sábado, 9 de diciembre de 2017

España . La pulsión autoritaria



El conflicto catalán y la pulsión autoritaria.

El Salto

El último presidente catalán será encarcelado en cuanto pise territorio español. En la cárcel se encontrará con el próximo presidente catalán, que ya está en prisión sin juicio.

No es sencillo escribir sobre el conflicto catalán y sus consecuencias. La intensa aceleración de lo real en la que hemos vivido en los últimos tres meses, la previsibilidad de nuevos acontecimientos y la pléyade de análisis políticos y jurídicos (muy raramente político-jurídicos) sobre el caso dificultan decir algo que evite el riesgo de la cacofonía.
Tal vez por nuestro compromiso desde hace lustros con los derechos humanos y la moderación del control social, uno de los interrogantes que más nos ha interesado es el de cómo responderían el Gobierno español y su bloque hegemónico en términos de castigo.
Hoy ya tenemos buena parte de la respuesta. En un contexto en el que la política ha tenido un papel muy secundario, la respuesta estatal ha combinado momentos de intervención policial aguerrida con la imputación de gravísimos delitos a dos docenas de líderes catalanes –la mayor parte electos– y el procesamiento de cientos de personas por sedicentes conductas de odio.
En el momento de escribir estas líneas, diez líderes políticos y sociales catalanes están o han pasado por prisión, y cinco más han buscado refugio en Bruselas. Todo ello en el marco de la suspensión de los poderes autonómicos catalanes, vehiculada mediante una interpretación probablemente inconstitucional de una norma, el artículo 155, cuya legitimidad y sentido son hoy, cuarenta años de evolución federalizante del Estado después, altamente cuestionables.
La similitud de esta respuesta con lo sucedido en octubre de 1934 –componente militar aparte– evidencia que, al menos en el caso español, Norbert Elias y toda la narrativa moderna del progreso parecen tener escaso sentido. Frente a ello, la crisis del bloque histórico que ha gobernado el modelo político del 78 se acomoda más bien a la famosa frase de Gramsci sobre las consecuencias de las crisis políticas.
Las consecuencias de todo ello son gravemente desoladoras para toda la colectividad, con independencia de que nos sintamos o no parte de los sedicentes bandos del conflicto nacional subyacente. La principal de ellas es que estamos viviendo una forma arquetípica de política patriarcal, a saber, la transformación de conflictos políticos –reconocidos como tales en otros estados de nuestra órbita– en asuntos de orden público y, más específicamente, en materia de criminalidad.
Límites del sistema En ese punto emergen los límites de nuestro sistema político, como recuerdo permanente de su tardía democratización y de las largas etapas autoritarias que la precedieron. De hecho, lo sucedido aparece como una extraña pervivencia de lo que el pensamiento (post-)foucaultiano ha analizado como una tecnología de poder soberana, es decir, una racionalidad de gobierno que se sustenta esencialmente sobre la Ley, el establecimiento de prohibiciones y la imposición de castigos. Para atravesar las perplejidades que genera esta situación, sugerimos tres posibles claves de lectura.
La primera de ellas tiene que ver con las anomalías políticas. Es bien sabido que los importantes sismos políticos a los que ha estado sometida la UE en la última década han dado lugar, en particular en el pasado más reciente, a dos tendencias de distinto signo. La mayor parte de la UE ha experimentado un preocupante deslizamiento hacia la (extrema) derecha.
Por el contrario, los países del sur se han escorado –con matices- hacia posiciones más consonantes con la justicia social y la gestión equitativa de la crisis iniciada en 2008, perceptibles en los actuales gobiernos griego y portugués, pero no menos en el surgimiento de Podemos y en los ayuntamientos del cambio. No requiere gran esfuerzo fundamentar que el movimiento independentista catalán –sin perjuicio de su complejidad– ha encontrado una extraordinaria ventana de oportunidad en este contexto antiaustericidio.
