lunes, 10 de abril de 2023

Entrevista al economista Juan Torres

                              


 Entrevista a Juan  Torres

Rodrigo Ponce de León

“Quienes toman las grandes decisiones económicas se están equivocando una vez más a la hora de prevenir los problemas, de reconocer su naturaleza y, como consecuencia de ello, cuando toman decisiones para tratar de resolverlos”. Juan Torres (Granada, 1954), catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla, vuelve a poner el dedo en la llaga sobre las decisiones cortoplacistas de la economía más ortodoxa. En su nuevo libro 'Más difícil todavía' (Editorial Deusto), Torres explica que los orígenes de la inflación que golpea a la economía tiene más que ver con problemas mucho más profundos -el cambio climático, el desorbitado papel de las finanzas, una globalización que ya no aporta soluciones, el enorme tamaño de la deuda y la desigualdad- que no se arreglan con decisiones a corto plazo como la subida de los tipos de interés por parte de los bancos centrales.

Usted explica que en su libro que la inflación no es el principal problema económico, sino que hay un conjunto mayor de amenazas mucho más graves. Sin embargo, la respuesta generalizada es volver a recetas del pasado para intentar solucionar los problemas mediante una política económica restrictiva. ¿Tiene sentido este incremento tan rápido de los tipos de interés como han hecho los bancos centrales?¿A qué responde?

Responde a una visión ideológica de los bancos centrales, que la experiencia y los datos han demostrado que es errónea: no soluciona los problemas de inflación cuando ésta se produce por circunstancias estructurales y de oferta. Responde a la idea que tienen los bancos centrales de que la inflación es un fenómeno exclusivamente monetario y que lo que hay que hacer es reducir la demanda y el poder de compra. La experiencia también nos ha demostrado que la respuesta de subir los tipos de interés no ha sido buena porque la inflación subyacente no ha disminuido y han provocado un problema financiero grandísimo.

Entonces nos deberíamos plantear la autonomía de los bancos centrales o, dicho de otra manera, habría que replantear su objetivo de guardianes de la inflación.

Que haya dos autoridades, como son el Gobierno y el Banco Central, actuando con problemas que son concomitantes es un absurdo que atenta contra el sentido común. Primero, como hemos visto en los meses anteriores, el BCE ha estado tratando de restringir el gasto mientras que los gobiernos lo han ido aumentando. No hay nadie en su sano juicio que pueda entenderlo. En segundo lugar, la independencia de los bancos centrales se ha demostrado inútil para combatir los problemas para los que fueron creados. Por ejemplo, estamos viviendo la etapa más grande de la historia de inestabilidad financiera. Tampoco la independencia de los bancos centrales ha permitido que anticipen correctamente la inflación y que le den una respuesta adecuada.

Además, por definición, la independencia de los bancos centrales equivale a constituir un poder no democrático que socava la base del Estado democrático moderno. La independencia de los bancos centrales se ha demostrado inútil y es antidemocrática.

Hasta el Banco de España ha avisado de que los márgenes de las empresas están funcionando como un estímulo evidente de la inflación, es decir, ya no es cuestión de salarios. ¿Existe alguna fórmula para frenar los beneficios tan exagerados de las empresas? 

Debería haber mecanismos en situaciones normales, pero ahora en tiempos complejos es más difícil. Debería haber información más transparente, más fidedigna, sobre cómo se forman los precios en los mercados. Además, debería haber autoridades que verdaderamente combatieran las restricciones de la competencia que imponen las grandes empresas con su poder de mercado. Por otro lado, se deberían desarrollar políticas fiscales que supusieran un desincentivo a la obtención de márgenes muy altos. También una negociación colectiva que permitiera un reparto más equitativo del incremento de productividad. Si todos estos elementos funcionasen sí que se puede evitar que las grandes empresas con poder de mercado contribuyan como lo están haciendo a generar inflación.

También es necesaria una nueva regulación en algunos mercados específicos, como en en el caso de la electricidad. Durante muchos meses hemos estado sufriendo una presión originaria de los precios que luego se ha ido transmitiendo al resto de sectores. Y esto responde a una regulación diseñada para mantener los privilegios del oligopolio de las eléctricas.

Cuando la inflación se concentra en productos como los alimentos, ¿se debería tener mecanismos que reordenaran los precios, aunque sea de forma temporal?

Hacer negocio con el derecho humano básico de la alimentación es una inmoralidad, aunque sea legítimo y esté justificado. Es bueno que haya iniciativa privada, como es natural, en el suministro de bienes básicos y de alimentación, pero de ahí a permitir que haya un poder de mercado excesivo que impone restricciones artificiales y subidas de precios innecesarias hay un abismo. Los poderes públicos tienen el imperativo moral de garantizar el derecho humano básico a la alimentación y a la satisfacción de las necesidades primarias. Y también que la estabilidad económica no se ponga en peligro por una presión del oligopolio en esos mercados. La intervención pública en esos casos no es que esté justificada, es que es un imperativo moral. Además, desde el punto de vista económico es una cuestión esencial puesto que se trata de subidas de precios que tienen un efecto de arrastre extraordinariamente grave para el conjunto de la economía.

Usted propone la necesidad de alcanzar pactos de rentas y de reparto de las ganancias y la productividad, pero en nuestro país, por poner un ejemplo, la CEOE ha tardado meses en sentarse en la mesa de la negociación colectiva. Lo que usted en su libro comenta como “resistencia feroz”.

