lunes, 19 de febrero de 2018

La austeridad ha fracasado y es hora de hacer balance.

La austeridad expansiva y sus opositores. Reseña



Guido Iodice y Daniela Palma (Keynes blog)

15/02/2018

Austerity vs Stimulus: The Political Future of Economic Recovery, edición de Robert Skidelsky y Nicolò Fraccaroli, Palgrave Macmillan, Londres, 2017, 178 páginas.



La austeridad ha fracasado y es hora de hacer balance. Pero ha llegado sobre todo el momento de preguntarse por qué, pese a que las políticas de restricción fiscal han surtido efectos más que negativos en el curso de la crisis que ha sacudido las economías occidentales (y la europea en particular), la discusión entre quienes sostienen su eficacia y los defensores de posturas keynesianas es más encendida que nunca. De acuerdo con Robert Skidelsky y Nicolò Fraccaroli, ambos historiadores de la economía, es importante comprender el motivo por el que la idea de austeridad se ha ido afirmando en términos ideológicos, llegando a forzar la interpretación de las tendencias económicas que se observan en cada momento con tal de justificar la adopción de medidas draconianas. Este es el tema de fondo que anima Austerity vs Stimulus, una ágil recopilación de artículos (en parte originales y en parte reeditados y aparecidos antes en libro o en fuentes periodísticas), gracias a los cuales Skidelsky y Fraccaroli pretenden mostrar cómo la idea de austeridad ha ido adquiriendo cada vez más fuerza, sobre todo en virtud de un mensaje político que se ha convertido en central para los partidos del centro-derecha, que han dominado la escena política europea desde antes y a lo largo de todo el arco de la crisis. Se abraza de hecho la austeridad con la visión de que del crecimiento tiene que tirar el sector privado y de que, con vistas a ese fin, no interfiera la intervención pública  con los mecanismos de “autorregulación” del mercado.
La austeridad como tal no se habría convertido, sin embargo, en objeto tan evidente de disputa si la crisis de 2007-2008, provocada por el estallido de la burbuja inmobiliaria y por las insolvencias ligadas a las hipotecas “sub-prime” en los Estados Unidos, no se hubiera cargado de manera tan onerosa sobre las cuentas públicas a fin de contener el contagio financiero provocado por las quiebras bancarias, haciendo que explotaran las “deudas soberanas”. Este paso resulta también crucial, puesto que ilumina de qué modo el papel del Estado se entiende más precisamente en subordinación al mercado, admitiendo (de hecho) que la intervención pública puede entrar en juego de modo considerable si la finalidad estriba en “salvar” al mercado. La opción de abrir el volumen con un texto de Wolfgang Streeck, que evoca los precedentes de la crisis, enlazándolos  con los conflictos distributivos generados por el capitalismo, resulta, por lo tanto, de extraordinaria eficacia. A partir de este momento, el lector se hace consciente de las grandes contradicciones que atraviesan las posiciones “neoliberales”, mientras se desmistifica una idea clásica de laissez faire que pretende recurrir a la hipótesis de que los mercados son eficientes. De ahí en adelante, el enfrentamiento entre las dos tesis contrapuestas, que la austeridad sirve para superar la crisis o bien que tiene efectos ulteriormente depresivos sobre el ciclo económico, se recorre a ritmo rápido, remontándose al principio de las raíces del debate originario entre Keynes y Hayek de 1932 (con el primer intento de subrayar los límites del gasto privado y el segundo de  registrar lo dañino del gasto público que, en el mejor de los casos, induce un desplazamiento del privado por efecto de un aumento de los tipos de interés); para volver inmediatamente al nuevo relato “neoliberal” que identifica la consolidación fiscal, es decir, en la reducción de la deuda pública a través de drásticos recortes del gasto público, la clave de la recuperación.
