viernes, 2 de septiembre de 2022

El liberalismo autoritario europeo .

 


La Unión Europea se construyó sobre un rechazo a la democracia

La gestión de las crisis recientes por parte de la UE demuestra su falta de respeto por la democracia. Este no es solo un problema de medidas de emergencia: es el resultado de un proyecto de décadas para sustraer las decisiones económicas del control popular.


La gestión de la Unión Europea de las crisis de la deuda soberana de la última década puso en evidencia sus aspectos antidemocráticos. Incluso allí donde se eligieron gobiernos que prometían acabar con el dolor de la austeridad, como en Grecia en 2015, los líderes de las instituciones europeas que carecían de mandato popular se aferraron a sus propios dogmas. La pandemia trajo otra ola de intervenciones, no siempre con la misma retórica, pero de nuevo con poco proceso democrático real. ¿Son los aspectos antidemocráticos de la UE un resultado de las crisis, con sus mecanismos de respuesta codificados en sus instituciones? ¿O estos elementos siempre han estado ahí?

Estas son preguntas que Michael Wilkinson aborda en su importante estudio Authoritarian Liberalism and the Transformation of Modern Europe [El liberalismo autoritario y la transformación de la Europa moderna], en el que sostiene que el dogma ordoliberal fue la referencia ideológica clave de la UE desde su concepción en el Siglo de Oro. Deconstruyendo los relatos neoliberales idealizados que ven a la Unión Europea como el faro de los valores occidentales, muestra su composición política real, mucho menos admirable. Desde Jacobin conversamos con Wilkinson sobre su estudio.

 

GS

¿Por qué decidió escribir Authoritarian Liberalism and the Transformation of Modern Europe? ¿En qué medida se aleja de sus escritos anteriores?

MW

Decidí escribir el libro a lo largo de varios años, empezando por el momento álgido de la crisis del euro en 2012, cuando el término «liberalismo autoritario» surgió por primera vez en mi mente. El término pretende captar la combinación de autoritarismo político y liberalismo de mercado que impulsó la Troika —el Banco Central Europeo (BCE), el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea—, el Eurogrupo de ministros de Economía y los poderosos Estados miembros.

Sus acciones se caracterizaron por una impronta particularmente autoritaria tras la elección de Syriza en Grecia en 2015, que había ofrecido la primera oposición política seria a la austeridad, antes de ser aplastada decisivamente. Escribí varios artículos en los que intentaba situar estos fenómenos excepcionales en la historia de la integración europea remontándome al periodo de entreguerras, cuando el «liberalismo autoritario» fue acuñado por primera vez por el socialdemócrata y teórico constitucional alemán Hermann Heller para describir los gabinetes presidenciales que gobernaban a finales de Weimar antes de la toma del poder por los nazis.

Pero cuando comencé a esbozar estas impresiones iniciales en un lienzo más amplio, para contar la historia más larga, empecé a darme cuenta de que necesitaba hacer más trabajo histórico sobre las condiciones de fondo del liberalismo autoritario para dar sentido a cómo pudo tener éxito. En otras palabras, necesitaba alejarme de un marco de norma/excepción y acercarme a una narración histórica más completa. Así que el libro se apartó de mis escritos anteriores en el sentido de que era menos especulativo y más concreto. Analicé las condiciones materiales e ideológicas del liberalismo autoritario y la aparente falta de alternativas, así como el modo en que se generaron estas condiciones a lo largo de varios periodos, empezando por la coyuntura de entreguerras, continuando con el acuerdo de posguerra y la era posterior a Maastricht, y finalmente madurando a través de la propia crisis del euro. Esto me dio la estructura cronológica en cuatro partes del libro, pero también lo convirtió en un proyecto mucho más largo.

 

GS

¿La Unión Europea ha sido antidemocrática desde su fundación?

MW

El déficit democrático fue un elemento básico de los estudios políticos y jurídicos sobre la Unión Europea en la década posterior [al Tratado fundacional de la UE de Maastricht de 1992]. Muchos estudiosos habían expuesto los aspectos estructurales del déficit, relacionados con el proceso consensuado y opaco de elaboración de leyes, la autoridad que la legislación de la UE reclamaba sobre la legislación nacional y el desequilibrio constitucional del tratado a favor de las libertades de mercado y en contra de la solidaridad social. Igualmente importante, se ha demostrado que la mejor manera de entender este déficit es como una característica clave de la escena política nacional. La integración europea no fue algo impuesto «desde arriba», sino que fue un proceso de transformación del Estado que contribuyó al vaciamiento de la democracia al desconectar aún más a las élites políticas del pueblo y afianzar formas de liberalismo de mercado.

Una vez más, al investigar más a fondo, resultó que esta desconexión democrática era un fenómeno mucho más profundo. En los años cincuenta y sesenta, una serie de comentaristas vagamente asociados a la Escuela de Frankfurt, como Franz Neumann y Otto Kirchheimer, habían diagnosticado una profunda alienación política en los pueblos de Europa. Esta se plasmaba en el eclipse de la libertad política, el declive de la autoridad parlamentaria y el debilitamiento de la representación tradicional de la clase trabajadora. Era más evidente en Alemania Occidental, pero tenía ramificaciones mucho más amplias y podía identificarse en otros Estados miembros fundadores «centrales», como Francia e Italia.

Lo que me pareció especialmente preocupante de esta desconexión fue que parecía estar legitimada por un mito, la percepción de que la democracia necesitaba ser restringida tras su exceso de entreguerras, de ser capturada por la llamada «tiranía de la mayoría», cuando en realidad la democracia había sido profundamente recortada. Era una «tiranía de la minoría» la que dominaba, a través de formas de liberalismo autoritario así como de la violencia del fascismo y el nazismo. Esto apuntaba al hecho de que el «déficit democrático» no era solo una limitación institucional o una construcción accidental, sino un fenómeno ideológico, arraigado en el imaginario constitucional de la posguerra y consolidado a lo largo del tiempo.

 

GS

Otro de los argumentos que sustenta su estudio, siguiendo a Chris Bickerton, es que la Unión Europea desempeñó un papel activo en la construcción del Estado en la posguerra. ¿Podría explicar este argumento?