Desgraciadamente, el sector empresarial en España, tan importante en la economía, es un sector empresarial acostumbrado a dar pelotazos, a vivir de las rentas y de la influencia política. La patronal CEOE está contaminada, tiene unas propuestas ideológicas primitivas y equivocadas, que le hacen muchísimo daño a la inmensa mayoría de las empresas. La CEOE no representan los intereses del conjunto de las empresas españolas, sino los intereses de empresas muy grandes que tienen poder de mercado y que viven de aprovecharse de otras empresas. Si la CEOE fuera verdaderamente la defensora de los intereses del conjunto de las empresas no permitiría que las grandes compañías del Ibex se salten la ley y tengan una deuda tan grande con sus proveedores; o estaría reclamando límites a los privilegios de la banca que impone una serie de costes innecesarios a la mayoría de las empresas. Uno de los problemas de España es que la patronal es primitiva, reaccionaria ideológicamente y esclava de las grandes empresas, que son un freno para la innovación y la productividad.

Uno de los problemas de España es que la patronal es primitiva, reaccionaria ideológicamente y esclava de las grandes empresas, que son un freno para la innovación y la productividad

Cada crisis el sistema aporta como solución la desaparición de ciertas empresas de manera que el mercado queda cada vez en menos manos (ocurrió con las cajas en la anterior crisis financiera), al final se impone la destrucción creativa como el costo normal de hacer negocios aunque provoque un sufrimiento.

Lo más contrario al capitalismo de nuestros días es la competencia en su sentido estricto y auténtico. Las grandes empresas lo que buscan es acabar con la competencia y lograr posiciones de dominio de mercado, conseguir establecer oligopolios ejerciendo su influencia política, mediática y cultural. Es un mito que el capitalismo actual sea una economía de libre mercado con competencia. Las grandes empresas capturan a los gobiernos y a los reguladores para que las protejan. Las grandes empresas no saben vivir sin la protección del Estado, sin el privilegio político, lo acabamos de ver ahora en esta crisis bancaria. Frente a esta situación la única manera de responder es que la ciudadanía se dé cuenta y que el conjunto del empresariado, que se juega su patrimonio día a día y que no disfruta de esos privilegios, reaccione.


Usted avisa de un riesgo real de colapso económico por el cambio climático, las finanzas especulativas, una deuda en crecimiento acelerado y la desigualdad, que al entrar en conjunción pueden provocar un desastre. ¿Hay solución? ¿los objetivos 2030 van en la adecuada dirección?

Multitud de organismos internacionales independientes, muchos de ellos conservadores, están diciendo lo que hay que hacer frente a estos problemas estructurales desde hace muchos años. Lo que pasa es que no hay voluntad política y predomina el interés privado. Frente al cambio climático, el fondo BlackRock cambió su estrategia de inversión para hacer políticas favorables a la lucha contra el cambio climático. Un año después, cuando aparece la posibilidad de ganar más dinero se olvidan de esos objetivos. Prima la maximización del beneficio.

Los problemas grandísimos que tenemos hoy día en nuestro planeta -el cambio climático, el desorbitado papel de las finanzas, una globalización que ya no aporta soluciones, el enorme tamaño de la deuda y la desigualdad- son el resultado de desnaturalizar la propia economía capitalista y darle una prioridad absolutamente injustificada a la búsqueda del beneficio por encima de cualquier otro objetivo.

Hace falta equilibrio y ver que es necesario avanzar para conseguir otros fines. No hay voluntad política ni capacidad suficiente para enfrentarse al poder que han acumulado las grandes organizaciones empresariales. Ya lo vimos en la última crisis bancaria, que fue el resultado de que los grandes bancos del mundo lograron que los gobiernos establecieran una regulación que provocó la crisis. Ganan más dinero así, pero recurrentemente provocan problemas. No hay dificultad en saber lo que hay que hacer, el problema es tener el poder suficiente para llevar a cabo las medidas.

No hay voluntad política ni capacidad suficiente para enfrentarse al poder que han acumulado las grandes organizaciones empresariales 

Llevamos con tensiones recurrentes desde la crisis del petróleo de 1973 y parece que no hemos aprendido nada.

De la crisis del 73 nació un cambio de civilización, fue el germen de la revolución conservadora. Se aprendió, claro que se hizo, pero fueron los grandes capitales los que pusieron en marcha una estrategia que mantienen hoy para priorizar los beneficios. Pero han volcado tanto la carga hacia un lado que la economía que así no puede funcionar. Lo lamentable es que solamente las grandes empresas aprendieron lo que tenían que hacer para ganar más dinero, pero parece que no se ha aprendido demasiado en otro ámbito para tratar de imponer otras lógicas.

Con la invasión de Ucrania por parte de Rusia parece que vamos a un nuevo mundo de bloques. No parece que haya un proyecto que tenga visos de convertirse en hegemónico. ¿Cree que vamos camino de acabar con la globalización? Que se va a cumplir la premisa de la fragmentación económica y comercial del mundo en bloques?

En el plano geoestratégico se va a ir a una dinámica más multipolar. En el plano económico, el poder de Estados Unidos empieza a tener contrapesos. No creo que se vaya a producir una globalización completa, pero lo que sí está ocurriendo es que las propias empresas globalizadas han comprobado que la lógica dominante en estos años les puede proporcionar un enorme beneficio, pero a costa de tener que soportar una incertidumbre, enormes riesgos y una casi nula resiliencia ante shocks y los impactos imprevistos. Hay miles de empresas que se están replanteando la lógica de la globalización, y están definiendo una política de localización y de estrategias comerciales, quizá menos rentables, pero más seguras y más sostenibles a la larga.

