sábado, 6 de enero de 2018

Free Ahed Tamimi . Ahed Tamimi, icono de la resistencia palestina, está en la cárcel esposada de pies y manos


Ahed: el guantazo que ha sacudido la moral del ejército israelí

 Resultado de imagen de Ahed Tamimi

Javier Díaz Muriana

Su nombre es Ahed, tiene tan solo 16 años y se ha convertido en la nueva cara de la resistencia en Palestina. Ahed Tamimi fue detenida el 20 de diciembre en una redada nocturna en el que los soldados isralíes irrumpieron en su casa para llevársela. Lo que ha precipitado su detención es un video en el que la joven adolescente le da un guantazo a un soldado israelí. Un sonado guantazo que se ha sentido en todo Israel como una humillación a su ejército, la institución más importante del país. Una señal de rebeldía ante la ocupación que Israel no podía dejar sin castigo.
El castigo, como suele hacer Israel, siempre es colectivo. También detuvieron a su prima Noor, que vive un par de casas más abajo. Días después detuvieron a su madre, Nariman, cuando acudía a visitarla a la prisión y hace tan solo una semana detuvieron a su tia Manal, liberada ayer después de pasar 7 días entre rejas.
A pesar de ser una adolescente, Ahed está siendo juzgada en un tribunal militar israelí con una tasa de condena superior al 99%. Desde 2012, los militares israelíes han detenido a un promedio de 700 niños palestinos cada año, y más de tres cuartas partes de ellos han sufrido algún tipo de violencia física tras su detención, como torturas. En la actualidad, hay más de 400 niños y niñas palestinos en prisiones de Israel.
En su juicio, el fiscal del tribunal militar ha presentado 12 cargos contra ella, entre los que se encuentran amenazar con pegar a un soldado en el momento del arrestro, impedir que un soldado haga su trabajo, incitanción, tirar objetos a los soldados o parar a un soldado.
Las mujeres Tamimi
Las mujeres de la familia Tamimi ha liderado la resistencia pacífica en su pequeño pueblo, Nabi Saleh, habitado por poco más de 600 personas a escasos 50 kilómetros al norte de Ramala y rodeada de colonias israelíes. Otro lugar cualquiera de la Palestina ocupada si no fuera por el protagonismo femenino en la resistencia contra la ocupación y por la imagen que se han granjeado las Tamimi desde muy pequeñas, brindando alguna de las imágenes más irritantes para la credibilidad del ejército israelí.





Ocurrió en agosto de 2015. La niña, ataviada con la camiseta rosa de piolín es Ahed y tan solo tenía 14 años. Defendía a Mohammad Fadel Tamimi, su primo de 12 años, de ser arrastrado por un soldado a las cárceles de la ocupación.
Dos años más tardes y horas antes de la famosa bofetada que le ha devuelto a la palestra mediática, su primo Mohammad recibía un disparo en la cabeza que lo ha mantenido entre la vida y la muerte y le ha provocado graves secuelas de por vida.
Días antes de esa bofetada los soldados volvían a entrar en Nabi Saleh, su pequeño pueblo, como de costumbre, como hacen cada semana desde hace décadas, a sembrar miedo y terror por doquier. En las tierras de acceso al pueblo, los casquillos de los gases lacrimógenos, las bombas de sonido, las balas de goma y de munición real compiten en presencia con la hierba. Los Tamimi los recogen y los exponen para denunciarlo antes los medios. A menudo el aire es irrespirable, sobre todo para los visitantes, periodistas y activistas. No para ellos, ya están acostumbrados. Es su dia a día, el día a día para el que educan a sus hijos con el objetivo de que no tengan miedo. Porque tener miedo en tu propia tierra significa darles tu vida al intruso, al ocupante extranjero.

 Resultado de imagen de Ahed Tamimi


Por eso Israel teme a esta niña de 16 años, por que su desafío ataca al corazón de la ocupación y desenmascara la verdadera naturaleza de la misma, la de un gran ejército de ocupación extranjero contra una población indefensa. Una imagen que deslegitima las violencias que ejerce Israel contra los palestinos como ya lo hiciera en la primera y segunda intifada las fotos y videos de niños lanzando piedras a los tanques. Algo que Israel no va a permitir que vuelva a ocurrir.
Pero lo que más irrita al gobierno de Netanyahu es que Ahed se convierta en un ejemplo para una generación que debiera, para Israel, olvidar la ocupación, sumirse en la rutinaria deshumanización de los puestos de control militares, las redadas nocturas, las detenciones, humillaciones constantes y la discriminación racial. La generación de la transferencia voluntaria, una generación que tendría que haber normalizado la ocupación, como lo ha hecho la comunidad internacional y que encuentra en Ahed un acicate para la rebeldía, para la insurrección. Un ejemplo a seguir.
La detención de las mujeres Tamimi es también un síntoma de la guerra de Israel contra las mujeres. Una guerra que demuestra que la fortaleza de la resistencia reside en las mujeres, por que son ellas las que están manteniendo la memoria viva, algo que décadas de limpieza étnica continuada no han podido lograr, a pesar la judaización de la palestina histórica. Una memoria que transmite no solo el idioma y la cultura, sino también el recuerdo vivo de los lugares de procedencia de los refugiados, aquellos pueblos arrasados por tropas sionistas en la Nakba “El Desastre”, hace 70 años. Una memoria que pervive en la nueva generación de palestinos a los que hoy pone rostro una jóven de 16 años con una larga cabellera rubia.
Ya ha pasado más de dos semanas desde la detención de esta joven heroína, la Malala palestina, con un silencio mediático en occidente mezquino y sepulcral. ¿Donde están las organizaciones de derechos humanos para reivindicar la figura de Ahed en la construcción de referentes de empoderamiento de la mujer? ¿Donde están las organizaciones feministas para salir a la palestra y demandar boicot a Israel ante la detención de una niña ejemplo de liderazgo, autonomía y lucha por la emancipación?
La guerra de Israel contra las mujeres y las niñas que resisten de forma activa la ocupación exige una respuesta internacional sólida y sin fisuras. Una respuesta que lleve de forma explícita una estrategia global que respete las estrategias locales: impulsar la campaña de boicot a Israel desde las organizaciones feministas como una forma de acabar con todas las formas de opresión, incluida la ocupación.

