jueves, 15 de noviembre de 2018

El neocolonialismo occidental .




Cuando un colonialismo oculta otro

Le Grand Soir

Traducido del francés para Rebelión por Caty R.

Que los niños yemeníes mueran de hambre por millares, que los palestinos caigan bajo las balas del ocupante, que siria sea un campo de ruinas y Libia esté inmersa en el caos, apenas nos conmueve. ¿Hay manifestaciones, huelgas o protestas? No realmente. Ni manifestaciones significativas ni debates dignos de ese nombre. El crimen neocolonial se digiere sin dificultad. Pero si sufriéramos lo que nuestros gobiernos infligen a pueblos que no nos han hecho nada, ¿qué diríamos? ¿Si una alianza criminal nos condenase a morir de hambre o de cólera, como en Yemen?(1) ¿Si un ejército ocupante matase a nuestra juventud porque se atreve a protestar, como en Palestina? ¿Si las potencias extranjeras armasen a las milicias para destruir nuestra república, como en Siria? ¿Si una coalición extranjera hubiera bombardeado nuestras ciudades y asesinado a nuestros dirigentes, como en Libia?
La tendencia de los países supuestamente civilizados de echar un púdico velo sobre sus propias infamias no es nueva. Con su «limpieza» la democracia occidental ve más fácilmente la paja en el ojo del vecino que la viga en el propio. De derecha, de izquierda o de centro, vive en un mundo ideal, un universo feliz donde siempre tiene la conciencia de su parte. Sarkozy destruyó Libia, Hollande Siria, Macron Yemen, pero nunca habrá un tribunal internacional que los juzgue. Según el criterio de nuestra bella democracia esas masacres solo son naderías. Un desliz pasajero, si no queda más remedio, pero la intención era buena. ¿Cómo van a querer las democracias otra cosa que el bienestar para todos? Sobre todo destinado al elector medio, el discurso oficial de los occidentales traduce siempre la garantía inamovible de pertenecer al campo del bien. ¿Ustedes sufren opresión, dictadura, oscurantismo? No se preocupen, ¡les enviaremos a los bombarderos!
Sucede sin embargo que en el giro de una frase, en el secreto de las negociaciones internacionales, subrepticiamente se levanta una esquina del velo. Asistimos entonces a una forma de reconocimiento y un mercachifle confiesa el crimen esbozando una sonrisa burlona. En 2013 cuando Francia intervino en el Sahel, el ministro de Asuntos Exteriores Laurent Fabius llamó a su homólogo ruso para conseguir el apoyo de Rusia en la ONU. Lavrov se sorprendió entonces de esa iniciativa francesa contra los yihadistas que París había apoyado durante la intervención en Libia, en 2011: «¡Es la vida!» le contestó el ministro francés. ¿Sembrar el terror para abatir un Estado soberano? «Es la vida», pero que no se preocupe ese criminal, ningún tribunal le pedirá cuentas. La Corte Penal Internacional (CPI) es un tribunal para los indígenas, está reservado a los africanos. Las personas como Fabius poseen el arte de esquivarlo.
Empapados de un discurso que les dice que su país siempre está en el lado bueno, los franceses parecen estar a años luz del caos que contribuyen a crear sus dirigentes. Los problemas del mundo solo les afectan cuando las hordas de miserables se presentan en sus puertas. Y son numerosos los que deciden dar su voto –como muchos otros europeos- a quienes les prometen librarlos de esa invasión. Por supuesto esa defensa de la «casa propia» debería ir acompañada, lógicamente, del rechazo a la injerencia en la casa de los demás. ¿Qué clase de democracia autorizaría al fuerte a inmiscuirse en los asuntos de los débiles? Pero la experiencia demuestra que esos «patriotas» raramente se encuentran a la cabeza de la lucha por la independencia nacional fuera del mundo presuntamente civilizado. ¿Qué partidos de derecha europeos, por ejemplo, apoyan el derecho de los palestinos a la autodeterminación? Es obvio que no se apresuran a honrar sus propios principios.
