martes, 30 de junio de 2020

China: Historia colonial, diplomacia cañonera y modernización



China: Historia colonial, diplomacia cañonera y paliza

Por Nora Fernández  
Fuentes: Rebelión
Recuerdo un profesor de sociología, una joven de un grupo Maoísta y otra que estudiaba el mandarín, además de una revista colorida China de papel brilloso mostrando jóvenes bien parecidos de ambos sexos vestidos estilo Mao ondulando gigantescas banderas rojas en plazas con edificios tradicionales.

Desde entonces fuimos testigos de muchos cambios en el mundo y en China. En algún momento en los años 1980 China adopta una forma de capitalismo manejado por su Partido Comunista; es un modelo abierto a las corporaciones occidentales, deseosas de producir bienes a bajo costo, que se expande con los años. Bajos salarios y fuerzas de trabajo no sindicalizadas son el cáliz sagrado de los hacedores de dinero, los poderes occidentales encantados. Pronto, China se mueve con el mundo hacia el “reino neoliberal” –al que empujan los más ricos deseosos de volver a su “edad dorada” de riqueza obscena, sin derechos para la gente ni los límites con la naturaleza. Más recientemente China baja su ritmo de crecimiento, es normal, pero China desea ascender la escalera capitalista con cambios. China sigue siendo elusiva y contradictoria, pero para occidente ya no es nación amiga.

Poniendo fin al Imperio Celestial… y sigue...

https://rebelion.org/china-historia-colonial-diplomacia-canonera-y-paliza/

 y ver  .. 

Sorgo y acero
  

http://espai-marx.net/?p=7591


USA .- Cuando lo reprimido vuelve.

La pandemia acelera las tendencias.

 Rafael Poch de Feliu

En Estados Unidos la protesta ciudadana amplia la división de los que mandan y dibuja en el horizonte un panorama de guerra civil fría.

 Con diez millones de casos confirmados y medio millón de muertos conocidos, las cifras de finales de junio (recordemos que eran 300.000 y 11.000, respectivamente, en marzo) confirman la expansión general de la pandemia como amenaza global. Las consecuencias que la pandemia está teniendo en las potencias y sus relaciones no han cambiado las tendencias generales anteriores a ella. Solo las ha agravado y acelerado.

Esas tendencias -cuyo contexto es la crisis del sistema económico mundial conocido como capitalismo y una desglobalización accidental de la economía, con cierta renacionalización de las relaciones entre países- son las siguientes: 1-Radicalización de la pelea interna en Estados Unidos, que ya no solo es solo una brecha entre sectores del establishment sino que incluye una protesta social. 2-Agudización de la rivalidad y la competencia entre Estados Unidos y China. 3- Una China crecida 4- Debilitación de la Unión Europea y de las instituciones multilaterales y 5-Maduración de las contradicciones del régimen ruso. La actualidad exige concentrarse en lo primero.

Los dineros se acaban en julio

En marzo Estados Unidos aprobó, con el apoyo de demócratas y republicanos, la mayor operación de rescate de la historia: dos billones de dólares. La llamada Cares Act. Es una gigantesca lluvia de dinero público para las grandes empresas y sus accionistas. Ese dinero permite a estos administrar la situación a su entera conveniencia. No hay condiciones, ni propósito alguno de reconversión: por ejemplo, las compañías aéreas -incluido ese pilar del complejo industrial-militar llamado Boeing- reciben 46.000 millones. Familias y sectores populares solo reciben lo que la congresista Alexandria Ocasio-Cortez describe como “migajas”.

En julio, los dineros que ese descarado “más de lo mismo” para los que más tienen destina a ayudas sociales (2200 millones), se habrán gastado ya en su mayoría. Eso quiere decir que millones de americanos se enfrentarán a serias dificultades. Julio será, por tanto, un mes crucial en Estados Unidos. Esas dificultades llegan acompañadas por la evidencia de que la nación más poderosa del mundo ha sido víctima de una de las administraciones más negligentes de la pandemia. Su presidente idiota y descaradamente indiferente hacia la salud de la gente ha puesto en evidencia de una forma innecesariamente burda a todo el sistema. Como ha ocurrido tantas veces en la historia, la pandemia ha extendido el descontento, ejemplarizado por el movimiento ciudadano contra los asesinatos policiales de negros y el movimiento Black Lives Matter.

 Raza sin economía e imperio, igual a cero

La ola de protestas añade nuevos matices a la pelea institucional que enfrenta desde hace años al trumpismo con sectores del establishment a los que desagrada la evidencia que Trump ofrece de la podedumbre del sistema que defienden a dúo republicanos y demócratas. ¿Serán capaces las protestas de llegar al fondo del asunto?

Desde su origen como nación, imperialismo y racismo son dos cabezas de un mismo orden político en Estados Unidos. Como recuerda Behrooz Ghamari Tabrizi, historiador de la Universidad de Illinois, los padres fundadores británicos y estadounidenses del liberalismo no entendieron la democracia y el colonialismo en términos mutuamente excluyentes sino como aspectos del mismo proyecto civilizador. “Los mismos generales que encabezaron la conquista estadounidense de Filipinas en 1898-1902 libraron las guerras de aniquilación contra los indios estadounidenses en su país”.

Mientras la máquina de guerra estadounidense funcione a toda velocidad, dejando destrucción, devastación y muerte en todo el mundo, en casa los estadounidenses negros no serán tratados como ciudadanos iguales. Por eso, si la protesta ciudadana americana no establece nexos entre el racismo y el orden económico que representa el sistema de descarado gobierno de los ricos en el país y su criminal proyección imperial en el mundo, el Black Lives Matter quedará en nada. No pasará de una de esas “revoluciones de color” comunitaristas y bien compartimentadas cuyo mismo nombre evoca, en palabras de la ex presidenta de los Panteras Negras Elaine Brown, una “reivindicación de plantación”: simplemente, no nos maten por favor.