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Ahed Tamimi, icono de la resistencia palestina, está en la cárcel esposada de pies y manos 



  https://www.rebelion.org/noticia.php?id=236202


El régimen israelí aprobó la primera lectura de la ley de Muerte contra los palestinos

  



 Ya es curioso que esta ultima noticia  solo salga en  
  Hispan TV ,o en Sputnik - Mundo , ahora se empieza a entender lo de las "fake news "...

viernes, 5 de enero de 2018

El milagro económico de Rajoy



La economía española ofrece signos de un cambio de tendencia (el llamado milagro Rajoy), amanecer económico pintado con los trazos rosáceos de las vísperas electorales pero teñido de preocupantes claroscuros.

Por German Gorraiz López

Kaos en la Red

La economía española se ha basado en el último decenio en la conocida “dieta mediterránea”, (cuyos ingredientes principales eran el “boom” urbanístico, la exportación, el turismo y el consumo interno), fórmula que creaba excelentes platos minimalistas, de apariencia altamente sugestiva y precio desorbitado pero vacíos de contenido culinario y con fecha de caducidad impresa (2008), debido al estallido de la burbuja inmobiliaria y el hundimiento del castillo de naipes de la economía española, pero desde el 2015 la economía española ofrece signos de un cambio de tendencia (el llamado milagro Rajoy), amanecer económico pintado con los trazos rosáceos de las vísperas electorales pero teñido de los siguientes claroscuros:

La Gran Banca, parásito hematófago

La gran Banca española (verdadero mini-estado dentro del Estado), se habría transmutado en parásito hematófago (chinche doméstico), organismos chupópteros que no viven permanentemente sobre su hospedador o víctima sino que sólo se acercan a él para alimentarse y tras succionar hasta la última gota de sangre los abandonan exangües y desahuciados (según el FROB, cerca de 167.000 afectados por la venta irregular de preferentes de Bankia, NCG Banco o Catalunya Banc no podrán recuperar ni tan siquiera un pequeño porcentaje de su inversión al tiempo que se producirían 220 desahucios diarios y del parque de viviendas viviendas vacías que podrían destinarse al alquiler social, un mínimo de 600.000 serían propiedad de entidades financieras o del Banco malo según un informe de la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca).

Agudización de la fractura social

Según el índice de Gini (indicador utilizado para medir si la distribución de ingresos o de gastos entre individuos u hogares de una economía se aleja o acerca a una distribución perfectamente equitativa), España sería el segundo país más desigual de la UE, sólo superado por Letonia. Así, la cruda realidad nos recuerda que el número de hogares con todos sus miembros en paro se ha elevado hasta niveles insoportables y cada vez son más los parados de larga duración que pierden todo tipo de subsidio, pues aunque el Gobierno del PP ha prorrogado la ayuda del Plan Prepara debido a la presión social, incluirá modificaciones sustanciales que limitarán el acceso de los parados a dichas ayudas en función de su colchón familiar. Así, la renta de todo el núcleo familiar (padres inclusive), servirá para determinar si se tiene derecho a recibir una ayuda que sube a 450 € para los parados de larga duración que tengan al menos tres familiares a su cargo, estableciéndose el listón en los 481 euros mensuales por cada miembro de la unidad familiar y quedando descartado todo solicitante que sobrepase dicha cifra.

Por otra parte, según el Consejo Económico y Social, 422.600 hogares vivían gracias a la pensión de los abuelos con ingresos medios de 840 € y que a pesar de su exigüidad, constituía hasta hoy el último salvavidas de los restos del naufragio económico español , pero teniendo en cuenta que se ha establecido por Ley un mínimo incremento de las pensiones de un 0,25 %, el colchón familiar verá reducido su grosor y se elevará el riesgo de pobreza y fractura social. Así, según el último informe de Intermon Oxfam sobre “Crisis, desigualdad y pobreza”,se advierte que de continuar los recortes sociales, la pobreza en España podría llegar a afectar al 40 % de la población en el horizonte de la próxima década. En la actualidad, según dicha ONG, la tasa de pobreza se situaría en el 27% de la población y afectaría ya a casi 13 millones de personas) y según Cáritas tres millones de personas vivirían ya en situación de “pobreza severa” ( menos de 307 euros al mes) mientras el número de millonarios en España habría aumentado un 13% en el último año según datos de Eurostat, con lo que se está agudizando de forma vertiginosa una fractura social de resultados impredecibles.

