, el inspector general de la administración estadounidense ‎afirma que la función de esa “Junta” sigue siendo necesaria [8]. ‎

LA PROPAGANDA EN REINO UNIDO

Los británicos, por su parte, han preferido apoyarse en una “asociación” –el Institute for Strategic ‎Dialogue– que se encarga de hacer en lugar del gobierno lo que el gobierno quiere hacer ‎sin tener que cargar con la responsabilidad. ‎

El Institute for Strategic Dialogue (ISD) es un “tanque pensante” creado por lord George ‎Weidenfeld, Barón de Weidenfeld –un «sionista inflexible», según sus propias palabras– ‎supuestamente consagrado a la lucha contra el extremismo. Pero en realidad se dedica a la ‎divulgación de mentiras con intenciones de enterrar verdades incuestionables. El ISD redacta ‎informes, por iniciativa propia o a pedido de los gobiernos europeos que lo financian. ‎

‎¡Importante! Lo que “es verdad” para los británicos –los verdaderos inventores de la propaganda ‎moderna– también lo es para el resto de Europa. ‎

POLONIA

En febrero de este año, o sea desde el inicio de la intervención rusa en Ucrania, el Consejo ‎de Defensa polaco ordenó a la firma francesa Orange –principal proveedora de acceso a internet ‎en Polonia– censurar de inmediato varios sitios web, incluyendo el nuestro, Red Voltaire ‎‎(Voltairenet.org). Aunque nos pusimos en contacto con Orange, esa compañía francesa no quiso ‎entregarnos la orden que las autoridades polacas le enviaron. Y cuando nos dirigimos ‎directamente a las autoridades polacas, estas no contestaron. Según los tratados aprobados en ‎el marco de la Unión Europea, el Consejo de Defensa puede imponer una censura militar… ‎únicamente cuando tal medida es necesaria para proteger la seguridad nacional. ‎

Italia

En marzo, el diario Corriere della Sera reveló la existencia de un programa ‎gubernamental de vigilancia sobre las personalidades catalogadas como “prorrusas”. [9]. La agencia de prensa ANSA incluso publicó una edición ‎del Hybrid Bulletin que el Dipartimento delle Informazioni per la Sicurezza (Departamento de ‎Información para la Seguridad) dedicó a ese programa gubernamental de espionaje interno ‎‎ [10].‎

Alemania

En Alemania, la socialdemócrata Nancy Fraeser, ministro del Interior, ‎también creó un órgano de control. Yendo mucho más lejos que los demás la señora Fraeser dio ‎como misión a ese órgano «armonizar las noticias» en los medios. Desde hace meses, la ministro ‎del Interior viene haciendo reuniones –en el mayor secreto– con los dueños de los grandes medios ‎de prensa, reuniones donde les explica lo que no debe publicarse. ‎

Es importante recordar que Italia y Alemania son países que vivieron una cruel experiencia de la ‎censura bajo el fascismo y el nazismo, lo cual hace que sea todavía más preocupante ver que ‎marchan nuevamente por ese camino. ‎

Las mismas causas producen siempre los mismos efectos, así que no es sorprendente que Italia ‎y Alemania hayan votado, en la Asamblea General de la ONU, contra una resolución de condena ‎al nazismo. ‎

martes, 20 de diciembre de 2022

La guerra en Ucrania vista desde el Donbáss .

 

Intereses ajenos frente al bienestar de la población


Durante más de ocho años, quienes siguieron la guerra en Ucrania desde sus inicios han podido ver constantes exigencias a Rusia tanto en el plano militar como en el político. Desde abril de 2014, cuando Samantha Power afirmó que las protestas en el sur y el este de Ucrania eran un movimiento “orquestado desde Moscú”, la acusación de que todo lo vinculado a Donbass era en realidad una invasión rusa ha sido una de las herramientas más útiles de las que ha dispuesto Kiev. Con ello, Ucrania ha visto la posibilidad de argumentar que no era precisa una solución política, ya que se trataba simplemente de una injerencia exterior que debía resolver por la vía militar o logrando por la vía política la rendición de Moscú, que debía desmilitarizar y entregar a Ucrania en bandeja de plata a Donetsk y Lugansk. De ahí que la RPD y la RPL no merecieran voto, voz o reconocimiento alguno en un proceso de paz, el de Minsk, en el que Ucrania siempre dejó claro que no implementaría sus puntos políticos.

