15/11/2019
Tácticas inéditas, enfrentamientos internos en el ámbito chiita, debilitamiento del prisma confesional, amplitud de la represión...La investigadora Loulouwa al-Rachid vuelve a las manifestaciones revolucionarias que sacuden Iraq desde hace un mes.
Entre los países que las han conocido este año 2019, Iraq es donde al mismo tiempo la represión ha sido más sangrienta y la protesta más sorprendente: manifestantes chiitas se enfrentan a un poder mayoritariamente chiita, revuelta de adolescentes en vertiente táctica de los juegos de video, papel central de los conductores de triciclos motorizados, sacudida de las visiones confesionales y étnicas normalmente adoptadas cuando se analiza el país…
Para la investigadora Loulouwa al-Rachid, especialista en Iraq y hasta hace poco vinculada al Carnegie Middle East Center (Beirut), la situación inédita, prerrevolucionaria, supone choques múltiples y flagrantes del régimen forjado en 2003 después de la caída de Saddam Hussein y amenaza el statu quo, tanto dentro del país como en sus fronteras, con mayor fuerza de la que se benefician sólo unos pocos.
La entrevista la realizó Joseph Confavreux.
¿Es inédita la actual movilización en Iraq?
Sí y no. Iraq experimenta ciclos constantes de manifestaciones de mayor o menor alcance, más o menos duraderas y se conoce como un país de revueltas. En el imaginario colectivo, es un país en ebullición constante, indomable e ingobernable. Iraq ha conocido manifestaciones en 2011, otras explosiones en 2015, en 2017 y durante el verano de 2018 en Basora. Sobre lo único que están de acuerdo los iraquíes, es que viven en un país de intifada desde al menos 1920 y el levantamiento nacional contra el mandato británico, cuya represión, con los primeros bombardeos aéreos en la historia del país implicó miles de muertos.
Así pues, cada rebelión se inscribe en un continuum revolucionario. La cólera, su rapidez de propagación, la virulencia de los manifestantes, el coraje de luchar, aunque les cueste la vida, la denuncia de la corrupción: todo eso ya estaba presente en los movimientos previos, pero sin duda no con la intensidad que se ha visto desde principios de octubre.
Sin embargo, este levantamiento es inédito; ante todo porque ha estallado donde menos se le esperaba. Normalmente, estalla en el sur, en Basora, ciudad muy afectada en términos sanitarios y socioeconómicos. Pero a partir del levantamiento del verano de 2018, el gobierno mejoró el aprovisionamiento eléctrico en esta segunda gran ciudad del país para “comprar” la paz social. En esta ocasión, el conflicto estalló en Bagdad, más concretamente en el cinturón de pobreza que rodea la capital, precisamente en Sadr City. Este arrabal, edificado a finales de 1950 para alojar a los campesinos venidos a la ciudad, reúne hoy casi la cuarta parte de los habitantes de la capital. A partir de allí la revuelta se extendió a las grandes ciudades del centro (Nadjaf, Kerbala, et.) y sur del país (Nassiriyya y Basora).
Este levantamiento también es inédito porque implica olvidar las visiones confesionales o étnicas que se mencionan siempre al hablar de Iraq. Hoy el conflicto surge con bases estrictamente socio-económicas. La parte de los sunnitas que rechazaban el orden político posterior a 2003 no existe. En su lugar aparecen manifestantes chiitas que se enfrentan a un poder manejado por la mayoría chiita. Los kurdos y los sunnitas quedan como espectadores no sin cierta satisfacción de ver como los chiitas se destruyen entre sí, aunque también tengan quejas contra el poder central.
Además, es la primera vez que las mujeres tienen tanta visibilidad en la plaza Tahrir. Eso muestra que desde 2003 la sociedad iraquí se mueve, pese a la losa de plomo del conservadurismo impuesto por el islamismo chiita en el poder o el salafismo de las regiones sunnitas. Se ven mujeres jóvenes, sin velo y en pantalones, mezclarse en las manifestaciones sin temor al acoso sexual. Lo que muestra a la vez evoluciones ocultas sobre el papel de la mujer, y que vivimos un momento de cambio en los marcos sociales habituales que se tambalean.