Por eso creo que España puede tener una posición bastante favorable. Espero que nuestro gobierno sea capaz de hacer las cosas bien y aprovechar esta coyuntura, porque puede ser muy favorable para una economía como la nuestra.

¿En qué sentido puede ser más favorable para España?

Se está produciendo una relocalización de mucho capital, que está tratando de encontrar nuevas ubicaciones. España tiene recursos que en estos momentos son estratégicamente muy importantes y una posición internacional que puede ser muy valiosa: vamos a sufrir menos deterioro de la economía productiva que Alemania. Tenemos una buena expectativa por delante de la que podemos obtener ventaja en los próximos años. Otra cosa es que la confrontación política permanente y absolutamente carente de sentido ponga en peligro esta posición.

Juan Torres: "La independencia de los bancos centrales se ha demostrado inútil y es antidemocrática" (eldiario.es)

sábado, 8 de abril de 2023

Los nazis de la OTAN

 

Los nazis de la OTAN

 

En mayo de 1945, el Institut français d’opinion publique reveló que el 57 por ciento de los franceses entendían que la Unión Soviética había sido la potencia que había derrotado a la Alemania de Hitler. Sólo el 20 por ciento consideraba que se debía a la intervención de Estados Unidos. Para 2004, los franceses pensaban exactamente lo contrario: sólo el 20 por ciento atribuían un rol relevante a los soviéticos y sus 27 millones de muertos.

El caso de los alemanes no es muy distinto. Aunque Alemania enfrentó la historia del nazismo con más coraje y más éxito que lo hicieron los estadounidenses con la esclavitud, la Confederación y la Guerra Civil, también pecó de amnesia programada con respecto al rol jugado por la Unión Soviética en su liberación.

En marzo de 1952, el malo y exaliado de Gran Bretaña y Estados Unidos, Joseph Stalin, le envió a Washington, Paris y Londres una propuesta para resolver la nueva escalada militarista. La propuesta consistía en unificar Alemania, no obligando que la parte occidental se convirtiese al comunismo sino que la Alemania comunista adoptase el sistema de democracia liberal de la Alemania capitalista. A cambio, Stalin proponía el retiro inmediato de todas las fuerzas de ocupación de la nueva Alemania unificada, el establecimiento de un ejército propio, independiente, pero neutral y libre de alianzas. El acuerdo de paz también aliviaría a una Unión Soviética degastada por la guerra y con desventaja militar.

La propuesta fracasó cuando Bonn y Washington aceptaron el regalo de la Alemania comunista pero no lo que demandaba Moscú a cambio, es decir, la neutralidad de la Alemania unificada y el enfriamiento de la escalada armamentista. El Plan A de Occidente era integrar a la Alemania occidental al sistema militar del bloque capitalista antes de cualquier otra negociación. A lo largo de ese año, Stalin envió tres propuestas más, con el mismo resultado.

En los años 80s, los archivos desclasificados mostraron que las propuestas de Stalin iban en serio, pero en 1952 se acusó a Moscú de proponer un imposible con fines propagandísticos. El más que razonable plan de paz del mayor aliado de Occidente contra los nazis pocos años antes, fracasó. El objetivo de Washington, Bonn y Londres era continuar expandiendo su maquinaria militar a cualquier precio. Todo en nombre de la democracia y la libertad.

En 1961, la OTAN nombró al general Adolf Bruno Heusinger como jefe de su poderoso Comité Militar en Washington. Heusinger había sido uno de los más cercanos oficiales de Hitler (el tercero en la línea de mando) que nunca fueron condenados por las potencias vencedoras de Occidente, sino todo lo contrario: como fue el caso de otros miles de nazis menos conocidos, fueron premiados a cambio de su pasión y conocimiento en “la lucha contra el comunismo”. El nombramiento de Heusinger se produjo cuando la Unión Soviética lo reclamó para ser juzgado por sus crímenes de guerra, sobre todo durante la invasión nazi a los países de la Europa del Este y de la misma Rusia a comienzos de la Segunda Guerra Mundial.

Aparte de su nombramiento como jefe militar de la OTAN, Heusinger fue condecorado por Estados Unidos con la medalla Legion of Merit, creada por Franklin D. Roosevelt. Heusinger la colgó junto con la Cruz de Hierro y la Cruz Nazi al Mérito de Guerra, otorgadas por Hitler, entre otros ornamentos que los militares importantes se cuelgan en las fiestas de sociedad. En 1971, Johannes Steinhoff, también honrado con una Cruz de Hierro nazi, fue nombrado jefe militar de la OTAN. Ernst Ferber, condecorado con la Cruz de Hierro fue nombrado jefe de las Fuerzas Aliadas de Europa Central de la OTAN en 1973. Karl Schnell también recibió la Cruz de Hierro nazi y también sucedió al General Ferber como como jefe de las Fuerzas Aliadas de la OTAN en Europa Central en 1975. Franz Joseph Schulze también recibió una Cruz de Hierro nazi y fue nombrado jefe de las Fuerzas Aliadas de Europa Central de la OTAN en 1977. Entre otros…

Nada de esto debe sorprender si consideramos que la misma idea de una OTAN había surgido en la Alemania nazi como una forma de alianza con el bloque capitalista contra los soviéticos. Alianza que, a nivel empresarial, político y económico, ya existía mucho antes de que estallara la guerra. Heinrich Himmler, uno de los principales organizadores del ahora llamado Holocausto judío, fue uno de los primeros en proponer esta idea. Reinhard Gehlen, Hans Speidel, Albert Schnez y Johannes Steinhoff, otros de los militares nazis más poderosos, protegidos y premiados por Occidente, tuvieron más suerte y fueron empleados por Washington y la CIA, todos unidos por un nuevo enemigo común (el exaliado en tiempos de guerra) y con un plan claro de alianza militar que se llamó OTAN.

