lunes, 16 de agosto de 2021

La tragedia afgana.

 La tragedia afgana

Pierre Beaudet  

 En pocas semanas, es probable que los talibanes regresen al poder. Como en 1996, intentarán instaurar su régimen oscurantista y reaccionario para aniquilar el respeto a los derechos humanos, especialmente de las mujeres. Los elementos progresistas de la sociedad afgana serán perseguidos o, peor aún, exterminados. Este regreso a la casilla cero se produce después de más de 25 años de ocupación estadounidense y una serie de guerras en todo el país. Los seguidores de la teoría del "choque de civilizaciones" de Samuel Huntingdon pueden decir que la “esencia"de este "país bárbaro” hace imposible que pueda incorporarse a las filas de los " países civilizados". Esta narrativa colonialista sirve, por supuesto, para justificar las guerras imperialistas libradas por Estados Unidos y sus aliados-subordinados (como Canadá). Afganos, iraquíes, haitianos y ahora los chinos deben ser combatidos sin descanso si se quiere mantener la "civilización occidental".

 El origen

 Durante unos cientos de años, Afganistán fue gobernado por una monarquía feudal que se contentó con acumular palacios, dejando las áreas rurales y las ciudades abandonadas. Después de su lamentable derrota en 1872, los británicos se habían resignado a no poder conquistar este país. Con la Rusia (zarista), hicieron un pacto no reconocido para dejar Afganistán como territorio neutral entre las dos grandes potencias asiáticas de la época. Todo esto saltó en añicos después de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Soviética. La nueva URSS quería asegurar los territorios del este en su lucha contra los ejércitos blancos apoyados por los feudales sin fe ni ley.

 Un nuevo proyecto

 Posteriormente, los soviéticos intentaron cultivar una élite modernista del país que soñaba con sacar a su país de la pobreza feudal. Un pequeño núcleo urbano formado en su mayoría por estudiantes y soldados enarbolaba el estandarte de la república. Estados Unidos, que buscaba controlar la región, apoyó a la monarquía mientras la alentaba a hacer reformas, pero sin tocar la mayor parte de su poder. A principios de la década de 1970, la agitación social y política alcanzó un punto sin retorno, de ahí el golpe de estado de 1973 que llevó al poder a soldados reformistas aliados a los pequeños núcleos comunistas del Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA). En su programa proponían la reforma agraria, la educación (especialmente para las niñas), la prohibición del matrimonio infantil, la alfabetización, la soberanía nacional. Los señores feudales se rebelaron rápidamente, organizando disturbios en varias partes de la región y llamando a la solidaridad "islámica", especialmente de los regímenes reaccionarios de Pakistán y Arabia Saudí.

 Del fracaso a estrellarse

 En 1978, los militares cercanos al PDPA dieron un nuevo golpe después de algunas manifestaciones estudiantiles en Kabul. La Unión Soviética está desconcertada, porque en Moscú era difícil comprender cómo podría resistir un régimen afgano "socialista". Tanto más cuanto que el PDPA se dividió en dos facciones que, además de puntos de vista diferentes, tenía diferentes raíces regionales y étnicas. Khalq ("el Pueblo") dominaba en las regiones del sur pobladas principalmente por población pastún. Parcham (“la Bandera”) está más enraizado en Kabul entre las capas medias, educadas y multiculturales  [ 1 ] . En retrospectiva, el proyecto estaba condenado al fracaso:

 “Concebidas a toda prisa, las reformas del PDPA adolecían de las antiguas divisiones de la sociedad afgana entre la ciudad y el campo. Los jóvenes habitantes de las ciudades, idealistas y educados, no comprendían el mundo rural y deseaban remodelarlo, mientras que los habitantes de las aldeas con muros de adobe no tenían ninguna simpatía por la burocracia urbana. No es de extrañar que las dimensiones sociales y culturales de las reformas no fueran bien recibidas porque amenazaban los privilegios de los mullahs, los maliks (jefes de aldea) y los grandes terratenientes; pero, lo que es más preocupante, los aspectos económicos progresistas del programa también fueron rechazados por un campesinado religiosamente reaccionario”.  [ 2 ]

 La primera debacle

 Rápidamente, las dos grandes facciones del PDPA se hicieron la guerra con una violencia que debilitó el proyecto reformista. Los radicales (Khalq) querían ir demasiado rápido y comenzaron a eliminar a todos los disidentes, incluso entre sus rivales de Parcham. Las revueltas feudales comenzaron a ganar impulso, especialmente cuando Estados Unidos, alentado por sus aliados locales saudíes y paquistaníes, vieron la oportunidad de debilitar a la Unión Soviética. Para el asesor especial del presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brzeziński, Afganistán debía convertirse en “el Vietnam de los soviéticos”. Las armas fluyen y los rebeldes calificados como Mujahedin desestabilizan el régimen. Exasperados por esta deriva y temerosos de perder su influencia, los soviéticos enviaron su ejército en 1980 para apoyar el regreso al poder de los moderados de Parcham. El nuevo régimen bajo la égida de Mohammed Najibullah tiene éxito en cierta medida a la hora de neutralizar a algunos rebeldes moderando las reformas y presentarse como un nacionalista en lugar de un socialista. Inicia una serie de negociaciones que por un tiempo apuntan a que se podría restablecer la paz en este devastado país. Pero para una gran parte de la población rural, la revuelta es una "guerra de liberación" contra una invasión soviética definida como un proyecto contra el Islam. Pero lo que marca la diferencia es que los rebeldes pueden multiplicar por diez su capacidad militar con la ayuda de armas sofisticadas (misiles antiaéreos) que acosan al ejército soviético. Las negociaciones fracasan, en parte por la posición implacable de los republicanos de derecha en EEUU, que regresarían al poder bajo la égida de Ronald Reagan en 1980. Después de la retirada de la Unión Soviética, los partidarios de Najibullah resistieron, pero finalmente en 1992, los rebeldes entraron en Kabul para capturar a sus oponentes, incluido el presidente Najibullah, que se había refugiado en una base de la ONU, y que fue castrado y colgado en la plaza pública. Los partidarios del PDPA fueron perseguidos, encarcelados, torturados, ejecutados o forzados al exilio. Es el final de este proyecto.

 El giro de los talibanes

 Durante cuatro años, los rebeldes sembraron muerte y destrucción. Peor aún, luchaban entre sí, haciendo que ciudades como Kabul se convirtieran en montañas de escombros, en una carnicería que deja 100.000 muertos y millones de refugiados que, principalmente, huyen en masa a Pakistán. Ansiosos por restablecer un cierto "orden", las poderosas fuerzas militares paquistaníes se comprometieron a preparar la estabilización del nuevo régimen apoyando a los “talibanes", una nueva facción que reprochaba a los grupos rebeldes su tribalismo. Inicialmente, Estados Unidos cree que este proyecto es prometedor. Con la Unión Soviética agonizante, consideran expandir su influencia en la región con la idea de facilitar el acceso al poder de las facciones islamistas influenciadas por sus aliados. Este proyecto se plasmó en última instancia en la toma del poder por parte de los talibanes. Al principio, se beneficiaron del apoyo al menos tácito de una mayoría de la población, agotada por las atrocidades y la violencia de los muyahidines y sus partidarios feudales y tribales. Además, los talibanes intentaron tender puentes con Estados Unidos, de ahí las negociaciones sobre la construcción de oleoductos lideradas nada menos que por Hamid Karzai (el futuro presidente instalado por Estados Unidos en 2001).

 Alianzas dudosas

Estos "nuevos islamistas" son más radicales, más organizados y están bien enraizados entre los pastunes del sur. En el norte, la rebelión continúa, pero sin tener la capacidad de amenazar al régimen, en parte porque los ex protectores (Estados Unidos, Arabia Saudí, Pakistán) confían en llegar a una especie de "acomodo" con los talibanes. Su prioridad es destruir los vestigios de las reformas. Lo más espectacular y visible es su esfuerzo por imponer el confinamiento de las mujeres y sacar a las niñas de las escuelas. También comenzaron a atacar a las minorías, en particular a los chiítas (hazaras) que para los talibanes, influenciados por el wahabismo saudí, son “paganos” a exterminar. En medio de la indiferencia generalizada de Estados Unidos y sus aliados subordinados (a menudo denominados "comunidad internacional" por los complacientes medios de comunicación), los talibanes continúan con su desastroso proyecto [ 3 ] . Pero con la primera Guerra del Golfo en 1990, Estados Unidos atacó a Irak con el apoyo de las petro-monarquías para situar sobre el terreno importantes dispositivos militares. Varias facciones de antiguos muyahidines, que habían luchado contra la URSS con apoyo estadounidense, no aceptan este giro, incluido un desconocido Bin Laden. Así se creó una red regional (Al-Qaida), cuyo objetivo es luchar contra el dominio estadounidense e imponer un "Estado Islámico" en toda la región. Entre los talibanes y Al-Qaida, existe una especie de alianza incierta que se ve sacudida por una serie de ataques organizados por el grupo de Bin Laden desde bases establecidas en Afganistán. El resto, lo conocemos, serán los atentados del 11 de septiembre de 2001.

