viernes, 7 de febrero de 2025

La política de la memoria de Alemania y Palestina .

                                                                  

La política de la memoria de Alemania ya no es un ejemplo. Entrevista con Enzo Traverso

por Elías Feroz

Traducción: Florencia Oroz

Después de más de quince meses, la guerra en Palestina finalmente ha alcanzado al menos una pausa inicial, que se espera sea seguida por un alto el fuego permanente en los próximos meses. La destrucción en Gaza no tiene precedentes en escala: según un informe reciente en The Guardian, casi 50 000 habitantes de Gaza, aproximadamente el 2% de la población, han muerto, más de 100 000 han resultado heridos, muchos con lesiones debilitantes. Alrededor del 90% de la población ha sido desplazada y la mayoría no tiene adónde regresar, ya que casi dos tercios de los edificios de la Franja de Gaza están dañados o destruidos.

A lo largo de la guerra, dos países en particular se destacaron por su apoyo inquebrantable a Israel: su más antiguo defensor, Estados Unidos, pero también Alemania. Los líderes de Berlín han citado a menudo una Staatsräson («razón de Estado») distintiva, basada en la responsabilidad histórica de los alemanes por el Holocausto, para negarse a condenar o al menos cesar el apoyo militar a Israel. Sin embargo, esto, sumado al hecho de que muchos observadores internacionales creíbles han acusado a Israel de genocidio, ha llevado a millones de personas en el país y en todo el mundo a preguntarse si el reconocimiento de Alemania de su propio pasado oscuro fue tan exhaustivo y significativo como se creía anteriormente.

                                     

 Enzo Traverso, historiador de la Europa contemporánea, es conocido por sus investigaciones sobre temas críticos como la guerra, el fascismo, el genocidio, la revolución y la memoria colectiva. Su último trabajo, Gaza Faces History, examina la guerra de Gaza como una combinación de legados coloniales y crisis humanitarias. También critica la instrumentalización de la memoria del Holocausto, en particular por parte de Alemania, y analiza su transformación de una lección universal contra la opresión a una narrativa utilizada para justificar un genocidio actual. Conversamos con él sobre el comportamiento del Estado alemán desde que comenzó la guerra en Gaza y las lecciones que extrae para desarrollar una política de memoria verdaderamente universalista e internacionalista.

EF

El gobierno alemán reitera a menudo su compromiso con el derecho internacional, pero rara vez reconoce las violaciones del derecho internacional contra los palestinos, a pesar de que numerosas organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional informan sobre ellas. ¿Cómo explica esta ambivalencia?

ET

La respuesta del gobierno alemán a la guerra y el genocidio en Gaza no es del todo sorprendente. Se alinea con las políticas de memoria que Alemania ha seguido durante muchos años.

En este contexto, la crisis de Gaza sirve como una prueba reveladora, que pone de relieve un cambio preocupante en la forma en que se aborda la memoria del Holocausto en Alemania, lo que socava el trabajo ejemplar que Alemania ha realizado durante varias décadas para abordar y asimilar su pasado. Digo esto no como un observador imparcial, sino como italiano, alguien de un país que no ha logrado reconocer plenamente ni asumir la responsabilidad de su pasado fascista y colonial. Como italiano, a menudo he mirado a Alemania, no necesariamente como un modelo perfecto, sino como un país que logró comprometerse y enfrentarse a su propia historia de una manera que mi propio país no ha hecho.

A mediados de la década de 1980, Alemania emprendió un proceso de replanteamiento de su difícil y doloroso pasado. Durante al menos dos generaciones, el recuerdo de los crímenes nazis se convirtió en una piedra angular de la conciencia histórica alemana, algo que consideré un gran paso adelante. Alemania logró redefinir su concepto de ciudadanía, pasando de una identidad basada en raíces puramente étnicas a una comunidad política que incluía a todos los ciudadanos, independientemente de sus orígenes étnicos o creencias. Este notable logro fue posible en gran medida, si no principalmente, gracias al trabajo de la memoria del Holocausto.