Empleo basura, sueldos tercermundistas y colapso del Sistema de Pensiones

El milagro económico del paraíso neoliberal de Rajoy tendría como efectos colaterales el incremento desmesurado del trabajo precario en España (más de 6 millones de personas), la desaparición del mito del puesto de trabajo vitalicio ( tasa del 90% de contratación parcial) y progresiva pérdida de poder adquisitivo de asalariados y pensionistas. Además, el Instituto Nacional de Estadística (INE) prevé que el país pierda un millón de habitantes en la próxima década, una tendencia que va a empeorar a medida que la generación del baby-boom comience a fallecer,dibujándose un escenario insostenible para el 2021 en que la “tasa de dependencia” según el INE, crecerá en un 57% , lo que supone que habrá seis personas inactivas ya sea jubilados , parados o estudiantes por cada persona activa lo que podría conllevar el colapso de la Seguridad Social en el horizonte del 2.021, por lo que la OCDE recomendó “retrasar la edad de jubilación más allá de los 67 años e incentivar las pensiones privadas, incluso con carácter obligatorio, porque prevé que en el futuro se reducirán los beneficios de los sistemas públicos”.

¿Muera la inteligencia?

Desde el 2009 los recortes en I+D+I ascienden al 40 % con una inversión del 1,33% del PIB y cada vez más lejos del 2% de media de la UE, lo que tendrá como efectos colaterales la drástica reducción de becas para investigadores y la asfixia por inanición económica de múltiples proyectos científicos y tecnológicos. Así, el Centro Superior de Investigaciones Científicas (organismo con 130 sedes y más de 13.000 trabajadores, entre investigadores y técnicos), habría sufrido en los últimos cuatro años una merma del 30% de financiación pública. Por otra parte, según un estudio elaborado por FENAC (Federación Nacional de Asociaciones de Consultoría), desde 2.008 se habrían marchado de España más de 300.000 jóvenes (la mayoría jóvenes universitarios en busca de un primer empleo), con lo que se conjuga el fiasco inversor de un Estado que tras haber gastado en la formación de cada titulado unos 5.000 € (el alumnado sólo paga el 20% del coste real de la matrícula), asiste impotente a la sangría imparable de la fuga de cerebros.

De seguir obviando la inversión en inteligencia, España podría convertirse en la próxima década en un país tercermundista a nivel de investigación e innovación, condenado a comprar patentes extranjeras y producir productos de bajo perfil tecnológico que requieran mano de obra de escasa o nula cualificación y fácilmente explotable, pues aunque España sigue compitiendo en gran número de sectores con las economías de referencia al tener costes laborales competitivos, tendría como Talón de Aquiles de sus exportaciones el reto de la calidad de sus productos y el no estar bien posicionada en los mercados emergentes.


GERMÁN GORRAIZ LOPEZ-Analista

 Las gráficos sonde ahí  ...



jueves, 4 de enero de 2018

Redes sociales, opinión pública, verdad y democracia

Redes sociales, opinión pública, verdad y democracia



Debe lucharse con todo el razonamiento contra quien,
suprimiendo la ciencia, el pensamiento y el intelecto,
pretende afirmar algo, sea como fuere.
Platón, Sofista (249c)


