sábado, 16 de mayo de 2020

Siete falacias del País.


Siete mentiras sobre el covid-19 en portada de El País

El captor.

Día 13 de de mayo de 2020. Se hace público el estudio de seroprevalencia del Covid-19 en España. Un  5% de la población española ha superado el coronavirus, más de 2 millones de personas de un total de 47.

Día 14 de de mayo de 2020. El diario El País publica en portada la siguiente noticia: El estudio de seroprevalencia eleva la peligrosidad del virus: un muerto por cada 100 infectados.
Vamos a analizar con detalle el conjunto de mentiras e inexactitudes de la noticia.

Mentira nº 1: El estudio de seroprevalencia eleva la peligrosidad del virus

La peligrosidad -o letalidad, concepto al que en realidad se está haciendo alusión- no ha aumentado a raíz del estudio. Más bien todo lo contrario. La letalidad del virus con los datos registrados durante las últimas semanas era de entre el 7% y el 8%. Por ejemplo, en el artículo que publicamos el 30 de abril, la letalidad con los datos ofrecidos a esa fecha por el Ministerio de Sanidad, se encontraba en el 8%. Por lo tanto, si 8 de cada 100 infectados morían, los datos del estudio no han venido a elevar la peligrosidad del virus; han venido a reducirla, concretamente al 1,1%, a 1 de cada 100.

Mentira nº 2: Lo que inquieta del estudio de prevalencia en España: ¿Un muerto por cada 100 infectados?

Esta frase es la que lleva por título la noticia cuando entras a leerla. Como ha quedado claro anteriormente, si de una letalidad del 8% bajamos a otra del 1%, la conclusión aportada por el estudio no es inquietante en absoluto. Ni es inquietante, ni deberían, además, poner en duda el dato de letalidad arrojado por el estudio poniéndolo entre interrogantes. ¿Será por hacerlo aún todo más inquietante? No…

Mentira nº 3: La letalidad es elevada

Lo ponen en negrita al comienzo del artículo. Y dicen que es así porque es una cifra algo superior a las mejores estimaciones disponibles, que dicen que muere entre el 0,5% y el 1% de los contagiados de covid-19. Decir por ello que la letalidad es elevada cuando “las mejores estimaciones disponibles” -en realidad serían las peores-  ya apuntaban a la posibilidad de una letalidad  del 1%, constituye otra mentira y el tercer ejercicio de paroxismo sin apenas haber analizado los datos del estudio y, lo más grave, sin haberlos comparado con los datos reales -no con los datos de otras estimaciones-.

Mentira nº4: En algunas provincias la letalidad es especialmente alta

Esta afirmación, recalcada en negrita, ya no es que sea mentira, es que directamente es una bobada y otro intento burdo de retorcer la realidad. Si la letalidad que plantea el estudio, el 1,1% – 25.400 muertos a día 3 de mayo sobre una población infectada de unos 2,3 millones de personas-, es en algunas provincias de España del 1,5%, eso significa que en otras estará por debajo del 1%. Es decir, que de la misma forma que destacan que la letalidad en algunas provincias es especialmente alta, también podrían haber destacado que “en algunas provincias la letalidad es especialmente baja”.

Mentira nº 5: El Covid-19 es más letal que en otros países

Otra mentira y van cinco. Lo plantean como conclusión aportando ejemplos de estimaciones realizadas en Francia, Alemania, China, Suiza y para de contar. Ah no, que también incluyen la de Nueva York, pero no la de Estados Unidos; quizás en este caso el covid no sería más letal en España que en otros países. Y la noticia, da igual si es fake news, ha de circular.

Mentira nº 6: Una letalidad creciente por la edad

De acuerdo, esto no es estrictamente una mentira. Pero, ¿a qué suena mucho mejor que “una letalidad decreciente por la edad”? Todo lo que sea “creciente”, “inquietante”, “más letal” o “especialmente alta” mejor. Mucho mejor.

Mentira nº 7: Un tercio de asintómaticos

Tampoco es en sentido estricto una mentira. Pero, al igual que antes, ¿a qué da cague plantear que uno de cada tres de los que tiene covid ni se entera? ¿Y a que mola más destacar esto en lugar de que las estimaciones anteriores situaban los casos asintomáticos en el 40%, es decir, en una proporción de infectados sin síntomas más elevada de la que el estudio ha confirmado?

viernes, 15 de mayo de 2020

La democracia militante y sus orígenes en el Estado español .(1ª parte)