Existían dos razones a la luz del día para la negativa de las potencias occidentales a la propuesta de Stalin de 1952. Como desarrollamos en otros libros, las palabras crean la realidad que creemos es independiente de las palabras. La primara razón era puramente militarista, resumida en lo que el presidente Eisenhower consideró uno de los mayores peligros para la democracia y, en 1961, llamó el “complejo industrial militar”. La segunda razón también procede de las profundidades de la historia: en solo treinta años, la Unión Soviética había realizado una de las proezas económicas y sociales más impresionantes de la historia moderna, todo a pesar de haber sido el país que más sufrió, social y económicamente, en su lucha contra el nazismo.

El objetivo era, a cualquier precio, evitar el mal ejemplo del éxito ajeno. Aunque la propaganda de “los medios libres” insistieran en lo contario, la inteligencia de los países occidentales no veían ninguna posibilidad de alguna invasión militar soviética. Que Stalin confirmase dichos informes con una propuesta que apuntaba a reducir la tensión belicista del mundo capitalista era inaceptable.

Cuando la Unión Soviética cometió suicidio en 1991 (en condiciones mucho peores, Cuba mantuvo su sistema comunista), Rusia cayó en una crisis económica y social al mejor estilo capitalista, empeorando casi todos los indicadores sociales; una especie de regreso a la Rusia zarista, pero los poderosos medios lo vendieron como una “salida de la crisis” festejando la apertura de un gigante McDonald’s en Moscú como símbolo de libertad y de alimentación democrática.

Toda esta historia, como otros casos, fue olvidada. Según Stephane Grimaldi, director del Museo Caen Memorial: “En 1945, el gran aliado era Stalin y la Unión Soviética; su papel estaba absolutamente claro para los franceses”. Pero el efecto Guerra Fría y la masiva propaganda cultural de Hollywood, el mayor creador de mitos modernos del siglo XX, dio vuelta el juicio sobre un hecho relevante del pasado. Lo mismo hizo Hollywood con la mitificación de la guerra contra México en 1845 con películas como The Alamo. Lo mismo con el lavado moral del rol de la Confederación en la Guerra Civil. Más recientemente, lo mismo hizo con la invención de un triunfo moral (similar al del Sur durante la “reconstrucción”) en la Guerra de Vietnam con innumerables películas, aparte de libros, del apoyo de una prensa funcional y un periodismo mayoritariamente obediente.

Ahora que Rusia no es más comunista, queda clara la paranoia calvinista por mantener al resto de la humanidad bajo control moral y productivo, a cualquier precio y en nombre de la libertad y la democracia. 

Los nazis de la OTAN – Rebelion

viernes, 7 de abril de 2023

La onda expansiva de las jubilaciones en Francia

  

Un pueblo de pie, un poder obstinado

Benoît Bréville 

Las fanfarronadas del ejecutivo y las brutalidades policiales dan muestras de la fragilidad del poder francés. Y con razón, el rechazo a la reforma de las jubilaciones conlleva el del orden social defendido por el gobierno.

¿Es posible aún hacer retroceder un gobierno, poner en jaque una decisión tomada por el poder? Hace no tanto tiempo, en Francia la respuesta era obvia. Cuando se veían enfrentados a movimientos sociales duraderos, determinados, organizados, que ponían en la calle muchedumbres masivas, los dirigentes podían dar marcha atrás. Y su retroceso demostraba la posibilidad de que la población se haga escuchar por fuera de los períodos electorales a los cuales no se puede reducir una vida democrática. Los proyectos los más diversos cayeron así en el olvido: la ley sobre la autonomía de las escuelas privadas en 1984, la de la selección en la universidad en 1986, el contrato de inserción profesional en 1993, el “plan Juppé” en 1995… Podía suceder incluso que los promotores de una reforma impopular debieran renunciar, como el ministro de Enseñanza Superior Alain Devaquet en 1986 o el de Educación Nacional Claude Allègre en el año 2000.

Pero, desde 2006 y la lucha victoriosa contra el contrato de primer empleo (CPE), ya nada. No importa la cantidad de manifestantes, no importa la estrategia, desfiles ordenados o agitados, retención de tareas, ocupaciones de universidades o acciones espectaculares; las derrotas se suceden: lucha contra la autonomía de las universidades en 2007, batalla de las jubilaciones en 2010, movilizaciones contra la ley El Khomri en 2016 o las ordenanzas Macron en 2017, contra el software de selección en la enseñanza superior Parcoursup en 2018... Se impuso el “modelo Thatcher”: los gobiernos ya no retroceden. Incluso ante las bolsas de basura que se acumulan, ante las estaciones de servicio sin gasolina, los trenes cancelados, las aulas cerradas, las rutas bloqueadas. Se adaptan tanto a los subterráneos que no funcionan como a las manifestaciones semanales o cotidianas. Y si la situación se torna insostenible, requisan, reprimen. Esta firmeza se habría convertido incluso en un atributo del poder en la República: “resistir a la calle” daría muestra de un sentido del Estado, de coraje político.

