miércoles, 29 de marzo de 2017

EL ESTADO SOCIAL DE LA NACIÓN 2017


Tiempo de protesta, tiempo de lucha



Cuando se producen injusticias, es el tiempo para la protesta, reivindicación y exigencia de medidas políticas, que eliminen aquello que perjudica y discrimina a la mayoría social. Conocemos, por formar parte del todo, que una buena parte de la población española está al borde de la pobreza, sufriendo sus consecuencias y no se están ejecutando las acciones sociales, políticas y económicas necesarias para superarlo. La situación clama Justicia. Por El Informe sobre el Estado Social de la Nación 2017, elaborado por la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales, confirmamos que vivimos en una sociedad que ha superado la emergencia social, y se ha instalado en un nuevo escenario marcado por la precariedad y la falta de oportunidades. «El precio de la recuperación es la precariedad, sobrevivir, el permanente presente», porque para la inmensa mayoría de la población el futuro no existe.
La pobreza se ha instalado en la sociedad española, afectando a personas y familias que cada vez ven más difícil salir de su situación de pobreza que se ha convertido en estructural por su extensión y persistencia. La transmisión intergeneracional está dando lugar a nuevas generaciones que van a reproducir la pobreza y que cada vez van a tener más difícil salir de ella.
Algunos datos que presenta el Informe y que claman justicia social: La renta media de los hogares se ha reducido un 13% desde 2009 (30.045 €) a 2015 (26.092 €); más de 8 millones de trabajadores y trabajadoras están por debajo del umbral de la pobreza; casi 700.000 hogares, 1,3 millones de personas, no tienen ningún ingreso; la mala alimentación por motivos económicos afecta a más de un millón de personas; en 1 de cada 10 hogares se pasa frío por no poder mantener la vivienda a temperatura adecuada; la Tasa Arope (indicador de la Unión Europea para medir la exclusión social), sitúa a España 5,6 puntos por encima de la media europea (28,6 frente al 23%); 3,3 millones de personas mayores de 18 años viven solas, porque no les queda otro remedio; 4 de cada 10 personas viven en hogares sin capacidad para afrontar gastos imprevistos; al menos 6 millones de personas, sin ser pobres, se encuentran en situación económica precaria.
Frente a la emergencia social por la pobreza que padecemos, El PP de Rajoy le da la máxima importancia a «La independencia de Cataluña» y «los nacionalismos», cuando sólo es preocupación para el 1,7% y 0,6% respectivamente de la población, según barómetro del CIS de febrero pasado. (El paro es preocupación para el 72,2%, corrupción y fraude 37,3%, problemas de índole económico 27,0% y los políticos y la política en general 23,4%). Estos problemas no los ataca el Gobierno decisivamente y se olvida de que en los últimos 15 años, el 1% de la población con mayor patrimonio, acaparaba más de una cuarta parte de la riqueza del país (27,4%), mientras que el 20% más pobre se queda con un 0,1%. La fortuna de las 3 personas más ricas equivale a la del 30% más pobre. Algo tiene que cambiar, para que la miseria desaparezca.
Podemos ha salido a la calle en más de 40 ciudades contra «la trama» y sus efectos para reclamar que no haya «nadie sin derechos». A través de su iniciativa ¡Vamos!, Podemos, se ha marcado el objetivo en defensa del cumplimiento del artículo 25 de las Declaración Universal de Derechos Humanos: «1.- Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad. 2.- La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los niños, nacidos de matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social».
En definitiva, lo que pretende Podemos es luchar contra los efectos de las políticas de la llamada «trama», defendiendo que no haya «nadie sin ingresos, sin vivienda, sin luz, sin infancia, sin sanidad, sin servicios sociales, sin pensiones y nadie con precariedad». Esta trama que dirige los designios del país, que nos saquea y nos destroza la vida, «es la responsable de que tengamos que salir a gritar bien fuerte que queremos un país digno decente y en el que no hay nadie sin derechos». La pobreza y la precariedad no son fenómenos de la naturaleza, sino que son consecuencia de las políticas injustas.
También la Coordinadora 25S se moviliza el día 1 de abril, porque este régimen, no cuida de la ciudadanía más desprotegida. No es admisible que se planteen Presupuestos de miseria y no unos presupuestos de vida, de salud y no de antidisturbios, de educación y no de gasto militar, de justicia social y no de corrupción. Montoro ha previsto 16.000 millones de ajustes entre 2016 y 2017. Los recortes ya han afectado a la prevención de la violencia machista, que ha pasado de 34 millones en 2010 a 25 en 2016, un 26% menos; las pensiones se han recortado un 30% desde 2011; 6.000 camas hospitalarias se han cerrado permanentemente desde 2010 y 50.000 empleos en hospitales se han eliminado desde 2012. Hasta 30.000 empleos de profesor se han eliminado y el precio de un curso universitario ha subido un 200% hasta los 1.500 euros.
Todo indica que el Gobierno aumentará el gasto en Defensa y recortará en servicios básicos como Educación, Sanidad y Empleo. La ministra de Defensa Cospedal ha confirmado que el Gobierno hará un esfuerzo y aumentará el gasto militar hasta el 2% del PIB. A pesar de que la inversión se realizará de manera gradual, lo cierto es que coincide en tiempo y forma con los recortes en otros ámbitos como Educación, Sanidad y Empleo, como figuraba en el informe que Luis de Guindos remitió a la Comisión Europea, como parte de la hoja de ruta de la consolidación fiscal. De esta manera, el gasto público en Educación se reduciría del 4,04% en 2016 al 3,90% en 2017; en Sanidad se pasará del 6,12% al 5,92%; y en Empleo se bajará del 2,11% al 1,92%. Algo tendremos que hacer para evitar tal despropósito.
Frente a los recortes, la corrupción en el Estado español durante el régimen del 78 ha costado miles de millones de euros, y el Tribunal de Cuentas cifra el rescate bancario en más de 122.000 millones y ni están ni se les espera recibir en las arcas públicas. Por el contrario, la inversión en material antidisturbios aumentó un 1.780% en 2013; hay 2.740 funcionarios más en las fuerzas armadas desde 2009; el gasto militar ha aumentado más de un 33% —3.256 millones de euros— desde 2014. Reducir el gasto social y aumentar el gasto policial y militar responde a un modelo de Estado que usa los fondos públicos para mantener un gigantesco aparato represivo. No nos vale aquello de Cospedal: «Si no tenemos seguridad, da igual tener sanidad pública o educación».
La exclusión social produce situaciones de aislamiento, ausencia de participación, desmotivación y ruptura con la sociedad normalizada. La inestabilidad en el empleo y los bajos salarios hace que una parte importante de la población viva en situación precaria y en permanente riesgo de caer en la pobreza. El incremento de la desigualdad, no sólo se está manteniendo con la crisis, sino que se está incrementándose. La desregulación del mercado laboral, produce desempleo, precariedad y bajos salarios: 1,8 millones de personas llevan más de 2 años en paro (41,5% de desempleados) y 1,1 millones llevan más de 4 años (24,7% del total); más de 4 de cada 10 jóvenes que buscan trabajo están en paro; un 15,3% de las jornadas laborales son a tiempo parcial; más de 1 de cada 4 empleos son temporales (26,5%). En los últimos 5 años se ha acumulado una caída del poder adquisitivo de la remuneración media en un 4,5% (912 euros menos) y seis millones de personas (34,4%) cobran menos del SMI.
De otra parte, los ingresos fiscales en España son inferiores a los de los países de nuestro entorno. Las facilidades que tienen las grandes empresas y fortunas para pagar menos de lo que tienen establecido, gracias a un entramado de desgravaciones y exenciones, hace que la carga fiscal caiga sobre las clases medias y bajas a través del IRPF y de los impuestos al consumo. El 85% del esfuerzo fiscal recae sobre las familias. 17 de las 35 empresas del IBEX no pagan nada por el impuesto de sociedades en España, cuando tan sólo 3 compañías cerraron 2014 con pérdidas.
España ha desmontado las políticas sociales y dedica menos recursos a la protección social que la media de los países de la UE. Aunque los recortes en el gasto social — Sanidad, Educación y Servicios Sociales— tocaron fondo en 2013, todavía no se ha recuperado los niveles de inversión en esta materia que existía antes de la crisis. España dedica 2,7 puntos menos del PIB a Protección Social que la media de países de la Eurozona (17,6% frente al 20,3 de la UE). Desalentador.
Por todo lo que hemos analizado por decencia y dignidad, yo me he sumado a la lucha contra la trama corrupta que se mantiene en el poder y aumenta cada año sus beneficios a costa del saqueo y los recortes de derechos a la mayoría. La pobreza y la precariedad no son fenómenos de la naturaleza, sino que son consecuencia de las actuaciones que van en contra de la justicia y la igualdad social: nadie sin ingresos, sin vivienda, sin luz, sin infancia, sin sanidad, sin servicios sociales, sin pensiones y nadie con precariedad.
Porque no haya nadie sin derechos; contra los presupuestos de miseria; ante tanto saqueo, justicia social y democracia, convencido de que de esta situación sólo nos saca una República laica y federal.
@caval100

