jueves, 11 de abril de 2019

El rey en Argentina.

Viva el rey!



En su reciente visita a la Argentina el rey de España, Felipe VI, superó los límites de sus funciones para apoyar manifiestamente las medidas económicas del Gobierno de Macri.Es sabido que la Constitución española reduce la participación de la monarquía en cuestiones políticas a prácticamente nada o bien solo a tareas protocolarias.
Sin embargo en esta ocasión el "ciudadano" Felipe, como lo llaman algunos líderes políticos españoles de izquierda, ejerció efectivamente de ciudadano al servicio de las mas de 300 empresas españolas radicadas en Argentina.
Aprovechando el embeleso "tilingo" aun vigente en la mediana y alta burguesía argentinas (un término de Arturo Jauretche para designar a los argentinos seducidos siempre por las élites extranjeras) el monarca se deshizo de sus ataduras constitucionales y con decisión y contundencia dijo:
"Somos conscientes de la situación económica que han tenido que atravesar y apoyamos los programas de reformas que están en marcha".
A Mauricio Macri solo le faltó mover la cola de alegría, como hacen los perros cuando sus amos los acarician.
Veamos cual es la situación económica actual, una vez aplicados los programas de reformas del macrismo, según datos oficiales:
En 2018 aumentó el número de pobres en 2.600.000. Pobres en Argentina quiere decir mesas vacías de comida, hogares sin luz ni calefacción, niños famélicos, descalzos sin poder ir a la escuela y sin atención sanitaria, entre otras calamidades.
La pobreza alcanza en Argentina al 32% de la población, unos 14 millones y medio de personas. O sea es pobre uno de cada 3 argentinos.
Desde la aplicación de las medidas económicas que apoya el rey Felipe, la inflación en Argentina es de 164,14%. La interanual de febrero fue del 49,3%.
La devaluación del peso fue del 350%.
El promedio salarial en Argentina está 10.000 pesos por debajo de la linea de la pobreza.
El vicepresidente de la Unión Industrial Argentina, Luiz Betnaza, dijo que la situación económica en Argentina es "desastrosa", ante el obligado cierre de varias industrias nacionales lo que originó el despido de unos 200.000 trabajadores.
Entonces uno se pregunta, ¿cómo es posible que su alteza española, haya apoyado semejantes reformas? Acaso por precaución solamente, no era aconsejable que se metiera en este fango, aunque si se tiene en cuenta que España es el segundo mayor inversor extranjero en Argentina, si observamos que de las 300 empresas españolas, 16 son del Ibex 35, que el 27% de los ingresos de Telefónica provienen de Argentina, y que entre otras las empresas españolas radicadas en esas tierras están los bancos Santander, BBVA, Gas Natural, Dia, Mapfre y Prosegur, y que todas se desenvuelven en un entorno macrofavorable, quizá entendamos mejor el respaldo de Felipe VI al macrismo.
En otras palabras, es otra vez el dinero lo que mueve el mundo (según el neoliberalismo dominante) y también, naturalmente, a las monarquías. ¿Por qué no, entonces, a la Casa Real española?
Es posible que si ahondamos en este argumento veamos, no sin un rictus de asombro, que cuando las élites hablan de derechos humanos, en realidad están hablando de beneficios económicos. Por eso cuando esos beneficios peligran, recurren rápidamente a los derechos humanos para castigar a los gobiernos que se atreven a cuestionarlos. Y en cambio, apoyan sin remilgos situaciones tan graves y desesperantes como la que sufre la mayoría de los argentinos, cuando el Gobierno autóctono defiende sus intereses económicos por sobre todas las cosas.
Digamos, por si no está del todo claro, que los bancos en 2018 ganaron en Argentina (según estos datos oficiales) 172.000 millones de pesos, 121% mas que en 2017, y las energéticas 30.000 millones de pesos.
Y para completar el cuadro de absoluta indiferencia por el calvario que atraviesan los trabajadores argentinos y muy particularmente las trabajadoras, entre las que se encuentran las maestras, la reina Letizia pidió a las autoridades argentinas la presencia, en la gala de homenaje que le ofrecieron, no de una maestra cuyo sueldo no le alcanza a superar el nivel mínimo de supervivencia, ni tampoco a una científica que no dispone de lo necesario ni para su labor ni para vivir dignamente. Ni a una de las tantas mujeres que no saben qué hacer para que sus hijos puedan comer todos los dias. Nada de eso. Su alteza pidió (y sus deseos fueron órdenes, por supuesto) que asistiera ni mas ni menos que Mirtha Legrand, símbolo de la frivolidad, de la banalidad, del conservadurismo idiota, de la tilinguería mas rancia. El cholulismo (término coloquial argentino para aquellos que no pueden contener la admiración babosa a los famosos) no tiene fronteras ni sabe de clases sociales, como quedó demostrado. Ni las reinas son inmunes a esa debilidad.
Para colmo, Felipe VI en el Congreso de la Lengua que se celebró en Córdoba, dejó para la posteridad en su discurso de apertura, un desliz de la memoria o tal vez de la ignorancia, vaya uno a saber.
Cuando nombró a Borges en un intento de exhibir de qué manera nos unen lazos culturales, mencionó a un tal José Luis Borges, de quien no se tienen referencias. Quizá haya querido decir Jorge Luis. Nunca lo sabremos.
Lo que si sabemos, y también el Rey de España por lo visto, es que la bandera de la colonización ya no la llevan los invasores militares, sino las grandes empresas, y además en estos tiempos revueltos cuentan con la inestimable colaboración de las oligarquías nativas