Sin embargo, con el tiempo, la memoria del Holocausto en Alemania se transformó progresivamente en una política de apoyo incondicional a Israel. Lo que en su día fue un ejemplo de reconocimiento histórico se ha convertido en un marco que, en mi opinión, contribuye a la eliminación de perspectivas críticas y permite acciones que contradicen los propios principios de justicia y responsabilidad que esta memoria pretendía defender. El resultado deplorable de este proceso es que hoy en día se puede transgredir o ignorar el derecho internacional para apoyar a Israel incondicionalmente.

EF

¿Cuándo cree que ocurrió este cambio?

ET

En muchos sentidos, estas premisas ya estaban presentes en la creación de la República Federal de Alemania en 1949. Creo que este cambio se produjo de forma progresiva, ya que las semillas de tal cambio estaban incrustadas en la memoria del Holocausto desde el principio. Algunas de las contradicciones inherentes a este desarrollo se remontan a momentos como la crítica de Jürgen Habermas a Ernst Nolte, en la que argumentaba que la integración de Alemania en Occidente se logró a través de la memoria de Auschwitz. Esta alineación de la memoria del Holocausto con los valores occidentales sentó las bases del apoyo inquebrantable de Alemania a Israel.

Estas diferencias no eran muy evidentes en la década de 1950, durante los debates sobre las leyes de reparación para compensar a las víctimas judías del régimen nazi, pero las premisas subyacentes ya estaban presentes. En el momento del punto de inflexión histórico, la confrontación se produjo entre una Alemania que buscaba reconocer el Holocausto y los crímenes nazis como piedra angular de la conciencia histórica alemana, y otra Alemania que claramente favorecía un enfoque apologético del pasado nazi. En ese contexto, estaba claro que Habermas debía ser apoyado, especialmente frente a Nolte y al revisionismo alemán.

Durante muchos años, estos peligros parecieron relativamente contenidos, apareciendo marginales en comparación con los importantes avances que Alemania había hecho en la promoción de los derechos democráticos. Ahora, sin embargo, nos encontramos en una situación paradójica. Alemania, que se ha convertido en una nación multiétnica, multicultural y multirreligiosa, exige el apoyo incondicional a Israel por parte de todos sus ciudadanos, incluidos aquellos con orígenes poscoloniales y palestinos. Este desarrollo podría verse como una consecuencia sorprendentemente irónica de la alineación anterior de la memoria del Holocausto con la identidad occidental.

EF

A finales del año pasado, Alemania expresó sus dudas sobre si ejecutaría la orden de arresto de la Corte Penal Internacional contra Benjamin Netanyahu en caso de que visitara el país. ¿Cómo refleja esta vacilación la tensión entre la responsabilidad histórica de Alemania por el Holocausto y su compromiso con el derecho internacional?

ET

Creo que la Alemania de la posguerra, al igual que muchos otros países europeos, desarrolló una memoria del Holocausto y de los crímenes nazis que a menudo descuidó o marginó el trabajo necesario para abordar la historia colonial. El enfoque en el Holocausto, aunque importante, ha eclipsado o minimizado la memoria del colonialismo, creando una tensión que se hizo más evidente después del 7 de octubre.

Esta política de memoria «aporética» es la premisa para ignorar la dimensión colonial de la ocupación israelí de Gaza y Cisjordania. En el discurso alemán y de Europa occidental, Netanyahu es representado como el representante de los judíos como víctimas. Por lo tanto, los palestinos no son un pueblo desposeído, sino una nueva encarnación del antisemitismo. Este es el argumento detrás de la decisión alemana (seguida por otros líderes occidentales) de no implementar la orden de arresto de la CPI.

EF

¿Ignorar la orden de la CPI supone un riesgo de daño a la reputación o incluso consecuencias legales para estos países, especialmente dada la creciente presión para que se adhieran al derecho internacional?

ET

No soy un experto en derecho, pero lo que puedo decir es que, después de Estados Unidos, que proporciona el principal apoyo financiero y militar, Alemania es el segundo apoyo militar más importante de Israel. Sin el apoyo de Estados Unidos, Israel no habría podido llevar a cabo la destrucción en Gaza y la matanza de decenas de miles de palestinos. Pero después de Estados Unidos, Alemania desempeña un papel crucial en la prestación de apoyo militar a Israel.