martes, 28 de marzo de 2017

Trump y el fracaso de la Pax Americana.

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 ( El destino manifiesto con la guadaña)
De cómo la invasión de Iraq regresó a casa
El presidente del rebote

TomDispatch

Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García

Si usted quiere saber de dónde viene el presidente Donald Trump, si quiere rastrear el largo y sinuoso camino (o escalamiento) que le llevó al Despacho Oval, no mire la realidad que nos muestra la televisión ni la de Tweeter, ni siquiera el surgimiento de la nueva derecha estadounidense. Mire hacia el lugar más improbable: Iraq.
Es posible que Donald Trump haya nacido en la ciudad de Nueva York. Es posible que se haya hecho adulto en medio de sus luchas en el ámbito de los bienes inmobiliarios. Es posible que no haya viajado más allá de Atlantic City, New Jersey, para convertir el mundo en un casino y crear esas mágicas letras doradas que se convertirían en lo esencial de su marca. Es posible que haya hecho un salto aun más asombroso a la televisión sin haber salido de casa, transformando el “¡Esta usted despedido!” en una frase de uso doméstico. Aun así, su presidencia es una cuestión completamente distinta. Es algo ajeno a él. Proviene, totalmente radicalizada –con su repeinado cardado y su eterno bronceado–, de Iraq.
A pesar de que él negara haber estado a favor de la invasión de este país en 2003, Donald Trump es un presidente hecho por la guerra. Su ascensión al cargo más alto de Estados Unidos es inconcebible sin esa invasión, que se inició con gloria y acabó (si alguna vez lo hizo) en infamia. Él es el presidente de un territorio rehecho por la guerra en una forma que su pueblo aún no ha asimilado. Hay que reconocer que en toda su vida personal él esquivó el verse involucrado en una guerra. Al final de cuentas, él no estuvo en Vietnam. Aun así, él es el presidente que la guerra trajo a casa. No piense en él como el Presidente Fanfarrón sino como el Presidente del Rebote.



