jueves, 29 de septiembre de 2022

Agitadores por la paz .

 Agitadores por la paz 

No parece entendible que haya personas que prefieran la paz a un mal acuerdo, aunque sean conscientes de la injusticia, que prioricen la detención de la muerte, la destrucción, y la miseria, ante cualquier consideración política 

 

José Enrique de Ayala  

 

Recientemente Pilar Bonet, acreditada periodista que conoce muy bien Rusia, ha publicado en El País un artículo titulado “Rusia no quiere la paz”, que contiene una dura crítica a los que piden —pedimos— la paz en Ucrania. Ya el título adelanta una opinión contundente y absoluta, que solo se justificaría con un conocimiento preciso de las intenciones actuales de la cúpula política rusa, pero en la entradilla lo justifica porque le correspondería a Rusia dar la señal para comenzar las negociaciones de paz. No dice que Moscú siempre se ha mostrado dispuesta a sentarse a la mesa de negociaciones, ni que fue Kiev la que abandonó las conversaciones de Estambul, en marzo, cuando se había llegado a principios de acuerdo importantes, y la que se negó a un encuentro entre los dos líderes. Ninguna mención a que el Kremlin entregó a Ucrania a mediados de abril un proyecto de acuerdo que nunca fue contestado, ni a las veces que los dirigentes rusos han expresado su deseo de una solución negociada sobre la base de los preacuerdos de Estambul, como hizo el 13 de agosto el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, y confirmó en una entrevista con la revista Stern el excanciller alemán Gerhard Schröder, cuya proximidad a Rusia le convierte en un portavoz oficioso. Todo sería falso. 

Ninguna referencia a que fue el presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, el que dio un giro absoluto a sus primeros deseos de negociación —posiblemente asesorado y animado por otros gobiernos que no tienen ningún interés en que acabe la guerra—, rechazando en agosto unas conversaciones que ambas partes esperaban retomar, hasta que Rusia abandone todos los territorios ocupados. Ni tampoco a que fue el mismo Zelensky el que dijo el 25 de agosto que no quiere la paz, sino la victoria. Para la periodista, la demostración de que Rusia no quiere la paz sería la movilización que el presidente ruso, Vladímir Putin, ha decretado, y la celebración de referéndums ilegales en los territorios ocupados, obviando que ambas medidas han sido una reacción ante la contraofensiva ucraniana, que amenazaba con una derrota inaceptable para círculos rusos muy poderosos. Retomando la posición de Zelensky, sostiene que si Rusia quisiera la paz debería retirarse inicialmente, como muestra de buena voluntad, de los territorios ocupados desde el 24 de febrero... ¡antes de negociar! O sea, primero la rendición y luego la negociación. Hay una frase en el artículo en la que se dice que no se deben confundir los deseos con las realidades. ¿Es esto realista? 

Afirma que son los ucranianos quienes deben decidir si están dispuestos a ceder territorio a cambio de la paz, y esta sería una de las pocas aseveraciones del artículo con la que estaríamos de acuerdo, aunque tal vez habría que sustituir la palabra “deben” por “deberían”. Porque no están solos, ni son libres de decidir, considerando la enorme dependencia que tienen de otros países para poder continuar la guerra, incluso para su supervivencia económica. El gobierno de Kiev está sujeto a enormes presiones, internas y externas. La articulista señala solo una: la que estarían haciendo algunos políticos e intelectuales de Occidente en favor de la negociación. Pero no es difícil evaluar esa presión como insignificante frente a otras —que no se citan— de personas con mucho más poder, como el anterior premier británico, Boris Johnson, que se expresó reiteradamente en contra de una negociación, diciendo que alentar un “mal” acuerdo sería repugnante. El ministro de Relaciones Exteriores de Turquía, Mevlüt Çavusoglu, que asiste a las reuniones de la OTAN, declaró el 23 de agosto que varios países miembros de esta alianza, incluido Estados Unidos, quieren que la guerra entre Rusia y Ucrania continúe. Hay muchos intereses y muy poderosos en que Rusia se desangre y la Unión Europea se debilite, y para eso la guerra tiene que seguir, sin considerar los muertos que aún habrá que contabilizar. La pregunta fundamental es esta: ¿podría decidir Ucrania unilateralmente llegar a un acuerdo con Rusia sin tener la luz verde de sus principales valedores? 

No conviene, según la autora, entrar a juzgar la cadena de errores de unos y otros que precedió a la invasión, eso no la justifica (en lo que estamos de acuerdo, nada puede justificar una agresión), ni juzgar con clichés de otros tiempos. Por lo tanto, ninguna mención a la expansión de la OTAN, ni a la intención —Bucarest 2008— de integrar en ella a Ucrania, ni a la rusofobia feroz de la revolución de Maidán, que llegó a prohibir el idioma ruso, ni a los ocho años de guerra civil en el Donbás con miles de muertos, ni al incumplimiento de los acuerdos de Minsk II; nada de eso importa. Pero sí le parece interesante retrotraerse más en el tiempo para aludir al concepto zarista de Novoróssiya, siglo XVIII, que Putin quiere resucitar, aunque al parecer en este territorio la identidad cultural y étnica rusa nunca existió. 