Algo más difícil es entender que, en un marco político agónico, la respuesta del Estado se inscribe en el deslizamiento reaccionario que recorre Europa. España parece ser una excepción en la medida en que nunca ha contado con partidos de extrema derecha electoralmente relevantes. Sin embargo, esa conclusión es claramente apresurada, en la medida en que no logra captar la inadecuación de esas etiquetas partidarias en un caso como el español, donde el amenazante acting out autoritario se enfoca prioritariamente en la gestión securitaria de territorios (y poblaciones) internos.
Una democriacia "normal" La segunda mirada se refiere al deslinde de los componentes del régimen político. Tienen razón los diversos autores que han señalado que España es hoy una democracia europea “normal”. Diversos indicadores, señaladamente los Worldwide Governance Indicators del Banco Mundial muestran que España está por debajo de los principales países de la UE y de Portugal en cuestiones como estabilidad política o gobernanza, pero claramente por encima de otros estados meridionales, como Grecia o Italia.
No obstante, si se acepta la lectura de lo real a través de números e indicadores, no puede perderse de vista que los principales índices internacionales (humanrightsdata.com; politicalterrorscale.org) revelan que España presenta el peor o el segundo peor registro de la UE de efectividad de los derechos fundamentales ante el castigo estatal en casos de alta densidad política durante períodos democráticos.
Vale la pena reiterar, durante periodos democráticos. Desde este prisma, la necesaria lucha anamnética por la memoria democrática solo tiene sentido en la medida en que sea genealogía y no arqueología, de modo que pueda dar respuesta a las preocupantes inercias que se han extendido después de 1975-1977. No en vano, ello permitiría entender la singular capacidad de innovación que se ha dado en lo que Luigi Ferrajoli denomina el “subsistema penal de excepción”, que hoy se plasma en la recuperación de delitos decimonónicos como rebelión y sedición, inéditos durante largas décadas y manifiestamente fuera de tiempo.
El carácter político de la persecución La tercera clave de lectura, conectada con la anterior, tiene también que ver con la obsolescencia de las categorías con las que estructuramos nuestra comprensión. El debate sobre el carácter político de la persecución y encarcelamiento de los líderes independentistas, y sobre la posibilidad de que cinco miembros del derrocado gobierno catalán puedan poner en jaque el procedimiento simplificado de extradición que impulsó el gobierno Aznar hace casi veinte años, ha mostrado los límites de las nociones construidas en el siglo pasado.
No parece tener excesivo sentido –teórico, pero tampoco político– hablar en términos de encarcelamiento político, aunque solo sea porque tal concepto consolida su significado antes de que la denominada tercera ola de democratización iniciada en los años ’70 y ’80 (en la que se produce la transición española) cambiase por completo las premisas de cualquier taxonomía de los regímenes políticos. Precisamente por ello resultan tan inanes los argumentos sobre la inexistencia de persecución política en regímenes democráticos de separación de poderes. En una etapa en la que la democracia liberal es el sistema extendido a nivel planetario –con escasas excepciones–, las categorías previas no sirven para entender lo que tenemos delante.
En un contexto democrático en el que cerca de una veintena de los próximos diputados catalanes estarán en prisión o sometidos a procesamientos que amenazan penas materialmente perpetuas por una interpretación políticamente fundada de sus acciones estamos ante algo nuevo, y más preocupante de lo que las nociones aludidas nos permiten percibir. Ese fenómeno nuevo ayuda a entender que las etapas históricas se sedimentan, no se reemplazan, y que la deriva autoritaria es una pulsión especialmente latente en los estados de democratización tardía, más aún en aquellos que vivieron transiciones con fuertes componentes lampedusianos.
El último presidente catalán será encarcelado en cuanto pise territorio español. En la cárcel se encontrará con el próximo presidente catalán, que ya está en prisión sin juicio, también por actos puramente políticos que no son rebelión ni sedición. La pulsión autoritaria es nuestro futuro anterior, que –desafortunadamente- hemos acabado metabolizando como sociedad.