 Id en masa. Arrasadlo todo
Para captar esto, se necesita bajar un poco por el sendero de la memoria; hasta el 11-S, esto es, el día más nefasto de nuestra historia reciente. No hay otra forma de recordar lo gloriosamente que empezó todo en medio de los escombros. Si usted quisiera, podría elegir el momento, tres días después del derrumbe de las torres del World Trade Center, en el que –megáfono en mano– el presidente George W. Bush escaló el montón de cascotes en el centro de Manhattan, pasó su brazo sobre el hombro de un bombero y gritó en su bocina “¡Puedo oíros! ¡Todo el mundo os oye!... Quienes echaron estos edificios sabrán pronto de nosotros”.
Sin embargo, si tuviera que marcar el origen de la presidencia de Donald Trump escogería un momento algo anterior; en un Pentágono parcialmente en ruinas gracias al secuestro del avión del vuelo 77 de American Airlines. Allí, apenas cinco horas después del ataque, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld consciente ya de que la destrucción alrededor de él era probablemente responsabilidad de Osama bin Laden, ordenó a sus ayudantes (según las notas tomadas por uno de ellos) que empezaran a planificar un ataque en represalia contra... sí, el Iraq de Saddam Hussein. Sus palabras fueron exactamente: “Id en masa. Arrasadlo todo. Esté relacionado con esto o no”. Así, cumpliendo lo ordenado, casi inmediatamente empezó a llenarse el gigantesco cubo de basura en que se convirtió la Guerra Global Contra el Terror (o GWOT, por sus siglas en inglés); algo para nada vinculado con el 11-S (la administración Bush jamás admitió esto). No obstante, estaba íntimamente relacionado con los sueños más recónditos de los hombres (y una mujer, Condoleezza Rice) que supervisaban la política exterior estadounidense en los años de Bush: la eliminación del autócrata gobernante de Iraq, Saddam Hussein.



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 ( La doctrina Monroe y la conquista de México )

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 Sí, era con bin Laden y también con el Taliban y Afganistán con quienes había que vérselas pero –un pequeño cambio–, casi inmediatamente, al mismo tiempo que se alistaba alguna fuerza aérea, la CIA envío dólares a los señores de la guerra afganos y un modesto contingente de militares estadounidenses. En cuestión de meses, Afganistán fue “liberado”, bin Laden había abandonado el país, el Taliban había dejado las armas y eso fue todo (¿quién habría imaginado entonces en Washington que 15 años más tarde una nueva administración tuviera que resolver un pedido del 12º comandante militar de Estados Unidos en ese país para que le enviaran más saldados para sostener una guerra fracasada?).
En otras palabras, en cuestión de meses, todo estaba dispuesto para que esos hombres se dedicaran a lo que George W. Bush, Dick Cheney y Cía. veían como su propio destino, como la clave del glorioso futuro imperial de Estados Unidos: el derrocamiento del dictador iraquí. Esto, tal como Rumsfeld ordenara en el Pentágono el 11-S, estuvo siempre donde de verdad estaba enfocado. Era con lo que algunos de ellos habían soñado desde el momento, durante la Guerra de Golfo de 1990-1991, cuando el presidente G.W. Bush mandó detener el avance de las tropas hacia Bagdad y dejó en el poder a Hussein, que después de haber sido aliado de Estados Unidos sería más tarde comparado con Hitler.
Estos personajes no tenían duda alguna; la invasión de marzo de 2003 sería un momento inolvidable en la historia de Estados Unidos como potencia mundial (como ciertamente resultó ser, aunque no en la forma que ellos imaginaban). Las fuerzas armadas de EEUU, a las que George W. Bush llamaría “la más maravillosa fuerza para la liberación humana que el mundo ha conocido” recibieron la orden de liberar Iraq mediante una milagrosa campaña de alta tecnología llamada “conmoción y espanto” que el mundo jamás olvidará. Esa vez, al revés que en 1991, los soldados entrarían en una Bagdad envuelta en llamas, Saddam sería apresado y todo sucedería sin la ayuda de las fuerzas armadas de los otros 28 países.
Es decir, se trató de una acción de soledad imperial que beneficiaba a la última superpotencia del planeta Tierra. Por supuesto, los iraquíes nos saludarían como liberadores y nosotros instalaríamos una prolongada ocupación en el centro del territorio petrolero del Oriente Medio. De hecho, en el momento de que se lanzaría la invasión, el Pentágono ya tenía los planos para la construcción de cuatro enormes bases militares permanentes para las tropas estadounidenses (inicialmente, recibieron un nombre que nada decía: “campos de supervivencia”) en Iraq; estos campos estaban fortificados y pensados para albergar en ellos a miles de soldados estadounidenses durante una eternidad. En el apogeo de la ocupación llegó a haber más de 500 bases, que iban desde pequeñísimos puestos de combate de avanzada hasta verdaderas ciudades estadounidenses; después de 2011, muchas de ellas se transformaron en ciudades fantasma de un sueño enloquecido hasta que algunas fueron reocupadas recientemente por soldados de Estados Unidos en la lucha contra el Daesh.
Naturalmente, en la estela de la amistosa ocupación del ahora democrático (y agradecido) Iraq, la hostil Siria de la familia Assad estaría entre el martillo y el yunque (el Iraq-cuartel estadounidense e Israel), mientras el régimen fundamentalista iraní –después de dos décadas de implacable hostilidad anti-EEUU– estaría acabado. La ocurrencia neocon de ese momento era: “Todo el mundo quiere ir a Bagdad. Los hombres de verdad quieren ir a Teherán”. Bastante pronto –era inevitable– Washington dominaría el Gran Oriente Medio desde Pakistán hasta el norte de África como ninguna gran potencia lo había hecho. Sería el comienzo de la Pax Americana en el planeta Tierra que se extendería a las generaciones siguientes.

