jueves, 10 de octubre de 2019

El paquetazo .



 Foto  ET/Ecuador Today



Miles de ecuatorianos protestan contra el ‘paquetazo’ neoliberal de Lenín Moreno


La población pide la apertura de un proceso político democrático que cuestione el ‘neoliberalismo por sorpresa’ del presidente, que hace lo contrario de lo que prometió en campaña

Adoración Guamán


El martes 2 de octubre, a las ocho de la tarde, Ecuador se paralizó delante del televisor para escuchar al presidente Lenín Moreno desgranar las principales medidas del ya anticipado “paquetazo”. Como si se tratara de un viaje en el tiempo, concretamente una vuelta a los años noventa, asistimos a un revival de aquel ajuste antisocial, encabezado por el Fondo Monetario Internacional y aplicado en el marco del Consenso de Washington, que sumió a América Latina en la conocida como “década perdida”. El nuevo embate neoliberal que arrasa la región (véanse las reformas en Brasil y Argentina), y que ahora se plasma en el paquetazo de Moreno, combina las antiguas medidas con las líneas de las reformas estructurales que se implantaron en los países de la Unión Europea (como España o Grecia), impulsadas por la famosa Troika (de nuevo el FMI) en el “Consenso de Bruselas”.

La contestación no se ha hecho esperar; desde la tarde del miércoles 3 de octubre, las calles de las ciudades del país se han llenado de manifestantes que bajo el lema “Fuera Moreno Fuera” (y otros mucho más creativos) claman contra las medidas. Primero los transportistas, luego los estudiantes y, junto a ellos, el movimiento feminista, la izquierda política, múltiples organizaciones sociales, así como el movimiento indígena llenaron las calles el jueves, en una protesta que se extendió en 20 provincias, con 230 concentraciones y que se saldó (oficialmente) con 200 personas detenidas en todo el país. 

La respuesta del Gobierno fue rápida y desproporcionada, con un nivel de violencia inaudito. De hecho, aun antes de que las protestas fueran masivas, el jueves por la mañana, el Gobierno decidió decretar un Estado de excepción de 60 días. Este decreto dispone la movilización en todo el territorio nacional de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional a efectos de mantener el orden y “prevenir acontecimientos de violencia” y permite la suspensión del ejercicio de la libertad de asociación y reunión y la limitación de la libertad de tránsito. Como viene siendo habitual en los últimos tiempos de este cambio de ciclo en América Latina, nada de esto ha sido reflejado por los medios de comunicación, cuyas portadas han pasado de calificar la movilización como una protesta exclusivamente de transportistas a llamar a los manifestantes “golpistas” y vándalos. Todo lo contrario, en realidad, las calles de Quito, como las de otras ciudades, se han llenado de personas indignadas que se manifestaban contra un brutal ajuste antisocial.

La aplicación del ajuste ha sido la crónica de una muerte anunciada. Las medidas, que estaban ya escritas en el acuerdo con el FMI y que ahora se han plasmado en un borrador de proyecto de ley, pueden dividirse en dos grandes grupos. Por un lado están las que se orientan al asalto directo a las arcas del Estado, disminuyendo los ingresos públicos. Entre ellas se encuentran las exenciones fiscales, las deducciones al impuesto de la renta para grandes capitales o la amnistía fiscal. No es la primera vez que Moreno acomete este tipo de medidas, pero ahora las lleva más lejos. Por otro lado, las reformas se orientan directamente a la merma de derechos sociales de la mayoría de la población, a través de dos vías fundamentales, la primera, el adelgazamiento al máximo del Estado, con la reducción de la Administración pública y del número de funcionarios públicos; la segunda, el recorte directo de los derechos laborales en el ámbito público y privado. Junto a todas estas medidas, la primera que ha entrado en vigor, la más combatida, y la que sin duda tiene un impacto generalizado ha sido la eliminación del subsidio a los combustibles.


