martes, 10 de agosto de 2021

Las eléctricas .- Capitalismo oligopólico y economía de mercado.

 

  Capitalismo regulado: de eléctricas y otros abusones

Albert Recio Andreu

I

El capitalismo no se puede confundir como una mera economía de mercados. Los mercados no existen sin instituciones que garanticen su funcionamiento. Tampoco sin un entorno natural y social que les dote de los materiales, la energía y las personas que constituyen la base de todos los procesos productivos. Es más, el funcionamiento real de las economías capitalistas no se puede confundir con un mero trasiego de compra y venta de mercancías. Las empresas capitalistas son organizaciones más o menos complejas, según su tamaño, organizadas verticalmente y con jerarquías. Su actividad se desarrolla a partir de un cierto nivel de planificación (que, como toda planificación, está expuesta a resultar errónea y experimentar complicaciones). Y, en su vida cotidiana, son frecuentes las luchas de poder, tanto en la estructura interna como en sus relaciones con otras empresas y el poder político. Las economías capitalistas reales no son el mundo del capitalismo competitivo que describen los manuales básicos de economía, sino uno en el que predominan grandes corporaciones, con una enorme capacidad para influir sobre reguladores, competidores y sociedad, con bastante capacidad para desarrollar estrategias complejas, y donde las luchas de poder y la intervención sobre la esfera pública forman parte de su día a día. Gran parte de la economía académica se ha dedicado a generar un relato falso sobre la naturaleza del capitalismo. Y la izquierda que confunde capitalismo con mercados ha caído en su falacia. 

La tendencia al oligopolio y al monopolio es innata a la dinámica de las empresas capitalistas. El crecimiento empresarial es tanto una muestra de su éxito como un mecanismo defensivo frente a la competencia. Existen muchas ventajas en crecer: desde la reducción de costes asociada a las economías de escala y de alcance, hasta la mayor facilidad para acceder a financiación y los mayores recursos para influir sobre el entorno político y social. Como ocurrió en la pasada crisis financiera, algunos bancos eran tan grandes que fueron salvados con dinero público para evitar que su caída tuviera un efecto arrastre al conjunto de la economía. Por otra parte, la actividad de las empresas genera impactos diversos sobre la naturaleza y la sociedad que en muchos casos pueden tener efectos muy negativos. Esto se debe a que una organización pensada para obtener beneficios monetarios tenderá a ignorar los efectos que provoca. De ello se deriva toda la problemática de los costes sociales (o las externalidades, en el lenguaje económico convencional) con sus múltiples vertientes: laborales, ecológicas, sanitarias, etc. Las regulaciones y las instituciones nacen precisamente de la necesidad de todo este complejo de rivalidades, estructuras de poder y efectos colaterales de la actividad empresarial. En muchos casos, la regulación de la actividad empresarial aparece como respuesta a las reacciones sociales que provocan los desmanes empresariales. En otros, simplemente para establecer reglas de juego que protejan a los propios capitalistas y ordenen lo que en otro caso sería un mundo económico caótico. 

Las leyes y regulaciones cumplen por tanto diferentes objetivos: garantizan los derechos de la propiedad capitalista, regulan el funcionamiento de los mercados, introducen límites a los derechos del capital, regulan las condiciones de la competencia capitalista, etc. Se trata, por tanto, de un campo propicio al conflicto y la acción política, puesto que la concreción de las regulaciones aumenta o limita los derechos de las empresas y los individuos. Una queja habitual del mundo empresarial es el exceso de regulaciones que coarta su libertad de acción, pero esta es una queja interesada, orientada a imponer el tipo de regulaciones más adecuada a sus intereses. 

Al inicio de la contrarreforma neoliberal, ésta se presentó como una demanda desreguladora, antiburocrática. Lo que en realidad introducían las reformas neoliberales era un cambio en la regulación más favorable a los intereses empresariales. Entre otras cosas, una de las innovaciones del período fue la creación de organismos reguladores de los mercados independientes del poder político, que son fácilmente cooptables por los sectores que en teoría deben controlar: muchos de sus miembros proceden de las propias empresas, y la filosofía económica que los domina es proclive a defender la primacía de los intereses del capital frente al resto de la sociedad. Hay que considerar también el papel que juegan los grandes despachos jurídicos en la elaboración de normas, en sus recursos ante los tribunales, en su papel de mediación en defensa de los intereses capitalistas. Así, por ejemplo, la presidenta de la Comisión Nacional de la Competencia proviene del despacho de abogados Cuatrecasas, lo que no es en absoluto baladí: está regulando a sus antiguos clientes. El conflicto real no es más o menos regulación, sino cuál es la regulación adecuada. 

La mayor parte de los conflictos de los últimos meses se centran básicamente en un conflicto regulatorio que vale la pena analizar. 

II

El precio de la luz puede resultar más dañino para el apoyo electoral al Gobierno que la aprobación de los indultos. En un mundo altamente electrificado, el impacto de la tarifa eléctrica ―sobre todo en los niveles de renta más bajos― es muy importante. El precio final al que se paga el recibo eléctrico es la suma de una enorme variedad de partidas que hacen difícil entender su lógica. Básicamente, se divide entre el precio de la electricidad que pagan las distribuidoras a los productores y unos costes regulatorios que incluyen costes fijos como el transporte por la red eléctrica, además de impuestos como el IVA. Este sistema es el resultado de toda la construcción de un modelo de regulación que en teoría se presentó como la creación de un mercado competitivo que conseguiría abaratar el precio del suministro. 

El sistema eléctrico español siempre ha sido oligopólico. Durante muchos años, de hecho, fue un monopolio puro y duro, pues las empresas se repartían el mercado nacional, establecían condiciones únicas de precios y suministro y actuaban coordinadas a través de la patronal UNESA. Hasta principios de los 80s estaba controlado básicamente por empresas privadas con fuertes vínculos con la banca. Entonces se produjo un cataclismo a causa de las inversiones nucleares y el encarecimiento del crédito internacional. Unas cuantas compañías estaban en situación de quiebra. Para salvar a la banca, el Estado salió al rescate comprando FECSA y Sevillana de Electricidad a través de Endesa. Después vinieron las privatizaciones de Endesa (actualmente controlada por la italiana Enel) y parte de la red de gas, que pasó a manos de Gas Natural. El proceso culminó con la fusión de Gas Natural y Unión Fenosa, dejando un mercado con tres grandes actores: Iberdrola, Endesa y Naturgy. Desde los tiempos de UNESA, el sector siempre ha tenido una enorme influencia sobre los ministerios encargados del tema energético y sobre los mecanismos reguladores. Es sobradamente conocido su peso en la Comisión de Seguridad Nuclear y el sistema de puertas giratorias colocando en sus consejos de Administración a políticos retirados (ver info infra). 

 

Altos cargos que relacionados con las grandes eléctricas 

Ex presidentes gobierno

José Maria Aznar (PP) – Consejero de actividad internacional Iberdrola

Felipe González (PSOE) – Consejero de Gas Natural (Naturgy)

Ex ministros

Ángel Acebes (PP) – Consejero Iberdrola

Fátima Báñez (PP) – Consejera Iberdrola

Juan Carlos Croissier (PSOE) – ex Director General Endesa

Luis de Guindos (PP) – Consejero de Endesa

Isabel García Tejerina (PP) – Consejera Neoenergia (filial brasileña de Iberdrola)

Cristina Garmendia (PSOE) – Consejera Naturgy

Rodolfo Martin Villa (PP) – Ex Presidente Endesa 1997-2002

Elena Salgado (PSOE) – Consejera Endesa

Narcís Serra (PSOE) – Ex consejero Endesa

Pedro Solbes (PSOE) – Consejero Enel (empresa italiana propietaria de Endesa) 

Ex altos cargos

Carlos Aguirre Calzada (ex jefe gabinete Secretaría Estado de Energía) – Director de ONIE (la empresa que organiza el mercado eléctrico)

Nemesio Fernández Cuesta (ex Secretario Estado Energía) – Consejero Gas Natural (Energy) 

Otros políticos

Manuel Marín, ex Presidente Congreso (PSOE) – Presidente Fundación Iberdrola

Miguel Roca Junyent, ex diputado (CiU) – Consejero Endesa 

Familiares directos

Ignacio López del Hierro (marido de Dolores de Cospedal) – Consejero Iberdrola 

 

Esta lista sólo incluye las relaciones con las tres grandes eléctricas. No se ha tenido en cuenta los numerosos políticos en los consejos de administración de Red Eléctrica y Enagás, dos empresas en las que el estado aún tiene participación, ni en otras energéticas como Repsol o Cepsa. 