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  ( El reparto de China y por detrás las cañoneras)




Ese era el sueño. Por supuesto, usted recuerda la realidad, la que llevó a una capital saqueada; unos militares del ejército de Saddam dados de baja y en la calle que se unían a los alzamientos que estaban por producirse; un conjunto de enconadas insurgencias (sunníes y shiíes); guerra civil (y limpiezas étnicas locales); un programa de reconstrucción –que abarcaba a toda la sociedad– supervisado por corporaciones guerreras vinculadas al Pentágono que acabaron en enormes proyectos solo aptos para el despilfarro, los magros logros y ninguna reconstrucción; los años perdidos, el Daesh y la última versión de la guerra estadounidense, librándose ahora tanto en Siria como en Iraq y planificada para incrementarse en los primeros tiempos de la era Trump.
Mientras tanto, como nuestro nuevo presidente nos recordaba recientemente en un discurso al Congreso, billones de dólares que podían haber sido gastados en la verdadera seguridad (en el sentido más amplio) de Estados Unidos fueron dilapidados en un programa para unas fracasadas fuerzas armadas que dejaron en estado de caos la infraestructura de este país. En conjunto, todo un récord. En cierto modo, a cambio de la destrucción de una parte del Pentágono y un sector del centro de Manhattan convertido en escombros, Estados Unidos desencadenaría una serie de guerras, conflictos, insurgencias y daría lugar a un pujante conjunto de organizaciones terroristas que transformarían importantes regiones del Gran Oriente Medio en países fallidos o a punto de serlo y una pasmosa cantidad de sus ciudades y pueblos en ruinas.
Había una vez –todo esto les parece tan distante a los estadounidenses– una Guerra Global Contra el Terror en la que el presidente Bush animó a los estadounidenses que mostraran sin demora su patriotismo, no mediante el sacrificio o la movilización o incluso alistándose en las fuerzas armadas, sino visitando Disney World y recuperando las pautas de consumo anteriores al 11-S, como si nada hubiese pasado (“Acercaos a Disney World en Florida. Levad a vuestra familia y disfrutad de la vida del modo que nosotros queremos que sea disfrutada.”). Ciertamente, el consumo personal subió significativamente aquel octubre de 2001. La otra cara de la gloria en aquellos años de notable paz en Estados Unidos sería la pasividad de una población desmovilizada que –salvo periódicos agradecimientos a las fuerzas armadas– tendría muy poco que ver con las guerras distantes, algo de lo que se ocupaban los profesionales, aunque lucharan por la victoria en nombre de esa población.
Por supuesto, ese era el sueño. La realidad demostró ser totalmente diferente.


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 ( Panamá y el canal )






La invasión de Estados Unidos
Al final, la guerra permanente y sin victoria en todo el Gran Oriente Medio efectivamente llegó a casa. Fue toda la nueva parafernalia bélica –la captación de las comunicaciones de la telefonía celular, lo vehículos a prueba de explosivos, los drones y demás– que empezaron a emigrar de vuelta a casa. Fue la militarización de las policías de Estados Unidos, por no hablar del auge del estado de la seguridad nacional hasta convertirse en un extraoficial cuarto poder del Gobierno. A casa volvieron también los miedos de los tiempos posteriores al 11-S, la vaga pero inquietante sensación de que en algún lugar del mundo había unos extraños e incomprensibles alienígenas que practicaban una misteriosa religión dispuestos a atacarnos, de que algunos de ellos estaban dotados de algo cercano a los superpoderes y eran inmunes incluso al poderío de “las fuerzas armadas más maravillosas del mundo” y de que sus posibles actos terroristas eran el principal peligro de Topeka*, Kansas (importaba poco que terrorismo del Daesh real fuera tal vez el menor de los peligros que los estadounidenses enfrentaban en su vida cotidiana).
Todo esto ha alcanzado su punto culminante (al menos hasta ahora) con Donald Trump. Pensemos en el fenómeno Trump –en su propia y extraña forma– como la culminación de la invasión de 2003 traída a casa en versión aumentada. Su campaña electoral con aspiraciones de conmocionar y espantar en la que él “decapitaría” uno a uno a sus rivales. El magnate neoyorkino de los bienes raíces, la hostelería y los casinos, que cuando le fue necesario nadó cómodamente en las aguas de la elite progre y prácticamente no tenía nada que ver con el Estados Unidos profundo sería tan extranjero con sus habitantes como las fuerzas armadas estadounidenses lo fueron para los iraquíes invadidos. Y aun así, él lanzaría su propia invasión en esas tierras centrales montado en su avión privado dotado de lavabo con accesorios enchapados en oro sin preocuparse por los miedos que habían estado creciendo en este país desde el 11-S (alimentados para su propio beneficio tanto por los políticos como por el estado de la seguridad nacional). Y esos miedos harían sonar una campana con tanta intensidad en esas tierras centrales que le llevarían a la Casa Blanca. En noviembre de 2016, Donald Trump tomo Bagdad, EEUU, por todo lo alto.
En este contexto, pensemos un momento en la extraña manera en que la invasión de Iraq –tomando la forma de una cinta de Moebius– se replicó en Estados Unidos.
Al igual que los neocons de la administración Bush, Donald Trump había soñado durante mucho tiempo en su momento de gloria imperial y, como en Afganistán 2001 y de nuevo en Iraq en 2003, cuando el 8 de noviembre de 2016 este momento llegó, no podría haber sido más glorioso. Sabemos de esos sueños suyos porque –por algo habrá sido– apenas seis días después de que Mitt Rommey perdiera frente a Barack Obama en la campaña electoral de 2012, Donald hizo el primer intento de registrar como suyo el viejo eslogan inspirado por Reagan “Hagamos que Estados Unidos vuelva a ser grande”.