Ahora, incluso quienes más lucharon por mantener aquel proceso a flote, como Angela Merkel, reniegan de él aceptando que, para Ucrania, Minsk fue únicamente un paréntesis en el que el país y su ejército pudieron reforzarse. Esta versión, que es exactamente la que mantiene ahora el héroe Valery Zaluzhny, que abiertamente admite que para Ucrania esta guerra comenzó en 2014, no solo pretende ver continuidad entre lo ocurrido en estos ocho años y la actualidad, sino presentar esta guerra de casi nueve años, incluidos los últimos diez meses, como una guerra contra Rusia. Poco importa que, pese a que la asistencia rusa fuera evidente desde el verano de 2014, el objetivo de Moscú fuera durante años buscar un acomodo de Donbass en Ucrania, eso sí, habiendo adquirido unos derechos concretos que, según los acuerdos de Minsk, Kiev, Donetsk y Lugansk debían negociar.

Desde el final de la campaña de invierno de 2014-2015, cuando culminó en Debaltsevo la última gran batalla de la guerra de Donbass 2014-2022, el siempre bloqueado proceso de Minsk vivió una concatenación de treguas que, pese a modificar su terminología eran similares: la tranquilidad se limitaba a la retaguardia, mientras que el incumplimiento de los términos era habitual en las zonas de la línea de contacto, donde destacaban ciertos puntos calientes en los que periódicamente se producían empeoramientos que amenazaban, siempre falsamente, con romper definitivamente el statu quo. Pero Minsk sobrevivió hasta febrero de 2022 fundamentalmente porque además del obstinado intento ruso por lograr de Ucrania una resolución política que no iba a darse, la situación era útil para Kiev.

Este conflicto bélico controlado y de baja intensidad no solo justificaba la necesidad de destinar fondos al gasto militar a costa de los servicios púbicos- fundamentalmente la sanidad-, sino que el discurso de lucha contra Rusia daba a Ucrania una relevancia internacional y una importancia estratégica para sus socios, fundamentalmente para Estados Unidos, muy por encima de su valor real. La guerra sirvió en esos años para realizar un enorme trabajo de adoctrinamiento en el odio a todo lo ruso, que en este caso incluía también la demonización y deshumanización de la población de Donbass y de Crimea, contra la que podían lanzarse ataques militares, imponer un bloqueo económico o simplemente cortar el suministro de agua.

A lo largo de ese proceso, la exigencia de alto el fuego siempre fue dirigida a Rusia, ni siquiera a Donetsk y Lugansk, cuya posición era, tanto para Ucrania como para sus socios europeos, la de títeres de Moscú cuya población no merecía una mínima compasión. Cada año por estas fechas, las exigencias de pacto de una tregua de Año Nuevo eran aceptadas por la RPD, RPL y Rusia con la esperanza de quien quiere ver un gesto de buena voluntad en un acto que, en realidad, es pura tecnología política de relaciones públicas de quien mantiene la guerra como instrumento pero simula buscar la paz.

En 2022, la guerra no solo se extendió a toda Ucrania, sino que cambió el paradigma de las relaciones con Moscú -no así con Donetsk y Lugansk, cuya población sigue siendo una víctima de segunda que no merece atención ni compasión alguna- y las reacciones occidentales a los hechos sobre el terreno. En febrero, los países de la Unión Europea y sus aliados norteamericanos se movilizaron rápidamente para garantizar la financiación y armamento de las Fuerzas Armadas de Ucrania, que aumentó notable y cualitativamente desde el momento en el que quedó claro que Ucrania sería capaz de defender Kiev y con su capital también a su Gobierno. Esa situación no solo animó a los países occidentales a aumentar su asistencia militar, sino que provocó una oleada de intervenciones que, aunque en términos ligeramente diferentes, alentaron a Ucrania a no aceptar una negociación en los términos que marcaba Rusia, que entonces contaba con la iniciativa en el frente.