Pero eso no es todo. Podemos incluso preguntarnos si esos presuntos patriotas lo son realmente con ellos mismos, ¿cuántos de ellos son favorables a la salida de sus países de la OTAN, esa máquina de reclutar naciones europeas? Como a la pregunta anterior, la respuesta está clara: ninguno. Esos «nacionalistas» juzgan a la Unión Europea por su política migratoria, pero solo es un trozo de su repertorio patriótico, un auténtico disco rayado de acentos monocordes. Sacan músculo frente a los emigrantes pero no son tan viriles frente a Estados Unidos, los bancos y las multinacionales. Si se tomasen su soberanía en serio se preguntarían por su pertenencia al «campo occidental» y al «mundo libre». Pero eso es mucho preguntarse.
En esta incoherencia generalizada Francia es un caso de manual. Una derecha determinada -extrema derecha más bien- critica con mucho gusto las intervenciones en el extranjero, pero de forma selectiva. El Frente Nacional, por ejemplo, denuncia la injerencia francesa en Siria, pero aprueba la represión israelí contra los palestinos. ¿El derecho de los pueblos al autogobierno es diferente de unos a otros? De hecho ese partido hace exactamente lo mismo que una presunta izquierda que apoya a los palestinos –de boquilla- y aprueba la intervención occidental contra Damasco, señalando incluso que no hacemos lo suficiente y deberíamos bombardear ese país más duramente. El drama es que esas dos incoherencias gemelas –y contrarias- ciegan al pueblo francés.
Comprobamos esta ceguera al ver que mientras los izquierdistas desean el derrocamiento de un Estado laico por los mercenarios de la CIA (en nombre de la democracia y los derechos humanos) los nacionalistas apoyan la ocupación y la represión sionista en Palestina (en nombre de la lucha contra el terrorismo y el islamismo radical).
Es verdad que ese cruce entre pseudopatriotas y pseudoprogresistas tiene también una dimensión histórica. A su manera acarrea la herencia envenenada de los tiempos coloniales. Así la derecha nacionalista critica el neocolonialismo occidental en Siria pero encuentra insoportable que se recuerden los crímenes coloniales perpetrados por Francia en el pasado en Indochina, Argelia o Madagascar. Se supone que no es voluntario, pero la izquierda contemporánea –en nombre de los derechos humanos- hace exactamente lo contrario: juzga al viejo colonialismo, como el de la «Argelia francesa», pero aprueba la intervención neocolonial en Siria contra un Estado soberano que arrebató su independencia al ocupante francés en 1946. En resumen, la derecha ama locamente el colonialismo pasado y la izquierda ama localmente el colonialismo presente. Se riza el rizo y en definitiva todo el mundo está de acuerdo. Víctima: la lucidez colectiva.
Francia es uno de los pocos países donde un colonialismo esconde otro, el viejo, el que hunde sus raíces en la ideología pseudocivilizadora del hombre blanco, se encuentran como regenerado por la sangre nueva del «belicismo del derecho humanista». Ese colonialismo, a su vez, es un poco como el antiguo colonialismo « puesto al alcance de los caniches», parafraseando a Céline. Quiere hacernos llorar antes de lanzar los misiles. En todo caso, la connivencia implícita entre los colonialistas de todos los pelajes –los viejos y los jóvenes, los antiguos y los nuevos- es una de las razones de la errancia francesa en la escena internacional desde que rompió con una doble tradición, gaullista y comunista, que a menudo le ha permitido –no sin extravíos- barrer su casa: la primera por convicción anticolonialista, la segunda por inteligencia política. Sin duda llegará un día que se dirá, resumiendo, que si Francia sembró el caos en Libia, en Siria y en Yemen, en el fondo, fue para «compartir su cultura», como afirmó François Fillon respecto a la colonización francesa de los siglos pasados. En el «país de los derechos humanos» todo es posible, incluso el autoengaño.
Bruno Guigue, antiguo alumno de la École Normale Supérieure y de la ENA, alto funcionario de Estado de Francia, escritor y politólogo, profesor de filosofía de educación secundaria, encargado de cursos en relaciones internacionales en la Universidad de La Reunión. Es autor de cinco libros, entre ellos Aux origines du conflit israélo-arabe, L'invisible remords de l'Occident, y de cientos de artículos.



