Neofascismo . La bestia neoliberal
¿Pueden agruparse las nuevas tendencias de extrema derecha bajo la
divisa del fascismo, del (neo) fascismo? ¿Qué diferencias existen entre
las formaciones e ideologías de ultraderecha y las llamadas «fascistas»?
¿Estamos recorriendo, aun con diferentes acentos y modulaciones, la
misma trayectoria que tomó Europa en las décadas de 1920 y 1930? ¿Hay
paralelismos entre las dictaduras de los años setenta en América Latina y
las prácticas, presentes o anunciadas, de algunos gobiernos en las
Américas? ¿Es el neoautoritarismo de mercado un peldaño, un elemento
intrínseco o una desviación de un posible (neo)fascismo? ¿Nos condenan
nuevamente las circunstancias a revivir la barbarie de la exclusión, la
persecución e incluso la aniquilación del disidente, en nombre de la
pureza y el vigor de las naciones… o únicamente de una voluntad de
recuperar la tasa de ganancia del capital?
Estos interrogantes y otros similares se plantean con recurrencia en la
opinión pública europea desde hace años. El inesperado triunfo de Donald
Trump, seguido del auge de otras agrupaciones nacionales de extrema
derecha, los provoca. El estupor de los sectores progresistas ante el
presente ascenso ultraderechista los hace más acuciantes, si cabe. Y,
ante tanta incertidumbre acumulada, solo un indicio parece verosímil: la
conexión del incremento neofascista con la crisis y recomposición del
capitalismo financiero global, con el incremento de las dinámicas de
acumulación por desposesión, de la violencia y el conservadurismo moral,
con el machismo, la xenofobia, el racismo y con el malestar larvado en
las sociedades tras su desencadenamiento, que explota de manera
fragmentada y cada vez menos esporádica.
Como apuntó en una época oscura Walter Benjamin, no se puede abordar la
cuestión del fascismo sin plantearse la del capitalismo. Sería como
indagar en los efectos sin interrogarse sobre las causas, tal como
indicaba, en ese mismo tiempo, Bertolt Brecht. Lo más evidente a este
respecto es apreciar cómo, ayer igual que hoy, las desigualdades y la
impotencia difusa a las que nos aboca el capitalismo desenfrenado son
respondidas por parte de las elites, pero consiguiendo gran respaldo
popular, con una reavivación del mito cohesivo y protector de la nación,
mucho más cohesionada si se identifica en sus adentros o en el exterior
la figura de un enemigo colectivo que sacrificar. Un enemigo que hoy
apunta hacia las mujeres, las personas refugiadas, las personas pobres o
racializadas.
Menos evidente aparece a nuestros ojos, aunque ya se reveló en época de
entreguerras, cómo las vías de acumulación capitalista que resultan en
situaciones de práctico monopolio terminan reclamando, para un gobierno
eficaz de la economía, fórmulas autoritarias que exceden el Estado
democrático y constitucional. El abandono desde la década de 1980 de las
funciones democratizadoras típicas del Estado social, desde la
desmercantilización de espacios sociales a la diversificación de la
economía o el combate por la igualdad real, resucitó la dinámica
inmanente al capitalismo desbocado, volviendo a colocarnos en un
escenario de gobierno corporativo transnacional, un autoritarismo de
mercado establecido por la nueva Lex Mercatoria, que necesita ser
compensado o sostenido con prácticas autoritarias nacionales.
No cabe duda de que las soluciones políticas que ofrecen las formaciones
ultraderechistas se anclan en profundas necesidades psicológicas de
carácter colectivo. Entre ellas, sobresale la necesidad de comunidad,
ante un marco de competitividad individualista descarnada. Pero también
destaca la necesidad vital de sentirse partícipe activo de la comunidad
en la que se vive. La gestión de la crisis financiera, presidida por la
máxima del «No hay alternativa», puesta en práctica con toda virulencia
en Grecia, ha sembrado en el ánimo colectivo una sensación de impotencia
que comienza a reclamar, para sanarse, liderazgos autoritarios y
ejecutivos, capaces de decidir haciendo estallar las mallas de la
legalidad. En esta misma dirección apunta el sentimiento difuso de
desafección provocado por la independización de los representantes
públicos, traducida en muchas ocasiones en «cartelización» organizada
para fines corruptos de enriquecimiento privado. La corrupción se
convierte en el eje para justificar la necesidad de liderazgos
autoritarios, que, como evidencia el caso de Brasil, acaban
transmitiendo la idea de que los mecanismos de la democracia
representativa resultan estériles para librarse del saqueo pilotado por
las elites políticas. En ambos lados del Atlántico vuelve a extenderse
en el alma colectiva la necesidad de liderazgos carismáticos que
conecten en bloque con los ánimos de intervención inmediata, sin
mediaciones ni contenciones jurídicas, en el terreno político.
Bajo el capitalismo salvaje, no solo se erosionan los mecanismos típicos
de la representación y de la garantía del interés general. El incentivo
público generalizado de que goza la cultura empresarial (del llamado
«emprendimiento»), ajustándose sin roces a las necesidades de
acumulación del capital, se adecua mal a los requerimientos culturales
–pluralistas, igualitarios, horizontales– de una democracia. El culto a
la individualidad triunfante y con capacidad de mando, que solo prospera
por la obediencia disciplinada del conjunto, fomenta los valores
autoritarios y jerárquicos cuando se traslada a la
polis. Los
principios morales que rigen en muchas escuelas de negocios, conducentes
al éxito individual con desprecio de la cooperación colectiva y con
necesidad de instrumentalizar, cosificándolos, a los semejantes,
procuran un ecosistema inmejorable al fascismo rampante si terminan por
convertirse, como ocurre en nuestros días, en una ética social.