Fuente: http://www.elsaltodiario.com/elecciones-catalunya-21-d/conflicto-catalan-pulsion-autoritaria


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La judicialización de la política pone en tela de juicio la madurez de la democracia española





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. http://www.publico.es/politica/insurgencia-audiencia-nacional-basa-riesgo-abstracto-nuevos-atentados-condena-prision-12-raperos.html


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http://ctxt.es/es/20171206/Politica/16562/alsasua-terrorismo-FIES-lamela-mantin-pallin-foglia-ctxt-gorka-castillo.htm



viernes, 8 de diciembre de 2017

Israel .- El sionismo contra las cabras beduinas .

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En la era de los incendios forestales, ley del régimen israelí contra las cabras palestinas

  Jonathan Cook  
 
Muestra una herida autoinfligida por el sionismo

El Gobierno israelí parece haber admitido finalmente que en una era de cambio climático la amenaza de los incendios forestales para las comunidades israelíes está creciendo rápidamente en ausencia de las cabras.
Tradicionalmente las cabras despejaban la maleza que ahora se ha convertido en un polvorín a medida que Israel experimenta sequías de verano cada vez más largas y más cálidas. Hace exactamente un año Israel fue golpeado por más de 1.500 incendios que causaron daños generalizados.
La historia de la humilde cabra negra, que casi ha sido eliminada de Israel, no es simplemente una de las consecuencias involuntarias. Sirve como una parábola para los delirios y la autodestrucción de un sionismo empeñado en borrar a los palestinos y crear un pedazo de Europa en el Medio Oriente.
La Ley de Protección Fitosanitaria de 1950, una de las primeras medidas de Israel, se introdujo como una forma de proscribir la cabra negra, también conocida como la cabra siria, de grandes áreas del país. Las cabras habían sido el alma de las comunidades agrícolas beduinas.
En ese momento los funcionarios declararon que la cabra estaba dañando la vegetación, especialmente los millones de pinos recientemente plantados para forestación.
A los ojos de los padres fundadores de Israel los árboles estaban cumpliendo una importante misión sionista. Estaban allí para ocultar los escombros de más de 530 aldeas palestinas que el nuevo Estado se había propuesto destruir y evitar el regreso de unos 750.000 palestinos que fueron expulsados durante la guerra de 1948 que fundó Israel, episodio que los palestinos llaman Nakba, "catástrofe" en árabe.
Cerca de las ruinas de las aldeas Israel estableció cientos de comunidades exclusivamente judías como el kibbutz y el moshav para cultivar las antiguas tierras de los ahora refugiados palestinos.
Tanto la prohibición de las cabras como la plantación masiva de pinos europeos fueron parte de los esfuerzos del sionismo para vender la limpieza étnica de los palestinos como "ambientalismo", una agenda supuestamente verde que ahora se está exponiendo como una farsa.






Escena rupestre en el Abrigo Grande de Minateda
Beduinos de Beerseba .Negev,




Plantación de bosques de pinos
Se alentó a los judíos de todo el mundo a poner monedas en "cajas azules" de caridad como donación para ayudar al joven Estado a "redimir la tierra".
De hecho el dinero se usaba principalmente para plantar pinares en las aldeas palestinas arrasadas, lo que hacía imposible que los refugiados volvieran y reconstruyeran sus hogares.
Además el pino fue útil porque era de crecimiento rápido y una planta perenne, envolviendo en la oscuridad de todo el año la evidencia de la limpieza étnica cometida durante la creación de Israel. Y los bosques desempeñaron un papel psicológico, transformando el paisaje en formas diseñadas para hacer que pareciera familiar a los recientes inmigrantes europeos y aliviar su nostalgia.
Finalmente las agujas de pino caídas acidificaron el suelo haciendo casi imposible que compitan los árboles autóctonos. Las especies nativas como el olivo, el naranjo, el almendro, el nogal, el granado, el cerezo, el algarrobo y la morera, fueron un componente vital de la dieta de las comunidades rurales palestinas. Su reemplazo por el pino tenía la intención de hacer aún más difícil a los refugiados palestinos restablecer sus comunidades.
El Fondo Nacional Judío, una organización benéfica sionista reconocida internacionalmente, estaba a cargo de la plantación y el mantenimiento de estos bosques. Paradójicamente, su sitio web elogia su trabajo en Israel como "innovadores en el desarrollo ecológico y pioneros en la forestación y la prevención de incendios". El FNJ afirma haber plantado unos 250 millones de árboles en todo Israel.
Como una reivindicación del éxito de Israel en la venta de estas políticas de colonización como ambientalismo, las Naciones Unidas mencionan que el FNJ tiene experiencia en cambio climático, forestación, gestión del agua y asentamientos humanos. La ONU también permite a la organización patrocinar paneles y talleres en conferencias del organismo alrededor del mundo.
En septiembre el FNJ asistió a la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación, para "presentar sus actividades para crear un mundo más verde", según informó.
Campesinos judíos guerreros
Con la ley de 1950 -también conocida como Ley de daños la cabra- Israel continuó las políticas de colonización de tierras, esta vez no contra los refugiados palestinos, sino contra el pequeño número de comunidades palestinas que sobrevivieron a la Nakba.
Hacia el final de la guerra de 1948, unos 150.000 palestinos todavía se aferraban a sus comunidades, principalmente en el norte, en Galilea, y en el sur, en el semidesértico Negev o Naqab. En 1952, bajo presión internacional, a estos palestinos se les otorgó la ciudadanía.
Muchas de las comunidades palestinas supervivientes sabían poco más de una agricultura que sus antepasados habían practicado en la región durante generaciones. Pero el credo del sionismo del "trabajo hebreo" permitiría a los judíos "hacer florecer el desierto" y rehacerse como agricultores guerreros "sabras", requería que los palestinos fueran desplazados de las tierras agrícolas.
Se estima que alrededor del 70 por ciento de la tierra perteneciente a comunidades palestinas en Israel fue confiscada por el Estado y ahora está en manos de los judíos de todo el mundo. Privados de tierra y acceso a agua barata para la agricultura, la mayoría de los ciudadanos palestinos se vieron obligados a convertirse en trabajadores ocasionales, muchos de ellos en la construcción de localidades en el centro del país.
Pero un grupo fue visto como una amenaza particular al nuevo ethos sionista, y especialmente difícil de convertir en una fuerza de trabajo cautiva. Los beduinos, ubicados en lugares remotos en las colinas de Galilea y en las llanuras polvorientas del Neguev, y su estilo de vida pastoril, pastoreando cabras y ovejas, hacía difícil a Israel controlarlos.