Sea como fuera, tener a millones de indignados en la calle, es algo que inquieta. Con su habitual torpeza y brutalidad, el trumpismo ha amenazado con llevar al terreno interno lo que es norma en la permanente guerra exterior del Imperio; disparar sobre la población civil, emplear al ejército contra ella. El Secretario de Defensa Mark Esper le ha asegurado a Trump que el Pentágono “domina el terreno de batalla”, pero el sistema tiene otras recetas para integrar la protesta y hacerla respetable.

Los oligarcas del Partido Demócrata se arrodillan. No ya el cobarde Obama sino hasta el mismo George W. Bush, responsable directo de centenares de miles de muertes en Irak, expresa su “empatía” con la protesta. Las grandes empresas como Twitter, Adidas, Amazon, Target, General Motors, Coca Cola, WalMart, YouTube, Netflix, Nike, IBM, Google, Microsoft, MasterCard, McDonal´s, Starbucks, Warner Brothers, Procter & Gamble, la National Football League y otras, incluyendo bancos como Goldman Sachs, JPMorgan, Chase, Capital One, expresan sus respectos. Solidaria en la repulsa del asesinato de George Floyd, HBO retira de su catálogo Lo que el viento se llevó. Todas esas instituciones que mantienen y perpetúan el dominio del racismo y el imperialismo están trabajando arduamente para cooptar el movimiento con la habitual hipocresía. Si la protesta contra el racismo estableciera los nexos lógicos que la situación requiere, apuntando a la CIA, los crímenes exteriores, el Pentágono, la Reserva Federal o el aparato de propaganda de Hollywood, otro gallo cantaría. Pero incluso si no se llega a nada de todo eso, la situación es relevante.

Se amplía la pelea elitaria

Lo que estamos presenciando en Estados Unidos es una crisis en el seno de la coalición conservadora y plutocrática que domina el país desde hace cuarenta años. La brecha que Trump abrió en el establishment se ha ampliado con las turbulencias de la pandemia y las diferencias de estilo para atajar la protesta ciudadana por la violencia contra los negros. La división del país se ha hecho más evidente. Los ataques contra monumentos, el del Presidente Lincoln, los de generales sudistas, etc., ilustran, en palabras del periodista Carl Berstein, un clima de guerra civil fría.

La hipótesis de que la guerra exterior llegue a casa no es ninguna tontería. “Ahora que vemos claramente que los Antifa (esa escena de las protestas tradicionalmente infiltrada por provocadores) son terroristas, podemos cazarlos como hacemos en Oriente Medio”, ha dicho Matt Gaetz, congresista de Florida. “Si una ciudad o un estado rechaza tomar medidas para defender la vida y la propiedad de sus residentes, desplegaré al ejército y resolveré rápidamente el problema”, amenazó Trump a principios de junio. Claramente anticonstitucional, su mensaje fue cuestionado hasta por altos mandos militares. Es el momento de recordar que contrariamente a lo que suele pensarse, las guerras civiles se producen sobre todo como consecuencia de la división de las elites dirigentes.

Las elecciones presidenciales de noviembre ofrecen terreno propicio para que el conflicto elitario llegue a las manos. Tal como están la calle y los pronósticos de la pandemia para otoño, las elecciones pueden celebrarse -o no celebrarse- en condiciones parecidas a las del estado de sitio y con la división entre estados azules (republicanos) y rojos (demócratas) muy candente. Todo lo que no sea una victoria rotunda de alguno de los dos candidatos, Biden o Trump, puede acelerar mucho las cosas. ¿Cómo reaccionarán los líderes y los ciudadanos de estados republicanos si, por ejemplo, Biden gana la consulta de noviembre por un margen muy ajustado y Trump insiste en que le han robado las elecciones? La pregunta está estos días en boca de no pocos observadores que recuerdan en ese contexto que entre los seguidores de Trump abundan los activistas armados que en abril ya salieron a la calle con banderas confederadas para protestar contra las medidas de aislamiento de la pandemia… El Presidente puede movilizar en su apoyo a toda una armada de militares, miembros de las milicias y ciudadanos ultras armados para mantenerse en el poder.

Lo que pasa en Estados Unidos tiene una enorme fuerza ejemplarizante en el resto del mundo. Las ondas del caso George Floyd han llegado a Europa, Australia, Kenya y Argentina. Como Francia en Europa, Estados Unidos es un país cuyo ejemplo inspira en todo el mundo, y en cualquier caso, independientemente de lo que resulte de la actual protesta ciudadana, podemos constatar que la división interna en Estados Unidos avanza de forma dinámica. Y eso solo significa una cosa: que la tendencia hacia la debilidad en la primera potencia mundial se acelera.

(Publicado en Ctxt)

domingo, 28 de junio de 2020

El antirracismo es una batalla por la memoria.


Derribar estatuas no borra la historia, nos hace verla más claramente

Enzo Traverso  

El antirracismo es una batalla por la memoria. Esta es una de las características más notables de la ola de protestas que ha surgido en todo el mundo después del asesinato de George Floyd en Minneapolis. En todas partes, los movimientos antirracistas han cuestionado el pasado al atacar monumentos que simbolizan el legado de la esclavitud y el colonialismo: el general confederado Robert E. Lee en Virginia; Theodore Roosevelt en la ciudad de Nueva York; Cristóbal Colón en muchas ciudades de los Estados Unidos; el rey belga Leopoldo II en Bruselas; el traficante de esclavos Edward Colston en Bristol; Jean-Baptiste Colbert, Ministro de Finanzas de Louis XIV y autor del infame “Código Negro” en Francia; el padre del periodismo italiano moderno y ex propagandista del colonialismo fascista, Indro Montanelli, etc.