El establecimiento de un mercado competitivo en estas condiciones suena a entelequia. Se hizo forzando a subdividir cada grupo en dos unidades en teoría independientes: la de producción y la de distribución, En teoría, son independientes, pero realmente obedecen a una misma dirección y nadie ha explicado cómo es posible que con esta situación donde los que compran y los que venden son el mismo, y el precio final se transmite al cliente final sin ningún poder efectivo, no haya espacio para manipulaciones de todo tipo.

Especialmente cuando, además, se estableció que el precio se fijaría por el coste marginal del último kilovatio comprado en el mercado, Esto funciona más o menos de la siguiente manera: imaginemos que la demanda final para el día cualquiera es de 680 GWh. Las empresas productoras ofrecen electricidad en función de su capacidad y sus costes. Pongamos que el precio del KWh es de 0,020€ para las hidroeléctricas, 0,025€ para las nucleares, 0,055€ para las eólicas, 0,065€ para las centrales solares, 0,100€ para las de ciclo combinado y 0,119€ para las de gas natural. Si toda la demanda de 680 GWh se abasteciera con lo que aportan las hidráulicas, nucleares y eólicas el coste final a pagar sería de 0,055 €/KWh, las hidráulicas tendrían un beneficio extraordinario de 0,035 € por KWh y las nucleares de 0,030€ por KWh. Pero si la última central que se pone en el mercado es de gas, el precio se dispara y el resto de centrales obtendrá un beneficio súper extraordinario. En teoría, el juego es limpio; a la demanda total se llega por el consumo de empresas y privados, y la oferta es el resultado de la estructura de centrales que tenemos en el país. Pero, en la práctica, es más fácil de manipular. Por ejemplo, una de las empresas productoras decide parar alguna central nuclear alegando algún pequeño problema o dejar inoperativa alguna planta eólica o solar alegando una climatología adversa, y consigue colocar los últimos MWh con alguna planta de gas y obtener un jugoso beneficio para el conjunto de sus instalaciones. Todo el sistema es desaforado, está diseñado para garantizar una alta rentabilidad de instalaciones antiguas altamente amortizadas (por eso las grandes empresas siguen peleando por prolongar la vida a las nucleares a costa de aumentar los residuos y el peligro de accidentes). Y, además, carece de un eficiente sistema de control para evitar las manipulaciones de un sector que ―a pesar de la liberalización, la entrada de nuevas distribuidoras y las productoras de energías renovable― sigue funcionando como un opaco mercado oligopólico. La enorme especulación, protagonizada por grandes grupos financieros y que existe en torno a las nuevas plantas eólicas y solares, debería constituir otro punto de alerta sobre el funcionamiento de un sector esencial y su relación con la especulación financiera. 

La forma como opera el mercado es sólo una de las muchas particularidades del sistema de fijación de las tarifas eléctricas. En todo el sistema de peajes y cargas regulatorias se pueden detectar otras muchas arbitrariedades y mecanismos de retribución al sector privado. Lo muestra el anuncio del gobierno de reducir la compensación al COa las centrales hidráulicas y nucleares, lo que supone una reducción de 600 millones de euros. Lo que la prensa económica afín a las eléctricas no ha dudado en calificar de “hachazo”. O todo el viejo problema del déficit tarifario. Y lo muestra también la morosidad y resistencia de la CNC (Comisión Nacional de Competencia) a investigar a fondo los posibles tejemanejes de las empresas. En el otro lado están los elevados dividendos y altas retribuciones a las cúpulas del sector. Así como la insuficiente inversión que se manifiesta periódicamente en forma de cortes y apagones que padecen muchas zonas del país. Ganar mucho no garantiza ni inversiones ni buen servicio (por ejemplo, Endesa ha dedicado la casi totalidad de beneficios a reparto de dividendos). Si un sector requiere una transformación a fondo de sus estructuras, regulaciones y controles, es el de las eléctricas. Llamar simplemente a la nacionalización puede resultar inútil cuando la única posibilidad real de hacerlo es mediante un costoso sistema expropiatorio que está fuera de las posibilidades presupuestarias. Reconstruir un sistema público a partir del control de las hidroeléctricas va a ser un proceso lento. Y, mientras tanto, hará falta una mejora sustancial de las políticas regulatorias que rompa el poder oligopólico actual y dé posibilidades al desarrollo de un sistema eléctrico democratizado. 

Combatir el oligopolio eléctrico no debe hacernos olvidar que subyace una cuestión de fondo que habitualmente se solapa en el debate energético. El desarrollo de los dos últimos siglos se ha fundamentado sobre un consumo energético desaforado, que es el causante de una parte del espectacular aumento de la productividad. La crisis energética y el cambio climático apuntan a que la continuidad de esta trayectoria no es ni posible ni deseable. Y que vamos a estar frente a una necesaria reorganización de la producción y el consumo donde la reducción del consumo energético juega un papel crucial. Un proceso de enormes dificultades vista la adicción de las sociedades desarrolladas al despilfarro energético. Una transición aceptable debe garantizar niveles esenciales de suministro a todo el mundo y reducir el resto. Requiere de propuestas en múltiples direcciones, pero es posible que también en este campo una buena política tarifaria constituya un instrumento básico. Y eso no pasa precisamente por electricidad barata para todo. 

III

Los problemas sociales generados por regulaciones favorables a los grandes grupos empresariales, o simplemente a los de los propietarios, están en casi todos los campos de la actividad económica. Y se encuentran presentes en los debates más relevantes de los últimos meses. 

Es el caso de las patentes y los contratos públicos con las empresas farmacéuticas, puesto de nuevo en evidencia en el caso de la vacuna contra el covid-19. Un ejemplo claro de enormes beneficios obtenidos sobre las espaldas de un enorme gasto público en inversión básica y una colosal cooperación científica internacional. Unas empresas que van a obtener enormes ganancias con las vacunas y que, en cambio, llevan tiempo desinvirtiendo en la investigación de antibióticos a pesar de las numerosas voces que alertan de que existen serias amenazas sanitarias en este campo. Las patentes siempre se justifican como un mecanismo para alentar la innovación, pero a la vista está que gran parte de la misma la realizan instituciones (e investigadores) públicos. Ante la evidencia de los enormes beneficios del “Big Pharma”, nadie parece interesado en averiguar cuál es el grado de incentivo necesario para que la cosa funcione bien sin excesos. No deja de ser curioso que la respuesta de las empresas a la propuesta de abrir las patentes de la vacuna haya sido utilizar uno de las clásicas retóricas de la reacción analizadas por Albert Hirschman: «No va a servir puesto que además de las patentes hace falta tener la tecnología y los conocimientos para producir las vacunas». Una media mentira (la industria farmacéutica india lleva muchos años produciendo fármacos sofisticados) que se coloca como cortafuegos para parar en seco cualquier avance desprivatizador. La reciente aprobación, sin estudios concluyentes, de un producto contra el Alzheimer por parte de la FDA estadounidense indica la capacidad de las grandes empresas del sector por influir sobre sus presuntos reguladores. 