Las lagunas de la responsabilidad de proteger


Venezuela, Libia y la responsabilidad de los poderosos



La reciente llamada a la acción a los principales países de la OTAN ante la que se conoce como “crisis humanitaria” en Venezuela ha hecho revivir en cierta izquierda algunos recuerdos no muy agradables respecto a las acciones de los estados miembros de la OTAN ante lo que en su momento también se calificaron de crisis humanitarias. Me refiero, entre otros, al caso de la intervención en Libia el 2011. En aquel entonces, se acudió a la norma de la Responsabilidad de Proteger (R2P según sus siglas en inglés) para autorizar una intervención humanitaria en ese país, una norma cuyo uso también parece insinuarse para el caso venezolano.Los argumentos usados en el caso libio no distan demasiado del relato que la oposición venezolana esgrime contra el gobierno de Nicolás Maduro, usando calificativos como “genocida” y señalando su gobierno como el primer y único responsable de las vulneraciones de derechos humanos que puedan estarse produciendo en Venezuela.
Así pues, llegados a este punto quizá resulte necesario refrescar la memoria respecto a la trayectoria de esta norma y su aplicación para tratar de hacernos una idea de qué le puede esperar a Venezuela en caso de serle aplicada con la dureza que algunos plantean. Sin embargo, antes que nada, cabe señalar brevemente cómo la R2P es de facto, un instrumento al servicio de la voluntad de los estados más poderosos.
Las lagunas de la responsabilidad de proteger
La Responsabilidad de Proteger es una norma de soft law[1] del derecho internacional estructurada en tres pilares fundamentales: El primero hace referencia a la responsabilidad de proteger de los Estados, esto es, a la responsabilidad de los Estados de proteger a sus poblaciones de la vulneración de derechos humanos. El segundo pilar, trata la responsabilidad de la comunidad internacional a ayudar a los Estados a hacer cumplir con el primer pilar. Por último, el tercer pilar expone la responsabilidad de la comunidad internacional de relevar a los Estados que no puedan o no tengan la voluntad de proteger a su población de vulneraciones de derechos humanos.
Sin embargo, pese a que la norma de la R2P pretenda reformular aspectos fundamentales del derecho internacional, dicha norma está compuesta por una amalgama caótica de textos y declaraciones de intenciones[2]; todas ellas sin representar ninguna obligación legal para los Estados. Resulta llamativo, pues, que una norma de tal calibre no emerja de ninguna de las fuentes tradicionales del derecho internacional, que sí suponen una obligación legal para los Estados.
Finalmente, a todas las lagunas señaladas hay que sumarle el privilegio que otorga el derecho a veto de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, dado que la aplicación del tercer pilar de la norma requiere de la aprobación de dicho organismo. Todo ello convierte a la R2P en un instrumento fácilmente manejable en función de los intereses de los países más poderosos, que disfrutarán de una posición ventajosa para la interpretación de la norma en favor de sus intereses.
“Gaddafi must go” o la (ir)responsabilidad del intervencionismo liberal
Todas estas carencias y puntos ciegos de la R2P fueron explotados de forma evidente en el caso de Libia, el único en que se autorizó una intervención militar bajo la R2P contra la voluntad del país objeto de la intervención.
En marzo de 2011, tras la imposición de un embargo de armas en Libia[3], el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó –gracias a las abstenciones de Rusia y China– la Resolución 1973 (2011).
En dicha resolución se exigía en su preámbulo el establecimiento inmediato de un cese del fuego y, más adelante, se autorizaba a los estados miembros a usar “todas las medidas necesarias” –un eufemismo para diversas medidas coercitivas, incluyendo el uso de la fuerza– para proteger a la población civil. Así pues, pese a que la resolución menciona la responsabilidad del Estado libio de proteger a la población civil, no autoriza a derrocar al gobierno de Gadafi ni a provocar un cambio de régimen en Libia. Simplemente, se autorizaba una intervención limitada –sin una fuerza de ocupación– con el mandato de proteger a la población civil y con el fin último de que se estableciera un alto al fuego que facilitase dicha protección.
Sin embargo, el relato aceptado entre las potencias impulsoras de la intervención, e incluso por Naciones Unidas, señalaba a Gadafi como el único culpable de las vulneraciones de derechos humanos de la población civil. Por ello, los jefes de gobierno de Francia, Reino Unido y Estados Unidos no tuvieron muchas dificultades para tergiversar el mandato original del Consejo de Seguridad, argumentando en un artículo conjunto que sin el derrocamiento de Gadafi y su completa derrota, no sería posible garantizar la seguridad y los derechos de la población civil libia.
La imposición de dicha tesis en el público occidental favoreció la emergencia de una espiral de despropósitos motivados por el ímpetu de echar al molesto mandatario libio a cualquier precio. A modo de ejemplo, se puede resaltar el hecho que Francia proporcionó armas al bando rebelde estando en vigor el embargo de armas en territorio libio. Por otro lado, el archivo de correos electrónicos de la exsecretaria de Estado Hillary Clinton facilitado por WikiLeaks muestra cómo la inteligencia estadounidense tenía conocimiento del entrenamiento y armamento de los grupos rebeldes en territorio Egipcio por fuerzas especiales del Reino Unido y Francia.
También resulta destacable el hecho de que, siendo el logro de un cese del fuego la primera petición de la resolución que autorizó la intervención, tanto los Estados Unidos como Reino Unido y los demás países al frente de la intervención provocaron el rechazo de los rebeldes a una oferta de tregua a la que Gadafi ya había dado el visto bueno. La razón para este rechazo no era otra que el hecho de que el acuerdo no contemplaba la expulsión de Gadafi del poder.
“Gaddafi must go, and go for good”, decían. Pues bien, Gadafi se fue. Sin embargo, en cuanto las grandes potencias que intervinieron comprobaron las caóticas consecuencias de armar a las milicias –entre las cuales se encontraban grupos terroristas vinculados a Al-Qaeda–, ya no se sintieron tan responsables de la población libia, a la que abandonaron a su suerte. Actualmente, Libia vive en el caos más absoluto: simplemente, ya no hay un Estado al que responsabilizar con la protección de la población civil. El país vive sumido en una guerra civil entre dos gobiernos autoproclamados legítimos, con un exgeneral actuando como señor de la guerra en su particular cruzada contra el islamismo y una amalgama de milicias –islamistas, yihadistas o laicas– leales a sí mismas, aunque formalmente se proclamen leales a uno de los gobiernos.
Por otro lado, la compraventa de personas como esclavas es una práctica contrastada y habitual, así como la tortura en los centros de detención financiados por la Unión Europea.
Así pues, en Libia, las potencias occidentales aprovecharon las lagunas prácticas de la R2P y del idealismo más fanático –y peligroso– del humanismo liberal para tergiversar su cometido en favor de sus intereses, dejando el país peor de cómo lo encontraron.
La R2P como el garrote del imperialismo
Como en Libia, Irak o Afganistán, el caso venezolano amenaza con volvernos a mostrar la estrecha conexión existente entre el neoconservadurismo más cínico y el intervencionismo liberal “humanitario”, siendo el último la muleta ideológica del primero.
John Bolton, actual asesor de seguridad nacional de la administración Trump y uno de los viejos halcones de guerra del gobierno, resumió bastante bien cuál era el enfoque de los Estados Unidos ante la crisis venezolana cuando dijo: “Nos estamos fijando en los recursos petrolíferos. Ese es el flujo de ingresos más importante del gobierno de Venezuela (…). Habrá un antes y un después económico para Estados Unidos si podemos tener a compañías petrolíferas estadounidenses invirtiendo y promocionando el potencial petrolífero de Venezuela”.
En definitiva, Bolton se limita a expresar lo que Libia ya confirmó: que detrás de las llamadas intervenciones “humanitarias” para forzar un cambio de régimen suelen haber intereses que van más allá del altruismo que exige el universalismo humanitario.
De este hecho ya alertó un autor cosmopolita a la vez que profundamente realista[4] como Kant cuando identificó a las potencias que: “mientras beben de la injusticia como si fuera agua, pretenden considerarse elegidas dentro de la ortodoxia”.[5]
De este embrollo sólo hay dos posibles salidas: crear un estado mundial con más autoridad que los gobiernos nacionales –hecho que parece bastante improbable– o poner el poder estatal al servicio de los principios humanistas. Mi impresión es que la segunda opción resulta más viable en nuestro tiempo.
Sin embargo, sea cual sea la opción que escojamos, cabría no olvidar que la acción política debe basarse en la coordinación entre moral y poder.[6] Por ello, en un contexto político, la simple apelación a principios morales o normativamente universales que representa la invocación de la R2P debe ser siempre analizada bajo el escrutinio de la –igualmente importante– dimensión del poder. De no ser así, podemos volver a caer en el engaño de Libia o el de Irak.
Notas
[1] Las normas de soft law no son producto de ninguna de las fuentes tradicionales del derecho internacional –el tratado, la costumbre y los principios generales del derecho– y, por lo tanto, su cumplimiento no representa una obligación por parte de los Estados. Éste hecho, sin embargo, no les quita importancia política a dichas normas, como podremos apreciar en el caso de la R2P.
[2] Siguiendo el orden cronológico, podríamos identificar: El informe “The Responsibility to Protect” de la ICISS (2002), el informe del Alto Panel sobre retos, amenazas y cambios “A more secure world: our shared responsibility”, el documento final de la cumbre mundial de 2005 (concretamente los párrafos 138 y 139) y el informe del Secretario General de Naciones Unidas Ban Ki-Moon “Hacer efectiva la Responsabilidad de Proteger” (2009).
[3] Dicho embargo se aplicó a raíz de la Resolución 1970 (2011), aprobada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el 26 de febrero de 2011.
[4] Para una útil introducción al realismo político –con todas sus variantes– aplicado a las relaciones internacionales, ver: https://plato.stanford.edu/entries/realism-intl-relations/.
[5] Kant, I. (2016). La paz perpetua. (2a ed.). Madrid: Alianza Editorial, p. 102.
[6] Carr, EH. (1946). The twenty years' crisis 1919-1939: An introduction to the study of international relations. (2a ed.). London: McMillan & Co., p. 97.
Miquel Caum Julio es graduado en Ciencias Políticas y Máster en Ciudadanía y Derechos Humanos especializado en filosofía política. Es traductor habitual de Sin Permiso.
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/venezuela-libia-y-la-responsabilidad-de-los-poderosos

