El mito de la independencia del banco central
Alejandro Nadal
El mito de la independencia del banco central es una
falsificación ideológica de gran relevancia en el mundo. También es un
instrumento de dominación muy eficaz. Los economistas convencionales le han
tratado de dar una especie de fundamento científico, pero la realidad es que
esta leyenda carece de todo sustento racional.
Los economistas y políticos que justifican la idea de la
autonomía del banco central esgrimen un argumento básico: al gobierno no se le
puede tener confianza para manejar la oferta monetaria. El seudo-razonamiento
tiene apariencia técnica: si el gobierno controla el banco central y gasta más
de lo que recauda e incurre en un déficit sistemático, echará a andar la
maquinita de imprimir billetes. Aumentará el circulante y la moneda perderá su
valor al desatarse la inflación.
Todo lo anterior suena lógico, ¿verdad? Y hasta los
estudiantes de economía que son torturados antes de sufrir una lobotomía en las
facultades y escuelas de economía en el mundo entero aprenden que existe una
teoría cuantitativa de la moneda que explica cómo aumentan los precios cuando
crece la oferta monetaria. Sólo que hoy sabemos que la teoría cuantitativa de
la moneda ha sido desacreditada en el ámbito de la lógica y que en el campo de
la política económica es destructiva. Finalmente, en el terreno de la realidad
empírica está basada en una idea de la creación monetaria que dejó de ser
cierta hace por lo menos 150 años. Vale la pena examinar cada uno de estos
puntos para entender los límites de la idea de la autonomía del banco central.
Primero el ámbito de la lógica. La teoría cuantitativa de la
moneda supone que los precios varían de acuerdo a la cantidad de moneda en
circulación. Pero eso depende del supuesto de que el producto total no varía al
aumentar el circulante. Pero eso es absurdo: el producto no tiene por qué
permanecer estático. Una vez que se abandona ese supuesto la relación entre
cantidad de moneda y precios (inflación) se derrumba. Esa y otras críticas
formuladas por Keynes en 1936 son definitivas.
Segundo, el campo de la política económica. La separación en
compartimentos estancos de la política fiscal y de la política monetaria pone
de rodillas al Estado moderno frente a los caprichos de los mercados
financieros. Los poderes soberanos se han degradado al rango de clientes del
sistema financiero internacional y los objetivos de desarrollo se someten a los
dictados del capital financiero. Además, la separación conduce a una falta de
coordinación entre la política fiscal y la monetaria. Las terribles consecuencias
que todo esto acarrea están a la vista en Europa y América Latina.
Tercero, el terreno de la realidad. Los primeros bancos
centrales fueron creados a finales del siglo XVII, pero su capacidad de
mantener el monopolio de creación monetaria duró poco. El desarrollo del
sistema bancario a partir de la segunda mitad del siglo XIX permitió a una
parte del sector privado reapropiarse de la facultad de emitir dinero. Los
bancos privados crean dinero cada vez que hacen un préstamo y la actividad
económica está íntimamente asociada a esta forma de operación de los bancos
privados. Si una empresa solicita un crédito y las expectativas son buenas, el
banco le hará un préstamo, tenga o no reservas. Es decir, le abrirá una cuenta
y le entregará un medio de pago que será reconocido por todos los demás bancos
(por ejemplo, una chequera y una tarjeta de débito). Ese medio de pago es
moneda, aunque no haya sido emitida por el banco central.
Los medios de pago emitidos por los bancos privados son
simples promesas para entregar dinero base o de alto poder (un cheque es una
simple promesa de entregar a la contraparte una cantidad de pesos, dólares o
euros). Por eso muchos creen que en última instancia las reservas controlan la
cantidad de préstamos que pueden hacer los bancos. La realidad es otra: es la
actividad de los bancos la que le dicta al banco central cuántas reservas debe
emitir. El banco central no regula las reservas de la banca comercial, es la
banca comercial la que dicta el monto de las reservas.
La idea de que los gobiernos son irresponsables es la piedra
de toque de todo el razonamiento sobre la autonomía del banco central. Pero
todo esto entraña una enorme contradicción. ¿Qué no se supone que en una
democracia las operaciones del banco central estarían sujetas a una sana
disciplina? Vaya, perdón, pero qué pregunta más impertinente si ahora ya
sabemos que la democracia ha muerto.
En el espacio de la reflexión política, una de las tragedias
de nuestro tiempo es la aceptación de las izquierdas en casi todo el mundo de
esta idea de la necesidad de mantener la autonomía del banco central. Como si
la fantasmagoría de los pensadores de la derecha fuera reflejo de una realidad
y una necesidad. La obsesión del mundo financiero para recuperar el control
sobre el dinero es una vieja historia en todo el mundo. Hoy en Europa este
problema es parte medular del nuevo modelo de explotación y dominación que se
erige en el continente.
y ver ....
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