 El proyecto americano

 Desde el principio, los fundamentos de la estrategia estadounidense para Afganistán, pero también para toda la región, son superficiales y cuestionados por gran parte del establishment político, intelectual e incluso militar de Washington. Es cierto que la invasión de Afganistán aparece como una necesidad para hacer olvidar la afrenta del 11 de septiembre. La información que tenía Estados Unidos sobre un régimen talibán militarmente muy débil se confirma después de unos días de combates que envían al régimen talibán nuevamente a la clandestinidad. Pero más allá de este consenso, no hay unos objetivos claros compartidos. Para el pequeño grupo de neoconservadores alrededor de George W. Bush, el objetivo es nada menos que una “reingeniería” de toda la región. Hay que rehacer naciones (construcción de naciones) y reconstruir estados (construcción de estados) a través de la microgestión, utilizando ejecutores locales. La invasión de Afganistán se considera una operación colateral, un trampolín para avanzar contra Irak y posiblemente Siria e Irán. En Afganistán, se establece un pseudo aparato estatal totalmente dominado por “expertos” y asesores estadounidenses, europeos y canadienses, que controlan cada operación día a día. Se imponen algunas reformas, en su mayoría inspiradas en gobiernos nacionalistas anteriores a los talibanes, pero básicamente la prioridad es asegurar el funcionamiento de los "contratistas" cuyas corruptelas se toleran para desviar fondos, y sobre todo, para completar la guerra contra los talibanes y sus aliados. A nivel militar, Estados Unidos fracasa, en parte porque su principal aliado, Pakistán, juega a los dos bandos al seguir apoyando a los talibanes de mil y una maneras. Cuando se planea la invasión de Irak, el "frente" afgano se vuelve aún más secundario. La oposición interna en los Estados Unidos (en particular los aparatos de seguridad como el Pentágono y la CIA) recupera fuerza con la presidencia de Barak Obama, y emerge un "plan B" que combina la retirada parcial de tropas aliadas y el distanciamiento de aliados locales demasiado comprometidos.

 Fin de ciclo

 Durante dos años, el dominio de la resistencia talibán ha seguido creciendo. Los "proyectos de desarrollo" impulsados por Estados Unidos y sus aliados fueron desmantelados, a pesar de los miles de millones de dólares gastados en la construcción de escuelas o represas. Las guerrillas talibanes fueron efectivas en un terreno que seguía siendo hostil y que desconocía el ejército de ocupación. La pequeña camarilla encargada por Washington de administrar el país rápidamente se recicló en el tráfico de drogas, que no ha dejado de crecer. Tanto dinero desperdiciado, tantos fracasos monumentales, han permitido a los talibanes recuperar su estatus operativo y político. Las negociaciones iniciadas en Doha por Estados Unidos y los talibanes, con el apoyo explícito e implícito de las petro-monarquías y otras potencias emergentes (Turquía, Egipto), han reconocido de facto el papel fundamental de los talibanes en una posible "reconstrucción" post-estadounidense. Sin querer hacer predicciones, podemos esperar que vuelva a suceder lo que en 1992, es decir, el establecimiento de una dictadura despiadada. Sin embargo, se les pide a los talibanes que prometan que ya no serán una base de retaguardia para la resistencia islamista regional, lo que probablemente sea aceptado por los talibanes, que han estado luchando contra los rebeldes de Al Qaeda desde hace algún tiempo, y más aún, la nueva generación de combatientes islamistas de Daesh. Incluso puede ser que el acuerdo que se está cocinando incluya un posicionamiento agresivo de un Afganistán de nuevo en manos de los talibán contra Irán, el gran enemigo actual de Estados Unidos e Israel.

 La historia no ha terminado

 Indudablemente habrá muchos conflictos, incluso guerras futuras contra las fuerzas opuestas a los talibanes, en particular en las regiones periféricas donde la antigua "Alianza del Norte" todavía tiene arraigo entre las minorías tayikas, uzbecas y hazaras, que, sin embargo, están muy debilitadas y cada vez tienen más dificultades para utilizar como bases de retaguardia los países vecinos. No todos los nuevos "protectores" del régimen talibán se llevan bien entre si, en particular Pakistán, Arabia Saudí y Turquía, que Estados Unidos quiere reclutar con gran dificultad, para la contención de Irán. En Kabul y otras ciudades importantes, persiste una oposición civil formada por proyectos y redes que luchan por los derechos humanos y especialmente los derechos de las mujeres. En 2004 se lanzó una campaña internacional por la paz, con el impulso de progresistas afganos, en el Foro Social Mundial en Mumbai (India). Afganos de muchas regiones y distintas fracciones habían venido a reunirse y hablar con las 150.000 personas presentes para pedirles apoyo, ya que la debacle estaba en marcha. Estos esfuerzos, a pesar de cierta solidaridad internacional, no pudieron suponer una diferencia..

 La contribución de Canadá

 Durante una breve visita a Kabul en 2007, visité estos proyectos que a menudo estaban dirigidos por los herederos del PDPA. Eran personas admirables, pero sin mucha capacidad. El gobierno pro estadounidense en Kabul ponía obstáculos constantemente en el camino, especialmente cuando estos reformistas querían lanzar un programa llamado "solidaridad nacional”, que habría consistido en apoyar microproyectos gestionados por y para las comunidades locales". Algunos funcionarios honestos de la Agencia Canadiense de Desarrollo Internacional (CIDA) estaban indignados, pero no pudieron hacer nada, sabiendo que la mayor parte de la ayuda canadiense se estaba desviando a las mafias en el poder. Cuando Stephen Harper llegó al poder, Canadá se sumergió en cuerpo y alma en la guerra, con varios miles de soldados desplegados en las líneas del frente en Kandahar, una zona de actividad muy importante para los talibanes. A pesar del sacrificio de más de 150 soldados canadienses, esta operación militar fue un fiasco miserable. Fueron los civiles afganos quienes pagaron el precio con decenas de miles de muertos en los bombardeos estadounidenses y canadienses.

 Cómo romper el círculo de hierro

 La destrucción planificada de Afganistán se produce en una situación de implosión regional sin precedentes, que se puede observar en Irak, Siria, Líbano, Yemen, Palestina y llega tan lejos como Libia. Incapaz de imponer su “re-ingeniería”, Estados Unidos, así como sus aliados subordinados, quieren promover la fragmentación, incluso el caos, impidiendo por un lado que fuerzas nacionales legítimas recuperen el control y por otro lado bloquear las ambiciones de China y Rusia de actuar como un contrapeso que podría llevar a la región a escapar de la tutela de Washington. (1)

 Para los progresistas de todo el mundo, esta situación es complicada y difícil. Algunos inconscientes abogan por el apoyo a los adversarios de Estados Unidos. ¿Son estos "enemigos de nuestros enemigos" amigos de la paz y la democracia? Esta ilusión podría ser muy costosa, si miramos el daño ilimitado infligido a las poblaciones por los regímenes despóticos que proliferan en Irán, Pakistán, Siria y otros lugares. En realidad, esta no es una opción. La alternativa frágil y amenazada que representan los grupos progresistas y las redes de defensa es el camino a seguir, sabiendo que se necesitarán décadas para reconstruir un tejido social donde las luchas por la emancipación puedan conducir a la paz y la democracia.

 

Notas

[ 1 ] Históricamente en Kabul, la mezcla de pueblos tuvo lugar en una especie de multiculturalismo donde el idioma dominante, el dari (de origen persa), se había convertido en el idioma de la administración, los negocios y la educación. Además, el dari es el idioma dominante en varias regiones del norte y este de Afganistán, de ahí una identidad cultural y religiosa distinta).

