viernes, 20 de abril de 2018

Llarena , cul de sac .



 Resultado de imagen de cul de sac polanski

Rizando el rizo: la Guardia Civil habría ocultado datos a Llarena


 El callejón sin salida en que se han metido al juez del Tribunal Supremo, Pablo Llarena, y el ministro de Hacienda, Cristobal Montoro, suma un nuevo episodio con la posibilidad de que la Guardia Civil haya ocultado información que podría demostrar la ausencia de malversación de fondos públicos para la organización del referéndum del 1-O.

Según adelanta 'Público',



 Resultado de imagen de cul de sac polanski
 Nota . Las fotos   son    de Cul de Sac de Polanski .

jueves, 19 de abril de 2018

Imperiofobia y la extrema derechización del extremo centro.


 Resultado de imagen de imperiofobia y leyenda negra


  El imperio del extremo centro
Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español (Siruela, 2016), ha pasado de ser un fenómeno de ventas a ser creadora de opinión
Miguel Martínez

 CTXT .

20 de Diciembre de 2017

CTXT está produciendo el documental 'La izquierda en la era Trump'. Haz tu donación y conviértete en coproductor. Tendrás acceso gratuito a El Saloncito, la web exclusiva de la comunidad CTXT. Puedes ver el tráiler en este enlace y donar aquí.

En apenas un año, María Elvira Roca Barea, autora de Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español (Siruela, 2016), ha pasado de ser un fenómeno de ventas a ser creadora de opinión. Imperiofobia es el libro de historia del año en términos de difusión y cobertura mediática. A día de hoy, lleva 17 ediciones. Pero además Roca Barea ha concedido docenas de entrevistas a todos los medios de comunicación españoles, grandes y pequeños. El prestigio acumulado por el libro le ha ganado a su autora tribunas sobre la actualidad política en El País y El Mundo. Tras un año de éxitos, Roca Barea fue la encargada de conmemorar este año el 12 de octubre con una conferencia titulada “Hispanidad con futuro” en la sede del Instituto Cervantes de la calle Alcalá, uno de los cuarteles generales de la política cultural estatal. El Mundo publicaba el texto, con el mismo título y a toda página, el día de la fiesta nacional.

El libro ha atraído a un público inteligente y diverso, demostrando que existe un gran número de lectores ávidos de argumentos sobre el pasado imperial. Y no es difícil comprender por qué. Un sólido andamiaje de notas a pie de página, un repertorio bibliográfico en varias lenguas y un marco comparativo ambicioso parecerían dotar al libro de toda la seriedad del análisis histórico. Dice, con escasa convicción, no ser ni de izquierdas ni de derechas (p. 17). Es simplemente la Historia que viene a derribar el Mito; y con él, nuestros prejuicios acomplejados (p. 46).

Muchos lectores de Imperiofobia aseguran que el libro “dice muchas verdades” o que “está muy bien documentado”. Y tienen razón. Algunas de las puntualizaciones de Roca Barea sobre la Inquisición española, la administración imperial de América o las guerras de propaganda entre las potencias europeas de la edad moderna gozan de amplio consenso entre los historiadores. También hay, no obstante, demasiadas inexactitudes y errores en el libro, como ha señalado Juan Eloy Gelabert en una detallada reseña. Pero el problema, en mi opinión, no está ahí. El diablo, en este caso, no está en los detalles, sino en el conjunto: en el triple salto mortal desde los datos hasta el argumento. Con numerosos retazos de verdad, Roca Barea teje una monumental falacia, intelectualmente insostenible y peligrosa desde el punto de vista ético y político. Veamos por qué.

    Algunas de las puntualizaciones sobre la Inquisición española, la administración imperial de América o las guerras de propaganda entre las potencias europeas de la edad moderna gozan de amplio consenso entre los historiadores

Para Roca Barea, las víctimas son los imperios. No son los imperios quienes vampirizan a los pueblos, sino que es la leyenda negra quien “vive parasitando los imperios” (p. 50). En el universo paralelo de Roca Barea el malo no es Pedro de Alvarado, sino Bartolomé de las Casas. “La imperiofobia”, nos dice, “es una clase de prejuicio racista hacia arriba, idéntico en esencia al racismo hacia abajo” (p. 31; el énfasis es de la autora). De la misma manera que es idéntica en esencia la hostia que te atiza el bully de la clase a tu lanzamiento de cara contra su puño. El argumento, basado en la irresistible belleza de la simetría, oculta la minucia de que la imperiofobia, tal y como la define Roca Barea, no ha matado a nadie. Los imperios y el racismo parecería que sí.