martes, 9 de abril de 2019

Las cloacas

Las cloacas



Estos días se habla mucho de cloacas. Ya se hablaba en otro tiempo, al comienzo de este simulacro político, de asesinatos desde las cloacas del Estado. Y desde entonces las cloacas no han dejado de expeler de­tritus. Aunque es de un tiempo a esta parte, cuando se ha vuelto a hablar de ellas, con motivo de ma­niobras de los bajos fondos para aplastar a un partido político y a sus principales representan­tes. En esos bajos fondos no esta­ban sólo policías y políticos canallas. También ha aparecido al menos un periodista que formaba parte de las cloacas, que ya apestaba y sigue apes­tando. Un periodista que, al igual que las ra­tas transmiten la peste pero ellas no la padecen, es un vector permanente de infec­ción, con aspecto mitad normal, mitad depra­vado. Y a saber cuántos miserables más , escondidos entre los pliegues de la fin­gida honestidad como él.De todos modos, en esto de cloacas se pinta solo este país. En realidad España, la mayor parte de su historia, se la ha pasado en­tre cloacas. Cuando no estaban en la Inquisición, estaban en los golpes de estado, cuando no, en la Cruzada, y cuando no, en la Causa General contra todo viviente no adicto al dictador, y cuando no, en las barbaridades de los cuartelillos, y cuando no, en los turbios fondos de curas piadosos, y cuando no, en po­licías que se hicieron para disponer de mucho tiempo hasta que se les descubra que son parte del hampa y en línea con ese viejo refrán “putas y curas viven a pares”.
Hasta tal punto eso es así que podría decirse que España no puede vivir sin cloacas institucionales. Desde las cloacas, un ejér­cito bien pertrechado y heterogéneo compuesto por políticos, policías, periodistas, cardenales, empresarios de postín, banque­ros y opulentos está, de momento sólo, viene preparándonos un futuro inmediato que es para echarse a temblar. Si la Constitu­ción les ha servido, envueltos en ella y en la bandera, tanto para emboscar o desfigurar sus fechorías como para aplastar a quie­nes les hagan sombra o no les dejen libre el paso, ya nos pode­mos preparar después del 28 de abril... Lo mismo da quién o quie­nes, a partir del 28 de abril, ganen las elecciones. Lo mismo darán los pactos. Si ganan ellos, cerrarán las puertas de las maz­morras. Si no ganan, las cerrarán también. Todos esos que he enumerado y bullen en las cloacas, se disponen a impedir que triunfe el bien sobre el mal; se preparan, desde las cloacas, para hacer que unos se enriquezcan más y más, y gran parte de la po­blación viva en la miseria, en continuo sobresalto, sin esperanza, anestesiada, entontecida por las Redes y apestada por las cloa­cas...
Jaime Richart. Antropólogo y jurista.


En el Ministerio del Interior no hay cloacas; la cloaca es el propio Ministerio




¿Quién quiso la Guerra Civil?'

¿Quién quiso la Guerra Civil?'

Ángel Viñas

  


 infoLibre publica un extracto de



¿Quién quiso la Guerra Civil? Historia de una conspiración, del historiador Ángel Viñas, que la editorial Crítica publica el próximo 9 de abril. En el volumen, el catedrático emérito de la Complutense estudia quiénes fueron los protagonistas de las confabulaciones y manejos que darían lugar al golpe de Estado, y cómo fueron los preparativos, exitosos o infructuosos, de cara a la sublevación militar del 18 de julio. Viñas presta en su estudio especial atención al origen de los fondos que sufragaron el levantamiento y cómo se recabaron los apoyos internacionales que lo harían posible. 