Finalmente, otro elemento es la vuelta al escenario de órganos constituidos, de los sindicatos, que estaban en coma. Los médicos, los obreros del sector petrolero, los profesores han llamado a la huelga general, lo que es nuevo. Los trabajadores del puerto de Basora llaman a bloquear lo que supone el pulmón económico del país, decisivo en este caso dado que la mayor parte de los productos de primera necesidad se importan por allí. Es como si toda la sociedad iraquí se fusionara finalmente en un soplo revolucionario.
¿También es inédita la amplitud de la represión?
Sí, sobre todo si la comparamos con Argelia movilizada desde hace meses sin que haya ni un muerto. En Iraq, el balance es terriblemente pesado, con más de 250 muertos y 8.000 heridos en un mes. Además de la represión directa de las manifestaciones con tiros y gases lacrimógenos, se producen campañas de arrestos; de desapariciones de intelectuales y militantes.
Y sin embargo estamos en un país que teóricamente es democrático. Se han celebrado desde 2005 varias campañas electorales, con cierto grado de pluralismo y de alternancia política, así como libertad de prensa. En Iraq como en Líbano, no nos enfrentamos a un dictador como en Egipto, o a una institución todopoderosa, el ejército, como en Argelia; sin embargo, tanto los manifestantes iraquíes como libaneses quieren “la caída del régimen”.
La razón es que, a pesar de esta fachada democrática, el régimen está en un callejón sin salida y se muestra incapaz de asegurar un mínimo de regulación socio-económica. Por supuesto la explicación es la gran corrupción de las élites dirigentes y las administraciones públicas, pero hay que entender que esta corrupción equivale a un sistema bien engrasado de depredación de los recursos públicos a gran escala; el dinero de la renta petrolera se desvía en provecho de una oligarquía dispuesta a defender sus privilegios al coste de una represión brutal y sanguinaria. Si quiere preservar el statu quo, el régimen apenas tiene otra opción que convertirse en régimen autoritario y represivo, imitando a sus homólogos árabes.
La particularidad de Iraq es que nos encontramos con un Estado que reprime, ¡pero que afirma no conocer a los agentes de su represión! Las fuerzas armadas -policía, ejército, tropas anti-motines y anti-terroristas- afirman que no es en su seno donde se encuentran los francotiradores que disparan sobre los manifestantes. La comisión de investigación sobre la violencia contra los manifestantes fue incapaz de señalar a los culpables. Aún no se sabe a quien obedecen los hombres uniformados, a veces de negro, otras de verde, que se han visto actuando.
Subraya que se trata de un conflicto interno del mundo chiita. ¿A qué se refiere y qué implica esto?
El levantamiento tiene innegablemente rasgos chiitas. A partir de la gran manifestación del 1 de octubre, reprimida sangrientamente, las manifestaciones han continuado, pero no obstante siempre han marcado una tregua para respetar la marcha del Arbain. Esta importante fiesta religiosa chiita señala el final del duelo del martirio del imán Hussein, que implica la marcha a pie a la ciudad santa de Kerbala, donde lo mataron. A lo largo de las carreteras que convergen en Kerbala, los habitantes, las familias acomodadas en particular, abren sus puertas y alimentan a los peregrinos, exactamente como lo han hecho esta vez, llevando ollas enormes de alimentos a los manifestantes de la plaza Tahrir.
Desde luego, en esta revuelta juvenil, hay elementos que se repiten en otros países árabes: el empobrecimiento masivo de la población, infraestructuras lamentables, una tasa de desempleo astronómica...Podríamos aplicar este marco de referencia socio-económica al Líbano, Sudán, Egipto, al Rif marroquí, a Argelia. Pero en cada país, la revuelta se inscribe en un texto distinto; en una trama nacional concreta; por ejemplo, en Argelia, la manifestación del 1 de noviembre inscribe la revuelta popular alineada con la guerra de independencia contra Francia, como la voluntad de liberarse de un régimen militar percibido como extraño a la sociedad.
