lunes, 5 de diciembre de 2022

La población debe ser engañada y que no se oponga a la guerra

 Nos toman por idiotas 

La población debe ser engañada para que consienta o, por lo menos, no se oponga a la guerra


Rafael Poch  

 

 

Si se examina la edición de La Vanguardia del 1 de septiembre de 1939, el día que empezó la Segunda Guerra Mundial en Europa con la invasión alemana de Polonia, el lector se encontrará con el titular: “Un golpe de mano polaco degenera en lucha abierta con fuerzas alemanas”. Al día siguiente, el corresponsal del diario en Berlín, Ramón Garriga, informa del inicio de la invasión alemana de Polonia como “contraataque alemán en respuesta a las agresiones de que han sido víctimas los soldados alemanes en los últimos días”. Pero junto a eso, en un pequeño recuadro, aquel 2 de septiembre se podía leer un informe, bien pequeñito, sobre “Las operaciones alemanas según los polacos” e incluso se daba cuenta de la “Proclama del presidente polaco”. Es decir, dentro de los límites de un periódico editado en un país aliado de los nazis, cada cual podía hacerse cierta composición de lugar y sacar sus propias conclusiones sobre lo que pasaba en realidad.  

Ahora, para hacerse una idea de lo que ocurre en Ucrania, una “invasión no provocada” que, según el discurso oficial, se inició el 24 de febrero y carece de un cuarto de siglo de antecedentes, hay que salirse de los medios de comunicación oficiales y establecidos, explorar en los alternativos, en la propaganda rusa y demás, y pese a esta yincana, no siempre puede uno hacerse una idea clara de lo que ocurre.  

Para hacerse una idea de lo que ocurre en Ucrania hay que salirse de los medios de comunicación oficiales y establecidos, explorar en los alternativos, en la propaganda rusa y demás 

En cualquier caso, si lo que nos dicen sobre esta guerra fuera la verdad, no haría falta que censuraran los medios rusos, ni las voces disconformes con la narrativa oficial incluso en las redes sociales, ni que las fábricas de propaganda de la OTAN, cuyo dominio de los think tanks y medios de comunicación occidentales ya es considerable (igual que en Rusia pero en sentido inverso), nos bendijeran con su primitiva buena nueva macartista 

Nafo/Ofan, un aparato de propaganda trol de la OTAN en redes que se presenta como iniciativa de la “sociedad civil”, divide por ejemplo en cinco grupos a los occidentales disconformes con el discurso oficial atlantista sobre la guerra a los que presenta como “apologetas del genocidio” supuestamente perpetrado por Rusia en Ucrania, de acuerdo con la banalización del concepto practicada por los dos bandos. En esa galería de cómplices tenemos a: 1) los “comunistas”, que creen que Rusia es una especie de URSS; 2) los “antifascistas de izquierda”, que piensan que por tener ciertos problemas con neonazis, el gobierno y la sociedad nacionalista de Ucrania es nazi; 3) los “ultraderechistas”, que simpatizan con los aspectos “fachas” del argumentario del Kremlin; 4) los “cabezotas”, que siempre llevan la contraria y que si leen en el periódico “blanco”, dicen, “ajá, entonces es negro”, y 5) los “pacifistas bobos”, con la flor en el macuto y la mirada perdida en un mundo ingenuo con el arcoíris al fondo... Según The Grayzone, esta simpática “organización de la sociedad civil”, fue fundada por un polaco antisemita para recaudar dinero para la Legión Georgiana, una milicia acusada de crímenes como la ejecución de prisioneros con asesinos convictos en sus filas.  

 

La colaboración de la OTAN con la extrema derecha y su intenso recurso al terrorismo es un aspecto bien conocido y documentado de la historia europea y lógicamente en este conflicto está adquiriendo suma actualidad. 

Un estudio de la Universidad de Adelaida (Australia) sobre los tuits de la guerra de Ucrania constata que estamos sumidos en una masiva campaña de desinformación en las redes sociales. El estudio examinó cinco millones de tuits generados en las primeras semanas de la invasión rusa y revelaba que el 80% de ellos fueron generados en “fábricas” para la propaganda. El 90% de esos mensajes fabricados se lanzaron desde cuentas proucranianas y solo el 7% desde fábricas rusas. Para hacerse una idea, el primer día de la guerra se generaron desde esas fábricas hasta 38.000 tuits por hora bajo la etiqueta (hashtag) “yo estoy con Ucrania”. 

