La carambola del 155 tropieza con Catalá
Fernando López Agudín
Cuando Rajoy, taco en mano, se disponía a introducir la bola
del 155 en el billar de la Moncloa, empujando las dos bolas vasco catalanas
contra la banda alemana, la irrupción de las asociaciones de jueces y fiscales
han impedido, ciertamente por el momento, la carambola política que le
permitiría seguir con el taco presidencial hasta junio de 2020. La reacción
crítica del ministro Rafael Catalá a la sentencia de La Manada, que niega el
evidente delito de violación cometido por el brutal quinteto de violadores, ha
resucitado el peor corporativismo más puñetero de los profesionales de la
Justicia contra el Gobierno del Partido Popular, justo cuando apenas restan una
veintena de días para conocer si, finalmente, consiguen aprobar los
Presupuestos Generales del Estado. Tras esta interrupción, todas las bolas se
plantean que hará la bola judicial.
Por una ironía de la Historia, la supervivencia de Rajoy,
sentenciado por los poderes fácticos, depende hoy tanto de Puigdemont como de
Urkullu. Si el primero no facilita ya un gobierno nacional catalán, el segundo
no votará los números de Montoro y, sin ese nihil obstat de Ajuria Enea, el
gobierno del PP pasará a los manuales de los textos históricos. Quien más ha
combatido la plurinacionalidad del Estado, eso sí arrastrado por Albert Rivera,
no podrá culminar la legislatura sin el apoyo, explícito e implícito, de los
nacionalistas a los que ha llegado incluso a encarcelar. Máxime, cuando tanto
el PP como Ciudadanos compiten ahora por ampliar la tensión territorial a las
comunidades navarra, valenciana y balear.
¿Cómo repercutirá el enfrentamiento de Carlos Lesmes,
mandamás de lo judicial, con el ministro Catalá en esta carambola de Rajoy?
Pese a que la Moncloa no ignoraba cuál iba a ser la postura de las siete
asociaciones profesionales del Poder Judicial, que tanto han contribuído a
revestir jurídicamente a Mariano Rajoy, tampoco podía arriesgarse a no atender
la indignación de más de la mitad del voto sociológico del país, las mujeres,
contra una sentencia judicial demencial y bochornosa. Ni siquiera sabiendo que
el nuevo choque vendría a sumarse al que mantiene el juez Llarena con el
ministro Montoro, sobre el delito de malversación que el primero atribuye a
Puigdemont. De nada le serviría satisfacer a los togados cesando a Rafael
Catalá, a cambio de perder el electorado femenino.
Ni un segundo han tardado los burukides del PNV en sacar a
Egibar del rincón guipuzcoano para advertir hoy que su voto presupuestario
sigue en el aire político, si continúa el 155. Casi al mismo tiempo que Andoni
Ortúzar, máximo dirigente, enviaba un mensaje público a la izquierda española,
pidiéndole “que espabile”, para que la alternativa al PP no sea Ciudadanos, una
sigla basada en el frontal choque de trenes nacionalistas. Por mucha presión que ejerza Josu Jon Imaz, más atento
a los intereses del Ibex-35 que a los de Euskadi, el potente nacionalismo vasco
no tiene otra opción que la de condicionar su voto al fin del 155. Nadie mejor
que ellos saben lo que puede significar la voladura controlada de Rajoy, pero
ni aún a costa de ese serio riesgo pueden permitirse jugar a Poncio Pilatos.
Solo faltaba negar el delito de violación en Pamplona,
mientras se pide la extradición de Puigdemont por el delito de rebelión, para
acentuar el desprestigio de la Justicia española ante la Unión Europea. Esa
negación de un delito comprobado y esa afirmación de un delito inexistente en
Alemania dificulta hoy la posibilidad de pactar con el líder soberanista, vía
Merkel, si este desbloquea el gobierno catalán a cambio de que los jueces
germanos no lo extraditen. Tras la sentencia de La Manada y la reacción
corporativista del Poder Judicial, parece muy difícil que el gobierno alemán se
avenga a jugar ese papel de intermediación.
Y es que “aún hay jueces en Berlín”, como bien los había en el siglo
XVII, y reconocía esta famosa frase pronunciada por el emperador Federico Guillermo.
El caso es que Rajoy todavía no ha abandonado el tapete
verde del billar de la Moncloa. Con el taco en alto, acariciado por la tiza,
calcula como rematar la jugada. No conviene olvidar que es un fino estilista,
aunque las bolas están bastante peor situadas que ayer, pero seguramente mejor
que mañana. Ni la catalana parece tan firme ni
la vasca tan predispuesta. No digamos de la alemana, irritada por la
subida de las pensiones que desborda la lucha contra el déficit, y que
contempla como su jugador preferido se encamina, sin prisa y sin pausa, hacia
un callejón sin salida. Falta solo la bola negra, la de las togas, por
situarse. Que hoy denuncie la intervención del Ejecutivo sobre el Poder
Judicial no es un buen augurio para Rajoy.
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