MW

Maastricht fue una especie de momento decisivo, por la forma en que amplió y profundizó el déficit democrático estructural de la Unión Europea. Pero los pilares ya se habían puesto en marcha, empezando por el Tratado de Roma y la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas a principios de los años sesenta, que sentaron las bases para la «constitucionalización» del tratado y la «integración furtiva» que le siguió.

La integración europea se caracterizó en esta época por proceder con el respaldo de un «consenso permisivo»: no hubo una movilización popular activa de los ciudadanos hacia el proyecto, pero tampoco hubo una oposición notable. Era un proyecto impulsado por las élites nacionales, en particular por las redes de políticos y juristas democristianos. Los abogados desempeñaron un papel clave, «escondidos en el ducado de Luxemburgo», y esta es una parte fundamental de la historia que cuento en el libro, bastante conocida por los estudiosos del derecho de la UE. Pero he querido ofrecer un relato más amplio, incorporando los cambios en las relaciones entre el Estado y la sociedad que facilitaron este proceso o, al menos, permitieron que se desarrollara sin una oposición significativa.

 

GS

Usted comienza la narración de su libro desde el periodo de entreguerras. ¿Qué análisis teórico se produjo entonces que pueda ayudarnos a entender lo que ocurrió después de 1945, en términos de construcción de la lógica política de la UE?

MW

No hay un solo autor, sino una variedad de fuentes que me ayudaron a reconstruir el complejo panorama de la coyuntura de entreguerras y su significado para la Europa de posguerra. Mencioné a Heller en respuesta a la primera pregunta: su trabajo a lo largo de los años 20 y hasta principios de los 30, junto —y en oposición— al de Carl Schmitt, fue crucial para ofrecer una visión teórica y política del colapso de la República de Weimar. La obra de Karl Polanyi La gran transformación demostró que la combinación de autoritarismo y liberalismo que surgió en vísperas del colapso de Weimar no era ni mucho menos única; de hecho, fue una estrategia global de la burguesía como reacción a la amenaza de los movimientos de la clase obrera y otras respuestas socialistas a la crisis económica y la dura desigualdad.

Estos autores fueron útiles para ayudar a desacreditar la narrativa liberal, tan dominante en la teoría constitucional estadounidense y europea dominante, de que fueron los excesos democráticos los que llevaron al colapso democrático. Como he señalado anteriormente, fue, por el contrario, la supresión de la democracia la causa próxima de su desaparición. Heller es una figura fundamental en este sentido, sobre todo porque fue su propia creencia en el Estado social progresista la que le llevó a defender una política de «tolerancia» hacia las élites autoritarias que gobernaban a finales de Weimar, una estrategia basada en su «mal menor» en comparación con los nazis. Esta estrategia resultó fatal al debilitar el vínculo entre la izquierda política y la clase obrera, una debilidad exacerbada por el servilismo del KPD [Partido Comunista Alemán] a Moscú.

Pero quizás, aunque de forma más sutil, fueron las «Tesis sobre la filosofía de la historia» de Walter Benjamin (que figura simbólicamente en la portada del libro) las que resultaron clave, al ofrecer un ángulo que faltaba: el sentido de que era erróneo creer en el progreso inevitable del tiempo histórico, una característica de gran parte del pensamiento socialdemócrata —equivocado— de entreguerras y de posguerra. Este enigmático texto ofrecía un correctivo crucial al economicismo y al determinismo mecánico que hundió a la izquierda de entreguerras; en cambio, ofrece, en la poderosa interpretación de Michael Löwy, una fusión de romanticismo revolucionario y materialismo histórico.

 

GS

Usted sostiene que una de las razones del surgimiento de la construcción política antidemocrática de la UE en la posguerra fue el miedo a la democracia tras las experiencias del antifascismo y los sueños y expectativas de otro mundo más democrático que suscitó. Pero, ¿cómo limitó el proyecto europeo las aspiraciones democráticas en el momento de la posguerra?

MW

Esto se desprende muy bien de la pregunta anterior. Se culpó a una democracia excesivamente politizada —erróneamente, en mi opinión— del colapso de la sociedad de entreguerras. En la posguerra, los liberales, los democristianos y los socialdemócratas alcanzaron un consenso político en torno a un capitalismo domesticado, así como a una democracia restringida (como ha relatado Jan-Werner Müller) y se unieron en torno a un compromiso centrista, que incluía una negociación social entre el trabajo y el capital.

La integración europea proporcionó un marco para una «democracia constreñida en general»; no fue la raíz de lo que yo llamo un «liberalismo autoritario pasivo», pero lo consolidó, presentando varios puntos de veto institucionales contra el ejercicio del poder democrático. Más tarde hizo casi imposible desviarse de él, afianzando las estructuras institucionales y la cultura constitucional del liberalismo autoritario en un marco de tratados endurecido, así como en una ideología de integración europea. Esta fue en gran medida pasiva, al menos hasta la crisis del euro, en el sentido de que dependía más de un repliegue de la esfera política y de un abandono de la clase trabajadora que de dictados y decretos; se construyó en torno a una hegemonía suave más que a la coerción.

La posición de la izquierda radical en la posguerra es más compleja. Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando los que luchaban contra el nazismo y el fascismo alcanzaron posiciones de considerable prestigio (sobre todo en los movimientos de la Resistencia y los partidos comunistas de Francia e Italia), hubo un breve momento de optimismo por una política más radical. Pero se disolvió rápidamente. La desradicalización adoptó formas específicas a lo largo de varias décadas y fue el resultado de acontecimientos tanto nacionales como internacionales, entre los que destaca la creciente hegemonía de Estados Unidos.

Aquí tendríamos que ofrecer relatos más granulares y específicos de cada país, para los que no hay espacio para relatar con detalle. Baste decir que el apego al proyecto de integración europea se convirtió en una trampa fatal para la izquierda: la creencia, ejemplificada quizás sobre todo en Italia, de que el socialismo se alcanzaría a través de Europa o no se alcanzaría, la dejó quieta cuando se trató de la Unión Europea. La izquierda quedó paralizada entre el aparente «mal menor» de la UE en relación con el sentimiento nacionalista y el lujo del optimismo intelectual sobre las perspectivas de progreso supranacional.