Ya sean derribadas, destruidas, pintadas o garabateadas, estas estatuas personifican una nueva dimensión de lucha: la conexión entre los derechos y la memoria. Destacan el contraste entre el estado de los negros y los sujetos poscoloniales como minorías estigmatizadas y brutalizadas, y el lugar simbólico dado en el espacio público a sus opresores, un espacio que también conforma el entorno urbano de nuestra vida cotidiana.

Estallidos de iconoclasia

Es bien sabido que las revoluciones poseen una "furia iconoclasta". Ya sea espontáneo, como la destrucción de iglesias, cruces y reliquias católicas durante los primeros meses de la Guerra Civil española, o planeado con más cuidado, como la demolición de la columna Vendôme durante la Comuna de París, este estallido de iconoclasia da forma a todo derrocamiento del orden establecido.

El director de cine Sergei Eisenstein comienza Octubre, su obra maestra sobre la Revolución Rusa, con imágenes de la multitud derribando una estatua del zar Alejandro III, y en 1956 los insurgentes de Budapest destruyeron la estatua de Stalin. En 2003, como una confirmación involuntariamente irónica de esta regla histórica, las tropas estadounidenses organizaron la caída de una estatua de Saddam Hussein en Bagdad, con la complicidad de muchas estaciones de televisión incrustadas, en un intento de disfrazar su ocupación como un levantamiento popular.

A diferencia de ese caso, allí donde la iconoclasia de los movimientos de protesta es auténtica, siempre despierta reacciones indignadas. Los comuneros fueron presentados como "vándalos" y Gustave Courbet, uno de los responsables de derribar la columna, encarcelado. En cuanto a los anarquistas españoles, fueron condenados como feroces bárbaros. Una indignación similar ha florecido en las últimas semanas.

Boris Johnson se ha escandalizado porque la palabra "racista" fue escrita en una estatua de Churchill, un hecho sobre el que existe un consenso académico, vinculado a los debates actuales sobre su descripción de los africanos y su responsabilidad por la hambruna de Bengala en 1943.

Emmanuel Macron se queja indignado de una iconoclasia similar en un mensaje a la nación francesa que, reveladoramente, nunca mencionó a las víctimas del racismo: “Esta noche, les digo muy claramente, mis queridos conciudadanos, que la República no borrará ningún hecho ni a nadie de su historia. No olvidará ninguno de sus logros. No derribará ninguna estatua”.

En Italia, el lanzamiento de pintura roja sobre una estatua de Indro Montanelli en un jardín público en Milán ha sido denunciado unánimemente como un acto "fascista" y "bárbaro" por todos los periódicos y medios de comunicación, con la excepción de Il Manifesto. Herido en la década de 1970 por terroristas de izquierda, Montanelli fue canonizado como un heroico defensor de la democracia y la libertad.

Después de la "ofensa cobarde" infligida a su estatua por los arrojadores de pintura, un editorialista de Corriere della Sera insistió en que ese héroe debería ser recordado como una figura "sagrada". Sin embargo, este acto "bárbaro" resultó fructífero al revelar a muchos italianos cuáles habían sido los logros "sagrados" de Montanelli: en la década de 1930, cuando era un joven periodista, celebró el Imperio fascista y sus jerarquías raciales; enviado a Etiopía como corresponsal de guerra, de inmediato compró una niña eritrea de catorce años para satisfacer sus necesidades sexuales y domésticas. Para muchos comentaristas, estas eran las "costumbres de la época" y, por lo tanto, cualquier acusación de apoyar el colonialismo, el racismo y el sexismo son injustas e injustificadas. Sin embargo, aún en la década de 1960, Montanelli condenó el mestizaje como fuente de decadencia civilizatoria, con argumentos tomados directamente del Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas de1853-1855 de Arthur Gobineau .

Estos fueron, de hecho, los mismos argumentos defendidos vigorosamente por el KKK en su oposición al movimiento por los Derechos Civiles en los Estados Unidos durante el mismo período. Contra cualquier evidencia, el padre espiritual de dos generaciones de periodistas italiano negó indignado que el ejército fascista hubiese llevado a cabo bombardeos de gas durante la Guerra de Etiopía. Los "bárbaros" de Milán querían recordarnos estos simples hechos.

De hecho, es interesante observar que la mayoría de los líderes políticos, intelectuales y periodistas indignados por la ola actual de "vandalismo" nunca expresaron una indignación similar por los repetidos episodios de violencia policial, racismo, injusticia y desigualdad sistémica contra las que se producen las protestas. Se han sentido bastante cómodos en tal situación.

Muchos de ellos incluso elogiaron un diluvio iconoclasta diferente hace treinta años, cuando las estatuas de Marx, Engels y Lenin fueron derribadas en Europa Central. Mientras que la perspectiva imaginada de tener que vivir con este tipo de monumentos es intolerable y sofocante, están muy orgullosos de las estatuas de generales confederados, comerciantes de esclavos, reyes genocidas, arquitectos legales de la supremacía blanca y propagandistas del colonialismo fascista que constituyen el legado patrimonial de las sociedades occidentales. Como insisten, "no borraremos ningún hecho o figura de nuestra historia".