El urbanismo y la vivienda son otro espacio donde las regulaciones juegan un papel crucial a la hora determinar poder de mercado. De hecho, una gran parte de la política urbanística se basa en diferente valor al suelo en función de la calificación urbanística. Aunque aquí no se agota su influencia. Por poner dos ejemplos que afectan a la vida urbana en los grandes centros turísticos: la posibilidad, o las condiciones, de convertir viviendas en apartamentos turísticos tiene una influencia importante a la hora de definir el precio de las viviendas; el derecho ―y las condiciones― a colocar terrazas a restaurantes y bares en la calzada pública influye no sólo en la ocupación del espacio público, sino también en el precio de los alquileres de estos establecimientos. Y este es un tema menor respecto a otros como los derechos de propietarios e inquilinos, las condiciones de desahucio, el control de alquileres… Es el núcleo de uno de los conflictos y de los dramas urbanos más sangrante, en el que los intentos de regular en beneficio de la comunidad suelen estar contestados por empresarios y economistas, con una retórica de que estas medidas «serán contraproducentes» y «se reducirá la oferta de vivienda y se agravarán los problemas». 

IV

La importancia de las regulaciones contradice la pretensión de empresarios y economistas de presentar el mercado real como un mecanismo neutro, apolítico. Los esquemas institucionales cuentan, y años de hegemonía capitalista los ha hecho complejos, densos, resistentes. Ante esto no podemos enfrentarnos con propuestas simplistas. Propugnar sin más cosas como la nacionalización de empresas o la fijación de precios de algún bien básico puede tener sentido en algunos casos, pero obliga a conocer el marco institucional en el que va a tener lugar esta iniciativa y los posibles efectos que generará. En el contexto actual, donde las perspectivas de cambios radicales están fuera de la realidad posible a corto plazo, es necesario desarrollar y dirigir parte de la acción política a generar cambios regulatorios (incluyendo en ellos transformaciones en las instituciones que los sustentan) en muchos campos esenciales. Cambios que deben estar planteados mediante estrategias que contemplen la complejidad de la mayoría de procesos productivos. Más allá de que puedan obtenerse resultados que mejoren aspectos sustanciales de la vida social, esta lucha puede servir también para afinar ideas y conocimiento para construir una alternativa real a la organización capitalista de la economía.


 Y ver...









domingo, 8 de agosto de 2021

Historia de las revueltas panafricanas, de CLR James .

 

Reseña de Historia de las revueltas panafricanas, de CLR James (Katakrak)

La resistencia de una raza oprimida

Fuentes: Rebelión

Historiador, activista y defensor de un marxismo que conjugaba revolución con democracia e internacionalismo, el antillano (de Trinidad) CLR James (1901-1989) nos dejó algunos textos imprescindibles para comprender las luchas sociales de nuestra era.

Entre ellos, deben destacarse La revolución mundial, 1917–1936: El auge y caída de la Internacional comunista, de 1937, donde analiza los hechos desde una perspectiva trotskista; Los jacobinos negros: Toussaint L’Ouverture y la revolución de Santo Domingo, de 1938, y el libro que reseñamos: Historia de las revueltas panafricanas, también de 1938.

Aparte de en su tierra natal, James vivió principalmente en Inglaterra y los Estados Unidos, y en todas partes desarrolló una intensa militancia política. Tras el trotskismo de sus comienzos, en los años 40 evolucionó hacia un rechazo del partido como vanguardia revolucionaria y un énfasis en los movimientos de liberación de los grupos oprimidos, aunque nunca dejó de considerarse leninista. Fue un adalid del panafricanismo, a cuyo bagaje teórico contribuyó con Nkrumah y la revolución de Ghana, publicado en 1977.

James demostró también extraordinarias dotes para la literatura. El callejón de la menta (Minty Alley), de 1936, es una novela sobre los humildes trabajadores de su tierra natal, y en 1934 y 1967 dio a las tablas sendas piezas sobre la Revolución haitiana. En 1953, mientras esperaba en la isla de Ellis para ser deportado, escribió un ensayo sobre Herman Melville y su Moby Dick, obra en la que veía un símbolo del anticomunismo que azotaba por entonces los Estados Unidos. Fue además autor de relatos cortos, y un apasionado del cricket, deporte que celebró en un texto autobiográfico: Más allá de un límite (Beyond a Boundary), que tuvo extraordinario éxito.

Un clásico del pensamiento socialista panafricano

Historia de las revueltas panafricanas vio la luz como decíamos en 1938, pero en 1969 reapareció ampliada y actualizada. Tras la muerte de James, fue reeditada en 1995 con una extensa introducción del historiador americano RDG Kelley, y de nuevo en 2012. La versión castellana que reseñamos (Katakrak, 2021, trad. de Gema Facal Lozano) recoge esta introducción.

En sus palabras liminares, Kelley nos adentra en el espíritu de la obra, adelantado a su tiempo al atacar un colonialismo del que su autor no encuentra formas “amables”, y reivindicar como esencial para la revolución mundial el impulso liberador de la raza negra y el protagonismo de las masas. Repasa Kelley también la biografía de James, con orígenes de clase media y marcado por un temprano amor por la lectura y un viaje en 1932 a Inglaterra que lo lleva al descubrimiento del marxismo, en versión trotskista y aplicado sobre todo a la lucha contra la opresión colonial. En los años 30, tras la triste experiencia de la invasión de Abisinia, el de Trinidad ve claro que sólo los africanos podrán articular su propia emancipación y con esa perspectiva nacen sus dos grandes trabajos de 1938, sobre Haití y las revueltas panafricanas. Firme defensor del potencial revolucionario de su raza, James se entusiasma ante el pujante Black Power de los años 60, y apoya su auto organización y su derecho a tomar sus propias decisiones. También colabora activamente en esta época con los procesos de descolonización en África, aunque lo decepcionan sus magros resultados. Todos estos aspectos están reflejados, como veremos, en el argumentario de Historia de las revueltas panafricanas.

James comienza la obra manifestando su propósito de analizar las revueltas negras a lo largo de los siglos, con lo que las que se dieron en la era de la esclavitud han de ser su primer objetivo. La resistencia de los cimarrones (esclavos fugitivos) fue común desde los inicios de la trata, pero la revuelta del Santo Domingo francés (ahora Haití) en 1791 supuso un hito esencial, por ser la única rebelión de esclavos que ha tenido éxito en toda la historia. A ella se dedica el primer capítulo, en el que a través del desarrollo torrencial y enmarañado de los acontecimientos es posible identificar las causas de este triunfo de los negros en su brava lucha, en la habilidad de líderes como Toussaint L’Ouverture y en el apoyo ocasional de la Francia revolucionaria. En 1804 se alcanza la independencia, que consolida la abolición de la esclavitud, aunque las condiciones de la explotación del trabajo siguen siendo penosas en una nueva era marcada por boicots externos y divisiones internas.

James nos acerca después a las revueltas en las colonias inglesas de Norteamérica. A comienzos del siglo XVIII se registran allí levantamientos constantes que son aplastados con facilidad, y de ellos se aportan ejemplos, así como de los salvajes castigos que se aplicaban contra cualquier desobediencia. Tras los sucesos de Haití, la lucha adquiere horizonte y se intensifica, llegándose ya en el siglo XIX a alianzas entre los negros y los blancos pobres. En esta época, los esclavos conseguían huir a veces a los estados del norte, donde eran libres. La Guerra de Secesión (1861-1865) mejoró la situación algo, pero no se libró por motivos humanitarios, sino para garantizar el dominio del norte capitalista en la expansión del país hacia el oeste. Merece recordarse que tras la derrota de la Confederación y hasta 1880 aproximadamente, en algunos estados del sur se incrementó la participación de los negros en las elecciones, y éstos accedieron, más que en cualquier otro tiempo, a puestos de gobierno, con lo que lograron dar forma a avances sociales, como la educación pública universal o la derogación de leyes con prejuicios raciales.