 

GS

¿Hasta qué punto el Tratado de Maastricht es una continuación del autoritarismo pasivo del proyecto europeo en los años de posguerra? ¿Cuáles son las diferencias entre ambos momentos?

MW

Los cambios efectuados por Maastricht son significativos y multifacéticos. En primer lugar, en el plano estructural-constitucional, sentó las bases de la Unión Económica y Monetaria Europea (UEM) y de la moneda única, que pondría una camisa de fuerza adicional a la economía política de los Estados miembros, elevando una constitución macroeconómica para los países de la zona euro al privarles de autonomía monetaria. En segundo lugar, alteró drásticamente el alcance geopolítico del proyecto, ya que la ampliación de la UE en combinación con la reunificación alemana cambió el equilibrio de poder franco-alemán a favor de Alemania y hacia una economía política más neoliberal. Este proceso se aceleró con la adhesión de los países de Europa Central y del Este y su rápida y brutal transición a las economías de mercado sin una sólida construcción de la democracia. Estos dos fenómenos —la profundización y la ampliación del liberalismo de mercado— crearon conjuntamente una estructura que sería mucho más impermeable al cambio, pero también muy frágil en términos de su débil apoyo democrático.

Así que, además, y de forma reveladora, Maastricht también puso de manifiesto el fin del «consenso permisivo» sobre la integración, con la agitación del resentimiento popular contra unas élites cada vez más desconectadas, notable en la reacción francesa a Maastricht y el «petit oui» en su referéndum (cuando los franceses apenas lo aceptaron por un 51% contra un 49%). De manera crucial, esta desconexión sería explotada más por la derecha política que por la izquierda, aferrándose ésta a un europeísmo ideológico a pesar de la creciente evidencia de la deriva neoliberal de la UE.

En esta época, el movimiento académico (sobre todo bajo la influencia de Jürgen Habermas) se orientó hacia conceptos como «postsoberanía», «posnacionalismo» e implícitamente «posdemocracia», con la teoría del discurso y su horizonte de acuerdo futuro sustituyendo el análisis material y la política de clases. La derecha, por otro lado, se beneficiaría retórica y electoralmente de convertir a la UE en un chivo expiatorio, pero no tenía ningún plan, ni necesidad, de poner la salida sobre la mesa, ya que podía perseguir sus objetivos desde dentro de la UE e incluso remodelar Europa a su imagen, como por ejemplo en la reciente adopción del discurso populista por parte de las élites políticas europeas, como la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el francés Emmanuel Macron.

 

GS

Usted sostiene que el dogma ordoliberal se fundió con la constitución política de la Unión Europea. ¿Cómo ocurrió esto, y cuáles fueron las implicaciones?

MW

El grado de influencia del ordoliberalismo en la Unión Europea y en las economías políticas internas de la UE es muy discutido, entre otras cosas porque hay diferencias dentro de la tradición ordoliberal. Desde mi punto de vista, el ordoliberalismo es muy instructivo en cuanto a su privilegio de la estabilidad económica sobre la política democrática, su defensa de una constitución económica para evitar la interferencia «irracional» en la economía y su visión altamente ideológica y moralista del homo economicus.

El vínculo entre los ordoliberales y Carl Schmitt es tenue pero real, como ha documentado Werner Bonefeld; hay una teología política y un autoritarismo decisionista en juego para ambos; en el caso de los ordoliberales, una decisión a favor de la despolitización de la economía y en contra de la planificación socialista. La posición de Schmitt es más compleja, abstracta y cambiante, pero en el punto de su discurso de 1932 a la Langnam-Verein hay claras afinidades con los ordoliberales y los neoliberales al identificar el socialismo democrático como la amenaza clave para el orden constitucional y económico.

El ordoliberalismo, como digo, es instructivo como forma de liberalismo autoritario. Pero sería un error pensar que el ordoliberalismo se aplicó de forma mecánica, tanto a nivel nacional como en Europa. Desde sus inicios, los ordoliberales se reunieron con pensadores asociados al liberalismo clásico y al neoliberalismo y con otros centristas variados, como se representó en la reunión del Coloquio Walter Lippmann en 1938; estos pensadores estaban unidos en su escepticismo y miedo a la democracia y pretendían lograr la hegemonía para una restauración del orden liberal, pero por lo demás eran muy diversos en sus programas específicos.

En la Europa de la posguerra, el ordoliberalismo fue recibido a través de diversas tradiciones nacionales de economía política y desarrollo constitucional material. Y, de hecho, una de las líneas argumentales que desarrollé en las últimas etapas del libro fue que la confluencia del ordoliberalismo con la estrategia de crecimiento impulsada por las exportaciones de Alemania fue lo que lo hizo altamente disfuncional para la Unión Europea en su conjunto, especialmente cuando se produjo la crisis del euro.

En ese momento, el ordoliberalismo pasó a tener una influencia tanto ideológica como práctica, justificando las políticas asociadas a la austeridad, pero en formas que también requerían intervenciones dramáticas y acciones discrecionales. Estas eran anatema para algunos ordoliberales por la forma en que requerían romper el «manual» de la constitución macroeconómica así como la agenda doméstica para mantener el espectáculo en marcha: financiación del banco central, rescates, etc. Esto dio lugar a una serie de recursos legales ante el Tribunal Constitucional alemán contra las intervenciones, especialmente las del BCE.

Sin embargo, en cada etapa, el objetivo de estos desafíos era tratar de apoyar y sostener el telos del liberalismo de mercado: garantizar la condicionalidad, proscribir las condonaciones de deuda, proteger contra el «riesgo moral». Las implicaciones para la constitución política de la UE fueron graves, como señaló Wolfgang Streeck: los conflictos nacionales sustituyeron al conflicto de clases, los países del Sur quedaron económicamente devastados con un desempleo masivo, sobre todo para las generaciones más jóvenes, y Europa quedó más desunida de lo que había estado en medio siglo.