En Iraq existe esta problemática concreta del chiismo, llegado al poder después de 2003 favorecido por el derrocamiento de Sadam Hussein por los norteamericanos. ¿Qué ha hecho de este poder? Es un fracaso total con todas las letras. La clase política dominante chiita no ha sabido hacer funcionar socio-económicamente el país ni el nuevo régimen político; ni elaborar un proyecto nacional consensuado. Me temo, que si hoy hiciéramos un sondeo, una aplastante mayoría de iraquíes, integrando todas las confesiones, no dejarían de preferir la vuelta del antiguo régimen frente a lo que viven hoy…
Ahora bien, detrás de la movilización popular actual, se leen, entre bastidores, las intensas rivalidades del mundo político chiita que es un mundo plural, ideológica, cultural y económicamente: está atravesado por una violente lucha de clases que se niega en nombre de la unidad y defensa del chiismo.
¿Cuáles son las fuerzas rivales en el seno del mundo chiita iraquí?
Hay, ante todo, los islamistas del poder, vueltos del exilio en 2003, que lo monopolizan desde todos los engranajes políticos. Mayoritariamente han salido de las grandes formaciones políticas como el partido Al-Dawa (La llamada Islámica) consideran que tienen una legitimidad histórica: el precio de la sangre vertida frente a la dictadura de Sadam Hussein. Al-Dawa ha dado al país varios primeros ministros (Nouri al-Malikj y Haider al-Abadi). Son islamistas “moderados” que sobresalen en el pragmatismo y la política, “política”; hoy no pueden pretender ninguna dirección moral, tanto les ha corrompido el poder y la renta petrolera. Forman más bien una élite solo preocupada por el desmembramiento del poder y por sus prebendas.
Al lado de esto, desde 2003 ha emergido otro islamismo chiita en el interior. Es un chiismo populista y miliciano. Su componente más sólido está encarnado por Moqtad al-Sadr, que tiende ampliamente a la demagogia, con escasa experiencia de poder y de escenarios internacionales, pero que puede vanagloriarse de representar a los desheredados.
También hay todas las otras milicias armadas que han proliferado en el país en nombre de la lucha contra el Daesh, hasta el punto de convertirse en instituciones. Es la llamada “movilización popular”. Estas milicias poseen una legitimidad religiosa ya que dicen haber nacido de una fatwa religiosa del ayatolá Sistani, que representa la más alta autoridad religiosa del chiismo iraquí. Hoy reclaman su parte de la tarta, con tanto más vigor al estar coronados con la victoria contra el Estado islámico. Ideológicamente están próximos a Irán y se consideran sobre todo un modelo de los Guardias de la revolución iraníes.
Las últimas elecciones legislativas de 2018, han cambiado las cartas, dado que la corriente sadrista y la de la movilización popular han entrado con fuerza en el parlamento, hasta el punto de constituir respectivamente, el primero y el segundo bloque. Este chiismo armado tiene un pie en el poder y otro fuera. Controla ministerios y núcleos administrativos lucrativos, pero se presenta como virgen de la corrupción del poder y amenaza romper la baraja en cualquier momento, si no obtiene una mayor parte del pastel.
La cuestión central hoy en Iraq radica en la salida de esta relación de fuerzas entre dos chiismos políticos, a veces aliados, a veces enfrentados.
Lo que sorprende, cuando se ven las manifestaciones en Iraq, es la extrema juventud de los manifestantes y el hecho de que, entre los muertos y los heridos solo se ven habitualmente caras de adolescentes...
Esta revolución es una revolución de jóvenes e incluso de muy jóvenes, llegados de los márgenes desheredados de la sociedad. En efecto, entre 15-25 años, a menudo adolescentes, son los actores principales de la revuelta. Buen número de entre ellos han tenido que transformarse en cabezas de familia, con padres muertos, desaparecidos o huidos por la violencia y las sucesivas guerras. Trabajan en la economía informal para alimentar a toda la familia. Según el Banco Mundial, el 60% de los iraquíes son menores de 25 años y su tasa de desempleo supera el 40%.