En Francia, derribar los vestigios monumentales del colonialismo y la esclavitud generalmente se explica como una forma de "comunitarismo", una palabra que actualmente tiene un sentido peyorativo, que significa implícitamente que tales vestigios molestan exclusivamente a los descendientes de esclavos y colonizados, no a la mayoría blanca que fija las normas estéticas, históricas y conmemorativas que enmarcan el espacio público. De hecho, muy a menudo el supuesto "universalismo" de Francia tiene un aire desagradable a "comunitarismo blanco".

Al igual que lo hicieron sus antepasados, la "furia iconoclasta" que actualmente se extiende por las ciudades a escala mundial reclama nuevas normas de tolerancia y convivencia civil. Lejos de borrar el pasado, la iconoclasia antirracista conlleva una nueva conciencia histórica que inevitablemente afecta al paisaje urbano. Las estatuas en disputa celebran el pasado y sus actores, un hecho simple que legitima su eliminación. Las ciudades son cuerpos vivos que cambian de acuerdo con las necesidades, valores y deseos de sus habitantes, y estas transformaciones son siempre el resultado de conflictos políticos y culturales.

Derribar monumentos que conmemoran a los gobernantes del pasado da una dimensión histórica a las luchas contra el racismo y la opresión en el presente. Significa probablemente incluso más que eso. Es otra forma de oponerse a la gentrificación de nuestras ciudades que implica la metamorfosis de sus distritos históricos en sitios reificados y fetichizados.

Una vez que una ciudad es clasificada como "patrimonio mundial" por la UNESCO, está condenada a morir. Los "bárbaros" que derriban estatuas protestan implícitamente contra las políticas neoliberales actuales que simultáneamente expulsan a las clases bajas de los centros urbanos y las transforman en vestigios congelados. Los símbolos de la vieja esclavitud y el colonialismo se combinan con el rostro deslumbrante del capitalismo inmobiliario, y estos son los objetivos de los manifestantes.



El punto de vista de los vencidos

Según un argumento más sofisticado y perverso, la iconoclasia antirracista expresa un deseo inconsciente de negar el pasado. A pesar de lo opresivo y desagradable que fue el pasado, según este argumento, no se puede cambiar. Esto es sin duda cierto. Pero hacerse con el pasado, particularmente un pasado hecho de racismo, esclavitud, colonialismo y genocidios, no significa celebrarlo, como lo hacen la mayoría de las estatuas derrocadas.

En Alemania, el pasado nazi está abrumadoramente presente en las plazas y calles de las ciudades a través de monumentos conmemorativos que recuerdan a sus víctimas en lugar de a sus perseguidores. En Berlín, el Memorial del Holocausto se erige como una advertencia para las generaciones futuras ( das Mahnmal). Los crímenes de las SS no se recuerdan mediante una estatua que celebre a Heinrich Himmler, sino a través de una exposición al aire libre y bajo techo llamada "Topografía del terror" que se encuentra en el sitio de una antigua oficina de las SS.

No necesitamos estatuas de Hitler, Mussolini y Franco para recordar sus fechorías. Precisamente porque los españoles no han olvidado el franquismo, el gobierno de Pedro Sánchez decidió sacar los restos del Caudillo de su monumental tumba. Solo desacralizando el Valle de los Caídos se puede consignar este monumento fascista al reino de la memoria en una sociedad democrática consciente.

Por eso es profundamente engañoso comparar el objetivo de nuestra iconoclasia antirracista actual con los fines de la antigua damnatio memoriae (condena al olvido). En la antigua Roma, esta práctica tenía como objetivo eliminar las conmemoraciones públicas de emperadores u otras personalidades cuya presencia chocaba con los nuevos gobernantes. Tenían que ser olvidados.

La eliminación de Leon Trotsky de las imágenes oficiales soviéticas bajo el estalinismo fue otra forma de damnatio memoriae, y fue la inspiración para el 1984 de George Orwell . En el estado ficticio de Oceanía, escribió el escritor británico, el pasado se reescribió por completo: "Las estatuas, las inscripciones, las piedras conmemorativas, los nombres de las calles, todo lo que pudiera arrojar luz sobre el pasado había sido alterado sistemáticamente".

Estos ejemplos son comparaciones engañosas, porque se refieren a la eliminación del pasado por parte de los poderosos . Sin embargo, la iconoclasia antirracista busca provocativamente liberar el pasado de su control, "lijar el pasado" al repensarlo desde el punto de vista de los gobernados y vencidos, no a través de los ojos de los vencedores.

Sabemos que nuestro patrimonio arquitectónico y artístico está cargado con el legado de la opresión. Como afirma un famoso aforismo de Walter Benjamin: "No hay ningún documento de civilización que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie". Los que derrumban estatuas no son nihilistas ciegos: no desean destruir el Coliseo o las pirámides.

Más bien, preferirían no olvidar que, como señaló Bertolt Brecht, estos notables monumentos fueron construidos por esclavos. Edward Colston y Leopold II no serán olvidados: sus estatuas deben conservarse en museos y de manera que no solo expliquen quiénes fueron y sus logros extraordinarios, sino también por qué y cómo sus personas se convirtieron en ejemplos de virtud y filantropía, objetos de veneración - en resumen, las encarnaciones de su civilización.

Ola global

Esta ola de iconoclasia antirracista es global y no admite excepciones. Los italianos (incluidos los italo-americanos) y los españoles están orgullosos de Colón, pero las estatuas del hombre que "descubrió" las Américas no tienen el mismo significado simbólico para los pueblos indígenas.