Esto significa que Alemania es hoy cómplice del genocidio en Gaza, al igual que Francia, Italia y el Reino Unido. Sin embargo, la implicación de Alemania es especialmente significativa, tanto por su papel como por su peso simbólico. A los ojos de la mayor parte de la población mundial, esto significa que la memoria del Holocausto se ha convertido en una herramienta política de las políticas coloniales: mientras que las víctimas judías del nazismo deben ser conmemoradas, las vidas palestinas pueden ser borradas.

EF

Como historiador italiano que enseña en Estados Unidos, ¿cómo cree que el apoyo inquebrantable de Alemania a Israel, enmarcado en su Staatsräson, afecta a su imagen internacional?

ET

En primer lugar, creo que la imagen internacional de Israel ha cambiado de forma irreversible. Para la opinión pública del llamado Sur Global, Israel ha simbolizado durante mucho tiempo la opresión, el colonialismo y ahora el genocidio. Sin embargo, esa imagen también ha cambiado en Occidente. En la actualidad existe una clara discrepancia entre la postura oficial de la clase política occidental y el creciente escepticismo público hacia la política de apoyo incondicional a Israel.

Alemania, en cierto modo, admitió la hipocresía de su postura oficial al enmarcarla como una cuestión de Staatsräson. El concepto de Staatsräson es muy ambiguo. En mi ensayo, tracé su genealogía desde la Europa moderna temprana hasta el presente. Staatsräson revela una contradicción dentro del estado de derecho: la ley puede ser cuestionada, negada o transgredida debido a un deber superior: Staatsräson.

En este caso, ese deber es la defensa incondicional de Israel, incluso si Israel está cometiendo claramente crímenes de guerra o genocidio. El significado implícito: sí, Israel está cometiendo crímenes de guerra, oprimiendo a los palestinos y probablemente perpetrando un genocidio, pero lo aceptamos en nombre de un interés estatal primordial.

EF

¿Qué implicancias tienen los acontecimientos del último año y medio para el futuro de la política de la memoria, tanto en Alemania como en general?

ET

Lo que está sucediendo hoy en Gaza nos obliga a repensar nuestro enfoque de la política de la memoria. Necesitamos articular una relación más equilibrada entre las diferentes dimensiones de la memoria colectiva. Esto es lo que quise decir antes. Tenemos que incluir no solo la memoria del fascismo, los crímenes nazis y el Holocausto, sino también la memoria del imperialismo y el colonialismo, que también son aspectos críticos del pasado de Europa. No podemos permitirnos centrarnos exclusivamente en un aspecto de la memoria colectiva y descuidar los demás.

Esto es especialmente importante, ya que la Unión Europea se ha convertido en un reino de inmigración. Millones de inmigrantes, la mayoría de ellos de origen poscolonial, forman ahora parte de Europa. Esto se aplica a todos los países europeos, incluida Italia, que históricamente ha sido tanto un país de emigración como, desde hace décadas, un país de inmigración. En muchos casos, nuestras políticas de memoria han sido simplemente un corolario de la retórica de los derechos humanos, sirviendo a menudo como justificación de las políticas imperiales y neocoloniales. Es hora de poner fin a eso.

EF

¿Es necesario reconsiderar el concepto de «culpa histórica», dado que a menudo conduce a la generalización y a la falta de matices?

ET

El concepto de culpa histórica es valioso si se contextualiza. No existe una culpa eterna, inmutable y transhistórica. Podríamos referirnos al famoso debate que tuvo lugar en Alemania en 1945 tras la publicación del ensayo de Karl Jaspers El problema de la culpa. Jaspers distinguió entre diferentes tipos de culpa: culpa criminal, culpa política, culpa moral y culpa metafísica. El concepto de culpa debe matizarse, repensarse y redefinirse.

En lugar de hablar de culpa histórica, yo hablaría de responsabilidad histórica. Nací más de veinte años después del genocidio etíope perpetrado por el fascismo italiano en 1935-1936. No soy culpable de ese genocidio fascista, pero creo que lo sería si como ciudadano italiano ignorara el pasado de mi país y me negara a asumir las responsabilidades históricas vinculadas a él. Como ciudadano italiano responsable, no puedo ignorar los crímenes que pertenecen a la historia de mi país.

En este sentido, la relación entre culpa y responsabilidad es dialéctica. Existe una responsabilidad histórica que debería guiar las políticas exteriores responsables. Y una política exterior responsable hoy significaría, ante todo, detener el genocidio en Gaza.