“Luchamos con la comunicación, esto es una pelea, hay que conquistar las mentes”, decía en octubre Josep Borrell en un galvanizador discurso ante embajadores de la Unión Europea, demasiado mansos y vagos, según sus palabras. Y como hay que “conquistar las mentes”, es necesario simplificar el mensaje y convertir una película compleja en un guion hollywoodense de buenos y malos para niños. Algunos ejemplos: 

– Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), hay 2,3 millones de refugiados ucranianos en Europa central/oriental, entre ellos 1,5 millones en Polonia, además de alrededor de un millón en Alemania. También hay 2,8 millones en Rusia, el país que más ha recibido, pero a estos últimos se les suele presentar como “deportados” por la narrativa de Kiev y raramente son mencionados como seres humanos en apuros en los medios de comunicación occidentales. (Este documental de Katerina Gordeyeva, que entrevista a refugiados de Mariupol en Varsovia, Berlín, Moscú, Rostov, Lvov y otras ciudades, ofrece el panorama de una realidad compleja). 

– Las maniobras nucleares rusas se presentan como “chantaje de Putin”; las de la OTAN (“Defender”) como “muestra de la credibilidad de la Alianza”. 

– Cuando Amnistía Internacional dice que también el ejército ucraniano comete crímenes de guerra, el asunto se tapa discretamente, incluida la airada reacción del gobierno de Kiev, que castiga a la organización negándole acceso y exigiendo rectificaciones. Algo parecido ocurre con los desaparecidos, silenciados, detenidos o asesinados miembros de la izquierda ucraniana, las fuerzas políticas ilegalizadas, medios de comunicación cerrados, la represalias contra “colaboracionistas” en los territorios reconquistados, etc. 

– El Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) denuncia, con buen criterio, los peligros que rodean a la central nuclear de Zaporiyia, pero no aclara quién bombardea los alrededores de esa central que está ocupada por el ejército ruso. El hecho de que, como en tantas otras “organizaciones internacionales”, el paquete mayoritario de acciones lo tengan los países occidentales determina la falta de claridad de las denuncias de su presidente, el argentino Rafael Grossi, sobre la evidente autoría de los bombardeos de esa central. 

– Cuando en agosto se comete un atentado en Moscú que mata a una joven periodista de derechas, Daria Dúgina, hija de un marginal filósofo ultra, Aleksandr Dugin, que según la leyenda occidental tiene gran influencia en el Kremlin (la relevancia de la ideología en este conflicto forma parte de dicha leyenda), eso no es “terrorismo”.  

– Cuando en septiembre se destruyen los gaseoductos rusos que abastecían a Alemania, que ya fueron objeto de un atentado de la CIA en los inicios de la cooperación gasística entre la URSS y Alemania en la década de los ochenta, y eso ocurre en el Báltico, seguramente la región marítima del mundo más controlada por la OTAN y poco después de que comenzaran las manifestaciones en Alemania para restablecer ese flujo, se diluye el debate sobre la autoría, el gobierno alemán niega explicaciones a sus diputados alegando razones de “bienestar público” (Staatswohl) y el periodismo atlantista se hace el tonto hablando de “misterio” o señalando directamente a Rusia como autora de los atentados.  

– Cuando en octubre, tras el atentado del día 8 contra el puente de Crimea (6 muertos) y los reveses militares en el frente, Rusia comenzó a lanzar oleadas de misiles y drones contra Ucrania, los ataques se describen como “indiscriminados contra civiles” (Biden). En el primer ataque, los ochenta misiles rusos lanzados ocasionaron 17 muertos y en el de 18 de noviembre (96 misiles) 15 muertos, según informes ucranianos. Mientras Rusia explicó que los ataques se dirigieron contra la red eléctrica y puntos de mando, el Wall Street Journal informó de que “la mayoría de los ataques golpearon subestaciones eléctricas y otros objetivos fuera de los centros urbanos y distantes de residencias civiles”. El mismo diario mencionaba, en su edición del 2 de diciembre, consideraciones que no aparecen en la prensa española y que son raras en la europea: “Los ataques son parte de una estrategia rusa para desmoralizar a la población y forzar a los gobernantes a la capitulación, señaló el jueves el Ministerio de Defensa británico. Sin embargo, como el Kremlin no empleó esa estrategia desde el principio de la guerra, sus efectos están siendo menos eficaces”. La consideración llama la atención indirectamente sobre la “superioridad” de la estrategia occidental: para hacerse una idea, en los primeros días de la guerra de Irak de 2003, la campaña de misiles contra Bagdad y otras ciudades, llamada “shock y pavor” (Shock & Awe) ocasionó 6.700 muertes, según estimaciones americanas. 