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  Kibbutz Ketura lay in the heart of the Arava Valley, Negev, Israel


"Dunam tras dunam"
Desde el principio el movimiento sionista identificó la importancia de la conexión entre la tierra y las cabras. Y el papel central que ambas desepeñaron en el mantenimiento de la identidad palestina y el refuerzo de una tradición de "sumud", o firmeza.
Uno de sus primeros lemas, refiriéndose a una unidad otomana de medición de la tierra, era "dunam tras dunam, cabra tras cabra". El objetivo era tomar Palestina trozo por trozo, de forma progresiva y silenciosa que pasaría desapercibida para el resto del mundo.
Después de la Nakba Israel recurrió a políticas de contención agresivas contra los beduinos que no habían sido expulsados fuera de las nuevas fronteras del Estado. Estas políticas se centraron en sus tierras y rebaños.
En 1965, el año anterior al fin del gobierno militar sobre los ciudadanos palestinos, una Ley de Planificación y Construcción desconoció a casi todas las comunidades beduinas. Sus hogares fueron declarados ilegales y se les denegaron todos los servicios públicos.
El objetivo de Israel era acorralar a los beduinos en un puñado de "municipios" urbanizados, obligándolos a abandonar la agricultura y convertirse en trabajadores eventuales en una economía judía, como otros ciudadanos palestinos.
La Ley de Protección de Plantas de 1950 dio un golpe especialmente duro a los beduinos. Las cabras negras les suministraban leche para su propio uso y venta y las pieles se usaban para tiendas y mantas.
Como ministro de Agricultura a fines de la década de 1970, Ariel Sharon intensificó la campaña contra los beduinos y de manera similar prefirió ocultar sus políticas tras una preocupación falsa sobre la ecología.
En su caso hizo una inversión privada con el éxito de "judaizar" el Estado en el Negev y deshacerse de la mayoría de los beduinos, en 1972 había adquirido un rancho allí, que alcanzaba los 4 kilómetros cuadrados.
Anteriormente la tierra había pertenecido a refugiados de la destruida aldea palestina de Houg, ahora encarcelados en Gaza. El médico y autor palestino Hatim Kanaaneh señala que la única estructura restante de la aldea, la mezquita, estaba "sirviendo de corral a los caballos árabes de pura sangre [de Sharon]".
La patrulla verde
Cinco años después de haber comprado el rancho Sycamore, Sharon creó la "Patrulla Verde", una unidad paramilitar de la Autoridad de Naturaleza y Parques de Israel, cuyas tareas incluían capturar y matar a las cabras negras de los beduinos.
El activista de la comunidad palestina Maha Qupty señala que en los primeros tres años de las operaciones de la Patrulla Verde el número de cabras negras fue reducido en un 60 por ciento, de 220.000 a 80.000. Las prácticas de la patrulla fueron tan brutales que un vigilante oficial, el Contralor del Estado, censuró a la unidad en su informe de 1980.
El número de cabras en Israel ha caído mucho más en los últimos años. Un informe en el periódico Haaretz señaló que en 2013 solo había 2.000 cabras pastando en el vasto bosque de Carmel y alrededores, al lado de Haifa, frente a las 15.000 de antes del establecimiento de la Patrulla Verde.
Y fue en esa misma colina del Carmel donde se hizo evidente el peligro que representaba la desaparición forzada de las cabras.
El extenso bosque que abraza las laderas de las alturas del Carmel fue plantado para cumplir y ocultar la expulsión de varias aldeas palestinas. Pero en 2010 el bosque se vio envuelto en llamas que finalmente costaron la vida de 44 personas. La mayoría eran guardias que viajaban a la prisión de Damun, donde los presos políticos palestinos están retenidos fuera de los territorios ocupados en violación del derecho internacional.
El incendio, que se prolongó durante cuatro días, requirió la evacuación de 17.000 personas de sus hogares, incluso de sectores de Haifa.
Ese incendio fue el preludio de otros mucho más generalizados hace un año, al final de un largo verano seco. Se reportaron alrededor de 1.700 incendios en todo Israel y Cisjordania, muchos de ellos en los bosques que Israel plantó sobre las aldeas destruidas. Haifa resultó nuevamente dañada.
La herida autoinfligida del sionismo
Tanto de los brotes de incendios forestales de 2010 como de los de 2016 la policía y los funcionarios del Gobierno acusaron a los ciudadanos palestinos, a pesar de la escasez de pruebas y condenas para respaldar tales afirmaciones.
Las denuncias de incendio premeditado fueron una desviación útil de la realidad: que los incendios eran un objetivo propiamente sionista. El peligro planteado por la plantación de pinos europeos inadecuados en las áridas condiciones del Medio Oriente se había visto agravado por los veranos más largos -cuando se inició el cambio climático- y por la devastación de las cabras negras que habrían despejado la vegetación alrededor de los árboles para evitar que los incendios se propagaran rápidamente.
De hecho hubo advertencias de que estos bosques de pinos constituían un peligro de incendio mucho antes del advenimiento de un cambio climático significativo. Hace casi 20 años visité un kibbutz en el borde del Carmel, donde había habido un incendio reciente.
Nir Etzion se sienta en las tierras agrícolas de Ayn Hawd, que era un raro ejemplo de un pueblo palestino que había escapado de la destrucción, en su caso, para ser reinventado como una colonia de artistas judíos con un nombre similar, Ein Hod.
Ciertos directivos de Nir Etzion me contaron una historia familiar y paranoide: que los refugiados internos palestinos, que vivían cerca, habían encendido el fuego para sacarlos de su kibbutz. Los kibbutzniks pasaron por alto el hecho de que los refugiados se vieron en peligro mucho más grave por el fuego
 Una señal en el 'Ayalon Valley Lookout', que no menciona a las aldeas de Beit Sira, Beit Liqya, Kharbatha, Beit Ur al-Fuka, Beit Ur al-Tahta y Safa, todo visible en el fondo.
Los letreros israelíes en Cisjordania no solo ignoran las aldeas palestinas destruidas, sino que también borran a los que están a la vista.
 Una señal en el 'Ayalon Valley Lookout', que no menciona a las aldeas de Beit Sira, Beit Liqya, Kharbatha, Beit Ur al-Fuka, Beit Ur al-Tahta y Safa, todo visible en el fondo. (Umar al-Ghubari)