El siguiente escenario es África. Allí las agresiones esclavistas disminuyen a finales del siglo XIX, pero sólo para dejar paso a la invasión colonial, que impuso en una gran parte del territorio un régimen de terror y explotación. No obstante, se daban diferencias entre las áreas de dominio inglés, con racismo más sistemático, y las de dominio francés, donde éste era más atenuado. James analiza en primer lugar las revueltas en Sierra Leona, Gambia y Nigeria entre 1898 y 1931, en las que se observa un contraste entre la revolución social de los negros de las tribus y la lucha más “huelguística” de los urbanizados, aunque la solidaridad entre todos los “africanos” solía ser la norma. En Malaui, en 1915, y el Congo, en 1921, se produjeron levantamientos de negros cristianizados, con tintes de liberación religiosa. En el Congo también, hubo después revueltas en 1924, 1928 y 1930. En Kenia, en 1921, Harry Thuku lideró una protesta contra la explotación de los negros, que a pesar de ser ahogada prolongó su influencia hasta la independencia. Se estudian, por último, las insurrecciones de tribus de hotentotes en Sudáfrica en 1922, que coexisten con la agitación sindical en el país, muy activa hasta 1926, con dirigentes de talento, como Clements Kadalie.

Marcus Garvey (1887-1940) capitaneó a partir de 1918 en Estados Unidos un movimiento que atacaba la discriminación salvaje que sufrían los negros, sobre todo en el sur, pero se concentró en demandar una solución ciertamente absurda, que consistía nada menos que en el retorno a África de los afroamericanos. El proyecto fracasó a pesar de contar con millones de simpatizantes, pero demuestra, según James, el espíritu de revuelta que anidaba entre las masas negras.

El capítulo final de la versión original del libro (1938) está dedicado a los procesos más recientes. En los tres escenarios seleccionados: Trinidad, Ghana y Zimbabue, se observa cómo la explotación económica impuesta por el régimen colonial ha dado lugar a huelgas masivas que, sin embargo, no aciertan aún a exigir la independencia. La desesperación no se articula, según el autor, en unas demandas revolucionarias coherentes, y corre el peligro de abandonarse a la demagogia de líderes con facundia, pero escaso pensamiento y menos escrúpulos. La concienciación de estas gentes resultaba así la misión esencial.

Un epílogo añadido en la edición de 1969 analiza las novedades en diversos territorios. En Ghana la independencia se materializó en 1957 a través de huelgas, pero en Kenia, donde los blancos se habían apropiado de las mejores tierras, sólo se logró en 1963 tras una sangrienta guerra. Por todos los rincones de África el paisaje es al fin parecido, en cuanto que los gobiernos nacionalistas autóctonos dejan paso rápidamente a dictaduras militares que perpetúan la explotación económica con ropaje neocolonial. En Sudáfrica, los negros resultan imprescindibles para el funcionamiento del país, pero la resistencia a concederles derechos políticos es feroz, y se ha recurrido a su aislamiento en bantustanes. No obstante, la lucha armada sigue, y James profetiza el colapso del régimen de apartheid, “probablemente más temprano que tarde”; al fin hubo que esperar hasta 1992 para verlo. En América se reportan los avances del movimiento de derechos civiles en Estados Unidos, y en el Caribe se resalta la inestabilidad en muchos lugares en situación colonial o neocolonial y el aliento que aportó en 1959 la Revolución cubana.

James concluye su epílogo con una nota de esperanza, señalando lo alcanzado por Julius Nyerere al frente del gobierno de Tanzania y por Kenneth Kaunda en Zambia, con progresos hacia un socialismo cooperativo que hallaba su fundamento, además, en las estructuras tribales de apoyo mutuo tradicionales en África.

Historia de las revueltas panafricanas nos describe con precisión quirúrgica los variados rostros que ha tomado la resistencia de una raza oprimida, y deshace los mitos sobre la pasividad del negro y lo inevitable de su situación postergada. La realidad es que los africanos, conscientes y orgullosos de un pasado con espléndidos logros artísticos y culturales, nunca han aceptado las cadenas y han estado siempre en pugna por materializar su liberación, desde la era del viejo esclavismo hasta la del más sibilino de hoy mismo. James nos demuestra en este libro de forma irrefutable que “el único lugar donde los negros no se rebelaron es en las páginas de los historiadores capitalistas.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/

sábado, 7 de agosto de 2021

Lo que pide el gobierno de Cuba a los americanos .


Lo  que pide el gobierno de Cuba a los americanos

 Como mínimo y al amparo del Derecho Internacional, lo que Cuba tiene la legitimidad de reclamar al gobierno de los Estados Unidos son acciones tan sencillas y nada ambiciosas como las siguientes:

  • a) que ponga fin al bloqueo económico, a la injerencia en los asuntos internos de Cuba, al financiamiento millonario de la subversión política y a la tolerancia que disfrutan grupos terroristas que desde ese país actúan contra Cuba;
  • b) que abandone la persecución de los suministros de combustible a Cuba desde terceros mercados, de las transacciones financieras en terceros países y de las gestiones comerciales de nuestro país en cualquier rincón del planeta;
  • c) que cumpla sus compromisos con los acuerdos migratorios bilaterales, en particular la migración cada año de al menos 20 mil cubanos hacia los Estados Unidos;
  • d) que restablezca los servicios migratorios y consulares de su Embajada en La Habana, de la que dependen ciudadanos que habitan en ambos países;
  • e) que elimine las limitaciones a los viajes y la trasportación aérea entre los dos países;
  • f) que elimine la prohibición a las remesas que envían ciudadanos comunes desde los Estados Unidos a sus familiares y allegados en Cuba;
  • g) que devuelva a Cuba el territorio que desde 1902 ocupa la base naval estadounidense establecida en la provincia de Guantánamo.

 Y más..

Texto publicado en Facebook por la joven cubana Arianna Álvarez Avalo, profesora de clarinete en la Universidad de las Artes

¿Dónde estaban los que unen las palabras “ayuda” y “humanitaria” cuando Estados Unidos prohibió la entrada de un buque proveniente de China con insumos para enfrentar la Covid y ayudar al pueblo cubano? ¿Dónde estaban cuando Trump prohibió la ayuda monetaria a las familias en la isla, cuando recrudeció una política inhumana en medio de una crisis mundial y una enfermedad mortal, cuando prohibió la compra de ventiladores a empresas norteamericanas, cuando dejó barcos de petróleos en el mar? ¿Dónde estaban cuando más el pueblo los necesitó? La principal ayuda humanitaria para todos los cubanos sería la eliminación total del Bloqueo. Si no estás de acuerdo no eres humano, ni quieres ayudar a nadie. Casualmente son los mismos que pusieron el grito en el cielo cuando Cuba ayudó al buque Inglés porque nadie más quiso hacerlo…

Los cubanos somos solidarios de por sí. No necesitamos ningún corredor “humanitario” oportunista con claros fines políticos cuando tenemos miles de hermanos en todas partes siendo ese corredor humanitario sin tanto bombo y platillos por años. Hay organizaciones de solidaridad con Cuba que llevan años enviando donaciones y durante la pandemia no han cesado. Es público los proyectos, organizaciones, ONGs, iglesias y centros que envían ayuda a Cuba. Si quieren ayudar ¿por qué nunca se han puesto en contacto con estas organizaciones y grupos de cubanos? ¿Por qué ahora es que hacen directas y cartelitos haciéndose los héroes mientras han sido cómplices de los abusos más grandes contra el pueblo de Cuba? Desde Italia, Canadá, Islas Canarias, España, Inglaterra, Alemania, Panamá… han enviado insumos y ayuda verdaderamente humanitaria, desde medicamentos, jeringuillas, hasta dinero. Y siguen armando contenedores para enviar, esquivando las miles de trabas que impone el Bloqueo para poder hacer llegar el cargamento a puerto cubano. A todos ellos, nuestro más sincero agradecimiento.