 

GS

¿Qué procesos históricos llevaron a la completa neoliberalización de la UE? ¿Y cuál fue el papel específico de Alemania?

MW

No estoy seguro de que sea útil pensar en la neoliberalización completa de la UE, dado que el proceso de integración siempre está condicionado por los Estados miembro y depende de los acontecimientos. No cabe duda de que existe una lógica neoliberal de despolitización de la economía integrada en el proyecto. Y la UEM fue crucial para reducir la autonomía política de los Estados miembros. Pero el peso relativo de la economía política alemana también cambió el equilibrio de poder entre los Estados europeos en la década de 1990, como ya indicaba el giro del presidente François Mitterrand hacia un programa socialista en Francia a principios de la década de 1980.

Lo que quizás fue más significativo fue el giro de los partidos de centroizquierda y socialdemócratas hacia el neoliberalismo a finales de los años 90 (especialmente el triunvirato de Tony Blair, Gerhard Schröder y Lionel Jospin), de modo que incluso cuando había una clara mayoría de partidos de centro-izquierda entre los gobiernos europeos, apenas se desviaba del dogma neoliberal.

Esta neoliberalización de los partidos socialdemócratas fue un aspecto clave en el vaciamiento de la democracia occidental, aumentando la desconexión entre la clase trabajadora y sus representantes políticos. La integración europea contribuyó a este estrechamiento de los horizontes políticos, y lo consolidó, pero no fue la causa de ello como tal. Es crucial tener esto en cuenta porque también sugiere que una salida del liberalismo autoritario tiene que ser dirigida desde abajo, desde el propio demos. Para invertir el lema de gran parte de la izquierda europea, el socialismo será alcanzado por los Estados miembro o no será alcanzado, en el proceso de alcanzar un verdadero internacionalismo democrático.

 

GS

¿Cómo afectó la transformación neoliberal de los años 80 en adelante a las decisiones que tomó la UE sobre la gestión de la crisis del euro?

MW

La transformación neoliberal de la UE a partir de la década de 1980 creó un conjunto de estructuras constitucionales y un consenso ideológico que parecían limitar fuertemente las posibilidades de hacer frente a la crisis del euro. Pero esta apariencia era muy engañosa en un aspecto importante. Cuando existía la voluntad política, se encontraban formas de eludir las limitaciones constitucionales. Lo que significaba esto era que las decisiones estarían dirigidas por la élite y se tomarían de una manera casi totalmente democrática sin rendir cuentas, impulsadas por la Troika (especialmente el BCE), el Eurogrupo y los poderosos Estados miembros.

El resultado sería lo que Mark Blyth denominó el mayor cebo y cambio de la historia, con una crisis bancaria convertida en una crisis de la deuda soberana para justificar una política de austeridad basada en la clase. Esto condujo a una serie de revueltas parciales y al crecimiento de los movimientos antisistémicos a medida que la gente despertaba a la realidad de la situación y generaba un cierto impulso hacia el cambio político e incluso una revuelta abierta contra el sistema.

Aunque no logró sus objetivos, reveló con cierta claridad la naturaleza del problema. Y también expuso la falta de alternativas a la integración europea en la izquierda, capturada como lo estaba por un discurso de postsoberanía y globalización que había abandonado efectivamente el dominio de la soberanía política y la política de clases.

 

GS

¿Y la experiencia griega? ¿Cómo conectarías los argumentos clave de tu libro con la forma en que la UE trató el ascenso de Syriza en la primera mitad de 2015?

MW

El movimiento antisistémico más significativo de la crisis del euro surgió en Grecia con la elección de Syriza sobre una plataforma antiausteridad en enero de 2015, dando un breve parpadeo de esperanza a toda la izquierda europea. La reacción de las élites de la UE fue dura pero no sorprendente. Hay que entender que desde la perspectiva del capital, en particular del alemán, había una cierta racionalidad en la austeridad. Y había un deseo político de castigar a cualquiera que se atreviera a cuestionar el statu quo desde la izquierda, como incluso Habermas señaló con respecto a Grecia.

Sin embargo, en el análisis final sostengo que considerar solo cómo la UE trató a Syriza es perder el punto: sí, las élites políticas de todo el continente estaban dispuestas a sacrificar a Grecia; pero lo que la crisis del euro reveló sobre todo fue que la izquierda debe estar dispuesta y ser capaz de sancionar una ruptura del sistema europeo, lo que significa, en última instancia, que debe estar dispuesta a buscar una salida de la UE.

 

Sobre el entrevistador:

[1] George Souvlis es escritor independiente y enseña en el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Tracia.

https://jacobinlat.com/2022/08/28/la-union-europea-se-construyo-sobre-un-rechazo-a-la-democracia/?mc_cid=b0b1eb3c48&mc_eid=0c7e17d3e4 

jueves, 1 de septiembre de 2022

La hipocresía de Human Rights Watch .

La hipocresía de Human Rights Watch


Fuentes: Rebelión

Durante más de un decenio, el ascenso de la izquierda en los gobiernos latinoamericanos ha llevado a cabo logros notables en la reducción de la pobreza, de la integración regional y a una reafirmación de la soberanía y de la independencia. Los Estados Unidos se ha mostrado hostil hacia los nuevos gobiernos de izquierda y, […]

Durante más de un decenio, el ascenso de la izquierda en los gobiernos latinoamericanos ha llevado a cabo logros notables en la reducción de la pobreza, de la integración regional y a una reafirmación de la soberanía y de la independencia. Los Estados Unidos se ha mostrado hostil hacia los nuevos gobiernos de izquierda y, al mismo tiempo, ha seguido una política exterior bélica, en muchos casos abiertamente desdeñoso del derecho internacional.