Independientemente de esa menor “eficacia” rusa en decisión y mortandad, los ataques son ciertamente criminales y sus efectos devastadores para la población civil: el 23 de noviembre, el 70% de la capacidad eléctrica ucraniana fue barrida por los ataques rusos, con los efectos sobre la población civil que nuestros medios de comunicación documentan con detalle. ¿Cuál es la justificación? El ministro de Exteriores, Sergei Lavrov, la ofreció en su conferencia de prensa del 1 de diciembre: “Las infraestructuras eléctricas ucranianas proporcionan potencial de combate a las fuerzas armadas de Ucrania, a los batallones nacionalistas, y de ellas depende la entrega de una gran cantidad de armas que Occidente suministra a Ucrania para matar rusos”. ¿A nadie le suena el razonamiento? 

El análisis de la guerra de Ucrania que no parta de su génesis de treinta años y de sus responsabilidades es mera literatura infantil propagandística 

El 25 de mayo de 1999, en Bruselas, al infame Jamie Shea, portavoz de aquella OTAN de Javier Solana, un periodista le preguntó: “Ustedes dicen que solo están atacando objetivos militares, entonces ¿por qué están privando al 70% del país (Serbia), no solo de electricidad, sino también de suministro de agua?”. La respuesta fue exactamente la misma que la de Lavrov: “Por desgracia, la electricidad alimenta los sistemas de control y puntos de mando. Si el presidente Milosevic quiere que su población tenga agua y electricidad lo único que tiene que hacer es aceptar las cinco condiciones de la OTAN (la capitulación), mientras no lo haga continuaremos atacando esos objetivos que suministran electricidad a sus fuerzas armadas. Si eso tiene consecuencias para los civiles, es su problema”. 

– ¿Está Rusia suministrando viagra a sus tropas para llevar a cabo violaciones en Ucrania? La representante especial sobre la violencia sexual en conflictos de la ONU, Pramila Pattendijo en octubre a la agencia AFP que esa leyenda, estrenada en junio de 2011 en Libia por la propaganda atlantista en la guerra contra Gadafi, formaba parte de una “estrategia militar” rusa, pero en noviembre confesó a los cómicos rusos Vovan y Lexus, que se estaban haciendo pasar por diputados ucranianos, que no tenía pruebas de ello. 

La simple realidad es que nos toman por idiotas. El análisis de la guerra de Ucrania que no tenga en cuenta las provocaciones occidentales que la propiciaron, que no parta de su génesis de treinta años y de sus responsabilidades, sobre las que lo más moderado que podemos decir es que son compartidas, es mera literatura infantil propagandística. Por desgracia ese es el medio ambiente informativo en el que estamos inmersos.  

“Fundamentalmente, la gente no quiere guerra, la población debe ser engañada para que consienta, o por lo menos no se oponga a la guerra”, explicaba hace unos años Julian Assange, el periodista que denunció crímenes enormes y lleva por ello diez años recluido y más de mil días aislado en una celda de alta seguridad de tres metros cuadrados, en condiciones que el relator de la ONU en la materia describe como tortura, y pendiente de que le extraditen a Estados Unidos donde le esperan un juicio injusto –porque la ley de espionaje que le acusa impide alegar cualquier consideración sobre los crímenes denunciados y la libertad de información– y 175 años de cárcel. Obviamente, la consideración de Assange es válida para los dos bandos de esta guerra, pero de lo que aquí se habla es del nuestro, del pienso con el que cada día nos alimentan espiritualmente nuestros “informadores”. 

domingo, 4 de diciembre de 2022

Las sanciones como arma de guerra.

 

Sanciones de destrucción masiva  . 