¿Quién quiso la Guerra Civil?, de Ángel Viñas.
Introducción

El título y subtítulo de este libro responden exactamente a su contenido. Disparan una flecha lo más certera posible al corazón de un tema que ha generado abundante literatura, pero no con la orientación que aquí se ofrece. Ambos se insertan en dos líneas de investigación que me han ocupado con ritmos e intensidad varios. La primera es mi interés en descubrir vetas ocultas del pasado ligadas a la figura del general Franco: su alineación, tan pronto ganó la guerra, con las potencias fascistas; su aplicación del Führerprinzip; su inmoral enriquecimiento durante la contienda española; su recurso al asesinato durante la etapa final de la conspiración. En obras ya lejanas reduje su papel en el proceso que llevó al Plan de Estabilización y liberalización de 1959; su mantenimiento a todo trance de los mitos del «oro de Moscú» o de la destrucción de Guernica. No en último término su alquiler a precio de ganga de parcelas significativas del territorio nacional a una potencia extranjera por mor de un abrazo que realzara su figura hacia adentro. En este libro lo presento como un adicto a «mentirijillas» con las que dorar su imagen, aun cuando fuese al precio de anular a quienes debían haberse llevado los laureles de la victoria, caso de haberla logrado. En suma, lo que habitualmente se denomina un impostor (DRAE: «Suplantador, persona que se hace pasar por quien no es»).



La segunda línea liga este libro con el que me estrené como historiador en 1974. Versó sobre los inicios del proceso de internacionalización de la guerra civil con el apoyo, posterior al 18 de julio, de la Alemania nazi. Fui refinándolo en ediciones ulteriores (1977, 2001). En este plano de la internacionalización, hace pocos años (2013) argumenté que, si bien los nazis no estaban comprometidos con los preparativos de la sublevación, los fascistas italianos sí parecían haberlo estado. Mi demostración, a pesar de plasmarla en documentos reproducidos fotográfica y textualmente, con los correspondientes anexos y su traducción al castellano, no ha convencido a algunos autores. Las ideas fijas tardan en morir y son numerosos los, en general, escritores de derechas que ni los citan. La evidencia primaria de época (EPRE) no suele ir con ellos.


Esta obra profundiza en dicha veta para identificar y documentar una parte de los comportamientos clandestinos de quienes quisieron desde el primer momento prepararse para derrocar la República por las armas. No precisamente por sus propios medios, sino con la connivencia fascista y la financiación del conocido multimillonario Juan March. Aspectos conocidos superficialmente, pero no investigados en profundidad.

En su desprecio hacia las grandes masas de población que accedían por primera vez a la política para empujar, a trancas y barrancas, un imprescindible proceso de modernización política, social, institucional y cultural en España, los conspiradores monárquicos dirigieron su atención a la obtención de armamento moderno y a la creación paralela de un «estado de necesidad» que justificara la sublevación militar. En ello desempeñó un papel esencial el dúo Sanjurjo-Calvo Sotelo, seguido por Goicoechea, Sainz Rodríguez, Orgaz, Galarza y muchos otros, militares y civiles, desde el exrey Alfonso XIII en el exilio al propietario de ABC.

Mi enfoque es diferente del habitual análisis de las retóricas de la violencia y su impacto en la opinión pública o en las conductas políticas. Una guerra no se prepara solo con retórica. Se prepara sobre todo con la seducción del Ejército y, tras ello, con las armas. Si no bastan las propias, o se teme que no basten, hay que recurrir al exterior. La Italia fascista fue, desde 1932, ese exterior con el que los monárquicos conectaron. Aunque esto, en sí, no es nuevo, no se han documentado la mayor parte de las acciones clandestinas, un terreno apenas estudiado, salvo por las genuinas aportaciones de mis buenos amigos los profesores Ismael Saz y Morten Heiberg.

Si los conspiradores se volcaron en este tipo de operaciones es porque siempre encontraron comprensión en las alturas del régimen fascista. Tal apoyo no ha dejado demasiadas huellas en los archivos italianos porque se produjo, por lo general, fuera de los contactos diplomáticos habituales. Por el momento, debemos pensar que el régimen fascista, que ejercía un estricto control sobre las relaciones con el exterior, tampoco quiso dejar demasiadas señales de su disposición a entrometerse en los asuntos internos de la República española con el fin de contribuir a su hundimiento. Los muchos estudios que del tema se han realizado, empezando por John C. Coverdale y Renzo De Felice, no detectaron la continuidad de tales contactos, aunque con lagunas documentales que sorprenden en una dictadura acostumbrada a registrar los detalles más nimios, sobre todo si en ellos intervenía el Duce o eran llevados a su atención. A lo largo de esta obra, producto esencialmente de la combinación de EPRE procedente de archivos españoles e italianos, señalaré de manera constante tales carencias. Añadiré que casi nada de lo que se escribe aquí aparece en la más reciente biografía de Ciano (publicada en noviembre de 2018), cuyo autor es un excelente historiador italiano. Contiene algunas ideas que no me he permitido desdeñar.

En este libro desempeña un papel prominente Juan March. Ya me acerqué a él en una obra titulada Sobornos. Puse de relieve que March fue el agente escogido por el Gobierno británico para llevar a la práctica una operación clandestina tendente a influir sobre Franco. La idea estribó en conseguir que, por medio de suculentas «propinillas» a generales próximos al inmarcesible Caudillo, este pudiera ser disuadido de que no convenía a los intereses de España hacer causa común con el Eje y entrar de su mano en el conflicto europeo. Entre los agraciados por la munificencia británica, vehiculada a través del banquero, figuraron Nicolás Franco y algunos de los generales que también aparecen en esta obra, en particular Kindelán, Orgaz, Varela y el coronel Galarza. En aquella obra sugerí que, si había que levantar un monumento a Franco por haber mantenido a España fuera de la guerra mundial, también habría que levantárselo a March. Aquí el banquero aparece en otro papel. Fue el financiador más importante de la conspiración monárquica y de su logro más significativo: la adquisición de aviones de guerra modernos o muy modernos con objeto de apoyar el golpe que iban a poner en práctica unos jefes y oficiales seducidos por la extremista organización monárquico-militar que fue la UME. El objetivo estribó en implantar un sistema parecido al existente en la Italia fascista y que también se construía con elementos ya experimentados en España durante la dictadura primorriverista. No en vano habían sido soportes y apoyo de ella muchos de los conspiradores que figuran en este libro. El proyecto monárquico resultó fallido por causas debidas al juguetón azar, como fueron la desaparición de Calvo Sotelo y Sanjurjo y la aparición en primer plano de la escena de un general llamado Francisco Franco, que se autoerigió después un monumento como si hubiese sido el inspirador del golpe. Añadiré que, si todos deben ser condenados como actores inmediatos de la catástrofe española, tampoco puede faltar entre ellos el banquero mallorquín.