Para entender el contexto en el que se implanta el “paquetazo” es importante tener presente que, desde el inicio de su mandato, el Gobierno ha adoptado una serie de decisiones en la línea de las anteriores, abonando el terreno para una macrorreforma como la que ahora se anuncia. Medidas como la precarización del trabajo sector a sector, las reformas fiscales para reducir impuestos a los inversores extranjeros y grandes empresas –que ya han supuesto una pérdida para las arcas del Estado del 1,2 % del PIB–, el despido de funcionarios públicos, la supresión de ministerios u organismos de coordinación política, la reducción de la presencia de la Administración en el territorio, han sido aplicadas sin freno, sumiendo a Ecuador en un Estado de reforma permanente y en un empobrecimiento progresivo. De hecho, tanto la tasa de pobreza como la de pobreza extrema han ascendido dos puntos entre junio de 2017 y junio de 2019 y el empleo público, sostén de los servicios fundamentales de educación y sanidad, se sitúa de nuevo en niveles de 2007. 

El ajuste actual sigue el camino marcado con un objetivo clave: la brutal devaluación del trabajo y la destrucción del Estado como prestador de servicios públicos. De hecho, en su anuncio del martes, el presidente abonó un discurso peligroso (no desconocido en otros países) como es la criminalización de los funcionarios públicos. En concreto, se vanaglorió de haber despedido a 23.000 funcionarios y de haber rebajado un 20% el salario a cientos de ellos. En la misma línea, el jueves por la mañana el ministro de Economía informó del despido inminente de 10.000 funcionarios. Sobre esta reducción, el Gobierno promueve la culpabilización del funcionariado, a quien acusa de ostentar una suerte de bienestar inmerecido, por lo que van a aplicarles una reducción de 15 días de vacaciones y van a proceder a la confiscación de un día de salario por cada mes (lo que equivale de facto a reducir los días de vacaciones en el sector público de 30 a 4 y a imponer, como señalan algunos economistas, un “impuesto” al trabajo). Además, para precarizar sobre lo ya precarizado, los contratos temporales que se renueven en la Administración lo harán con un 20% de reducción salarial. El objetivo de estas medidas, reconocido en el texto del acuerdo con el FMI, es reducir los salarios del sector público para arrastrar a la baja los del sector privado, con una doble finalidad: aumentar la oferta de mano de obra capaz de aceptar peores condiciones de trabajo y reducir las capacidades de los servicios públicos para obligar a la población a acudir al sector privado. En palabras de Lenín Moreno, “el país necesita mayor entrega de sus funcionarios en beneficio de los más pobres”. Lo que no dice el presidente es que estas medidas se acompañan de la reducción de impuestos para los grandes capitales.

Los trabajadores del sector privado tampoco se han librado de las medidas de ajuste. Según el borrador del decreto que ha circulado, el Gobierno va a lanzar nuevas modalidades de contratación temporal sin causa, que permiten a los empresarios utilizar la temporalidad como vía fundamental de contratación, acabando así con el principio de estabilidad en el empleo. Además, por decreto, el Gobierno pretende reforzar los poderes del Ministerio de Trabajo para regular las “jornadas especiales de trabajo”, es decir, la posibilidad de trabajar durante toda la semana sin recargo salarial. Es llamativo, por ejemplo, la clara inobservancia de los compromisos de Ecuador con la OIT, que se plasma en la regulación del teletrabajo. Al respecto, el borrador de decreto señala que “el empleador podrá ejercer labores de control y dirección remoto frente al teletrabajador, salvo en las ocho horas de descanso obligatorio, que si no han sido previamente convenidas, se entiende que transcurren entre las 22.00 horas y las 06.00, tiempo en el que opera el derecho a la desconexión”. La garantía de 12 horas de descanso entre jornada y jornada pasó a la historia. Por añadidura, el decreto abre la vía a la privatización de la Seguridad Social, haciendo más complejo el modelo de jubilación.

Ante estas medidas, la indignación crece en el país y cada vez son más las personas que convocan en redes a sostener la movilización. Las consignas evolucionan y cobra forma la idea de que no basta con que se retiren los decretazos, ni siquiera con que Lenín Moreno abandone el cargo y asuma el poder el joven vicepresidente apoyado por las derechas y con apellido impronunciable. Lo que la gente pide es la apertura de un proceso político democrático donde se cuestione este “neoliberalismo por sorpresa”, traído por un presidente que gobierna en sentido totalmente contrario al programa que propuso en elecciones. La senda de Argentina es contagiosa y el pueblo ecuatoriano está indignado.

 Fuente......….http://cort.as/-S8xA

Adoración Guamán es profesora titular de Derecho en la Universitat de València y profesora invitada en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO-Ecuador.