"Reparar la injusticia histórica
Pero hasta este mes los sueños del movimiento sionista -de hacer desaparecer todas las huellas de una Palestina que existía antes de la creación de Israel- habían demostrado ser mucho más potentes que el peligro de los incendios forestales.
Paradójicamente le ha tocado a Jamal Zahalka, un miembro palestino del Parlamento israelí, sacar a sus colegas de sus delirios y hacer frente a la realidad del cambio climático.
Zahalka es la fuerza motriz detrás del esfuerzo por derogar la ley de 1950, justificando su revocación en un estudio realizado por una institución sionista: el Technion, la universidad técnica de Israel. Su investigación confirmó una sabiduría que era obvia para generaciones de agricultores palestinos: que las cabras pastan en arbustos y matorrales secos y por lo tanto disminuyen el riesgo de incendios.
Zahalka ha declarado que la derogación de la ley de 1950 "restaurará el honor perdido de las cabras” y "reparará una injusticia histórica" para los agricultores palestinos.
Tristemente a los gobiernos israelíes les ha tomado casi 70 años revertir su política de destrucción de la cabra negra, una política que intencionalmente buscaba destruir la agricultura palestina y, con ella, las comunidades, el patrimonio y la identidad palestinas.
Mondoweiss. Traducido del inglés para Rebelión por J. M. E


  y ver ....


http://www.palestinalibre.org/articulo.php?a=53145


 y ver ...EU y la demolición de la legalidad internacional

  http://www.jornada.unam.mx/2017/12/06/opinion/002a1edi



 

miércoles, 6 de diciembre de 2017

El regreso de Karl Polanyi .


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 El regreso de Karl Polanyi
Margaret Somers
Fred Block 28/11/2017


En el primer medio siglo de historia de Dissent, Karl Polanyi apenas hizo aparición en las páginas de la revista. En cierto sentido, esto resulta sorprendente, puesto que Polanyi estuvo presente en los círculos socialistas de la ciudad de Nueva York entre 1947 y mediados de los 50. En otro sentido, no es de sorprender, pues Polanyi era un pensador heterodoxo, incluso entre sus compañeros socialistas. Con algunas excepciones significativas, ha sido necesario que pasaran decenas de años para poder reconocer las extraordinarias aportaciones teóricas al pensamiento socialista que realizó en su obra maestra, La Gran Transformación, Los orígenes políticos y sociales de nuestro tiempo [Fondo de Cultura Económica, México, 2007], publicada por vez primera en 1944.