Daniel Escribano


Sinpermiso
En 1937, el constitucionalista liberal alemán Karl Löwenstein (1937a: 430), exiliado en los EE UU tras el ascenso del nacionalsocialismo al poder, escribía que “el principal obstáculo para defender [a la democracia parlamentaria] del fascismo es el propio fundamentalismo democrático”. Imbuido del componente idealista de la ideología liberal, lo que habría provocado el final de las democracias parlamentarias del período de entreguerras no era el raquitismo de su dimensión social, sino lo único que tenían de democráticas: el respeto, que Löwenstein consideraba excesivo, por los derechos a la libertad de información y opinión, asociación y participación política. No es éste el lugar para la crítica de este pedestre análisis de las causas del hundimiento de la República de Weimar, acontecimiento que está en la base de las elucubraciones de Löwenstein, en las que no tienen cabida factores como los índices de paro e inflación, el apoyo financiero de destacados oligarcas al Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán (NSDAP), la complicidad del sedicente Partido de Centro con éste o, en general, las bases económicas y el conflicto social y político de base clasista. Aquí sólo nos interesa constatar el éxito de las propuestas de Löwenstein a raíz de este acontecimiento, a pesar de la falsedad de las premisas en que se sostenían. A su juicio, “la salvación de los valores absolutos de la democracia no puede esperarse […] más que de la transformación de las obsoletas y rígidas formas en nuevos instrumentos de democracia «disciplinada» o incluso —no nos avergoncemos de la palabra— «autoritaria»” (Löwenstein, 1937b: 657). Como ejemplos de lo que esta “democracia militante puede lograr contra el extremismo subversivo cuando la voluntad de supervivencia se une a medidas adecuadas para combatir las técnicas fascistas”, Löwenstein ponía las medidas adoptadas, entre otros, en los siguientes países:
  • Finlandia, donde, en 1925, el Tribunal Supremo ilegalizó al Partido Comunista —medida reiterada por el poder legislativo (Riksdag) en 1930 (Ley de 28 de noviembre)— y, tras una fallida rebelión fascista, en diciembre de 1931 el Gobierno se dotó de poderes especiales y aprobó medidas que prohibían la formación de milicias armadas en el seno de los partidos y la ostentación de uniformes militares.
  • Estonia, donde, entre 1933 y 1934, el presidente Konstantin Päts se erigió en “líder autoritario” e instauró un régimen de partido único hasta 1936, cuando se celebraron elecciones constituyentes, de las que fueron excluidas las candidaturas comunistas y las fascistas.
  • Austria, donde en 1933 fueron prohibidos el Partido Comunista y los nacionalsocialistas y las organizaciones vinculadas a ellos.
  • Checoslovaquia, donde ya en 1923 se había aprobado una ley de “protección de la República” y en octubre de 1933 otra que facultaba al Gobierno para suspender y disolver cualquier partido, grupo o asociación que, a su juicio, fuera susceptible de “poner en peligro la unidad constitucional, la integridad, la forma de Estado republicano-democrática o la seguridad de la República checoslovaca”, si bien la decisión final correspondería al Tribunal Supremo Administrativo. Además de la prohibición de la “reconstitución con otros nombres o formas” de partidos disueltos, sus miembros serían inelegibles para el ejercicio de funciones públicas. Ante el crecimiento del partido de los alemanes sudetes, en mayo de 1936 se aprobó una ley “para la defensa del Estado” que autorizaba la suspensión de garantías y derechos constitucionales.

