sábado, 20 de octubre de 2018

Otra de "bankgangsters" .La alianza de jueces y banqueros .


  La bancaManel Fontdevila . Diario.es.



Ya es tarde

Una vez que se ha conocido la fundamentación jurídica de la sentencia, no es posible seguir haciendo las cosas como se venían haciendo

Javier Pérez Royo

 La sentencia conocida este jueves de la Sección Segunda de la Sala Tercera del Tribunal Supremo que establece que es la entidad bancaria la que viene obligada al pago del impuesto de actos jurídicos documentados en los préstamos hipotecarios, ha tenido un impacto enorme en la opinión pública. Impacto que se ha traducido de manera inmediata en la cotización en bolsa de todos los bancos, aunque no con la misma intensidad en todos.

Los magistrados de la Sección eran muy conscientes de la transcendencia de la decisión que iban a adoptar y por eso han sido enormemente meticulosos a la hora de fundamentar su decisión y justificar por qué se apartan de la que había sido la doctrina ininterrumpida de más de veinte años del Tribunal Supremo.




A un no especialista en derecho tributario, como es mi caso, lo que más me ha sorprendido de la lectura de la sentencia es que lo que los magistrados ven no se haya visto antes. ¿Cómo es posible que durante más de dos décadas no se haya visto que en la operación de préstamo para la adquisición de una vivienda únicamente a la entidad bancaria le interesa la constitución de la hipoteca en escritura pública como garantía y que, en consecuencia, debe ser ella la que venga obligada al pago del impuesto correspondiente?
El préstamo hipotecario es una operación única, que se instrumenta a través de un acto jurídico complejo. El elemento esencial de la operación es la transmisión/adquisición de una vivienda. El elemento accesorio es la constitución de una hipoteca. Cada uno de esos elementos es objeto de una figura tributaria: el impuesto de transmisiones del elemento principal, el impuesto de actos jurídicos documentados del accesorio. Es obvio que al adquirente de la vivienda solo le interesa el elemento esencial de la operación. Y es también obvio que a la entidad bancaria solo le interesa el elemento accesorio. Debería ser obvio que el adquirente de la vivienda viniera obligado al pago del primer impuesto y que la entidad bancaria viniera obligada al pago del segundo.
Pues esto que parece obvio no lo ha sido hasta antes de ayer. ¿A quién le interesa la constitución de una hipoteca en escritura pública? ¿Por  qué tiene que pagar el impuesto quien no tiene interés alguno en dicha constitución y dejar de pagarlo quien lo tiene? Sorprendentemente, durante más de dos décadas no ha habido ningún órgano judicial al que se le haya ocurrido formularlos.
Y ahora que se los ha formulado la Sección Segunda de la Sala Tercera del Tribunal Supremo, su respuesta puede tener efectos devastadores sobre el sistema financiero.
El presidente de la Sala Tercera del Tribunal Supremo lo ha advertido de manera inmediata y de ahí su reacción de suspender la tramitación de todos los recursos de casación que tuvieran el mismo objeto que el que fue resuelto antes de ayer y convocar a todos los magistrados que integran la Sala, a fin de que decidan si se mantiene o no la doctrina anterior a esta última sentencia.
Mi impresión es que ya es tarde para reaccionar. Una vez que se ha conocido la fundamentación jurídica de la sentencia, no es posible seguir haciendo las cosas como se venían haciendo. Tal como veo la situación, se puede poner en marcha una operación de control de daños, pero nada más. Negarse a aceptar la nueva realidad, únicamente puede conducir a que el problema alcance una magnitud imprevisible, pero enormemente superior a la que tiene ahora mismo. 



 y ver  ...


Madeleine Albright, se nos disfraza de antifascista


Madeleine Albright, la genocida de Ruanda e Irak se disfraza de antifascista




Uno de los principales rasgos de los fascismos es su habilidad en manipular la conciencia de las masas. Oficio en la que la señora Albright es una veterana. En lugar de estar en la prisión por ser el coparticipe necesario en la matanza de cerca de 2.000.000 de niños, ancianos, hombres y mujeres, Albright ha reaparecido para presentarse como la heroína del movimiento antifascista señalando a Donald Trump, ante un público que padece una aguda amnesia. Entre sus objetivos, ganar millones de dólares en venta de libros y dar conferencias, además de recoger el voto de miedo para su partido “Demócrata” en víspera de las elecciones del Congreso en noviembre. Suerte para ella que siempre encuentra periodistas poco doctos para lavarle la cara. Lo cierto es que, si bien es pronto para llamar fascista a Trump , no lo es para confirmar que Albright es una de las principales criminales de guerra del siglo.
La ex secretaria de Estado de EEUU Madeleine Albright, en una comparecencia en el Senado. AFP/NICHOLAS KAMM
La ex secretaria de Estado de EEUU Madeleine Albright, en una comparecencia en el Senado. AFP/NICHOLAS KAMM

De hecho, que Trump tomara el poder en 2016 se debió, en parte, a que el sector progresista de la sociedad estadounidense se negó a votar a Hilary Clinton, por ser belicista, peligrosa para la paz mundial, corrupta y elitista, quien con Albright y otros “demócratas” conspiraron contra su compañero Bernie Sanders, que contaba con mayor posibilidad de ganar que ella.
 Albright, apoyó a la candidatura de Hilary y atraer el voto femenino, amenazó: “ Hay un lugar especial en el infierno para las mujeres que no apoyan a otras mujeres ”, y le contestó la actriz Susan Sarandon: “Yo no voto con mi vagina”.