Desde entonces, mientras figuras como Emmanuel Macron han mantenido una postura ligeramente más matizada -aunque buscando siempre una negociación solo en caso de producirse según los términos planteados por Kiev-, dos han sido las figuras que más abiertamente se han destacado en contra de cualquier negociación: Annalena Baerbock y Boris Johnson. Este último llegó incluso a jactarse de su estelar intervención a la hora de animar a Ucrania a no aceptar el acuerdo que Moscú propuso en Estambul, según el cual Rusia aceptaba de facto retirarse de todos los territorios ucranianos capturados hasta entonces a excepción de las regiones de Donetsk y Lugansk (además de Crimea, parte de Rusia desde 2014). Aunque esa intervención no fue definitiva y el rechazo ucraniano a ese acuerdo había sido ya manifestado por miembros del Gobierno antes de la llegada del entonces premier británico a Kiev, es significativo que Johnson buscara activamente interponerse en las negociaciones para asegurarse de que no pudiera haber un acuerdo posible.

Con Johnson ya en el pasado, el apoyo británico a la guerra de Ucrania no solo ha continuado, sino que ha aumentado. Aunque generalmente a la sombra del apoyo estadounidense, el peso del Reino Unido en términos de inteligencia, armamento, financiación o instrucción de las reservas ucranianas está siendo más que relevante. Para el Reino Unido, como para Washington, Ucrania es una buena herramienta en la lucha común contra Rusia. Esa visión y esa táctica de continuar la guerra hasta la destrucción de Rusia ha continuado con Rishi Sunak, que ayer anunciaba un aumento de la asistencia militar a Ucrania y se sumaba a Annalena Baerbock, que días antes se había manifestado en términos similares, en la idea de no aceptar “un alto el fuego según los términos de Rusia”. En otras palabras, no aceptar un alto el fuego, ya que esa circunstancia favorecería a las tropas rusas, que desde hace dos meses se reorganizan para defender los territorios bajo su control y tratan de avanzar en la región de Donetsk, donde Rusia no ha sido aún capaz de alejar a las tropas ucranianas de la capital de Donbass, como muestran los bombardeos indiscriminados con los que Ucrania castiga diariamente a la población. (1)

El afán de representantes occidentales por rechazar la posibilidad de una tregua -que ni siquiera está sobre la mesa, ya que tanto Rusia como Ucrania han admitido que actualmente es inviable- muestra el grado de preocupación de los representantes alemanes y británicos por la población civil de Ucrania. Un alto el fuego, aunque se tratara únicamente de las habituales treguas de Año Nuevo y navidad ortodoxa, daría a Rusia tiempo para preparar su defensa, pero, sobre todo, daría a Ucrania un momento de pausa para reparar los daños causados por los ataques de los misiles rusos contra las infraestructuras civiles ucranianas.(2) Es decir, daría a Ucrania la posibilidad de reparar el suministro eléctrico y de agua de sus ciudades, facilitando así la vida a una población que se enfrenta a un invierno que será duro. Pero el bienestar de la población civil ucraniana -menos aún la de Donetsk y Lugansk- no es una prioridad para Kiev y lo es menos aún para Berlín y Londres, que supeditan el bienestar de la población ucraniana a sus propios intereses.

Intereses ajenos frente al bienestar de la población | SLAVYANGRAD.es

Nota del blog .(1). Desde el 24 de febrero pasado, fecha en la que estalló el conflicto entre Rusia y Ucrania, la República Popular de Donetsk registra 4.376 civiles muertos, según estadísticas del Centro Conjunto de Control y Coordinación de los asuntos relativos a los crímenes de guerra de Ucrania. Los heridos, por su parte, ascienden a 3.884 civiles, incluidos 245 niños. El ejército ucraniano ha bombardeado la República de Donestsk 58 veces en un solo día – insurgente.org . 