A juicio de Löwenstein (1937b: 644), “esta legislación antifascista ha rendido un servicio incalculable a la paz en Europa”. Los acontecimientos posteriores nos muestran suficientemente el éxito de asumir las políticas autoritarias propias del fascismo como instrumento para evitar el triunfo del fascismo. Con todo, lo sorpresivo es que, tras la Segunda Guerra Mundial, en algunos Estados se aplicaran medidas calcadas y el término löwensteiniano democracia militante hiciera fortuna. Así, la propia Ley Fundamental de la nueva República Federal de Alemania (RFA), de 1949, declaraba prohibidas “las asociaciones cuyos objetivos o actividades sean contrarios a las leyes penales, al orden constitucional o a la idea de entendimiento entre los pueblos” (art. 9.2), y calificaba de “anticonstitucionales” a los “partidos de los que, por sus objetivos o por el comportamiento de sus miembros, se siga el perjuicio del orden fundamental democrático-liberal o el peligro para la existencia de la RFA” (art. 21.2). En aplicación de estos preceptos, el 19 de septiembre de 1950 el canciller democratacristiano Konrad Adenauer (CDU) aprobó un decreto que declaraba incompatible con el ejercicio de funciones públicas la participación en organizaciones “contra el orden del Estado democrático-liberal”, de las que mencionaba nominalmente a una docena y sólo dos eran de extrema derecha. Löwenstein (1937b: 655) ya había identificado como una de las “disposiciones más drásticas” de las “democracias militantes” el traslado o la destitución de “funcionarios públicos de todo tipo” en caso de condena por “participación en actividades antidemocráticas”, medida aprobada en Checoslovaquia en 1933. Sin embargo, este tipo de disposiciones no es privativa de las democracias, como muestra el que, el 7 de abril del mismo año, el Gobierno del Reich alemán (ya con Adolf Hitler como canciller) aprobara la Ley para la restauración del funcionariado, que, entre otras medidas, autorizaba la destitución de los funcionarios “cuya actividad política hasta ahora no ofrezca la garantía de compromiso, en todo momento y sin reservas, con el Estado nacional” (art. 4).
El 25 de abril de 1951 el Gobierno federal prohibió la consulta sobre el rearme de la RFA, que calificó de contraria al “orden democrático-liberal fundamental”, promovida por la organización comunista Juventud Alemana Libre (FDJ), la Asociación de Perseguidos por el Régimen Nazi (VNN) y otras dos asociaciones obreras. El 26 de junio prohibió a la FDJ y el 23 de noviembre presentó ante el Tribunal Constitucional Federal (BverfG) la petición de declaración de inconstitucionalidad del Partido Comunista de Alemania (KPD), que dio lugar a un juicio que se prolongó casi cinco años y concluyó con la prohibición del partido (sentencia de 17 de agosto de 1956). En torno a otras doscientas organizaciones de izquierda fueron prohibidas y unas siete mil personas fueron encarceladas por la consulta antimilitarista (según los datos de Ditfurth, 2007: 95). Es cierto que el BverfG también prohibió al Partido Socialista del Reich (SRP), considerado sucesor de la NSDAP. Sin embargo, el proceso de “desnazificación” de la Administración fue muy superficial y de escasa duración y, sobre todo, no afectó a las elites económicas que habían apoyado a la NSDAP. En efecto, cuando, en 1955, se creó el Ejército federal (Bundeswehr), 31 de sus 38 generales habían pertenecido al Estado Mayor de la Wehrmacht (las fuerzas armadas de la época nacionalsocialista), uno de cuyos tenientes, Franz Josef Strauß, que también había sido oficial para la dirección de asuntos internos de la NSDAP, en 1956 fue nombrado ministro federal de Energía Nuclear (por la Unión Social Cristiana, CSU). Asimismo, Heinrich Lübke, elegido presidente de la República en 1959 (CDU), como director de la empresa Schlempp se había ocupado de la planificación de las obras de campos de concentración en diversos lugares del Reich. Veinte años después del final de la guerra, más de mil ochocientos criminales de guerra nazis ejercían funciones dirigentes en la nueva república, entre ellos quince ministros y secretarios de Estado, 245 funcionarios del Ministerio de Asuntos Exteriores, embajadas, consulados y 297 altos funcionarios de la Policía y de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución (BfV) (Ditfurth, 2007: 96-97, 195-96).
El 28 de enero de 1972, el Gobierno de coalición entre socialdemócratas (SPD) y liberales (FDP) encabezado por el canciller Willy Brandt (SPD) aprobó el “Decreto sobre el empleo de radicales en la función pública”, que reiteraba el de Adenauer de 22 años antes: las candidaturas a empleo público de personas que llevasen a cabo “actividades hostiles a la Constitución” serían rechazadas, así como también lo serían, “por lo general”, las de quienes formaran parte de organizaciones que persiguieran “objetivos hostiles a la Constitución”. Los funcionarios que realizaran actividades “hostiles a la Constitución” o pertenecieran a organizaciones que persiguieran fines de análoga naturaleza serían separados del servicio. La comprobación de la adhesión ideológica al régimen de aspirantes y funcionarios correspondió a la BfV. Algunas fuentes cifran en 1.250 las solicitudes denegadas en aplicación de este decreto, en 2.100 los expedientes incoados a funcionarios y en 256 las destituciones. Entre los “enemigos del Estado” afectados por el Decreto hubo desde miembros de organizaciones políticas como el Partido Comunista Alemán (DKP, que había cambiado de sigla tras la prohibición de 1956) hasta activistas contrarios a la colaboración de la RFA con los EE UU en la guerra del Vietnam o miembros de la ONG Amnistía Internacional. Los cuestionarios utilizados para demostrar desafección al sistema que proclama el derecho a la participación política, la libertad de pensamiento, de expresión y de investigación contenían preguntas como ¿ha participado como estudiante en alguna asamblea política en la universidad? ¿ha aplicado alguna vez el concepto de imperialismo a la RFA? A escala federal, el Decreto fue derogado en 1979, pero en algunos Estados siguió en vigor hasta 1991 y dio origen a una condena del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) contra la RFA (sentencia Vogt contra Alemania, de 26 de septiembre de 1996).