Así, el ex primer ministro Édouard Philippe pudo contar con orgullo ante estudiantes de una gran escuela de comercio: “Nunca se sabe cuál de las gotas es la última. […] En 2017, preparamos las ‘ordenanzas laborales’. Me dije: ‘va a ser terrible’. Porque recordaba la ley de trabajo [dieciocho meses] antes, manifestaciones masivas, tensión al máximo. Pero sacamos las ordenanzas laborales y pasaron. Hicimos la reforma de la SNCF [Sociedad Nacional de Ferrocarriles], pusimos fin al estatuto y abrimos la competencia, esperábamos bloqueos totales. Y no fue para tanto, hubo algunas huelgas y pasó. Dijimos que íbamos a poder entrar en las universidades, en la enseñanza superior, si ustedes siguieron la actualidad de los últimos veinte o treinta años saben que es una bomba. Lo hicimos, hubo universidades ocupadas, ¡las desocupamos, y pasó!” (1). Luego el movimiento de los “chalecos amarillos” mostró que no siempre pasan.

De escribanía a felpudo

Por lo tanto, Emmanuel Macron aguantó esperando que “pase” una vez más. Impuso su reforma de las jubilaciones con brutalidad, ignorando un movimiento de protesta del que debería haber percibido la amplitud y la determinación. En nueve ocasiones, ante el llamado de una intersindical extrañamente unida, millones de personas marcharon, en las grandes ciudades y en los pequeños pueblos que jamás vivieron manifestaciones semejantes. Las encuestas, que por lo general apasionan al Eliseo, señalaban hasta un 70% de opositores a la reforma, e incluso un 90% si sólo se le preguntaba a la población activa. Unas cifras que aumentaron a medida que el gobierno daba muestras de “pedagogía” y que los ciudadanos desenmascaraban las mentiras ministeriales –no, la reforma no es “necesaria”, ni “justa”, ni “protectora de las mujeres”, y no, no garantiza una pensión mínima de 1.200 euros” para todos–. Se toman riesgos cuando se quiere hacer trabajar a las personas dos años más. Se informan, verifican.

Dócil frente a la Unión Europea que recomienda esta reforma, pero incapaz de convencer a los franceses y a sus diputados, Macron decidió imponerse. Utilizó todas las municiones imaginables para limitar la duración de los debates parlamentarios (artículo 47-1 de la Constitución), impedir los debates en torno a un artículo a partir del momento en que “al menos dos oradores de opinión contraria intervinieron” (artículo 38 del reglamento del Senado, utilizado por primera vez desde su entrada en vigor en 2015), obligar a los senadores a pronunciarse en bloque sobre la reforma, y no artículo por artículo (artículo 44-3). Por último, el 16 de marzo de 2023, el gobierno de Élisabeth Borne desenfundó el célebre “49-3”, que autoriza a dispensar del voto de los diputados. Un método original para un Presidente que gusta presentarse como heraldo del mundo libre y fustigar en sus discursos a los “autócratas”, los “regímenes autoritarios” donde la opinión de la población no cuenta, donde el Parlamento cumple un papel de escribanía, donde la oposición está reducida al silencio.

Finalmente, su reforma de las jubilaciones, que afecta a la vida de los franceses por varias décadas, sólo fue votada por senadores electos por sufragio indirecto, que se aseguraron de proteger su propio régimen especial al mismo tiempo que suprimían el del resto. Los dos años de trabajo suplementario impuestos sin la aprobación de la Asamblea Nacional se apoyan entonces en la mera legitimidad de una institución dominada por un partido (Los Republicanos) (... Este  artículo a partir de aquí esta cerrado)

Un pueblo de pie, un poder obstinado, por Benoît Bréville (Le Monde Diplomatique - Edición Chilena, abril 2023)

miércoles, 5 de abril de 2023

Donbass: Informar contracorriente




El relato occidental sobre el conflicto en Ucrania no quiere competidores. Pero los tiene, y se llaman George, Vittorio, Johnny, Janus… Por saber la verdad, se jugaron la vida en Donbass, y por darla a conocer, se juegan su reputación, su libertad y acaso la vida en sus países de origen. No son muchos los que se atreven a ir contracorriente, pero los hay. Y en el mundo de hoy, donde los cínicos hacen su agosto, son más necesarios que nunca. El que no se conforma con discursos enlatados lo sabe.

https://www.youtube.com/watch?v=REEn8enQr7w

Documental “Donbass: informar a contracorriente» – insurgente.org . Tu diario de izquierdas





domingo, 2 de abril de 2023

Entrevista a Vijay Prashad .

                                                                           


Entrevista a Vijay Prashad, director del Instituto Tricontinental de Investigación Social

«La salida a la guerra de Ucrania está en China»


 

Vijay Prashad (Calcuta, 1967) es un historiador marxista, director del Instituto Tricontinental de Investigación Social, una institución internacional impulsada por movimientos y organizaciones populares. Tienen institutos en Argentina, Brasil, India y Sudáfrica, así como una oficina interregional con integrantes en muchas partes del mundo. Prashad es también editor jefe de Left Word Books y miembro senior del Instituto Chongyang de Estudios Financieros de la Universidad Renmin de China. Recientemente ha publicado, con Noam Chomsky, el libro La retirada. Irak, Libia, Afganistán y la fragilidad del poder de Estados Unidos (2022). Lo encontramos en La Habana participando en el ‘Coloquio Patria’, encuentro para debatir sobre el bloqueo digital de Estados Unidos a Cuba.