La posverdad: ¿un viejo nuevo concepto?
Se dice últimamente -cada vez más- que vivimos en los tiempos de la “posverdad”. El Diccionario Oxford designó la palabra “posverdad” como la palabra del año 2016. Dicho término denota “circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. En 2004, el sociólogo Ralph Keyes usó el neologismo para titular su libro Post Truth y, más tarde, Eric Alterman y David Roberts lo aplicaron en un sentido político, para referirse a la utilización de la falsedad y la manipulación como estrategias discursivas con el claro objetivo de alcanzar el poder político a través de la persuasión de las masas.
La noción de “posverdad” va ligada a la de “hechos alternativos”, que se contrapone a la de “hechos objetivos”. Nada tiene de extraño que en nuestra época los hechos objetivos hayan llegado a ser menos importantes que las creencias o las emociones dado el desprestigio generalizado que sufre la razón, sitiada desde tantos lugares por parte del discurso post moderno. Resulta evidente que quien cuestiona los hechos objetivos utiliza un recurso tramposo para blindarse contra la refutación porque no tiene interés alguno en apoyar sus posiciones en argumentos, sino en causar en el interlocutor un determinado impacto a través del adecuado manejo de sus más recónditos resortes sentimentales. Esta es hoy una estrategia habitual y plenamente consolidada en el mundo de la política, como bien saben todos los demagogos y lobos disfrazados con piel de cordero que, con su animada palabrería, sus estudiados gestos y su maquinaria propagandística, pretenden embelesar a las audiencias.
No está claro que eso que hoy se llama posverdad sea algo muy distinto de un eufemismo para referirse a lo que siempre ha sido la mentira disfrazada de verdad. El asunto, en efecto, es muy viejo, tan viejo, acaso, como la propia historia de nuestra civilización occidental, si nos remontamos hasta los tiempos en que la democracia comenzó a dar sus primeros pasos, y junto con ella, el logos que permitió abrir en el mundo una brecha de sentido y significado.
En ese universo griego en el que la filosofía emergió por primera vez como un saber sistemático, Sócrates y los sofistas mantenían concepciones muy diferentes acerca de lo que eran el ser, la verdad o la justicia.
Los sofistas se dedicaban profesionalmente a la instrucción de jóvenes a cambio de unos honorarios; jóvenes, por lo general, de buena familia, que querían entrar en la política. No pretendían enseñar la verdad -pues no creían en ella- sino el arte de la persuasión, el arte de la apariencia que confería autoridad y resultaba útil para acceder al poder en una sociedad democrática como la ateniense del siglo V a. C. donde importaba más convencer que decir la verdad. Se vanagloriaban de ser capaces de hacer “fuerte el argumento más débil”, de ser lo suficientemente hábiles retóricamente como para hacer aparecer cualquier mentira como verdad. Protágoras afirmaba: “No hay saber, sino un opinar”. Igualmente representativa del pensamiento sofista es la frase de Gorgias: “No hay ser; si lo hubiera, no podría ser conocido; si fuera conocido, no podría ser comunicado por medio del lenguaje.
Su relativismo y escepticismo les abocaba a afirmar que lo que llamamos “virtud” no existe realmente, sino que es una ficción, es decir, el deseo de figurar como virtuosos a ojos de los demás, y ello exclusivamente por el reconocimiento social que ese hecho trae consigo. En realidad, lo que llamamos “virtud” y “bondad” serían cosas antinaturales, producto de la convención (nomos), ya que la auténtica virtud (physis) sería lo que conviene al más fuerte o poderoso. Como dice Protágoras: “La virtud es la destreza del fuerte”.
Contrariamente a los discursos ampulosos de los sofistas, Sócrates iba por la ciudad y preguntaba a alguien qué era la virtud, por ejemplo. El dialogante respondía, pongamos por caso, que no cabe hablar de la virtud sino de diferentes tipos de virtud. Sócrates replicaba que esos diferentes tipos han de tener algo en común, siendo eso precisamente lo que llamamos “virtud”. El interlocutor, viéndose obligado a admitir esto, se enfrentaría de nuevo a la pregunta de qué es la virtud. Y así, a través de continuas preguntas y respuestas, Sócrates llevaría a su interlocutor a que se contradijese y abandonase su convicción primera acerca de la virtud; y finalmente, a que se diese cuenta de su propia ignorancia.
Sócrates llamó a este tipo de diálogo “mayéutica”, palabra griega que significa “arte de parir”; en este contexto se sobrentiende que lo que se pare son ideas. La mayéutica consiste en una búsqueda conjunta de la verdad, en conformidad con la famosa frase de Sócrates: “Sólo sé que no sé nada”. Con la mayéutica, Sócrates también pretendía rebatir la filosofía de los sofistas, pues solía poner en boca de sus interlocutores las teorías de estos filósofos.
En el año 399 a.C., unos ciudadanos acusaron a Sócrates de corromper a la juventud y de impiedad. El juicio se celebró y Sócrates fue condenado a muerte. Un discípulo suyo sobornó a un carcelero para conseguir que dejase escapar al filósofo, pero Sócrates se negó a huir de la cárcel y bebió la cicuta, acatando así la condena que le había impuesto la ciudad. Platón relató estos últimos momentos de su maestro en la Apología de Sócrates. Para Platón, el hecho de que el hombre más sabio y virtuoso de todos fuera condenado a muerte era la prueba manifiesta de la perversidad de la democracia.
Recordando estas cosas hoy, 2.500 años después, sentimos que nos resultan sorprendentemente familiares. Podría decirse que entre aquel mundo clásico y el nuestro, no ha habido apenas grandes mutaciones.