La democracia militante en la piel de toro: precedentes

Además de las restricciones al derecho de asociación y participación políticas, el liberal Löwenstein (1937b: 653) describía como un rasgo característico de las “democracias militantes” restricciones también a la libertad de opinión y de información. En efecto, “en algunos casos, se reforman los Códigos Penales para combatir el mal uso de la prensa y de la libertad de expresión para fomentar la propaganda subversiva”. Así, se tipificó como delito el “hablar mal de las instituciones políticas existentes y ofender la dignidad de las autoridades en ejercicio y de los órganos públicos” en Checoslovaquia (1923), Finlandia (1930 y 1934) o en los Países Bajos (1934). En el caso de Checoslovaquia, se tipificaron específicamente las “declaraciones difamatorias contra el presidente de la República” y el “desprecio a los símbolos democrático-republicanos”. En algunos Estados, como Checoslovaquia (1923), Finlandia (1934) y la Confederación helvética (1936) incluso se aprobaron medidas que prohibían “la circulación de rumores falsos”. Aun en caso de demostración de la información, “su carácter malicioso” sometía a su difusor a responsabilidad penal.
Entre la retahíla de medidas legislativas aprobadas en esta línea, Löwenstein incluía la ley española de 21 de octubre de 1931. Sin embargo, la introducción en la legislación española de medidas como las que explica Löwenstein es muy anterior (Turmeda, 2020). En realidad, la primera norma española que reconocía a las personas la “libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas” (Decreto de 10 de noviembre de 1810, art. 1) mantenía la prohibición de los “libelos infamatorios, los escritos calumniosos, los subversivos de las leyes fundamentales de la monarquía, los licenciosos y contrarios á la decencia pública y buenas costumbres” (art. 4). Otro decreto de la primera época liberal (10 de junio de 1813) calificaba de delictivos a los impresos que “conspiren directamente á concitar el pueblo á la sedicion” (art. 7), y el Reglamento de 22 de octubre de 1820 añadió los “incitadores á la desobediencia” (art. 3), aun cuando ésta se realizara mediante sátiras (art. 21). En lo tocante a la publicación o difusión de “falsas noticias ó vaticinios, sabiendo su falsedad, y con el objeto de escitar un motin o asonada, ó de espantar, alarmar ó seducir al pueblo” y de “máximas ó doctrinas dirigidas á escitar alguno de estos delitos”, fue tipificada como delito en junio de 1822, con la aprobación del primer Código Penal (art. 311). Además, el Real Decreto de 6 de julio de 1845 también calificó de delictivos los escritos que “elogien ó defiendan hechos punibles segun las leyes”.
En cuanto a la tipificación de las “declaraciones” contra el jefe del Estado, que Löwenstein también consideraba propia de las “democracias militantes”, en el Estado español se da desde 1822, cuando se aprobó la Ley adicional sobre libertad de imprenta de 18 de febrero, que perseguía los escritos en que “se injuria la sagrada é inviolable persona del Rey, ó se propalan máximas ó doctrinas que le supongan sujeto á responsabilidad”. El Real Decreto de 6 de julio de 1845 calificó de “subversivos” los escritos que “contengan manifestaciones de adhesión á otra forma diferente de Gobierno, ya sea atribuyendo derechos á la corona de España, á cualquier persona que no sea la Reina Doña Isabel II, y despues de ella á las personas y líneas llamadas por la Constitucion del Estado, ya sea manifestando de cualquier manera el deseo, la esperanza ó la amenaza de destruir la monarquía constitucional y la legítima autoridad de la Reina” (art. 1.2). El Código Penal de 1870 calificó de delitos “contra la forma de gobierno” el simple hecho de hecho de proferir consignas (art. 182.1), leer discursos, repartir impresos o exhibir banderas (art. 182.2) “en manifestaciones políticas, en toda clase de reuniones públicas ó en sitios de numerosa concurrencia” que “provocaren aclamaciones directamente encaminadas”, entre otros objetivos, a conseguir “por la fuerza ó fuera de las vías legales” la sustitución del “Gobierno monárquico constitucional por un Gobierno monárquico-absoluto ó republicano”, la desposesión de sus facultades a los cuerpos colegisladores, al rey o al regente o la alteración del “órden legítimo de sucesion á la Corona, ó privar á la dinastía de los derechos que la Constitucion le otorga”.
La Ley de 17 de octubre de 1837 añadió a las Cortes como sujeto protegido de los “periódicos ó los impresos” que las “ataquen directamente o desacrediten”, que serían calificados de “subversivos” (art. 11). Y la Real Orden de 6 de febrero de 1876 agregó al poder judicial, al tipificar como delito de “desobediencia” y “apología” del delito cualquier tipo de impreso en que se “impugne” o “desautorice” las decisiones de los tribunales de justicia (art. 2). La Ley de 23 de marzo de 1906 añadió a las fuerzas armadas, dándoles protección penal singularizada contra “injurias” u “ofensas”, incluyendo las vertidas mediante “alegorías” y “caricaturas” (art. 3). En lo atinente a los símbolos del Estado, esta misma ley introdujo el delito de “ultraje” a “la Nación, á su bandera, himno nacional ú otro emblema de su representación” (art. 2), mientras que la Ley de 1 de enero de 1900 ya había tipificado como delito los “ataques á la integridad de la Nación española ó á la independencia de todo ó parte del territorio, bajo una sola ley fundamental y una sola representación de su personalidad como tal Nación” (art. 4).
Comentando toda esta legislación, el historiador Miguel Artola (1991, I: 146) concluye que el régimen de la Restauración borbónica no consideraba “debatible” la cuestión de la unidad del Estado. Lo expresó con perspicua claridad el ministro “moderado” de la Gobernación Luis González Bravo y López de Arjona, en el preámbulo de la Real Orden Circular de 30 de julio de 1866: “La existencia pública de la democracia es de todo punto incompatible con las instituciones fundamentales de la nacion”. En realidad, como vemos, la incuestionabilidad se extendía a las principales instituciones del Estado: monarquía, judicatura y religión católica (de la que hablaremos en próximos artículos). De modo que, mucho antes de la implantación de los principios de sufragio universal y soberanía nacional en el Estado español, éste ya presentaba la mayoría, cuando no la totalidad, de los elementos restrictivos de derechos fundamentales que Löwenstein considera definitorios de las “democracias militantes”.

Textos citados:

Artola, Miguel: Partidos y programas políticos, 1808-1936. Madrid: Alianza, 1991, I.
Löwenstein, Karl (a): «Militant democracy and fundamental rights, I», The American Political Science Review, vol. 31, núm. 3, juny de 1937.
Löwenstein, Karl (b): «Militant democracy and fundamental rights, II», The American Political Science Review, vol. 31, núm. 4, agost de 1937.
Turmeda, Aurora: “El miedo a la palabra. Los delitos de opinión y de imprenta en el Estado liberal español (1810-1906)”, Sin Permiso (edición en papel), 17, 2020.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Mercenarios imperiales .



Foto en Rebelión(1)

Mercenarios .