La leyenda construida por los vencedores en torno a las causas y orígenes del golpe del 18 de julio buscó desde el primer momento explicacio nes y justificaciones que hoy pueden tirarse a la papelera en términos historiográficos. Sin embargo, algunas de las que fueron desgranándose subsisten en ciertos sectores de la sociedad española. Al parecer son inextinguibles. Ya las denunció Southworth para la primavera de 19361. Sin ánimo exhaustivo, pueden clasificarse en seis categorías ligadas a

a) La ilegitimidad radical de la Segunda República desde su origen mismo.
b) El carácter esencialmente «revolucionario» de la misma promovido por las izquierdas.
c) La agresión a la que sometió a las fuerzas vivas de la nación: Iglesia, militares y propietarios.
d) La política tendente a la destrucción de la unidad de la PATRIA (dicho siempre con un énfasis que traduzco en mayúsculas).
e) La esencial incapacidad del Gobierno, también supuestamente ilegítimo, de mantener, después de las elecciones de febrero de 1936, el orden público para desembocar en una revolución que era preciso prevenir a toda costa.
f) Finalmente, pero no en último lugar, el peligro de que, ya marxistizada, España cayera víctima de la estrategia moscovita tendente a penetrar en la Europa occidental por su bajo vientre, con el fin de asestar un golpe casi mortal a la civilización cristiana y occidental.

Esta relación, declinada con particular delectación para los períodos de 1931-1933 y la primavera de 1936, no ha permanecido estática. Tras el final de la guerra fría, el hundimiento de la URSS y la debilitación casi mortal de la mayor parte de los partidos comunistas en el mundo occidental, han abierto paso a un cierto aggiornamento de las leyendas anteriores. Está basado en percepciones e intereses presentistas. Toma como término de comparación la experiencia de la Transición. Ha pasado a enfatizar no tanto la responsabilidad de los comunistas, sino la radicalización socialista de Largo Caballero y sus seguidores. Como si no se hubiera desentrañado ya lo que hubo detrás. Pocos parecen haber leído, por ejemplo, la biografía que de él escribió no ha tanto tiempo el añorado Julio Aróstegui.

Lo que no se hace en este libro es una historia, ni siquiera parcial, de la República. Hay muchas y buenas. Yo recomiendo siempre la de Eduardo González Calleja, Francisco Cobo Romero, Ana Martínez Rus y Francisco Sánchez Pérez, quizá la obra más amplia que existe. También me remito al trabajo de Ángel Luis López-Villaverde o al ensayo de Ricardo Robledo sobre el giro ideológico en la historia contemporánea española. Los tres me excusan, espero, de prestar solo una atención muy limitada al discurso político e ideológico de la época. Pongo el énfasis en actuaciones, y no tanto las que se produjeron en el espacio público, sino en las encubiertas, relacionadas con la trama civil y militar monárquica en sus dos ramas, la alfonsina y la carlista. Algunas son conocidas. Otras, no. Esta obra tampoco es un ensayo sobre un capítulo, muy debatido, de la política exterior italiana bajo Mussolini. Aunque con algunos años a su espalda, el de Azzi ofrece una buena introducción.2

En uno de los libros más influyentes entre los estudiantes de mi generación titulado ¿Qué es la Historia?, allá por los años sesenta del pasado siglo, su autor, el destacado historiador inglés E. H. Carr, aconsejó a sus lectores que «antes de estudiar los hechos, estudien a quien los historia».3 En la medida en que el objeto de esta obra es uno de los más debatidos en la historiografía contemporánea española, e incluso en la sociedad actual, creo necesario señalar que, en casa de mis padres, como en tantas otras en la época, casi nunca se habló de la guerra civil. Se evocaban repetidamente, eso sí, algunos episodios. En general, los contaba mi madre: cómo, en una ocasión, un miliciano le entregó un vale por unos productos y le dijo que fuese a cobrarlo a la checa de Bellas Artes. Alguien de los que estaban dentro y que la conocía la sacó a toda velocidad y le ordenó que no volviera. Otro episodio se refería al 18 de julio en Madrid. Su hermana estaba casada con un militar. Pocos días antes de aquella fecha su cuñado fue a despedirse. Se encerraba con su regimiento en el Cuartel de la Montaña. Cuando cayó este, mi madre fue inmediatamente a ver qué le había pasado. Lo encontró en el patio. Se había pegado un tiro. Algo similar ocurrió a un compañero del militar comunista Antonio Cordón, quien lo cuenta en unas memorias cuyo texto completo edité.

La presente obra está dedicada a mi mujer y a mis hijos, que han soportado durante muchos años un ritmo de trabajo agotador. Sin su apoyo, cariño y lealtad no hubiera podido aguantarlo. También a mis padres, quienes con grandes sacrificios hicieron posible la mejor educación que pudieron facilitarme. Soy el primero de la familia en haber ido a la universidad y si lo conseguí fue, en gran parte, gracias a ellos. Igualmente, lo dedico a muchos que se han ido. Cuando iba muy adelantado en su redacción, me llegaron las noticias del fallecimiento de Manuel Marín, exvicepresidente de la Comisión Europea y del Congreso de los Diputados, así como del profesor Josep Fontana. He querido, en homenaje, unir sus nombres al de mis padres junto con los del coronel y profesor Gabriel Cardona y de Julio Aróstegui. Otros que han influido en mi carrera se encuentran al final, junto con mis agradecimientos. Copio esta idea de un autor al que admiro mucho, Thomas Weber, que ha trabajado de manera renovadora sobre una figura «poco» conocida: Adolf Hitler. Mussolini y él salvaron a Franco.

Bruselas, enero de 2019.