[ 2 ] Christian Parenti, Le Monde diplomatique y The Nation , 7 de mayo de 2012.

[ 3 ] Este desarrollo lo describe con gran detalle el famoso periodista paquistaní Ahmed Rashid, Taliban: The Power of Militant Islam in Afghanistan and Beyond , IBTauris , 2010.

 

Pierre Beaudet  es editor de Nouveaux Cahiers du Socialisme y actualmente enseña desarrollo internacional en el campus de la Universidad de Quebec Outaouais en Gatineau.

Fuente:

http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article59145

Traducción:Enrique García


 Nota del blog .- Esta por ver esto  , China hace tiempo que  estableció relaciones con los taliban https://blogs.publico.es/puntoyseguido/7338/en-la-trampa-afgana-a-china-le-pueden-confundir-dos-factores/

domingo, 15 de agosto de 2021

El debacle de la OTAN en Afganistán..

Para seguir con la guerra eterna .

Patrick Cockburn .

 La intervención de la OTAN en tierra afgana terminó en una debacle. Mientras se desmorona el régimen instalado por los ocupantes, la ofensiva islamista pone en vilo a las mujeres y las minorías religiosas.

Familias afganas abandonan su hogar, en el distrito Enjil de la provincia de Herāt, durante el conflicto entre talibanes y fuerzas de seguridad afganas, el 8 de julio Afp, Hoshang Hashimi

A mediados del mes pasado, pude ver cómo los talibanes recorrían el norte de Afganistán, tomando lugares que había visitado por primera vez en 2001, al comienzo de la guerra iniciada por Estados Unidos. Los combatientes talibanes se apoderaron del principal puente hacia Tayikistán en el Amu Daria, un río que yo había cruzado en una balsa difícil de manejar pocos meses después de que empezara el conflicto.

El último comando estadounidense de la gigantesca base aérea de Bagram, al norte de Kabul, que había sido el cuartel general de 100 mil soldados estadounidenses en el país, se retiró en plena noche, a comienzos de julio, sin informar siquiera a su sucesor afgano, quien dijo que se había enterado de la evacuación final de las tropas estadounidenses dos horas después de que se produjera.

La principal causa de la implosión de las fuerzas gubernamentales afganas fue el anuncio del presidente Joe Biden, el 14 de abril de 2021, de que las últimas tropas estadounidenses abandonarían el país el 11 de setiembre (véase «Yankee, come home», Brecha, 21-V-21)(1) . Pero los reclamos de los generales estadounidenses y británicos sobre el carácter precipitado del retiro, lo que no les dejaría tiempo para preparar a las fuerzas de seguridad afganas para que puedan valerse por sí mismas, son absurdos, ya que pasaron dos décadas sin conseguirlo.

Ahora que la intervención militar occidental llega a su fin, cabe preguntarse qué hay detrás de esta vergonzosa debacle. ¿Por qué hay tantos talibanes dispuestos a morir por su causa, mientras que los soldados del gobierno afgano huyen o se rinden? ¿Por qué el gobierno afgano de Kabul es tan corrupto e inoperante? ¿Qué pasó con los 2,3 billones de dólares que Estados Unidos lleva gastados en un intento fallido por ganar una guerra en un país que sigue siendo terriblemente pobre?

De una manera más general, ¿por qué la que hace 20 años fue presentada como una victoria decisiva de las fuerzas antitalibanes apoyadas por Estados Unidos se convirtió en la actual derrota? Una de las respuestas es que en Afganistán –al igual que en Líbano, Siria e Irak– la palabra decisiva no debería utilizarse para describir una victoria o una derrota militar. No hay ganadores ni perdedores, pues hay demasiados actores, dentro y fuera del país, que no pueden admitir una derrota ni aceptar la victoria del enemigo.

Las analogías simplistas con el Vietnam de 1975 son engañosas. Los talibanes no tienen en absoluto el poderío militar del Ejército norvietnamita. Además, Afganistán es un mosaico de comunidades étnicas, tribus y regiones difícil de gobernar para los talibanes, cualquiera que sea el futuro del gobierno de Kabul.

La desintegración del Ejército y de las fuerzas de seguridad afganas precipitó el ataque de los talibanes, que, en general, encontraron poca resistencia, lo que les permitió obtener avances territoriales espectaculares. Estos rápidos cambios en la situación del campo de batalla en Afganistán son tradicionalmente alimentados por individuos y comunidades que se pasan rápidamente al bando ganador. Las familias envían a sus jóvenes a luchar tanto por el gobierno como por los talibanes, como una forma de asegurarse. Las rápidas capitulaciones de ciudades y distritos evitan las represalias, mientras que una resistencia demasiado prolongada desembocaría en una masacre.

LA AYUDA PAKISTANÍ Y LA RESISTENCIA A LA INVASIÓN

En 2001 se produjo una situación similar. Mientras Washington y sus aliados locales de la Alianza del Norte (conocida oficialmente como Frente Islámico Unido por la Salvación de Afganistán) se felicitaban por su fácil victoria contra los talibanes, estos últimos regresaban indemnes a sus pueblos o cruzaban la frontera con Pakistán en espera de tiempos mejores. Y los tiempos mejores llegaron cuatro o cinco años después, cuando el gobierno afgano había hecho todo lo posible para desacreditarse a sí mismo.

La gran fuerza de los talibanes radica en que el movimiento siempre contó con el apoyo de Pakistán, un Estado con armas nucleares, un poderoso Ejército, una población de 216 millones de habitantes y una frontera de 2.600 quilómetros con Afganistán. Estados Unidos y Reino Unido nunca lograron realmente entender que si no estaban preparados para enfrentarse a Pakistán, no podrían ganar la guerra.

Los talibanes cuentan, además, con un núcleo de comandantes y combatientes fanáticos y experimentados, implantados en la comunidad pastún. Los pastunes representan el 40 por ciento de la población afgana. Un coronel pakistaní al mando de tropas irregulares pastunes al otro lado de la frontera afgana me preguntó cuáles eran los esfuerzos hechos por Estados Unidos y Reino Unido para «ganarse los corazones y las conciencias» en el sur de Afganistán, densamente poblado por pastunes. Para él, las posibilidades de éxito eran mínimas, porque la experiencia le había enseñado que un rasgo central de la cultura pastún es el «odio profundo a los extranjeros».

La propaganda sobre la «construcción de la nación» gracias a los ocupantes extranjeros en Afganistán e Irak ha sido siempre condescendiente e irrealista. La autodeterminación nacional no es algo que pueda ser promovido por fuerzas extranjeras, por muy bien intencionadas que sean. Son fuerzas que siguen, invariablemente y por encima de todo, sus propios intereses. La dependencia del gobierno afgano con respecto a estas lo desacreditó ante los afganos, privándolo de arraigo en su propia sociedad.

EL DESCRÉDITO DEL RÉGIMEN COLONIAL

Las cantidades enormes de dinero disponibles gracias a los gastos estadounidenses engendraron una elite cleptocrática. Estados Unidos gastó 144.000 millones de dólares en desarrollo y reconstrucción, pero alrededor del 54 por ciento de los afganos viven por debajo de la línea de pobreza, con ingresos inferiores a 1,9 dólares por día.

Un amigo afgano que trabajó en el pasado en la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional me explicó algunos de los mecanismos que permiten que prospere la corrupción. Me dijo, por ejemplo, que los responsables de la ayuda estadounidense en Kabul pensaban que era demasiado arriesgado para ellos visitar personalmente los proyectos que financiaban. Así, en lugar de verlos directamente, se quedaban en sus oficinas fuertemente protegidas y como toda referencia tenían fotografías y videos que les mostraban el avance de estos.

 De vez en cuando mandaban a un empleado afgano, como mi amigo, para que viera por sí mismo lo que ocurría. En una visita a Kandahar para supervisar la construcción de una planta de envasado de verduras, descubrió que una empresa local, algo así como un estudio de cine, se dedicaba a filmar imágenes muy convincentes de obras construidas a cambio de una remuneración. Con extras y un telón de fondo adecuado, mostraban a los supuestos empleados clasificando zanahorias y papas en un depósito, pese a que nada de eso existía en realidad.