 Nota del blog  .- Mala noticia para Lenin Moreno. Militares que se niegan a reprimir a manifestantes protegen a estos enfrentándose a policías ecuatorianos en la ciudad de Guayaquil.
  y ver  

No al acuerdo con el FMI
Resistir es nuestro derecho

CONAIE Comunicación

Rechazamos el "paquetazo", el acuerdo con el FMI, el estado de excepción, las graves violaciones de derechos humanos sufridas en nuestras comunidades.































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miércoles, 9 de octubre de 2019

El fracaso de la indignación .

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Pierfranco Pellizzetti / Autor de El fracaso de la indignación


“¿Euroescépticos de izquierdas? Para nada: ¡eurocríticos!”


Steven Forti
Pierfranco Pellizzetti lo entendió inmediatamente. La indignación ha fracasado. Así de claro. Lo explica en detalle en El fracaso de la indignación: del malestar al conflicto, volumen recién publicado por Alianza Editorial. En realidad, con el título menos tajante de Conflitto. L’indignazione può davvero cambiare il mondo?, este libro salió en Italia en 2013. Otra época. Sobre todo si repensamos esos años desde el peculiar contexto español. Aquí estábamos inmersos todavía en las Mareas. Podemos nacería unos meses más tarde, las confluencias municipalistas también. 
Desde entonces Pellizzetti, exprofesor de Sociología de los Fenómenos Políticos y de Políticas Globales de la Universidad de Génova e incansable colaborador de periódicos como MicroMegaCritica Liberale Il Fatto Quotidiano, ha escrito otros libros sobre la crisis italiana o la figura de Matteo Renzi. Además, hace un par de meses, se publicó, bajo el título de Il conflitto populista. Potere e contropotere alla fine del secolo americano, la continuación de El fracaso de la indignación. Aprovechamos la entrevista para hablar también de este nuevo libro con la esperanza de que aparezca pronto traducido en castellano.
El título de su libro no deja espacio a dobles lecturas. ¿El ciclo que se ha abierto en la primavera de 2011 se ha cerrado con una derrota? ¿Por qué la indignación ha fracasado?
Esa derrota es también de 2011, un año de insurgencias que contestaron a nivel planetario la hegemonía financiera global y sus crímenes. Un año que concluyó con el infame espectáculo de los gobiernos de los llamados países desarrollados que iban al rescate del sistema bancario en caída libre con desembolsos de dinero público. Dinero que, en gran medida, se metieron en los bolsillos los altos directivos de aquellos institutos. La indignación ha fracasado porque se reveló inerme, desarmada, incapaz de romper la colusión sistémica entre personal político y señores del dinero. 
Reivindica el conflicto como la sal de la democracia. ¿El conflicto ha desaparecido con el fin del que el historiador británico Eric J. Hobsbawm llamó el siglo breve?
En realidad el primero que habló de conflicto (pòlemos) “padre de todas las cosas” fue Heráclito. Bromas aparte, estoy de acuerdo con quien defiende que el verdadero elemento de distinción de la democracia es la legitimación de la protesta. El dissent que para los teóricos liberales era el verdadero motor crítico del existente para la innovación política. Un peligro de desestabilización exorcizado a través del control de las fuentes de sentido, potenciado por el uso de las tecnologías TIC. ¿Nos dice algo el escándalo Cambridge Analytica y la estafa de los big data por parte del llamado “capitalismo de la vigilancia”?
Defiende que los Salvini, Le Pen y Trump no son populistas, sino sencillamente unos demagogos. ¿Está de acuerdo con Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en que el populismo es de izquierdas?
El “populismo de derechas” no es nada más que el enésimo engaño lingüístico del poder que, una vez más, manipula el sentido común con el objetivo de su perpetuación
El “populismo de derechas” no es nada más que el enésimo engaño lingüístico del poder que, una vez más, manipula el sentido común con el objetivo de su perpetuación. El eterno maquillaje que describe las correlaciones de fuerzas existentes como “verdaderas y naturales” y habla del “mejor de los mundos posibles”. Si hay un elemento que pone en común los populismos de los siglos pasados –los rusos de Tierra y Libertad o los americanos del Peoples’s Party– es haber entendido las sistemáticas tendencias involutivas de las élites en el poder. Los primeros liberales se habían planteado el problema de poner bajo control el Leviatán: en ese entonces el régimen absolutista y luego, a partir del triunfo de la burguesía, las oligarquías plutocráticas y el poder económico en general. Como dijo Lord Acton, “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. 
En su análisis de la victoria de la contrarrevolución neoliberal, inaugurada con Reagan y Thatcher, defiende que la izquierda aún no ha hecho las cuentas con su derrota histórica. ¿Qué debería aprender la izquierda de lo que ha pasado en los últimos 40 años?