Su iconoclasia reclama legítimamente un reconocimiento público e inscripción de su propia memoria y perspectiva: un "descubrimiento" que inauguró cuatro siglos de genocidio. En Fort-de-France, la capital de Martinica, dos estatuas de Victor Schœlcher, tradicionalmente celebradas por la República Francesa como un símbolo de la abolición de la esclavitud en 1848, fueron derribadas el 22 de mayo. Como dice el diario derechista Le Figaro, "Los nuevos censores creen que poseen la verdad y son los guardianes de la virtud".

De hecho, los "nuevos censores" (es decir, los jóvenes activistas antirracistas) desean pasar la página de la tradición paternalista y sutilmente racista del "universalismo" francés. Siempre describió la abolición de la esclavitud como un regalo para los esclavos de la República ilustrada, una tradición bien resumida por Macron en el discurso citado anteriormente.

Los "nuevos censores" comparten la evaluación de Frantz Fanon, quien analizó este cliché en su libro Black Skin White Masks de 1952 : "El hombre negro se contentó con agradecer al hombre blanco [su emancipación], y la prueba más contundente del hecho es la impresionante cantidad de estatuas erigidas por toda Francia y las colonias que representan a la Francia blanca acariciando el cabello rizado de ese agradable negro cuyas cadenas acaba de romper”.

Hacerse con el pasado no es una tarea abstracta o un ejercicio puramente intelectual. Más bien, requiere un esfuerzo colectivo y no se puede disociar de la acción política. Este es el significado de la iconoclasia de los últimos días. De hecho, si bien ha estallado en el marco de una movilización antirracista global, el terreno ya había sido preparado por años de compromiso contra-memorial e investigación histórica llevada a cabo por una multitud de asociaciones y activistas.

Como toda acción colectiva, la iconoclasia merece atención y crítica constructiva. Estigmatizarla despectivamente es simplemente disculpar una historia de opresión.
Enzo Traverso  profesor de la Universidad de Cornell (EE.UU.), es uno de los más destacados especialistas en estudios de la memoria histórica.
Fuente:
https://jacobinmag.com/2020/06/statues-removal-antiracism-columbus





sábado, 27 de junio de 2020

La UE colgada de la brocha trumpista en Sudamérica..

Trump le suelta la mano a Guaidó

Las declaraciones de Donald Trump al portal Axios desataron una tormenta política en Venezuela. El presidente de Estados Unidos puso en duda la “estrategia Guaidó” de su gobierno para terminar con el mandato de Nicolás Maduro y hasta se mostró de acuerdo, y éste fue el título de la prensa mundial, a reunirse con el presidente de Venezuela.
La respuesta de Maduro fue mesurada, algo no habitual. Sólo una declaración a la agencia estatal de noticias AVN, donde dijo que está dispuesto a conversar “respetuosamente” con Trump, como ya lo hizo en su momento con Joe Biden, el vicepresidente de Barack Obama, y ahora candidato Demócrata a la presidencia. 
Después, Trump niveló las cargas, y tuiteó que sólo se reuniría con Maduro para buscar “su salida pacífica del poder”. Pero aún matizada por Trump, esto no alcanza para frenar una debacle que no es nueva en la oposición venezolana: la debacle Guaidó. 
Una cuesta abajo que comenzó con el fracaso del golpe de Estado de abril del año pasado. El broche de oro de la reunión con Trump en enero de este año en Washington no le puso freno a la debacle y ahora, apenas cinco meses después, Guaidó se queda sin su único soporte, mientras fronteras adentro, como ya se sabe, su capacidad ya no de movilizar sino al menos de entusiasmar a alguien, es nula. 
Todo esto pasa mientras la iniciativa política está en manos del gobierno, que en acuerdo con un sector de la oposición -el que está en la llamada Mesa de diálogo- renovó el Consejo Nacional Electoral y se encamina a elecciones parlamentarias, nada más y nada menos que para cambiar toda la composición de la Asamblea Nacional. Es decir, el único lugar donde a duras penas todavía tenía algo de espacio institucional la oposición que sigue a Guaidó. 
Además, el gobierno de Maduro logró quebrar a al menos dos partidos políticos del guadosismo, Acción Democrática y Primero Justicia. El Tribunal Supremo de Justicia le entregó el uso de las listas y los emblemas partidarios a sectores que -claro está- van a ir a las elecciones. 
Desde los cuarteles de Guaidó dijeron lo que se sabía: que ellos no participarán en esos comicios, pero esto fue antes del baldazo de agua helada de las declaraciones de Trump que dejan a Guaidó y sus aliados internos más solos que nunca. 
Por eso mismo, para el gobierno de Nicolás Maduro las declaraciones de Donald Trump, dejando abierta la puerta de un diálogo son un soplo de aire fresco, aun cuando la posibilidad real de ese encuentro está muy pero muy lejana. 
Para terminar hay que dejar abierto un interrogante: qué harán ahora los países de la Unión Europea y de América Latina que se alinearon con Estados Unidos y reconocieron a Guaidó como “presidente encargado”? Por ahora, se mantienen en silencio. Un silencio que aturde. 
*Periodista argentino del equipo fundacional de Telesur. Corresponsal de HispanTv en Venezuela. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)

viernes, 26 de junio de 2020

Tigres y oligarquías.