Entonces, ¿por qué Human Rights Watch (HRW), a pesar de proclamarse a sí misma como «una de las principales organizaciones independientes del mundo» respecto a los derechos humanos, ha mantenido tan sistemáticamente posturas y políticas semejantes a las de los Estados Unidos? Esta compatibilidad con la agenda del gobierno de EE.UU. no se limita a Latinoamérica. En el verano de 2013, por ejemplo, cuando surgía amenazadoramente la posibilidad de un ataque unilateral con misiles de los EE.UU. a Siria (una evidente violación de la Carta de la O.N.U.), Kenneth Roth, director ejecutivo de HRW, especuló en cuanto a si sería suficiente un bombardeo meramente «simbólico». «Si Obama decide atacar a Siria, ¿se conformará con el simbolismo o hará algo que ayudará a proteger a la población civil?», preguntó por Twitter. John Tirman, director ejecutivo del Centro de estudios internacionales de la universidad Massachusetts Institute of Technology, con presteza denunció el «trino» como «probablemente la declaración más ignorante e irresponsable jamás dada por un importante defensor de los derechos humanos».1

La adaptación de HRW a la política de los EE.UU. se ha extendido también a las extradiciones secretas (la práctica ilícita de secuestrar y transportar a sospechosos de todas partes del mundo para que sean interrogados y a menudo torturados en países aliados). A principios de 2009, cuando se informó que la recién electa administración de Obama iba a dejar intacto este programa, Tom Malinowski, director de cabildeo de HRW en Washington en aquel entonces, sostuvo que «en determinadas circunstancias hay un papel legítimo» de las extradiciones secretas y recomendaba paciencia: «quieren diseñar un sistema que no traiga como consecuencia el envío de personas a calabozos extranjeros para torturarlas», dijo; «sin embargo, el diseño de ese sistema va a tomar un tiempo».2

No extendió HRW la misma consideración a Venezuela, el enemigo de facto de los Estados Unidos, cuando en 2012, José Miguel Vivanco, director de HRW Americas, y Peggy Hicks, directora de defensa mundial de derechos, escribieron una carta al presidente Hugo Chávez alegando que su país no cumplía con los requisitos para participar en el Consejo de Derechos Humanos de la O.N.U. Sostenían que los miembros del Consejo deben mantener los más altos criterios para el fomento y protección de los derechos humanos, pero que, desgraciadamente, «Venezuela actualmente está muy por debajo de los estándares aceptables».3 Teniendo en cuenta el silencio que guardó HRW respecto a la afiliación de los EE.UU. al mismo Consejo, uno se pregunta cuáles son exactamente los estándares aceptables de HRW.

Uno de los factores subyacentes de la conformidad general de HRW con la política de los Estados Unidos quedó en claro el 8 de julio de 2013, cuando Roth utilizó Twitter para felicitar a su colega Malinowski por su postulación al cargo de subsecretario de Estado para la democracia, los derechos humanos y el trabajo (DRL, por sus siglas en inglés). Malinowski estaba preparado para avanzar los derechos humanos en su calidad de funcionario de política exterior de alto nivel para una administración que convoca semanalmente reuniones conocidas con el nombre de «Martes del terrorismo». En estas reuniones, Obama y los miembros de su cuerpo administrativo deliberan sobre la ejecución de asesinatos extrajudiciales alrededor del planeta mediante el uso de aviones telecomandados, aparentemente utilizando una «lista de asesinatos» secreta que ha incluido a varios ciudadanos estadounidenses, así como a una jovencita de 17 años de edad.4

El ingreso de Malinowski al gobierno fue, en realidad, un reingreso. Antes de HRW, se había desempeñado como redactor de discursos para la secretaria de Estado Madeline Albright y para el Consejo Nacional de Seguridad de la Casa Blanca. También se había desempeñado como asistente especial del presidente Bill Clinton, cargos todos que incluyó con orgullo en su biografía en HRW. Durante su vista de confirmación ante el Senado el 24 de septiembre, Malinowski prometió «profundizar el consenso bipartidista respecto a la defensa de la libertad que los Estados Unidos lleva a cabo en todo el mundo» y prometió a la Comisión de Relaciones Exteriores que sin importar adónde condujera el debate en los Estados Unidos sobre Siria, «el mero hecho de que ahora lo tenemos muestra lo excepcional que es nuestro país».5

Ese mismo día, Obama se paró frente a la Asamblea General de la O.N.U. y declaró: «es posible que algunos no estén de acuerdo, pero yo creo que Estados Unidos es excepcional». Suponiendo que por «excepcional» Obama quiso decir excepcionalmente benévolo, una de los que estuvieron en desacuerdo fue la presidenta brasileña Dilma Rousseff, quien había iniciado su intervención en el mismo estrado vilipendiando la «red mundial de espionaje electrónico» de Obama, la que ella consideraba como una «falta de respeto a la soberanía nacional» y como una «grave violación de los derechos humanos y civiles». Rousseff contrastó el comportamiento desvergonzado de Washington con su caracterización del Brasil como un país que ha «vivido en paz con nuestros vecinos por más de 140 años». El Brasil y sus vecinos, sostuvo, han sido «democráticos, pacíficos y respetuosos del derecho internacional».6 El discurso de Rousseff materializó la amplia oposición de Latinoamérica al excepcionalismo de los EE.UU. y, por lo tanto, clarificó la relación mutuamente antagónica de la izquierda con HRW.

 

La trayectoria de Malinowski es sólo un ejemplo de un panorama mayor. La cultura institucional de HRW está condicionada por los estrechos vínculos que mantienen sus dirigentes con varias ramas del gobierno de los EE.UU. En su biografía en HRW, Susan Manilow, vicepresidenta de la Junta Directiva de HRW, se describe a sí misma como «una vieja amiga de Bill Clinton» que ayudó a administrar las finanzas de su campaña. (HRW una vez firmó una carta a Clinton que abogaba por el enjuiciamiento del presidente yugoslavo Slobodan Milošević por crímenes de guerra; HRW no hizo el intento por responsabilizar a Clinton de los bombardeos de la OTAN que causaron la muerte de civiles, pese haber llegado a la conclusión de que habían constituido «violaciones del derecho internacional humanitario».)7 Bruce Rabb, asimismo miembro de la Junta Directiva de Human Rights Watch, anuncia en su biografía que «se desempeñó como asistente del personal del presidente Richard Nixon» de 1969 a 1970: el período en que esa administración arrasó con bombas, secreta e ilegalmente, a Camboya y Laos.8

El Comité Asesor para la división de HRW Americas se ha jactado incluso de la presencia de Miguel Díaz, un ex funcionario de la Agencia Central de Inteligencia. Según su biografía en la Secretaría de Estado, Díaz se desempeñó como analista de la CIA y también brindó «supervisión de las actividades de información secreta de los EE.UU. en Latinoamérica» para la Comisión especial permanente sobre información secreta de la Cámara de Representantes.9 A partir de 2012, Díaz se concentró, al igual que lo había hecho una vez para la CIA, en Centroamérica para el DRL de la Secretaría de Estado, el mismo organismo que ahora será supervisado por Malinowski.