1. Genocidio en Irak

Hemos oído que medio millón de niños han muerto [como resultado de las sanciones contra Irak], más de los que murieron en Hiroshima. ¿Merece la pena pagar este precio ? Pregunta la periodista Lesley Stahl a Albright en mayo de 1996:” Creo que es una elección muy difícil, pero creemos que merece la pena pagar “. ¡Claro! ¡No se trataba de sus hijos! Albright, como embajadora de EEUU ante la ONU y también Secretaria de Estado en el gobierno de Bill Clinton, insistió en mantener las sanciones contra la nación iraquí, acusando falsamente a Sadam de tener armas de destrucción masiva , las que sí poseen EEUU o Israel. Los trece años de embargo mataron a 1.700.000 iraquíes, la mayoría niños: Y eso se llama “genocidio” según el Convenio de Ginebra.
Más tarde, dijo que se arrepentía de lo dicho, pero no era por el remordimiento de conciencia, sino por recibir muchas críticas por decir tal barbaridad, políticamente incorrecta. Nunca pidió perdón a los iraquíes ni mucho menos les indemnizó, ni siquiera donó a sus víctimas parte de los millones que cobró cuando justificaba este exterminio.
Los “demócratas” prohibieron la exportación de medicamentos contra cáncer, las vacunas para niños, leche en polvo, cloro para depurar el agua (después del bombardeo de las depuradoras) lo que hizo disparar las enfermedades, entre otros doscientos artículos. Algo parecido a lo que el “demócrata” Obama y el “republicano” Trump han hecho en Yemen con la complicidad los países árabes reaccionarios: provocar la mayor crisis humanitaria del mundo , asunto de la que ella no habla: está acostumbrada a ver morir a niños de otras familias de hambre.
 A Scott Ritter, inspector jefe de armas de la UNSCOM, le conmovió tanto ver el drama de los iraquíes en 1988 que renunció a su cargo en protesta por la política de sanciones; hizo lo mismo Denis Halliday, Coordinador de Ayuda Humanitaria en Irak de la ONU y también su sucesor Hans von Sponeck, al igual que Jutta Burghardt, jefa del Programa Mundial de Alimentos en Irak.
El objetivo de las sanciones ilegales (por ser un castigo colectivo), no era eliminar a Saddam Husein sino destruir la nación iraquí, por lo que dejaron vivir al dictador años más con el fin de tener un pretexto para seguir este genocidio a beneficio de Israel , país que seguirá disfrutando de la desaparición de otros dos poderosos estados árabes : Libia y Siria.
También fue Albright quien en 1998 justificó ante el mundo la Operación Zorro del Desierto para bombardear una vez más a Irak, matando a miles de personas, y con otro objetivo perverso: correr una “cortina de humo” para desviar la atención pública del llamado “Caso Lewinsky”, en la víspera de la votación del Congreso que podía culparle a Clinton de perjurio y obstrucción a la justicia.

2. Genocidio de Ruanda

El genocidio de Ruanda era cien por cien responsabilidades de EEUU”, dijo Boutros Ghali, el secretario general de la ONU durante los hechos: hasta un millón de niños, mujeres y hombres en su mayoría hutíes fueron masacrados entre los meses de febrero y julio del 1994. Madeleine Albright, en su cargo de embajadora de EEUU ante la ONU utilizó las “tácticas de bloqueo” para evitar el despliegue de las Fuerzas de Paz del organismo a Ruanda, impulsar la retirada de todas las fuerzas de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda (UNAMIR), e impedir nuevas resoluciones sobre este país, mientras insistía en que en Ruanda no pasaba nada. ¿Qué intereses estaba protegiendo?
Tras la Guerra Fría, EEUU patrocinó al Frente Patriótico de Ruanda (FPR), dirigido por Paul Kagame, de la minoría tutsi, para poner fin al control de Francia en la región. Planeaba convertir a Ruanda en el guardián de sus intereses en este lejano lugar (como hace con Israel en Oriente Próximo), y decide llevarlo al poder con la ayuda de Uganda. La guerra imperialista iba a ser pintada de “conflicto étnico”. El 6 de abril del 1994, RPF derriba con un misil en Kigali el avión que transportaba a dos jefes de estado africanos, Juvénal Habyarimana de Ruanda (de etnia huti, quien habia iniciado una serie de reformas) y Cyprien Ntaryamira de Burundi, provocando “un caos creativo” que desata una violencia jamás vista: la masacre del 11% de la población con machetes y garrotes con clavos, la violación de mujeres y niñas, penetradas con cañones de fusil y lanzas, la muerte de las supervivientes infectadas con VIH, y la huida de dos millones a los países vecinos, pero para la Sra. Albright ellos eran daños colaterales de los infames intereses de EEUU. Se trata del mayor acto de genocidio desde la Segunda Guerra Mundial.
Kagame, El Carnicero de los Grandes Lagos fue colocado en el poder y sigue siendo el presidente de Ruanda. Años después Albright afirmaba que desconocía la magnitud de la atrocidad. ¡Miente! afirma la Organización de Unión Africana: todos los embajadores lo habían informado a sus gobiernos. Luego, EEUU y el Reino Unido se negaron a utilizar el término “genocidio” para lo ocurrido, ya que suponía castigar a los responsables y Washington no iba a sancionar a “su hombre” que controlará los movimientos de China en África Oriental.