 En otra oportunidad, el funcionario afgano encargado de la ayuda encontró pruebas de fraude, pero esta vez nadie trató de ocultarlo. Después de buscar en vano un criadero de pollos, cerca de Jalalabad, que había recibido un financiamiento muy importante, pero que no existía, ubicó a sus propietarios, los que le indicaron que la ruta hasta Kabul era muy larga. Habiéndolo interpretado como una amenaza de muerte si los denunciaba, guardó silencio y renunció a su puesto poco después.

 Es cierto que la ayuda extranjera ha permitido la construcción de verdaderas escuelas y clínicas, pero la corrupción carcome todas las instituciones gubernamentales (véase «La corrupción afgana derrota a Estados Unidos», Brecha, 9-X-14)(2) En el plano militar, la corrupción se traduce en «soldados fantasma» y en puestos de avanzada amenazados por la falta de alimentos y municiones suficientes.

 Nada de esto es nuevo. Cuando, a lo largo de los años, visitaba Kabul u otras ciudades, tuve siempre la impresión de que el apoyo a los talibanes era limitado, pero que todo el mundo consideraba a los funcionarios como parásitos a los que había que evitar o, si no, sobornar. En Kabul, un próspero agente del mercado inmobiliario –en principio, un sector poco propenso a los cambios radicales– me dijo que era imposible que un sistema tan impregnado de corrupción «pudiera mantenerse sin una revolución».

 Tras el fracaso del gobierno, los talibanes confían en que podrán volver al poder dentro de un año. Esta perspectiva aterroriza a mucha gente. ¿Cuál será la reacción de los 4 millones de habitantes de la minoría hazara, por ejemplo, que son chiitas y se sienten cercanos a Irán? A principios de este año, en Kabul, 85 niñas hazaras y sus maestras murieron víctimas de un atentado con bombas a la salida de la escuela. Como en 2001, la guerra eterna en Afganistán está lejos de terminar.

 (Publicado originalmente en The Independent y Counterpunch bajo el título «The Forever War in Afghanistan is Far From Over». Traducción de Ruben Navarro para Correspondencia de Prensa.


Notas del blog .-(1)  https://brecha.com.uy/estados-unidos-se-va-de-afganistan-yankee-come-home/

 Nota del blog . -(2)  https://brecha.com.uy/la-corrupcion-afgana-derrota-estados-unidos/


 

sábado, 14 de agosto de 2021

El Fondo de Miseria Internacional le quita el pan a los egipcios .

 

Una hogaza de pan para vivir


Fuentes: Monitor de Oriente

Los egipcios son únicos en llamar a la barra de pan «pan para vivir», ya que va más allá de ser un producto para comer, es el pilar de su vida y su existencia. Hay un refrán egipcio que dice: «los que atentan contra el sustento de los pobres no ganarán», y esto es un hecho probado por la historia, empezando por la revolución francesa que se encendió por una barra de pan, seguida por el levantamiento egipcio contra Anwar Sadat en 1977 cuando estaba en la cima de su gloria y después de su victoria en la guerra de octubre de 1973, cuando el gobierno egipcio anunció en ese momento que subía el precio del pan, que se vendía a diez milimes (aproximadamente un céntimo). El gobierno también decidió aumentar los precios de muchos otros productos básicos estratégicos, basándose en la recomendación del Fondo Monetario Internacional (FMI), para tratar el déficit presupuestario y acordar la concesión de un préstamo financiero a Egipto para ayudarle a hacer frente a ese déficit.

En cuanto el gobierno anunció sus nuevas decisiones en el Parlamento, y en cuanto la noticia llegó a todos los egipcios a través de las emisoras de radio, el 18 y el 19 de enero de 1977 estallaron amplias manifestaciones populares en muchas gobernaciones egipcias, a las que la policía no pudo hacer frente. Por lo tanto, el gobierno se vio obligado a dar marcha atrás en estas subidas de precios, que eran muy leves, sobre todo si se comparan con las grandes subidas actuales, que agotaron a los ciudadanos, no sólo a los pobres, sino a la clase media que está disminuyendo en Egipto y que se ha unido a la clase pobre. Se sabe que en cualquier sociedad, la clase media es el pilar del país que mantiene el equilibrio, pero en Egipto, ahora sólo hay dos clases, los ricos y poderosos, que representan el uno por ciento y la clase pobre que representa la mayoría del pueblo egipcio.

Al-Sisi sorprendió a los egipcios con su intención de aumentar el precio del pan subvencionado, del que se benefician 67 millones de ciudadanos. Representa el principal componente de la alimentación de millones de egipcios.

No hay nada más peligroso que la cuestión del pan para los egipcios, no sólo provocó protestas en la época de Sadat, sino también en 2008, durante el gobierno de Hosni Mubarak, lo que llevó a ambos a tomar un rumbo opuesto al previsto para reducir los subsidios después.

Según los datos presupuestarios del gobierno en el año fiscal actual, el valor del subsidio al pan ascendió a 2.500 millones de dólares y el número de beneficiarios de los subsidios al pan es de 71 millones de personas. Las subvenciones al pan representan el 16% del total de las ayudas del presupuesto general, que asciende a 20.000 millones de dólares. Su parte relativa es del 2,8% del total de gastos del presupuesto, que asciende a 114.000 millones de dólares.

También podemos ver que la tasa de subvención es muy baja, y cada año se reduce en preparación para la abolición final de la subvención en aplicación de las condiciones del préstamo del FMI, como parte de su acuerdo para prestar a Egipto en 2016. Se redujeron todos los subsidios, incluidos el combustible, la electricidad y muchos otros productos básicos estratégicos.

Con el aumento de la pobreza, este subsidio alimentario representa un apoyo básico para la mayoría de las familias egipcias, ya que hay unos 30,3 millones de ciudadanos egipcios que viven por debajo del umbral de la pobreza. Dada la propagación de la pandemia de coronavirus, los índices de pobreza aumentaron y, por lo tanto, habría sido mejor aumentar las asignaciones de apoyo alimentario o, al menos, mantenerlas.

Este apoyo es un derecho inherente al ciudadano, como la educación, la salud y los fondos de asistencia, que son financiados en su totalidad por los contribuyentes, es decir, del dinero del pueblo y del bolsillo del ciudadano y no del bolsillo del gobierno. Son muchas las alternativas a las que puede recurrir el Gobierno para enjugar el déficit presupuestario y ganar los 446 millones de dólares que pretende recaudar con su decisión de aumentar el precio de la barra de pan.

El pan es la «carga para vivir» en Egipto, es el alimento que preserva la dignidad de millones de ciudadanos del país.

Tengan piedad de los pobres, de lo contrario las consecuencias serán nefastas. Consulten la historia para comprobarlo y aprendan de ella.

 

Fuente: https://www.monitordeoriente.com/20210811-una-hogaza-de-pan-para-vivir/

jueves, 12 de agosto de 2021

El covid-19 y la democracia occidental

La crisis de la covid expone dolorosamente las tendencias pueriles de la democracia occidental


Fuentes: De Wereld Morgen



La política para la mitigación de la crisis del coronavirus de los gobiernos occidentales es en todo semejante al comportamiento infantil: busca la gratificación instantánea y tiende a quedarse todo para sí mismo. No es una buena señal para abordar el cambio climático o la próxima pandemia.

Es habitual asociar la gratificación instantánea con los niños. Ellos no pueden pensar a largo plazo y todavía no son capaces de controlar sus impulsos. Desconocen lo que significa aplazar algo, quieren tener todo lo antes posible.

Es posible observar esa misma tendencia en el modo en que Occidente está lidiando con la crisis del covid-19. No vemos el momento de poner fin a las medidas sanitarias. Cada cierto tiempo se anuncia el fin de la pandemia y se suavizan las medidas prematuramente, como ocurrió en otoño y posteriormente en Navidad del año pasado, lo que dio lugar a nuevas olas que provocaron decenas de miles de muertes evitables.

Probablemente ello se debe al hecho de que nuestras democracias se basan en el éxito electoral. El horizonte de los políticos es el de las siguientes votaciones y no un objetivo a largo plazo.