Otros afiliados a HRW tienen similares antecedentes cuestionables: Myles Frechette, miembro actual del Comité Asesor de la División para las Américas, se desempeñó como representante comercial asistente de EE.UU. para Latinoamérica y el Caribe de 1990 a 1993 y, luego, como embajador de los EE.UU. en Colombia de 1994 a 1997. Posteriormente, Frechette se desempeñó como director ejecutivo de un grupo «sin fines de lucro» conocido con el nombre de North American-Peruvian Business Council [Consejo empresarial peruano-norteamericano] y defendió los intereses de sus financistas ante el Congreso. Su organización recibió financiación de corporaciones como Newmont Mining, Barrick Gold, Caterpillar, Continental Airlines, J.P. Morgan, ExxonMobil, Patton Boggs y Texaco.10

Michael Shifter, quien también es miembro en la actualidad del Comité Asesor de HRW Americas, dirigió el programa de Latinoamérica y el Caribe para la National Endowment for Democracy (NED), una entidad semigubernamental cuyo ex presidente interino, Allen Weinstein, dijo al diario The Washington Post en 1991 que «mucho de lo que hoy hacemos lo hacía la CIA en secreto hace 25 años».11 Shifter, en su calidad de actual presidente de un centro de políticas conocido con el nombre de Inter-American Dialogue, supervisa cuatro millones de dólares anuales en programación, financiado en parte mediante contribuciones de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés), de las embajadas del Canadá, Alemania, Guatemala, México y España, así como de empresas tales como Chevron, ExxonMobil, J.P. Morgan, Microsoft, Coca-Cola, Boeing y Western Union.

Desde luego, no todos los dirigentes de la organización han estado tan involucrados en actividades políticas sospechosas. Muchos miembros de la Junta Directiva de HRW son sencillamente banqueros inversionistas, como los son los copresidentes de la Junta Directiva Joel Motley, de Public Capital Advisors, LLC, y Hassan Elmasry, de Independent Franchise Partners, LLP. John Studzinski, vicepresidente de la Junta, es director de alta gerencia del grupo Blackstone, una firma de valores privados fundada por Peter G. Peterson, el multimillonario que con saña ha intentado destruir la Seguridad Social y el Medicare. Y aunque Julien J. Studley, el vicepresidente del Comité Asesor para las Américas, una vez perteneció a la Unidad de guerra psicológica del ejército de los EE.UU., hoy en día es sencillamente otro magnate de bienes raíces en Nueva York.

No hay duda que las actividades de HRW reflejen su carácter institucional. De hecho, un análisis de sus posturas respecto a Latinoamérica demuestra la avenencia general y previsible del grupo con los intereses de EE.UU. Tomemos en consideración, por ejemplo, la reacción de HRW ante el fallecimiento de Hugo Chávez. A pocas horas de su muerte el 5 de marzo de 2013, HRW publicó una visión de conjunto: «Venezuela. El legado autoritario de Chávez», que generó una reacción tremenda por Internet. Conformándose a la terminología engañosa de su titular, HRW nunca mencionó las credenciales democráticas de Chávez: desde 1998, había resultado vencedor en 14 de las 15 elecciones o referendos, los cuales fueron considerados en su totalidad libres y justos por parte de observadores internacionales. La más reciente reelección de Chávez se jactaba de una tasa de participación del 81%; el ex presidente Jimmy Carter describió el proceso electoral como «el mejor del mundo».12 El artículo no mencionó ni un aspecto positivo del mandato de Chávez, bajo el cual la pobreza se redujo a la mitad y la mortalidad infantil a un tercio.

En contraposición, el pronunciamiento de HRW el 21 de agosto de 2012 en relación con la muerte del dirigente etíope Meles Zenawi fue decididamente más discreto: «Etiopía: la transición debería apoyar una reforma de los derechos humanos», se leía en el titular. Leslie Lefkow, subdirectora de HRW en África, instó a la nueva dirección del país a «asegurar a los etíopes edificando sobre el legado positivo de Meles al tanto que se revoquen las políticas más perniciosas de su gobierno». Con respecto a un dirigente cuya hegemonía de veinte años no tenía nada de la legitimidad democrática de Chávez (la misma HRW documentó las elecciones represivas e injustas de Etiopía, tanto en 2005 como en 2010), la organización sólo alegó que «Meles deja un legado mixto respecto a los derechos humanos».13 Al tiempo que HRW omitía cualquier mención de las mejoras sociales de la era de Chávez, escribió: «Bajo la dirección [de Meles], el país experimentó un desarrollo económico y un progreso importantes, aunque desiguales».