Leandro Morgenfeld




Mulder, Nicholas: The Economic Weapon: The Rise of Sanctions as a Tool of Modern War, Yale University Press, New Heaven and London, 2022. 434 páginas

Una parte fundamental de la guerra que se libra hoy en Ucrania son las enormes sanciones impuestas por EEUU y sus aliados [títeres] contra Rusia, con efectos económicos, sociales y políticos para el mundo entero. Nicholas Mulder, profesor de la Universidad de Cornell, nos recuerda que hay que retrotraerse casi un siglo para encontrar una situación similar: «La última vez que una economía del tamaño de Rusia enfrentó un espectro de restricciones comerciales tan amplio como el que se aplicó tras la invasión a Ucrania fue en la década de 1930. No obstante, a diferencia de Italia y Japón en esa época, hoy Rusia es uno de los principales exportadores de petróleo, granos y otras materias primas esenciales».

Justamente de este tema de enorme actualidad, la génesis del «arma económica» en el período de entreguerras, se ocupa su último libro. Su interés, entonces, no es meramente histórico: el análisis resulta más que útil para pensar el conflicto geopolítico que estremece al mundo y acelera cambios tectónicos en el orden global, entre los que se destacan la crisis de hegemonía estadounidense, el ascenso de China y la región Asia-Pacífico, la creciente debilidad y subordinación de la Unión Europea y el fortalecimiento del eje Moscú-Pekín, que articulan además a otros emergentes a través del grupo BRICS.

Claro está que su libro no fue gestado a las apuradas ante la coyuntura crítica que atraviesa el mundo, sino que es el resultado de varios años de investigación --en archivos de seis países, en cinco idiomas-- para su tesis doctoral. Si bien es un trabajo histórico que se ocupa del período de entreguerras, concitó mucha atención por la vigencia de la temática abordada. Según un informe oficial de Naciones Unidas de 2015, un tercio de la población mundial vive en países que sufren algún tipo de sanción económica (como la prohibición de exportaciones e importaciones, el congelamiento de activos extranjeros, la expropiación de propiedades enemigas, la suspensión de patentes, el embargo de la venta de armas, entre otras). A pesar de que fue publicado este mismo año, ya provocó repercusiones entre colegas y especialistas y fue discutido en diversos medios, entre los que se destaca el blog Tocqueville21, que reunió las reseñas de Benjamin Coates, Liane Hewitt, Jamie Martin y Glenda Sluga y las respuestas del propio Mulder.

Mulder comienza exponiendo las razones por las que --en contra del sentido común--, el «arma económica» a menudo termina siendo más letal que la propia guerra que pretende evitar. La reconstrucción de la historia de las sanciones en el período de entreguerras arroja luz para entender cuán profundamente el internacionalismo liberal fue formateado en la era de guerra total (1914-1945), cómo el ascenso de la hegemonía estadounidense normalizó el uso de las sanciones al tiempo que amplió sus objetivos (ya no solo procurar cambios «externos», en las relaciones entre países, sino también «internos», como caídas de gobiernos) y de qué manera la presión económica provoca --o más bien encuentra límites en su intento de provocar-- resultados políticos, sugiriendo una novedosa y fundamental distinción entre efectos y eficacia de las sanciones económicas en la historia global.

Hoy en día las sanciones están aceptadas por Occidente como una herramienta más de las instituciones liberales globales y los límites para ponerlas en práctica son cada vez menores (el caso actual de Rusia es una clara muestra de ello). En este sentido, Mulder nos presenta una genealogía compleja de cómo se implementaron e incorporaron en la naciente Liga de Naciones y de qué forma, a su vez, se heredaron en el sistema de Naciones Unidas.

Si bien rara vez consiguen sus objetivos, las sanciones son el arma preferida de la política exterior estadounidense desde hace décadas. Fácilmente eludidas por sus víctimas, suelen provocar devastadores efectos humanitarios en civiles inocentes. El caso de Irak en los años noventa es sumamente ilustrativo. Lo interesante de la investigación de Mulder, que recrea los tempranos debates político-morales planteados a principios del siglo XX (recordando, por ejemplo, cómo las organizaciones feministas se opusieron a los bloqueos por las catástrofes humanitarias que generaron) es que se centra no tanto en la eficacia de las sanciones --muestra que solo «sirvieron» en casos muy concretos y contra países relativamente débiles--, sino en los efectos que produjeron.