Nota del blog. (2) .. Los militares rusos ya han manifestado que no habrá tregua de  Navidad .La semana pasada, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov confirmaba algo que era ya, a todas luces, evidente: no se repetirá este invierno la tradicional “tregua” navideña, que se ha repetido desde 2015 y que en estos años ha sido posiblemente la más respetada de las muchas treguas que se han pactado en Minsk. El comentario de Peskov no era, como entendieron los medios occidentales, un anuncio ruso de la falta de voluntad de Moscú de buscar un alto el fuego. Rusia, que se refuerza desde el pasado septiembre, cuando finalmente comprendió el riesgo que la situación en el frente suponía para todos los territorios capturados desde el 24 de febrero e incluso algunos bajo control de las Repúblicas Populares desde hace varios años, se vería beneficiada por un parón en la batalla. De ahí que toda afirmación en este sentido por parte de las autoridades rusas -no así de una parte de sus medios, mucho más radicales que el Kremlin- no sea más que la constatación de las realidades sobre el terreno.

domingo, 18 de diciembre de 2022

La deconstrucción del consenso antifascista de posguerra.

 

La deconstrucción del consenso antifascista de posguerra

Fuentes: Ctxt. 




La invasión de Ucrania está dando un nuevo impulso a un proceso que viene de lejos: la reescritura de la historia europea en unos términos impensables hasta hace bien poco.

Entro en una librería de Barcelona repleta de libros sobre el conflicto de Ucrania. La mayoría en la ortodoxia atlantista. Autores anglosajones que psicoanalizan la criminal mente de Putin, y cosas por el estilo, para explicar la crisis bélica más peligrosa desde la tensión nuclear de 1962 con motivo de Cuba. Son raros los libros no hostiles, como la semblanza del presidente ruso del periodista alemán Hubert Seipel (Putin, el poder visto desde dentro. Ed. Almuzara). En literatura, la librería recomienda Orfanato, del escritor ucraniano Serhiy Zhadan.

Zhadan fue premiado hace poco en Alemania. En la Paulskirche de Frankfurt, “cuna de la democracia alemana”, pues allí se reunieron en 1848 los delegados de la primera representación electa de la nación, el escritor ucraniano recibió el “premio de la paz” del gremio de libreros alemanes, cosa que, seguramente, debe impresionar a los libreros españoles. Zhadan trata en sus libros a los rusos de “criminales”, “horda”, “bestias” y “basura”. No es la primera vez. En 2012, ese mismo premio se lo dieron a un exaltado escritor chino, Liao Yiwu, que en su discurso ante las autoridades alemanas describió a su país como “imperio inhumano y montaña de basura que debe desintegrarse para la tranquilidad del mundo”. Es, podríamos decir, la modesta contribución de los libreros alemanes al entendimiento y la paz entre los pueblos.

En la Europa de hoy, trátese de los Nobel o del gremio de libreros alemanes, cualquier galardón suele estar enfocado a la promoción de la imagen de enemigo que exige el ambiente bélico. Parece que la primera condición para recibir un premio, en materia de paz, derechos civiles o literatura, es ser un opositor radical de cualquier régimen adversario, sobre todo Rusia, China o Bielorrusia. Repasen la lista. No se trata de los desmanes contra los derechos humanos de esos países, que son tan conocidos como flagrantes. De lo que se trata es de la política de derechos humanos occidental, es decir, del selectivo uso político de ese recurso, tradicional ariete contra el adversario geopolítico. Viene de muy lejos.

En la actual situación europea, son los países de Europa del Este, particularmente Polonia, las repúblicas bálticas y últimamente Ucrania, quienes marcan la pauta. Por iniciativa polaca, el Parlamento Europeo aprobó en septiembre de 2019 la infame resolución que responsabilizaba por igual a la Alemania nazi y a la Unión Soviética del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Este año, el 23 de noviembre, la Cámara ha dado un paso más al declarar a Rusia país “patrocinador del terrorismo”, citando sus estrechas relaciones con toda una serie de países, entre ellos Cuba, víctima del terrorismo donde las haya. Pocos días después, el 30 de noviembre, el Bundestag declaró como “genocidio”, es decir, como un acto deliberado y planificado de aniquilación contra un grupo nacional concreto, la terrible hambruna sucedida en Ucrania entre 1932 y 1933 en el contexto de la colectivización agraria estalinista.