Pero esta movilización es sorprendente más allá de las condiciones socio-económicas en que están los jóvenes. Así, los héroes de este levantamiento son los conductores de triciclos que transportan diariamente paquetes y trabajadores a jornal, en la construcción y el comercio, venidos de los arrabales. Mientras que, a los ojos de muchos iraquíes, encarnan los bajos fondos y las clases peligrosas, acusados de acosar a sus hijas y de comportarse como delincuentes que embotellan las ciudades, han estructurado la movilización distribuyendo agua a los manifestantes y haciendo servicios de ambulancia.
Otro aspecto sorprendente es la forma en que estos jóvenes contemplan su entrada en el escenario político como un juego de video. Se les denomina la “generación PUBG” por el nombre de un juego de video que tiene millones de adeptos en Iraq, Players Unknown’s Battlegrounds. El jugador es lanzado en paracaídas sobre un campo de batalla desconocido y ha de espabilarse para encontrar víveres y armas. En la forma como se desplazan, como erigen barricadas, los jóvenes manifestantes se inspiran en los que juegan diariamente. En abril 2019, el Parlamento iraquí, que no se corta un pelo en legislar sobre lo que sea, ya había votado una ley prohibiendo estos juegos de video que incitan a la violencia. Pero como el gobierno iraquí no tiene ninguna capacidad de acción, la prohibición se quedó en letra muerta, aunque fue apoyada por los clérigos chiitas.
¿Qué se puede decir del “campo de batalla” de los jóvenes revolucionarios?
Como en el juego PUBG, hay que tomar una fortaleza; a saber, la “zona verde”. Esta se encuentra, respecto a la plaza Tahrir, que constituye el epicentro de la revuelta, al otro lado del Tigris, pasado el puente de la República, Esta zona verde, fuertemente vigilada, concentra los lugares del poder: el Parlamento; los ministerios; la sede del Consejo de Ministros y prácticamente todas las embajadas extranjeras, las de Irán y Francia aparte. Se ha convertido en una ciudad dentro de la ciudad, con hoteles de lujo, clubs de deporte, inmunizada respecto al resto de la sociedad iraquí.
Lo que es interesante, es que a la entrada del puente, un edificio denominado el “restaurante turco”, cuya historia y la forma actual de explotación explican muchas cosas sobre lo que es Iraq. Este edificio de 14 plantas construido en 1983, debía ser un gran centro comercial que nunca nació, aunque se instaló un restaurante panorámico turco en la última planta, con una vista dirigida sobre el Tigris y la plaza Tahrit. Fue duramente bombardeado en 1991, durante la guerra del Golfo, reconstruido después, antes de ser nuevamente bombardeado por los norteamericanos en 2003.
En esta ocasión el edificio fue totalmente abandonado, mientras circulaba el rumor de que había sido contaminado con sustancias radiactivas, Pero en el momento de la primavera árabe de 2011, las fuerzas del orden del gobierno de Maliki ocuparon el edificio y los francotiradores dispararon desde los pisos vacíos sobre los manifestantes contribuyendo a ahogar en su inicio el levantamiento.
Para evitar que la historia se repita, a principios de este mes de octubre, el primer objetivo de los manifestantes fue ocupar este edificio. Los jóvenes fueron allí, escalaron las fachadas y lo han convertido en cuartel general de la revolución ondeando pancartas y banderas iraquíes. La forma en que los revolucionarios se refieren a dicho edificio es muy significativa. Algunos lo denominan “los jardines colgantes de Babilonia”, en referencia a los racimos humanos sentados en los pisos sin barandillas, con las piernas colgando en el vacío. Esta referencia permite acercarse a la historia de Mesopotamia, la de un Iraq cuna de civilizaciones.
Otros lo llaman “Jabal Uhud”, nombre tomado de la hagiografía islámica, dado que el monte Uhud, situado al norte de Medina, fue el lugar donde se reagruparon los primeros musulmanes que libraron batalla a los herejes y con los que se identifican los jóvenes alzados.