La novedad: el papel de Internet y las redes sociales
Sin embargo, toda época histórica es siempre repetición en algún aspecto y al mismo tiempo novedad en otros. La diferencia más decisiva entre la Antigüedad clásica griega y el momento presente es la cantidad de medios tecnológicos que tenemos actualmente a nuestro alcance. En particular, las llamadas “redes sociales” han permitido expandir prácticamente hasta el infinito la potencialidad de la mentira como catalizadora social y configuradora de la opinión pública.
Los datos hablan acerca de la abrumadora presencia de las redes sociales en nuestras vidas. El 56,5% de los internautas españoles utiliza las redes para informarse, según el informe “Navegantes en la red” presentado en marzo de este año por la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación (AIMC). Ese mismo estudio señala que el 67,9% de los internautas considera a Internet su fuente fundamental de información. Además, el 62,8% de los encuestados indica que sigue a medios de comunicación en las redes. [1]
Las nuevas tecnologías de la información digital e interactiva han cambiado en los tiempos actuales las condiciones en que la opinión pública es generada y transmitida, y en algunos aspectos, por supuesto, el cambio ha sido positivo respecto al modelo que representaban anteriormente los medios de comunicación tradicionales. Estos medios ya no resultan fiables para un gran número de personas. Sabemos que los periódicos y emisoras de radio y televisión convencionales están en su mayoría en manos de enormes grupos de poder que controlan la información, ocultan aquello que no les interesa, manipulan, mienten y difaman de forma sistemática con objeto de crear visiones de la realidad distorsionadas y favorables a los intereses de aquellos sectores políticos y económicos para los que trabajan. Estos medios se limitan a emitir mensajes que los ciudadanos únicamente “reciben” y procesan sin posibilidad de respuesta. Se trata de un proceso donde no se produce una verdadera comunicación, pues para que ésta tenga lugar ha de haber una interacción entre las partes y un equitativo reparto del poder entre las mismas.
Cierto es que Internet y las redes sociales han venido, por fortuna, a inaugurar un nuevo espacio para la información y la comunicación, haciendo posible que cualquier persona que disponga de un dispositivo digital, pueda difundir una determinada información sin tener que pedir permiso para ello a ninguna autoridad política ni a ningún grupo de poder mediático. Esta posibilidad ha facilitado que aquellos sectores de la población que no se venían identificando con la visión o la ideología sostenida por los grandes grupos de poder -y cuya voz, hasta entonces, no tenía apenas cabida en el espacio de los grandes medios de comunicación-, puedan disputar legítimamente con éstos el espacio de configuración de la opinión pública, dando lugar a interpretaciones alternativas sobre los hechos sociales, políticos, económicos, etc. que acaecen y contribuyendo de esa forma a abrir el espectro de opciones de pensamiento y a minar el “discurso único” establecido unilateralmente desde las instancias oficiales del sistema.
También las nuevas tecnologías de la información han permitido que muchas personas puedan denunciar situaciones de injusticia, violencia, represión, etc., y visibilizar acontecimientos que de otro modo nunca habrían sido noticia en lugares donde apenas existen otras opciones para la libre expresión del pensamiento. Gracias a Internet y las redes sociales, las voces de estas personas pueden ser escuchadas y, dependiendo de la magnitud de los hechos, en ocasiones, se “viralizan” rápidamente.
No obstante, las redes sociales no han podido sustraerse a la influencia que todavía siguen ejerciendo sobre ellas los medios de comunicación tradicionales, hoy volcados en transmitir sus mensajes y difundir sus discursos sesgados también -y muy principalmente- en el espacio que ofrecen páginas como facebook o twitter.
El nacimiento del periodismo digital, que desde hace años ha venido consolidándose como un referente para muchas personas, si bien ha servido para facilitar la creación de espacios alternativos de difusión de información (como, en España, El diario, Infolibre, Publico, La marea, Diagonal, etc.) también ha venido a proporcionar una nueva cobertura al poder de los grandes grupos empresariales de la información -que en sus versiones digitales prolongan su hegemonía- y ha permitido que prolifere la contaminación ideológica gracias a páginas web como Ok Diario o Libertad Digital, que representan la cara más siniestra de este nuevo tipo de periodismo.
Algunos afirman que el problema de la información que circula en Internet y en las redes sociales es que, muchas veces, dicha información no ha pasado por “un filtro profesional”. Se supone que la información que es periodísticamente tratada tiene una garantía de mayor objetividad porque cuenta con el aval de unos expertos cuyo trabajo consiste, precisamente, en seleccionar las noticias, elaborarlas conforme a criterios de ética deontológica y contar la verdad de lo que ocurre. Sin embargo, hoy en día la actividad periodística se ha precarizado de tal modo -en paralelo con la precarización de casi todos los sectores profesionales- que los responsables de creación de contenidos no son más que títeres de las decisiones tomadas por las direcciones de los medios, los cuales determinan lo que debe ser publicado y cómo debe ser publicado, sin que el periodista tenga apenas control alguno sobre el resultado final. Por esta razón, ni siquiera el llamado “filtro periodístico” acredita en la actualidad que la información que llega hasta nuestras manos tenga forzosamente una calidad superior a aquella otra información que no pasa por dicho filtro.
La sucesión de noticias falsas ha llegado a sistematizarse gracias a Internet hasta el punto de adquirir el aspecto de un auténtico cáncer social. Conscientes del daño que pueden causar, o del beneficio que pueden extraer, gracias al uso masivo de la mentira, los tergiversadores profesionales de la información se dedican sistemáticamente a escribir falsedades sobre sus enemigos o a maquillar la realidad para torcer la opinión pública a su favor.