La periodista escribe que lo que necesitan de entrada los llamamientos a Rusia y Ucrania para que negocien y lleguen a una paz es distinguir entre el agresor y el agredido. Claro, es sabido que los que piden la paz ponen a ambos en pie de igualdad, no saben quién empezó la guerra ni qué territorio ha sido invadido, si el de Rusia o el de Ucrania. No saben que el régimen ruso es un régimen autoritario en lo político, conservador en lo social, ultranacionalista y expansionista, próximo al neofascismo que predica Aleksandr Dugin. No saben que Rusia violó —ya en 2014— las fronteras de Ucrania que había aceptado en el memorándum de Budapest (1994) y en el Tratado de Amistad y Cooperación entre ambos países (1997), ni que firmó acuerdos internacionales como la Carta de Naciones Unidas o el acta final de Helsinki, que convierten en ilegal e ilegítima cualquier agresión. O tal vez sí lo saben, y a pesar de ello apuestan por la paz. En opinión de esta periodista, seguramente los llamamientos a la paz en Occidente serán bienintencionados, pero se basan en motivos diversos, entre ellos la ingenuidad, el escapismo, el egoísmo material y el miedo a una catástrofe nuclear (¡incomprensible!). Eso si no se trata de agentes seducidos por las prebendas de Moscú (¡el oro de Moscú!) que actúan como agitadores por la paz. 

Esto último es lo más bonito de todo el artículo: “agitadores por la paz”. Sería un buen nombre para una ONG o un movimiento que promoviera el fin de la guerra, no solo de esta sino de todas. Pero claro, estaría formado por ingenuos, cobardes, malvados o ignorantes, al menos en las circunstancias actuales. No parece entendible que haya personas que prefieran la paz a un mal acuerdo, aunque sean conscientes de la injusticia, que prioricen la detención de la muerte, de la destrucción y de la miseria ante cualquier consideración política. Que reclamen iniciativas, movimientos, propuestas, acciones, incentivos en favor del alto el fuego y la negociación, sin perjuicio de que se apoye al agredido mientras la agresión persista. Que agiten, y estén agitados —nunca tranquilos—, hasta que finalmente se consiga la paz.  

 

 

miércoles, 28 de septiembre de 2022

Votación bajo bombas en el Donbass


Por: Alejandro Kirk, enviado especial a Donbás

Fuente Telesur 

Hurto desvergonzadamente el título de una gran película soviética (Moscú no cree en lágrimas), porque resume maravillosamente la vida en Lugansk y Donetsk desde 2014. Como la película, la del Donbás es una historia de amor, pero colectiva y heroica. De amor propio, que está culminando de manera lenta y sangrienta, hacia un final que no puede ser feliz, pero sí anhelado: la pertenencia definitiva a Rusia.

Orgullo es la palabra que define a los ciudadanos del Donbás cuando acuden a votar en el referéndum sobre la incorporación a la Federación Rusa, pese al ataque constante de la artillería ucraniana. Por seguridad, votan en los patios, en las escaleras de los edificios, en los lobbies de los hoteles, en sus propias casas.

Valientes son también las funcionarias electorales, la mayoría mujeres -los hombres están en el frente-, que recorren la ciudad con sus cajas selladas y un guardia, sabiendo perfectamente que son blanco obligado de los nazis que acechan a pocos kilómetros de aquí con sus cañones de la OTAN, y que han hecho de todo por impedir el voto.

Este lunes se han ensañado con el distrito Kirovsky: dos misiles Huracán desparramaron las diminutas minas antipersonales bautizadas aquí como "pétalos", porque se confunden con el follaje. Si ya es criminal el solo hecho de lanzarlas, se vuelve doblemente cruel hacerlo en otoño, cuando el suelo está lleno de hojas. Más de 50 personas -civiles- han sido víctima de estas trampas camufladas en los últimos dos meses.

El sábado 24, atacaron el patio de un edificio en pleno centro de la ciudad. Buscaban asesinar votantes, pero derribaron un árbol en el jardín de juegos infantiles.

El lunes, en el distrito Kuybishevsky, 13 personas cayeron muertas tras un ataque de artillería al mediodía en una zona comercial de alto tráfico. El jueves, fue el turno del mercado central de Donetsk, una hermosa estructura cupular, en que un bus fue impactado de lleno. Seis muertos más.

En Jersón, al oeste de aquí, un misil Himars norteamericano impactó el hotel donde se alojaban periodistas y funcionarios: dos muertos, uno de ellos un exdiputado ucraniano. Por avatares del destino, se salvaron los periodistas de la cadena RT que dormían en el cuarto contiguo; el camarógrafo quedó sepultado, pero ileso, entre los escombros.

En Zaporozhye atacaron la ciudad de Energodar, vecina a la planta nuclear, y lanzaron ocho drones suicidas contra la propia instalación atómica, que fueron derribados fuera de la zona de peligro por la defensa antiaérea.

Se suman coches bomba en Melitópol y Jersón, que estallan en las calles, y que la prensa occidental describe como "partisanos", para igualarlos a los guerrilleros soviéticos que combatieron la ocupación fascista alemana entre 1942 y 1945. Prensa que, por cierto, nunca informa del Donbás: aquí, para ellos, si pasa algo es culpa de los rusos.