____

1. Elecciones fraudulentas, terror rojo con el asesinato de Calvo Sotelo y plan comunista para apoderarse del gobierno. Southworth, 1964, citado por la edición de 2008, p. 327.
2. Azzi, en The Historical Journal, 1993.
3. Carr, p. 17: «study the historian before you begin to study the facts».



lunes, 8 de abril de 2019

Las burradas económicas de Pablo Casado

    

Las mentiras y burradas económicas de Pablo Casado son incompatibles con la democracia

Ganas de escribir


En un artículo anterior mencioné algunas de las mentiras recientes del secretario general del Partido Popular y, en concreto, las que tenían que ver con su propuesta de bajar o eliminar impuestos ( aquí ). Y otros economistas han hecho más o menos lo mismo.
Pero no sirve de nada. Casado es un mentiroso compulsivo, alguien a quien no le importa inventarse datos para tratar de descalificar a sus adversarios, a veces, llegando a decir auténticas burradas, como la que voy a comentar enseguida.
Hace unos días, hizo en Vitoria una serie de afirmaciones (tal y como puede verse en un video pinchando aquí ) que son completamente falsas, sin relación alguna con la realidad.
– Dijo Casado: “La inversión ha caído un tercio en España, 13.000 millones menos de inversión internacional”. Y Casado miente:
Esos 13.000 millones son la diferencia entre el segundo y el tercer trimestre de este año pero esa cifra se debe a que en el segundo trimestre de 2018 se registró una entrada extraordinaria de inversión extranjera de más de 20.000 millones de euros, pues una sola empresa recibió más de 14.000 millones ella sola.
La verdad de la inversión extranjera es otra. Según los datos del Banco de España, su nivel ahora es el más alto desde 2008: la inversión extranjera directa aumentó desde los 6.700 millones registrados en 2017 hasta los 38.20 millones en 2018. La inversión extranjera de cartera ha caído desde los 60.400 millones hasta los 36.800 millones en ese periodo pero este tipo de inversión es la puramente financiera y más volátil. Datos del Banco de España aquí .
– Dijo Casado: “El índice de producción industrial se ha desplomado un 10 por ciento”. Y Casado miente:
En enero de 2019 (último mes del que hay datos) el índice de producción industrial había aumentado un 2,4 puntos porcentuales respecto al año anterior. El índice general era del 105,313 en enero de 2018 y en enero de 2019 el 107,166. Los datos del Instituto Nacional de Estadística aquí aquí .
– Dijo Casado: “El consumo de los hogares se ha desplomado un 37 por ciento”. Y Casado miente y además dice una auténtica burrada:
El consumo de los hogares en el cuarto trimestre de 2017 fue de 170.097 millones, y en el último trimestre de 2018 (últimos datos de la Contabilidad Nacional) 176.590 millones. Datos del Instituto Nacional de Estadística aquí .
Lo que ha dicho Casado sobre la caída del consumo de los hogares no es sólo una mentira sino una auténtica burrada porque tendría que darse una guerra o algo peor para que se diera una caída de esa magnitud.
– Dijo Casado: “El sector de la construcción ha caído un 25 por ciento”. Y Casado miente:
El valor añadido bruto de este sector en el último trimestre de 2017 fue de 16.804 millones, en el segundo trimestre de 2018 de 17.604 millones y en el último de 2018 (últimos datos disponibles) de 18.390 millones. Datos del Instituto Nacional de Estadística aquí .
– Dijo Casado: “El consumo de bienes de equipo cayó un 2 por ciento”. Y Casado miente:
Sin saber a qué concepto se refiere exactamente no se puede verificar lo que dice, pero ese porcentaje del 2% sólo podría referirse (por aproximación) a la variación en la inversión en bienes intermedios (no exactamente bienes de equipo en su totalidad). La inversión en la totalidad de bienes de equipo ha caído un 1,7% en el último trimestre de 2018 pero ha aumentado un 4,8% en todo el año. Datos del Instituto Nacional de Estadística aquí aquí .
– Dijo Casado: “Cuando llegaba al gobierno el Partido Socialista se creaban en España 7900 empleos diarios y ahora se destruyen en España 6.800 empleos al día”. Y miente Casado porque manipula las cifras:
Como ha demostrado Daniel Fuentes ( aquí ) esos datos de Casado resultan de comparar los empleos que se crearon en un mes (mayo) que siempre es de mayor creación de empleo con la de otro mes (enero) que siempre es muy malo y tiene un día más.
Si se acude a la Encuesta de Población Activa se comprueba que en el IV trimestre de 2017 había 18,998 millones de personas ocupadas, en el segundo trimestre de 2018 19,344 millones y en el último de 2018 19,546 millones, es decir, 548.000 empleos más que hace un año (Datos del Instituto Nacional de Estadística aquí ).
– Dijo Casado refiriéndose a sus propias declaraciones: “Aquí no hay trampa ni cartón”.
Y Casado miente hasta en la retórica: Sí que hay trampa en sus palabras, en sus datos y en sus afirmaciones.
Pablo Casado es un mentiroso y un tramposo que se inventa las cifras para engañar a los españoles.
Me pregunto si una sociedad democrática y avanzada puede serlo realmente si permite que sus líderes actúen así. No estoy hablando de la opinión de Casado, que puede ser cualquiera y cuya expresión debe estar siempre garantizada, sea cual sea. No. Estoy hablando de mentiras, de un hecho objetivo consistente en dar como cierto lo que es manifiestamente falso con el evidente propósito de tergiversar así la conciencia y la opinión de millones de personas.
Yo creo que la democracia debe basarse en la deliberación y que ésta requiere la confianza, la información transparente y no manipulada para que no se altere la percepción real de las cosas, y la rendición de cuentas. Por eso creo que la mentira como sistema que practica Casado es incompatible con la democracia, que atenta contra ella y que habría que garantizar que la población conozca la falsedad que hay detrás de sus palabras. Pero no sólo en el momento electoral, cuando se supone que la ciudadanía “sanciona” o premia con su voto a los políticos, porque lo que precisamente persigue la mentira como estrategia es que a ese momento se llegue con un sesgo brutal del conocimiento que condicione el voto a favor de quien miente. Una sociedad avanzada como la nuestra en la que la información se transmite de modo tan decisivo y es tan determinante de todas las decisiones necesita garantizar el derecho a disponer de información veraz. Los juristas nos podrán decir cómo, pero me parece que la cuestión es ineludible y cada día más inaplazable.

Fuente: http://www.juantorreslopez.com/no-se-puede-evitar-que-pablo-casado-siga-diciendo-burradas-economicas-y-enganando-a-los-espanoles/

domingo, 7 de abril de 2019

De Adolf a Hitler. La construcción de un nazi.

Entrevista a  el historiador alemán  Thomas Weber sobre de Adolf a Hitler.
 La construcción de un nazi (Taurus) en la metamorfosis del dictador alemán.
¿Cómo Adolf, un buen soldado con ideas políticas confusas y sin ambición, se convierte en Hitler, un líder implacable con posiciones extremistas?  