Tigres asiáticos y oligarquías latinoamericanas


Fuentes: Rebelión - De Fracto



Pese a que Japón fue la potencia asiática desarrollada después de la II Guerra Mundial (1939-1945), los “tigres del Asia” (dragones asiáticos) pasaron a ser considerados como ejemplos de desarrollo económico entre empresarios y políticos neoliberales de América Latina durante las décadas finales del siglo XX.
Se trata de Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwan (https://bit.ly/310lNPr). Su “despegue” ocurrió desde los años setenta; dejaron atrás las economías agrarias, impulsaron la industria y el avance tecnológico, fortalecieron sus exportaciones y apoyaron el auge de las empresas internas. El crecimiento de esos “tigres” fue espectacular, con un promedio entre el 7 y el 8%, sostenido en las siguientes tres décadas. Y en ese camino construyeron economías de mercados “libres”, abiertos, competitivos, con bajos intereses, bajos impuestos, altas inversiones extranjeras, enormes recursos del Estado al servicio de las empresas (https://bit.ly/3hHfwh9).

Pero quienes soñaban con una América Latina que podía hacer lo mismo en el largo plazo, no mostraron el otro lado de la medalla: se trató de un proceso con varias fases, en el cual las “condiciones para el despegue” (para utilizar un caduco concepto de W.W. Rostow en su viejo libro Las etapas del crecimiento económico. Un manifiesto no comunista, 1960) estuvieron sujetas a Estados que crearon a las burguesías, porque a través de ellos se impuso la industrialización sustitutiva de importaciones con severas medidas proteccionistas, dirigieron los créditos y las tasas de interés, regularon impuestos, controlaron el tipo de inversiones, construyeron las más importantes obras de infraestructura sin las cuales no podían levantarse las empresas, reformaron los sistemas educativos, fomentaron la investigación tecnológica y científica; y, sobre todo, regularon severamente la fuerza de trabajo, sobre cuya hiperexplotación los “tigres” se convirtieron en potencias con economías desarrolladas, que solo con el paso de los años lograron incluso mejoras sociales. El capital extranjero también llegó para aprovecharse con el sistema de “maquilas” y la disciplina laboral que sirvió para sujetar a los trabajadores.

Tampoco se advierte la larga vigencia de Estados sin democracia o con “democracias imperfectas”, pues dominaron gobiernos autoritarios o dictatoriales, con violaciones a los derechos humanos, restricciones a las libertades de prensa o serias limitaciones a las garantías ciudadanas. Todavía predomina en Singapur el partido único (Partido de Acción Popular, PAP); Hong Kong, como región administrativa especial de China, se mantiene bajo la política de “un país, dos sistemas”; Corea del Sur superó las recurrentes (y sanguinarias) dictaduras militares, para establecer una “democracia liberal” desde la década de 1990, y casi lo mismo ocurrió en Taiwán, tras décadas de dominio unipartidista del Kuomintang (KMT). Cabe resaltar, adicionalmente, que durante el proceso de potenciación de los dragones asiáticos, fue negada la ideología neoliberal y no se acogió el decálogo del Consenso de Washington (https://bit.ly/2YaTQ5m).

Un proceso comparable intentó despegar en América Latina durante las décadas de 1960 y 1970, de la mano del desarrollismo: el Estado como promotor económico e industrializador, ante la inexistencia de empresarios modernizantes y sociedades agrarias tradicionales. En sus inicios incluso se contó con el apoyo norteamericano de la Alianza para el Progreso, empeñada en las reformas estructurales, para evitar una reproducción de la Revolución Cubana. Paradójicamente, esas políticas fueron resistidas en la región por “estatistas” e incluso acusadas de “comunistas”. Sin embargo, México y Brasil crecieron durante esas décadas, aunque Ecuador no quedó atrás e incluso en los setentas, con petróleo y dictaduras militares, la industria superó a la agricultura y el país creció al mismo ritmo anual comparable con los tigres asiáticos. Pero las oligarquías tradicionales y los empresarios ecuatorianos “modernos”, surgidos al amparo del Estado, no estuvieron dispuestos a que la economía sea regulada y mucho menos a que el poder político deje de estar en sus manos directas. Finalmente, en América Latina de fines del siglo XX, con la introducción de las consignas neoliberales, la economía “productiva” fue desplazada por la economía “especulativa” de comerciantes y banqueros, así como por la economía “rentista” de empresarios que exigen dineros públicos, privatizaciones, no quieren pagar impuestos, anhelan sobrexplotar la fuerza de trabajo y obtener, por estas otras vías, las ganancias más fáciles, sin los esfuerzos para invertir en el desarrollo tecnológico, la investigación o la innovación de los negocios (https://bbc.in/30VQFAq). Las excepciones no dejan de confirmar estas características generalizadas.

El modelo de los tigres sirvió en Asia y no en América Latina; y bajo ese manto surgieron los “tigres menores”: Filipinas, Indonesia, Malasia y Tailandia. Sin embargo, China superó a todos los dragones asiáticos, con un crecimiento permanente que bordeó el 10%, bajo el sistema de “socialismo de mercado”, un fenómeno histórico ampliamente estudiado por el profesor Elias Jabbour, de la Universidad Estatal de Río de Janeiro, (experto en el tema y con varias obras, entre las que destaco su reciente China: socialismo y desarrollo, siete décadas después, 2019), y que ha servido para que hoy este país se convierta en una potencia que contrarresta la hegemonía mundial de los EEUU.

En Ecuador, el camino de los tigres mayores o menores y también el de China, igualmente ha servido para los posicionamientos políticos. En Guayaquil, desde la década de los noventa, la oligarquía regional, apoyada por intelectuales que expresan sus ideales y por los medios de comunicación locales, impulsó el “proyecto Singapur”, para preservar la “autonomía” (y hasta la “independencia”) de la que han soñado como una ciudad-Estado (https://bit.ly/3hzuxBT). Cuestionaron la Constitución de 2008, exigiendo “un país con dos sistemas”, porque consideraban que el “modelo exitoso” guayaquileño, hegemonizado por el Partido Social Cristiano en la alcaldía y supuestamente basado en la eficiencia de la empresa privada, debía respetarse, frente al “estatismo” de esa Constitución.