Pese a todo eso, y a las amenazas de prisión para quienes voten, en tres de las cuatro regiones rusoparlantes- las dos del Donbás, más Jersón y Zaporozhye en el sur de Ucrania- el referendum ya alcanzó el domingo quórum mínimo de 50 por ciento de participación para ser válido. En Donetsk llegaba a 77 por ciento y en Lugansk a 76. En Zaporozhye iba por el 51 por ciento, y Jersón 48,1.

Se espera que los resultados se publiquen el miércoles, y que en la misma semana los nuevos territorios de la Federación Rusa sean reconocidos por la Duma (Parlamento) rusa y por el Gobierno. El presidente Vladímir Putin será el encargado de anunciarlo al mundo: el mapa de Europa central sufrirá una importante modificación: ya este viernes, probablemente estaremos en Rusia sin movernos de aquí.

A partir de ahí entramos en territorio ignoto.

Lo que se sabe es que la Federación Rusa está apresuradamente agrupando una fuerza de al menos 300 mil soldados para garantizar la seguridad de los territorios y consolidar así sus avances en la Operación Militar Especial iniciada el 24 de febrero, y que representan casi un cuatro del antiguo territorio de la ex República Socialista Soviética de Ucrania.

También se sabe que la OTAN -el verdadero adversario de Rusia- no reconocerá el referéndum, y a juzgar por su comportamiento desde febrero, multiplicará sus entregas de armas al régimen de Kiev, para extender la guerra.

El jefe en funciones en Kiev, Volodymir Zelensky, está sacrificando miles de soldados para por lo menos hacer el mayor daño posible y recuperar territorios en la zona Járkov (Este de Ucrania), hacia donde han lanzado todo lo que tienen, antes de que lleguen las tropas rusas.

Fuentes rusas ubican en más de 10 mil las muertes de soldados, militantes nazis y mercenarios en la  reciente "contraofensiva" de Jarkov, que se encuentra estancada por la resistencia de los pequeños contingentes rusos y de milicianos del Donbás, y los ataques de la aviación y la artillería rusas.

Otra arremetida similar, en Jersón, culminó en una derrota estrepitosa.

El arribo de un número importante de tropas frescas y con experiencia de combate -el tipo de reservistas convocado por el mando ruso- cambiará esta situación. Hasta ahora el Ejército ruso no ha tenido como tal un papel de vanguardia en los combates terrestres; han sido milicianos y formaciones especiales como el grupo Wagner o la Guardia Nacional.

Lo que no se sabe es qué hará la OTAN ante este escenario. Y tampoco lo que hará Moscú para detener el flujo ilimitado de armas de la OTAN, para sostener una guerra que Ucrania no puede ganar, y en que su papel es poner los muertos y asesinar civiles.

Como hemos sido testigos y también víctimas directas de esta política, aprendimos por qué aquí siempre nos dicen que con esa gente -los ultranacionalistas- no se puede hacer otra cosa que eliminarlos. Porque si se les deja intactos, agregan, seguirán haciendo lo mismo que en los últimos ocho años, en que han matado cerca de 14 mil personas, rehuyendo el combate y atacando impunemente a la población civil.

Muchos recuerdan que en 2014 también hubo plebiscitos -en toda la zona rusoparlante del sur de Ucrania- y también ganó abrumadoramente la propuesta de incorporarse a Rusia. Pero Moscú sólo reconoció a Crimea y quienes pudieron hacerlo -Lugansk y Donetsk- se declararon independientes. En las otras zonas, la revuelta se aplacó con sangre y represión sistemática al estilo Pinochet: secuestros, torturas, desapariciones forzadas, asesinatos. Sólo en Mariúpol, la comisión investigadora que dirige el periodista Maxim Grigoriev, ha certificado más de mil casos de desaparición forzada.

Por todo eso, y más, el pueblo orgulloso del Donbás no cree en lágrimas. Cree en sus votos y en las balas.

( Este  periodista   de Telesur había sido herido por una bomba de Kiev)


Nota  del blog ..El Gobierno de Ucrania acusó a Brasil, Venezuela y Uruguay, entre otros países, de cometer un "crimen colectivo" debido a la presencia de observadores independientes de esos países en los referendos de adhesión a Rusia en las repúblicas de Donetsk y Lugansk y los territorios de Jersón y Zaporiyia.

A través de un comunicado, el denominado 'Ministerio de Reintegración de los Territorios Temporalmente Ocupados de Ucrania' aseguró que "los socios en el crimen también son criminales" y amenaza con que los actores a los que considere en esa situación "serán castigados".  La declaración cuestiona la presencia de observadores extranjeros en los referendos de adhesión a Rusia y explicita la lista de países de donde provienen esos observadores: Bielorrusia, Siria, Egipto, Brasil, Venezuela, Uruguay, Togo y Sudáfrica.

Ucrania adelantó que todos los observadores que arribaron para presenciar los referendos son seguidos de cerca por las autoridades ucranianas. "El Ministerio de Integración y todos los organismos interesados, incluyendo los cuerpos policiales, ya saben sus nombres", comunicaron. 