Los artículos, que se alternan sucesivamente en la defensa de los beneficios de la austeridad y por otro lado en mostrar los efectos negativos de ésta, nos ponen con toda evidencia frente a la potencia de la dimensión ideológica que acompaña a la idea de austeridad desde el inicio de la crisis hasta hoy. Las referencias principales se localizan en los trabajos de la  “escuela bocconiana” [de la Università Commerciale Luigi Bocconi, centro privado de élite con sede en Milán], y en particular en las argumentaciones de Alesina, y en las elaboraciones de Reinhart y Rogoff, cuya  extraordinaria difusión se debe también a que ofrecen pruebas de hecho sobre la relación de causalidad entre disminución de la deuda pública y aumento de la tasa de crecimiento del PIB. Lástima, como subraya, Krugman, que en estas mismas evidencias se hayan detectado en su mayor parte falsedades. Pero la cuestión, todavía más crucial, está recogida según Krugman en un ulterior aspecto de la diatriba sobre la austeridad. De hecho, en el plano de la teoría, estas posiciones no han tenido forma de echar raíces y ni siquiera los libros de texto, decididamente incardinados en la ortodoxia económica, aceptan la austeridad como una opción de medidas políticas en el curso de una recesión. “El momento justo para la austeridad en el Tesoro es el de la expansión, no el de la recesión”, escribía Keynes en 1937 y este  punto de vista, conjuntamente con la consideración de que las políticas monetarias expansivas (de cualquier tipo) no pueden asumirse como alternativa durante una recesión, no parece llegar a ser objeto de discusión seriamente. Sin embargo, en el contexto tan intrincado como dramático de la crisis económica es la política la que toma la delantera, en una mezcla de falsas creencias (la primera entre todas, la de que el presupuesto del Estado es asimilable al de una familia) y de empujones conservadores que tienen su origen en la misma tensión distributiva entre trabajo y capital que llevó al derrumbe de 2008. La austeridad se transforma así en una defensa tan extrema como perversa de los intereses corporativos de los capitalistas, puesto que al reducir el perímetro del gasto público, se puede dejar espacio a elevadas reducciones fiscales a las empresas, recalca Krugman.
Las políticas fiscales expansivas son el único dique contra el empeoramiento de la crisis y las únicas en condiciones de hacer que vuelva a arrancar el crecimiento económico,  sostiene así pues Skidelsky desde el frente keynesiano, añadiendo que son también las únicas que permiten corregir los equilibrios a favor de las rentas del trabajo y garantizar así una recuperación económica más estable. Actuar sobre las políticas fiscales permite además incidir sobre los límites registrados por el actual modelo de desarrollo económico, que ha despilfarrado los recursos disponibles y ha agravado la degradación ambiental, estimulando una demanda que promueva la reconversión ecológica del sistema productivo.
Del lado de las posiciones pro-austeridad no faltan, sin embargo, argumentaciones de carácter vagamente keynesiano que dan cuenta de cómo los exponentes de esta contraparte han sentido claramente la necesidad de dar fuerza a las a las razones propias recurriendo a referencias que para la teoría keynesiana son esenciales. Esta es una articulación muy importante del volumen de Skydelsky y Fraccaroli, puesto que, si la “ortodoxia” macroeconómica no tiene en sí misma presupuestos para justificar las políticas de austeridad en tiempo de recesión y si las posturas keynesianas se arriesgan a encontrar contestación en los hechos, la defensa de la austeridad podría ir a darse de bruces con una clamorosa derrota. ¿Qué mejor, entonces, que sacar a colación la cuestión de la confianza de los operadores del mercado, relacionándola con los niveles de la deuda pública? Cuanto mayores sean los niveles de deuda pública, menor será la confianza que los operadores depositen en el Estado de salud de un país, y menores, por consiguiente, las inversiones que estarían dispuestos a emprender. Con el  “hada confianza” –expresión eficazmente introducida por Krugman – entra definitivamente en escena la alegoría de la austeridad, que consagra el mito; quizás confundiendo al adversario, como confiesa Skidelsky. Por esto es bueno dejar claro que, si una política fiscal restrictiva es manifiestamente inadecuada y nociva, lo será independientemente de la confianza (“a lack of it cannot cause a bad policy to have bad results, any more than jumping out of a window in the mistaken belief that humans can fly can offset the effect of gravity” [“la falta de la misma no puede provocar que una mala política tenga malos resultados, no más de lo que saltar por la ventana con la errada creencia de que los humanos pueden volar puede compensar el efecto de gravedad”].
