La OTAN reescribe la historia del día “D”
11 junio, 2024
Thierry Meyssan
Acabamos de ver una gran operación de reescritura de la Historia
tendiente a manipular a la opinión pública para justificar la innegable
agresividad de la OTAN contra Rusia. Una visión falsificada del desembarco del
6 de junio de 1944 ha tenido como resultado la conmemoración de acontecimientos
que simplemente no ocurrieron de la manera como nos han sido presentados.
Según los organizadores de la conmemoración –léase, según la
OTAN, la “compañía” que trajo a la mayoría de los comparsas que participaron en
esta farsa, incluyendo a jefes de Estado y de gobierno– los Aliados estaban
unidos en la lucha contra el nazismo y la defensa de la libertad.
Pero el desembarco anglosajón en Normandía no tuvo como
objetivo liberar a los franceses sino sustituir la ocupación nazi imponiendo a
Francia el Allied Military Government of Occupied Territories (AMGOT), o sea el
“Gobierno Militar Aliado de los Territorios Ocupados”.
Aunque el gobierno británico aceptó la presencia en Londres
del general Charles de Gaulle y de sus “franceses libres”, el gobierno de
Estados Unidos nunca reconoció al general como líder de la resistencia francesa
contra la ocupación nazi. En Washington incluso se mantuvo una embajada del
régimen colaboracionista de Vichy hasta el 24 de abril de 1942 –o sea hasta 4
meses después de la entrada en guerra de Estados Unidos.
Después, el 22 de noviembre de 1942, el gobierno de Estados
Unidos negoció un acuerdo con el almirante Francois Darlan, representante del
régimen colaboracionista de Vichy. Según aquel acuerdo, había que impedir la
presencia del general de Gaulle en el norte de África y Darlan –en nombre del
mariscal colaboracionista francés Philippe Petain– transferiría a Estados
Unidos la autoridad colonial de Francia al final de la guerra.
Los anglosajones ya habían impuesto el AMGOT a Italia y
habían intentado instalarlo también en los territorios coloniales de Francia en
el norte de África, mientras se disponían a extenderlo a Noruega, los Países
Bajos, Luxemburgo, Bélgica y Dinamarca. Con ese objetivo formaban
administradores civiles en Charlottesville y en Yale.
Informado sobre lo que los anglosajones estaban preparando,
Charles de Gaulle regresa de Argel a Londres. Tres días antes del desembarco,
el 3 de junio de 1944, de Gaulle convierte el Comité Francés de Liberación
Nacional (CFLN), que él mismo presidía, en un Gobierno Provisional de la
República Francesa (GPRF), sostiene una dura disputa con el primer ministro
británico Winston Churchill y se niega a grabar el discurso que los
anglosajones habían escrito para él –cuyo texto presentaba la visión
anglosajona del desembarco.
El general de Gaulle se niega también a enviar con las tropas
del desembarco 120 oficiales de enlace que debían garantizar el contacto con
los combatientes de la resistencia francesa en el terreno (las Fuerzas de la
Francia Libre o FFL).
De Gaulle rechaza al mismo tiempo el esquema anglosajón para
la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que instituiría un
directorio británico-estadounidense sobre el resto del mundo [1]. Aquel
proyecto resurgiría en 1950 –con la guerra de Corea–, en 1991 –con la Operación
“Tormenta del Desierto”– y en 2001 –con los atentados del 11 de septiembre en
Estados Unidos.
Finalmente, justo antes del desembarco en Normandía, Charles
de Gaulle acepta grabar un breve mensaje de tibio apoyo al desembarco, pero no
al AMGOT, y reduce a 20 el envío de oficiales de enlace. También logrará hacer
fracasar el proyecto anglosajón para la ONU [2].
En sus Memorias de guerra, Charles de Gaulle escribe:
«El presidente [Roosevelt], en efecto, mantenía, de mes en
mes, encima de la mesa el documento [la proposición de acuerdo entre el Comité
Francés de Liberación Nacional (CFLN) y los Aliados para la Liberación de
Francia]. Mientras tanto, en Estados Unidos, se montaba un “Allied Military
Government” (AMGOT), destinado a encargarse de administrar Francia. Veíamos
afluir a esa organización todo tipo de teóricos, técnicos, hombres de negocios,
propagandistas o bien franceses de ayer convertidos en ciudadanos yanquis.