El libro desarrolla dos argumentos que en realidad son incompatibles. Uno sobre la imperiofobia, que sería universal, y otro sobre la hispanofobia, particularísima. Esta última es la que en realidad le interesa. Todos los imperios generan aversión, dice, pero el nuestro mucho más. Los casos de Roma, Rusia y Estados Unidos (parte I, capítulos 3-5) están en el libro a mayor gloria del imperio español, pues solo sirven para confirmar que “la leyenda negra de España es la mayor alucinación colectiva de Occidente” (p. 95). Inglaterra solo aparece en su papel de antagonista, pero no como potencia expansiva, porque explorar la propaganda antibritánica habría reducido al absurdo su vieja imagen de la pérfida Albión como máquina de odio hispanófobo (parte II, cap. 4). Así que hagámosle caso a la autora y centrémonos en su leyenda, rosiblanca y rojigualda, del imperio español.

    El libro desarrolla dos argumentos que en realidad son incompatibles. Uno sobre la imperiofobia, que sería universal, y otro sobre la hispanofobia, particularísima

El imperio en América fue un periodo de extraordinaria placidez: en trescientos años, nos dice, “no hubo ni conflictos importantes ni grandes convulsiones sociales, ni nada que pudiera compararse a la rebelión de los cipayos en el Imperio británico. La convivencia de las razas distintas fue en general bastante pacífica y hubo prosperidad” (p. 305). Así querría Roca Barea borrar con dos golpes de teclado las revueltas cimarronas de Nueva Granada, Tierra Firme y el Caribe, los tumultos generales de 1624 y 1692 en la ciudad de México, la guerra interminable contra los mapuches chilenos (que forzó al imperio a crear el primer ejército permanente en territorio americano), la larga historia de levantamientos indígenas en Chiapas o las rebeliones lideradas por Túpac Amaru y Túpac Katari en el Perú, que movilizaron masivamente a un conjunto diverso de pueblos indígenas y aliados mestizos suspendiendo de facto la autoridad colonial en torno a 1780. En realidad hay decenas, centenares de “conflictos importantes”. A Roca Barea no le interesa nada lo que hace ya muchos años Miguel León-Portilla llamó la visión de los vencidos—los relatos indígenas de la conquista—, pero le viene realmente mal la dignidad de los alzados, porque interrumpirían continuamente su película.

La película, de hecho, había comenzado con la vieja teoría de Menéndez Pidal de un Carlos esencialmente hispánico, más I que V, que tiene difícil curso legal en la historiografía contemporánea. Pero Roca Barea le da vía libre después de dedicarle exactamente media línea a la revuelta comunera (1519-1521) que enfrentó a buena parte del reino con los designios imperiales del monarca (p. 163).

    Lo que hay detrás de esta sistemática omisión, además de mala práctica histórica, es un brutal gesto ideológico: el imperio es, nos dice al principio, una especie de “ley de la gravedad social"

La brocha gorda no se debe a descuidos ingenuos: es una violenta ocultación de las resistencias, no las fobias, que generó el imperio. Lo que hay detrás de esta sistemática omisión, además de mala práctica histórica, es un brutal gesto ideológico: el imperio es, nos dice al principio, una especie de “ley de la gravedad social”. Es un fenómeno físico irresistible, una determinación biológica: “Partamos del axioma de que el ser humano no es por naturaleza suicida y de que tiende a obrar en su mayor beneficio. Si esto es así, alguna ventaja ha debido hallar nuestra especie en estas macroestructuras políticas” (pp. 15-16). Claro. El problema es que unos (digamos, los conquistadores) hallaron más ventajas que otros (pongamos, los taínos de La Española).

“Es evidente que la población indígena disminuyó tras la llegada de los españoles” (p. 313). Así se despacha Roca Barea la catástrofe demográfica derivada de la expansión imperial, a la que dedica en total dos o tres párrafos en casi quinientas páginas (pp. 76, 313). Lo mal que nos quieren los protestantes queda claro en el libro a fuerza de reiteraciones. Pero las consecuencias inmediatas que tuvieron los imperios para la vida humana son apenas una anécdota. En un libro tan rico en datos y referencias, cuesta creer que la autora desconozca todas las investigaciones que desde la demografía histórica han tratado de cuantificar la mortandad de los indígenas americanos (la de las masacres y la de las epidemias) como consecuencia de la conquista. Las matanzas son menos relevantes que la inmotivada mala fe de los ingleses con los españoles.