Quien tiene que reflexionar no es la izquierda, sino quien militaba en la izquierda. La diferencia no es baladí. Después de 1989 y la caída de los contrapesos internos –el trabajo organizado– y externos –el régimen soviético– el turbocapitalismo pareció triunfante. Así, asistimos a la carrera de los profesionales de la política por subir al carro de los supuestos vencedores. No hicieron otra cosa que desacreditar el sector de donde provenían. Tiene toda la razón Ada Colau cuando dice que se tienen que hacer cosas de izquierda sin decirlo.
Con el fin del sistema fordista y la profunda transformación del mundo del trabajo, ¿existe un lugar que sustituya a la fábrica y que pueda ser la base para que resurja el conflicto?
La sociedad de los individuos y las manías identitarias son una mezcla imbebible de thatcherismo–“la sociedad no existe”– y comunitarismo reaccionario
Comparto el juicio de Alain Touraine de que no existe ya el lugar del “conflicto central”: la desindustrialización neutralizó las luchas del trabajo que se beneficiaban del elemento estratégico de desarrollarse en el centro de los procesos de reproducción del capital. Desafortunadamente, debido a la crisis del pensamiento crítico, en la actualidad, la reflexión sobre el punto sensible del mando todavía no ha empezado. De todos modos, pienso que, aunque no exista un Palacio de Invierno que conquistar, el lugar clave para contrarrestar las actuales prácticas hegemónicas que promueven explotación y marginación se encuentra todavía en los núcleos donde se toman las decisiones, es decir las instituciones. 
¿Comparte la tesis de Mark Lilla según quien la identidad no es de izquierda?
Soy un liberal de la escuela francesa y estoy convencido de que la libertad se declina en la sociedad, a diferencia de los anglosajones que la identifican en la propiedad. La sociedad de los individuos y las manías identitarias son una mezcla imbebible de thatcherismo–“la sociedad no existe”– y comunitarismo reaccionario. Pero también es el mood de estos tiempos. El pensamiento crítico y de izquierda es responsable de ello ya que se ha subido a esta ola. 
¿Cuáles son entonces los antídotos para construir una nueva política?
En esta fase de bloqueo es necesaria una obra de desmitificación de las construcciones comunicativas, que predican la tesis de pensamiento único, según la cual las relaciones sociales existentes son las únicas que se pueden pensar. Es decir, esa expropiación de futuro que, de diferentes maneras, golpea clases y grupos distintos. Sólo si ponemos de manifiesto la común convergencia de intereses por sobreposición, para citar a Rawls, se puede dar vida al sujeto colectivo para la reconquista de una democracia hoy en día desfigurada por las derivas posdemocráticas y que corre el riesgo de precipitar en la “democratura”, la cáscara vacía dentro de la cual avanza el nuevo autoritarismo reaccionario.
¿Existen experiencias interesantes de las que aprender?
Estamos viviendo el agotamiento de una fase histórica capitalista, sin duda el fin del siglo americano. Si el siglo XX habló inglés –New Deal, Welfare State, etc.– hoy las experiencias y los laboratorios más interesantes se encuentran en otras latitudes: en las periferias del sistema mundo y en algunas ciudades que experimentan la refundación democrática. El verdadero problema es que las teorías de los ciclos hegemónicos resultan ya inaplicables, si tenemos además en cuenta el deterioro de los dos artefactos dominantes en el mundo moderno –el Estado y el Mercado–, mientras avanza el otoño de un estancamiento que alguien prefigura como secular, y que podría convertirse en un caos sistémico, en un mundo que ha perdido modelos y centro.
¿Qué papel puede jugar Europa en todo esto?
La izquierda que se define soberanista sigue en el trágico error, que empezó con el blairismo, de querer relanzarse adoptando temáticas de la derecha
En el panorama plúmbeo de la Guerra Fría, Europa era la única posible alternativa existente. Tanto que los Países No Alineados miraban con interés a Europa a partir de la misma conferencia de Bandung de 1955. Aún en 2004, Zygmunt Bauman escribía el ensayo Europe. An Unfinished Adventure defendiendo los méritos del gran experimento de cooperación continental, aunque el proceso de integración respondía más a lógicas tecnocráticas –al estilo de Saint-Simon, decía Tony Judt– que a las de democracia radical de los viejos federalistas. Luego, entre 2008 y 2011, llegó el tsunami desde el otro lado del Atlántico con las burbujas financieras que explotaron en Wall Street, y se creó una soldadura entre los vértices políticos y las tecnocracias incapaces de pensar una salida estratégica diferente a las recetas austericidas. Ahora, si no quiere precipitarse en el abismo, la UE debe volver a ser la de los Erasmus, los acuerdos transfronterizos, el aprendizaje por experimentación. En ese abismo, obviamente, caerían también las medias potencias y los Estados europeos: en el mundo global, los retos superan las fronteras nacionales y los players deben tener una dimensión continental
En la izquierda europea se percibe un aumento de las posiciones soberanistas. ¿Se puede ser euroescéptico y de izquierdas?

