La intolerancia de Castelao con el fascismo
Por Montserrat Fajardo, activista de Iniciativa Galega por
la Memoria.
EL POLÍTICO GALLEGO FUE NOMBRADO EN 1939 PRESIDENTE
HONORARIO DE LA FEDERACIÓN INTERNACIONAL DE SOCIEDADES NEGRAS DE NUEVA YORK Y
EN MÚLTIPLES LÁMINAS DEJÓ REFLEJADAS TANTO LA ALEGRÍA DE LOS
"HERMANOS" DE CUBA COMO EL DESAMPARO DE LOS "HERMANOS" DE
NUEVA YORK.
El último exabrupto de la ultraderecha española consistió en
llamar racista a Castelao. La estrategia no es nueva, la vemos cada día: en un
intento de vaciar de contenido determinadas palabras, el fascista llama
intolerante a quién le combate o el machista se declara víctima de la lucha del
movimiento feminista. ¿Qué otra salida le queda a quien no ostenta la razón más
que pervertir el lenguaje?
En uno de los debates televisivos de las autonómicas
gallegas que se celebran este 12 de julio, el candidato de VOX por la provincia
de Pontevedra empleó todo su tiempo en solicitar al resto que condenasen el
acoso al que, según denunciaba, les estaban sometiendo los
"cachorros" nacionalistas. Lo repitió en cada bloque y así evitó
exponer cuál era su postura en Sanidad, Economía, Educación, Cultura… Había que
evitar el contraste de ideas, la confrontación ideológica entre derecha e
izquierda, entre centralismo y autogobierno. Había que desviar la atención del
programa electoral y para eso nada mejor que insultar a uno de los máximos
representantes del nacionalismo gallego.
¿Qué más da si su pensamiento es sustancialmente
antirracista? Castelao es molesto para el fascismo español porque siempre lo
atacó con argumentos sólidos.
El filósofo e investigador estradense Xosé Carlos Garrido
Couceiro, autor del libro "O pensamento de Castelao", explica que las
teorías políticas del nacionalista gallego nacen como contrapunto a la
homogénea mentalidad europea que consideraba que la diferencia era un defecto a
subsanar, y por tanto a perseguir. Es, el de Castelao, un pensamiento
anticolonial, antiimperialista y antirracista que le sitúa siempre del lado de
los oprimidos ya sea por razón de raza, sexo, clase o identidad.
Desde esa posición, explica Garrido, el rianxeiro será
siempre enemigo de una ultraderecha que entiende que ser español no significa
nacer en un territorio determinado sino tener una misión en el mundo:
dominarlo, cristianizarlo. Para él, la xenofobia reside, precisamente, en ese
imperialismo que demoniza al diferente y le quiere imponer una cultura, un
idioma y una toma de decisiones exógena. Que entiende por inclusión hacer
desaparecer dentro de su propia estructura la idiosincrasia del otro.
Pero la realidad es que, con lo único que fue Castelao
profundamente intolerante, fue con el fascismo. Desde que se produce el golpe
de Estado y hasta su fallecimiento en el exilio bonaerense en enero de 1950,
jamás hizo concesión alguna ni al franquismo ni a sus símbolos, y se negaba a
participar en cualquier acto presidido por la bandera "de pus y
sangre" como se llamaba en el exilio gallego a la sustituta de la
tricolor. A esa bandera que hoy sigue enarbolando como arma de opresión una
ultraderecha que ve representada en ella su ideología y, al contrario de lo que
ocurre en otros países europeos, no recurre a la esvástica como símbolo.
Una derecha que califica de intolerante y excluyente al
nacionalismo gallego, catalán o vasco con la misma desfachatez con la que
denomina inclusión a su intento de borrar la identidad de las distintas
nacionalidades. Hablar español en Galicia es una obligación, hablar el idioma
propio, como el euskera en Euskadi o el catalán en Catalunya, es una imposición
intolerable, un ataque al resto de la humanidad. Desde su imperialista
mentalidad, obligar a quedarse es incluir mientras que decidir autogobernarse
te convierte en un nacionalismo excluyente.
Es esa misma ultraderecha que defiende inhumanas políticas
de inmigración, la que llama racista a Castelao.
A un Castelao que, en septiembre de 1938, dentro de la gira
que él y su mujer, Virginia Pereira, realizaron por USA en busca de apoyos para
una República en guerra, viajó hasta la cuenca minera del Oeste de Virginia y
en la puerta de un bar de comidas se encontró un letrero en el que se podía
leer "White only": sólo blancos; y según él mismo explicó, desde ese
momento se consideró, para siempre, "irmán dos negros": hermano de
los negros. Tanto que en 1939 fue nombrado presidente honorario de la
Federación Internacional de Sociedades Negras de Nueva York, y en múltiples
láminas dejó reflejadas tanto la alegría de los negros de Cuba como el
desamparo de los negros de Nueva York.
Pero las palabras se desvirtúan y términos como
intolerancia, nacidos para denunciar la opresión del fuerte sobre el débil,
dejan de proteger a las minorías y se convierten en arma arrojadiza del
opresor. ¿Quién imaginó que el delito de odio se iba a emplear para perseguir
una movilización contra, por ejemplo, la monarquía que no tiene nada de minoría
oprimida? El lenguaje no es inocente y el fascismo pretende utilizarlo para
disfrazarse de víctima y que no veamos su faz de opresor. La mejor manera de
combatirlo es no caer en sus maniobras de despiste y defender el discurso
político, el debate ideológico entre opciones democráticas plurales.
Cuando en aquel debate televisivo, el representante de la
ultraderecha exigió que se condenase los ataques antidemocráticos que su
formación sufría, el candidato nacionalista, el parlamentario pontevedrés Luís
Bará, le contestó que el mayor ataque a la democracia era permitir que un partido
racista, fascista, machista y antigallego, sin representación alguna en un
Parlamento autonómico que quería eliminar, estuviese participando en un debate
emitido por la televisión pública. Porque, como siempre defendió Castelao, con
el fascismo no se dialoga, al fascismo se le combate. Y por eso, es probable,
que al rianxeiro le hiciese sentirse orgulloso el hecho de que, setenta años
después de su muerte, la nueva ultraderecha le reconozca como enemigo.