ANDRÉS SEOANE

En los duros meses posteriores a la Primera Guerra Mundial, un joven Adolf Hitler se encuentra en Múnich intentando evitar la desmovilización para no quedarse en la calle. Si bien fue un soldado eficiente, nunca llegó a destacar especialmente más que como un tipo raro y solitario para quien el ejército era su familia y a quien no se le conocía ningún tipo de inclinación o afiliación ideológica. Sin embargo, el paulatinamente convulso y radical clima político de la capital bávara y la evolución de los padecimientos alemanes de posguerra provocarían una profunda transformación en el joven exsoldado. ¿Cuándo Adolf, un buen soldado con ideas políticas confusas y una ambición moderada se convierte en Hitler, un líder natural con posiciones extremistas?

 ¿Cómo fue posible que, en tan solo unos pocos años desde su regreso a Múnich, ese soldado se convirtiese en un demagogo nacionalsocialista profundamente antisemita? Tras desmontar el mito del Hitler héroe de guerra en su anterior libro La primera guerra de Hitler(Taurus, 2012), el historiador Thomas Weber (Hagen, Alemania, 1974), profesor de Historia Europea e Internacional en la Universidad de Aberdeen, bucea en De Adolf a Hitler. La construcción de un nazi (Taurus) en la metamorfosis del dictador alemán.

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Pregunta.- Tras su primer libro, ahora se ocupa de la distorsionada versión del ardoroso nazi de época republicana. ¿Hay todavía partes mal comprendidas de la vida de Hitler?

Respuesta.- Totalmente. Tras escribir el primer libro la gente no paraba de preguntarme cómo fue posible que una persona tan solitaria y poco carismática durante la guerra se convirtiera tan rápido en el Hitler líder que todos conocemos. ¿Cómo fue este proceso, cómo absorbió Hitler todas estas ideas de la derecha? No basta decir, como se simplificó durante muchos años, que Hitler estaba lleno de odio. Trato de humanizar al personaje y tener empatía, que no comprensión, para poder entender como fue este proceso, porque convertirlo en un monstruo no sirve de nada. Múnich acogía entonces un entorno político nada homogéneo, incluso la derecha estaba escindida en muchos grupúsculos, así que sus contactos con estas ideas tuvieron que ser paulatinos. Sobre esta base especulativa comencé a investigar cómo se produjo la transformación Adolf en el Hitler que conocemos, y éste es el resultado.
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P.- El eje del libro es, en efecto, diferenciar entre cómo se construyó realmente el Hitler político y líder y la versión oficial que dio sobre ello, ¿en qué puntos divergen ambos relatos?

R.- En casi todos. El libro narra estas dos historias paralelas, la verdadera, los hechos, y la semificticia que creó Hitler, tan bien construida que a veces es complicado diferenciarlas. Es muy importante tomarse en serio esta historia inventada de Hitler, porque no podemos simplemente asumir que todo nace de su imaginación. Las exageraciones, contradicciones y mentiras manifiestas de Hitler se utilizaron con fines políticos, forman parte de su transformación en un líder atractivo. Es un claro ejemplo de populismo. En un mundo donde alguien como él, que no era nadie, no debería haber tenido un hueco en la política, aprovechó el gran cambio social de la época para crearse su lugar y generar unas expectativas. Y reinventó su propia vida para encajar la realidad con esas expectativas. Convirtió al soldado disciplinado y leal de simpatías socialistas, un oportunista que sirvió a un ejército que defendía el comunismo hasta 1919, en un acérrimo antisemita partidario de tomar Berlín por las armas.
Hitler es un claro ejemplo de populismo. Reinventó su vida para poder encajar en las expectativas políticas que iba creando"
P.- Incluso apunta que en su momento Hitler fue rechazado por el Partido Socialista, ¿podría haber sido un radical de izquierdas? ¿Hasta qué punto estaba definida o era clave en sus comienzos la ideología?


R.- Sí, ¿por qué no? En determinado momento Hitler podría haberse convertido en un líder de izquierdas. Al volver de la guerra tenía un confuso batiburrillo ideológico. En aquel entonces, las alas radicales de la izquierda y la derecha compartían muchas ideas clave. Les unía el colectivismo, y por tanto el rechazo del liberalismo y el individualismo; el rechazo del internacionalismo y la globalización, creían en el principio nacional, que el Estado debería organizar la vida… En este contexto no resulta sorprendente que el joven Hitler se moviera entre ambos espectros ideológicos. Si las condiciones hubiesen sido distintas, creo que Hitler podría haber terminado en un grupo político de izquierdas, pero el Hitler que habría emergido entonces habría sido uno muy distinto al que emergió.

Radicalización exprés

Como explica el historiador, el Hitler de 1919 no tenía una ideología muy clara y su filiación se basaba más en el oportunismo, como cuando decidió permanecer en el ejército bajo el gobierno socialista para no perder su paga. Entonces, ¿cuándo se empezó a conformar el Hitler que conocemos? ¿Cuáles fueron las motivaciones de esa metamorfosis que articula el ensayo? Según Weber, la razón clave de su transformación, contradiciendo a lo que él mismo cuenta en Mein Kampf, tuvo lugar en el verano 1919 al darse cuenta, tras el Tratado de Versalles, de la verdadera derrota de Alemania y de sus consecuencias. "Ese es el momento de la radicalización de Hitler, que fue muy rápida, pero mucho más tardía de lo que afirmaba en sus memorias. La derrota fue un shock para él, y se propuso seria y honestamente descubrir qué se debían la debilidad interna y externa de Alemania. Él pensaba que estaba haciendo algo positivo".

En ese contexto, el futuro dictador recibe una formación como propagandista y se ve expuesto a varias influencias de la derecha política radical, con la que comienza a tratar porque sus respuestas le parecen las más convincentes para explicarse a sí mismo por qué Alemania ha llegado a ese estado. "Es complicado responder por qué escogió unas ideas y no otras, del amplio bufet que le ofrecía la política muniquesa de la época", apunta Weber, que reconoce que "incluso hoy en día es difícil decir qué nos lleva a decantarnos por ciertas opciones políticas o por qué una respuestas política a un problema es más convincente que otra".