Parte de esa relativa obscuridad puede remontarse a las opciones por las que se decantó en su primera juventud en Budapest. A diferencia de sus colegas y contemporáneos húngaros, Georg Lukács y Karl Mannheim, sobre todo, no se inició en un periplo académico. Por el contrario, se hizo con una licenciatura en Derecho y siguió una carrera en la política liberal reformista. De 1915 a 1917, Polanyi sirvió como oficial en un regimiento de caballeria del ejército austro-húngaro en el frente ruso. Después de desempeñar el cargo de secretario general del Partido Radical Ciudadano, dejó Budapest por Viena en el momento de la República Soviética de Béla Kun. En Viena, Polanyi colaboró en el Österreichische Volkswirt, destacado diario financiero centroeuropeo, hasta que se vio obligado a marcharse a Inglaterra en 1933, donde encontró trabajo como profesor nocturno para adultos en la Asociación Educativa de Trabajadores. Consiguió luego un puesto de investigador visitante en el Bennington College [en el estado norteamericano de Vermont] a principios de los 40, subvencionado por la Fundación Rockefeller. Pero ya había cumplido los sesenta cuando empezó en su puesto académico más importante, el de profesor visitante de Economía en la Universidad de Columbia. Polanyi nunca dispuso del punto de apoyo estable en el mundo académico que hizo posible para algunos otros intelectuales refugiados que sus ideas tuvieran amplia difusión. 

No obstante, en las últimas dos décadas las cosas han cambiado de modo espectacular. Karl Polanyi ha logrado un tardío reconocimiento en todo el mundo como uno de los más importantes pensadores del siglo XX. Lo invocan regularmente tanto eruditos académicos como activistas que ponen en tela de juicio la globalización sin restricciones del libre mercado, y sus escritos forman parte cada vez más del canon central de sociólogos, especialistas de ciencias políticas, historiadores y economistas heterodoxos. En noviembre pasado, la revista Atlantic mencionaba a Karl Polanyi, no a Karl Marx, como pensador social más pertinente para el requerimiento moral del Papa Francisco, ampliamente difundido, sobre los males de la desigualdad social y los límites del mercado no regulado, sólo una indicación de la reciente fama de Polanyi. En nuestro libro The Power of Market Fundamentalism: Karl Polanyi’s Critique (Harvard, 2014), sostenemos que su innovador marco teórico podría ser central para el proyecto de revitalizar la tradición socialista democrática.

Las ideas de Karl Polanyi tomaron forma en la Viena de los años 20 en directa oposición a la ortodoxia de libre mercado de Ludwig von Mises, avatar contemporáneo del fundamentalismo de mercado. Ambos pensadores se vieron hondamente influidos por el “experimento de Viena”, el periodo posterior a la I Guerra Mundial de socialismo democrático y municipal impulsado por los trabajadores. Mientras que Polanyi vio en el experimento lo mejor que podía ofrecer el socialismo, este dio motivos al esfuerzo de por vida de von Mises de probar que el socialismo y la “planificación” eran económicamente desastrosos y moralmente corruptos.

Von Mises tuvo poco éxito a corto plazo y la mayoría de los pensadores de la izquierda lo despacharon como un apologista reaccionario de la gran empresa. Pero medio siglo después, su más célebre estudiante —Friedrich von Hayek— se convirtió en inspirador tanto de Margaret Thatcher como de Ronald Reagan, cuando el fundamentalismo de mercado y el neoliberalismo se convirtieron en ideas dominantes de nuestro tiempo. Afortunadamente, Karl Polanyi bien que se tomó en serio las ideas de von Mises. De hecho, La gran transformación constituye un análisis de la naturaleza enormemente destructiva y seductora de la visión del mundo del fundamentalismo de mercado que tan influyente ha sido en los tres últimos decenios.

Desde el inicio del libro, Polanyi ataca el liberalismo de mercado por lo que él llama su “severa utopía”. Los conservadores llevaban mucho tiempo blandiendo el epíteto de “utopismo” para desacreditar a movimientos de la izquierda, pero Polanyi estaba decidido a darle la vuelta a eso demostrando que la visión del sistema de mercado global que se autorregula era la verdadera fantasía utópica. El argumento central de Polanyi consiste en que un sistema económico que se autorregula constituye una construcción completamente imaginaria; como tal, resulta completamente imposible de lograr o mantener. Igual que Marx y Engels habían hablado del “marchitarse del Estado”, así imaginan liberales y libertarios un mundo en el que mermara drásticamente el reino de la política. Al mismo tiempo, Polanyi reconoce por qué resulta tan seductora la visión de una gobernación autónoma del mercado sin Estado. Dado que la política está mancillada por una historia de coacción, la idea de que la mayoría de las cuestiones importantes se resolvería por medio del mecanismo presuntamente imparcial y objetivo de una competencia impulsada por la posibilidad de elegir y el libre mercado reviste gran atractivo.