Las víctimas personales de las difamaciones y de las calumnias propagadas por las noticias falsas se ven obligadas a tener que salir a la palestra pública para probar que, en efecto, lo que dichas noticias cuentan no es cierto, pero una vez proyectada la sombra de la sospecha sobre cualquier asunto, es harto difícil acallar todo rumor, pues siempre queda pendiente en el ambiente algún rastro de duda, del que siempre habrá alguien que quiera obtener un rédito.
Bueno sería que hubiera un adecuado cribado desde los medios de comunicación porque éstos supieran acometer la tarea de entregar a la ciudadanía unos contenidos informativos verdaderos, objetivos, contrastados y de interés general. Pero ése no está siendo el caso. El periodismo ha llegado a alcanzar un nivel asombroso de depravación e irresponsabilidad. Los medios de comunicación están interesados en producir plebe y no en formar ciudadanía. De modo que, hoy más que nunca, debemos preocuparnos de ser nosotros mismos quienes sepamos filtrar con nuestros propios recursos la información que recibimos. Pero, ¿estamos haciéndolo bien?
No parece que así sea. Constantemente se comprueba lo sumamente manipulable que es, en general, la masa humana. En la “diafonia ton doxon” del espacio cibernético que conforman las llamadas redes sociales, parece que todo vale. A menudo resulta descorazonador comprobar cuál es el nivel de análisis y de capacidad argumentativa de muchas de las personas que “opinan” a través de sus muy variados perfiles públicos, en los que a menudo exhiben su estulticia sin asomo de rubor alguno.
En facebook, en twitter, en instagram, etc. se ha instalado el reino de la “opinología”. El tiempo actual que nos toca vivir es un tiempo en el que los acontecimientos “noticiables” se suceden a una velocidad vertiginosa y en el que todo individuo se siente legitimado para sentar cátedra sobre cualquier cosa, aunque no tenga el más mínimo conocimiento sobre el particular. El narcisismo de la opinión se impone como un fenómeno incontestable: toda opinión es sagrada (“igualmente respetable”, se dice), aunque esa opinión carezca por completo de justificación. No es que la opinión sea tomada como un instrumento de aproximación a la comprensión de la realidad -por tanto, algo discutible- sino que es vista sin más como un atributo inherente de la personalidad. Se trata de la opinión como carta de presentación del individuo en el mercado de la “comunicación virtual”.
En otras ocasiones, la impunidad con la que las opiniones son emitidas (utilizando el insulto de forma profusa y, en ocasiones, haciendo discursos del odio) viene amparada por el anonimato, que permite a los sujetos que las profieren no asumir en absoluto ninguna responsabilidad personal sobre las consecuencias de las mismas.
La falta de contacto físico real entre los interlocutores implica la ausencia de percepción sobre las respuestas no verbales de los otros ni sobre los estímulos que éstos potencialmente podrían enviar en un proceso de interacción constante, lo cual dificulta en buena medida que la comunicación pueda tener lugar de forma fluida, sin malinterpretaciones y sin desajustes.
Las interacciones en las redes sociales están mediatizadas por la importancia de acumular “me gusta” o de ser “retwitteado”. Esta búsqueda de la notoriedad presiona para que las personas se pronuncien en un sentido u otro u omitan hacerlo, por miedo al aislamiento o a la crítica, dando al traste de esa manera con lo que pudiera ser una opinión pública real formada sobre la base de un diálogo racional celebrado en condiciones de simetría.
En el mundo de las redes sociales las anécdotas se convierten en noticias de primer orden; las informaciones son sacadas de contexto; se difunden mentiras masivamente; los datos no son contrastados.
Las gentes se movilizan en cuestión de minutos u horas para organizar “campañas” de apoyo o derribo según sus filias o sus fobias. Miles de personas acaban cayendo en la trampa de esta nueva “tiranía del emotivismo gregario”, basada en el impacto emocional causado por las frases cortas y los “trending topic”. La inmediatez y la simplicidad de los mensajes que se transmiten contribuye a la construcción de un “efecto rebaño” en la formación de las opiniones.
Es patente la falta de rigor y la ligereza con que las personas se posicionan sobre algunos asuntos sin apenas poseer información objetiva y verificada, solamente tomando como guía la corriente de opinión mayoritaria que establece lo que es verdad y lo que no. Esta carencia de sentido crítico provoca que los bulos en las redes sociales se expandan como la peste. Las famosas “cadenas de mensajes” que de cuando en cuando denuncian sucesos supuestamente ocurridos o que critican algunas medidas políticas, las más de las veces contienen informaciones inciertas o están basadas en datos erróneos.
Este fenómeno de masiva infiltración y difusión de mentiras en las redes sociales tiene el efecto perverso de minar la confianza de la gente, por un lado, y dificultar la identificación de lo que es verídico, por otro. La ceremonia de la confusión en que se ha convertido el mundo de Internet y las redes sociales, ha ocasionado que ya sea prácticamente indistinguible lo verdadero de lo falso, o más bien, que los criterios para distinguir ambas cosas sean extremadamente complicados de aplicar, dada la sofisticación de las técnicas de manipulación (por ejemplo, los montajes fotográficos), la dispersión de la información y la rapidez con que la gente replica cualquier noticia sin comprobar antes su veracidad.
Opinión pública, verdad y democracia
Conviene dejar sentado que no hay una mejor democracia porque la gente opine más, sino, en todo caso, porque la gente opine mejor. No es peligroso para ninguna democracia que la gente participe -todo lo contrario: es un requisito imprescindible para su funcionamiento- pero sí lo es que el nivel medio de la conciencia ciudadana sea tan bajo que de lugar más bien a una masa amorfa de gente adocenada, en lugar de estimular la formación de una ciudadanía cultivada, informada y crítica.