En su visita a Ecuador durante el gobierno de Rafael Correa (2007-2017), el viceministro de Cooperación Económica y Desarrollo de Alemania, HansJürgen Beerfeltz, no dudó en reconocer el progreso económico y social del país, bautizándolo como el “jaguar latinoamericano”, comparable con los tigres asiáticos. (https://bit.ly/2CllJPR)  Pero bajo el gobierno de Lenín Moreno (2017-hoy) se cuestionó al “correísmo” por haber “hipotecado” el país a China, con deuda externa, preventas petroleras, compras y presencia de empresas.

Como la historia tiene sus ironías (Hegel), la crisis del coronavirus demostró que el “éxito” del modelo guayaquileño se reducía al de sus élites dominantes (https://bit.ly/2Cnvo8Jhttps://bit.ly/2Na6uLHhttps://bbc.in/3ehjnQe); y que el gobierno de Moreno tenía en la “cuestionada” China un salvavidas al que había acudido desde antes para encontrar la ayuda necesaria ante el galopante desastre económico (https://bit.ly/3db68zahttps://bit.ly/2BiCwmc).

De otra parte, la admiración por los “tigres asiáticos” de los neoliberales latinoamericanos no pasó de las palabras, si bien las elites de la región demandan permanentemente mercados “libres” y negocios privados absolutos. No logran entender que la utopía de su proyecto de sociedad para el largo plazo se ve postergado una y otra vez porque no pueden evitar el estallido de una aguda lucha de clases, que lo frena históricamente.  
Historia y Presente – blog
www.historiaypresente.com  
Especial para Informe Fracto: https://bit.ly/2VjOeEn

jueves, 25 de junio de 2020

Fritz Lang .Los verdugos también mueren

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Los verdugos también mueren, brillante falsificación de la resistencia antinazi a cargo de Fritz Lang