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 ( La conquista de Filipinas)

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 Al igual que George W. y Dick Cheney, Donald Trump estuvo intentando adueñarse de la tierra petrolífera central del planeta que, en 2003, ciertamente había sido Iraq. Sin embargo, hacia 2015-2016. Estados Unidos había entrado en el territorio de las apuestas energéticas, gracias al fracking y otras tecnologías de avanzada para extraer combustibles fósiles que parecían estar transformando el país en un “Estados Unidos Saudí”. Agreguemos a esto los planes de Trump de aumentar la extracción continental de combustibles fósiles y con toda certeza ya tenemos un competidor de Oriente Medio. Si adaptamos lo dicho por él mismo sobre lo que hubiera preferido hacer en Iraq, en cierto sentido, podríamos decir que Donald Trump quiere “conservar” nuestro petróleo.
Al igual que las fuerzas armadas de Estados Unidos en 2003, Donald Trump también llegó a la escena con planes para convertir su país de elección en un país acuartelado. Prácticamente las primeras palabras que salieron de su boca cuando empezó la carrera por la presidencia en junio de 2015 implicaban la promesa de proteger a los estadounidenses de lo “violadores” mexicanos mediante la construcción de un “gran muro” inexpugnable en la frontera sur del país. Nunca se apartó de esto, ni siquiera cuando –en términos de financiación– se hizo evidente que, cuando llegara a presidente, para construir su “gran, espeso, hermoso muro” debería recortar la asignación presupuestaria tanto del Servicio de Guardacostas como la de la seguridad aeroportuaria y la de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés).
Sin embargo, está claro que su anhelo de crear un país acantonado va mucho más allá de la construcción de una muralla. Incluye también un remozamiento sin precedentes de las fuerzas armadas de Estados Unidos, el reforzamiento de las fuerzas policiales y, por encima de todo, la policía de fronteras. Detrás de esto está el empeño de, del modo que sea, separar a los estadounidenses de sus vecinos. Su política de inmigración, ardorosamente publicitada (en realidad, no tan novedosa como parece) debe ser vista como parte de un proyecto de construir otra “gran muralla”, una de tipo conceptual cuyo mensaje implícito con destino al mundo es asombroso: “No sois bienvenidos ni deseados aquí. No vengáis. No nos visitéis”.
A su vez, todo esto se ha ido fusionando con los muchos miedos irracionales que han estado acumulándose como nubes de tormenta durante tantos años, unas nubes que Trump (y sus compañeros de la nueva derecha) empujaron hacia las ya saqueadas tierras centrales del país. Al hacerlo, desencadenaron una ola de odio (tiroteos, quema de mezquitas, amenazas de bomba e incremento de los grupos de odio, sobre todo contra los musulmanes) que, en términos históricos, no era nada nuevo en Estados Unidos, pero de todas maneras ha sorprendido por su virulencia en este momento nuestro.
En combinación con las muy publicitadas “proscripciones de musulmanes” y acciones de odio, el cercamiento de Estados Unidos de Trump pronto golpeó en casa. Inmediatamente se hizo evidente una caída de los extranjeros que querían visitar este país y señales de alarma en el turismo atribuibles a Trump; unos días después de su asunción, las empresas del turismo registraron 185 millones de dólares de caída en las reservas y las agencias de viaje presagian que lo peor está por venir.
Incuestionablemente, este es significado real del eslogan “Estados Unidos primero”: un país vallado tanto hacia fuera como hacia dentro. Se puede pensar que el camino recorrido entre 2003 y 2017 es el que separa a la única superpotencia mundial de un potencial superparia. Dicho de otro modo, Donald Trump está dando un nuevo significado patrio al orgulloso aislamiento imperial inherente a la invasión de Iraq.





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  ( Salvar a Cuba y el cubano saca el machete)