“Holodomor”

La tesis del “holodomor” –una matanza deliberada de campesinos ucranianos– formaba parte de la narrativa antirrusa del exilio ucraniano en Canadá. Esa narrativa fue muy popular entre autores de la derecha y se ha ido imponiendo como oficial en Ucrania desde finales de los años noventa, incluso en los libros de texto, junto con la reivindicación y rehabilitación de las personalidades y acciones de la extrema derecha nacionalista de Ucrania Occidental de los años treinta y cuarenta, aliados y colaboradores de los nazis y luego de la CIA. Los protagonistas de aquel colaboracionismo dan nombre hoy a muchas calles y avenidas de todo el país, sustituyendo a menudo a Tolstoi, Lermontov o Chéjov en el callejero. La del “holodomor” es una tesis muy funcional para la consolidación y promoción de la nueva identidad ucraniana antirrusa y prooccidental abrazada en Kiev, a la que la criminal invasión rusa ha dado un espaldarazo quizás definitivo, por lo menos en gran parte del país. Pero, ¿qué decir de su verosimilitud histórica?

Vaya por delante que la URSS de los años treinta y cuarenta bajo Stalin y, aún antes, la Rusia soviética posrevolucionaria y de la guerra civil de la década de los veinte, fue un espacio de crímenes, violencia y barbarie verdaderamente extraordinario, contemplado incluso en el marco general de la historia moderna universal de los siglos XIX y XX. Sin embargo, la evidencia histórica no sostiene la tesis de un genocidio nacional contra los ucranianos.  

En los años 1932 y 1933, la mortandad por hambre fue espantosa en Ucrania y así lo refleja la estadística demográfica. En 1933, por ejemplo, nacieron 359.000 y murieron 1,3 millones de personas en Ucrania. Esas cifras incluyen mortalidad natural, pero está claro que la primera causa de muerte esos años fue el hambre. Forzando la confiscación de grano y determinando el sacrificio –por razones de subsistencia de los propios confiscados– de la cabaña nacional, que no se recuperó hasta bien entrados los años cincuenta, el Estado cometió un crimen contra todos los campesinos, independientemente de su nacionalidad. Si las cifras de hasta tres millones de muertes directas e indirectas por hambre en Ucrania son correctas, su marco general son los siete millones de muertos atribuidos a la hambruna en el conjunto de la URSS. Es decir, la mayoría de las muertes por hambre de aquellos años tuvieron lugar fuera de Ucrania; en el curso medio del Volga, en Bashkiria, en el Kubán, en la región del Ural, el Extremo Oriente, zonas geográficamente aún mayores que Ucrania, o en territorios como Kazajstán, con 1,5 millones de muertos, lo que representa una proporción “nacional” de muertes (más del 30% de la población kazaja) muy superior a la de Ucrania. Esos años también hubo escasez y grandes estrecheces campesinas en Galitzia, hoy Ucrania occidental, que entonces ni siquiera pertenecía a la URSS, e incluso problemas en la región polaca de Cracovia, lo que sugiere un panorama de cosechas fallidas (“neurozhai”, un término muy familiar en la historia agraria de la Rusia zarista) que la brutalidad de las decisiones políticas agravó monstruosamente en la URSS.

La evidencia histórica muestra, por tanto, que por dolorosa y grave que fuera, la situación no fue solo ucraniana. Pero, ¿fue “planificada”, como sugiere el propio término “holodomor” y la calificación de “genocidio”?

En la URSS de Stalin, como en la Alemania nazi, o en la reacción de los jóvenes turcos al ocaso imperial otomano, hay evidencia documental de matanzas planificadas. Por ejemplo, en enero de 1942 la Conferencia del Wannsee, al lado de Berlín, decidió la “solución final” de los nazis para los judíos. En 1941, con su invasión de la URSS, los militares alemanes aplicaron una política de hambruna inducida, documentada en el llamado “Generalplan Ost”. Lo mismo podemos decir de la acción de los jóvenes turcos para exterminar a la población armenia en 1915, precisamente la situación que creó el término de genocidio. ¿Y qué decir del “gran terror” de Stalin de 1937? También ahí hay documentos que prueban una voluntad y acción planificadas para eliminar oponentes políticos y “sectores superfluos”, fueran campesinos opuestos a la colectivización, delincuentes comunes, la vieja guardia bolchevique, la oposición de izquierdas, anarquistas, socialrevolucionarios o mencheviques, pero no hay nada –y los archivos han sido rastreados a conciencia– referido a una matanza étnica de ucranianos ejecutada, además, por el propio Partido Comunista Ucraniano. Todo eso nos lleva a algo diferente: una colosal y feroz represión política, en el caso del “gran terror” de 1937 (800.000 fusilados), y una política agraria, unida seguramente a otros factores, de una dimensión criminal extraordinaria, pero no a una acción planificada para aniquilar ucranianos, que es la tesis que el genocidio supone.