Para Kiev, los observadores de esos países que se presentaron en los referendos "participan en un crimen colectivo contra el estado soberano e independiente de Ucrania".

El Ministerio ucraniano insta a las "fuerzas del orden" del país a "investigar" la presencia de estos observadores en las repúblicas independientes del Donbás, buscando poner en cuestión "la legitimidad de la entrada, permanencia y realización de cualquier actividad" de los observadores.

El comunicado culmina con un tono amenazador hacia los extranjeros que llegaron a presenciar un acto democrático. 

MIENTRAS   los observadores denuncian que Kiev usó el Ejército para presionar a los votantes en referendos

Los observadores extranjeros independientes que llegaron al Donbás para los referendos confirmaron que la elección transcurrió con normalidad y libertad, sin presencia militar o control de Moscú, como afirman los detractores.

Si bien Ucrania solo mencionó a ocho países, los referendos de adhesión a Rusia contaron con observadores de 45 Estados. 

lunes, 26 de septiembre de 2022

Desesperación estratégica europea.

 Desesperación estratégica 

18/09/2022 

 

 

Cuando los mejores son presa del extravío, quizá podemos concluir que las cosas no van realmente bien. A finales de julio, Wolfgang Schäuble concedió una entrevista al Welt am Sonntagun periódico dominical de centro-derecha. En ella renunciaba públicamente a su concepción, mantenida durante toda su vida, de una Kerneuropa franco-alemana, comprendida como el núcleo de Europa, confiando evidentemente en salvar, tras la guerra de Ucrania, lo que queda por salvar, si es que queda algo, de la posibilidad siempre remota de construir una Europa independiente dotada de una política de seguridad igualmente independiente. Lo que Schäuble, ahora una alta autoridad del Estado sin una función pública concreta y uno de los últimos políticos conservadores intelectualmente respetables en activo, trata de presentar en la entrevista es su concepción de una versión actualizada de su viejo concepto germano-gaullista de una Europa unida capaz de perseguir sus propios intereses. La versión propuesta en la entrevista , sin embargo, resulta tan alejada de la realidad que, viniendo de alguien conocido por su despiadado realismo político, puede leerse como el argumento subversivo de que con la guerra ucraniana la integridad de los sueños, no sólo de la derecha sino también de la izquierda, de una Europa dotada de  «soberanía estratégica», para expresarlo en palabras de Macron, se han convertido para siempre en quimeras. 

¿Qué sugiere Schäuble para convertir a Europa, ahora o nunca, en una potencia soberana después de la Zeitenwende [fase de transición]? Tras constatar que el tándem franco-alemán ha fracasado a la hora de evitar la guerra, o siquiera de tener una voz en ella, Schäuble sugiere ampliarlo para convertirlo en un triunvirato, en un directorio de tres miembros, invitando para ello a Polonia a unirse a Alemania y Francia «como miembro dotado de la misma importancia en la dirección de la unificación europea». Dado que «a tenor del Tratado de Lisboa la política de defensa recogida en el mismo no es adecuada para medirse con los desafíos actuales», el nuevo directorio operaría al margen de la Unión Europea. Francia, Alemania y Polonia invitarían a otros países europeos a unirse a ellos, para lo cual Schäuble acepta el concepto de «coalición de voluntarios». Este mismo principio, sugiere, debería aplicarse también a cuestiones como la política de inmigración y asilo. En efecto, este planteamiento daría lugar a una «Europa a la carta», una vez abandonado el supranacionalismo para sustituirlo por lo que en Bruselas, con una obligada expresión de disgusto, se denomina intergubernamentalismo. A largo plazo, tal planteamiento podría prescindir del establishment de Bruselas en su conjunto en favor de una alianza estratégica multinacional liderada por tres Estados-nación soberanos. 

Pero esto es sólo el principio. La principal tarea de este directorio de tres sería construir una defensa nuclear para Europa. En opinión de Schäuble, «dado que los ayudantes de Putin (¡!) nos amenazan cada día con un ataque nuclear, ahora está absolutamente claro [...] que necesitamos disponer de una fuerza de disuasión nuclear también a escala europea». Mientras Francia tiene las armas, Alemania tiene el dinero. «En nuestro propio interés, los alemanes debemos, a cambio de una disuasión nuclear conjunta, efectuar la correspondiente contribución financiera al poder militar francés [...]. Al mismo tiempo, debemos participar en una planificación estratégica de mayor envergadura acordada con París [...]. En cualquier caso, una capacidad de defensa europea es inconcebible sin la dimensión nuclear [...]». En repetidas ocasiones, Schäuble insiste en que nada de esto debe contradecir los compromisos europeos asumidos en el marco de la OTAN. «Lo que Francia debe conceder» a cambio de la cofinanciación alemana de su fuerza nuclear «es que todo debe encajar en la OTAN». De hecho, una de las razones que esgrime Schäuble en pro de la cooptación de Polonia en su directorio es que su presencia garantizaría que «la defensa europea no sería alternativa sino complementaria a la OTAN». La regla general, de acuerdo con Schäuble, «debe ser siempre: todo con la OTAN, nada contra ella». 