Duele mucho cada vida que se pierde, duele mucho la situación de hospitales y centros de aislamiento, duele mucho la escasez pero no somos ni remotamente el peor país de la región. Y aunque la matemática me parece inoportuna cuando se trata de vidas humanas, es hora de mostrar algunos datos para quienes quieren vendernos el caos y el abandono. Estos datos son de ayer pero la situación no ha cambiado mucho, o al menos no para bien.

Miami Dade con solo 2 717 000 de habitantes ha tenido 504 mil casos de Coronavirus y 6472 muertes (1.28% de los casos confirmados).

En la Florida con el doble de habitantes que en Cuba solamente, han tenido 37 895 muertos. ¿Pedimos ayuda humanitaria para la Florida?

Madrid con 6 752 763 de habitantes ha tenido 739 000 casos y 15 469 muertos (2.09% de los casos confirmados).

Río de Janeiro con 6 748 000 de habitantes ha tenido 973 000 casos y 56 321 muertes (5.78% de los casos confirmados). De ayer para hoy casi 200 muertes más.

La Región metropolitana de Chile con 7 112 808 de habitantes ha tenido 661 000 casos y 17 377 muertes (2.62% de los casos confirmados)

Así podría seguir mostrando los datos de ciudades de la región y del Primer mundo donde, con muchos menos habitantes, el manejo de la pandemia ha sido catastrófico y nadie ha pedido la tan ansiada “intervención humanitaria”.

Luego está Cuba quien ha controlado esta pandemia por más de un año sin llegar al colapso de los sistemas de salud y que con 11 333 483 de habitantes ha presentado 218 396 casos y 1431 muertes (0.65% de los casos confirmados).

No tengo mucho más que decir… Cuba no tiene las condiciones necesarias ni está remotamente cerca, según la resolución de la ONU, para pedir o aceptar una intervención humanitaria. No hay un conflicto bélico, ni estamos cerca de la media del mal manejo pandémico en la región. No me voy a prestar para ingenuidades tontas y campañas orquestadas.

Ejemplos de sobra hay de “Ayudas humanitarias” que terminaron en intervenciones militares y derrocamientos de gobiernos con intereses económicos detrás y con miles de muertes de civiles, a pesar de que la ONU estipula que debe existir el respeto a la soberanía. Por solo citar algunos tenemos a Panamá, Yugoslavia, Haití, Irak, Libia, etc. ¿Que quién estuvo detrás, directa o indirectamente, de todas esas “ayudas humanitarias”? Pues los mismos abusadores de siempre que no nos dejan vivir en paz y que ahora dicen “preocuparse” por nuestro bienestar. Cinismo político y oportunismo imperial.

Me niego a ser utilizada. Toda la ayuda es bienvenida y el agradecimiento será eterno. La solidaridad de los grupos que se encuentran en el exterior y que no han parado de buscar las vías para enviarnos insumos son la verdadera ayuda humanitaria, son el único corredor humanitario que ha existido hasta la fecha. Las organizaciones están, las vías están, los mecanismos existen, la intención está. Si quieren ayudar a sus hermanos cubanos háganlo de corazón y desinteresadamente como solo puede ser la verdadera solidaridad. Cuba necesita de todos pero para hacer por ella. Dejen de figurar en redes que aquí hay vidas que salvar.

https://rebelion.org/joven-cubana-no-aguanto-mas-y-exploto-en-facebook/

viernes, 6 de agosto de 2021

Algo huele a podrido y no es Dinamarca

                                                                                       


Juan Carlos I intercedió con el Constitucional para librar a 'Los Albertos' de prisión el año que recibió 100 millones en una cuenta opaca

https://www.publico.es/politica/exclusiva-juan-carlos-i-ayudo-albertos-librarse-prision-ano-recibio-100-millones-dolares-fundacion-lucum-juan-carlos-i-intercedio-tc-librar-albertos-prision-ano-recibio.html

jueves, 5 de agosto de 2021

Y como tirando del hilo se llega al ovillo

                                                                   


Como blanquearon las cuentas suizas del rey emérito


Judit Pellicer .


Las cuentas suizas del rey emérito siguen levantando polvareda y arrastrando a todos aquellos que se encontraban alrededor. La lista de investigados se amplía para acoger a Yves Mirabaud, presidente del banco Mirabaud & Cie, donde se ingresó la  donación de 65 millones de euros provenientes de Arabia Saudí a una cuenta de la que era beneficiario Juan Carlos I. Según informa El País, el fiscal suizo que investiga las cuentas vinculadas al antiguo jefe de Estado español ha puesto a Mirabaud bajo sospecha por incumplir su deber de informar de este ingreso sospechoso en la cuenta del emérito al Money Laundering Reporting Office Switzerland (MROS), el organismo suizo para combatir el blanqueo de capital.

Desde el principio de la investigación el fiscal comunicó a los responsables del banco que Mirabaud & Cie, como entidad jurídica, comparecería en calidad de investigado por un presunto delito agravado de blanqueo de capital. Ahora, la investigación se diversifica sobre los antiguos hombres fuertes del banco que, según sospecha la Fiscalía, podrían haber mirado hacia otro lado ante las operaciones sospechosas del rey emérito.

De testigo a investigado

Mirabaud ha acabado en la lista de investigados después de que la Fiscalía volviese a tomar declaración a los principales actores implicados en el caso. El presidente del banco había prestado declaración sobre el caso, pero ahora pasa a estar bajo la lupa del fiscal suizo. De las declaraciones de Mirabaud se deducía que ni el departamento de cumplimiento de la entidad, que vela por la reputación de la institución, ni el departamento jurídico, conocían que detrás de la cuenta de una sociedad panameña se escondía Juan Carlos I.

Según declaró el mismo Mirabaud ante el fiscal, solo los miembros del Consejo de Asociados de la entidad conocían que el beneficiario final de la cuenta era Juan Carlos I. "La única razón por la cual se decide mantener la confidencialidad en el seno del banco del nombre de aquel beneficiario era la siguiente: se trataba de evitar una dispersión demasiado amplia entre los empleados con la intención de mantener la discreción", aseguró el banquero, según recoge El País.

En otras palabras, había personas de la entidad bancaria que sí que sabían que el rey emérito se encontraba detrás de una cuenta que recibía transacciones sospechosas. Ante eso el fiscal preguntó si alguien del Consejo puso en duda la legalidad de la donación de Arabia Saudí, a lo que Mirabaud se limitó a responder: "No recuerdo que hayamos pedido información a los asesores jurídicos para saber si su condición de rey de España le permitía recibir estos fondos".

La sorprendente "falta de interés" del presidente, quien presidió el comité antiblanqueo del banco entre el 2003 y el 2013, para averiguar la legalidad de la cuenta vinculada a Juan Carlos I sigue la tónica general de la entidad financiera. El fiscal ha podido acreditar que nadie del banco exigió que se declarara a la Hacienda española los 65 millones de euros.

Padre e hijo

La cuenta en disputa en esta investigación pertenecía a la sociedad panameña Lucum. Detrás de la pantalla de esta sociedad el principal beneficiario era Juan Carlos I y el segundo era Felipe VI. Desde la Casa Real se aseguró de que el actual jefe del Estado desconocía su presencia en los estatutos de esta sociedad, según recoge El País( nota del blog https://elpais.com/espana/2021-08-04/la-fiscalia-suiza-imputa-al-presidente-del-banco-mirabaud-donde-se-ingresaron-los-65-millones-del-rey-emerito.html )

https://www.elnacional.cat/es/politica/mas-presion-sobre-juan-carlos-i-imputado-un-banquero-por-los-65-millones-saudies_634574_102.html

Y ver  Alicia en el país de los compi yoguis  https://blogs.publico.es/dominiopublico/39312/compi-yoguis-de-espana-unio

La historia aun es mas larga.

https://www.publico.es/politica/exclusiva-juan-carlos-i-ayudo-albertos-librarse-prision-ano-recibio-100-millones-dolares-fundacion-lucum-juan-carlos-i-intercedio-tc-librar-albertos-prision-ano-recibio.html

miércoles, 4 de agosto de 2021

100 años de la derrota de Annual .