EF

Ha criticado la equiparación de los palestinos con los nazis, algo habitual en algunos sectores de la clase política y mediática alemana, tildándola de revisionismo histórico. Sin embargo, en su libro menciona que algunas acciones del Ejército israelí (Fuerzas de Defensa de Israel, IDF) le recuerdan a las de las Schutzstaffel (SS). ¿No son contraproducentes tales descripciones, reforzando el mismo nudo entre memoria e historia que usted pretende desenredar?

ET

Escribo en mi libro que el concepto de genocidio es un concepto jurídico. Es un concepto legalista. También hago hincapié en que, como historiador, a veces tengo muchas dudas y debo ser cauto antes de usar este término, ya que no pertenece a las ciencias sociales ni a la erudición histórica.

Existe una definición normativa de genocidio, que es una definición legalista y jurídica. Creo que esta definición se corresponde perfectamente con la situación actual de Gaza. Sin embargo, los genocidios no son todos equivalentes o intercambiables. Gaza no es Auschwitz, por su escala, sus motivaciones, su fenomenología, etc., esto es obvio y muy claro. Mucha gente (especialmente en Alemania) piensa que hablar del genocidio de Gaza significa «relativizar» el Holocausto. Esto es vergonzoso. Reivindicar la memoria de un genocidio para justificar otro genocidio es moral y políticamente inaceptable. La memoria de Auschwitz debe movilizarse para impedir nuevos genocidios, no para justificarlos.

Las comparaciones históricas no son homologías históricas; son analogías que nos ayudan a interpretar el presente. Por supuesto, las imágenes no solo de las SS, sino también de los soldados de la Wehrmacht perpetrando crímenes en el Frente Oriental durante la Segunda Guerra Mundial pueden compararse con los crímenes de guerra cometidos por las FDI hoy en Gaza y Cisjordania. Los cientos de vídeos y podcasts que muestran a soldados israelíes sonriendo junto a palestinos humillados, o junto a los cadáveres de víctimas palestinas, o apuntando a civiles, recuerdan a las imágenes de la guerra y los crímenes genocidas cometidos por soldados alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, por soldados italianos en Etiopía, los Balcanes y Grecia, y por el ejército francés en Argelia a finales de la década de 1950.

Creo que estas comparaciones ponen claramente de manifiesto las afinidades fenomenológicas que existen en todos los crímenes imperiales coloniales y fascistas. Es crucial hacer estas comparaciones porque sirven de advertencia, y esta advertencia es saludable.

EF

Algunos podrían argumentar que sus comparaciones históricas son ofensivas, especialmente dado el énfasis en la singularidad de las atrocidades del Holocausto. ¿Cómo respondería a los críticos que encuentran sus comparaciones inapropiadas o problemáticas?

ET

Debemos ser muy claros en este punto: no comparo Gaza con el Holocausto. No afirmo que lo que está sucediendo hoy en Gaza sea una repetición del Holocausto. Simplemente digo que lo que está sucediendo hoy en Gaza es un genocidio.

El Holocausto fue un genocidio. El exterminio de los armenios fue un genocidio. El exterminio de los hereros también fue un genocidio. Los genocidios pueden variar mucho en su fenomenología, los medios de destrucción y las poblaciones objetivo.

Por supuesto, tenemos que reconocer la existencia de tropos antisemitas, que afirman que los judíos siempre se han retratado a sí mismos como víctimas y ahora están actuando exactamente como los nazis. Este es un argumento antisemita típico, así como apologético. El genocidio en Gaza, por ejemplo, se utiliza a menudo para trivializar el nazismo y sus crímenes. Debemos rechazar tal demagogia.

Sin embargo, no podemos censurar o pasar por alto el genocidio en Gaza simplemente porque tememos este tipo de reacción. Esto es inaceptable. No podemos decirles a los palestinos: «lo lamento, pero no puedo actuar contra la violencia y la opresión que están sufriendo porque esto podría convertirse en el pretexto para exhumar viejos tropos antisemitas». La lucha contra el antisemitismo no es incompatible con la lucha contra la opresión colonial de Palestina.