Imágenes oficiales que Hitler hizo circular a partir de 1923
Lo que sí tiene claro el historiador es que sí se puede decir son las ideas políticas previas de Hitler, antes de su radicalización de 1919. "Es inconcebible pensar, por ejemplo, que podría haber terminado en el partido liberal, porque esto iría en contra de sus ideas colectivistas y nacionalistas y pangermanistas, que cultivaba desde muy joven". En lo que respecta al antisemitismo, "sólo cabe especular con experiencias de tipo personal, con aspectos desconocidos de su vida privada. Es cierto que el antisemitismo era una válvula de escape habitual en momentos de crisis durante toda la historia de Europa, pero la radicalización de ese antisemitismo fue tanto oportunismo político como algo derivado de un trauma personal de su vida privada".
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 Hitler ensayando sus discursos frente a un espejo

P.- ¿Qué papel jugó Baviera como cuna del nazismo? ¿Por qué pudo arraigar allí contra todo pronóstico?

R.- Baviera y su situación política fueron claves. Pero creo que es más complicado de lo que se suele decir. El partido nazi se fundó en Baviera, sí, pero como fuerza de oposición contra la idea política más popular en la región, el secesionismo o la independencia de Baviera. El partido político nazi iba en contra de esta idea porque se basaba en una concepción alemana, no bávara. Durante mucho tiempo, la élite muniquesa no quería tener nada que ver con Hitler, y Hitler por su parte se reunía con otros inmigrantes de diversas regiones germanas. En algún momento del libro digo que sin Baviera (y sus tensiones políticas) no habría habido partido nazi, pero al mismo tiempo no hubiera habido Tercer Reich si el resto de Alemania hubiera sido como Baviera (tan independentista). Allí, el partido nazi fue tolerado, a pesar de que iba en contra de la idea separatista, porque la élite política lo veía como un grupo que podía utilizar como una palanca para llegar a Berlín. Tenían concepciones políticas diferentes, pero un enemigo común, el gobierno alemán de Berlín. Y hasta 1923, pensaron que podían explotar a los nazis para conseguir más poder nacional.
El antisemitismo de Hitler fue tanto oportunismo político como algo derivado de un trauma personal"

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Hitler ensayando sus discursos frente a un espejo

P.- Fue en el 23 cuando los nazis dieron su primer golpe de Estado. ¿Qué incidencia real tuvo el llamado putsch y qué consecuencias tuvo para Hitler y para el propio partido el posterior juicio?

R.- El putsch fue inicialmente un desastre, un fracaso. Algunos de los asesores más cercanos de Hitler fueron asesinados y otros encarcelados. Él lo sintió como una derrota, porque pensaba que 1923 era el momento de la revolución nacional, de tomar Berlín. Pensaba que su movimiento político estaba destruido y pensó incluso en el suicidio. Inicialmente en el juicio estaba lleno de venganza y quería demostrar que en Baviera todos los poderes y tendencias políticas querían utilizarlos como herramienta política. Pero luego pasa algo sorprendente. Hitler se da cuenta de que todo el mundo le echa la culpa a él, incluso de cosas de las que no era responsable. Eso le daba el escenario y la atención política que siempre había querido tener. Por eso empieza a aceptarlo todo, se hace responsable de cosas que él no había hecho. En este sentido el juicio es casi más importante que el Mein Kampf, aunque en el libro pasa algo parecido. Al principio quiere escribirlo como un libro de venganza, pero se da cuenta de que es su oportunidad de reinventar su vida hasta el momento del putsch.


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Evitar los hítleres del futuro

Esta de reinventarse es, como vemos, una constante en la vida de Hitler. Una estrategia que el dirigente ya había utilizado antes de su libro más famoso. Cuenta Weber, que antes del Mein Kampf Hitler ya había escrito una autobiografía dedicada a ensalzar su figura y a presentarse como "el salvador de Alemania", una obra que jugaría su papel propagandístico en su ascenso. "La importancia principal de este primer libro, titulado Adolf Hitler: su vida y sus discursos, es que nos demuestra cómo actuaba Hitler como agente político", explica el historiador. "Hasta 1923, cuando se publica, Hitler no permite que le saquen fotografías ni habla nunca sobre su propia vida. Entonces, cambia radicalmente de forma de actuar, porque se da cuenta de que para ser un líder la gente debe saber quién es". Comienza su propaganda. Escribe esta pequeña autobiografía e insta a otra persona a que la publique como una biografía. "Utiliza su propia vida, su conversión política como una especie de relato de iniciación. Pero va incluso más allá que en el Mein Kampf, porque al presentarla como una biografía es mucho más explicito a la hora de usar un lenguaje mesiánico y compararse directamente con Jesús".

P.- Cierra el libro con un llamamiento al futuro, advirtiendo que el que no haya nuevos hítleres, dependerá de nuestra defensa de la democracia, destruida en los años 20 y 30 por los populistas. Hoy en día se hacen muchas analogías con esa época, ¿cómo de fácil sería volver a ese contexto?

Que vuelva a haber o no una época de tiranos depende de que reparemos la democracia"
R.- Esas similitudes con el pasado son lo que de verdad me preocupa. En los últimos años vuelve a haber una política de adversarios, de enemigos. Estamos descalificando y despreciando a la gente con otras ideas en lugar de intentar entendernos. Además, vivimos aún una profunda crisis económica, y en consecuencia, la gente pone en duda la globalización. También es interesante cómo se pone en duda el capitalismo, para lo que hay buenas razones vista la crisis de 2008, pero esa crítica por parte de los extremistas presenta fuertes paralelismos con el Hitler del 19 y del 20, que retó al capitalismo de la época. Y no es ninguna coincidencia que hayamos visto en casi todo el mundo un auge del antisemitismo en los últimos años.

» En definitiva, en muchos contextos nacionales hay realidades preocupantes, pero no tanto en términos de líderes políticos, sino en lo tocante a las condiciones. Antes hablábamos de Baviera, cuyas condiciones económicas de crisis y cuyas ambiciones de independencia política fueron el caldo de cultivo del nazismo. En ese sentido es difícil no pensar en paralelismos con Cataluña. También es preocupante ver como los grupos políticos se alían con grupos pequeños y radicales para luchar contra un enemigo común, el gobierno de Berlín entonces, ahora el de Madrid. Porque finalmente, perdieron el control de esos pequeños grupos en principio insignificantes, convertidos luego en grandes fuerzas políticas. Ese es el peligro de vilipendiar a los líderes políticos en los que no creemos. Si llevamos a un líder a la cárcel o si los enviamos a Berlín o Bruselas, existe el peligro de que se transforme. No quiero ser alarmista, no creo que ninguno de los políticos actuales se vaya a convertir en una persona peligrosa. Pero que vuelva a haber o no una época de tiranos depende en gran medida de que reparemos la democracia antes de que las condiciones sean tales que los peores demagogos y su centenar de seguidores se conviertan en legión.