Asistimos además, y de manera paralela, al auge de los discursos
conservadores y violentos, reforzándose los tradicionales ejes de
dominación colonial, eurocéntrica, racista y patriarcal sobre el
trabajo, las y los migrantes y, muy en particular, sobre las mujeres.
Utilizando la religión, los valores conservadores tradicionalistas, la
difamación, el discurso del miedo al otro y la exacerbación del mandato
de la masculinidad, se rearma un andamio ideológico / jurídico orientado
a potenciar modelos de sumisión y explotación violenta de una mayoría
de la población, con especial impacto de género, y sin duda necesarios
para mantener los procesos de acumulación y de control social.
Así, la propia cultura que se extiende en nuestros modelos de sociedad
propicia el abandono de los valores democráticos y el abrazo a las
tácticas del fascismo. En su plena orientación hacia el futuro, tiende a
relegar las exigencias instructivas de la memoria democrática, olvido
agravado en aquellos países que transitaron a la democracia sin romper
con las dictaduras que los habían oprimido. Conocer las dinámicas que
condujeron a los fascismos y sus prácticas de exterminio y dominación no
garantiza, es cierto, el no repetir la barbarie, pero sí introduce
dispositivos de amortiguación y freno, que contribuyen a prevenirla.
En el imprescindible documental de Chris Marker sobre las izquierdas mundiales en las décadas de 1960 y 1970,
El fondo del aire es rojo,
se funden en planos consecutivos las manifestaciones de neonazis
americanos y las de los ejecutivos de Wall Street, coincidentes en su
agresivo belicismo y en su furibundo anticomunismo ante la Guerra del
Vietnam. Liberalismo económico y fascismo político, frente a la
tergiversación inducida durante décadas de corrección teórica
demoliberal, terminan reclamándose mutuamente.
Con este escenario de fondo, el presente libro pretende indagar en los
diferentes flancos de esa compenetración, tratando de resolver
incógnitas fundamentales que flotan hoy en la esfera pública y de
destapar complicidades que permanecen todavía ocultas a los ojos
generales. Para tal fin, los diferentes trabajos se organizarán en dos
grandes bloques temáticos. El primero atiende al aspecto general teórico
e histórico del asunto, para anclar las posibilidades reales del mismo
uso del término «neofascismo». Resulta fundamental conocer bien el
ascenso de los fascismos en el mundo de entreguerras, y sus vínculos con
el capitalismo, para trazar los paralelismos pertinentes, y también
para prescindir de las comparativas más simplistas. Igualmente crucial
nos parece la delimitación conceptual del fascismo, tanto en sus formas
pasadas de expresión, cuanto en las que comienzan a emerger en la
actualidad. Y habrá que atender también a las diferentes líneas de
evolución que están desembocando en el auge de unas fuerzas que, si hoy
se presentan como ultraderechistas, incuban ya, de forma inequívoca, la
serpiente del fascismo futuro.
El segundo de los bloques consta de ensayos de tono empírico, centrados
ya en el análisis de experiencias de dominación ancladas en los axiomas
neofascistas. Su campo de pruebas lo proporcionan en ocasiones
trayectorias estrictamente nacionales, y, en otras ocasiones, escenarios
transnacionales que consienten la comparación de itinerarios y
prácticas locales. Interesa en este apartado el examen de los ejes y
dispositivos de dominación, que promueven la jerarquización social
fascista o que se encuentran inspirados directamente en fórmulas
neofascistas, en los ámbitos de la convivencia, el trabajo, la
comunicación, la religión o el feminismo.
Para elaborar la proyectada obra colectiva hemos apostado por una
aproximación pluridisciplinar e internacional, reuniendo a quince
personas que tienen en común el hilo del pensamiento crítico. Las y los
autores, procedentes de Ecuador, Colombia, Brasil, Argentina y España,
cultivan materias como la filosofía política, el derecho, la sociología,
la antropología, la teología, la comunicación o la historia. Desde la
pluralidad epistemológica, los capítulos, en diálogo permanente entre
los conceptos compartidos, se esfuerzan en entender y razonar sobre uno
de los fenómenos más complejos, que afecta a todos los aspectos de la
sociedad y que no es reducible a un solo plano.
El resultado de este trabajo colectivo, pluridisciplinar y
transatlántico es un libro que aporta instrumentos al análisis de lo que
acordamos denominar como «neofascismo», los cuales explican sus
múltiples dimensiones y que desmontan lugares comunes y prejuicios
generados muchas veces por los propios movimientos de extrema derecha,
pero que se consolidan al ser repetidos por otros partidos y por los
medios de comunicación.
Precisamente por lo que acabamos de explicar, el libro sirve de
instrumento para combatir los discursos de la ultraderecha en un momento
en el que estos son amplificados por muchos medios de comunicación, que
los sitúan en el centro del debate, con propuestas que suponen amenazas
para los derechos humanos y para la democracia. Este libro, escrito
desde el rigor intelectual de sus autores y autoras, tiene una clara
vocación de ser, ante todo, una herramienta útil en la lucha contra los
neofascismos.
Fuente...