Guillermo Cieza

En la madrugada del 3 de mayo se produjo un interno de agresión externa al pueblo y gobierno de Venezuela organizada por Colombia y EEUU y ejecutada por mercenarios reclutados por la contratista militar estadounidense Silvercorp. Esta agresión tuvo dos puntos de incursión que fueron detectados: Macuto en el Estado de Vargas y Chuao en el Estado de Aragua.
Los objetivos terroristas eran la toma del aeropuerto de Marquetía y atentar contra la vida del Presidente Nicolas Maduro. El contingente era de un número reducido, no más de 60 integrantes, pero contaban con armamento sofisticado y esperaban contar con apoyo local. El gobierno bolivariano ha resaltado que la incursión fracasó porque contaban con informes de inteligencia y no fueron sorprendidos.
Sin embargo, resulta muy ilustrativo lo ocurrido en Chuao, donde las fuerzas policiales dispuestas eran muy escasas, apenas 6 efectivos, y pudieron detener a los invasores por la fuerte presencia de las milicias populares. La imagen de los mercenarios desarmados, tirados en el suelo y atados con hilos de pescar, tiene un alto valor simbólico.
La utilización de fuerzas mercenarias en agresiones ejecutadas por EEUU y la presencia de estos contratistas militares, que son la expresión de la guerra privatizada, no son ninguna novedad. Sus antecedentes fueron los llamados "contras" que fueron reclutados para enfrentar al gobierno revolucionario de Nicaragua a finales de los 80, con dinero proveniente del tráfico de cocaína, y del trafico de armas a Irán, en una operación que involucra a las mafias colombianas, la DEA y las altas autoridades del Consejo de Seguridad Nacional de EEUU como el recientemente despedido John Bolton y el todavía vigente Subsecretario de Estado para asuntos Interamericanos Elliot Abrahms.
Pero lo que por aquellos años llamaba la atención, hoy es parte del paisaje del poder militar estadounidense, que se han convertido en una maquinaria de guerra que combina estructuras rígidas, correspondientes al aparato militar tradicional, con estructuras flexibles que agrupan a los contratistas militares, grupos de acción psicológica y mediática y núcleos operativos oficiales.
Es decir, los gastos militares que representan el 9% de PIB estadounidense y el 60% de los gastos militares en el mundo, ya no se aplican a conflictos puntuales y van a una sola canasta, sino que se distribuyen en función de una guerra global caracterizada como descentralizada y donde crece la utilización de fuerzas militares "no estatales".
Esto incluye a los mercenarios armados reclutados por los contratistas militares y a los mercenarios no armados que desarrollan su labor en el sistema mediático a través de su presencia en medios formales, como son la cadenas monopólicas de multimedios alineados con el imperio, como el ejercito de operadores en las redes sociales. Son ellos los encargados de demonizar a pueblos y países seleccionados como víctimas de futuras agresiones militares, debilitar la confianza en líderes, en luchas y en causas políticas, e ir creando agendas globales y locales favorables para el imperio.
Las transformaciones del poder militar de EEUU no son inocuas para el propio sistema, porque si bien es cierto que los contratistas requieren autorización del gobierno para actuar, al separar el ejercicio de la guerra de su propia población, se van perdiendo controles sociales de sus actos. Los mecanismos de vinculación con el Estado, que combinan el secretismo y la irrupción de intereses privados, promueven que la acciones de guerra caigan en manos de mercenarios y vulgares delincuentes. La privatización de la guerra ahorra al Poder militar estadounidense denuncias públicas como las que protagonizaron muchos veteranos de Vietnam, pero promueve que sus acciones quedan envueltas en marañas mafiosas que finalmente conspiran contra su propio éxito.
Es bastante ilustrativo que, con el aval de Trump, los contratistas militares de Silvercorp hayan realizados acuerdos con personajes como Juan José Rendon y Juan Guaidó. Las disputas hoy públicas entre estos personajes y el titular de Silvercorp, Jordan Goudrow, por el no cumplimiento de los contratos, son lo que parecen: peleas de mafiosos.
En el terreno de los medios, también asistimos a este proceso de degradación y lumpenización. Basta comparar en Argentina lo que ofrecían en la década del '60 periodistas de formación de derecha como lo era Mariano Grondona; con lo que proponen en la actualidad operadores mediáticos como Luis Majul.
Mas allá de esas advertencias, me parece necesario no subestimar el nuevo escenario que crean las acciones del poder imperial en la percepción de la realidad. Resultan muy ilustrativos los dichos de Karl Rove, un asesor de Bush que comentaba en el año 2002 : "La gente cree que las soluciones provienen de su capacidad de estudiar sensatamente la realidad discernible. En realidad, el mundo ya no funciona así. Ahora somos un imperio y, cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras tú estás estudiando esa realidad, actuaremos de nuevo, creando otras realidades que también puedes estudiar. Somos los actores de la historia, y a vosotros, todos vosotros, sólo os queda estudiar lo que hacemos". Es decir, el imperio somos nosotros, nosotros definimos quiénes son los buenos y los malos, nosotros definimos cuál es la realidad y qué se va a discutir.
Cuando en Argentina el Presidente Alberto Fernández incluyó en su análisis sobre la no implementación de la Ley de Medios algunas críticas a su formulación, gesto que fue reforzado por alguna reunión con los altos directivos del grupo Clarín, dejó la impresión de que era muy ingenuo, o que era portador de una astucia cuyos objetivos se nos escapaban. Si pretendió ganar tiempo es evidente que los plazos se agotaron. Escuchar a los epidemiólogos para manejar la cuarentena y la pretensión de hacer pagar algún impuesto a las grandes fortunas, ya fue suficiente para que los grandes medios fogoneen un ataquen con artillería pesada.
Las "brillantes jugadas tácticas", no invalidan preguntas que son incómodas. ¿Se puede gobernar con las intención de defender algún interés popular, con esta concentración de medios de prensa? ¿Se pueden desplegar propuestas de soberanía, sin enfrentar al Imperio? ¿Se puede enfrentar al Imperio con dirigentes como los de la CGT que, por iniciativa propia, proponen pactar una rebaja de sueldos de los trabajadores?
En Venezuela, no alcanzó la inteligencia militar y la astucia de los gobernantes para detener a los mercenarios. Fue necesaria la voluntad popular de resistencia, que encarnaron los humildes pescadores y trabajadores del cacao de Chuao, los milicianos y milicianas populares, para garantizar el objetivo.
Cuando el imperio ataca con sus ejércitos de mercenarios, la experiencia bolivariana nos da pistas para salir adelante.