Y no olvidemos la “reconstrucción” de Iraq, como fue llamada después de la invasión. Respecto de Estados Unidos, la estropeada tierra de la que hablamos, a cuya infraestructura se le concedió hace poco tiempo el grado D+ en un “informe” dado a conocer por la Sociedad Estadounidense de Ingenieros Civiles (ASCE, por sus siglas en inglés), Donald Trump prometió un programa de infraestructuras de un billón de dólares para reconstruir autopistas, túneles, puentes, aeropuertos y otras por el estilo. Si eso sucede de verdad, deberá contarse con que el programa será entregado a algunas de las mismas corporaciones guerreras que reconstruyeron Iraq (y otras entidades corporativas similares a ellas) cuyo funcionamiento garantizará una versión doméstica del despilfarro presupuestario que fue Iraq.
En 2017, tal como ocurrió durante la invasión de la primavera de 2003, todavía estamos en los días (relativamente) luminosos de la era Trump. Pero como en Iraq, aquí 14 años después, ya están apareciendo las primeras grietas, a medida que crece la división en este país (pensemos en los enfrentamientos entre sunníes y shiíes).
Y algo más que debe ser tenido en cuenta al pensar en el futuro: las guerras reactivas que han resultado en Donald Trump y el actual país-cuartel atenazado por el miedo que es Estados Unidos nunca han terminado. De hecho, tal como ha pasado con los presidentes Gueorge W. Bush y Barack Obama, da la impresión de que ahora, con Donald Trump al mando, nunca acabarán. La administración Trump ya está restableciendo el poder militar estadounidense en Yemen, Siria y posiblemente Afganistán. Entonces, más allá del rebote que puede haber habido, no hemos visto más que el comienzo. Todo está dado para que dure unos cuantos años.
Para resumir todo esto, nada podría ser más adecuado que la frase “¡Mision cumplida!”
* La ciudad de Topeka, en el estado de Kansas –un lugar donde nunca ocurre nada–, es el último lugar de Estados Unidos donde podría producirse un ataque terrorista del yihadismo islámico. (N. del T.)
Tom Engelhardt es cofundador del American Empire Project, autor de The United States of Fear y de una historia de la Guerra Fría, The End of Victory Culture. Forma parte del cuerpo docente del Nation Institute y es administrador de TomDispatch.com. Su libro más reciente es Shadow Government: Surveillance, Secret Wars, and a Global Security State in a Single-Superpower World
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176255/tomgram%3A_engelhardt%2C_walled_in/#more

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 Nota ..

 Trump bajo la sombra de Theodore Roosevelt y el imperialismo de viejo cuño americano anterior a la Primera Guerra Mundial .
 





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(Este viejo cartel antiamericano del PCF en apoyo de los trabajadores de la Renault)

26% del benefico bancario europeo es en paraísos fiscales .

INFORME DE OXFAM INTERMON / ENTRE ELLOS, LOS ESPAÑOLES SANTANDER Y BBVA

Los principales bancos europeos registran el 26% de sus beneficios en paraísos fiscales


María F. Sánchez *

Gráfico que ilustra la clara diferencia entre los paraísos fiscales, donde los bancos declaran y acumulan sus beneficios, y los países donde llevan a cabo su actividad económica real.
Gráfico que ilustra la clara diferencia entre los paraísos fiscales, donde los bancos declaran y acumulan sus beneficios, y los países donde llevan a cabo su actividad económica real. / Oxfam
Los 20 bancos europeos más importantes registraron en 2015 el 26% de sus beneficios, unos 25.000 millones de euros, en paraísos fiscales. Los españoles Santander y BBVA se encuentran en el grupo de entidades financieras que aprovecharían dichas jurisdicciones para “evitar el pago de impuestos que les corresponden”. Una normativa de transparencia obliga desde hace dos años a los bancos de la UE a informar sobre las operaciones que llevan a cabo y, en base a ello, Oxfam –Oxfam Intermón en España– analiza por primera vez estos datos en un exhausto informe que pinta un panorama “desagradable” y ofrece “conclusiones dramáticas”, según sus los responsables.
Bancos en el exilio destaca que “los grandes bancos de la UE están haciendo un uso desproporcionado de los paraísos fiscales para beneficiarse de sus condiciones fiscales y regulatorias”. Y mientras se aprovechan de esta “carrera mundial a la baja”, los perdedores son a menudo “las personas más pobres, quienes padecen las consecuencias de un insuficiente gasto público resultado de una recaudación fiscal menor por parte de los Gobiernos”, indica Oxfam, que analiza los datos de 2015 junto a la Fair Finance Guide International, una red de organizaciones de la sociedad civil puesta en marcha por esta confederación internacional. “Todas las empresas y personas deben actuar con responsabilidad y pagar los impuestos que les corresponden. La evasión y elusión fiscal priva a países de toda Europa de los fondos que precisan para pagar personal médico, educadores, cuidadores, etc.”, ha subrayado el responsable de sector privado de Oxfam Intermón, Miguel Alba.
La actividad de estas entidades en jurisdicciones de baja fiscalidad es “claramente desproporcionada comparada con el 1% de la población mundial y el 5% del PIB global que representan”, reza el informe. A pesar de que los 20 principales bancos de la UE registraron el 26% de los beneficios totales – uno de cada cuatro euros – en paraísos fiscales, estos territorios solo albergan un 12% de su facturación y un 7% de todos los empleados. Los beneficios “no se adecuan al nivel de actividad económica real que se desarrolla en ellos” y, a la vista de las cifras, las entidades bancarias deberían “dar más explicaciones al respecto”, indica el documento.
En el año 2015, los 20 mayores bancos obtuvieron 4.900 millones de euros de beneficios en Luxemburgo –de baja fiscalidad–, más que los obtenidos conjuntamente en el Reino Unido, Suecia y Alemania. Con frecuencia, las entidades no han pagado “un solo euro en impuestos sobre 383 millones de euros obtenidos en paraísos fiscales”, aunque varios de ellos “están registrando pérdidas en los países en los que operan”. Un ejemplo es el Deutsche Bank, que registró pérdidas en Alemania mientras contabilizaba “1.897 millones d euros de beneficios en paraísos fiscales”.
Además, por cada 100 euros de actividad, los bancos obtienen un rendimiento de 42 euros en los paraísos fiscales, en comparación con los 19 euros que obtienen de media en otras ubicaciones. Las mayores diferencias se dan en el banco Lloyds, cuya rentabilidad en los paraísos fiscales multiplica por más de seis su rentabilidad media. Otro dato ilustrativo es la comparativa entre Mónaco e Indonesia, donde los bancos europeos desarrollan un actividad parecida. Sin embargo, en el primer país obtienen unos beneficios 10 veces mayores que en Indonesia, donde 28 millones de personas viven en la pobreza y “se ven privados de unos ingresos esenciales para luchar contra la desigualdad”.
En estos países de jurisdicciones de baja fiscalidad, hay entidades que ni siquiera cuentan con ningún empleado. En esas condiciones, los bancos europeos obtuvieron 628 millones de euros de beneficios. Un trabajador a tiempo completo de este grupo tiene un beneficio anual de 45.000 euros, mientras que en el caso de los empleados de los paraísos fiscales, esta cifra asciende a 171.000 euros anuales, prácticamente el cuádruple. La cifra no encaja y sugiere que “se están trasladando artificialmente beneficios a países de baja o nula tributación”, advierte el informe.