Sobre Las Casas, piedra de toque fundamental en todo su argumento, Roca Barea reproduce viejas versiones de Philip Wayne Powell y Menéndez Pidal que la mayoría de los estudiosos consideran de una alocada parcialidad. La autora encuentra tan ridículas e hiperbólicas algunas de las prácticas militares de la conquista que reporta el fraile que ni siquiera se toma la molestia, como hace cuidadosamente en otros casos, de refutarlas. Pero el aperreamiento, la amputación de las manos, las quemas y matanzas generales están documentadas en numerosas fuentes que la excelente edición de José Miguel Martínez Torrejón coteja con escrúpulo—edición publicada no en oscuras editoriales académicas, sino por Círculo de Lectores primero y en la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española después. La naturaleza enfática y polémica de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, el texto icónico de Las Casas, no vuelve falso su contenido. De la misma manera que no es la naturaleza polémica y enfática de Imperiofobia lo que hace desbarata sus tesis. Son, como vemos, otras cosas.

    La autora encuentra tan ridículas e hiperbólicas algunas de las prácticas militares de la conquista que reporta el fraile que ni siquiera se toma la molestia, como hace cuidadosamente en otros casos, de refutarlas

Son también, por ejemplo, las contradicciones que torpedean la línea de flotación argumental de Imperiofobia. A la autora le indigna mucho que la Inquisición se vincule subrepticiamente con la barbarie nazi en un documental de la BBC (p. 280). Pero no se corta a la hora de ligar obscenamente a Lutero y la reforma protestante con los mismos nazis (p. 182). Según Roca Barea, los imperios son por definición multinacionales y eso es una de sus muchas virtudes. Lo cual no le impide desresponsabilizar a los españoles del Saco de Roma de 1527 en razón de que la mayoría de los soldados en el ejército imperial de Carlos eran alemanes (p. 136). Igualmente, la autora arguye contra toda evidencia histórica que la guerra de los Países Bajos en realidad fue una guerra civil, dado que en los ejércitos de los Felipes (II, III y IV) participaron muchos soldados holandeses (quiere decir valones, como señaló Juan Gelabert).

Algunos lectores críticos comentan que, a pesar de todo, era un libro que necesitábamos. Pero en realidad no, no lo necesitamos. Ahí está, para quien lo quiera, el viejo libro de Julián Juderías, pero también El árbol del odio (1971) de Philip Wayne Powell, quizás el libro más citado en Imperiofobia y al que más se parece. El entusiasmo hispanófilo y el vigoroso anticomunismo de Powell, buen historiador de la América colonial, lo llevaron a solidarizarse abiertamente con el franquismo en el largo invierno de la guerra fría. Pero sobre todo no necesitamos el libro de Roca Barea porque tenemos mejores estudios sobre el tema y ahí están, entre varios otros, los trabajos sólidos de Ricardo García Cárcel, quien ha disputado públicamente las tesis de Imperiofobia.

Ahora, en el también ya largo invierno de la crisis nacional, el libro de Roca Barea pretende ofrecer certezas identitarias a un pueblo, como diría Larra, ansioso de palabras. El día 5 de diciembre, ya en plena campaña electoral catalana, Roca Barea prestaba su firma a la eurodiputada de Ciudadanos María Teresa Giménez Barbat en una tribuna a cuatro manos de El País. Ahí se prolongaba la guerra de Flandes hasta nuestros días, con Puigdemont como nuevo e inesperado protagonista. El revival neocolonial de Roca Barea no ayuda en nada al debate sobre Cataluña, cualquiera que sea nuestra posición al respecto. Que Ciudadanos compre esta ajada versión del pasado imperial es consistente con su extrema derechización del extremo centro. Pero con toda seguridad, este no es el pasado que necesitamos para construir un futuro en común.

Imperiofobia tendrá sin duda una mínima repercusión en el ámbito de la historia académica. Pero es urgente desmontar sus argumentos pseudohistóricos también en el terreno del discurso público, porque el libro lleva un año proporcionando munición ideológica al nacionalismo más autocomplaciente y reaccionario. La apertura y democratización del saber histórico debería ser exactamente lo contrario de este enroque imperial en las ruinas intelectuales del nacionalcatolicismo.http://ctxt.es/es/20171220/Politica/16846/imperio-colonialismo-roca-barea-imperiofobia-c%27s.htm
Nota del blog  .. La leyenda negra es un problema del nacionalismo español  del siglo XX  nacido con la crisis del 98 , que funciona  como una reacción victimista y nacionalista muy antieuropea,  como estamos viendo con el caso de los politicos " huidos" de Catalunya ..Y ver  dos criticas de historiadores al libro , la autora del libro , no es historiadora, sino filóloga

y ver  ..