  

martes, 12 de mayo de 2020

No es Venezuela es Madrid .


No es Venezuela, es España: extensas filas para solicitar comida en Aluche, Madrid


VER VIDEO  .

https://youtu.be/QbUt_hi1qSo

Tampoco es Venezuela es Suiza

https://kaosenlared.net/miles-de-hambrientos-forman-una-cola-kilometrica-en-ginebra-para-conseguir-alimentos/



La utopía en la era del Antropoceno.





La utopía en la era del Antropoceno.

 Santiago Álvarez Cantalapiedra



Un mapa del mundo que no contenga el país Utopía no merece siquiera un vistazo (Oscar Wilde)



Aunque el término utopía surge en el Renacimiento, las primeras expediciones por las tierras utópicas fueron tan antiguas como las capacidades simbólicas y de fabulación del ser humano. Tal vez se deba a ello que Francisco Fernández Buey, quien tanto aprecio mostró por la razón utópica,1 asociara siempre las ilusiones que brotan naturalmente de la vida de los seres humanos a la idea de la utopía.2 Es sabido que utopía es un nombre inventado por Thomas More que los filólogos atribuyen a la combinación del prefijo griego ou, (no) con la palabra topos (lugar). Tres siglos y medio más tarde, el economista y filósofo John Stuart Mill utilizó por vez primera el término distopía en una intervención parlamentaria para referirse a la perspectiva poco halagüeña que se desprendía de la vigencia de algunos factores del presente. Cinco décadas después, Patrick Geddes y Lewis Mumford introducen –nos los recuerda José Manuel Naredo en su artículo– el término eutopia para expresar el buen lugar en el que estar y al que deberíamos ir.

https://rebelion.org/wp-content/uploads/2020/05/papeles2.pdf

lunes, 11 de mayo de 2020

Los últimos españoles de Mauthausen .


‘Los últimos españoles de Mauthausen’: la contribución de Franco y la traición de su país

  • El periodista Carlos Hernández recoge en un documental 18 testimonios de supervivientes españoles de los campos de concentración nazis
  • La traición “más dolorosa” por “inesperada” fue el silencio que se impuso sobre sus historias en la Transición. Los supervivientes “eran también víctimas de Franco”


“Poco antes de morir el gaditano Eduardo Escot me dijo que no quería homenajes, que ya de poco servían los monumentos y las estatuas. Lo único que deseaba es que en España se conociera la verdad”. Estas palabras del periodista Carlos Hernández aparecen en su recién estrenado documental 'Los últimos españoles de Mauthausen y del resto de campos nazis'. El trabajo, con 18 entrevistas a supervivientes españoles del genocidio, refleja también "la colaboración activa" de Franco. La suya es una serie de traiciones y la última fue el olvido al que se les condenó con la llegada de la democracia.
El documental pone voz y rostros a la historia de los 9.300 españoles y españolas que fueron deportados a los campos de concentración -5.500 fueron exterminados allí-. Para Hernández “cierra el círculo” del intenso trabajo de investigación que lleva años realizando y que publicó en 2015 de manera más ampliada en un libro que lleva el mismo nombre: Los últimos españoles de MauthausenEste martes se cumplen 75 años de la liberación de Mauthausen, pero han tenido que pasar más de cuatro décadas tras la muerte del dictador para que un Gobierno en España se haya decidido a conmemorar esta jornada como “el Día de homenaje a los españoles deportados y fallecidos en campos de concentración”.
Carlos Hernández decidió grabar en vídeo a los supervivientes españoles para registrar sus testimonios en el mayor número de formatos posibles. Las historias han ido apareciendo en forma de pequeños reportajes en la web deportados.es. Componen el documental esos testimonios grabados en su inmensa mayoría en el sur de Francia, donde han vivido la mayoría de supervivientes españoles, y una investigación que ha ido actualizándose hasta el presente. “Me fijé en que los judíos ya habían registrado los testimonios del holocausto en distintas páginas web. Si no se recogían estos testimonios se iban a perder”, explica. La urgencia de su trabajo es constatable ya que, a día de hoy, solo uno de los entrevistados, Juan Romero, sigue vivo.