3. Yugoslavia, “la guerra de Madeleine”

Albright saboteó el acuerdo de paz firmado en Lisboa el 18 de marzo de 1992 que ponía fin al conflicto, canonizando Bosnia, puesto que EEUU pretendía convertir a Bosnia en su colonia y a Alija Izetbegovic, un reaccionario islamista bosnio “en el primer jefe de un estado islámico europeo”, aunque costara a su desesperada población 3 largos años de guerra y un indecible sufrimiento. Para ello, lanzó una campaña de demonización de los serbios: para presentarse como “los salvadores” necesitaba fabricar un “monstruo”: Yugoslavia fue el ensayo de la perversamente llamada “guerra-humanitaria”.
Según Colin Powell, a pesar de que en Bosnia no había ningún objetivo político claro, Albright le presionó para enviar tropas, diciéndole “¿ para qué sirve este excelente ejército del que siempre estás hablando si no podemos usarlo ?” El bombardeo de Yugoslavia en 1999 fue la “guerra de Madeleine” , dijo un tal Henry Kissinger: o Milosevic firmaba el “acuerdo de paz” de Rambouillet, que permitiría a la OTAN ocupar el país, o sería bombardeado. Al negarse el gobierno soberano de Yugoslavia, la OTAN (sin la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU) lanzó 300 misiles y 14.000 bombas (incluidas las de racimo BL755 y uranio empobrecido) durante 78 días que mataron e hirieron a decenas de miles de personas, y destruyeron el país.
Dice Walter J. Rockler, el ex fiscal del Tribunal de Crímenes de Guerra de Nuremberg el ataque a Yugoslavia constituye la agresión internacional más descarada desde que los nazis atacaron Polonia para evitar las “atrocidades polacas” contra los alemanes.
Y ¿Cuál es su diferencia entre personajes como Albright y Goebbels o Eichmann? Para la Dama de Hierro, EEUU es “la nación indispensable”, como si las otras fuesen prescindibles. La “excepcionalidad de EEUU” (que es sinónimo de la “impunidad”) es la misma “exaltación del nacionalismo” -otro rasgo del fascismo-, que proclama el derecho de un país a no respetar las leyes que exige cumplir a otros.
La lucha contra el fascismo requiere un enfoque integral que incluya la batalla contra las guerras, el militarismo y las desigualdades de todo tipo que representa Albright y su clase.

    viernes, 19 de octubre de 2018

    12-O





    SANTIAGO MATA INDIOS ANÓNIMO CUZQUEÑO  S. XVIII

    Óleo sobre tela
    Catedral del Cuzco

    Por qué necesitamos otra fiesta nacional

    Ctxt

    No hay ninguna razón de peso para que el 12 de octubre siga siendo la fiesta nacional de un país democrático comprometido con la defensa de los derechos humanos y la justicia internacional