La propuesta de reorganización de Europa presentada por Schäuble debe entenderse como un intento desesperado de mantener viva una perspectiva mínimamente creíble de independencia estratégica europea. Sin embargo, los actos de fe que tiene que hacer para conseguirlo son enormes. Para acomodar el ascenso de Europa del Este como nuevo centro de poder europeo tras el ataque ruso a Ucrania, Schäuble invita a Polonia a unirse a Alemania y Francia como copotencia hegemónica europea, confiando en que ello, contra toda esperanza, la arranque de su relación simbiótica con Estados Unidos. (El gobierno polaco acaba de presentar a Alemania una factura de un billón de euros en concepto de reparaciones por la Segunda Guerra Mundial, esperando que ello le ayude a ganar las próximas elecciones). Schäuble también confía en que Francia acepte a un tercer país como cogobernante de Europa, después de que el actual liderazgo ejercido por ambos países haya fracasado, y que conceda a Alemania y Polonia lo que ha negado sistemáticamente desde la década de 1960 a Alemania sola, esto es, la capacidad de expresar su opinión sobre el uso del arsenal nuclear francés. 

Cuanto más se analiza la propuesta, más sorprendentes resultan las ilusiones que un veterano de la política europea como Schäuble se siente obligado a asumir para bosquejar algo parecido a un modelo de soberanía estratégica europea. Uno de los pilares del poder de Estados Unidos en Europa es la firma por parte de Alemania del Tratado de No Proliferación Nuclear de la década de 1960, que propició que Alemania dependiera para su defensa durante la Guerra Fría del paraguas nuclear estadounidense. En la actualidad, dicha dependencia se traduce en la presencia de un número desconocido de bombas atómicas estadounidenses en suelo alemán, junto con una licencia para que la Luftwaffe alemana transporte cabezas nucleares estadounidenses, bajo el mando de Estados Unidos, dirigidas contra objetivos elegidos por este país, utilizando aviones de combate comprados al mismo, lo que oficialmente se denomina «participación nuclear». No hay ninguna razón para creer que pueda convencerse a Estados Unidos, con o sin la OTAN, de que Alemania necesita participar también en la gestión de las cabezas nucleares francesas, aunque sea indirectamente pagando por ellas. Tampoco hay ninguna perspectiva de que Francia permita a Alemania y a Polonia expresar su opinión sobre cuándo debería ponerse en riesgo París por el bien de Berlín o Varsovia; en el pasado, los intentos franceses de hacer que Alemania compartiera los costes de la force de frappe [fuerza de choque] fueron abandonados en repetidas ocasiones cuando, a cambio de su participación, Alemania quiso simplemente echar un vistazo al catálogo de objetivos nucleares franceses. Y cabe también preguntarse cómo alguien con una experiencia y una carrea tan dilatadas como las de Schäuble puede confiar en que una política de seguridad europea codirigida por Polonia podría ser otra cosa que la extensión de la política de seguridad estadounidense, dados los dos objetivos principales de la política exterior polaca, esto es, la independencia de Alemania y la presencia contundente de Estados Unidos en Europa para mantener a Rusia a raya en lugar de confiar en los poco fiables vecinos europeos, que, a diferencia de la potencia estadounidense, podrían, a la hora de la verdad, temer por su propia seguridad. 

Donde la entrevista de Schäuble se convierte definitivamente en un documento de desesperación y su triunvirato franco-alemán-polaco se revela como nada más que el espejismo de un viajero en el desierto a punto de deshidratarse, es al final de la misma, cuando intenta hacer creer al entrevistador y a sí mismo que su triple alianza nuclear intentaría establecer «una asociación con Rusia, siempre que este país respete las normas básicas de la cooperación entre socios». «Seguramente –afirma Schäuble– también los polacos estarán de acuerdo cuando decimos que la asociación con una Rusia comprometida con la renuncia al uso de la fuerza, con la inviolabilidad de las fronteras y con las normas fundamentales del derecho internacional es políticamente deseable. Con una Rusia así podemos y queremos cooperar de buena fe. Por supuesto, con Putin esto será difícil», pero no imposible, en su opinión. Schäuble no puede albergar duda alguna de que para Polonia y su protector, Estados Unidos, una arquitectura de seguridad negociada en Europa que incluya a Rusia es, en el mejor de los casos, una segunda opción; su resultado preferido de la guerra ucraniana es una Rusia derrotada y mantenida a raya por una fuerza militar superior. Europa, en este escenario, está dirigida, no por Alemania o Francia o por ambas, sino por Estados Unidos y ello no sólo en el continente euroasiático, sino también a escala mundial, en particular en relación con China, a la que Schäuble menciona sólo una vez de pasada. El hecho de que Schäuble pueda llegar a confiar en que sus repetidas garantías de que su triple alianza formará parte de la OTAN, llegando incluso a sugerir además que el Reino Unido (el autodenominado subcomandante de Estados Unidos a escala mundial) también debería desempeñar un papel en la misma, engañen a la potencia estadounidense, desafía toda comprensión. En realidad, que alguien como Schäuble se vea constreñido a propalar piadosas esperanzas de que Estados Unidos mirará hacia otro lado puede interpretarse como un indicio de la eficacia con la que la guerra de Ucrania ha desplazado el centro de la política europea de seguridad nacional hacia el este y, con ello, hacia el oeste, en dirección a Estados Unidos. 