Iraq siempre ha oscilado entre estos dos polos de identidad nacional: ¿se insiste en Mesopotamia para superar las divisiones étnicas y confesionales o sobre la religión, con el peligro de atizar las tensiones entre sunnitas y chiitas?
A esto se añade una minoría que se manifiesta mediante la expresión “intifada oktober”. Pero la expresión oktober no existe en el árabe iraquí, en el que el mes de octubre jamás se ha llamado así. La referencia por tanto se ha hecho directamente a la revolución de octubre de 1917, muestra del hecho de que Iraq fue el país que antes tuvo el Partido Comunista más potente del mundo árabe.
Por lo que se refiere a los eslóganes, dos son los dominantes: “Salgo para ejercer mis derechos” y “Quiero una patria”. Más allá de la denuncia de la corrupción y de las injusticias sociales, se vuelve a la identidad de Iraq y sus componentes: el pasado mesopotámico, el islam, el islamismo, el viejo fondo revolucionario marxistizante, las relaciones con el entorno regional, empezando con Irán…
¿En qué condiciones es probable una salida de la crisis? ¿Cuál puede ser ante todo el papel de Moqtada al-Sadr, a la vez encabezando un poder miliciano y del primer bloque parlamentario?
Actualmente hay en Iraq una negación de la profundidad de la crisis, y que tiene tal entidad que resulta difícil mirarla de cara. No basta con anunciar algún desbloqueo de fondos como pueden calmarse las cosas. El sistema político en realidad está huérfano de toda capacidad de actuación. El gobierno no tiene el monopolio de la violencia legítima y ha perdido su palanca financiera, considerando el coste de la guerra contra el Daesh y la caída del precio del petróleo desde 2013-2014.
Cuando Maliki era primer ministro, el precio del barril se situaba por encima de los 100 dólares y el gobierno aun podía tratar de comprar la paz social a golpe de subvenciones y de creación de empleos en la función pública, cuyo tamaño se multiplicó por cuatro desde 2003. Actualmente, está obligado a recurrir al endeudamiento para financiar sus gastos, principalmente militares. La deslegitimación de ese poder es tal que se oye a ciertos manifestantes apelar a una tutela internacional, o cuando menos a elecciones controladas por las Naciones Unidas, que desembocarían en una nueva Constitución.
En ese contexto, un elemento clave será la variable Moqtada al-Sadr, que es el principal aguafiestas del sistema lo que lo dice todo, que es conocido por sus cambios de aliados; un día puede incitar a sus tropas a quemar la bandera iraní y al día siguiente estar en Teherán al lado de los altos dignatarios iraníes. Es el chiquillo turbulento del sistema imposible del Iraq post-baasista. El mismo está dividido entre la matriz del islam político chiita y una iraquidad a la que le cuesta transformar en una fórmula de gobierno. Así, acaba de ordenar a sus partidarios retirarse de la plaza Tahrir, después de haberles impulsado a hacerlo. Ha llamado a dimitir al primer ministro, antes de cambiar de criterio.
Moqtada, cuyo padre fue un dignatario religioso muy popular, asesinado por el régimen de Saddam en 1999, tiene una capacidad de movilización inmensa, que heredó, pero que corre el riesgo de dilapidar, de la forma en que Saad Hariri, en Líbano, malgastó la herencia económica y política de su padre asesinado.
Desde 2003, Moqtada al-Sadr lo ha intentado todo. Al comienzo llamó a tomar las armas contra la ocupación norteamericana, envió tropas contra el gobierno de Maliki, contra el clero encabezado por el ayatolá Sistani...Posteriormente ha terminado por adoptar una posición legalista y reformista, con un bloque parlamentario y ministerios, pero entonces ha vivido lo que les había sucedido a otros partidos de gobierno: corrupción, cambios de alianzas, compromisos...Esto debilitó su credibilidad y la solidez de su organización.