Usted es de origen indio, aunque desarrolla su trabajo en Estados Unidos y otros países; históricamente ha habido un debate sobre los modelos de desarrollo tan diferentes de los dos grandes países poblados del mundo, como son India y China. El premio Nobel de Economía Amartya Sen llegó a decir que durante décadas se hablaba de las hambrunas en China en el periodo histórico llamada el Gran Salto Adelante, pero en India siguieron muriendo todos los años y en todos los periodos sin que los medios prestaran atención. Ahora sabemos que China ha acabado con el hambre y la pobreza extrema, algo que no ha sucedido en India. ¿Cuál es hoy su visión comparada de ambos países?

India y China consiguieron su independencia en el mismo periodo, uno en 1947 y el otro en 1949. China rompió las jerarquías sociales inmediatamente, y así las personas que durante muchos años fueron oprimidas recuperaron su confianza en la política. La revolución china les permitió acceder a la salud y la educación, era un país pobre pero liberaron a muchas personas de la pobreza rural.

Mientras tanto, en la India no se llevó a cabo ningún cambio en las jerarquías sociales. Jerarquías como las castas y otras se mantuvieron intactas, por tanto la confianza política de las personas de las zonas rurales no aumentó. No había ni educación ni salud universal. Todo eso ha supuesto que, a diferencia de China, no tengan confianza en la política ni en sus instituciones. India es un país muy avanzado, con mucha tecnología, no es un país primitivo, sin embargo sigue siendo un país en el que las desigualdades sociales son muy grandes.

En su reciente libro de conversaciones con Noam Chomsky, La Retirada, repasan las políticas puestas en marcha por Estados Unidos y la OTAN para llevar la democracia y los derechos humanos a otros países. Lo más interesante de la obra, en mi opinión, es cuando señalan que no siempre el motivo de la intervención es apropiarse de los recursos naturales. ¿Puede explicar eso?

Tras la Segunda Guerra Mundial, muchas nuevas naciones emergieron en la comunidad internacional y lucharon para establecer su soberanía como naciones y también la dignidad. Para ello retan al poder de los monopolios y al poder de Estados Unidos. Es en ese momento cuando vemos muchos golpes de Estado: Guatemala, Congo, Irán, Ghana, Indonesia. También encontramos intentos de las instituciones financieras de ejecutar golpes a través de los bancos. Esos golpes de bancos y de tanques suceden porque el poder imperialista no puede dejar que esos países se establezcan soberanamente. Decimos que Estados Unidos es The Godfather [El Padrino, la Mafia] porque no puede permitir que otros países actúen independientemente de ellos. Si alguno actúa de forma independiente de las corporaciones multinacionales no será aceptado por Estados Unidos y será castigado.

Cada vez parece más clara la ausencia de una política exterior europea propia frente a EE.UU. La guerra de Ucrania ha resultado muy elocuente. Desde las sanciones al aumento del gasto militar aparecen como una imposición de Estados Unidos. Y asombra también la resignación alemana ante el explosión de los gasoductos que le suministraban gas ruso. ¿Cómo se explica ese comportamiento de Europa?

Los europeos no quieren pensar que son como las otras personas del mundo. Si observas el periodo de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial verás dos golpes llevados a cabo por Estados Unidos en Europa. Las personas bienintencionadas se quedarán sorprendidas de que yo use el término golpe de Estado. En las elecciones de Italia y Francia, en ambos países, la izquierda iba a ganar. En Italia el Partido Comunista era favorito en las primeras elecciones de la posguerra, y el Partido Comunista en Francia también tenía grandes apoyos después de la guerra. Pero Estados Unidos dio fondos a los partidos de la oposición para prevenir que los partidos de izquierda llegaran al poder, no hay duda de estos hechos.

Basta con leer la página web de la CIA para entender lo que hicieron. No hay diferencia entre el golpe en Francia o Italia y el golpe en Guatemala en 1954. Pensamos que un golpe de Estado no puede suceder dentro de Europa, si acaso en Turquía o Grecia, pero jamás en Francia. ¿Por qué fue importante tener un golpe en Francia? Porque el Occidente europeo tenía que ser una provincia de Estados Unidos, y Charles De Gaulle entendió eso. 

Se habla mucho en Francia de una política exterior independiente. Cuando se establecieron las instituciones europeas de Maastricht se hablaba mucho de crear una política exterior de Europa. Sin embargo, ahora, la política exterior de Europa está subordinada a Estados Unidos. Cada vez que Europa intenta alejarse de Estados Unidos, ellos tiran de algún acuerdo y la traen de vuelta.

El conflicto de Ucrania fue una oportunidad excelente para restablecer el poder de Estados Unidos sobre Europa y tenerla de nuevo dentro de su dominio. Mira Olaf Scholz hoy: ¿él representa la opinión pública de Alemania o representa la posición del Departamento de Estado? Mira Macron, dice una cosa y luego vuela a Washington y dice otra. Aunque quieren distanciarse de Estados Unidos, ellos no lo permiten.