    La consolidación del 12 de octubre como Fiesta Nacional de la España democrática no se produce hasta la Ley 18/1987, de 7 de octubre. En la exposición de motivos de la ley, de artículo único, hay rastros del intenso debate parlamentario y cívico que tuvo lugar en la transición para llegar a un acuerdo sobre la fiesta que habría de convocar a los pueblos de España a un mínimo consenso simbólico. Se reconoce “la indiscutible complejidad que implica el pasado de una nación tan diversa como la española”, pero se concluye que la fecha elegida representará mejor a la nueva España que el 18 de julio o la onomástica del rey. “El 12 de octubre”, dice la ley, “simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los Reinos de España en una misma Monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos”. La apañada eufemización del colonialismo, entendido aquí como “un período de proyección lingüística y cultural”, es muy de su época, y gracias a la naturalización de la fiesta, ya también muy de la nuestra. Por su lado, la pirueta narrativa que asocia el imperio con la supuesta consolidación del territorio estatal nos juega a todos una mala pasada: 1492 es irrelevante para la “integración de los Reinos de España”; a menos que lo que se quiera celebrar sea la conquista de Granada y la expulsión de los judíos.
    En un artículo sobre la historia legislativa y parlamentaria de la fiesta nacional, Jaume Vernet i Llobet mostraba cómo lo que hoy nos parece la más natural de las fiestas oficiales fue fruto, como no podía ser de otra manera, de precarios consensos, de la acción resuelta del gobierno y de una notable falta de imaginación histórica. A principios de los 80, y en particular tras el golpe del 23-F, hubo iniciativas parlamentarias de amplio consenso para instituir el 6 de diciembre, en que los españoles ratificaron mayoritariamente la Constitución en referéndum, como fiesta nacional. Pero el 12 de octubre se las arregló para permanecer en el marco legal. La ley del 87 ponía fin a un periodo de confusión en el que ambas celebraciones habían coexistido. Cuando se aprobó definitivamente, el horizonte del quinto centenario en 1992 prometía aires de modernidad que compensarían las indeseables, pero inevitables, adherencias franquistas de la celebración. Apenas se escarba en su andamiaje normativo, el día 12 de octubre nos recuerda no solo los complejos procesos históricos asociados con el viaje colombino, sino también las carencias democráticas del régimen del 78. Más tarde, el primer Gobierno de José María Aznar madrugaría para militarizar la fiesta en 1997, trasladando buena parte de las celebraciones del Día de las Fuerzas Armadas, que se celebra a finales de mayo, al Día de la Fiesta Nacional (Real Decreto 862/1997).
    Pasada la coyuntura del 92 y su pertinaz resaca, nos hemos quedado con una efeméride que conecta mejor con los delirios imperiales del franquismo que con las aspiraciones democráticas de los españoles y las españolas de hoy. El 12 de octubre no conmemora la fundación, siquiera mítica, de una nación libre, soberana y democrática, sino que liga el sentido histórico de nuestra comunidad plural a un pasado imperial de imposible gestión en la esfera de la historia pública. Construimos un relato con el que, al margen de mostrar nula sensibilidad hacia los legados modernos de los imperios del pasado, nosotros mismos nos encadenamos. Podríamos decir con relativa tranquilidad que las españolas de hoy no son responsables de las abyectas servidumbres y violencias que generó el colonialismo (a pesar de la enorme complejidad de los debates sobre las reparaciones); si no fuera porque al congregarnos públicamente en torno a la fecha que lo representa nos las atribuimos nosotros solos.
    Es frecuente escuchar el argumento de que no debemos juzgar el pasado en función de los valores del presente. La cautela contra el presentismo –la interpretación del pasado ciega a la diferencia irreductible y contingente de los tiempos– es saludable, pero engañosa. Los partidarios de celebrar públicamente los descubrimientos el encuentro, también lo hacen en función de los valores del presente. No se celebra a Colón por ser el mejor hombre de su tiempo sino precisamente porque se quieren trazar ciertas continuidades entre los resultados de su acción histórica y las realidades de lo que hoy consideramos nuestro tiempo. Pero hay todavía un argumento más contundente en contra de esa precaución pretendidamente historicista: nosotros también somos hombres y mujeres de nuestro tiempo, y como tales somos soberanos para decidir qué pasado nos representa mejor. Los iconos públicos de la historia colectiva, como vimos, se deciden en parlamentos y se implementan con reales decretos. Es una contradicción lógica, cuando hablamos de memoria institucionalizada, apelar al escrúpulo historicista.
    Mediante ciertos aprendizajes históricos, mediante la conquista de ciertos consensos vueltos derecho internacional, hemos llegado a estar de acuerdo en que el sometimiento de unos pueblos por otros no demuestra la superioridad de los segundos; en que el valor y la virilidad del guerrero no constituye un modelo incuestionable de virtud pública; en que la creencia en la superioridad de unas formas de vida no legitima su imposición violenta sobre otras formas de vida. Todas estas son razones por las que los conquistadores podrían haber sido celebrados por muchos de sus contemporáneos, pero estoy seguro de que la mayoría de los defensores del 12 de octubre hoy día no se atreverían a verbalizar que estas son en realidad las razones de su validez presente.
    Que quede claro que lo que se propone no es ocultar el pasado más difícil (que es, por cierto, lo que hace hoy la fiesta oficial conmemorando hermanamientos panhispanos). En ningún caso debemos dejar de estudiar los trascendentales procesos históricos que desató el primer viaje de Colón. Sería un error dejar de enseñar el pasado imperial en las escuelas españolas (aunque seguramente sea un error mayor seguir enseñándolo como hasta ahora). Debemos, sin duda, seguir debatiendo públicamente sobre los sentidos de la historia más complicada. Pero el privilegio retrospectivo del presente nos da la posibilidad de elegir nuestros símbolos, nuestros iconos compartidos, los hilos que conectan mejor lo que queremos ser con lo que fuimos. Y por tanto no hay ninguna razón de peso para que el 12 de octubre siga siendo la fiesta nacional de un país democrático comprometido con la defensa de los derechos humanos y la justicia internacional.
    No existe una memoria incontrovertida, limpia del polvo de los tiempos, intacta frente a las ruinas que la historia deja a su paso. Pero sí debería ser posible, por un lado, socializar otra cultura histórica que comience por una relación diferente con el pasado imperial; y por otro, que no busque todos sus referentes tercamente, por falta de imaginación, en los mitos imperiales. No hay ninguna razón para que, como señaló Manuel Vázquez Montalbán en un artículo ya clásico, “la conciencia de los españoles quede hipotecada para siempre” por las urgencias coyunturales del Gobierno González en 1987.
    Miguel Martínez Miguel Martínez es profesor de literatura y cultura españolas en la Universidad de Chicago. Es autor de Front Lines. Soldiers’ Writing in the Early Modern Hispanic World (University of Pennsylvania Press, 2016). @fusonegro


    jueves, 18 de octubre de 2018

    Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora.