El escenario es, por otro lado, bastante más complejo y la ligazón entre expectativas y nivel de la deuda pública, tal como lo imaginan los defensores de la austeridad, no parece tenerse en pie ni siquiera al probar los hechos. En cambio, hay mucho más que explotar en la imperfecta construcción de la unión monetaria y en las políticas que la disciplinan, fundamentalmente centradas – de nuevo con rasgos fundamentalmente ideológicos – más sobre la idea de “castigo” que sobre la de mutua ayuda en el momento en el que se produce una crisis financiera, como se deduce del artículo de De Grauwe. Si sólo se introdujera en este orden de ideas la que en el artículo siguiente, de Blanchard, viene señalada como “esquizofrenia” de los mercados, los cuales aplauden los anuncios de consolidaciones fiscales para luego castigar a los países que la aplican en cuanto los resultados de crecimiento son recesivos, no parecería tal. Pero la “esquizofrenia” de la que nos habla Blanchard es, todavía más, el síntoma de que los negativos resultados económicos de las políticas de austeridad han empezado a socavar graníticas certezas.
Así pues, ¿todo bien? Nada en absoluto, y pese a que el mismo Fondo Monetario Internacional, del cual el mismo Blanchard fue economista jefe entre 2008 y 2015 (dimitiendo), haya reconocido el efecto depresivo de las políticas restrictivas del presupuesto declarando abiertamente el error de haber subestimado ampliamente los multiplicadores fiscales, nos sigue fustigando el “mito” de la austeridad.
La historia de las políticas de austeridad aplicadas en el Reino Unido se convierte así en un caso paradigmático, del cual dan cuenta por extenso Skidelsky y Fraccaroli en la última parte del volumen, documentando el denso debate político-económico que ha acompañado a los acontecimientos en su desarrollo. Es una valiosa ocasión para ratificar el papel desempeñado por una idea distorsionada de confianza, que en una presunta clave keynesiana, debería asignar un valor taumatúrgico a la idea misma de austeridad. En su réplica a los diversos interlocutores pro-austeridad (Cable y Ferguson) es importante, por tanto, para el frente keynesiano de los economistas Skidelsky y Blanchflower llamar la atención sobre el corazón del mensaje keynesiano, a fin de despejar el terreno de cualquier posible ambigüedad acerca de los efectos negativos de políticas fiscales restrictivas en un periodo de depresión económica y evitar que se siga aplazando el discurso sobre posibles “remodulaciones” temporales de la consolidación fiscal a lo largo de periodos más prolongados, como si se tratase de la dosis equivocada de una medicina buena. “Cuidaos de la desocupación y el presupuesto se cuidará solo”, sostenía de hecho Keynes, mientras que la lógica de los defensores de la austeridad es totalmente la contraria, transformando el presupuesto del instrumento que debería ser en objetivo de la política económica, y atribuyendo al concepto mismo de deuda pública un valor intrínsecamente negativo conectado (erróneamente) a la lógica de la economía del “buen padre de familia”(GraeberChang et alii).
Sigue siendo, por tanto, verdaderamente incomprensible que, pese a todo, la austeridad siga siendo el faro de toda la política europea. La respuesta debe, sin embargo, buscarse en una “razón política” (Krugman y Blyth), que representa no sólo – como se ha visto – el hilo conductor del libro entero, sino también  el nudo sobre el cual volver a reflexionar en la conclusión. Skidelsky y Fraccaroli son comprensiblemente pesimistas todavía y a día de hoy el cuadro europeo no parece presagiar un cambio de rumbo ni, sobre todo, son objeto de debate los correctivos de la implantación de las políticas europeas inspiradas por la disciplina del “fiscal compact” y por el papel del Banco Central (europeo), en el mejor de los casos de “controlador de precios”, ya se trate lo mismo del control de la inflación como mandato institucional que de que se adopten políticas “atípicas” de “mantenimiento” de la liquidez del sistema bancario (como en el caso del quantitative easing) para estabilizar el ciclo económico. Sin embargo, es importante reconocer el valor del análisis crítico que este volumen nos ofrece como secuela de un “despertar” casi brusco del debate económico (atenuado desde hace años) en torno al papel de las políticas macroeconómicas en la ola ascendente de la crisis internacional; un debate que ha reabierto el enfrentamiento entre la escuela keynesiana y la neoclásica, baluarte de un mainstream con más de treinta años que lleva mucho tiempo sin cruzarse con adversarios a lo largo del camino, “absorbiendo” la primera y construyendo con el paso del tiempo un paradójico “consenso cultural” en torno a las posiciones neoliberales. De aquí es de donde hay que arrancar de nuevo.