Pero, ¿de qué manera Estados Unidos logra tirar de Europa para que no se distancie de su política?

En los últimos quince años, después de la crisis financiera, Europa estaba cada vez más cercana a Asia. Más dependiente de la energía rusa, más dependiente de la tecnología y las inversiones de China. Pero esa tendencia a una integración natural con Asia es algo que lleva preocupando a la clase dominante de Estados Unidos los últimos diez años. El mismo Trump llegó a la OTAN y dijo que por qué ustedes están comprando energía de Rusia y encima creen que les vamos a proteger.

En su opinión, ¿cuál podría ser una salida a la guerra de Ucrania?

China.

China, si le dejan. 

China ha presentado una propuesta de paz, de diálogo.

¿Quiénes estarían dispuestos a aceptar la propuesta de paz de China y quién no?

Zelenski dijo que era una buena idea, Macron dijo que era una buena idea, los rusos dijeron que estarían dispuestos a discutir. ¿Quién no dijo que era una buena idea?

¿Estados Unidos? 

Exacto, The Godfather.


                                                                      


Escribió hace diez años un libro excepcional, Las naciones oscuras. Una historia del Tercer Mundo. El abrumador poder de Occidente para escribir la historia produce el espejismo de que todo lo importante que sucede es dentro de las fronteras de los países ricos y protagonizado por sus líderes. Frente a ello, usted relata en esta obra el combate de los países pobres y colonizados –las naciones oscuras– contra la explotación por las metrópolis y los ricos. Una lucha que comienza con líderes gigantes de los que ya no quedan en el Tercer Mundo: Nasser, Nehru y Tito. Su repaso entonces era pesimista. ¿Qué novedades se han producido diez años después? ¿Cree que China puede ser una esperanza para el Tercer Mundo? ¿Ve más cerca un mundo multipolar?

China no puede salvar el mundo, lo que necesitamos es que, nosotros, en el Sur Global, en el Tercer Mundo, tenemos que crear nuestros propios proyectos. La idea de China ha dado la oportunidad a muchos de crear otro tipo de consensos, otro modelo de relaciones internacionales. Pero si los países del Tercer Mundo desaprovechan esa oportunidad, todos nosotros vamos a perder. China no nos puede salvar, China solo puede cambiar la correlación de fuerzas. ¿Cuál es el proyecto de América Latina? ¿Cuál es el proyecto de África? ¿Cuál es el proyecto de Asia? A todo eso debemos responder.

Fuente: https://ctxt.es/es/20230301/Politica/42472/Vijay-Prashad-pascual-serrano-historiador-marxista-entrevista-guerra-china-ucrania.htm

Los nuevos años veinte .

 

Los nuevos años veinte

Eventos como la guerra en Ucrania pueden marcar el inicio de un periodo en el que la globalización echa el freno y la soberanía nacional vuelve a definir las relaciones internacionales

Francisco Villamil 

Hace un año, Rusia invadió Ucrania y voló por los aires el orden global. La política internacional ha tenido más protagonismo durante los últimos meses que desde hace mucho tiempo, quizás desde la caída de la Unión Soviética. A la guerra de Ucrania se ha sumado el aumento de tensiones sobre Taiwán durante el verano, que ha servido para subrayar la fragilidad de las relaciones entre China y Estados Unidos. El incidente de los globos espía chinos derribados por la Fuerza Aérea americana, que provocó que se pospusiese un intento de acercamiento diplomático entre ambos países, es probablemente el último evento de un año que ha tenido un regusto a conflicto geopolítico como no se veía desde hace tres décadas.

Estos meses recuerdan a un tiempo en el que los países más poderosos se disputaban el control internacional, generando tensiones que en algunas ocasiones escalaban en forma de conflictos violentos y, en otras, directamente parecían poner en riesgo a medio mundo. Un punto de vista muy extendido sobre los eventos de Ucrania y Taiwán sigue precisamente este argumento. La idea es que estos conflictos son la consecuencia de un sistema internacional en el que las grandes potencias tratan constantemente de conseguir o mantener cierto control, si no internacional, al menos sí sobre su área de influencia. Un sistema en el que lo que importa es la capacidad militar y los recursos de cada país. Es decir, nada nuevo. La misma geopolítica de las últimas décadas, que simplemente se nos había olvidado porque Estados Unidos disfrutó de ser la potencia hegemónica durante unos años.

La misma geopolítica de las últimas décadas, que simplemente se nos había olvidado porque EEUU disfrutó de ser la potencia hegemónica durante años

Otros dicen que el problema con Rusia y China está relacionado con el tipo de régimen que hay en dichos países. Es decir, que gran parte de la explicación a las decisiones de Vladimir Putin y Xi Jinping es que ambos son los líderes de Estados cada vez más autoritarios, pero que no obstante aún están en proceso de consolidar su poder (lo que a veces se conoce como autoritarismo competitivo, especialmente para casos en los que se siguen celebrando elecciones, como en Rusia). Según esta visión, una política exterior más agresiva puede ser consecuencia de la necesidad de aumentar el apoyo de algunos sectores internos o de la falta de los contrapesos que existen en una verdadera democracia. Relacionado con esto, hay también opiniones que apuntan a las motivaciones ideológicas de Putin y Xi, sobre todo para el caso de Ucrania, donde se señala el ensayo que publicó Putin el verano anterior a la invasión, en el que básicamente afirmaba que Ucrania no se merece el título de nación, sino que forma parte de Rusia.