En todo caso, ese mismo pensamiento cortoplacista se ha visto reflejado en la falta de prevención en la actual crisis del covid. Desde que se produjeron los brotes de otros dos coronavirus, el SARS en 2002 y el MERS en 2012, los científicos nos han venido advirtiendo sobre la llegada de una nueva pandemia. Para evitarla era necesario la implantación de un paquete de medidas, cuyo coste se estimaba en 20.000 millones de dólares, o lo que es lo mismo, 800 veces menos dinero de lo que nos ha costado la crisis del covid-19 hasta ahora. Eso sin mencionar la tragedia humana que suponen los más 10 millones de muertes adicionales causadas por el covid-19. A pesar de ello, los gobiernos no han hecho nada.

Una segunda tendencia observada en los niños es que quieren todo para ellos. La campaña de vacunación global es otro irónico ejemplo de esto. Hasta ahora, el 84% de las vacunas han sido administradas en los países ricos. Los países de renta baja han tenido que apañarse con el 0,3% de las dosis. Mientras los países ricos tienen un superávit global de 2.500 millones de dosis y están planeando administrar dosis de refuerzo, solo una de cada diez personas estarán vacunadas a finales de 2021 en los 70 países más pobres.

El Acelerador del acceso a las herramientas contra el covid-19 (ACT) es una iniciativa global para distribuir tratamiento y vacunas a los países del Sur. A finales de junio el déficit para sufragar esta campaña se elevaba a 17.000 millones de dólares, lo que equivale al 0,1% de los recursos empleados para combatir la crisis del covid.

El comportamiento acaparador de los países occidentales no solo es pueril sino también miope. El virus no conoce fronteras y es un engaño pensar en lograr la inmunidad de rebaño en una sola nación. En nuestro mundo superconectado, la pandemia no se superará en ninguna parte hasta que se supere en todas partes. Los expertos advierten que estamos solo a unas pocas mutaciones antes de que el virus se haga resistente a las vacunas. Si eso llegara a ocurrir, estaríamos de vuelta en la casilla de salida. Edward Luce, del Financial Times lo explica de esta manera: “La prueba para Occidente es saber si actuará con el conocimiento de que este virus no conoce fronteras”.

Las tendencias pueriles de las democracias occidentales no son un buen presagio para encarar el cambio climático o la próxima pandemia. La iniciativa World Weather Attribution está formada por un grupo de destacados expertos que ha investigado la relación entre las emisiones de gases de efecto invernadero y los fenómenos meteorológicos extremos desde 2015. ¿Sabía usted que esta iniciativa lleva años sin financiación?

¿Cuántos devastadores incendios, inundaciones y sequías tendrán lugar antes de que despertemos y actuemos? Y lo mismo podemos decir respecto a la lucha contra los virus mortales. Ya se han producido más de 10 millones de muertes por el covid-19, pero todavía no hay planes para prevenir nuevas pandemias.

Según parece, nuestras democracias son incapaces de abordar los principales desafíos de este siglo. Nuestro sistema social necesita una exhaustiva reforma. Es hora de ponerse a ello. No nos queda mucho tiempo.

Este artículo está inspirado en Covid has shown up western democracy’s childish tendencies

Fuente: https://www.dewereldmorgen.be/artikel/2021/08/07/de-coronacrisis-heeft-de-kinderlijke-neigingen-van-de-westerse-democratie-pijnlijk-blootgelegd/

Traducido del inglés para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

FUENTE  en castellano .https://rebelion.org/la-crisis-de-la-covid-expone-dolorosamente-las-tendencias-pueriles-de-la-democracia-occidental/

miércoles, 11 de agosto de 2021

El futuro de China

 

 La edad  de China.

La opción de tres hijos por pareja intentará paliar el envejecimiento de la nación más poblada del mundo

Rafael Poch de Feliu

Occidente lleva varias décadas contemplando el pujante ascenso de China pero tiene dificultades para explicarlo y diagnosticarlo. Por ejemplo, ante la pregunta ¿cuál es la diferencia fundamental entre el sistema chino y los sistemas occidentales?, la ortodoxia liberal occidental suele responder hablando de “dictadura”, “derechos humanos” y “democracia”. La verdadera diferencia es la superior capacidad de gobierno. La política demográfica como ejemplo.

En todas partes los gobiernos gobiernan más o menos, en el sentido de que frecuentemente es la inercia, la corriente de las cosas y la fuerza de las circunstancias la que les gobierna a ellos. En China, desde luego, también. Pero menos. Porque el sistema político tiene las riendas de la gobernanza mejor sujetas. El poder político controla los nombramientos de los principales banqueros del país y los multimillonarios están sometidos sea cual sea su fortuna. El país está plenamente inserto en la globalización pero la propiedad extranjera de los principales bancos comerciales tiene un tope establecido, pese a las décadas de presiones occidentales para que se liberalice todo el sector.

No es una cuestión de “partido comunista”, “Estado autoritario” y demás, sino que es algo que viene de mucho más lejos: de la tradición de gobierno china en la que el estado regula el mercado y no al revés, como sucede actualmente en Occidente hasta el punto de que la canciller Merkel admite abiertamente propugnar una “democracia acorde con el mercado” (Marktkonforme Demokratie).

Planificación, anticipación

Aquí son los banqueros, y con ellos el casino, quienes gobiernan a los políticos, por decirlo de una manera esquemática, mientras que en la tradición china, mandan los políticos. Era así ya hace muchos siglos antes de que apareciera el Partido Comunista Chino. En las condiciones actuales, eso ofrece mucha mayor capacidad de gobernar. La posibilidad de planificación a veinte o treinta años, algo imposible en Occidente donde los cálculos políticos no suelen superar la perspectiva del quinquenio electoral, es consecuencia directa de dicha capacidad. Todo esto tiene una relación directa con los resultados del último censo de población chino.

Divulgados en mayo, esos resultados han confirmado una población de 1400 millones que ha seguido creciendo pero que está a punto de iniciar la curva del descenso, seguramente antes de diez años. Para entonces China ya no será el país más poblado del mundo, India la superará, y también África en su conjunto tendrá más habitantes que ella, lo que anuncia la multiplicación hacia Europa de la actual presión migratoria. (¿Tiene Europa alguna política de anticipación y capacidad de planificación en general, al respecto?)

Hace años que el gobierno chino tomó medidas para anticiparse a su actual tendencia demográfica que le dejará una estructura poblacional anciana muy parecida a la de Japón o Corea del Sur, con grandes implicaciones económicas y sociales.

Desde inicios del siglo se está poniendo en marcha un sistema de pensiones universal. A principios de año el gobierno confirmó su intención de retrasar algunos meses cada año la edad de jubilación, que desde hace cuarenta años es de 60 años para los hombres y 55 para las mujeres -50 en el caso de las funcionarias. La abandonada y en gran parte mercantilizada sanidad se está transformando en una dirección más social y la exitosa, aunque frecuentemente denostada en Occidente, política del hijo único lleva años modificándose.

Población y desarrollo

Desde tiempos inmemoriales la enorme población china ha sido doblemente clave para explicar tanto su potencia como su vulnerabilidad. En los inicios de la dinastía Ming, hacía 1390 China tenía entre 65 millones y 80 millones de habitantes, más que toda la población europea. En 1790 había sobrepasado los 300 millones, el doble que Europa. La gran población hizo posible los desarrollos que tanto admiraron a los viajeros occidentales a lo largo de los siglos en los que China fue el país más avanzado, pero también agravaban las consecuencias de los periodos de caos (Da luan). Entre 1620 y 1681, China perdió el 30% de su población, unos 50 millones, por causa de guerras, invasiones extranjeras, desastres naturales, bandidismo y epidemias. La abundancia de mano de obra que permitió grandes obras públicas de irrigación, frenó también la mecanización e incluso hizo superflua la tracción animal. En el inicio de la decadencia, el exceso de fuerza de trabajo humana fue un claro freno al desarrollo.

Después de la revolución, los primeros y defectuosos censos de población registraban un gran crecimiento: 582 millones en 1953 y 694 millones en 1964. Había diferencias entre los dirigentes sobre la conveniencia de introducir controles de natalidad (Zhu Enlai lo propugnaba desde 1956 pero su corriente fue purgada por “derechista”). Las nuevas libertades de la mujer, la caída drástica de la mortalidad infantil como consecuencia de mejoras sanitarias y el aumento de la esperanza de vida por una mejor alimentación, así como la prohibición de la prostitución y el cierre de conventos y monasterios, estimularon la demografía superando la catástrofe del Gran salto adelante (la mayor hambruna del siglo XX por la confluencia de desastres naturales y decisiones políticas), que dejó unos 20 millones de muertos.