 (1)Yemen 

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Algo huele a podrido .

Crónica perpleja de la España en cueros


La venta de la regeneración de los órganos del Poder Judicial recorre todo el espectro. Es un pufo. Seguimos en las mismas. Con algo menos de peso de togas con telaraña y látigo justiciero que igual no es lo mismo que justo
El rey sonríe, por fin, en Perú. Y ofrece al país andino apoyo para luchar contra la corrupción. Sobran las palabras, sobra todo
Si a mí, que tengo verdadera pasión por el periodismo, se me cierra el píloro para tragar una más de estas noticias, de la desfachatez mayúscula que se ha adueñado de este país, qué no será a los demás

 


 Flota en el aire un descrédito de la política que suele resaltarse más cuando no gobierna la derecha de todas las letras. Potente. Va por barrios e intereses. Por ojos tuertos, de los de mirar. Hay cronistas, solventes además, a quienes molesta que la nueva generación de políticos sean guapos. Tal cual. Otros espantos más responsables indican que algo pasa. Personalmente estoy experimentando la sensación de conectar la tele, una radio o una web y ver a Pablo Casado pongamos por caso, no solo, y sentir que me hacen engullir una tarta de merengue con chantilly después de haberme comido un pavo entero relleno de salchichas.
Puede ser peor. Abrir la puerta y encontrarse al propio Pablo Casado con su sonrisa Colgate vendiéndonos la Biblia de los testigos de la España franquista.  Ha anunciado su intención de ir casa por casa buscando el voto, no invento nada. Mientras su fiel Teodoro García Egea nos hace una demostración de lanzado de huesos de aceituna al tiempo que recita poemas épicos de la dictadura: "España es el limpio orgullo de la historia de la raza", "el Padre Nuestro que rezas por la mañanas y el rojo y gualda que pone ese nudo en tu garganta".


Pedro Sánchez entretanto se desdecirá de algo. Y, ya puestos, aconsejará a Theresa May que repita el referéndum del “brexit” a ver si ahora sale bien. Posibilidad que será cortesmente rechazada, incluso no tan cortesmente: "Londres responde a Pedro Sánchez que " nunca aceptará un segundo referéndum sobre el Brexit". 
La venta de la regeneración de los órganos del Poder Judicial recorre todo lo  que llaman el espectro y empiezo a entender –a estas alturas- porqué. Desde que es un CGPJ escorado a la izquierda a que los hábiles gestores han logrado una mayoría progresista. Han  elegido ya hasta al presidente. Adivinando el sentir de los vocales todavía ignotos que tendrán como primera misión decidir que el jefe sea precisamente ése.  Y va y se cae la magistrada Victoria Rosell que iba por Podemos. O la tiran. Se dice que Marchena ya tiene ese poder y que lo habría ejecutado vía PSOE, lógicamente, ya que figuraba en su cupo. De nuevo. Mire no, es un pufo. Seguimos en las mismas. Con algo menos de peso de togas con telaraña y látigo justiciero que igual no es lo mismo que justo.
La izquierda, o sea Podemos en este caso, aprovecha que puede rentabilizar algunos logros de política sensata y que se acercan unas elecciones para tirarse los trastos a la cabeza en zonas sensibles de las cúspides. Con gran despliegue informativo. Es conocida esa especial sensibilidad de gran parte de los medios por dar cuenta de cuánto hace mal Podemos. Exhaustivamente.
A Artur Mas y otros ex consejeros de la Generalitat les condenan a pagar lo que estiman fue el coste de la consulta del 9N de 2014. Lo ha evaluado el Tribunal de Cuentas, al que Soraya Saénz de Santamaría encomendó el trabajo. Y por esa vez el organismo obró con celeridad para que no hubiera prescripción –como con las privatizaciones de Aznar, caso de interesar-. A Esperanza Aguirre nadie le pide que devuelva los  100 millones de euros que dilapidó en la Ciudad de la Justicia. Ni todo lo demás. Un catálogo que incluye hasta campos de Golf urbanos. De los pufos de la M30 de Gallardón tampoco sabemos nada. De los fastos de las relaxing cups olímpicas de Botella –perdón por lo tosco de la coincidencia- ni media palabra tampoco. Ni del aeropuerto de Castellón. Ni de tantas cosas. Del Castor del bipartidismo ni hablamos. Que al menos se le pagó -rápidamente- a Florentino Pérez para que no siguiera provocando terremotos en Levante y  es una tranquilidad.
Inés Arrimadas hace de Inés Arrimadas en la televisión autonómica que tanto detesta: TV3. Y es que para sentarse ante el periodismo no sirven los guiones traídos de casa. Albert Rivera continúa salvando España de los malvados y desayunando cada día, alternativamente, con las reinas del sensacionalismo televisivo. Y el otro, al que andan publicitando con ahínco, cabalga por las llanuras reconquistando Andalucía. Como El Quijote de Cervantes. ¿O será de Kant? ¿De Francisco Franco tal vez?
Al fascista que quería atentar contra el presidente del gobierno lo tenemos bien protegido, a punto de ser canonizado. A la Audiencia Nacional, de tapadillo. Dos artistas se enfrentan a penas de cárcel por grabar en la cripta del Monumento a los Caídos de Pamplona para un documental sobre las catacumbas del franquismo. A 14 personas detenidas en la noche el 15 de mayo de 2011 en Madrid, les piden la pena máxima prevista en la legislación, hasta 6 años en algunos casos. Un duro varapalo para un movimiento que dio la vuelta al mundo y que algunas perspectivas cambió. 
Cruzan el aire, como cometas, los sobres en el PP, los sobornos, las escuchas, los  chóferes dobles y hay quien sigue viendo el cielo nítido por alguna rendija. En el terreno inmobiliario, es mucho más noticiable un chalet comprado en hipoteca con dinero propio, que una  casa presuntamente regalada con dinero público de los fondos reservados, según denuncia un lenguaraz comisario encarcelado. Todo depende de los inquilinos. Entre Inda y Villarejo se lo guisan y su prensa compra y distribuye. Ay, Felipe de mi vida.
El rey sonríe, por fin, en Perú. Y ofrece al país andino apoyo para luchar contra la corrupción. Sobran las palabras, sobra todo.
La capacidad de contemplar la venta de motos online on air y en papel de toda la vida para leer en los bancos al sol de las mañanas, me satura. Y es que todavía asombra que algunos planteamientos lleguen siquiera a formularse. Y que cuelen. Si a mí, que tengo verdadera pasión por el periodismo, se me cierra el píloro para tragar una más de estas noticias, de la desfachatez mayúscula que se ha adueñado de este país, qué no será a los demás. Cómo lo llevan epiglotis menos curtidas.
       