Miembro del Comité Nacional de Democratici di Sinistra; y economista matemática y estadística, investigadora de Enea, son responsables del Keynes Blog, que defiende el análisis postkeynesiano de izquierdas de la Gran Recesión.
Fuente: https://keynesblog.com/2018/01/25/lausterita-espansiva-e-i-suoi-oppositori/#more-7

domingo, 18 de febrero de 2018

Los límites de la libertad de expresión


JUSTICIA / El Supremo absuelve a un tuitero porque sus mensajes no conllevaban "una situación de riesgo"

Detrás del enaltecimiento al terrorismo: los límites de la libertad de expresión

MARÍA F. SÁNCHEZ
 Cuarto Poder .
Un joven de 24 años de Amurrio (Álava) ingresó la semana pasada en prisión por dibujar el símbolo de ETA con rotulador en la pared de una casa en una calle no céntrica de de Lesaka (Navarra). Juan Ibarrola Pérez, curiosamente, es oriundo de la misma localidad que otro condenado a prisión por enaltecimiento del terrorismo, Alfredo Remírez, quien fue detenido el mismo día que el cantante de Def con Dos, César Strawberry, en la tercera fase de la Operación Araña. Pero el comienzo de 2018 ha venido cargado de otra doctrina jurídica que cuestiona la jurisprudencia existente a este tipo de delitos castigados por el artículo 578 del Código Penal y replantea los términos del juego. Al fin y al cabo se trata de cómo concebimos los límites de la libertad de expresión.
Una decisión del Supremo cambió el sentido de la marcha a principios de este mes. El tribunal confirmó la absolución del tuitero Arkaitz Terrón al considerar que sus chistes realmente no implicaban “una situación de riesgo para las personas o derechos de terceros o para el propio sistema de libertades”. Algunos de sus tuits eran “Roma acoge este sábado una cumbre de la extrema derecha europea. Estando ahí juntitos, un ‘Carrero’ no estaría mal” o “Juan Carlos Primero, más alto que Carrero”. Los mensajes son parecidos a los que habían emitido Cassandra Vera, el grupo La Insurgencia o el rapero Valtonyc y que les han valido sus respectivas condenas.
Pero el artículo 578 del Código Penal castiga con penas que van de uno a tres años de prisión dos modalidades delictivas diferentes: el “enaltecimiento o la justificación público” de terrorismo o “la realización de actos que entrañen descrédito, menosprecio o humillación a las víctimas de los delitos de terrorismo o de sus familiares”. Es en la primera, explica el profesor titular de Derecho Penal en la Universidad Rey Juan Carlos, Rafael Alcácer, donde la jurisprudencia europea pone límites más claros. “La última directiva europea en materia de terrorismo establece que la provocación de actos de terrorismo solo deberá castigarse con medidas penales cuando haya una incitación o una provocación de actos de terroristas, a la comisión de delitos”, explica. La última sentencia del Supremo marcharía en este sentido.
En términos de Derecho Internacional es cierto que “la seguridad nacional y el terrorismo” pueden constituir un límite a la libertad de expresión, indica el experto internacional en materia de libertad expresión y regulación de medios Joan Barata. Sin embargo, “la restricción tiene que ser muy clara y precisa” y “quien habla debe ser capaz de identificar que es ilegal”. En este sentido, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos establece que debe haber “una sólida conexión entre la incitación al odio y la comisión de actos terroristas “para que el delito esté correctamente formulado”, explica.
Ambos expertos coinciden en señalar que la redacción actual del delito de enaltecimiento al terrorismo no deja claros estos preceptos y, por tanto, pone en riesgo la libertad de expresión. “El delito es un despropósito tal y como está redactado tanto por la vaguedad como por su enorme amplitud, con el problema que con lleva de limitación del ejercicio fundamental de libertad de expresión que siempre ha tenido una función estructural en la mera democracia”, indica Alcácer. “El precepto penal correspondiente contiene una serie de términos problemáticos como ‘glorificación, enaltecimiento, justificación’ que no estaría en línea con los parámetros del Derecho