Eso le sirve, por ejemplo, para argumentar que muchas veces provocaron lo que supuestamente procuraban evitar: empujaron a Alemania, Italia y Japón, por caso, a la expansión imperialista que terminó en la Segunda Guerra Mundial. Mientras que los gobiernos de Francia y el Reino Unido las consideraban como un arma que podía prevenir la guerra, tanto para Hitler como para Mussolini eran parte de la guerra. El Führer, según un diplomático suizo, declaró «Yo necesito Ucrania, así no pueden someternos a la hambruna como hicieron en la última guerra».

Uno de los puntos interesantes del planteo de Mulder es que, luego de la primera guerra, los políticos de ambos bandos se convencieron -- erróneamente-- de que el bloqueo económico había sido decisivo para derrotar a Alemania y al Imperio Austro-Húngaro. Eso dio impulso a los partidarios de las sanciones, desdibujó las fronteras entre la guerra y la paz, minó el estatus de la neutralidad y se instaló en el corazón del internacionalismo liberal.

Las sanciones fueron útiles, por ejemplo, para disuadir a Yugoslavia de invadir Albania en 1921, pero en los treinta fracasaron para prevenir la conquista de Etiopía por parte de la Italia de Mussolini. Sin embargo, no fue a causa de que fueran un «tigre de papel». Contrariando a la mayor parte de los analistas, Mulder asegura que ese fracaso no se debió a que las sanciones fueran demasiado blandas --insuficientes--, sino a lo contrario: eran demasiado fuertes y extremas y, en consecuencia, difíciles de implementar y potencialmente contraproducentes.

Otro punto fundamental sobre el que Mulder pone el foco es la crítica al presupuesto liberal de que los seres humanos son maximizadores racionales del interés propio. Así, los partidarios de las sanciones argumentaban que éstas detendrían la guerra, en tanto los ciudadanos de los países que podrían sufrirlas reaccionarían ante el desmejoramiento de sus condiciones materiales de vida y exigirían a sus líderes que evitaran el conflicto y mantuvieran la paz. Como señala Mulder, «La mayoría de la gente en la mayoría de los lugares la mayor parte de las veces toma decisiones colectivas tomando en cuenta un número mucho mayor de factores». O sea, deja de lado el modelo simplista del homo economicus.

Benjamin Coates resalta que el surgimiento de «sanciones» como el término preferido para la coerción económica en tiempos de paz demuestra el poder de los defensores de las mismas. Los líderes alemanes e italianos de entreguerras rechazaron la descripción y, en cambio, conceptualizaron las sanciones como la simple continuación del bloqueo de los tiempos de la guerra. Que las sanciones hoy en día sigan siendo vistas comúnmente como una alternativa a la guerra refleja el residuo de la hegemonía global estadounidense. Incluso los programas estadounidenses unilaterales se describen como «sanciones», lo que sugiere las formas en que Washington ha buscado universalizar sus intereses nacionales.

Esto es significativo dado el doble rol --a veces contradictorio-- entre EEUU como gendarme planetario, a cargo de la gestión colectiva y la asociación económica, lo que implica una coordinación (aunque muy acotada) de la tríada EEUU-Europa-Japón, y la defensa lisa y llana de sus intereses nacionales.

Liane Hewitt destaca correctamente como una de las tesis fundamentales del libro que el «arma económica» reinventó el liberalismo en el siglo XX, en el que se impusieron la guerra total y la soberanía nacional sobre la economía. La incorporación de las sanciones económicas dentro la Carta de Naciones Unidas, en 1945, fue el triunfo final de los defensores de las mismas contra los neutralistas, luego de dos décadas de debates, que Mulder recrea en detalle. Así, uno de los aportes de la obra es que reinterpreta la crisis del liberalismo del período de entreguerras no solo como el resultado de los embates de fascistas y comunistas contra el orden liberal, sino también de un conflicto agudo entre los propios liberales: sancionistas vs. neutralistas.

La segunda tesis de Mulder, según esta doctoranda de la Universidad de Princeton, es que la amenaza de sanciones económicas, en la década de 1930, no solo no frenó la guerra, sino que tuvo un efecto desestabilizador, generando presiones económicas que empujaron los planes expansionistas de Alemania, Italia y Japón. Como concluye Hewitt, «lejos de pavimentar el camino para el sueño liberal de la paz perpetua, las sanciones parecen incentivar el descenso hacia la perpetua "guerra de paz" o las "guerras eternas"». La Administración Biden debería estudiar mejor esta experiencia histórica, dada la forma en que está encarando la confrontación con Rusia.