Haga lo que haga Moqtada, en ese contexto de tensiones internas en el mundo chiita, no habrá solución mientras no se aborden las injusticias sociales y las infraestructuras. La sociedad iraquí se halla fuertemente polarizada entre cinturones de pobreza y de pequeñas y grandes burguesías urbanas que se benefician de los empleos en la función pública y los circuitos de redistribución de renta. Por su parte, la clase política dirigente, ha amasado fortunas inmensas y se apoya en los dirigentes religiosos, que se sitúan también en posiciones de ambigüedad, unas veces llamando a la calma y otras sosteniendo a los jóvenes chiitas rebeldes. Los clérigos chiitas, que también son una institución económica y financiera, tienen todo que perder con la tabla rasa de una cólera popular que también los toman como objetivo, por haber sido cómplices del sistema.
¿Cuáles son los escenarios posibles?
La única capacidad de actuación que todavía tiene el régimen, es bloquear todo cambio auténtico. Y no veo tampoco que incluso un cambio del primer ministro pueda bastar para hacer volver a sus casas a los manifestantes convencidos de hacer tabla rasa. Podemos imaginarnos que la represión vencerá a los entusiastas revolucionarios; podemos imaginar que la situación permanezca equilibrada; incluso que la represión aumente el peligro de una guerra civil entre chiitas en una sociedad donde todo el mundo está armado. Bagdad concentra, como ninguna otra ciudad del país, fuerzas armadas, regulares o no. Si la situación se escapa de control en la capital, habrá que esperar un baño de sangre, de cuyo potencial ha dado muestras las primeras semanas de manifestaciones.
El futuro dependerá también de Irán, que trata de arbitrar las cosas para mantener un statu quo concreto forjado por los norteamericanos, pero del que se aprovecha sobremanera. En efecto los iraníes están muy presentes en la economía y la sociedad iraquíes. Irán no puede desinteresarse de Iraq, porque es una palanca de influencia regional, con un suministro de combatientes susceptibles de intervenir en Siria o en otras partes; un país petrolero; una salida para la exportación de sus productos y un sistema bancario que le permite, por su intermediación, zafarse del yugo de las sanciones norteamericanas. Pero Iraq es también para ellos, una cuestión de política interna.
Kerbala y Nadjaf constituyen importantes centros religiosos con clérigos venidos del conjunto del universo chiita. El ayatolá Sistani, él mismo de origen iraní, que encabeza a los clérigos de Nadjaf, representa un chiismo apolítico, más liberal, preparado para jugar el papel de la democracia representativa, que propone otro modelo diferente al de la República Islámica de Irán, donde los clérigos están a la cabeza del Estado. Así pues, Irán se encuentra constreñido a arbitrar entre diferentes facciones chiitas iraquíes, para evitar un vuelco hacia una guerra entre chiitas que sólo podría perjudicarle.
Es usted especialista en Iraq, pero vive actualmente en Beirut. Se oyen eslóganes del tipo: “Bagdad, Beirut, el mismo combate. ¿Es algo más que un eslogan?
Se habían oído eslóganes de este tipo en 2015, cuando los libaneses se movilizaban diciendo: “You Stink”, (Apestáis, NdT) dirigidos a la clase política incapaz de gestionar la crisis de las basuras, y al mismo tiempo había un inicio de movilizaciones en la plaza Tahrir de Bagdad. Siempre es bueno para la moral de los manifestantes, de ambas partes, insertarse en un continuum revolucionario, aunque sea virtual y se circunscriba a las redes sociales.
Pero, por una parte, no existen contactos reales entre los manifestantes de Beirut y los de Bagdad; por otra, hay una territorialización clara y neta de esas dinámicas, en cada país. En Iraq, las manifestaciones se dan en Bagdad y las grandes ciudades chiitas, nada en el Kurdistan o en las provincias sunnitas destruidas y traumatizadas. Si ya es difícil unir Bagdad a Mosul, aún los es menos con Beirut.
https://www.mediapart.fr/journal/international/101119/l-irak-fusionne-enfin-dans-un-souffle-revolutionnaire
Traducción:
Ramón Sánchez Tabarés
para Sin Permiso .