Internacional porque en muchos casos es difícil construir un vínculo entre lo que se expresa y las acciones terroristas”, indica Barata.





 Nota .- Piensa el que lleva este blog , que  la   desproporcionalidad y gradualidad de las penas y lo que se considera n delitos  es el problema,  da igual una multa que la  carcel , sucedido a ese muchacho de Jaén por andar manipulando una imagen de Jesús Nazareno de modo que su propio rostro sustituyó al imaginado por el escultor que había tallado el original. La solicitud primera del fiscal, dos mil seiscientos euros de multa o prisión sustitutoria de ciento ochenta días, o meter en la carcel por los  casos que  aqui cita, que si podria ser caso de multa. Tanto hablar de libertades  y de individualismo absoluto y soberano  al final no se tienen en claro cuales son ni las libertades ni los limites ,   solo los que diga el juez  en este caso, al final    habra que ir pedir permiso al juez para  contar un chiste .  La justicia se convierte en inquisición  segun el peso moral de la palabra, pero siempre segun quien lo diga  .  Con lo cual la justicia se convierte en teología política  aplicada para meter miedo el poderoso.

viernes, 16 de febrero de 2018

Como los poderes: han perdido el monopolio sobre la difusión de mentiras,


Desconfía de los gobiernos que quieren convertirse en guardianes de la verdad

Por muy tentador que pueda parecer legislar contra las 'fake news' (noticias falsas), es tan erróneo como peligroso