En realidad, no creo que hoy estemos peor informados o más manipulados que hace, por ejemplo, treinta años, cuando ni siquiera existía Internet. Lo que sucede, más bien, es que el incesante flujo de mensajes que circulan por la Red de un lado a otro todos los días, y el acceso cada vez mayor de una gran parte de la población a las posibilidades que las tecnologías informáticas ofrecen, provocan que la capacidad de propagación de la falsedad y el desconocimiento sea mucho mayor y, sobre todo, mucho más visible.
Los problemas se dejan pensar si nos tomamos el tiempo debido para darles vueltas y abordarlos. La reflexión seria y sistemática es enemiga de las prisas. Exige contemplar todas las aristas de las cosas, lo cual requiere la virtud de la paciencia. La perentoriedad con que las redes sociales demandan “respuestas” y “reacciones” impide el trabajo cauteloso del pensamiento. En ellas se vive a golpe de impacto mediático. Y eso no es compatible con la reflexión serena ni con el conocimiento exhaustivo.
Según Habermas, la opinión pública, formada en un proceso racional de consenso al interior de la sociedad civil, otorga legitimidad al régimen democrático. Dicho en otras palabras, la opinión pública se erige como garante de la democracia: “los discursos no gobiernan; generan un poder comunicativo, que no puede tomar el lugar de la administración pero puede influir en ella. Esta influencia se limita a dar o quitar legitimidad”. [2]
Ahora bien, la opinión pública puede jugar un papel muy diferente en una democracia según como ésta sea concebida. El sociólogo francés Pierre Bourdieu criticó en una célebre conferencia en enero de 1973 los presupuestos y los efectos de los sondeos y encuestas como motor de lo que se considera la “opinión pública”. A juicio de Bourdieu, entre las funciones de las encuestas, la más importante “consiste, quizá, en imponer la ilusión de que existe una opinión pública como sumatoria puramente aditiva de opiniones individuales [...] un simple y puro artefacto” . [3]
Haciéndonos eco de las críticas de Bourdieu, podemos distinguir dos tipos de opinión pública: la opinión pública agregada y la opinión pública discursiva. La primera hace referencia al tipo impugnado por Bourdieu, que consiste en el resultado de una mera suma de opiniones individuales generadas separadamente. La segunda, más que un resultado, sería el proceso por el cual las opiniones individuales se van formando en constante interacción mutua a través de procedimientos comunicativos de deliberación conjunta.
Ambos tipos de opinión pública se pueden poner en correspondencia, en realidad, con dos modelos básicos de democracia: el liberal y el republicano. El modelo liberal es representativo, negociador y agregativo. Esto es, este modelo se caracteriza porque en él: 1) quienes toman las decisiones públicas son representantes elegidos por los ciudadanos y no los propios ciudadanos sobre los que recaen las consecuencias de dichas decisiones; 2) las propuestas se sopesan según el poder que las respalda; 3) lo justo es el resultado de una suma de preferencias individuales.
Para la democracia de tipo liberal, la opinión pública tiene simplemente un valor instrumental: no es otra cosa que el conjunto de las preferencias individuales que se forman privadamente y se expresan posteriormente a través de diversos canales (formales o informales). Los partidos políticos, auténticos protagonistas de la escena política, compiten en el mercado de las elecciones periódicas por la captación del apoyo de la mayor parte posible de la opinión pública. Como dicha opinión pública, en sí misma, no es más que una mera suma de votos, y los votantes se comportan como meros consumidores que compran un producto de entre la panoplia de ofertas que los partidos políticos les presentan, importa sobremanera atraer su atención a través de las más variadas técnicas de marketing y propaganda con el fin de transformar las preferencias, no en el sentido de orientarlas hacia lo que es más justo, sino manipulándolas para que se avengan a lo que los dirigentes de los partidos políticos consideran más deseable, aunque esto no sea, ni mucho menos, lo mejor para todos los ciudadanos.
El modelo republicano, por su parte, puede ser representativo o participativo, pero en todo caso es deliberativo y está basado en la preocupación por la virtud cívica. Según este modelo, la entraña misma de una democracia se sitúa en la posibilidad de transformar las preferencias por medio del ejercicio del diálogo. Si ha de ser el demos, el pueblo, quien gobierne, ha de ser a través del intercambio de razones, no a través de la mera agregación de intereses y menos todavía a través de la imposición de la fuerza. En una democracia el poder político debe ser, más que el poder del hombre sobre el hombre (de unos hombres sobre otros), la formación de una voluntad común -al menos en torno a algunos asuntos importantes-, lo cual solamente es posible a través de la práctica social de la argumentación.
La democracia no es, como quieren quienes la reducen a un método para la toma de decisiones, la simple agregación de preferencias individuales expresada a través de la “regla de mayorías”. La democracia es una determinada cultura moral que tiene por finalidad la protección de la dignidad y la vida de todos los ciudadanos por igual, por lo que es imposible desligarla del concepto de bien común.