    Imagen relacionada
    (Obreros volviendo a casa, uno de los lienzos más representativos de la última etapa de la pintura de Munch)

    Una reseña del libro “La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora”
    Escrito por Pablo Garcia Delgado (CMI)   
    El libro de Daniel Bernabé constituye un exponente más de la necesaria rearticulación de la reivindicación del papel de la clase trabajadora y el conflicto capital/trabajo como el punto central de cualquier proyecto que se reivindique  de izquierdas, realmente transformador y rupturista. Además, representa la respuesta a una izquierda reformista que lleva en las dos últimas décadas, al menos, sin un sujeto transformador claro y totalmente entregada al mercadeo electoralista, perdiendo así la claridad y dirección en un proyecto político que se suponía que era la defensa de los explotados por el capitalismo. 
    Por un lado, la socialdemocracia clásica que se convirtió hacia el neoliberalismo en lo que se podría denominar como socioliberalismo (Tercera Vía de Blair como máximo exponente) y por el otro, las nuevas socialdemocracias que hablan de “la gente, la ciudadanía, el pueblo o la patria” pero cuyas alusiones al antagonismo capital/trabajo son escasas, tímidas o directamente nulas. 

    Entonces, ¿qué ha diferenciado a la izquierda reformista de las derechas? Pues como alude Bernabé en su obra han sido las “guerras culturales”, que situaban el conflicto en lo meramente simbólico y no en lo laboral o económico, tal como ocurrió con el gobierno de Zapatero en España: 
    “La política española se empezó a parecer cada vez más a la norteamericana no sólo por la presencia abrumadora del bipartidismo, que del consenso del Estado del bienestar había pasado al consenso del neoliberalismo, no sólo por la presencia de la clase media como clase aspiracional para todos, sino además porque habíamos importado conceptos como el de la corrección política y el centro de gravedad del debate se había desplazado de la redistribución económica a la representación simbólica.”[1]
    Y esas situaciones por experiencia histórica ya sabemos al final a quién terminan beneficiando, a la derecha y al capital, ante la falta de verdadero proyecto político de una izquierda que se olvidó de la clase trabajadora y de construir una alternativa al capitalismo.
    Progresía neoliberal e interseccionalidad
    Un hito importante en la conversión de la socialdemocracia de forma definitiva hacia el neoliberalismo y las alabanzas al capitalismo fue la Tercera Vía de Tony Blair que terminó por destruir las bases del Partido Laborista británico en lo que se denominó como New Labour:
    “Blair tuvo su Suresnes particular al eliminar la histórica cláusula IV del Partido Laborista que defendía la propiedad común de los medios de producción, distribución e intercambio. En una entrevista de campaña, el nuevo candidato laborista decía mirando a cámara mientras conducía su utilitario en mangas de camisa que de hecho, el Partido Laborista está con la clase media.”[2]
    Las referencias a la clase trabajadora desaparecieron a pesar de que es la mayoritaria en la sociedad, y se pasó a hablar de “clase media” continuamente, el clásico “todos somos clase media”. Por otra parte, se empezaron a tratar en el contexto de las guerras culturales las discriminaciones por género, raza u orientación sexual de forma totalmente desvinculada a la opresión capitalista, que utiliza y potencia dichas diferencias para aumentar la explotación; y de hecho, dichas reivindicaciones son y han sido utilizadas y mercantilizadas por el capitalismo, como puede ser el caso del denominado gaypitalismo:
    “[…] existe una aceptación acrítica del neoliberalismo por parte de las minorías, como en el llamado gaypitalismo, donde los modos de vida de los miembros prominentes de la comunidad homosexual se adaptan a los valores dominantes del libre mercado. Así la consecución de los derechos LGTB se concibe como una cuestión de acceso a los bienes y el respeto que la sociedad tributa como una cuestión meritocrática. De esta manera, se está trasmitiendo el mensaje de que los problemas que encuentra un homosexual no son sistémicos, sino derivados de la actitud del individuo”[3]
    En el caso de Estados Unidos, este neoliberalismo “progre”, que tan útil ha sido en la llegada a la presidencia de Donald Trump, lo vemos representado en figuras como las de Oprah Winfrey:
    “A raíz de las denuncias de acoso sexual en el ámbito artístico en EEUU, Winfrey dio un contundente y emotivo discurso en la entrega de los Globos de Oro al respecto. La intervención fue celebrada y compartida en redes sociales hasta la saciedad, muchas mujeres feministas vieron en sus palabras una inspiración. Winfrey es un gran producto en el mercado de la diversidad, es mujer, negra y de orígenes pobres. Y una de las más grandes difusoras de la ideología neoliberal en el mundo. Su programa de testimonios, donde habitualmente  la materia prima utilizada son las mujeres de clase trabajadora, pasó a mediados de los noventa de ser un espacio lacrimógeno y más o menos insustancial a recoger toda la morralla del pensamiento positivo, los libros de autoayuda y los gurús de la superación.”[4]