Fuentes: El diario
  • Se recupera esta ambiciosa pieza de propaganda antifascista, firmada por el realizador de Metrópolis, mediante una edición videográfica restaurada
  • Otros exiliados de prestigio, como el dramaturgo Bertolt Brecht y el músico Hanns Eisler, intervinieron en la confección de la película
Los verdugos también mueren
En plena II Guerra Mundial se estrenó esta mirada muy libre al asesinato real de un alto mando nazi
En su reciente monografía Raoul Walsh, el crítico Carlos Losilla recuerda como el cineasta objeto de su estudio intervino en un particular proyecto: una película sobre Pancho Villa donde el mismo revolucionario compartía película con intérpretes, como el mismo Walsh, que le encarnaban en edades más tempranas. El filme, del que solo se conservan algunos materiales, conjugaba de manera desconcertante escenas ficcionadas, batallas reales y recreaciones de estas.
El cine hollywoodiense de los años cuarenta partía de unas convenciones solidificadas que dificultaban este tipo de experimentos. Con todo, la entrada estadounidense en la II Guerra Mundial provocó que se recuperase parte de la convivencia extraña entre ficción e historia reciente del primerísimo western fílmico. Centenares de cineastas rodaban películas que aludían a la contienda, fuesen cintas bélicas, intrigas o comedias románticas, al calor de los acontecimientos. Y solían incrustar en sus ficciones algunas filmaciones de hechos reales.
En el Hollywood en guerra, dispuesto incluso a acercarse a la Unión Soviética para combatir a Hitler, las películas se montaban remontaban a toda velocidad para dificultar que hubiesen perdido vigencia en el momento del estreno. No hay que extrañarse de que la denominada Operación Antropoide, que supuso el asesinato del líder nazi Reinhard Heydrich, tuviese su propia película apenas unos meses después de que el magnicidio tuviese lugar.
El responsable del filme consiguiente, Los verdugos también mueren, fue un antiguo maestro del cine mudo: Fritz Lang. El firmante de obras maestras con lecturas filonazis como Metrópolis  o Los nibelungos se había exiliado tras el malestar que El testamento del doctor Mabuse había generado en las autoridades hitlerianas. Una década después, Lang se había incorporado decididamente a la creación de propaganda antifascista. El hombre atrapadoEl ministerio del miedo y la posterior Clandestino y caballero ejemplifican su dedicación, alternada con relevantes contibuciones al noir contemporáneo como Perversidad.
Un thriller agonístico
Los verdugos también mueren, ahora recuperada gracias a una edición videográfica restaurada en alta definición y presentada en soporte Blu-ray, fue quizá la aportación langiana más ambiciosa a ese ciclo de concienciación política sobre el peligro fascista. Para su concepción, Lang contó nada menos que con el dramaturgo Bertolt Brecht y uno de sus colaborador musicales, Hanns Eisler. Brecht fue acreditado únicamente por la historia original, mientras que John Wexley acabó firmando en solitario el guion.
El filme podía asociarse a una especie de gira internacional de solidaridad que Hollywood ensayó mediante diversas narraciones ambientadas en países invadidos por el Reich. Obras como Rebelión o Pasaje a Marsella también suponían una advertencia sobre la apisonadora represiva nacional-socialista. En Los verdugos también mueren no participaban Errol Flynn ni Humphrey Bogart. Y quizá la ausencia de una gran estrella facilitó un cierto tratamiento coral de la historia.
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El filme incorpora juegos con las sombras y otros gestos vinculables con el expresionismo cinematográfico
Lang y compañía no narraron los preparativos ni la ejecución de un atentado que tiene lugar fuera de campo, sino que se centraron en las difíciles horas y días posteriores. Trataron de las pesquisas de invasores y colaboracionistas, de la persecución implacable a los resistentes y a aquellos que les han apoyado aunque fuese solo con un gesto. Para ello, los responsables de la película emplearon un metraje superior al habitual (la película ronda las dos horas y cuarto de duración) que permite tratar con una cierta complejidad las ramificaciones dramáticas del magnicidio: los fusilamientos masivos, las torturas…
Lang otorgó un inusual protagonismo a una joven que ha facilitado la huida del miembro de la resistencia que ha cometido el atentado. Cuando ella ve peligrar la vida de su familia y de otros testigos, siente unas dudas que los mismos invasores contribuyen a aclarar: las represalias son tan terribles que la delación puede acabar con la vida del delator y de toda su familia.
Como tantos filmes del Hollywood en guerra, Los verdugos también mueren incita al sacrificio en aras de la libertad, pero representa con especial atención las dificultades que comporta realizar esta defensa en un contexto totalitario. Hasta el obligado final feliz, el relato roza lo agonístico. Y está mucho más cerca del thriller o del noir, salpicado de gestos expresionistas en algunas escenas, que del cine bélico: como en El hombre atrapado o El ministerio del miedo, los espías y los resistentes (vocacionales o accidentales) abundan más que los soldados uniformados.
Pequeñas y grandes mentiras consoladoras
A pesar de sus concesiones a la lógica propagandística, Los verdugos también mueren incorpora detalles inusuales. Si el III Reich era una máquina de genocidio y de devaluación o negación del valor de las vidas, Lang incorpora un cierto dramatismo, una cierta piedad, incluso en la muerte de un par de subordinados e informantes de la Alemania nazi. El ejercicio de la violencia no es épico o enardecedor, sino que lo es el compromiso personal y colectivo contra el fascismo.
El retrato de Heydrich, en cambio, sí que cae en la brocha gorda. En una pieza audiovisual incluida en la nueva edición videográfica publicada por A Contracorriente, el historiador Robert Gerwath explica que el histrión vociferante del filme fue, en realidad, un impasiblemente formal gestor de muertes. No era el único aspecto en que la ficción se separaba de la verdad histórica: después de haber desplegado un adiestramiento en el sacrificio que advertencia sobre el coste de defender la libertad (y sobre el riesgo tremendo de permitir la pérdida de esta), Lang y su equipo optaron por terminar el relato con mentiras consoladoras.
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Reinhard Heydrich es retratado como un histrión vociferante
Sí, se inoculaba amargura en el desenlace: de la misma manera que en El hombre atrapado, la muerte de un personaje provocaba que la fanfarria musical final deviniese agridulce. Aún así, el relato de los hechos no dejaba de ser exageradamente optimista. En la película, la resistencia no solo consigue proteger al ejecutor del magnicidio, sino que confunde temporalmente a los invasores. Para protegerse de la humillación de haber sido engañados, los nazis de ficción convertían una falsedad en su verdad oficial.
Lang y compañía, por su parte, también mintieron para rehuir el derrotismo. En el espejo deformado y deformante de la pantalla fílmica, se produce un número limitado de fusilamientos de inocentes y la mayoría de los responsables del magnicidio consiguen escapar del cerco nazi. En realidad, los dos ejecutores del asesinato fueron apresados y ejecutados junto a unas 5.000 personas más. El reciente largometraje Operación Anthropoid se inspiraría en todos estos hechos de manera más fidedigna pero menos sugerente.
Menos de cinco años después del estreno de Los verdugos también mueren, Brecht declararía ante el Comité de Actividades Antiamericanas y volvería a Europa al día siguiente de hacerlo. El guionista John Wexley, que había escrito Confesiones de un espía nazi (una obra prematuramente antifascista, bajo el punto de vista del macarthismo), también formaría parte de las listas negras de Hollywood. La revancha contra Roosevelt y sus veleidades izquierdistas puso en el punto de mira a los artistas que alertaron contra el enemigo nazi con mayor sinceridad y desde un compromiso político explícito que, a menudo, pasó por la militancia comunista.

martes, 23 de junio de 2020

La historia de la "negritud" en España.

La esclavitud: el capítulo olvidado de la Historia de España

Apellidos ilustres y grandes fortunas españolas se forjaron con la lucrativa y olvidada trata de personas entre África, la península y América
Beatriz Hernánpino
Cervantes comparaba Sevilla con un “tablero de ajedrez” y Lope de Vega llamaba a las negras y mulatas “los lunares de Sevilla”. Velázquez y Murillo tenían esclavos negros como ayudantes en sus talleres. El padrastro del Lazarillo de Tormes era un hombre negro –Zaide–, de origen esclavo. Quevedo escribió un poema sobre la boda de dos esclavos en el que ya relacionaba a los negros con la suciedad, el pecado y lo demoniaco. Goya pintó a su musa, la Duquesa de Alba, con su “Negrita”, una niña que había comprado sólo para concederle la libertad. Incluso Sancho, en El Quijote, propone la idea de importar esclavos africanos a España para luego darse a la buena vida. La realidad multirracial, y esclavista, en España fue algo más que un hecho anecdótico.
La historiografía española, bastante cegada con grandes hazañas bélicas y otras conquistas, no había mostrado mucho interés por esto hasta los años ochenta. Y después quedó reservado a un grupo de estudiosos. En el imaginario colectivo, en la cultura general, en los libros de texto, el pasado multirracial español sigue olvidado. No es algo aislado de la literatura del Siglo de Oro o posterior, ni que los pintores o cronistas de la época quisieran dar un toque exótico a sus producciones. Es Historia de España.

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