 

Annual y la cuestión marroquí .

Rafael Núñez Florencio

 

Partamos de una obviedad: los países no pueden elegir su ubicación. Cada uno está donde está y, precisamente por ello, se ve forzado a asumir por las buenas o por las malas, los condicionantes de su situación geográfica. En la historiografía tradicional esta era una cuestión, no ya importante sino absolutamente fundamental, hasta el punto de que se hablaba de determinantes que afectaban no solo a las relaciones exteriores del país en cuestión sino hasta su cultura y el carácter de los naturales (así, las famosas teorías sobre el influjo del clima en Montesquieu y otros muchos autores). La revolución de las comunicaciones de la época contemporánea -y no digamos ya la que se viene produciendo en esta nuestra época de globalización- ha contribuido a desacreditar el determinismo geográfico y ha relativizado la trascendencia del emplazamiento físico, sin que en todo caso se pueda llegar a ignorar su importancia cuando se abordan estudios geoestratégicos. Muy al contrario, algunos teóricos, como Robert Kaplan, han llamado la atención sobre la persistencia de este factor en el mundo actual, que en su planteamiento concreto ha tomado la sugestiva fórmula de la venganza de la geografía (título, como saben, de su impactante best seller).

Sección de la 6ª Compañía del II Batallón del Regimiento San Fernando, participante en la campaña de 1921 (imagen del blog http://desastredeannual.blogspot.com)

En el caso de nuestro país no hace falta sustentar viejas teorías metafísicas o esencialistas para reconocer que su situación en el extremo occidental de Europa –recuerden el famoso poema de Auden, España 1937– explica muchas cosas de su historia remota y próxima, desde los tópicos más rancios –el «África empieza en los Pirineos», que se atribuye a Dumas- hasta las elucubraciones apesadumbradas –el ensimismamiento orteguiano-. Sin irnos por los cerros de Úbeda, es innegable que una España inserta en el corazón geográfico de Europa jamás se habría planteado la «integración europea» -¡qué significativa acuñación!- como aquí se ha hecho a lo largo de los siglos. Pero si la historia es la que es, la geografía no lo es menos y, en función de ella, la península ibérica, tras una barrera natural como los Pirineos, linda al norte con el Occidente más desarrollado; en la vertiente atlántica, España tiene a sus espaldas, casi literalmente hablando, un pequeño país al que desdeña clamorosamente, como es Portugal, mientras atisba en el sur, tras un pequeño brazo de mar, otro continente del que apenas sabe nada, pero del que quiere diferenciarse con vehemencia. Y es precisamente aquí, en el extremo norte de este continente ignoto, donde se halla una nación que los españoles preferirían no tener como vecina. Pero ahí está y, por más que la política hispana pretenda obviarlo, la vecindad comporta problemas que hay que afrontar.

Seamos sinceros: de Marruecos solo se habla en España o, más claramente aún, de Marruecos solo se ocupa la política española, cuando hay un conflicto a la vista o, más frecuentemente aún, cuando este se desencadena, llámese cuestión del Sahara, problema pesquero, paso del Estrecho, presión migratoria en alguno de los pasos fronterizos o, como ha sucedido hace unas semanas en Ceuta, la “invasión” de menores propiciada por el gobierno marroquí como represalia por la acogida en España de un líder del Frente Polisario. Marruecos viene a representar en este contexto la consabida china en el zapato de la modernidad o la europeidad española, la molestia que nos recuerda cada tanto donde estamos, aunque nunca queramos mirar hacia ese lado. Aunque no siempre, o no todo, el pensamiento español haya sido refractario al africanismo –de hecho, hubo una importante corriente de tal signo, entre otros momentos, a fines del siglo XIX y primeras décadas del XX-, forzoso es reconocer que los afanes y aspiraciones españolas, sobre todo en la época contemporánea, se han distinguido precisamente por establecer una especie de cordón sanitario que pasaba por el estrecho de Gibraltar. No hace falta subrayar, en fin, que históricamente hablando, la identidad española se ha sustentado en la diferenciación categórica con nuestros vecinos sureños.

Alfonso XIII con un grupo de militares, entre los que se encuentra (detrás, a su derecha) el general Fernández Silvestre, postal de 1915 de Ed. Gregorio G. Galarza. San Sebastián

Y, pese a todo, África, Marruecos o, más específicamente, el Rif –depende del grado de concreción que establezcamos- ha sido más importante de lo que a menudo nos gustaría reconocer en la historia española, sobre todo desde mediados del siglo XIX. Es entonces, por esas fechas, en pleno período isabelino, cuando tiene lugar la famosa «guerra de África» (1859-60), que se convirtió en una expedición legendaria inmortalizada en varios cuadros de época, una campaña que encumbró al catalán Prim como héroe nacional español y que fue minuciosamente descrita por alguna de las grandes plumas del momento, como Pedro Antonio de Alarcón. Desde aquel momento cambiaron las tornas y nunca más Marruecos volvió a ser escenario de hazañas bélicas para las fuerzas españolas, sino permanente hontanar de decepciones y sinsabores, que fueron haciéndose gradualmente más amargos, hasta desembocar en sucesivas hecatombes. Ya el incidente de 1893, que pasó a la historia como «la vergüenza de Melilla», marcó la impronta de lo que vendría luego. Un ejército escaldado por la debacle finisecular en las Antillas y Filipinas quizá se hizo ilusiones en un primer momento de hallar en el nuevo siglo por el norte africano la gloria perdida. El difícil equilibrio entre las grandes potencias coloniales dejaba a España (Conferencia de Algeciras, 1906) un pequeño resquicio para una intervención político-militar en la zona que pronto se reveló como una trampa o, al menos, una fuente inagotable de reveses que se vivieron, prolongando la estela del 98, como insondables desastres. Se dibuja así un arco temporal de tragedias nacionales, desde el Barranco del Lobo (1909) hasta Annual (1921).

Legionarios sosteniendo cabezas de rifeños. Foto publicada por Jacques Roger-Mathieu en Las memorias de Abd El Krim (1926)

Se cumple ahora el centenario de esta última catástrofe, la más renombrada de todas ellas, sin duda la más trágica en términos humanos y militares, la que desató más controversias políticas y dejó más secuelas. Como suele suceder en tales ocasiones, se publican en estos días, con ocasión de la efeméride, diversas obras que hacen balance de lo ocurrido, diseccionan causas y consecuencias y tratan, en definitiva, de arrojar más luz o simplemente trazar un cuadro de época desde la atalaya actual. Antes de entrar en el análisis de estas novedades, conviene recordar que el episodio en cuestión ya había merecido una singular atención de la historiografía militar -y hasta de la historiografía a secas- e incluso de la novelística hispana, pues ha sido uno de los sucesos más estudiados y recreados del intervencionismo militar español en el siglo XX. Hacer aquí una recopilación de obras sobre Annual sería por tanto excesivo: me limito a recordar que desde finales del siglo pasado -Juan Pando, Historia secreta de Annual, Temas de Hoy, Madrid, 1999- o comienzos de este -Pablo La Porte, La atracción del imán. El desastre de Annual y sus repercusiones en la política europea (1921-1923), Biblioteca Nueva, Madrid, 2001- hasta hace relativamente bien poco –Julio Albi de la Cuesta, En torno a Annual, M. Defensa, Madrid, 2016, 2ª ed.; Luis Miguel Francisco, Morir en África. La epopeya de los soldados españoles en el desastre de Annual, Crítica, Barcelona, 2017- han ido apareciendo libros que de manera directa o indirecta trataban un suceso cuyos perfiles trágicos ya habían constituido una valiosa materia prima para el reportaje periodístico -Manu Leguineche, Annual, 1921. El desastre de España en el Rif, Alfaguara, Madrid, 1996-, para la recreación biográfica –insoslayable La forja de un rebelde (1941-46), de Arturo Barea- e incluso para la ficción novelística, desde las clásicas El blocao de José Díaz-Fernández (1928) e Imán de Ramón J. Sender (1930) hasta la más reciente El nombre de los nuestros (2001; nueva ed. revisada, 2021) de Lorenzo Silva.