    La trampa de la diversidad, la mercantilización electoralista del proyecto político y la “nueva política” post-15M
    La denominada “nueva política” y los nuevos activismo post-15M en cierto sentido no se diferencian excesivamente del progresismo neoliberal en sus planteamientos, más centrados en un planteamiento interseccional de las discriminaciones de minorías y obviando la construcción de un proyecto político de carácter anticapitalista y basado en la mayoría asalariada de la sociedad. En ese sentido, Bernabé expone varios ejemplos al respecto, como la visión de Íñigo Errejón del partido como un producto a consumir  más:
    “[…] atendiendo a las palabras de Errejón, la transformación de la política en un producto no sólo se conoce sino que se acepta. Así el líder político se convierte en un icono pop, vacío y ahistórico sin ningún lastre del pasado que mantiene con sus votantes una relación mercantil, `me prometiste que si yo compraba este aparato me iba a producir felicidad´. Lo ya visto en Clinton, Blair, Zapatero y Obama se traslada sin prejuicios a la política del cambio, un cambio abstracto del que, si bien conocemos algunos datos sobre el punto de partida, qué es lo entendido como susceptible de transformarse, desconocemos en gran medida a dónde quiere llegar, su horizonte. ¿La felicidad, tal vez?”[5]
    El autor alude precisamente al caso del ayuntamiento de Madrid con Manuela Carmena como la concreción de esta nueva política mercantilizada:
    “Manuela Carmena, la alcaldesa de Madrid, llegó a la alcaldía por múltiples factores, pero entre ellos por cosificarse como un producto que el votante progresista compró en las elecciones…Existen, por tanto, dos Carmenas, el producto aspiracional y la real, es decir, la persona con una ideología definida que le ha hecho optar en su gestión por unas políticas, en lo material, con muchos menos cambios de los esperados.” 
    En ese sentido, el llamado “carmenismo” constituye un ejemplo de continuidad con el socioliberalismo en un proyecto centrado en lo simbólico y superficial con una ausencia de políticas reales dirigidas a la superación del modelo capitalista. Afirma Bernabé:
    “¿Cuál es la forma de simular este concepto del cambio? Las guerras culturales, aquellos conflictos centrados en lo simbólico. Por ejemplo peatonalizar grandes calles del centro, lo que simboliza una movilidad sostenible, que cuenta, por el contrario, con un trasfondo bien concreto que coincide con los intereses económicos de las grandes marcas de ropa situados en esas calles. Colocar una pancarta de Refugees Welcome cuando apenas llegó ninguno a territorio español…La derecha, política y mediática, asume con gusto estos conflictos en el campo de los simbólico, ya que le permiten agitar su lado más reaccionario sin jugarse el tipo en campos como el urbanístico o el fiscal, que le son desfavorables.”[6]
    Respecto a los activismos de la posmodernidad, el autor cita una afirmación en Twitter del humorista Ignatius Farray que evidencia de forma bastante clara los problemas de la izquierda interseccional, que olvidó a la clase trabajadora y la cuestión económica en la lucha de clases: 
    “Me he encontrado a una persona que necesita ayuda pero no es ni MUJER, ni LGTB, ni DISFUNCIONAL, ni pertenece a ningún COLECTIVO RACIAL DESFAVORECIDO, así que le he pegado una paliza por FACHA.”[7]
    Desactivación de la trampa de la diversidad y críticas a la obra desde el reformismo institucionalizado
    En la última parte de la obra, Bernabé realiza propone algunas ideas para llevar a cabo una desactivación de esa trampa de la diversidad, aclarando que “no es un libro contra la diversidad, es decir, contra la pluralidad de nuestras sociedades…sí es un libro que trata de desvelar la transformación de la identidad en un producto aspiracional que compite en un mercado”. Y aunque la obra no propone de forma cerrada un proyecto de recuperación del movimiento obrero del siglo XX, sí da algunas pistas al respecto que se enmarcan en un rechazo a las ilusiones reformistas que aceptan el marco de la democracia burguesa capitalista:
    “[…] la izquierda actual debería revisar su esperanza de competir siendo un producto más de esta sociedad. Blair y el New Labour quedaron hechos trizas hace ya bastante tiempo, es hora de hacer trizas sus sentidos comunes, sus verdades aparentes…Cualquier izquierda mínimamente transformadora nunca tendrá al alcance estas herramientas de gestión y análisis de datos masivos. Esto unido a un gigantesco y perfeccionado sistema cultural y de entretenimiento e información parcial hace que las posibilidades de obtener una simple victoria electoral se reduzcan dramáticamente…Pensar que este conflicto se puede puentear mediante el populismo, el asalto a los medios o la desestructuración del lenguaje, pensar en definitiva que la izquierda puede resultar útil quitándose incluso el nombre es jugar a la ruleta rusa con el tambor cargado de balas…Si la izquierda acepta el juego propuesto, como ha hecho desde mediados de los años noventa, puede tratar de encontrar una nueva pirueta que le haga ganar unas elecciones, que le haga disfrutar de la ensoñación de manejar un poder con una autonomía cada vez más escasa.”[8]
    Y propone de forma más o menos implícita la superación de este marco:
    “La izquierda no puede ganar al neoliberalismo en su propio terreno de juego, con sus reglas, mediante atajos del lenguaje, fantasías tecnoutopistas y análisis de datos. Ahí es donde llevamos desde mediados de los noventa y es algo que sólo ha servido para vaciar los partidos, los sindicatos y los programas ideológicos…La respuestas las tienen en una gloriosa tradición de políticos, teóricos, militantes, revolucionarios, filósofos, pensadores, escritores, músicos, pintores y poetas, mujeres y hombres, que nos dejaron un legado que recuperar, el de la modernidad, el del siglo XX…”[9]
    Por su parte, las críticas a la obra desde representantes de la izquierda reformista institucionalizada no se han hecho esperar, como es el caso de Alberto Garzón, que llega a hacer interrogantes como “¿Por qué a una pensionista mujer y lesbiana le debe parecer más importante hablar de clase trabajadora que de feminismo y políticas de diversidad?”.[10] Desde posiciones marxistas, le podemos dar la vuelta a este interrogante: ¿Por qué esa misma mujer y lesbiana va a unirse a un feminismo y una política de diversidad que no tenga en cuenta la clase ni el antagonismo capital/trabajo?. ¿Con quién tiene más en común esa mujer, con otra mujer de clase burguesa y lesbiana como ella, a la que probablemente no le preocupe ni comparta la lucha de los pensionistas, o con un hombre pensionista de clase trabajadora, con el que sí comparta la misma situación de precariedad y opresión capitalista? ¿No sería más fácil defender el fin de las opresiones ligando estas reivindicaciones a las luchas económicas, en lugar de crear activismos “interclasistas” y que asumen el orden capitalista en la práctica?
    Conclusiones
    Lo que en definitiva propone Daniel Bernabé en su obra es la recuperación del paradigma y el sujeto en el que se ha basado la izquierda durante el siglo XX y con el que ha conseguido sus mayores logros históricos: antagonismo capital/trabajo, lucha de clases y clase trabajadora como sujeto. Y esto se justifica porque la mayoría de la población en la actualidad se puede considerar clase trabajadora, a pesar de que la izquierda institucionalizada oficial no quiera ni recuperar ni incentivar esa conciencia de clase, y ese precisamente ha sido el logro de la derecha neoliberal en las últimas décadas. En España, en 2018 hay un total de unos 23 millones de personas mayores de 16 años que son asalariados, ya sea por cuenta propia o ajena, o parados, lo que constituye la mayoría de la sociedad. Y esa es la base sobre la que debería crearse un verdadero proyecto transformador, y no en los símbolos o el patriotismo como algunos líderes de PODEMOS han pretendido. 
    En ese sentido, se hace un repaso a cómo la izquierda reformista ha olvidado o abandonado a la clase trabajadora en una nueva vuelta de tuerca que sigue la tradición hacia la derecha de los reformismos del siglo XX, desde Kautsky o Berstein hasta los Blair o Schroeder. Y esa situación, ha constituido un campo abonado para la expansión y los triunfos de los Trump, Le Pen, Orban o Salvini en los tiempos recientes, una advertencia para la izquierda del Estado español.
    Libros como La trampa de la diversidad o La clase obrera no va al paraíso[11] son un muy interesante aporte en el necesario rearme ideológico de la izquierda, al plantear la necesidad de la recuperación de la centralidad de la clase trabajadora en un proyecto político de transformación en sentido socialista. La conclusión práctica de este debate tiene que ser la construcción de una fuerte tendencia marxista en el movimiento obrero para llevar a cabo esta tarea.
    Imagen relacionada
    [1] Bernabé, Daniel, La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora, Madrid, Akal, 2018 (p. 130)
    [2] op. cit. (p. 87)
    [3] op. cit. (p. 133)
    [4] op. cit. (p. 171)
    [5] op. cit. (p. 136)
    [6] op. cit. (p. 154-155)
    [7] op. cit. (p. 136)
    [8] op. cit. (p. 243-244-246)
    [9] op. cit. (p. 248)
    [10] Garzón, Alberto, "Crítica de la crítica a la diversidad", en eldiario.es
    [11] Tirado, Arantxa y Romero, Ricardo, La clase obrera no va al paraíso. Crónica de una desaparición forzada, Madrid, Akal, 2016
      http://argentina.elmilitante.org/libros-othermenu-59/7601-2018-07-12-11-25-44.html