La cultura moral, en la que se instala la civilización, exige que las personas se distancien tentativamente respecto a sus propios intereses a fin de pasarlos por el tamiz de la crítica racional. Lo justo no es sin más “lo que la mayoría quiere” (la mayoría puede querer cosas espeluznantes), sino aquello que entre todos, participando y deliberando con arreglo a principios de autonomía, respeto, reciprocidad, imparcialidad y simetría, razonablemente consideramos que contribuye a realizar los derechos y los deberes de todos. Para decidir lo que es justo se precisa, por tanto, deliberar y argumentar, no sólo sumar votos (que es una parte mínima de la expresión democrática). Con el diálogo se traducen los intereses privados en colectivos y se niega el monopolio de juzgar, obligando al reconocimiento de los otros. La deliberación es tan importante o más que el propio acto de votar, aun cuando no sea necesariamente una garantía de que el resultado del procedimiento vaya a ser el mejor de los posibles. Quienes valoran la deliberación, valoran sobre todo el momento de las propuestas, las argumentaciones y las justificaciones, y no tanto el de los resultados. En definitiva, “reivindicar la democracia deliberativa implica reclamar para el ciudadano la posibilidad (nunca imperativa) de ir más allá del rol de votante, espectador y encuestado”. [4]
Una democracia de calidad requiere, por tanto, una opinión pública capaz de gestionar de forma responsable la información sobre los hechos que acontecen, argumentar sus convicciones, sopesar los pros y los contras a propósito de cada asunto, escuchar y considerar atentamente los argumentos de las posiciones contrarias, no prejuzgar ni descalificar de antemano a quienes piensan de forma diferente, tomarse el tiempo necesario para dejar que las ideas toquen suelo. Pero, ¿estamos en condiciones de afirmar que el volumen de opiniones generadas a través de las redes sociales (twitter y facebook, fundamentalmente) adopta en general esta serie de características? Es evidente que no.
Ni los medios de comunicación están contribuyendo a ello, ni el sistema educativo formal está cumpliendo su cometido principal de ser decisivo en la forja de un espíritu crítico de ciudadanía a la altura de lo que una democracia madura exige.
¿Qué efectos tiene esta situación, desde un punto de vista normativo, sobre la esfera pública? ¿La supuesta democratización de las opiniones ha eliminado el filtro para poder discernir entre aquellas que pueden tener relevancia en términos de razonabilidad? ¿Nos encaminamos hacia un escenario en el que las opiniones simplemente entran en competición entre sí y se imponen aquellas más emocionales o aquellas cuya formulación estratégica resulta más persuasiva? ¿Qué papel juega en todo este proceso el diálogo racional y la búsqueda de la verdad? ¿O es que la verdad directamente ya ha dejado de importar, tal como preconizan los valedores de la posverdad?
Reflexión final
Volvamos de nuevo a la Grecia del siglo V a. C. Sócrates frente a los sofistas. La búsqueda de la verdad frente a la desvalorización de la misma.
Los sofistas hicieron hincapié en la importancia de la retórica y el manejo de los afectos en la configuración de la opinión pública. La retórica es necesaria para enseñar a la gente el arte de argumentar, que en una sociedad democrática es una habilidad indispensable, pues es el instrumento principal por el cual se otorga legitimidad al poder. Sin embargo, el peligro que entraña la retórica es que, si es mal empleada, puede servir, no para convencer al pueblo de lo que es bueno para todos, sino más bien al contrario, para que algunos individuos no especialmente virtuosos convenzan a los demás ciudadanos para hacerse con el poder y aprovecharlo exclusivamente en pos de sus propios intereses. De ahí que sea tan importante educar también a la ciudadanía en los entresijos de la participación política, y no sólo a quienes desean dedicarse profesionalmente a la actividad política, pues un pueblo sin formación política adecuada no puede ejercer correctamente las funciones que le son propias, es decir, la participación activa en la definición común de lo que es socialmente justo.
Por otra parte, no es posible ni deseable entronizar la retórica al precio de desterrar a la verdad del discurso público, pues al hacer tal cosa se pone en riesgo, no solo a la racionalidad científica, sino a la justicia y a la democracia misma. En efecto, si decaen tanto el control objetivo como la crítica intersubjetiva, las propuestas que a partir de ese momento aspiren a convertirse en hegemónicas en el foro de las opiniones, sólo podrán obtener su validez del prestigio o carisma de quien las defiende, y no de su contenido. Si lo que importa no es lo que se dice, sino quien lo dice, abrimos la veda para que el espacio público se convierta en rehén de todo tipo de maestros del embuste especializados en pastorear rebaños de ciudadanos: periodistas falsarios, políticos cínicos, empresarios sin escrúpulos... Y en tal caso se puede certificar sin lugar a dudas la muerte de la democracia. O lo que es lo mismo: su degeneración en demagogia, según la describió Aristóteles.
La verdad necesita de la pasión, ha de ser transformada ella misma en afecto para generar convicción y surtir efecto sobre nosotros. Pero, sea como sea, las emociones nunca podrán sustituir a las razones, pues solamente a través de las razones podemos alcanzar conocimientos ciertos que nos permitan entender adecuadamente la realidad y comunicarnos con nuestros semejantes. Sin la apelación a estándares universales de racionalidad, el demos queda a merced de la pura arbitrariedad y sometido a fuerzas irracionales que pueden desembocar en cualquier forma de tiranía.
¿Seremos capaces de salvar la razón? ¿O seremos cómplices de nuevo de la muerte de Sócrates?
Está por ver qué nos depara este tiempo de desconcierto que nos ha tocado vivir.


Notas
[1] https://www.elconfidencial.com/comunicacion/2017-03-11/medios-de-comunicacion-redes-sociales-noticias-falsas-facebook-fake-news_1346144/
[2] J. Habermas, Teoría de la acción comunicativa, vol. 1, Madrid, Taurus, 1992.
[3] Conferencia impartida en Noroit (Arras) en enero de 1972 y publicada en Les temps modernes, no. 318, enero de 1973, pp. 1292-1309. Ver también: P. Bourdieu, Questions de sociologie, París, Minuit, 1984, pp. 222-250. Hay versión en castellano de Enrique Martín Criado en: Cuestiones de Sociología, Istmo, España, 2000, pp. 220-232, Col. Fundamentos, no. 166.
[4] Víctor Sampedro (ed.), Medios y elecciones 2004. La campaña electoral y “las otras campañas”, Madrid, Ramón Areces, 2008, p. 28.


Facebook manipula las opiniones del público