La campaña del hijo único

En los sesenta y principios de los setenta, muchas familias tenían cinco y seis hijos. En 1982 se hizo el primer censo exacto, que arrojó más de 1000 millones de habitantes. Entonces se alcanzó el consenso entre los dirigentes de llevar a cabo un enérgico plan de control de población para evitar que los avances en desarrollo fueran devorados por el incremento demográfico, una trampa clásica en los países en desarrollo. La campaña no fue sencilla. Particularmente en el sur del país, la corrupción lograba que los pudientes torearan la ley que, por supuesto, incluyó coerción. Mucha gente huía cuando los equipos de esterilización llegaban a los pueblos para las llamadas “cuatro operaciones” (colocación del DIU, aborto, ligadura de trompas y vasectomía) y muchos funcionarios responsables del control tuvieron que trabajar con escolta armada, pero en su conjunto esa política fue un acierto que ahorró al país 400 millones de nacimientos potenciales que habrían superado la capacidad de abastecimiento del país.

La cancelación del límite de dos hijos, que a su vez fue una enmienda al precepto de un solo hijo, y la posibilidad de que las parejas tengan hasta tres hijos anunciada en mayo, es una anticipación a los problemas futuros de envejecimiento. Sus consecuencias están por ver. La gran urbanización de las últimas décadas ha cambiado profundamente la sociedad china. Los deseos de procrear de las parejas urbanas se someten a nuevos cálculos de costes y presupuestos domésticos. Así, una encuesta divulgada en junio por la agencia Xinhua reveló que el 90% de los jóvenes chinos consultados no consideran tener tres hijos. Demasiado costoso.

Mucha gente, poca tierra”

Superando los 1400 millones de habitantes, China está hoy muy cerca del tope de los 1600 millones más allá del cual el país carece de recursos alimentarios para abastecer a su población, según la estimación de la Academia de Ciencias. Todas las virtudes del sistema chino, que también tiene defectos sobrados, no impiden que en el ámbito de los recursos China esté llamada a enfrentarse a dilemas existenciales con una crudeza y gravedad desconocida en otras latitudes. La crítica relación entre su enorme población y la poca tierra cultivable que dispone es uno de ellos.

Conocido por la fórmula “mucha gente, poca tierra” (ren duo – tian shao), ese problema se resume en el hecho de que con solo el 6% de la tierra cultivable del mundo, China da de comer al 22% de la población mundial. Eso significa una ridícula proporción de tierra cultivable per cápita (0,093 hectáreas- media hectárea por explotación), es decir, menos del 40% de la media mundial, diez veces menos que la media rusa, ocho veces menos que la de Estados Unidos y la mitad que en India. Unido a la particular geografía china Este/Oeste (en el Este se encuentra la China relativamente llana, densamente poblada y Han, en el Oeste hay una China montañosa, desértica, pastoril, étnicamente más mestiza y diversa) y al desigual reparto de recursos hídricos (Norte/Sur), todo ello redunda en un delicado equilibrio.

Giro estratégico

Más allá de ese problema de seguridad alimentaria que el último plan quinquenal (2021-2025) ha colocado en el centro de las preocupaciones, el rápido envejecimiento que está por venir deja a China sin más alternativa aparente que la automatización doméstica a la japonesa y la deslocalización del trabajo intensivo en mano de obra hacia latitudes con poblaciones en edad laboral en dinámico crecimiento, como puede ser África.

La inversión china en África no es solo una estrategia nacional. También es un regalo a la Unión Europea a la que puede ahorrar muchos problemas de emigración en el futuro pese a lo cual esa intervención es vista con recelo en Bruselas, lo que nos lleva, de nuevo, al problema de los defectos e incapacidades de anticipación de la política occidental. China está invirtiendo fuertemente en robótica, medicina, biología sintética, células nanobóticas y otras tecnologías que pueden mejorar y extender la vida productiva de las personas mayores. Pero toda esta adecuación se inscribe dentro de un cambio fundamental y superior en la estrategia china de desarrollo para tiempos convulsos.

Los dirigentes chinos han comprendido que el propósito de Estados Unidos es aislar a su país para impedir su pujante ascenso, cuya siguiente fase apunta a un proceso no militarizado de integración mundial expresado en la llamada Nueva Ruta de la Seda. Para ello Estados Unidos utiliza una combinación de cercos y tensiones militares, campañas propagandísticas, sanciones y bloqueo de acceso a altas tecnologías. La línea emprendida desde 1980, de crecimiento intensivo en capital, exportación barata e importación masiva de tecnología, se ha agotado para China. La llamada estrategia de “doble circulación” anunciada el año pasado por el Presidente Xi Jinping, no rechaza la cooperación económica con el mundo exterior pero pone en primer plano la producción y el consumo interno.

Como dice Aleksandr Lománov, del Instituto de relaciones internacionales de Moscú (Imemo-Ran), “la política de apertura se combinará con la creación de industrias y tecnologías necesarias para proteger la soberanía económica”. No es un regreso a la era del aislamiento y la autosuficiencia de los años 1960 y 1970, pero es algo diferente de las aperturas que desembocaron en la “fábrica del mundo”.

Una nación prudente por lo anciana

China ya es anciana por la estructura de su pirámide demográfica: para el 2050, el 30% o 35% de su población tendrá más de sesenta años. Una estructura poblacional con pocos jóvenes es lo que los sociólogos consideran poco proclive a la violencia y la aventura. Pero China es también una anciana por su “edad histórica”, es decir como heredera de una tradición política continua de dos mil años y de una civilización de cuatro mil, lo que traducido es como si en nuestros días existiera el Imperio romano o como si el Egipto faraónico hubiera mantenido su identidad cultural. Esa capacidad de sobrevivir merece la pena de ser explorada sin prejuicios y con la mente abierta, precisamente ahora cuando la humanidad se enfrenta a amenazas existenciales creadas por ella misma, como el calentamiento antropogénico, la proliferación de recursos de destrucción masiva o las enormes desigualdades sociales y regionales.

El resurgir de China como potencia global no es un ascenso, sino un regreso: China ya fue en el pasado primera potencia. El dominio económico, político, militar y cultural de Occidente lleva durando solo unos doscientos años. Hasta hace unos doscientos años y a lo largo de dos mil, China era la civilización más potente y adelantada. Ser poderoso por primera vez no es lo mismo que volver a serlo. Lo primero suele llevar consigo la impulsiva euforia exploradora del pionero y un espíritu de juvenil revancha. Lo segundo incluye las enseñanzas de los fracasos, miserias, derrotas y humillaciones de la decadencia que en el pasado ya la descabalgaron una vez del primer puesto. El ascenso abre puertas a la vehemencia y la arrogancia. El regreso sugiere sensatez y consideraciones derivadas de la experiencia como la de evitar errores conocidos.

Al lado de la violenta e impetuosa juventud de Occidente, y en particular de la adolescencia norteamericana, la senectud asiática podría presentar ciertas ventajas de cara a una gobernanza global viable, es decir no militarizada e integradora.

(Publicado en Sapiens)

martes, 10 de agosto de 2021

Las eléctricas .- Capitalismo oligopólico y economía de mercado.

 

  Capitalismo regulado: de eléctricas y otros abusones

Albert Recio Andreu

I

El capitalismo no se puede confundir como una mera economía de mercados. Los mercados no existen sin instituciones que garanticen su funcionamiento. Tampoco sin un entorno natural y social que les dote de los materiales, la energía y las personas que constituyen la base de todos los procesos productivos. Es más, el funcionamiento real de las economías capitalistas no se puede confundir con un mero trasiego de compra y venta de mercancías. Las empresas capitalistas son organizaciones más o menos complejas, según su tamaño, organizadas verticalmente y con jerarquías. Su actividad se desarrolla a partir de un cierto nivel de planificación (que, como toda planificación, está expuesta a resultar errónea y experimentar complicaciones). Y, en su vida cotidiana, son frecuentes las luchas de poder, tanto en la estructura interna como en sus relaciones con otras empresas y el poder político. Las economías capitalistas reales no son el mundo del capitalismo competitivo que describen los manuales básicos de economía, sino uno en el que predominan grandes corporaciones, con una enorme capacidad para influir sobre reguladores, competidores y sociedad, con bastante capacidad para desarrollar estrategias complejas, y donde las luchas de poder y la intervención sobre la esfera pública forman parte de su día a día. Gran parte de la economía académica se ha dedicado a generar un relato falso sobre la naturaleza del capitalismo. Y la izquierda que confunde capitalismo con mercados ha caído en su falacia. 