Cadáveres en el campamento de Annual en enero de 1922 (foto del libro 18 Meses de Cautiverio. De Annual a Monte Arruit. Crónica de un testigo)

Dije antes, un poco de soslayo, que Annual fue más importante de lo que a primera vista pudiera parecer para la trayectoria histórica española del siglo XX, afirmación que en rigor debía matizarse –o, más exactamente, ampliarse- sustituyendo Annual por campañas marroquíes en su conjunto, en la medida en que dichas operaciones militares conformaron la mentalidad y el modus operandi de las fuerzas armadas españolas. Primo de Rivera y su dictadura por un lado, pero también, y sobre todo, Franco, los militares africanistas, Millán Astray y la Legión y hasta el mismo curso de la guerra civil no pueden explicarse adecuadamente sin tener en cuenta la impronta rifeña. No quiero extenderme de modo abusivo en la relación bibliográfica, pero en este punto es inevitable traer a colación estudios tan importantes y esclarecedores como La guerra que vino de África, de Gustau Nerín (Crítica, Barcelona, 2005) y Franco «nació en África»: Los africanistas y las Campañas de Marruecos, de Daniel Macías Fernández (Tecnos, Madrid, 2019). Para no hacer más extensas estas referencias, remito al lector interesado a lo que señalé en estas mismas páginas de Revista de libros a propósito de esta última obra: «El ejército que nació en Marruecos».

Si le he dedicado un espacio mayor de lo acostumbrado a todas esas consideraciones previas es sencillamente para que se pueda entender, sin menoscabo alguno para las obras que ahora nos van a ocupar, la afirmación poco menos que inevitable con que debo preludiar mi comentario: sobre Annual se ha escrito tanto, se han escudriñado de modo tan prolijo sus entresijos, se han analizado sus causas próximas y remotas y se han desgranado hasta tal punto todas sus consecuencias en la política española que es difícil a estas alturas aportar algo nuevo más allá de lo meramente circunstancial o anecdótico. Quizá el que más se acerca a esa originalidad en el enfoque o las aportaciones novedosas sea el volumen de Jorge M. Reverte (recientemente fallecido; esta es su obra póstuma) y no tanto por la, por otra parte estimable, labor documental del veterano periodista cuanto por incluir en sus páginas la perspectiva marroquí, el aspecto para nosotros más desconocido y postergado del episodio bélico. Esta visión de Annual desde el encuadre rifeño, aportada por M’hamed Chafih, no hace más que poner de relieve esa distancia abisal que separa a españoles y marroquíes en todos los órdenes –desde el político hasta el cultural- según especificábamos al comienzo de este artículo. El lector no puede por menos que acordarse en este punto del famoso y ya clásico ensayo de Amin Maalouf Las Cruzadas vistas por los árabes. Por lo demás, el público fiel de Reverte –que lo tiene, pues ha sabido aunar el rigor investigador con el pulso narrativo en sus múltiples obras de trasfondo histórico- encontrará aquí un enfoque muy parecido al que presentaban los libros sobre las grandes batallas de la guerra civil: La batalla del EbroLa batalla de Madrid La caída de Cataluña.

Restos del Regimiento de Cazadores de Alcántara, 14 de Caballería, cerca de Monte Arruit (foto: Edición Postal Exprés/blog El Alminar de Melilla)

Me refiero, como bien pueden colegir, a que todo lo que firma Reverte tiene un sello característico, ese tono no muy usual entre nosotros que se propone, por encima de todo, entretener al lector sin despreciar su inteligencia y, hasta donde sea posible, informar adecuadamente al aficionado en los asuntos históricos sin devaluar los contenidos. Quizá en el caso de Reverte sea excesivo o muy pretencioso hablar de alta divulgación porque, tan inteligente como consciente de sus limitaciones, él siempre procuró ir a lo concreto y no meterse en camisa de once varas. Pero los variados temas que abordó –desde los bélicos a la huelga asturiana de 1962 o la biografía de Bill Aalto- siempre fueron expuestos con una saludable mezcla de exigencia documental y amenidad. Lo que sí puede chocar a algunos lectores españoles con anteojeras ideológicas o, simplemente, con los típicos prejuicios frente al moro, es la patente voluntad de Reverte de superar el planteamiento eurocentrista, con su maniqueísmo anejo. Muy crítico con el colonialismo europeo, el autor no halla civilizadores y salvajes sino naciones con intereses enfrentados y, en términos más concretos, «hombres jóvenes, españoles y rifeños, envueltos en una guerra colonial sin ningún sentido para los españoles y con todo el sentido para los rifeños, que defendían su casa, su tierra y querían volver a su independencia, discutible como todas, pero suya». ¿Atrocidades delirantes, salvajismo inconcebible, borracheras de sangre? Por supuesto, casi como en cualquier contienda bélica. Y, más aún, en estas guerras coloniales, que eran lo peor de lo peor. Pero las crueldades hasta extremos paroxísticos las cometieron todos: no solo las tribus miserables y primitivas sino también los supuestamente refinados y cultos europeos, españoles en este caso.

Como en el caso de Reverte, tampoco Gerardo Muñoz Lorente es historiador profesional. Autor de amplio espectro –ensayista, reportero, novelista-, Muñoz Lorente se acerca a la comprensión de Annual poniendo su punto de mira a ras de tierra, es decir, trata de captar el latido humano, hasta concretarlo en los nombres y apellidos de los españoles que fueron a batallar o sucumbir en aquellas tierras del norte africano. En esto coincide bastante con el planteamiento de Reverte, aunque el resultado final sea un libro muy distinto. A ello habría inmediatamente que añadir que otra diferencia clara con respecto a Reverte estriba en lo que se  explicita desde el propio título. Me refiero a que su centro de atención son «los españoles que lucharon en África» o, dicho con otras palabras, que se sitúa inequívocamente  en una de las trincheras de combate. Menos politizado que El vuelo de los buitresEl desastre de Annual de Lorente coincide otra vez con el libro de Reverte en su férreo sometimiento a la cronología: tras exponer de manera muy sucinta los antecedentes, se entra en materia ya en el capítulo segundo –«avances del ejército español»- para dedicar luego la práctica totalidad del estudio a los avatares del año fatídico, 1921, a veces de mes en mes y en ocasiones día a día. Estructurado en capítulos cortos, hasta un total de veintiocho, que se pliegan, como he señalado, al orden de los acontecimientos, lo que caracteriza formalmente esta aproximación a la tragedia de Annual es, sin embargo, otra cosa distinta: la inserción de múltiples notas biográficas que interrumpen la narración lineal de los hechos, desde la correspondiente al futuro general José Riquelme –la primera de ellas- hasta la del empresario Horacio Echevarrieta, la última. Entre una y otra, varias decenas de personajes bajo el epígrafe de «protagonistas». Tantos, que a veces la lectura de sus recorridos biográficos puede distraer al lector del asunto principal. Pero, sin duda, esa es la impronta que singulariza el volumen de Lorente.