La “complicidad activa” de Franco con la deportación de españoles

Los primeros españoles que llegaron a Mauthausen lo hicieron en 1940. Meses después se les sumarían los que habían luchado con uniforme francés contra los nazis y fueron capturados por ellos. Los últimos en sumarse serían los detenidos a partir de 1943 por participar en la resistencia francesa. Una lucha activa contra el fascismo en España primero y luego en Europa que sería solo castigada y nunca recompensada.
Nada de esto es casual, viene a demostrar el trabajo de Hernández. “Franco no fue un cómplice pasivo, sino que tuvo una complicidad activa que aquí se demuestra”, explica el director. Los indicios de su culpabilidad compartida con Hitler son múltiples, según se resume en el documental y se amplía en el libro del periodista. “El franquismo y el nazismo son dos regímenes hermanos que nacen de la mano” como bien demuestra la estrecha colaboración entre la Gestapo y los sublevados desde muy pronto, el año 38, antes del final de la Guerra Civil.
Entre las pruebas, un telegrama de Serrano Suñer al consulado español donde indica que, una vez el Tercer Reich haya entregado a Franco a los altos cargos de la República que les interesaban, “nos desinteresaríamos de los restantes”. Hernández incide en que esto supone “una carta blanca” para que los alemanes tuvieran libertad para reprimir a todos los exiliados, unos 250.000, no solo a los recluidos en campos de concentración. También consta en la investigación de Hernández la pregunta de la Embajada alemana en Madrid sobre los 927 españoles y españolas del convoy de Angulema, todos civiles que no habían participado en la guerra. “No hay un documento, lo que hace pensar que la respuesta se produjo de forma verbal, porque en agosto del 40 fueron llevados todos a Mauthausen”.
Otra muestra de la influencia de Franco en el destino de los exiliados españoles se da en ese mismo año. Al finalizar una visita de Serrano Suñer a Hitler, ese mismo día, el Tercer Reich decide trasladar a los españoles ubicados en prisiones de guerra, donde gozaban de unas condiciones más o menos dignas, a los campos de concentración. En Mauthausen son marcados con el símbolo del triángulo azul invertido, un símbolo que les identificaba como apátridas, y que se repetiría en el color rojo para los españoles capturados en la resistencia francesa. Se sobreentiende que las autoridades franquistas no les reconocían como compatriotas, incide el periodista. La capacidad del franquismo para decidir su futuro se demuestra también con “la capacidad que tuvo Franco de liberar” a algunos prisioneros, dos según ha podido averiguar Hernández. “Tenía hasta la capacidad de decidir quien vivía y quien moría”, sentencia.

El horror y la heroicidad de la solidaridad

El hambre hasta el desfallecimiento, la sed, las torturas, la deshumanización de los presos en los campos de concentración nazis es parte de la historia conocida. Para Hernández, la vivencia más terrorífica es la de los presos que estuvieron en el mismo de campo con sus familiares, como el cántabro Ramiro Santisteban. “Un día se llevan a su padre. Él no sabe si lo están matando, pero cuenta cómo escucha el sonido del cuerpo de su padre de los golpes que le están pegando. Dentro del horror que era todo, lo peor es que te encerrasen con tus seres queridos”, explica.
Quedan también reflejados en el documental los gestos heroicos y de solidaridad. Algunos son cruciales como las 20.000 fotografías de Mauthausen que el catalán Francisco Boix consiguió resguardar y que sirvieron para incriminar a los jerarcas nazis en los juicios de Núremberg. En el documental aparecen más momentos de resistencia: los prisioneros que ejercían de ayudantes falseaban identidades de compañeros para evitar su ejecución. Sin embargo, Hernández se queda con los gestos más pequeños. “La gran mayoría de ellos, cuando podían, robaban una mísera patata para compartirla con los compañeros. Se exponían al mismo castigo que quien sacaba unas fotografías del campo: la muerte”, indican.




Mauthausen
Imagen del campo de concentración de Mauthausen en el momento de su liberación. / USHMM (United States Holocaust Memorial Museum)

El olvido como última traición

Los deportados españoles sufrieron la desatención de las democracias europeas en su lucha contra los sublevados. Cuando huyen de España a Francia, todavía en democracia, son tratados "como perros”, subraya Hernández. Pero quizás la traición “más dolorosa” por “inesperada” fue el silencio que se impuso sobre sus historias en la Transición. Para Hernández la explicación es que los supervivientes “eran también víctimas de Franco”, figura que al contrario que Hitler, por desgracia, en España goza de impunidad e incluso de cierta aceptación.
El relato de la historia que perdura tras la dictadura es “una mentira” creada por el franquismo y no desmentida en las escuelas, explica Hernández. "A las víctimas se les ha tratado como criminales", lamenta. Por eso ve con satisfacción como algunos profesores de institutos ya le han dicho que usarán su documental como material didáctico. Respecto a los homenajes, hoy Día de los deportados españoles, considera “increíble” que lleguen 75 años tarde, como el primer monumento estatal dedicado a ellos inaugurado este mismo año. “Bienvenido sea, pero aún queda muchísimo por hacer. Todavía se llega a discutir si Franco era un criminal o no”. Y de aquellos barros, como se suele decir, nos quedan estos lodos.

viernes, 8 de mayo de 2020

Los verdugos también mueren .



Un “santo” patrón de “Billy el Niño” y demás

El pasado martes disfrutaba por enésima vez desde FILMIN de la revisión de Los verdugos también mueren (Hangmen Also Die!, Fritz Lang, 1943) narra la historia ficcionada del asesinato de Reinhard Heydrich...