La crítica de Polanyi consiste en que ese atractivo carece de base alguna en la realidad. La acción de gobierno no supone cierta clase de  “interferencia” en la esfera autónoma de la actividad económica, sencillamente es que no hay economía sin gobierno. No se trata únicamente de que la sociedad dependa de carreteras, de escuelas, de un sistema de justicia y de otros bienes públicos que sólo puede proporcionar el Estado. Es que todoslos aportes (“inputs”) claves de la economía — tierra, trabajo y dinero — se crean y sostienen solo a través de la continua acción del gobierno. El sistema de empleo, las disposiciones de compra y venta de propiedades, y las provisiones de dinero y crédito se construyen y sostienen socialmente mediante el ejercicio del poder coactivo del Estado.

En este sentido, la retórica del libre mercado constituye una gigantesca pantalla de humo destinada a ocultar la dependencia de los beneficios empresariales de las condiciones garantizadas por el gobierno. Así, por ejemplo, nuestras gigantescas instituciones financieras insisten en que deberían verse libres de regulaciones entrometidas, mientras que dependen del acceso a crédito barato — en los buenos tiempos y en los malos — de la Reserva Federal. Nuestras empresas farmacéuticas se han resistido con éxito a todo límite por parte del gobierno a su facultad de fijar los precios, a la vez que se atiene a la concesión de monopolios por medio del sistema de patentes. Y por supuesto, la conformidad de los empleados con las exigencias de sus gestores se mantiene por medio de la policía, los jueces y una elaborada estructura de reglas legales.

Polanyi lleva el papel del gobierno y la política al centro del análisis de la economía de mercado. Y al obrar así, abre posibilidades que quedan a menudo obscurecidas en otras corrientes del pensamiento de izquierdas. Si son necesarias las regulaciones para crear mercados, no hay que debatir acerca de regulación versus desregulación sino de qué género de regulaciones preferimos: las destinadas a beneficiar a la riqueza y el capital, o las que benefician al interés público y el bien común? De modo semejante, puesto que los derechos o la falta de derechos que tienen los empleados en su lugar de trabajo siempre se definen de acuerdo con el sistema legal, no debemos preguntarnos si la ley debería organizar el mercado laboral sino más bien qué clase de reglas y derechos de los que los empleados disponen en el lugar de trabajo se definen siempre por medio del sistema legal, no debemos preguntarnos si la ley debería organizar el mercado de trabajo sino, antes bien, qué clase de reglas y derechos deberían conllevar estas leyes: ¿los que reconocen que son las habilidades y talentos de los empleados los que hacen productivas a las empresas o los que amañan el juego en favor de los patronos y el beneficio privado?
De modo implícito, Polanyi ofrece una alternativa a lo que él considera un análisis del marxismo centrado en la propiedad. La propiedad de los medios de producción es la forma básica definitoria de un modelo de producción en el marco marxista; las reglas legales pueden llevar a cabo ciertas modificaciones, pero sólo en los márgenes. Mientras sean agentes privados los que posean los medios de producción, toda concesión a la movilización de la clase trabajadora se retirará cuando las circunstancias requieran que a los patronos se les dé mayor carta blanca.
Polanyi, por contraposición, insiste en que, puesto que el orden económico se constituye por medio de decisiones políticas, la política puede en efecto redefinir el significado de la propiedad. Así, por ejemplo, en el actual sistema de relaciones industriales de Alemania que combina co-determinación, consejos laborales y negociación colectiva con sindicatos, el poder relativo de patronos y empleados es muy distinto del de empresas comparables en los Estados Unidos. Polanyi reconoce que esas disposiciones legales se verán periódicamente contestadas cuando algunos empleados anhelen más poder y autonomía. Pero no hay nada que asegure que esa contestación vaya a tener éxito, el resultado dependerá de qué lado sea más capaz de movilizarse del modo más eficaz en la escena política.  

En el título de su libro de 2006, Sheri Berman denominaba a Polanyi teórico de la “primacía de la política”. La política puede imponerse a las prerrogativas de la propiedad tanto mediante la redefinición del paquete de derechos que ejercen los tenedores de propiedad como mediante la alteración del poder relativo de negociación colectiva entre propietarios y no propietarios. Todos conocemos esto intuitivamente; por ejemplo, hay algunas comunidades en las que resulta casi imposible que un casero desahucie a un inquilino gracias a la existencia de una legislación bien dispuesta hacia los inquilinos. Pero Polanyi eleva esta intuición cotidiana a teoría del cambio histórico al definir el socialismo como “la tendencia inherente en una sociedad civilizada a transcender el mercado que se autorregula subordinándolo de modo consciente a una sociedad democrática”.