Los trámites que [Jean] Monet y [Henri] Hoppenot creían
tener que hacer en Washington, las observaciones que el gobierno británico
dirigía a Estados Unidos, las demandas insistentes que Eisenhower enviaba a la
Casa Blanca, no aportaban ningún cambio. Como era necesario, sin embargo,
llegar finalmente a algún texto, Roosevelt se decidió, en abril, a impartir a
Eisenhower instrucciones según las cuales sería el Comandante Supremo quien
ostentaría el poder supremo en Francia. Como Comandante Supremo [Eisenhower]
tendría que escoger él mismo las autoridades francesas que colaborarían con él.
Pronto supimos que Eisenhower suplicaba al presidente que no pusiera sobre sus
espaldas aquella responsabilidad política y que los ingleses desaprobaban un
procedimiento tan arbitrario. Pero Roosevelt, modificando sólo un poco aquellas
instrucciones, mantuvo lo esencial.
En realidad, las intenciones del presidente me parecían de
la misma naturaleza que los sueños de Alicia en el país de las maravillas.
Roosevelt ya se había arriesgado en el norte de África, en condiciones mucho
más favorables a sus deseos, a una empresa política análoga a la que meditaba
para Francia. Pero nada quedaba de aquel intento. Mi gobierno ejercía, en
Córcega, en Argelia, en Marruecos, en Túnez, en el África negra, una autoridad
total. Los personajes con quienes Washington podía contar para poner obstáculos
a aquella autoridad habían desaparecido de la escena.
Nadie se ocupaba del acuerdo Darlan-Clark [el traspaso de
los poderes del imperio colonial francés a Estados Unidos], que el Comité de
Liberación Nacional consideraba carente de valor legal, acuerdo sobre el cual
yo había declarado claramente, desde la tribuna de la Asamblea Consultativa,
que, para Francia, no existía. Que el fracaso de su política en África no
pusiese fin a las ilusiones de Roosevelt era algo que yo deploraba, por él y
por nuestras relaciones. Pero yo estaba seguro de que su proyecto, de haber
sido aceptado por la Metrópoli, ni siquiera hubiese podido comenzar a
aplicarse. En Francia, los Aliados sólo hubiesen podido reunirse con los
ministros y funcionarios que yo habría instaurado. No hubiesen encontrado más
tropas francesas que aquellas que me tenían por jefe. Sin vanidad alguna, yo
podía retar a Eisenhower a tener una relación que valiera la pena con alguien
que no hubiese sido designado por mí. Además, ni él mismo se planteaba tal
cosa.»
En definitiva, entre los 30 000 soldados que participaron en
el desembarco del 6 de junio de 1944 hubo sólo 177 franceses (los infantes de
marina del capitán Kieffer). No fue hasta el 1º de agosto que los 20 000
hombres de la 2ª división blindada (la 2ª DB), del general Philippe Leclerc de
Hauteclocque, desembarcaron en Normandía, entre Sainte-Marie-du-Mont y
Quineville, punto que los Aliados denominaban Utah Beach. Aquella fuerza avanzó
a toda marcha hacia París, que se sublevó y se liberó.
El juramento de los soldados “ucranianos” durante la Segunda
Guerra Mundial
“Fiel hijo de mi Patria, me uno voluntariamente a las filas
del Ejército de Liberación Ucraniano y, con alegría juro que combatiré
fielmente el bolchevismo por el honor del pueblo. Esa lucha la libramos junto a
Alemania y sus aliados contra un enemigo común. Con fidelidad y sumisión
incondicional, creo en Adolf Hitler como dirigente y comandante supremo del
Ejército de Liberación. En todo momento, estoy dispuesto a dar mi vida por la
verdad.”
LA MEZCOLANZA CON LA GUERRA EN UCRANIA
El presidente estadounidense Joe Biden y su maestro de
ceremonias, el presidente francés Emmanuel Macron, trataron de aprovechar la
conmemoración de su versión falsificada del desembarco para inventar un
increíble paralelismo con su presentación –igualmente falsificada– de la actual
guerra en Ucrania.