La izquierda que se define soberanista sigue en el trágico error, que empezó con el blairismo, de querer relanzarse adoptando temáticas de la derecha. Así, pierde dos irrenunciables principios fundacionales: la tradición internacionalista y cosmopolita y la orientación hacia el futuro. Esta izquierda persigue la quimera retro del Estado-Nación y la ilusión de que el pueblo pueda ser soberano por graciosa concesión: solo gracias al conflicto social y las luchas del trabajo se puede contrarrestar la deriva oligárquica de la democracia representativa. ¿Euroescépticos de izquierdas? Para nada: ¡eurocríticos! Así que… aux armes, citoyens!

Autor

  • Steven Forti

    Profesor asociado en Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa.


lunes, 7 de octubre de 2019

Venezuela . La verdad al desnudo .



Venezuela y las confesiones premiables del comando sur y departamento de estado

Extractos  ….

Informe político presentado por el halcón Elliot Abraham a la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes de EEUU:
¿Entonces vamos acaso a permitir que en Venezuela sea exitoso el socialismo, señores Representantes? ¿Pueden ustedes creer lo que eso provocaría en toda la región de América Latina?, ¿Ustedes pueden imaginarse lo que representa construir tres millones de viviendas sin la participación de la empresa privada? ¿Cuál sería el destino de nuestro modelo si no intervenimos allí en los proyecto de salud o educación, en la formación de sus militares y en la adquisición de los elementos para su defensa?, ¿Vamos entonces a permitir que en ese país triunfe el socialismo, un sistema al que le hemos venido declarando la guerra desde que nos constituimos en democracia líder del libre mercado? Por lo tanto, el que no esté con nosotros debe pasar por los más dolorosas privaciones, las más terribles inseguridades, las más penosas necesidades de todo aquello que durante tanto tiempo disfrutó teniéndonos por aliado y por el sostén de sus costumbres, de sus hábitos y entretenimientos más preciados…”.
Revisen estas declaraciones de factura militar:

“Intensificar el derrocamiento definitivo del chavismo y la expulsión de su representante, socavar el apoyo popular….alentar la insatisfacción popular aumentando el proceso de  desestabilización y desabastecimiento…
Incrementar la inestabilidad interna a niveles críticos, intensificando la descapitalización del país, la fuga de capital extranjero y el deterioro de la moneda nacional, mediante la aplicación de nuevas medidas inflacionarias que incrementen ese deterioro…obstruir todas las importaciones y al mismo tiempo desmotivar a los posibles inversores  foráneos”.

ver  al completo  ..ver documento en inglés
https://www.voltairenet.org/article201100.html
 y  ahí ...
https://kaosenlared.net/venezuela-y-las-confesiones-premiables-del-comando-sur-y-departamento-de-estado/

Y VER  …





Mentiras sobre Venezuela: el diario El País tardó siete meses en publicar una autocrítica

El diario español El País publicó el 29 de septiembre una autocrítica firmada por su Defensor del Lector, Carlos Yárnoz, relativa a una falsa noticia difundida por el diario Leer mas

Narcotráfico, paramilitarismo y política en el sistema internacional