Israel forma parte de la comunidad internacional y debe ser juzgado según los mismos criterios políticos y jurídicos que se aplican a todos los Estados y miembros de esa comunidad. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de crear una situación perversa en la que el antisemitismo se legitime indirectamente. Si los europeos, especialmente los alemanes, sienten que su deber es defender a Israel incondicionalmente para luchar contra el antisemitismo y el racismo, la conclusión que muchos podrían sacar es que el antisemitismo no es tan malo. Si criticar las acciones de Israel en Gaza se etiqueta como antisemitismo, la consecuencia lógica sería que, para detener un genocidio, uno debe ser antisemita.

La premisa que subyace a todo el discurso de apoyo incondicional a Israel, independientemente de las circunstancias, es totalmente irracional. Es el resultado de una extraña idea que postula la inocencia ontológica de Israel. En el pasado, un prejuicio antisemita explicaba que los judíos eran dañinos por naturaleza, no por sus comportamientos, sino simplemente por su existencia; hoy en día, un discurso igualmente necio e irresponsable pretende que los judíos son inocentes o beneficiosos por naturaleza: son víctimas y no pueden convertirse en perpetradores. Es la versión invertida de un antiguo prejuicio oscurantista.

EF

Usted sostiene que los palestinos están pagando el precio de la culpa histórica de Europa hacia los judíos. ¿Cómo afecta esta dinámica a la posición moral de Europa en la actualidad, y qué revela sobre la continuidad —o el fracaso— de sus compromisos éticos?

ET

He escrito varios ensayos en los que intento explicar que la forma de racismo más relevante y significativa en la Europa actual ya no es el antisemitismo, sino la islamofobia. En Italia, la jefa de Gobierno, Giorgia Meloni, procede de un movimiento posfascista. Antes de convertirse en primera ministra, estaba orgullosa de sus raíces políticas en esta tradición, que incluye el régimen fascista que promulgó leyes antisemitas en 1938. De manera similar, en Francia, Marine Le Pen representa una herencia política antisemita.

Sin embargo, hoy en día, movimientos como el de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) no promueven abiertamente el antisemitismo en su retórica oficial, y mantienen fuertes relaciones con Israel. Al mismo tiempo, no podemos ignorar el aumento de la islamofobia en el mundo occidental, que se dirige contra los refugiados e inmigrantes, especialmente los musulmanes, presentándolos como una amenaza para la identidad «judeocristiana» de Europa.

Este cambio en la dinámica del racismo significa que el antisemitismo ya no es la principal forma de racismo en la Europa contemporánea. En el siglo XXI, el racismo se ha reconfigurado, y centrarse únicamente en el antisemitismo corre el riesgo de ser utilizado como pretexto para justificar políticas islamófobas y racistas. Esto es particularmente evidente en Alemania, donde la AfD defiende ferozmente a Israel mientras impulsa medidas antinmigrantes y antimusulmanas. Aunque hay que seguir oponiéndose al antisemitismo, está claro que su lucha se está instrumentalizando cada vez más.

EF

Dado que la guerra de Gaza forma parte de un conflicto en curso, ¿cómo influye nuestra percepción actual de los acontecimientos en la cultura de la memoria del futuro?

ET

Se ha aprobado un alto el fuego, una tregua temporal, pero dista mucho de ser una solución duradera o pacífica. Esta guerra genocida ha empañado irreparablemente la imagen global de Israel, transformándolo de una nación que alguna vez fue vista como una respuesta al Holocausto a un estado colonial opresivo, que recuerda a la Sudáfrica de la era del apartheid. Hoy en día, la causa palestina se ha vuelto central para cualquier persona comprometida con los principios de libertad, justicia e igualdad, incluso si esa causa no puede identificarse ni con Hamas ni con la completamente desacreditada Autoridad Palestina.

EF

En el debate alemán, el Holocausto ocupa un lugar central en la política de la memoria debido a la responsabilidad histórica de Alemania (y Austria), mientras que la Nakba, aunque fundamental para los palestinos, es en gran medida ignorada. Esta asimetría también se refleja en las perspectivas, ya que los israelíes recuerdan el Holocausto y los palestinos la Nakba, a menudo sin incorporar las experiencias de la otra parte. ¿Cómo podría desarrollarse en el mundo de habla alemana una política de la memoria que conecte estas experiencias históricas, haga visible el sufrimiento de ambas partes y permita el diálogo sin cuestionar las respectivas experiencias de sufrimiento ni exacerbar las tensiones políticas?