Donde Schäuble, para variar, está en línea con el Zeitgeist [espíritu de los tiempos] europeo es cuando afirma que la Unión Europea, como organización internacional realmente existente, no juega ningún papel en su proyecto; en realidad, está explícitamente excluida de él. Lo que tiene en mente, sin decirlo, es lo que Macron, en sus momentos más exuberantes, denomina una refondation de Europa (por supuesto, hay pocas cosas que Macron no quiera refundar). Durante los últimos años, el equipo de von der Leyen y el «método comunitario» supranacional que administra han perdido rotundamente la reputación de la que gozaban entre los jefes de Estado y de gobierno europeos. La gestión de la pandemia por parte de Bruselas fue ampliamente considerada un desastre, a pesar de que fue Merkel quien le encargó la adquisición de las vacunas, tarea para la que no estaba preparada, a fin de evitar que Alemania fuera la primera en ser servida cuando se disponía a asumir la presidencia de la Unión Europea en el verano de 2020: el resultado fue el retraso de dos meses en la campaña de vacunación en el continente europeo. También se culpó a la UE de no haber almacenado máscaras y equipos protectores y, en general, de no estar preparada para gestionar una emergencia médica como la pandemia de la Covid-19, así como de intentar en vano que los Estados miembros cofirmantes del Acuerdo de Schengen mantuvieran sus fronteras abiertas durante el periodo de aumento de las tasas de contagio. A esto le siguió la toma de conciencia gradual de que el aclamado Next Generation European Union Corona Recovery Fund era demasiado pequeño y estaba gestionado de forma demasiado burocrática como para hacer algo por el país para el que principalmente estaba destinado, Italia, como demuestra la patética caída, tras sólo un año en el cargo, del caballero blanco de la UE, Mario Draghi, como primer ministro de su país. Añádase a esto el regateo con Polonia y Hungría sobre el «Estado de derecho» en un momento en que Europa del Este se estaba convirtiendo en el nuevo centro de gravedad de la UE, por no hablar de la ausencia total de esta cuando los Acuerdos de Minsk fracasaron y Estados Unidos asumió la gestión del conflicto con Rusia en torno a Ucrania. Una vez que la Realpolitik levantó su fea cabeza, la UE se convirtió rápidamente en una organización auxiliar de la OTAN, encargada, entre otras cosas, de idear sanciones contra Rusia, que en su mayor parte se volvieron contra ella, y de elaborar una política energética europea común, una misión imposible desde el principio. 

Para evaluar cómo el liderazgo europeo se ha deslizado hacia Estados Unidos y cómo la UE ha perdido el control sobre sí misma nada mejor que analizar su política de admisión de nuevos Estados miembros, la cual constituye un campo de batalla cada vez más enmarañado ligado al conflicto sobre quién dirige Europa y con qué propósito. En la década de 1990, Estados Unidos hizo saber que, como parte de su Nuevo Orden, la UE tenía que acoger a los antiguos miembros del Pacto de Varsovia (Polonia, Hungría, Chequia, Bulgaria y Rumanía) para fortalecerlos económicamente y reorganizarlos institucionalmente con el fin de anclarlos firmemente en «Occidente»; posteriormente, los Estados bálticos, que durante un tiempo formaron parte de la Unión Soviética, siguieron su ejemplo. En aquel momento también se esperaba que la UE admitiera a Turquía, cuyo principal mérito consistía en ser miembro de la OTAN desde hacía mucho tiempo, lo cual habría dado a «Europa» fronteras conjuntas con Siria, Iraq e Irán, además de una posible guerra con un Estado miembro de la UE, Grecia. La adhesión de Turquía fue impedida por Francia y la Alemania de Merkel, campeona mundial en el arte de la resistencia pasiva, aunque oficialmente Turquía sigue siendo candidata a la incorporación a la UE. 

La integración de los nuevos miembros de la UE constituye una ardua tarea para la burocracia de Bruselas, que debe enseñarles los entresijos del denominado acquis communitaire [acervo comunitario], el interminable conjunto de normas que los Estados deben aplicar como condición previa a la adhesión. Además, para afianzar su lealtad al capitalismo, los nuevos miembros deben recibir apoyo económico y cuanto más pobres y numerosos sean, mayores deben ser los fondos estructurales de la Unión destinados a los mismos, que son financiados con los respectivos presupuestos nacionales. Además, como tantas otras veces, el dinero puede o no comprar el amor, y los nuevos Estados miembros del Este tener sus propias ideas sobre cuándo deben seguir las órdenes de Bruselas y cuándo no. Así, los periodos de espera se han dilatado durante los últimos años, ya que las negociaciones se están alargando innecesariamente por la presión de los actuales Estados miembros. El último nuevo miembro de la UE fue Croacia, admitida en 2013, tras diez años de negociaciones y con sus reformas institucionales concluidas a satisfacción de Bruselas. En la lista de espera siguen Albania, Bosnia-Herzegovina, Kosovo, Montenegro, Macedonia del Norte y Serbia, los denominados Estados de los Balcanes Occidentales, cuyas perspectivas de ser admitidos en un futuro previsible es nula, después de que Francia se opusiera públicamente a su ingreso. 