La explicación para esta discrepancia es evidente: como informó el New York Times en una nota necrológica, Meles fue «uno de los más cercanos aliados africanos del gobierno de los Estados Unidos». Aunque «ampliamente considerado como uno de los gobiernos más represivos de África», escribió el Times, Etiopía «continúa recibiendo anualmente más de 800 millones de dólares de ayuda financiera de los EE.UU. Funcionarios de los EE.UU. han dicho que los servicios militares y de seguridad etíopes están entre los socios preferidos de la Agencia Central de Inteligencia».14

*

HRW ha llevado su doble rasero a extremos caricaturescos a lo largo y ancho de Latinoamérica. Durante una mesa redonda para otorgar el Premio Democracia de la NED en 2009, José Miguel Vivanco describió a Cuba (no a los Estados Unidos) como «uno de nuestros países del hemisferio que tal vez tenga en la actualidad el peor historial de derechos humanos en la región». A manera de prueba, enumeró las «detenciones a largo y corto plazo» de Cuba «sin el debido procesamiento, y abuso físico [y] vigilancia», como si éstas no fueran prácticas habituales de los EE.UU., incluso (irónicamente) en la Bahía de Guantánamo.15 Vivanco fue también citado a finales de 2013, afirmando durante una actividad del Inter-American Dialogue que «los retrocesos más graves en América Latina en materia de libertad de asociación y expresión se han producido en Ecuador», no en Colombia, el país más peligroso del mundo para dirigentes sindicales, ni en Honduras, el país más mortífero de la región para periodistas (ambos, por cierto, aliados de EE.UU.).16

Los eruditos sobre Latinoamérica están dando la alarma: Greg Grandin, catedrático de historia de New York University, recientemente describió a HRW como un «adjunto de Washington» en la revista The Nation.17 Y cuando Vivanco declaró públicamente que «hicimos [nuestro] informe [de 2008] porque queríamos mostrarle al mundo que Venezuela no es un modelo para nadie», más de 100 profesores universitarios escribieron a los directores de HRW, lamentando la «gran pérdida para la sociedad civil cuando ya no podemos confiar en que una fuente como Human Rights Watch realice una investigación imparcial y saque conclusiones con base en hechos comprobables».18

Los profundos vínculos que mantiene HRW con los sectores empresariales y gubernamentales de los EE.UU. deberían inhabilitar a la institución de cualquier presunción pública de independencia. Tal aseveración es efectivamente insostenible dado el estatus de la organización, con sede en los EE.UU., como una puerta giratoria para burócratas gubernamentales de alto nivel. Si se despojara a sí misma de la etiqueta «independiente» permitiría que las conclusiones y defensa de derechos de HRW fueran evaluadas más acertadamente y que sus predilecciones fueran más claramente reconocidas.

En Latinoamérica existe un reconocimiento generalizado de la capacidad de Washington para desviar cualquier intento externo por restringir su prerrogativa a utilizar violencia y a quebrantar el derecho internacional. Sólo en los últimos tres decenios se han visto invasiones militares de EE.UU. a las islas de Granada y Panamá, una campaña de terrorismo internacional contra Nicaragua, y apoyo a gobiernos golpistas en países como Venezuela, Haití, Honduras y Guatemala. Si HRW pretende mantener su credibilidad en la región, debe comenzar a distanciarse de las esferas élites de la toma de decisiones de los Estados Unidos y abandonar su internalización institucional del excepcionalismo estadounidense. Un primer paso importante sería introducir una prohibición clara a contratar empleados y asesores que hayan elaborado o ejecutado la política exterior de los EE.UU. Como mínimo, HRW puede instituir períodos prolongados de «enfriamiento» (digamos, de cinco años de duración) antes y después de que sus miembros se trasladen entre la organización y el gobierno.

Después de todo, Malinowski de HRW estará directamente subordinado al secretario de Estado John Kerry, quien dio a conocer la actitud de EE.UU. hacia Latinoamérica de la forma en que sólo podría hacerlo un administrador de una superpotencia. En una vista de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes el 17 de abril de 2013, un congresista le preguntó a Kerry si los Estados Unidos debería dar prioridad a «toda la región, en vez de concentrarse en un solo país, ya que al parecer los paises están tratando de trabajar hombro a hombro más que nunca antes lo habían hecho». Kerry le tranquilizó, asegurándole de la visión global de la administración. «Mire», dijo. «El hemisferio occidental es nuestro patio trasero. Es crucial para nosotros.»19


Una versión de este artículo aparecío en inglés en la revista NACLA Report on the Americas. Keane Bhatt es un activista político y escritor, basado en Washington, D.C. Se puede comunicar con él en Twitter: @KeaneBhatt .

Notas

1. Kenneth Roth, seguido de la respuesta de John Tirman, Twitter, 25 de agosto de 3013, http:// twitter.com/KenRoth/status/371797912210407424.

2. Greg Miller, «Obama preserves renditions as counter-terrorism tool» [Obama mantiene las extradiciones secretas como herramienta de lucha contra el terrorismo], Los Angeles Times, 1o de febrero de 2009.

3. José Miguel Vivanco y Peggy Hicks, «Carta al presidente Chávez sobre la candidatura de Venezuela al Consejo de Derechos Humanos de la O.N.U.», Human Rights Watch, 9 de noviembre de 2012.

4. Jo Becker y Scott Shane, «Secret ‘Kill List’ Proves a Test of Obama’s Principles and Will» [«Lista secreta de asesinatos» demuestra ser una prueba de los principios y voluntad de Obama], The New York Times, 29 de mayo de 2012.

5. Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, «Declaración de Tom Malinowski para que conste en las actas», 24 de septiembre de 2013.

6. «Texto del discurso de Obama en la O.N.U.», The New York Times, 24 de septiembre de 2013. Declaración de S.E. Dilma Rousseff, Naciones Unidas, 24 de septiembre de 2013.

7. Human Rights Watch, «Major Rights Groups Oppose Immunity for Milosevic» [Principales grupos de derechos se oponen a inmunidad para Milošević], 6 de octubre de 2000. HRW, «New Figures on Civilian Deaths in Kosovo War» [Nuevas estadísticas sobre muertes de civiles en la guerra de Kosovo], 8 de febrero de 2000.

8. Human Rights Watch, «Junta Directiva», www.hrw.org, accedido el 16 de noviembre de 2013.

9. Secretaría de Relaciones Exteriores de los EE.UU., «Franklin Fellows Alumni» [Ex alumnos del programa de becas Franklin], 8 de septiembre de 2011, http://careers.state.gov/ff/meet-the-fellows/franklin-fellows/miguel-diaz , accedido el 16 de noviembre de 2013.