Tierras de sangre

En la sección de Historia de la misma librería barcelonesa, encuentro el libro Bloodlands (Tierras de sangre, en su título castellano), del profesor de Yale Timothy Snyder, aparecido en 2011, gran éxito de ventas y aclamado por la crítica liberal. El título del libro refleja el hecho histórico de la enorme carnicería que tuvo por escenario la Europa central/oriental en los años treinta y cuarenta del siglo XX. La confluencia y contacto de los regímenes hitleriano y estalinista en ese escenario sirve para presentar un paralelismo entre ambos regímenes que contiene el catálogo casi completo del revisionismo histórico de la guerra y el periodo entreguerras en el Este de Europa llevado a cabo por la derecha y extrema derecha de Polonia, Ucrania y Alemania con el fin de introducir un signo de igualdad entre ellos que ignora aquella consideración de Raymond Aron (¿quedan aún autores conservadores de tal calidad en la Europa de hoy?) según la cual “hay diferencia entre una filosofía cuya lógica es monstruosa, y otra que puede dar lugar a una monstruosa interpretación”.

En busca de ese signo de igualdad, Snyder afirma que la política racista del Tercer Reich “no era muy diferente” de la situación en la URSS, donde la nacionalidad de cada cual figuraba en el documento de identidad. Como si el antisemitismo ruso, claramente resurgido con Stalin, fuera comparable con el judeicidio nazi. También presenta como “étnica” la masacre estalinista de polacos, cuando la simple realidad es que Stalin mató polacos por el mismo motivo que mató comunistas y opositores en general: en su calidad de adversarios políticos reales o potenciales, incluidos en esa categoría los comunistas polacos cuyo partido había sido muy crítico con la línea de Stalin. Como recuerda Clara Weiss en su extensa crítica del libro de Snyder, “es un hecho histórico que alrededor del 90% de los judíos polacos que sobrevivieron al Holocausto (y solo el 10% de la población de 3,5 millones de judíos polacos de preguerra sobrevivieron) lo hicieron en la Unión Soviética”.

Snyder afirma textualmente algo tan estrambótico como que “la revolución bolchevique fue un efecto colateral de la política exterior alemana de 1917”, una tesis que la propia ultraderecha rusa hace suya. Su libro de 500 páginas (en la edición inglesa) ni siquiera menciona el genocidio de entre 250.000 y medio millón de gitanos europeos. La matanza de prisioneros de guerra soviéticos, entre 3 millones y 3,5 millones, se presenta como “resultado de la interacción de los dos sistemas”, pero lo que más llama la atención es su tratamiento solapadamente exculpatorio para los nazis de la enorme carnicería (alrededor del 20% de la población) perpetrada en Bielorrusia. El autor defiende una linea argumental cercana a la de los exnazis en la Alemania de la posguerra, según la cual su violencia en Bielorrusia fue una consecuencia y respuesta a la actividad partisana, cuando la realidad es que esta fue respuesta a la brutalidad de la masacre nazi con sus famosos “Einsatzgruppen”, como explica el historiador suizo Hans Christian Gerlach en Calculated Murders, una obra que ha sido criticada por los historiadores de la derecha alemana. Sin embargo, Snyder escribe enormidades como que “la guerra partisana fue un perverso esfuerzo interactivo de Hitler y Stalin, cada cual ignorando las leyes de la guerra y escalando el conflicto detrás de las líneas del frente”.