Si, como dijo Carl von Clausewitz, la guerra no es simplemente un acto político, sino una continuación de las relaciones políticas por otros medios, este libro muestra la génesis del proceso a través del cual se fue difuminando la frontera entre la guerra y la paz, habilitando a ciertos gobiernos poderosos --y las instituciones que manejan, como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial-- a sancionar a otros, incluso sin declararles formalmente la guerra. Quizás enriquecería el análisis incluir en este punto las teorías del imperialismo, tan populares en esa época, y las nociones de hegemonía o las más actuales de la geopolítica crítica para dar cuenta de cómo las sanciones moldearon (y moldean) la estructura jerárquica de las relaciones interestatales. Y cómo son usadas hoy en día, fundamentalmente por EEUU y las potencias occidentales, para intentar ralentizar el proceso de transición hacia un mundo más multipolar.

Como señala Jamie Martin, Rusia y China parecen haber aprendido la lección. El desarrollo de dos poderosos instrumentos del liberalismo globalista --los préstamos condicionados y las sanciones económicas-- animó a Pekín y a Moscú a fortalecer sus capacidades nacionales y avanzar hacia la «amistad sin límites» que anunciaron en febrero pasado, impulsando además alianzas estratégicas con India, Irán y otros actores de peso para plantear nuevas instituciones globales que no les sean hostiles. Pocas veces un estudio histórico como el de Mulder fue publicado en un momento tan oportuno.

jacobinlat.com

viernes, 2 de diciembre de 2022

Las élites gamberras .

Las élites gamberras
 
La industria que mejor está funcionando, además de la de armamento, es la del aturdimiento. 

 Manuel Rivas.

   La palabra “civismo” es de las que se mantuvo en pie, resistiendo la deforestación del lenguaje. De esas que siguen con los pies en el suelo, sin perder su sentido. Hay palabras que no tienen esa suerte. “Algunas personas son tan falsas”, escribió Marcel Aymé, “que ya no son conscientes de que piensan justo lo contrario de lo que dicen”.
 La palabra “libertad” viene siendo una de las preferidas en el menú del canibalismo político y mediático. Pero esa “libertad”, la que invoca, por ejemplo, la musa reaccionaria Díaz Ayuso, no anda por libre. No la dejan. Es “carne fabricada” o robaliza de piscifactoría. Insípida, dopada, desposeída de su naturaleza solidaria, de esa voluntad que los genuinos librepensadores calificaron como ‘public-spirited’, de espíritu público. 
Este tipo de personas depredadoras de palabras acostumbran evitar en los discursos algunas castañas calientes que les podrían reventar en la boca. Una de esas buenas castañas es la de “civismo”.  En la política española, tendríamos que hablar hoy de la Bulo Derecha, en la que está muy de moda el estilo híbrido de señorito macarra Richard Sennett, esa luciérnaga del pensamiento contemporáneo, definió con precisión irónica un nuevo tipo de liderazgo: el del “carisma incívico”. 
El paradigma del líder gamberro podría ser Trump, pero hay una competencia histérica en este campeonato de descivilización vigente. Una cosecha de élites, o aspirantes a serlo, en las que la grosería no es un defecto, sino una carta de presentación. En su tiempo, con Steve Bannon y compañía, se habló mucho de la Alt Right o “derecha alternativa”. 
 En la política española, tendríamos que hablar hoy de la Bulo Derecha, en la que está muy de moda el estilo híbrido de señorito macarra. Hay todavía alguna gente que apela a lo “políticamente incorrecto” para envolver como rebeldías o heterodoxias cuatro arrebatos mohosos. Pero ese simulacro es un esfuerzo innecesario en estos tiempos. En el carisma incívico, pensar no es necesario para decir lo que se piensa. Las taras son ventajas, y los bajos instintos, altas virtudes, incluso pruebas de patriotismo. La grosería es a la vez estilo y mensaje. ¡Fuera complejos! Es decir, ¡fuera escrúpulos! 
La política como activismo cinegético, en la que “los otros” son piezas a abatir en la montería mediática. No es casual que se utilice poco la palabra “civismo”. La industria que mejor está funcionando, además de la de armamento, es la del aturdimiento. ¿En qué consiste la estrategia del aturdimiento? Lo explicó muy bien el politólogo brasileño Marcos Nobre: “Bombardear a las personas de manera que no consiguen ni siquiera pensar”. Cada vez que hay elecciones, en cualquier parte, se habla mucho de las “personas indecisas”. Se presenta como un trazo negativo, la indecisión. Gente desorientada, sin criterio, con viento en las ramas, que no “sabe votar”. Pues no. No estamos indecisos, estamos aturdidos. 
Las personas, explica Marcos Nobre de Brasil. , (1) “quedan aturdidas por las bombas que caen en forma de fake news y vídeos que impiden un debate público decente”. En el fondo, estar aturdido es una forma natural de autodefensa. En el año 1975, en una reunión extraordinaria, y después de las revueltas de Mayo del 68, las masivas protestas contra la guerra en Vietnam, las luchas por los derechos civiles, la denuncia de la corrupción al máximo nivel (Watergate), la Comisión Trilateral, órgano pensante del establishment occidental, llegó a la conclusión de que todo se debía a “un exceso de democracia”. En sesión no menos extraordinaria, y ya al final del año 2022, la Comisión Universal de Afectados podemos concluir que gran parte del malestar que sufrimos se debe a un “exceso de aturdimiento”. 
El que provoca el bombardeo mediático bruto de las élites gamberras. “Un bicho violento y traidor”. En Si esto es un hombre, Primo Levi define así a un tipo llamado Alex El Kapo, un preso al servicio de los nazis del campo de exterminio de Auschwitz. Pero todavía es más interesante el trazo que completa el retrato del sujeto: “Acorazado en su sólida y compacta ignorancia y estupidez”. El espacio en el que El Kapo ejerce su dominio arbitrario y mezquino pertenece a un período histórico de excepción. Él es una pieza muy subalterna, una excrecencia ínfima nazi, pero eficaz, en la maquinaria represiva del Tercer Reich. ¿Qué es lo que tiene en común Alex El Kapo con los del carisma incívico y con la política del aturdimiento? La coraza. Esa sólida y compacta ignorancia y estupidez. ----------------