    Cambio de paradigma en el foro de Davos .



    El Foro de Davos respalda ahora las políticas redistributivas

    “No se puede confiar sólo en las fuerzas del mercado para abordar el reto de la desigualdad”. La frase no procede del manifiesto de un partido progresista, sino de la organización que más ha sido asociada con la élite del capitalismo mundial, el Foro Económico de Davos.

    En lo que parece una pirueta ideológica, la organización suiza ahora defiende “la aplicación de políticas redistributivas de inclusión, así como la introducción de un sistema fiscal más progresivo para reducir las desigualdades”, según se desprende de su última edición del Informe de Competitividad Mundial, difundido ayer.


    Resultado de imagen de pedro sanchez se rie

    miércoles, 17 de octubre de 2018

    La Iglesia católica apostólica y romana franquista .






    La Iglesia católica está dispuesta a permitir la inhumación, manteniendo en pleno siglo XXI su compromiso con el fascismo al custodiar a genocidas
    Franco en la Almudena o un pan como unas hostias

    Cuarto Poder


    "Bien está lo que bien acaba

    El Gobierno de Pedro Sánchez ha decidido poner fin al escándalo de la veneración del dictador Francisco Franco en la basílica del Valle de los Caídos. Algo positivo, más aún tras la absoluta inacción de los gobiernos anteriores, especialmente los de Felipe González que con sus mayorías absolutas no hizo nada. El tema ha sido objeto de debate prácticamente desde la moción de censura y ha desplazado de la agenda política otras cuestiones de interés social y económico. También ha servido para que afloraran los apoyos que el franquismo sigue teniendo en España.
    El Congreso de los diputados aprobó un Real Decreto Ley para la exhumación, con la abstención de PP y Ciudadanos, que establece que “la presencia en el recinto de los restos mortales de Francisco Franco dificulta el cumplimiento efectivo del mandato legal de no exaltación del franquismo y el propósito de rendir homenaje a todas las víctimas de la contienda”.
    Pero hete aquí que la familia del dictador, que se opone a la exhumación, ha preparado una jugada maestra si no se admite su recurso y pretende que sea inhumado en la cripta de la catedral de la Almudena. Si les sale la operación, sería peor que Franco esté en la Almudena que en el Valle de los Caídos. Peor para la democracia, para las víctimas del franquismo y para la imagen internacional de España.Porque sería sustituir un lugar de peregrinación por otro para sus adeptos. ¿Se imaginan concentraciones de fascistas con toda su parafernalia homenajeándole, en pleno centro de Madrid, en una zona muy turística?
    Es verdad que los restos de estos negros personajes son muy incómodos. Mussolini fue fusilado por los partisanos y después de descolgarle del poste de una gasolinera de Milán y de alguna vuelta más, finalmente le enterraron en su pueblo, Predappio. Los soviéticos se llevaron las cenizas de Hitler del patio de su bunker en Berlín donde fue quemado después de su suicidio. A Bin Laden los americanos le arrojaron al mar, una fórmula que, por cierto, defiende el historiador Paul Preston para Franco.
    La Iglesia católica está dispuesta a permitir la inhumación, manteniendo en pleno siglo XXI su compromiso con el fascismo al custodiar a genocidas en sus recintos: Queipo de Llano en la Macarena o a Franco en la Almudena. Vamos, lo que se llama poner una vela a dios y otra al diablo. Se amparan en la formalidad de que la familia tiene la propiedad de una tumba en la cripta. Pero olvida que desde 1983 está prohibido por el vigente Código de Derecho Canónico el enterramiento en las iglesias y pretende hacer una interpretación torticera para dejar fuera las criptas, burlar la ley y seguir dando trato privilegiado al dictador.
    Utiliza el argumento de que “acogemos a todo el mundo” (arzobispo Osoro). O que la Iglesia “no puede negar a un cristiano” el enterramiento, ya que los “muertos no tienen carné político” (Gil Tamayo, portavoz de la Conferencia Episcopal). Justificaciones que no hay por dónde cogerlas: Franco no es cualquier persona, su filiación política es conocida y es un mal cristiano: un dictador y genocida responsable que España sea el segundo país del mundo con más desaparecidos (114.226 según documentó el juez Baltasar Garzón). Es muy fuerte la complicidad de la Iglesia católica con el franquismo, cuando no ha colaborado nunca con las víctimas de éste, como denuncia la ARMH.
    Los mismos cristianos demócratas de base (Coordinadora Estatal de Redes Cristianas) han reaccionado con un duro e importante comunicado. En él acusan a la jerarquía eclesiástica de violar el derecho canónico, de no favorecer la reconciliación y no desvincularse del “funesto nacional-catolicismo anterior”. Concluyendo que ni el Evangelio ni las víctimas admiten complicidades y que los restos de un dictador no deben de estar ni en una iglesia ni en una cripta.
    El Gobierno parece que aceptaría lo que quiera hacer la familia. Pero puestos a hacer las cosas, hay que hacerlas bien y la inhumación en la Almudena no puede ser la solución. El lugar donde estén los restos de un tirano es, en última instancia, una decisión política. No una cuestión familiar y privada sobre la que puede decidir la familia y la Iglesia católica, si ello supone una humillación a las víctimas y una afrenta para la democracia. El Gobierno no puede aceptar una decisión que implique mala fe al pretender trasladar el centro de gravedad del culto al dictador al corazón de la capital del Estado.
    Los mismos argumentos que se utilizan para la exhumación y traslado de los restos mortales del dictador del Valle de los Caídos (“el inequívoco y extraordinario interés público”) son válidos para no inhumarlo en el centro de Madrid creando un nuevo lugar de peregrinación de fascistas. También contradice el espíritu y la letra de la ley de Memoria Histórica de 2007, así como los mandatos de Naciones Unidas.
    Un espacio de apología del fascismo en la capital del Estado es incompatible con la democracia. Pero esto solo se para con movilizaciones, dada la actitud del Gobierno que acaba de reconocer que “no puede impedir que Franco se entierre en la Almudena”. Se ha puesto en marcha una recogida de firmas contra ello que en pocos días lleva ya 70.000. Las fuerzas democráticas tienen el reto de convocar a la ciudadanía a la calle para impedir que Franco vuelva a tomar Madrid, una tropelía que llenaría de vergüenza a la capital de España y a sus habitantes.
    Este país necesita reforzar urgentemente su identidad colectiva, pero medidas así solo profundizan la división y el enfrentamiento. La manera de tener un país plenamente democrático y con un sentimiento compartido por toda la población es que haya verdad, justicia y reparación con la memoria histórica. No se puede humillar a las víctimas del franquismo, hay que respetarlas y protegerlas. Mientras que el Parlamento no legisle que es delito la apología del franquismo y el negacionismo de sus crímenes, tendremos que convenir que la transición no fue otra cosa que la continuidad del franquismo por otros medios.
    Fuente: http://www.cuartopoder.es/ideas/2018/10/15/franco-almudena-madrid-agustin-moreno/

    La industria militar al desnudo

    Y ver  ...
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