Sin embargo, creo que lo que ha pasado este año puede ser señal de un cambio más profundo a nivel internacional, un cambio que puede tener consecuencias mucho más serias. Estos eventos pueden marcar el inicio de un periodo en el que la globalización echa el freno y la soberanía nacional vuelve a definir las relaciones internacionales. Un periodo que necesariamente se vuelve más inseguro.

Tampoco es que este aviso sea totalmente nuevo. De hecho, el cambio de sentido del proceso de globalización ya estaba sobre la mesa desde hace tiempo, sobre todo a raíz de algunos resultados electorales como el Brexit o la victoria de Trump. Lo mismo pasa con el ámbito económico. Por ejemplo, el economista Dani Rodrik ya avisaba hace más de una década de que la globalización económica conllevaba necesariamente sacrificar la democracia o la soberanía nacional, y que veía muy improbable que los países se pusiesen de acuerdo en ceder soberanía para construir algún tipo de gobernanza mundial. Una consecuencia de que la democracia disminuya porque la demanda de soberanía se mantiene alta es que haya una tendencia a nivel internacional hacia sistemas más autoritarios basados en una narrativa nacionalista fuerte.

Lo especial de lo que ha ocurrido durante el último año es que puede que sea la primera vez que esta tendencia implica conflictos militares, ya sea la disputa sobre Taiwán o algo mucho más violento como la guerra de Ucrania.

El cambio de sentido del proceso de globalización ya estaba sobre la mesa

Además, al invadir Ucrania, puede que Putin haya dado el primer paso para cambiar también el rumbo de las relaciones internacionales. Decía hace unos meses el economista Branko Milanovicque una manera de entender la guerra de Ucrania puede pasar por pensar que el objetivo de Putin no era mejorar la posición internacional de Rusia, doblegando a Ucrania o parando la expansión de la OTAN, sino conseguir que Rusia sea verdaderamente soberana. Esto es totalmente diferente a algo como el Brexit, que aunque supuso un cambio de rumbo para la globalización económica y un aviso para los que creían que la integración económica solo podía ir a más, a nivel de cooperación internacional no tenía grandes efectos. Pero la invasión de Ucrania sí puede tener consecuencias muy importantes para las relaciones entre los países.

El ingreso de nuevos países en alianzas internacionales, el fortalecimiento de estas alianzas, un aumento del gasto militar de cada país y una presencia más fuerte de discursos nacionalistas en todos los ámbitos. Todo esto, que en cierta manera ya hemos observado durante los últimos meses, tiene consecuencias para la política interna de cada país, dando alas a las fuerzas políticas nacionalistas que desprecian los foros de cooperación internacional.

Un orden internacional definido por la soberanía nacional no sería algo nuevo. Hace cien años, los viejos años veinte empezaron con el orden que surgió del fin de la Primera Guerra Mundial. Un orden definido en gran medida por los famosos Catorce Puntos del presidente americano Woodrow Wilson, que subrayaban la importancia de la democracia, la globalización económica, la autodeterminación nacional y las organizaciones internacionales, especialmente la Liga de las Naciones. Aunque en cierta medida Wilson buscaba debilitar a los viejos imperios europeos y consolidar la supremacía americana a través de estas medidas, era ante todo un modelo de orden internacional para asegurar la paz global. El desenlace ya lo conocemos. Unos años después, sobre todo a raíz de la crisis económica, muchos países respondieron a esta situación a través de regímenes autoritarios basados en una idea desmesurada de la nación. La paz falló.

Puede que los eventos de este año sean parte de la misma historia de las últimas décadas, pero también puede que tengan una importancia especial. Que cuando los miremos con la perspectiva que da el tiempo, y que ahora no tenemos, se conviertan en señales de un nuevo periodo en el que el nacionalismo volvió a definir las relaciones internacionales. Señales de unos nuevos años veinte que nos trajeron de nuevo la inestabilidad y los conflictos internacionales.

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jueves, 30 de marzo de 2023

Islamofobia y racismo

                                                                                


Entrevista a Deepa Kumar

La islamofobia tiene sus raíces en el imperialismo..


«Tanto demócratas como republicanos son responsables de este proceso de racialización, porque ambos partidos presiden el imperio. La retórica puede ser diferente: más liberal en un caso, más conservadora o reaccionaria en el otro. Pero al fin y al cabo, el racismo antimusulmán surge de las entrañas del imperio y es importante para reproducir el imperio.»

En los últimos veinte años, la hostilidad hacia los musulmanes se ha convertido en uno de los temas centrales del discurso político en toda Europa y Norteamérica. Desde Donald Trump hasta Marine Le Pen, los políticos de extrema derecha han hecho de la islamofobia uno de los ejes centrales de sus plataformas electorales.

Al mismo tiempo, Estados Unidos y sus aliados han emprendido una serie de guerras en el norte de África y Oriente Próximo. Las catastróficas consecuencias de esas guerras han reforzado aún más el racismo anti musulmán.

Deepa Kumar es profesora de periodismo y medios de comunicación en la Universidad de Rutgers y autora de Islamophobia and the Politics of Empire, un libro que explora la relación entre el militarismo imperial en el extranjero y el fanatismo islamófobo en el frente interno.

                                                

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La islamofobia hunde sus raíces en el imperialismo - Jacobin Revista (jacobinlat.com)