Tres puntos importantes se siguen de esta definición inusual. En primer lugar, Polanyi no nos ofrece ningún telos, o final predefinido, para este proceso. Acaso desaparezca en última instancia la propiedad privada y se vea substituida por formas diversas de propiedad colectiva, pero es que, sencillamente, no lo sabemos. En segundo lugar, puesto que no hay final de la historia, no habrá final para las luchas y conflictos, y no hay garantías de que no se reviertan los logros democráticos, como sucedió con el triunfo del fascismo europeo. Por último, el núcleo del proyecto socialista consiste en ampliar y ahondar la gobernación democrática de la economía; esta es la única manera de que no se reviertan los logros democráticos.  

Polanyi era inequívoco en su defensa de lo que algunos han ridiculizado como “democracia burguesa”: un gobierno parlamentario y el paquete anejo de derechos políticos. Pero también creía obstinadamente que las medidas para ampliar la democracia por medio de derechos politicos equivaldrían a poco sin igual fundamento de derechos sociales y económicos. En los años 20, se vio atraído por la vision de G.D.H. Cole del socialismo gremial, en la que un parlamento electo compartiría el poder último con representantes de los distintos consejos de trabajadores que poseerían y dirigirían empresas. Para los años 40, estaba más en sintonía con las versiones expansivas de la democracia industrial norteamericana, en la que los empleados  compartirían el poder con los gestores por medio de un sistema de negociación colectiva que no reconocía la prerrogativa de los gestores de tomar ciertas decisiones por su cuenta.
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Todo esto sugiere que la noción de Berman de que Polanyi favorecía la “primacía de la política” no es exactamente correcta. La política no es sencillamente su polo preferido en la dicotomía tradicional entre Estado y mercado. Polanyi, por ejemplo, defiende de modo consistente la presencia de mercados regulados en una sociedad justa. Todavía más importante, Polanyi considera la política y el gobierno como componentes de su concepto más amplio de lo social, que incluye también la sociedad civil, las relaciones sociales y las prácticas culturales. Sería por tanto más preciso referirnos a Polanyi como teórico de la  “primacía de lo social”.

Puesto que el mundo ha cambiado de modo notablemente desde la época de Polanyi, tenemos que imaginar para nosotros qué forma debería adoptar la democracia económica en el siglo XXI. Nuestra opinión es que debería consistir en cierta combinación de democracia en el lugar de trabajo, de reformas que democratizarían el sector financiero y una expansión de la democracia participativa a escala local que refuerce las solidaridades sociales necesarias para tener instituciones robustas en la sociedad civil. Los experimentos municipales de presupuestos participativos, sobre todo en América Latina, sugieren que cuando a la gente se le da voz de verdad a la hora de tomar decisiones clave, aprovechan la oportunidad. El ensanchamiento de la democracia a escala local podría ser el inicio de un proceso mediante el cual se revitalicen las democracias parlamentarias, conforme los ciudadanos se vuelven más efectivos a la hora de exigir cuentas a sus representantes.
Esta revitalización constituye una tarea apremiante. En nuestro propio país y en demasiados más, la división entre la clase política y “la gente” aparece cada vez más como una divisoria infranqueable marcada por la hostilidad y una profunda desconfianza. Polanyi sabía muy bien que esta clase de divisoria se ve enormemente exacerbada por las medidas políticas que hoy llamamos fundamentalismo de mercado. Cuando a lo largo de una generación se le dice a la gente que el gobierno no debe tomar decisiones que interfieran con la lógica autónoma del mercado, y cuando los mercados internacionales de bonos pueden dictar la política de las naciones, resulta inevitable que la gente empiece a perder la fe en la gobernación democrática y en su capacidad para ayudar a resolver sus problemas.

Hay demasiado discurso público, hasta en el seno del Partido Demócrata, que acepta y propaga incluso la propaganda derechista de que una recuperación del crecimiento económico requiere austeridad y una mayor deferencia hacia las necesidades empresariales. La realidad es que la austeridad suele tener como resultado comportamientos de captación de rentas y, consiguientemente, más estancamiento y crisis en lugar de inversión productiva. Polanyi nos enseña que los periodos de prosperidad y de crecimiento del nivel de vida fueron, por contraposición, resultado directo de avances democráticos en la política y en la sociedad civil. La mayor prosperidad de la que tengamos memoria en Europa y los Estados Unidos se produjo durante el periodo socialdemócrata — en los años 50 y 60 — cuando las constricciones al sector empresarial eran mayores. En resumen, más democracia y más justicia económica son los cimientos necesarios del camino al socialismo y de una economía más dinámica, próspera y sostenible. 



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Understanding Society: Polanyi on the market

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