Snyder separa ese espacio geográfico centroeuropeo de su marco mundial, lo que excluye de la observación matanzas que se inscriben de pleno derecho en el mismo ciclo histórico: desde la invasión italiana de Abisinia (1935/1936), una guerra fascista con más de 250.000 víctimas civiles y uso de armas químicas que fue puente entre el decimonónico colonialismo imperial y el expansionismo nazi, hasta los 350.000 judíos asesinados de propia iniciativa en la Rumanía de la Garda de fier, el medio millón de muertos de la Guerra Civil Española y la represión franquista (entre el 2% y el 2,5% de la población total española de la época), los centenares de miles de serbios masacrados por los ustachas croatas, o los 24 millones de víctimas chinas del imperialismo japonés en Asia del periodo 1937-1945.

La pregunta metodológica que el libro de Snyder presenta al historiador es si es posible separar la violencia de aquel periodo en Europa central oriental de su contexto general europeo y mundial marcado por la lucha contra el fascismo y el imperialismo. La respuesta es que tal ejercicio es necesario siempre y cuando lo que se busca sea el mencionado signo de igualdad entre los dos regímenes examinados.

Snyder conoce perfectamente –dedicó un libro a ese tema– el papel del nacionalismo ucraniano en las masacres de judíos, su colaboracionismo con los nazis y su encuadramiento en la división “Galichina” de las SS, cuyos jefes, con Pavlo Shandruk al frente, son honrados hoy en los sellos de correos del país. También conoce el hecho, ahora incómodo de recordar, de que la mayoría de los dos mil o tres mil matarifes de los campos de exterminio que ayudaban a los nazis en Treblinka, Belzec y Sobibor, los famosos “travniki”, eran ucranianos occidentales. Snyder no menciona nada de todo eso en su libro. Tampoco menciona la complicidad polaca en el Holocausto y solo muy de pasada el protagonismo báltico, pese a la enormidad del judeicidio cometido en Lituania (95% de la población judía local), fundamentalmente a manos de lituanos, aspecto que aun hoy se oculta en ese país.

Desde este balance es fácil comprender el cúmulo de honores y condecoraciones polacas, bálticas y alemanas recibidas por Snyder desde la publicación de Bloodlands (en Wikipedia figuran hasta una docena). Lo que es más difícil de comprender es el considerable aplauso académico y mediático recibido por esta obra, cuyo principal mérito es dar argumentos históricos a la actual expansión atlantista hacia las fronteras rusas.

En su último libro (The Road to Unfreedom: Russia, Europe, America, 2018), Snyder se retrata como un vulgar propagandista de la nueva guerra fría que responsabiliza directamente a Putin no solo de la leyenda de haber “escoltado” a Trump hasta la presidencia, sino también del brexit, del referéndum independentista de Escocia, de la salida masiva de refugiados sirios hacia Europa, del ascenso de la extrema derecha en Europa y hasta de la hostilidad hacia los negros de la policía en Estados Unidos. Solo falta imputarle la muerte de Manolete.

Surgido de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, el consenso antifascista de posguerra fue descrito por el historiador Ian Buruma como “la ola de idealismo y de determinación colectiva de construir un mundo más igual, pacífico y seguro”. La izquierda había liderado la resistencia al fascismo, mientras que los conservadores estaban frecuentemente manchados por el colaboracionismo con regímenes fascistas. La democracia social y la creación de la ONU fueron resultado de aquel clima. Su deconstrucción comenzó en los años ochenta con el neoliberalismo de los Reagan y Thatcher, que la socialdemocracia fue abrazando paulatinamente. El colapso de aquella mezcla de socialismo y dictadura en el Este de Europa y de la socialdemocracia en el Oeste hizo emerger concepciones que se creían extinguidas o definitivamente marginalizadas. Hoy están en el centro de la narrativa del establishment, en las resoluciones de los parlamentos europeos y en la sección de éxitos de nuestras librerías.

Con la inestimable colaboración de la invasión rusala guerra de Ucrania está dando un preocupante nuevo impulso al revisionismo histórico y a las más negras tendencias revanchistas.

Fuente: https://ctxt.es/es/20221201/Firmas/41577/.

 Nota del blog.NOAM CHOMSKY: “Estamos en camino hacia el neofascismo” – insurgente.org .