Para que las cosas estén bien claras, Rusia no fue invitada
a la celebración del desembarco aliado. En cambio, el ejército de los
ucranianos que lucharon del lado de los nazis sí fue invitado. Joe Biden y
Emmanuel Macron presentaron a Estados Unidos como el ganador de la Segunda
Guerra Mundial, a pesar de que fue la Unión Soviética quien tomó Berlín y
venció al III Reich. Joe Biden y Emmanuel Macron ignoraron el sacrificio de 27
millones de soldados soviéticos. Pero concentraron su versión en los 292 000
soldados estadounidenses muertos –que además murieron principalmente luchando
contra Japón… después de la derrota de los nazis. Se trata de dos esfuerzos de guerra
absolutamente incomparables.
De paso, Joe Biden y Emmanuel Macron recordaron el asesinato
de 6 millones de judíos perpetrado por los nazis, ya sea durante la llamada
«Shoa a balazos» como, a partir de 1942, en los campos de concentración. Pero
nada dijeron sobre los 18 millones de civiles eslavos soviéticos –no
contabilizados entre los 27 millones de soldados soviéticos muertos antes
mencionados– igualmente considerados como «sub-hombres» y designados objetivos
principales del proyecto nazi de exterminio. Tampoco dijeron ni una palabra
sobre todos los demás pueblos designados por los nazis como objetivos de sus
planes de exterminio, como otras poblaciones eslavas y los gitanos.
Dirigiéndose a Volodimir Zelenski, el presidente
estadounidense Joe Biden declaró: «Ucrania está siendo invadida por un tirano y
nunca la abandonaremos (…) No podemos renunciar ante dictadores, eso es
inimaginable (…) Los soldados del Día-D cumplieron con su deber. ¿Cumpliremos
nosotros con el nuestro? (…) No debemos perder lo que se hizo aquí.»
¿Es necesario recordar que, lejor de ser un «dictador», el
presidente ruso, Vladimir Putin, acaba de ser reelecto en marzo con el 88,5% de
los votos válidos en una elección que se desarrolló de forma honesta, incluso
si, según las potencias occidentales, la campaña electoral dejó poco espacio a
la oposición.
Por el contrario, el mandato presidencial de Volodimir
Zelenski expiró el 21 de mayo y Zelenski ha prohibido los 12 partidos políticos
opositores [3], alejó del país a su rival –el general Valeri Zalujni–
enviándolo como embajador al Reino Unido y no está organizando elecciones. Sólo
se mantiene en el poder. En el mejor de los casos, Zelenski podría ser
considerado hoy jefe de un gobierno provisional ucraniano, pero ha dejado de ser
un “presidente electo”.
Zelenski dirige ilegalmente las fuerzas armadas de su país,
que tienen como principales jefes a una serie de nacionalistas integristas.
Esos elementos se presentan públicamente como seguidores del fundador del
«nacionalismo integral», Dimitro Dontsov [4], y de su esbirro, el nazi
ucraniano Stepan Bandera. Durante la Segunda Guerra Mundial, Dontsov fue
administrador del Instituto Reinhard Heydrich, a cargo de la aplicación de la
«Solución final» de la cuestión judía y de la cuestión gitana, mientras que
Bandera, a la cabeza de la Organización de los Nacionalistas Ucranianos (OUN),
liquidó al menos 1,6 millones de ucranianos, principalmente en la región de
Donbass y en la Novorrosiya.
En resumen, fue como continuador de los nazis ucranianos que
el ex presidente Volodimir Zelenski participó en esta farsa.
[1] «¿Cuál orden internacional?», por Thierry Meyssan, Red
Voltaire, 7 de noviembre de 2023.
[2] “Revealed: Churchill’s unsent letter that could have
changed the course of history”, Daniel Boffey, The Guardian, 31 de mayo de
2024.
[3] «Kiev prohíbe el último partido de oposición que quedaba
en Ucrania», Red Voltaire, 25 de octubre de 2022.
[4] «¿Quiénes son los nacionalistas integristas
ucranianos?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire,
https://observatoriocrisis.com/2024/06/11/la-otan-reescribe-la-historia-del-dia-d/
Nota del blog .
80 años después los nazis vuelven a Normandía y poco a poco
se expanden por Europa.* Profesor de la universidad Jaume I
https://www.lahaine.org/mundo.php/acabamos-de-ver-una-gran