lunes, 12 de noviembre de 2018

La guerra fría : De Stalin a Putin .

Contrahistoria de la Guerra Fría

La Grand Soir

Traducido del francés para Rebelión por Caty R.

De Ucrania al asunto Skripal, de Siria al Russiagate, la actualidad ofrece una ración diaria de lo que bien podríamos denominar «la nueva guerra fría». Como en los buenos viejos tiempos, el mundo se divide en buenos y malos y sufrimos una avalancha impresionante de propaganda. Esto no es nuevo. Para acreditar una amenaza soviética suspendida como la espada de Damocles sobre las democracias occidentales, se propagó en repetidas ocasiones, hasta los años 80, que el arsenal militar de la URSS era claramente superior al de Estados Unidos. Pero era totalmente falso. «Durante todo ese período, señala Noam Chomsky, se desplegaron grandes esfuerzos para presentar a la Unión soviética más fuerte de lo que era realmente y dispuesta a aplastarlo todo. El documento más importante de la Guerra Fría, el NSC-68 de abril de 1950, intentaba disimular la debilidad soviética que el análisis relevaba, con el fin de dar la imagen deseada del Estado esclavista que perseguía implacablemente el control absoluto de todo el mundo» (Año 501. la conquista continúa). Esta amenaza sistemática era claramente una ficción. El arsenal soviético siempre fue inferior al de sus adversarios. Los dirigentes de la URSS nunca tuvieron la intención de invadir Europa Occidental y todavía menos de «conquistar el mundo». De hecho la carrera armamentista –y especialmente del armamento nuclear- es una iniciativa típicamente occidental, una especie de aplicación del dogma liberal de la competencia económica al asunto militar. Es por eso que esta competición mortífera –en la que rozamos el Apocalipsis atómico al menos una vez en octubre de 1962- fue la cantinela mantenida por Washington desde el día siguiente de la victoria aliada sobre Alemania y Japón.

 sigue  ...