Nuestros medios te explican el bombardeo a Siria

Nuestros medios te explican el bombardeo a Siria



Vale la pena hacer un repaso a cómo nos han informado los medios sobre último el ataque de Estados Unidos, Francia y Reino Unido a Siria.
La primera fase ha sido dar por segura la autoría del presidente sirio Al Assad. Cataluña Radio, al igual que muchos medios, sin moverse de la redacción porque desde ahí lo firman, ya señalan que las tropas de Al Assad han provocado 70 muertos lanzando un gas químico contra la población de Douma. En el texto de la noticia se recoge que el presidente sirio lo niega, pero eso no importa, el titular es para echarle la culpa a él sin contrastar la información.
Muchos nos preguntamos cuál es el motivo por el que un gobernante, igual da que sea democrático o dictador, va a bombardear una zona civil de su propio país con gases. La decisión parece totalmente absurda, los dictadores, por lo general, se centran en matar opositores, pero no atacan con armas químicas a niños de su propio país, muchos menos cuando los países más armados del mundo le amenazan con castigarlo si lo hace.
Así empezó explicándose un general retirado británico cuando era entrevistado en directo por el canal de televisión Sky News el 13 de abril. Sin embargo, poco dura esa reflexión, ya que, al escucharlo la periodista le retira la palabra: “Vale, lo siento mucho, tenemos que dejarlo ahí”. Y cambia de tema. Hemos conocido esas declaraciones gracias a Rusia Today, que difundió la entrevista de Sky News.
Al igual que ha sucedido en otras ocasiones en guerras y ataques en esa región, nunca oímos la reacción de ningún testigo, de ningún ciudadano del país. No recuerdo ni un solo medio español desplazado en Siria recogiendo reacciones de ciudadanos sirios. Sí lo hizo, sin embargo, Rusia Today el 15 de abril; quizás eligiera de forma interesada los entrevistados, no lo sé, pero nuestros medios ni siquiera pensaron que debían recoger los testimonios de algún sirio. La situación me recordó la imagen de nuestros periodistas en Bagdad cuando las tropas estadounidenses entraban en la ciudad y comenzaban a derribar una estatua de Sadam Hussein, todos los enviados comentaban el hecho frente a la cámara, pero ninguno se acercó a preguntarle a un iraquí qué pensaba. Curioso porque en España cuando hace frío nuestros periodistas dedican todo el tiempo del mundo a preguntarle a los viandantes si tienen frío.
Como los medios rusos insisten en que el ataque a Douma es un montaje, los medios españoles reaccionan criticándoles. El 15 de abril el informativo noche de Tele5 afirma lo siguiente: “Adelantándose al dictamen de investigación internacional los medios rusos dicen que el ataque sirio en Duma fue un montaje”. La diferencia con respecto a nuestros medios, que también se adelantan, pero para responsabilizar a Al Assad, es que los rusos están en el lugar de los hechos entrevistando a testigos y médicos. En realidad, quienes más se adelantan al dictamen internacional son Estados Unidos, Reino Unido y Francia que bombardearon instalaciones del gobierno sirio en represalia por un supuesto ataque químico sin ese dictamen.
La literalidad y falta de crítica con la que nuestros medios recogen las justificaciones de los gobernantes atacantes son preocupantes. Primeramente las amenazas de Trump son poco justificadas porque defender a Trump no resulta fácil. Eso sí, a Macron y May hay que ponérselo fácil, son nuestros líderes europeos. La explicación del presidente francés sonaba a burla: “Los bombardeos en Siria son un acto de represalia, no un acto de guerra” (El Mundo, 15 de abril). Espero que mi vecino de abajo no tome ninguna represalia por el ruido de anoche que tuve amigos para cenar. Pero es que un bombardeo a alguien que no te ha atacado previamente solo puede ser un acto de guerra o un acto terrorista. La explicación de Theresa May no es menos pintoresca. Se trata de “un ataque limitado y dirigido que no escale las tensiones en la región y que haga todo lo posible para evitar bajas civiles” (ABC, 14 de abril). Al parecer, lanza bombas para rebajar el conflicto. Y aunque, como he dicho antes, lo de bombardear con gas químico a tus ciudadanos no se le vea lógica alguna, según la primera ministra británica es “un patrón de comportamiento persistente” de Al Assad que “continua empleando desde junio de 2017” (20 minutos, 14 de abril).

Y termino con las crónicas de los bombardeos occidentales. Mientras que tras cada ataque de la aviación siria o rusa a campamentos de ISIS nos llegan noticias de decenas de civiles muertos, cuando es Estados Unidos quien bombardea todas las informaciones coinciden en que, tras más de cien misiles, no hay bajas ni daños en la población civil. Incluso en el ataque estadounidense de hace un año, donde dicen que eliminaron el 20% de la fuerza aérea siria, no murió ni un solo soldado sirio (El País, 15 de abril). Ya lo dicen los periódicos, son “bombardeos quirúrgicos”, yo creo que el ejército estadounidense y sus aliados no tienen militares, solo cirujanos.
Fuente: http://blogs.publico.es/otrasmiradas/13298/nuestros-medios-te-explican-el-bombardeo-a-siria/