Introduzcamos en la ecuación a Ucrania, que a través de su omnipresente presidente exige la plena incorporación a la UE de inmediato, tutto e subito, algo difícilmente realizable sin el estímulo de su aliado estadounidense, que necesita que alguien pague la reconstrucción del país una vez que la guerra concluya, si es que lo hace en algún momento. El 18 de junio, von der Leyen, vestida como tantas veces estos días de azul y amarillo, anunció en Twitter, sin miedo a parecer decadente o de mal gusto, que «los ucranianos están dispuestos a morir por la perspectiva europea. Queremos que vivan con nosotros el sueño europeo». Pero lo que parecía convertirse en un viaje por la vía rápida a Bruselas pronto se detuvo en seco. Aunque es evidente que los Estados de los Balcanes Occidentales debieron protestar, el factor crucial es que los actuales Estados miembros parecieron haberse dado cuenta de que la adhesión de Ucrania acabaría por hacer saltar por los aires el presupuesto de la UE, por no hablar del sistema político oligárquico ucraniano, que habría hecho que Polonia y Hungría, los archienemigos «antiliberales» de la mayoría liberal del Parlamento de la UE, parecieran democracias escandinavas. 

En esta situación, fue Olaf Scholz quien, de nuevo con verdadero espíritu merkeliano, tiró del carro, exigiendo que la UE, antes de dejar entrar a ningún nuevo miembro, se sometiera a «reformas estructurales» de las que previsiblemente es incapaz. Una de sus propuestas se refería a la composición de la Comisión. Actualmente hay un comisario por cada Estado miembro, lo que suma un colegio de veintisiete, demasiado grande, como dice un adagio de Bruselas, para reunirse en pleno sin que los miembros utilicen prismáticos si quieren mirarse a los ojos. Sin embargo, ello no es razón para que los Estados miembros más pequeños insistan en que cada país debe tener un puesto en la Comisión, dado que la UE paga a sus comisarios bastante más de lo que los países más pequeños y pobres pagan a sus respectivos primeros ministros. 

La reducción del número de comisarios requerirá la modificación de los Tratados que cada Estado miembro debe aceptar. Además, en un discurso pronunciado a finales de agosto en la Universidad Carolina de Praga, que pretendía ser un complemento del pronunciado por Macron en la Sorbona en 2016, Scholz exigió disposiciones más estrictas sobre el Estado de derecho en los Tratados y poderes más eficaces para que la UE sancione a los Estados miembros por sus infracciones, a sabiendas de que esto sería inaceptable para Polonia y Hungría, y presumiblemente también para otros países. (Eludiendo tanto la UE como la OTAN, Scholz también sugirió un sistema conjunto de defensa aérea para Europa, creado por Alemania junto con los Estados miembros vecinos). Además, Scholz insistió en la votación por mayoría en el Consejo en lo concerniente a la política exterior de la UE, presumiblemente mediante votos ponderados por el tamaño de los respectivos países para evitar que el nuevo Ostblock [bloque de los países de Europa del Este] superara en votos a Alemania y Francia en nombre de Estados Unidos. Por supuesto, en la UE acabar con la unanimidad requiere unanimidad, un obstáculo que ni siquiera Angela Merkel había podido superar. 

Mientras tanto, en Alemania, la ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, una de las Young Global Leaders del World Economic Forum de Davos, hace saber a la opinión pública alemana que la guerra en Ucrania puede durar muchos años todavía y que Ucrania seguirá necesitando apoyo económico y militar, incluido «armamento pesado», con toda seguridad durante 2023. Dejando a un lado a la honorable Marie-Agnes Strack-Zimmermann, diputada del FDP, el partido liberal alemán, por Düsseldorf, sede de Rheinstahl, una de las empresas armamentísticas más importantes del mundo, y presidenta de la Comisión de Defensa del Bundestag, los Verdes son sin duda los más militantes entre los políticos alemanes en su espíritu belicoso, ya que representan a una generación que estuvo exenta, y lo estará para siempre, del servicio militar, a diferencia de los despreciados pacifistas de antaño. Ello añade un sabor peculiar a las interminables expresiones de gratitud y admiración de los Verdes por los valientes ucranianos que «defienden nuestros valores», arriesgando sus vidas bajo un estricto régimen de servicio militar obligatorio. También ayuda a explicar su identificación incondicional con los objetivos bélicos del ala ahora gobernante del nacionalismo ucraniano (Baerbock: «Crimea pertenece a Ucrania [...]. Ucrania defiende también nuestra libertad, nuestro orden de paz. Y la apoyamos financiera y militarmente, mientras sea necesario. Y punto»). El envío de armas, mientras estos nuevos belicistas observan cómo se utilizan estas desde la seguridad de sus salas de estar (Twitter ofrece un increíble número de tuits de exultantes tuiteros alemanes repantigados en sus sillones celebrando los golpes de la artillería ucraniana contra los objetivos rusos, similares a los publicados por los videojugadores que informan de sus proezas conseguidas en las pantallas de sus ordenadores) es jaleado casi diariamente acompañado de la garantía, que se hace  eco de las declaraciones de Biden y su equipo, de que la OTAN, incluida Alemania, nunca enviará tropas a los campos de batalla de Ucrania donde los ucranianos «luchan y mueren por todos nosotros». Obviamente, ello contribuye a que estos nuevos partidarios de la guerra, que se saben al reparo de riesgo alguno para sí o para sus hijos, la alienten hasta la mismísima Endsieg [victoria final], insistiendo en que no puede haber negociaciones sobre el fin de la misma antes de que ésta haya terminado con la incondicional retirada rusa. 