 Este artículo se publicó en gallego en la edición impresa de la revista Luzes. 


¿ Limites al precio del petróleo ruso ?

Es poco probable que el tope del precio del petróleo perjudique los ingresos de Rusia
 
Por Irina Slav 

Los países del G7 y la UE en desacuerdo sobre el nivel de precio tope para el crudo ruso. El crudo ruso ya cotiza por debajo del nivel del precio tope propuesto. Menos crudo ruso en el mercado puede resultar en precios de crudo más altos a principios del próximo año. Cuando el Secretario del Tesoro de EE. UU. propuso limitar el precio del petróleo de exportación ruso para frenar los ingresos de Moscú, los precios del petróleo se dispararon. 
La razón fue que el tope de precios, destinado a reducir los medios de Rusia para financiar la guerra en Ucrania, fue visto como un movimiento arriesgado que podría incitar a Rusia a responder suspendiendo las exportaciones de petróleo. De hecho, la reacción de Rusia fue bastante predecible: Moscú dijo que dejaría de exportar petróleo a los países que imponen el tope de precios que todos los miembros del G7 adoptaron, incluido Japón, al que se le otorgó una exención del tope. Ahora, seis meses después, mientras la Unión Europea debate el nivel del tope del precio del petróleo, ha crecido el escepticismo sobre su efectividad. 
El principal factor que impulsa este escepticismo es el nivel de precios que se discute, que está entre $65 y $70 por barril. Según los autores de la idea en el G7, este nivel de precios proporcionaría a Rusia un incentivo para continuar exportando petróleo crudo incluso con un tope en un intento por evitar una escasez. Nuevamente, eso es a pesar de la declaración de Rusia de que no exportaría petróleo a países que aplican un tope, independientemente de su nivel. Sin embargo, no todos están de acuerdo con ese nivel de precios.
 Esta es la razón por la que la UE no pudo ponerse de acuerdo sobre el tope el lunes: Polonia y dos de los estados bálticos insistieron en que el precio del petróleo ruso asegurado y enviado por empresas occidentales tenía un tope mucho más bajo, cercano a su costo de producción, que se ha estimado. a alrededor de $ 30 por barril. Relacionado: Fuente: No espere sorpresas en el suministro de petróleo de la reunión del domingo de la OPEP+ El problema es que, a menos que la UE esté de acuerdo con el tope de precios propuesto por el G7, tendrá que implementar su propio embargo sobre todas las importaciones marítimas de petróleo crudo ruso al bloque a partir del próximo lunes. Y el problema radica en el hecho de que un embargo podría conducir a precios sustancialmente más altos para los compradores de petróleo europeos. 
 En cierto modo, entonces, el tope de precios es una forma de mitigación del plan de embargo de la UE, como sugirió el FT en un informe reciente . El límite, según el informe, fue un intento de la administración Biden de compensar los efectos del embargo en los precios mundiales del petróleo. Sin embargo, al nivel de precios actualmente considerado, el tope, si bien ciertamente garantiza que el petróleo ruso continúe fluyendo internacionalmente, fallaría en su segundo objetivo declarado: reducir los ingresos de Moscú para disuadirlo de continuar la guerra en Ucrania. 