Mapa donde se muestran los millones de euros que facturan los bancos europeos en los paraísos fiscales. Luxemburgo e Irlanda son los destinos favoritos.
Mapa donde se muestran los millones de euros que facturan los bancos europeos en los paraísos fiscales. Luxemburgo e Irlanda son los destinos favoritos. / Oxfam
Luxemburgo e Irlanda, los destinos favoritos
De todos los beneficios que obtienen los 20 bancos de la UE en total, un 8,4% se concentra en solo dos países: Luxemburgo e Irlanda. En el primer país éstos facturan menos del 2%, tienen solo el 0,5% del personal empleado, pero obtienen un “desproporcionado 5,2% de los beneficios”. El “premio al empleado del año”, ironizan los responsables del informe, recae sobre la plantilla de Barclays en este territorio, con una productividad media de más de 130.000 millones de euros por empleado, 348 veces más alta que la productividad media de los empleados del banco a nivel global. En Irlanda, los bancos europeos apenas realizan, entre todos, un 0,6% de su facturación, cuentan con un 0,3% de sus trabajadores, pero obtienen el 2,5% de sus beneficios, sobre los que apenas pagan un 0,5% de impuestos en el país.
Suiza, “el destino favorito hasta ahora para esconder la riqueza fuera del alcance de las autoridades tributarias” pasa a un plano mucho menos protagonista a consecuencia de un giro en sus políticas de transparencia. Hay otros paraísos fiscales pequeños que juegan “un papel clave” en la actividad offshore de estos bancos. Mónaco, las Islas Caimán, Jersey, Guernesey, Isla de Man e Islas Bermudas recibieron 3.200 millones de euros de la facturación de los bancos de la UE y declararon más de 1.500 millones de beneficios.
Cabe destacar que Oxfam incide en que no todos los bancos “son igual de malos”. De los 20 bancos que tienen presencia en paraísos fiscales, “unos son mucho más activos que otros para evitar o eludir el pago de impuestos”. Por otro lado, advierte sobre las entidades estadounidenses, que obtuvieron el 9% de sus beneficios en países de la UE, pero sólo tributaron en países europeos el 1% del total de sus impuestos. “Podrían estar utilizando los paraísos fiscales para reducir su carga fiscal global. Los márgenes de beneficio de las filiales de las sucursales europeas ubicadas en paraísos fiscales duplican a los de otras – del 41% frente a la media del 21%”–, indica el texto.
Medidas contra los paraísos fiscales
Ante los datos que arroja el documento, la organización propone una serie de medidas. Oxfam pide al Gobierno y al Parlamento español que ponga en marcha una ley contra la evasión que acabe con “la era de los paraísos fiscales”. Esta ley debería “contribuir a cerrar todos los resquicios de la elusión fiscal, así como garantizar la transparencia y la rendición de cuentas, revisar la contratación pública libre y la definición de los paraísos fiscales”.
En cuanto a la normativa UE, Alba reconoce que se está abriendo al escrutinio público “el opaco mundo de la fiscalidad de las grandes empresas”, pero que es necesario “ampliarla” para “garantizar que todas las grandes corporaciones publiquen informes financieros por cada país en el que operan”. Esto permitiría a todos los países, incluidos los más pobres, “determinar si las empresas pagan los impuestos que les corresponden o no lo hacen”.
(*) Maria F. Sánchez es periodista.
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lunes, 27 de marzo de 2017

Por un tratado de democratización de Europa.

 
 
 
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 El nuevo libro de Piketty golpea a Dijsselbloem donde duele