Kaosenlared

El pasado martes disfruataba por enésima vez desde FILMIN de la revisión de Los verdugos también mueren (Hangmen Also Die!, Fritz Lang, 1943) narra la historia ficcionada del asesinato de Reinhard Heydrich, una de las principales mentes diabólicas del Holocausto. Artífice de la Solución Final, ocupante de varios cargos de importancia durante el nazismo, Protector Adjunto de Bohemia y Moravia –República Checa–, presidente de la Interpol, ideólogo de la Operación Himmler, responsable de poner en marcha el decreto Noche y Niebla, entre otras muchas actividades que delatan un carácter criminal y sádico que le valió los motes de El Verdugo, El Carnicero de Praga o La Bestia Rubia. En definitiva de alguien que podía haber ocupado el lugar del “santo” patrón de Billy el Niño y de todos los torturadores que en el mundo han sido y siguen siendo. Alguien que podía estar en Gaza o que habría podido ser perfectamente “profesor” de las escuelas creadas por el zarismo Victor Serge habla de algunos en Todo lo que un revolucionario debe saber”, que había estado sl servicio de la KGB con Stalin o que habría trabajado como ayudante de Martín Villa o Santiago Abascal.
La película es una obra maestra, fue seguramente la mejor de todas las que realizó Fritz Lang contra el nazismo, quizás la mejor de glorioso cine antifascista de Hollywood, la única industria que pudo albergar a personajes como al dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht enSanta Mónica, en California, donde intentaría una fallida inserción en el mundo hollywoodense. Antes dejarse atrapar, perseguido por el Comité de Actividades Antiamericanas, en 1947, Brecht dejaba un tortuoso intercambio con su coterráneo Fritz Lang, quien llevaba más de una década y seis películas en los Estados Unidos, cierto que recaba en la Alemania mal llamada “comunista” donde en  la revuelta de 1953, estuvo al lado de la calle. La historia de cómo surge y se construye el guion del filme que está poblada de mitos y leyendas, debido a los constantes y crecientes desacuerdos de Brecht con el Hollywood al que representaban Lang y el guionista John Wexley. El filme generó innumerables polémicas que culminaron con su prohibición definitiva hasta los años 70, debido a su carácter subversivo y diálogos supuestamente comunistas. Obviamente en estos lares se vio mucho más tarde, en algún programa televisivo de medianoche.
Como conocedor muy parcial del acontecimiento, Lang decidió construir una historia sobre este evento y crea junto a Arnold Pressburguer una efímera productora para la realización del filme, fastidiado por los conflictos que generaba todo proyecto que saliera de la estandarización industrial. La historia de Brecht, Lang y Wexley ubica a la figura del asesino Heydrich en un médico checoslovaco –luego se sabría que habían sido los británicos los ideólogos–, ya que en su esencia el filme es un homenaje a la famosa resistencia checa ante el nazismo. Tras el intento de suprimir su cultura y de convertirlos en esclavos por ser una raza inferior, el pueblo checo se mantuvo unido, creando una verdadera caos subterráneo de sabotajes, silencios y complicidades, que exacerbó las criminales intenciones de su Protector, una realidad que respondía más al imaginario del autor que a los hechos. El caso es que el alegato comportó dos nominaciones a los premios de la Academia.
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La trama argumental nos lleva hasta  del Dr. Franticek Svoboda (un sólido y acertado Brian Donlevy en un ode sus mejores papeles), quien a través de una elipsis asesina a Heydrich y se refugia en la casa del profesor de Historia, Stephen Novotny (siempre grande Walter Brennan), cuya hija, Mascha, lo había protegido en las calles. A partir de este momento, se desarrolla el aspecto verídico de los ajusticiamientos, a la par que los personajes desarrollan conflictos morales en un ambiente de terror y muerte. Historia fabulada en su mayor parte, la creación contiene profundas huellas de la épica brechtiana en la concepción dramática del texto, que determina las características de los personajes o ciertos diálogos permeados de un aliento reivindicativo, como el poema que el preso consulta al famoso poeta Novak o el monólogo del profesor Novotny ante su hija, despedida frente a su primera amenaza objetiva de muerte. El guion, cuya estructuración se encamina constantemente a la fabulación más que a la reconstrucción de una historia que, en realidad, aún nadie conocía bien, se concentra en la representación del pueblo como una unidad inquebrantable, el necesario destino fatal del traidor aproximándose en los detalles del horror de la dominación nazi en Checoslovaquia, y por extensión de todos los países ocupados por el III Reich. Lang desarrolla esta historia literariamente espectacular, dentro de las normas de un clasicismo fílmico, cuyo narrador cinemático se desdobla silenciosamente detrás de una narración lineal, ofreciendo un enriquecedor abanico de personalidades y proyecciones humanas. Ambientes cerrados, sofocados y terribles, la fatalidad como destino, la construcción de significados a través de la utilización de una luz punzante, frontal o que arroja en múltiples ocasiones las largas sombras del terror nazi. La caracterización un tanto caricaturesca de los personajes negativos, frente a la digna representación de los protagónicos y el final, una definitiva resistencia ante los establecidos hollywoodenses del happy ending, ha hecho de este filme un clásico del cine, sobre cuyo voluntarioso retrato histórico, a pesar de lo distanciado que está de la realidad objetiva, no se ha podido equiparar. Michael Töteberg presume en su libro El cine de Fritz Lang, que gran parte de los problemas surgidos en la construcción de la historia provenían de las diferencias radicales que sobre la concepción de sus respectivas artes tenían Bretch y Lang. El primero, creador del teatro dialéctico, profundamente vinculado al entorno social y las problemáticas de carácter político; el segundo, totalmente despreocupado por el relato y ciertamente, más interesado en el lenguaje cinematográfico y en lo que concierne y atrapa al espectador. La dicotomía era inevitable, sírvase la discordia una vez más, para generar una obra maestra del cine.
En resumen una película para la eternidad que, inevitablemente, me hizo recordar el caso de “Billy el Niño” y de sus “demócratas” protectores. Su visión nos recuerda que el oficio más infame de la historia sigue teniendo sus protectores aunque ya sabías que “los verdugos también mueren”.


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