Hasta ahora, la llegada de los Verdes al gobierno alemán, el reverdecimiento de lo que los alemanes solían llamar Friedenspolitik  [política de paz], ha tenido un éxito notable. El espacio para el debate público legítimo sobre la paz y la guerra se ha reducido drásticamente. El jefe del servicio de seguridad nacional alemán, la orwellianamente denominada Bundesamt für Verfassungsschutz [Oficina para la Protección de la Constitución], aseguró públicamente al gobierno que vigilará a todos los que afirmen que el ataque ruso a Ucrania podría haber estado relacionado con la acumulación previa de recursos militares estadounidenses en torno a Rusia; en otras palabras, a todos los Putinversteher  [comprensivos con Putin]. Como el evangelio, la prensa, de calidad o no, recita como sabiduría última de las relaciones internacionales, olvidada por los pacifistas sentimentales como Willy Brandt, el viejo adagio romano, si vis pacem para bellum. Se trata de proscribir la idea más reciente, que se remonta en parte nada menos que al mismísimo Friedrich Engels, de que con el armamento moderno, prepararse para la guerra puede desencadenar una carrera armamentística que precisamente consigue lo contrario de la paz. La acumulación sin precedentes de recursos militares por parte de Estados Unidos durante las dos primeras décadas del siglo XXI, incluida la dotación de armamento a Ucrania desde 2014, que supuso sin riesgo de exagerar la preparación para la guerra más impresionante de la historia, fortalecida además por la denuncia de todos los tratados de control de armamentos de la época de la Guerra Fría, no debe mencionarse nunca en este contexto. De hecho, cualquier cosa que se refiera a la prehistoria de la guerra es anatema, especialmente las negociaciones de Minsk y los meses del invierno de 2021, excepto ese momento mítico en el que «Putin», quien quiera que sea y por la razón que fuere, descubrió su odio genocida hacia todo lo ucraniano. Otro artículo de fe, que constituye una prueba ideal de credo quia absurdum [creo porque es absurdo] para mostrar la consabida lealtad, es que Rusia, que no pudo conquistar Kiev, situada a menos de 160 kilómetros de la frontera rusa, invadirá y conquistará, si se le permite sobrevivir a la guerra en Ucrania, Finlandia, los países bálticos y Polonia, a los que seguirán Alemania y, por qué no, el resto de Europa occidental sin más razón para ello que su total desprecio del modo de vida europeo. 

Visto así, el hecho de que el presupuesto especial de defensa de 100 millardos de euros, anunciado por el gobierno alemán a los tres días de iniciarse la guerra, no tendrá sus primeros efectos sobre el terreno hasta dentro de aproximadamente cinco años no significa que sea un despilfarro, sino únicamente que no tiene nada que ver con la guerra de Ucrania como tal. Para lo que Alemania se está preparando, siguiendo la demanda irrechazable de sus amigos estadounidenses, es para un mundo que se constituye en un gran campo de batalla a la espera impaciente de las intervenciones de la OTAN fuera de su área de operaciones tradicional en pro de la propagación de la democracia y de la oferta de oportunidades para que ciudadanos posheroicos y sobrealimentados defiendan los valores occidentales. A mediados de agosto, como otra muestra de su lealtad a Occidente, Alemania envió seis aviones de combate Eurofighter, en un viaje que los llevó por medio mundo y les obligó a pasar por la China continental y Taiwán, a Australia con el fin de efectuar maniobras conjuntas con Corea del Sur y Nueva Zelanda y de demostrar así la disposición alemana para una ulterior implicación militar. La prensa alemana informó bochornosamente para contextualizar la noticia de que «el nuevo concepto estratégico de la OTAN menciona a China como un desafío». Uno de los seis aviones de guerra resultó defectuoso y tuvo que ser devuelto a casa, pero los cinco restantes llegaron sanos y salvos a su lejano destino repostados en vuelo por un avión cisterna A330, lo que hizo que el Frankfurter Allgemeine Zeitung se sintiera orgulloso del estado de las fuerzas armadas alemanas. El viaje se produjo después de que el gobierno saliente de Merkel enviara una fragata, la Bayern, de gira por el Indo-Pacífico, antes conocido como el Mar del Sur de China, para mostrar tanto la lealtad transatlántica, como la resolución a la hora de intervenir en el Pacífico oriental. Y esto es todo por hoy en cuanto a la autonomía estratégica europea. 

  

  

Es un reconocido sociólogo de la economía alemán, director emérito del Instituto Max Plank para el estudio de las sociedades de Colonia. Con el agradecimiento a los compañeros de El Salto por compartir con SP esta traducción. 

Fuente: 

El Salto, julio-agosto de 2022 

Traducción: 

Carlos Prieto