 De hecho, los ingresos por exportaciones de petróleo crudo constituyen una parte sólida de los ingresos presupuestarios de Rusia, pero podría decirse que podría sobrevivir sin ellos y continuar lo que llama su operación militar especial en Ucrania, como sugiere la historia militar del país.
 Sea como fuere, los analistas parecen estar de acuerdo en que el tope de precios es prácticamente inútil, como lo llamó Amena Bakr de Energy Intelligence en un tweet reciente. reciente . “Dado que el petróleo ruso (Urales) se cotiza a $ 60,65 / bbl, el límite de precio propuesto ya cumple con las condiciones predominantes del mercado”, según Vivek Dhar del Commonwealth Bank of Australia, citado por CNBC. “Esos niveles de descuentos ciertamente están en línea con los descuentos que ya hay en el mercado...
 Es algo que no parece, tal como está colocado, que vaya a tener ningún efecto [en Moscú] en absoluto si el precio es tan alto .” Massimo Di Odoardo, director de investigación de gas y GNL de Wood Mackenzie, dijo al medio de comunicación. 
 De hecho, la mezcla insignia de los Urales de Rusia se cotizaba a poco más de $50 por barril el lunes, mientras que la UE discutía un tope de entre $65 y $70 por barril, lo que plantea preguntas comprensibles sobre el punto de las discusiones. De hecho, Javier Blas de Bloomberg expresó las cosas sin rodeos en una columna reciente , diciendo que las discusiones sobre el tope del precio del petróleo ruso y el tope del precio del gas para la UE eran "profundamente inútiles", y agregó que en realidad no importa si los topes son efectivos. mientras estén allí, y por lo tanto, aquellos que están de acuerdo con ellos son vistos como "duros con Rusia". 
 En eso, Blas se hizo eco del propio sentimiento de Moscú sobre el asunto: “Los europeos todavía tienen discusiones muy desconcertantes sobre este tope [de precio]. Nombran números difícilmente explicables, parece que solo están tratando de tomar una decisión por el bien de una decisión, no por el efecto, sino solo para mostrar que se ha introducido el límite”, dijo esta semana el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov. Por supuesto, los precios del petróleo aún podrían subir después de su última caída causada por la creciente preocupación por la demanda en China, que todavía está luchando contra Covid. 
De hecho, podrían subir unos días después de la reunión de la OPEP+ de diciembre, en la que se puede debatir un nuevo recorte de la producción. Sin embargo, para la UE, el asunto parece estar más o menos resuelto: Polonia no cede en su demanda de un tope más bajo, y es poco probable que Grecia y Chipre cedan en su demanda de proteger sus industrias navieras, hipotéticamente, a través de un tope más alto. gorra.
 Lo que esto significa es un embargo de la UE sobre el petróleo ruso, una reducción del suministro de petróleo a la UE y, en consecuencia, precios más altos. Y los precios más altos para el petróleo no ruso también pueden conducir a precios más altos para el petróleo ruso, ya que la oferta se desvía. Y si Rusia cumple su promesa de suspender las ventas a los encargados de hacer cumplir los límites, incluso podría terminar con mayores ingresos de su petróleo. 
 Por Irina Slav para Oilprice.com .
 https://oilprice.com/Energy/Crude-Oil/Oil-Price-Cap-Unlikely-To-Hurt-Russias-Revenue.html