El tercer libro que consideramos en este artículo –A cien años de Annual, Daniel Macías, editor- es el de mayor extensión y densidad, pero sus grandes rasgos diferenciales con respecto a las obras anteriores son otros dos: el primero y más obvio es que estamos no ante una monografía de tono personal o carácter individual, como las comentadas hasta ahora sino, muy por el contrario, ante un volumen colectivo en el que participan nada menos que catorce autores. Como es inevitable en estos casos, lo que se gana en precisión científica y rigor analítico se pierde en perfil característico. En segundo lugar, no menos trascendental, es que la inmensa mayoría de los mencionados participantes son historiadores profesionales y, más aún, grandes especialistas en el tema o en las cuestiones anejas, de manera que el resultado es una obra muy distinta de las anteriores, tanto en el fondo como en la forma. Aun así, como está excelentemente escrita y editada, también puede leerla con provecho el mero aficionado, aunque debe saber que ahora sí podemos hablar de alta divulgación. Dicho de otro modo, en sus páginas hay mucho más análisis que narración. Basta ojear el índice para constatar que los once capítulos que integran el volumen pretenden abarcar los principales aspectos, no ya solo de Annual, sino del conflicto marroquí en su conjunto. En este sentido hay, pues, que subrayar que el libro utiliza la tragedia del año 1921 casi como pretexto o, si se prefiere, como punto de referencia, pero va mucho más allá. Como indica su subtítulo, La guerra de Marruecos, esta obra proporciona un panorama general de la «cuestión marroquí», entendiendo esta incluso en su sentido más amplio, es decir, abarcando un arco temporal que va de 1859 a 1927.

Fusilamiento de un rifeño, en el pueblo de Ychtiuen, por parte de militares españoles, el 18 de enero de 1923 (foto: Eustaquio Berriotxoa/Noticias de Gipuzkoa)

Si ya de por sí es tarea compleja dar cuenta adecuada en este breve repaso del contenido de estas tres obras dispares, el mismo abanico de temas que despliega por sí solo este volumen colectivo supone un desafío para quien quiera simplemente reflejarlo con cierta fidelidad. Para que se hagan una idea, comienza con una visión de conjunto de la política exterior de España desde mediados del siglo XIX (Pereira y Aránguez), sigue con una presentación de los contendientes, el ejército español (Herrero y Puell) y las harcas rifeñas (Madariaga), continúa con las escaramuzas anteriores a Annual (Escribano) y luego con el desastre propiamente dicho (Albi), seguido de la reacción española (Muñoz) y el episodio de Alhucemas (Díez). Aún falta por dar cuenta de los últimos capítulos: las miserias de la guerra para el soldado de a pie (Macías), las consecuencias políticas en la metrópoli (Cabrera), las percepciones y memoriales de las campañas (Iglesias) y, en fin, el papel de la fotografía en la guerra rifeña (Vigil). Como bien puede apreciarse con esta relación casi telegráfica, estamos ante una obra de gran calado y notable ambición. Por descontado, es imposible destacar una línea interpretativa única o un denominador común en esa diversidad. Cada autor se ciñe a su parcela específica y desmenuza en cada caso los elementos que le parecen pertinentes para el análisis específico que tiene encomendado. A falta de un prólogo unificador –la introducción del editor es muy escueta y no sirve para esos fines- o de un capítulo de conclusiones, me tendrán que permitir que utilice lo más parecido a esto último, el epílogo que firma Lorenzo Silva, para pergeñar unas breves líneas, ya para terminar, acerca de lo que significó Marruecos en general y Annual en particular en la política española contemporánea.

Bombardeos españoles del Rif con armas químicas (1924)(foto del blog Memento Mori!)

Hay una vertiente, que podría considerarse menor, pero que a la postre resulta muy significativa. Estima Silva que «ni Annual ni Marruecos han generado en la ficción un eco a la altura de la trascendencia que tuvieron». Aunque la afirmación pueda aceptarse por sí misma, debería ponerse en un contexto más amplio, la conflictiva relación de este nuestro país con su historia, tanto para los fracasos que magnifica como para las hazañas que desdeña. Lo que no ofrece duda alguna, como he tratado de subrayar, es que Annual y Marruecos marcaron decisivamente el siglo XX español, hasta el punto de que estas líneas que ahora escribo apenas pueden dar un pálido reflejo de su trascendencia en todos los órdenes. Decía Reverte en su libro que, desde el punto de vista político, «lo que Annual puso en solfa fue el sistema, la pulsión colonialista europea». La estimación también me resulta en este caso demasiado unilateral o categórica, porque lo mismo podría decirse de otros muchos fiascos coloniales de otros países. El matiz diferencial en el caso español es que esos fracasos se vivieron como grandes sacudidas en la conciencia nacional, cuando no como profundas humillaciones que mancillaban el honor de la raza. Complementariamente, desde la perspectiva militar, Annual desnudó la incompetencia e irresponsabilidad de algunos mandos del ejército español, merecedores por ello –es decir, por las trágicas consecuencias en forma de miles de víctimas- de las más duras sanciones. Pero, por encima de todo –transcribo la valoración de Reverte- «esta es una historia triste, porque acumula miles de historias tristes». Aunque el libro de Muñoz Lorente es más parco en calificaciones, esa es también la impresión que transmite su austero relato. Por abundar en el mismo matiz, el antes citado Lorenzo Silva considera que «lo más triste del caso», después naturalmente de las ingentes pérdidas de vidas humanas, fue su condición de episodio colonialista absurdo, llamado al fracaso inevitable desde su propia concepción.

Franco y Millán Astray entonan cánticos legionarios en el cuartel de Dar Riffien, en 1926 (foto de Bartolomé Ros/La Verdad)

«Catástrofe no solo predecible, sino meticulosamente predicha», entre otros, por Ángel Ganivet en su Idearium, ¡antes incluso de que se consumara la capitulación del 98! Las palabras premonitorias de Ganivet no sirvieron de advertencia disuasoria sino que se convirtieron en profecía para un país que ansiaba desquitarse de la humillación antillana con una nueva aventura colonial, tan impracticable o más que la que acababa de dejar atrás. La Conferencia de Algeciras fue, en ese contexto, el señuelo o trampantojo por el que el país se vio abocado a una aventura para la que no estaba preparado desde ningún punto de vista. Sirviéndose de distintos testimonios políticos y militares que advertían en su momento de forma documentada de los desastres que se avecinaban en el norte africano, Silva acumula «nuevos motivos para la melancolía». Se habla en algunos casos de «insigne locura» para caracterizar la penetración por el Rif. Algunos dirán, con orgullo digno de mejor causa, que este país ha hecho gala en múltiples ocasiones a lo largo de la historia de su pulsión quijotesca. En este caso, bien dura fue la caída de la ensoñación. Y aún peor fue que la única lección práctica de las campañas marroquíes la aprendió el ejército español que luchaba en aquellas tierras. Y lo que aprendió en aquel escenario de violencia desatada –fiereza, crueldad y barbarie- lo puso en práctica a partir del 18 de julio de 1936 en el propio territorio español.

Reseña de: 

El vuelo de los buitres. El desastre de Annual y la guerra del Rif. Jorge Martínez Reverte, en colaboración con Sonia Ramos y M’hamed Chafih. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2021.
448 p.

El desastre de Annual. Gerardo Muñoz Lorente. Almuzara, Córdoba, 2021. 380 p.

A cien años de Annual. La guerra de Marruecos. Daniel Macías Fernández, ed.
Desperta Ferro, Madrid, 2021. 560 p.             

Fuente: Revista de Libros 17 de junio de 2021

Portada: la cuesta de la subida a Monte Arruit en enero de 1922 (foto del libro de Muñoz Lorente El desastre de Annual: Los españoles que lucharon en África)

https://conversacionsobrehistoria.info/2021/07/20/annual-y-la-cuestion-marroqui/