La tendencia al oligopolio y al monopolio es innata a la dinámica de las empresas capitalistas. El crecimiento empresarial es tanto una muestra de su éxito como un mecanismo defensivo frente a la competencia. Existen muchas ventajas en crecer: desde la reducción de costes asociada a las economías de escala y de alcance, hasta la mayor facilidad para acceder a financiación y los mayores recursos para influir sobre el entorno político y social. Como ocurrió en la pasada crisis financiera, algunos bancos eran tan grandes que fueron salvados con dinero público para evitar que su caída tuviera un efecto arrastre al conjunto de la economía. Por otra parte, la actividad de las empresas genera impactos diversos sobre la naturaleza y la sociedad que en muchos casos pueden tener efectos muy negativos. Esto se debe a que una organización pensada para obtener beneficios monetarios tenderá a ignorar los efectos que provoca. De ello se deriva toda la problemática de los costes sociales (o las externalidades, en el lenguaje económico convencional) con sus múltiples vertientes: laborales, ecológicas, sanitarias, etc. Las regulaciones y las instituciones nacen precisamente de la necesidad de todo este complejo de rivalidades, estructuras de poder y efectos colaterales de la actividad empresarial. En muchos casos, la regulación de la actividad empresarial aparece como respuesta a las reacciones sociales que provocan los desmanes empresariales. En otros, simplemente para establecer reglas de juego que protejan a los propios capitalistas y ordenen lo que en otro caso sería un mundo económico caótico. 

Las leyes y regulaciones cumplen por tanto diferentes objetivos: garantizan los derechos de la propiedad capitalista, regulan el funcionamiento de los mercados, introducen límites a los derechos del capital, regulan las condiciones de la competencia capitalista, etc. Se trata, por tanto, de un campo propicio al conflicto y la acción política, puesto que la concreción de las regulaciones aumenta o limita los derechos de las empresas y los individuos. Una queja habitual del mundo empresarial es el exceso de regulaciones que coarta su libertad de acción, pero esta es una queja interesada, orientada a imponer el tipo de regulaciones más adecuada a sus intereses. 

Al inicio de la contrarreforma neoliberal, ésta se presentó como una demanda desreguladora, antiburocrática. Lo que en realidad introducían las reformas neoliberales era un cambio en la regulación más favorable a los intereses empresariales. Entre otras cosas, una de las innovaciones del período fue la creación de organismos reguladores de los mercados independientes del poder político, que son fácilmente cooptables por los sectores que en teoría deben controlar: muchos de sus miembros proceden de las propias empresas, y la filosofía económica que los domina es proclive a defender la primacía de los intereses del capital frente al resto de la sociedad. Hay que considerar también el papel que juegan los grandes despachos jurídicos en la elaboración de normas, en sus recursos ante los tribunales, en su papel de mediación en defensa de los intereses capitalistas. Así, por ejemplo, la presidenta de la Comisión Nacional de la Competencia proviene del despacho de abogados Cuatrecasas, lo que no es en absoluto baladí: está regulando a sus antiguos clientes. El conflicto real no es más o menos regulación, sino cuál es la regulación adecuada. 

La mayor parte de los conflictos de los últimos meses se centran básicamente en un conflicto regulatorio que vale la pena analizar. 

II

El precio de la luz puede resultar más dañino para el apoyo electoral al Gobierno que la aprobación de los indultos. En un mundo altamente electrificado, el impacto de la tarifa eléctrica ―sobre todo en los niveles de renta más bajos― es muy importante. El precio final al que se paga el recibo eléctrico es la suma de una enorme variedad de partidas que hacen difícil entender su lógica. Básicamente, se divide entre el precio de la electricidad que pagan las distribuidoras a los productores y unos costes regulatorios que incluyen costes fijos como el transporte por la red eléctrica, además de impuestos como el IVA. Este sistema es el resultado de toda la construcción de un modelo de regulación que en teoría se presentó como la creación de un mercado competitivo que conseguiría abaratar el precio del suministro. 

El sistema eléctrico español siempre ha sido oligopólico. Durante muchos años, de hecho, fue un monopolio puro y duro, pues las empresas se repartían el mercado nacional, establecían condiciones únicas de precios y suministro y actuaban coordinadas a través de la patronal UNESA. Hasta principios de los 80s estaba controlado básicamente por empresas privadas con fuertes vínculos con la banca. Entonces se produjo un cataclismo a causa de las inversiones nucleares y el encarecimiento del crédito internacional. Unas cuantas compañías estaban en situación de quiebra. Para salvar a la banca, el Estado salió al rescate comprando FECSA y Sevillana de Electricidad a través de Endesa. Después vinieron las privatizaciones de Endesa (actualmente controlada por la italiana Enel) y parte de la red de gas, que pasó a manos de Gas Natural. El proceso culminó con la fusión de Gas Natural y Unión Fenosa, dejando un mercado con tres grandes actores: Iberdrola, Endesa y Naturgy. Desde los tiempos de UNESA, el sector siempre ha tenido una enorme influencia sobre los ministerios encargados del tema energético y sobre los mecanismos reguladores. Es sobradamente conocido su peso en la Comisión de Seguridad Nuclear y el sistema de puertas giratorias colocando en sus consejos de Administración a políticos retirados (ver info infra). 

 

Altos cargos que relacionados con las grandes eléctricas 

Ex presidentes gobierno

José Maria Aznar (PP) – Consejero de actividad internacional Iberdrola

Felipe González (PSOE) – Consejero de Gas Natural (Naturgy)

Ex ministros

Ángel Acebes (PP) – Consejero Iberdrola

Fátima Báñez (PP) – Consejera Iberdrola

Juan Carlos Croissier (PSOE) – ex Director General Endesa

Luis de Guindos (PP) – Consejero de Endesa

Isabel García Tejerina (PP) – Consejera Neoenergia (filial brasileña de Iberdrola)

Cristina Garmendia (PSOE) – Consejera Naturgy

Rodolfo Martin Villa (PP) – Ex Presidente Endesa 1997-2002

Elena Salgado (PSOE) – Consejera Endesa

Narcís Serra (PSOE) – Ex consejero Endesa

Pedro Solbes (PSOE) – Consejero Enel (empresa italiana propietaria de Endesa) 

Ex altos cargos

Carlos Aguirre Calzada (ex jefe gabinete Secretaría Estado de Energía) – Director de ONIE (la empresa que organiza el mercado eléctrico)

Nemesio Fernández Cuesta (ex Secretario Estado Energía) – Consejero Gas Natural (Energy) 

Otros políticos

Manuel Marín, ex Presidente Congreso (PSOE) – Presidente Fundación Iberdrola

Miguel Roca Junyent, ex diputado (CiU) – Consejero Endesa 

Familiares directos

Ignacio López del Hierro (marido de Dolores de Cospedal) – Consejero Iberdrola 

 

Esta lista sólo incluye las relaciones con las tres grandes eléctricas. No se ha tenido en cuenta los numerosos políticos en los consejos de administración de Red Eléctrica y Enagás, dos empresas en las que el estado aún tiene participación, ni en otras energéticas como Repsol o Cepsa. 

El establecimiento de un mercado competitivo en estas condiciones suena a entelequia. Se hizo forzando a subdividir cada grupo en dos unidades en teoría independientes: la de producción y la de distribución, En teoría, son independientes, pero realmente obedecen a una misma dirección y nadie ha explicado cómo es posible que con esta situación donde los que compran y los que venden son el mismo, y el precio final se transmite al cliente final sin ningún poder efectivo, no haya espacio para manipulaciones de todo tipo.