Antes de Facebook, estaban los cafés. En el siglo XVII, el pánico se apoderó de la realeza británica porque temían que esos nuevos salones para bebedores se convirtieran en foros de oposición política. En el año 1672, Carlos II emitió un decreto "para restringir la divulgación de noticias falsas" que estaban ayudando "a alimentar las mentes de los buenos súbditos de su majestad de una envidia e insatisfacción universal".
Ahora, 350 años después, legisladores de todo el mundo tratan de hacer lo mismo. La semana pasada, el comité de Cultura, Medios y Deportes de la Cámara de los Comunes  voló a Washington para reunirse con representantes de las grandes tecnológicas entre las que estaban presentes Facebook, Twitter y Google. El título de la sesión resonaba a la época de Carlos II: "¿Cómo pueden las redes sociales ayudar a frenar la difusión de noticias falsas?".
Si hay una larga historia de temor en torno a las noticias falsas, también la hay en torno a las noticias falsas en sí. En 1924, cuatro días antes de unas elecciones generales, el Daily Mail publicó la carta de Zinoviev, una supuesta directiva procedente de Moscú para los comunistas británicos para movilizar a las "fuerzas simpatizantes" en favor del Partido Laborista. Los laboristas perdieron las elecciones estrepitosamente.
A raíz de los disturbios de Broadwater Farm en 1985, en los que el policía  Keith Blakelock fue asesinado a machetazos, la policía y la prensa organizaron una espeluznante campaña contra el principal sospechoso, Winston Silcott, al cual llegaron a describir como "la bestia de Broadwater Farm". Condenado prácticamente sin pruebas, fue liberado a los tres años después de que se demostrase que la policía había manipulado sus notas durante los interrogatorios.
En 1989, The Sun, alimentado por mentiras de la policía, dirigió una campaña de desprestigio contra los aficionados del Liverpool después de que 96 hinchas murieran en Hillsborough, aplastados después de que se les obligase a entrar en una grada abarrotada de gente. The Sun  inventó historias sobre fans borrachos como la causa del desastre.
En el año 2003, en la antesala de la guerra de Irak, las páginas de todos los periódicos de todo el mundo estaban llenas de noticias sobre las inexistentes  armas de destrucción masiva de Sadam Hussein.
Y así sucesivamente. Las mentiras que se hacen pasar por noticias son tan viejas como las noticias mismas. Hoy no son nuevas las noticias falsas, sino los proveedores de esas noticias falsas. En el pasado, solo los gobiernos y las personas importantes podían manipular a la opinión pública. Ahora, puede hacerlo cualquiera que tenga acceso a internet. Del mismo modo que la élite ha perdido su control sobre el electorado, también se ha debilitado su capacidad para ser guardianes de la información, de definir lo que es cierto de lo que no lo es.
Aquí nos encontramos con otro cambio más. En el pasado, los poderosos manipularon los hechos para presentar las mentiras como realidades. Hoy, las mentiras se aceptan a menudo como verdades porque la noción misma de verdad se está fragmentando. Ahora la "verdad" tiene poco más significado que "esto es lo que creo" o "esto es lo que creo que debería ser verdad".
Sobre cuestiones que van desde el Brexit hasta los matrimonios entre personas del mismo sexo, todas las partes se aferran a un punto de vista como si este fuera la verdad, rechazando participar en posiciones "alternativas". Tal y como Donald Trump nos ha mostrado de manera tan clara, gritar "¡noticia falsa!" se ha convertido en una manera de descartar verdades inconvenientes. Desde China hasta Filipinas, los regímenes suelen echar la culpa a las "noticias falsas" para imponer su censura y para aplastar a la disidencia.
Es por esto por lo que deberíamos tener cuidado con muchas de las soluciones a las noticias falsas que proponen los políticos europeos. Ese tipo de soluciones hacen más bien poco a la hora de desafiar a la cultura de las verdades fragmentadas. Más bien lo que buscan es restaurar a guardianes de la información más aceptables, para que Facebook o los gobiernos definan lo que es y lo que no es verdad.
En Alemania,  una nueva legislación obliga a las redes sociales a eliminar publicaciones que propaguen noticias falsas o discurso que incite al odio en 24 horas. De lo contrario, podrían recibir multas de hasta 50 millones de euros. El presidente francés, Emmanuel Macron, ha prometido prohibir las noticias falsas en internet durante las campañas electorales. ¿Realmente estamos dispuestos a deshacernos de las noticias falsas de hoy para regresar a aquellos días en los que solo las noticias falsas eran las noticias falsas oficiales?
En 1675, Carlos II emitió un nuevo "decreto para la supresión de los cafés" porque "varias informaciones falsas, maliciosas y escandalosas se expandieron por el extranjero". El rey dijo que "había que cerrar y suprimir los cafés". Los intentos de controlar las noticias falsas de hoy a través de equivalentes contemporáneos son intentos igual de equivocados y peligrosos.
Los dueños de estos cafés del siglo XVII se vieron obligados a aceptar que solo los "hombres leales" recibieran una licencia para regentar estos negocios. También hicieron la promesa de informar al rey de cualquier cosa "que escuchasen o supiesen y pudiera ser perjudicial para el Gobierno". Deberíamos tener cuidado con lo que deseamos.
Traducido por Cristina Armunia Berges