10. Comisión de recursos y medios, «Declaración de Myles Frechette, the North American Peruvian Business Council» [el Consejo empresarial peruano-norteamericano], Cámara de Representantes, 8 de mayo de 2001.

11. David Ignatius, «Innocence Abroad: The New World of Spyless Coups» [Inocencia en el extranjero: el nuevo mundo de los golpes de estado sin espías] The Washington Post, 22 de septiembre de 1991.

12. Keane Bhatt, «A Hall of Shame for Venezuelan Elections Coverage» [Un salón de la vergüenza para la cobertura de las elecciones venezolanas], Manufacturing Contempt [Fabricando desprecio] (blog), nacla.org, 8 de octubre de 2012.

13. Human Rights Watch, «Ethiopia: Government Repression Undermines Poll» [Etiopía: represión gubernamental subvierte las elecciones], 24 de mayo de 2010.

14. Jeffrey Gettleman, «Meles Zenawi, Prime Minister of Ethiopia, Dies at 57» [Meles Zenawi, Primer Ministro de Etiopía, fallece a los 57 años de edad], The New York Times, 22 de agosto de 2012.

15. National Endowment for Democracy, «José Miguel Vivanco: 2009 NED Democracy Award Roundtable» [Mesa redonda para otorgar el Premio Democracia de la NED en 2009], Youtube.com, 29 de junio de 2009.

16. Eva Saiz, «Indígenas de Ecuador denuncian en EEUU la norma de libre asociación de Correa», El País, 28 de octubre de 2013.

17. Greg Grandin, «The Winner of Venezuela’s Election to Succeed Hugo Chávez Is Hugo Chávez» [El triunfador de las elecciones en Venezuela que sucederá a Hugo Chávez es Hugo Chávez], The Nation, 16 de abril de 2013.

18. Venezuelanalysis.com, «More Than 100 Latin America Experts Question Human Rights Watch’s Venezuela Report» [Más de 100 expertos latinoamericanos ponen en tela de juicio el informe sobre Venezuela de Human Rights Watch], 17 de diciembre de 2008.

19. Comisión de Relaciones Exteriores, Cámara de Representantes, «Hearing: Securing U.S. Interests Abroad: The FY 2014 Foreign Affairs Budget» [Vista: protegiendo los intereses de los EE.UU. en el extranjero: presupuesto de asuntos extranjeros para el año fiscal 2014], 17 de abril de 2013.

https://rebelion.org/la-hipocresia-de-human-rights-watch/

Nota del blog .- Solo hace falta ir a la wikipedia en castellano y lo explica la versión en inglés esta censurada

Críticas[editar]

Human Rights Watch ha sido criticada por gobiernos y otras organizaciones no gubernamentales y por su fundador y exdirigente Robert L. Bernstein.121314​ Ha sido acusada por críticos de haber sido influenciada por la agenda de asuntos exteriores de los Estados Unidos, particularmente en relación a sus informes sobre Latinoamérica.15161718192021​ El gobierno de Etiopía también ha acusado a Human Rights Watch de informar de manera parcializada e injusta.22​ En 2008, el gobierno de Venezuela ―a través de Tarek El Aissami (ministro de Relaciones Interiores) y Nicolás Maduro (ministro de Relaciones Exteriores)― acusó a Human Rights Watch de estar «inmiscuyéndose ilegalmente en los asuntos internos» de Venezuela, por lo que expulsaron del país a sus representantes.2324​ Por su parte el entonces ministro de Comunicación e Información, y presidente del canal TeleSURAndrés Izarra, calificó a Human Rights Watch como «una fachada de la injerencia estadounidense en Venezuela», y lo acusó de estar al servicio de «los intereses más bastardos de la oligarquía venezolana al servicio de los intereses imperiales».25​ Con respecto al conflicto árabe-israelí, se ha acusado a Human Rights Watch de estar parcializada a favor de Israel,2627282629​ y que la organización ha pedido donaciones a ciudadanos de Arabia Saudita sobre la base de sus críticas a Israel;30​ Human Rights Watch ha respondido públicamente a la crítica relacionada con sus informes sobre Latinoamérica313233​ y sobre el conflicto árabe-israelí.2934353637

El 12 de mayo de 2014, la irlandesa Mairead Maguire y el argentino Adolfo Pérez Esquivel ―ambos premios nobel de la paz―, junto con un centenar de profesores de Estados Unidos y Canadá, solicitaron a Human Rights Watch que tomara «medidas concretas para afianzar la independencia» de la organización, ya que sus más altos directivos tenían relación directa con el Partido Demócrata, con el Gobierno de Estados Unidos y también con la CIA (Agencia Central de Inteligencia). Dirigieron la carta a Kenneth Roth (director de Human Rights Watch), y le solicitaron el fin de las «puertas giratorias» entre dichas instituciones y Human Rights Watch. Entre los personajes relacionados con dichas instituciones estaban Miguel Díaz (analista de la CIA en los años noventa y actual funcionario del Departamento de Estado), Tom Malinowki, Miles Frechette y Michael Shifte (que tendrían vínculos directos con el Partido Demócrata).3839​ El 3 de junio de 2014, Human Rights Watch respondió argumentando que su «preocupación está fuera de lugar».40​ El 8 de julio de 2014, los dos premios nobel ―junto a otros activistas― volvieron a solicitar a Human Rights Watch que expulsara de su junta directiva a Javier Solana (exsecretario general de la OTAN), y a todos los funcionarios relacionados con el Gobierno de Estados Unidos.41

En 2020, The Intercept reportó que el director Ejecutivo de Human Rights Watch, Kenneth Roth, aceptó donaciones del magnate inmobiliario saudí Mohamed Bin Issa Al Jaber con la condición de que la donación de 470.000 dólares no se utilizara para apoyar la defensa de los derechos de las personas LGBT en el Oriente Medio y el Norte de África. La donación fue devuelta, y Human Rights Watch emitió una declaración diciendo que aceptar la donación era una "decisión profundamente lamentable" en respuesta a un informe de investigación del periódico The Intercept sobre la donación.42

  Y ver  la referencias  en el enlace  del texto Human Rights Watch - Wikipedia, la enciclopedia libre