Especialmente cuando, además, se estableció que el precio se fijaría por el coste marginal del último kilovatio comprado en el mercado, Esto funciona más o menos de la siguiente manera: imaginemos que la demanda final para el día cualquiera es de 680 GWh. Las empresas productoras ofrecen electricidad en función de su capacidad y sus costes. Pongamos que el precio del KWh es de 0,020€ para las hidroeléctricas, 0,025€ para las nucleares, 0,055€ para las eólicas, 0,065€ para las centrales solares, 0,100€ para las de ciclo combinado y 0,119€ para las de gas natural. Si toda la demanda de 680 GWh se abasteciera con lo que aportan las hidráulicas, nucleares y eólicas el coste final a pagar sería de 0,055 €/KWh, las hidráulicas tendrían un beneficio extraordinario de 0,035 € por KWh y las nucleares de 0,030€ por KWh. Pero si la última central que se pone en el mercado es de gas, el precio se dispara y el resto de centrales obtendrá un beneficio súper extraordinario. En teoría, el juego es limpio; a la demanda total se llega por el consumo de empresas y privados, y la oferta es el resultado de la estructura de centrales que tenemos en el país. Pero, en la práctica, es más fácil de manipular. Por ejemplo, una de las empresas productoras decide parar alguna central nuclear alegando algún pequeño problema o dejar inoperativa alguna planta eólica o solar alegando una climatología adversa, y consigue colocar los últimos MWh con alguna planta de gas y obtener un jugoso beneficio para el conjunto de sus instalaciones. Todo el sistema es desaforado, está diseñado para garantizar una alta rentabilidad de instalaciones antiguas altamente amortizadas (por eso las grandes empresas siguen peleando por prolongar la vida a las nucleares a costa de aumentar los residuos y el peligro de accidentes). Y, además, carece de un eficiente sistema de control para evitar las manipulaciones de un sector que ―a pesar de la liberalización, la entrada de nuevas distribuidoras y las productoras de energías renovable― sigue funcionando como un opaco mercado oligopólico. La enorme especulación, protagonizada por grandes grupos financieros y que existe en torno a las nuevas plantas eólicas y solares, debería constituir otro punto de alerta sobre el funcionamiento de un sector esencial y su relación con la especulación financiera. 

La forma como opera el mercado es sólo una de las muchas particularidades del sistema de fijación de las tarifas eléctricas. En todo el sistema de peajes y cargas regulatorias se pueden detectar otras muchas arbitrariedades y mecanismos de retribución al sector privado. Lo muestra el anuncio del gobierno de reducir la compensación al COa las centrales hidráulicas y nucleares, lo que supone una reducción de 600 millones de euros. Lo que la prensa económica afín a las eléctricas no ha dudado en calificar de “hachazo”. O todo el viejo problema del déficit tarifario. Y lo muestra también la morosidad y resistencia de la CNC (Comisión Nacional de Competencia) a investigar a fondo los posibles tejemanejes de las empresas. En el otro lado están los elevados dividendos y altas retribuciones a las cúpulas del sector. Así como la insuficiente inversión que se manifiesta periódicamente en forma de cortes y apagones que padecen muchas zonas del país. Ganar mucho no garantiza ni inversiones ni buen servicio (por ejemplo, Endesa ha dedicado la casi totalidad de beneficios a reparto de dividendos). Si un sector requiere una transformación a fondo de sus estructuras, regulaciones y controles, es el de las eléctricas. Llamar simplemente a la nacionalización puede resultar inútil cuando la única posibilidad real de hacerlo es mediante un costoso sistema expropiatorio que está fuera de las posibilidades presupuestarias. Reconstruir un sistema público a partir del control de las hidroeléctricas va a ser un proceso lento. Y, mientras tanto, hará falta una mejora sustancial de las políticas regulatorias que rompa el poder oligopólico actual y dé posibilidades al desarrollo de un sistema eléctrico democratizado. 

Combatir el oligopolio eléctrico no debe hacernos olvidar que subyace una cuestión de fondo que habitualmente se solapa en el debate energético. El desarrollo de los dos últimos siglos se ha fundamentado sobre un consumo energético desaforado, que es el causante de una parte del espectacular aumento de la productividad. La crisis energética y el cambio climático apuntan a que la continuidad de esta trayectoria no es ni posible ni deseable. Y que vamos a estar frente a una necesaria reorganización de la producción y el consumo donde la reducción del consumo energético juega un papel crucial. Un proceso de enormes dificultades vista la adicción de las sociedades desarrolladas al despilfarro energético. Una transición aceptable debe garantizar niveles esenciales de suministro a todo el mundo y reducir el resto. Requiere de propuestas en múltiples direcciones, pero es posible que también en este campo una buena política tarifaria constituya un instrumento básico. Y eso no pasa precisamente por electricidad barata para todo. 

III

Los problemas sociales generados por regulaciones favorables a los grandes grupos empresariales, o simplemente a los de los propietarios, están en casi todos los campos de la actividad económica. Y se encuentran presentes en los debates más relevantes de los últimos meses. 

Es el caso de las patentes y los contratos públicos con las empresas farmacéuticas, puesto de nuevo en evidencia en el caso de la vacuna contra el covid-19. Un ejemplo claro de enormes beneficios obtenidos sobre las espaldas de un enorme gasto público en inversión básica y una colosal cooperación científica internacional. Unas empresas que van a obtener enormes ganancias con las vacunas y que, en cambio, llevan tiempo desinvirtiendo en la investigación de antibióticos a pesar de las numerosas voces que alertan de que existen serias amenazas sanitarias en este campo. Las patentes siempre se justifican como un mecanismo para alentar la innovación, pero a la vista está que gran parte de la misma la realizan instituciones (e investigadores) públicos. Ante la evidencia de los enormes beneficios del “Big Pharma”, nadie parece interesado en averiguar cuál es el grado de incentivo necesario para que la cosa funcione bien sin excesos. No deja de ser curioso que la respuesta de las empresas a la propuesta de abrir las patentes de la vacuna haya sido utilizar uno de las clásicas retóricas de la reacción analizadas por Albert Hirschman: «No va a servir puesto que además de las patentes hace falta tener la tecnología y los conocimientos para producir las vacunas». Una media mentira (la industria farmacéutica india lleva muchos años produciendo fármacos sofisticados) que se coloca como cortafuegos para parar en seco cualquier avance desprivatizador. La reciente aprobación, sin estudios concluyentes, de un producto contra el Alzheimer por parte de la FDA estadounidense indica la capacidad de las grandes empresas del sector por influir sobre sus presuntos reguladores. 

El urbanismo y la vivienda son otro espacio donde las regulaciones juegan un papel crucial a la hora determinar poder de mercado. De hecho, una gran parte de la política urbanística se basa en diferente valor al suelo en función de la calificación urbanística. Aunque aquí no se agota su influencia. Por poner dos ejemplos que afectan a la vida urbana en los grandes centros turísticos: la posibilidad, o las condiciones, de convertir viviendas en apartamentos turísticos tiene una influencia importante a la hora de definir el precio de las viviendas; el derecho ―y las condiciones― a colocar terrazas a restaurantes y bares en la calzada pública influye no sólo en la ocupación del espacio público, sino también en el precio de los alquileres de estos establecimientos. Y este es un tema menor respecto a otros como los derechos de propietarios e inquilinos, las condiciones de desahucio, el control de alquileres… Es el núcleo de uno de los conflictos y de los dramas urbanos más sangrante, en el que los intentos de regular en beneficio de la comunidad suelen estar contestados por empresarios y economistas, con una retórica de que estas medidas «serán contraproducentes» y «se reducirá la oferta de vivienda y se agravarán los problemas». 

IV

La importancia de las regulaciones contradice la pretensión de empresarios y economistas de presentar el mercado real como un mecanismo neutro, apolítico. Los esquemas institucionales cuentan, y años de hegemonía capitalista los ha hecho complejos, densos, resistentes. Ante esto no podemos enfrentarnos con propuestas simplistas. Propugnar sin más cosas como la nacionalización de empresas o la fijación de precios de algún bien básico puede tener sentido en algunos casos, pero obliga a conocer el marco institucional en el que va a tener lugar esta iniciativa y los posibles efectos que generará. En el contexto actual, donde las perspectivas de cambios radicales están fuera de la realidad posible a corto plazo, es necesario desarrollar y dirigir parte de la acción política a generar cambios regulatorios (incluyendo en ellos transformaciones en las instituciones que los sustentan) en muchos campos esenciales. Cambios que deben estar planteados mediante estrategias que contemplen la complejidad de la mayoría de procesos productivos. Más allá de que puedan obtenerse resultados que mejoren aspectos sustanciales de la vida social, esta lucha puede servir también para afinar ideas y conocimiento para construir una alternativa real a la organización capitalista de la economía.


 Y ver...