El Confidencial


Las afirmaciones de Dijsselbloem sobre el carácter de los europeos del sur y esa afición nuestra a las mujeres y a la bebida, y sobre todo a que los responsables y ordenados vecinos del norte paguen la cuenta, poseen mucha más enjundia que el desdén racista que late bajo ellas. No sé qué habría pasado si el ministro de finanzas griego, el español, el italiano o el portugués hubieran afirmado que la dificultad en reestructurar la deuda está en que los europeos del norte necesitan más dinero a toda costa porque se lo gastan en cocaína y en chicos, pero seguramente nada bueno.
El problema es que Dijssembloem no solo es el ministro de finanzas holandés, sino el presidente del Eurogrupo, una de las personas con más influencia a la hora de decidir esas políticas económicas que determinan la eurozona, su futuro y el nivel de recursos económicos de los que las personas como nosotros podemos disponer. Una mentalidad como la exhibida en esas declaraciones le incapacita para seguir ejerciendo esa función, sin duda, pero centrarse en el personaje puede hacernos perder de vista el elemento esencial. Porque ¿quién ha nombrado a Dijssembloem? ¿Por qué está ahí, además de porque es el chico para todo de Schaüble? ¿Quién controla las políticas que gente cómo él decide?
El corazón de la eurozona
Thomas Piketty da una respuesta a ese problema en su nuevo libro, ‘Pour un traité de démocratisation de l’Europe’, que publica Éditions du Seuil en Francia. En realidad, es un texto de intervención, de carácter marcadamente político y con un punto coyuntural evidente. Cofirmado con Stéphanie Hennette, Guillaume Sacriste y Antoine Vauchez, es un pequeño manifiesto que se vende en Francia a 7,5 euros.
Piketty está haciendo campaña por Benoit Hamon, el cantidato socialista, de cuyo equipo forma parte. No es el economista en jefe, ya que ese papel le correcorresponde a su esposa, Julia Cagé, que es quien lidiará con el programa y quien explicará las medidas concretas. Pero lo que propone en el nuevo libro va más allá de una oferta electoral, ya que apunta hacia el corazón de la eurozona y del poder de personas como Dijsselbloem. El ángulo muerto de la política
Según Piketty, en estos 10 años de crisis económica y financiera “ha tomado forma un nuevo centro de poder europeo, el gobierno de la zona euro”. Es un núcleo poco identificado, “nacido bajo el signo de la informalidad y la opacidad”, del que forma parte el Eurogrupo integrado por los ministros de finanzas de la zona euro, y “que funciona por fuera de los tratados europeos y que no rinde cuentas ni al Parlamento Europeo ni a los nacionales”.
Piketty afirma que este gobierno de la zona euro “tiene lugar en un ‘ángulo muerto’ de los controles políticos, en una especie de agujero negro democrático. ¿Quién controla realmente la redacción del memorándum que impone reformas estructurales importantes a cambio de la ayuda financiera del Mecanismo Europeo de Estabilidad? ¿Quién da seguimiento a la actividad ejecutiva de las instituciones que conforman la Troika? ¿Quién evalúa las decisiones tomadas en el Consejo Europeo de Jefes de Estado de la zona euro? ¿Quién sabe lo que se negocia en los dos comités centrales del Eurogrupo, el de Política Económica y el Comité Económico y Financiero? No lo hacen los parlamentos nacionales, que ni siquiera controlan en el mejor de los casos a su propio Gobierno, ni tampoco el Parlamento Europeo, que ha sido cuidadosamente colocado al margen del gobierno de la zona del euro”.
“Una forma de sordera”
Esta situación, que Piketty denomina, siguiendo a Habermas, “autocracia posdemocrática”, tiene efectos muy reales, tanto en lo que se refiere a relegar a las voces discrepantes, economistas incluidos, que se oponen a las tesis oficiales (“una forma de sordera”), como a generar una negación de la realidad que favorece a los populismos de derechas. Y además prioriza todo lo que tenga que ver con la estabilidad financiera y con dar confianza a los mercados, mientras pasa por alto las cuestiones referidas a las políticas de empleo, la convergencia fiscal, la cohesión social y la solidaridad o el mismo crecimiento.
A este núcleo pertenece alguien tan profundamente inadecuado para gestionar nuestra economía como es Dijsselbloem. Y la pregunta es ¿quién le elige? ¿Quién decide sus funciones? ¿Por qué tienen el poder un puñado de tecnócratas? ¿Quién los fiscaliza?
Una Asamblea de la zona euro
La propuesta de los firmantes del libro es volver a colocar a la democracia en el centro de las decisiones. Para ello, apuestan por una Asamblea parlamentaria que controle a este gobierno opaco de la zona euro. Según Piketty, no basta con fortalecer el Parlamento Europeo, sino que se precisa una institución que organice ese gran mercado que es la zona euro y coordine sus políticas, de forma que esa red burocrática deje espacio a la voluntad de los ciudadanos, articulada a través de sus representantes en asuntos cruciales. La Asamblea estaría constituida por 100-150 representantes, designados por los parlamentos nacionales, en que estarían representadas todas las opciones políticas, y cuyo número por país dependería del peso demográfico que tuviera. Así, Alemania contaría con 30 representantes y Francia, con 25. Su papel sería el de controlar decisiones tan importantes como las referidas a la economía de la zona euro, y su peso sería muy relevante.
El libro, en realidad una suerte de manifiesto, no contiene más que el desarrollo de esta idea, eso sí, con detalles legales y políticos delimitados de forma muy precisa. Pero con independencia de que se considere positiva o negativa la propuesta, lo cierto es que el texto de Piketty pone el dedo en la llaga de la falta de democracia en la eurozona, y especialmente en aquello que tiene que ver con los asuntos económicos o financieros. Este gobierno burocrático no solo adolece de legitimidad democrática, porque no responde ni ante los parlamentos ni ante los ciudadanos, sino que además está formado por personas tremendamente ideologizadas, como Schaüble, o por gente intelectualmente pobre, como Dijsselbloem. Va siendo hora de pensar esto de otra manera. Y si no, Le Pen nos obligará a repensarlo por la fuerza de los hechos. Y luego dirán (y sin ningún pudor) que gente poco informada y sin criterio vota a quienes les ofrecen respuestas simples a problemas complejos. Así nos va.

Fuente original: http://www.caffereggio.net/tag/esteban-hernandez/

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