ET

Alemania es responsable del Holocausto, no de la Nakba. Esta es la razón de la asimetría que mencionas, y explica por qué en los años de la posguerra la conciencia histórica y la memoria colectiva de la República Federal de Alemania se construyeron en torno al Holocausto.

Hoy, sin embargo, el contexto ha cambiado. Por un lado, porque Alemania se ha convertido en una sociedad multiétnica y multicultural que incluye a muchos ciudadanos con orígenes poscoloniales o incluso palestinos; por otro lado, porque Israel justifica sus políticas opresivas y genocidas invocando el Holocausto y la lucha contra el antisemitismo. En tal situación, esta asimetría ya no es aceptable.

No hay equivalencia entre el Holocausto y la Nakba, pero ambas tragedias deben ser reconocidas y respetadas. Esta es la premisa necesaria para una política de memoria fructífera, que requiere igualdad y comprensión mutua. Una lucha contra el antisemitismo basada en la negación de la Nakba y el sufrimiento palestino es tan poco ética como ineficaz.

 https://kaosenlared.net/la-politica-de-la-memoria-de-alemania-ya-no-es-un-ejemplo-entrevista-con-enzo-traverso/

 *Imagen (  ver  en el original ): Gente caminando entre los escombros al norte de la Franja de Gaza, el 20 de enero de 2025, un día después de que entrara en vigor un acuerdo de alto el fuego entre Israel y Hamás. (Omar al-Qataa / AFP vía Getty Images)

JacobinLat

domingo, 2 de febrero de 2025

Treinta años de mentiras sobre Oriente Próximo .


Treinta años de mentiras sobre Oriente Próximo se vuelven contra nosotros

 
 
 Miles de desplazados palestinos caminaban este lunes 27/01/25 por la vía Al Rashid de regreso al norte de Gaza.
 
 
Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

La “guerra contra el terror” de Occidente se edificó sobre una serie de embustes con el fin de persuadirnos de que nuestros dirigentes iban a machacar el extremismo islamista. Pero la verdad es que estaban alimentándolo.

El cuento: Cuando hace treinta años dijeron que los Acuerdos de Oslo traerían la paz a Oriente Próximo, ¿se lo creyó? ¿Creyó que Israel se retiraría por fin de los territorios  palestinos que había ocupado ilegalmente durante décadas, que acabaría su brutal represión del pueblo palestino y que permitiría la creación de un Estado Palestino? ¿Que por fin se cerraría la herida más duradera del mundo árabe y musulmán?

La realidad: Lo cierto es que, durante el tiempo que duró el proceso de Oslo, Israel robó más tierras palestinas y amplió la construcción de asentamientos judíos ilegales a mayor ritmo que nunca. La represión fue en aumento y se construyeron muros que aprisionaran Gaza y Cisjordania al tiempo que continuaba la ocupación agresiva. Ehud Barak, el primer ministro israelí de la época, “hizo saltar por los aires” -en palabras de uno de sus principales asesores- las negociaciones de Camp David en 2000, respaldadas por Estados Unidos.

Semanas más tarde, con los territorios palestinos ocupados enfurecidos, el líder de la oposición Ariel Sharon, respaldado por 1.000 soldados israelíes, invadió la mezquita de Al Aqsa de Jerusalén ocupada, uno de los lugares más sagrados del mundo para los musulmanes. Fue la gota que colmó el vaso, al desencadenar un levantamiento de los palestinos que Israel aplastaría con una fuerza militar devastadora e inclinaría así la balanza del apoyo popular de los dirigentes laicos de Al Fatah hacia el grupo de resistencia islámica Hamás.

Además el trato cada vez más abusivo de Israel a los palestinos y su toma gradual de [la mezquita de] al-Aqsa -respaldada por Occidente- sólo sirvió para radicalizar aún más al grupo yihadista al-Qaeda, proporcionando la justificación pública para atacar las Torres Gemelas de Nueva York en 2001.

El cuento: Cuando allá por 2001, después del ataque del 11-S, dijeron que la única forma de detener a los talibanes que daban refugio a al-Qaeda en Afganistán era que EE.UU. y Reino Unido invadieran el país y los “sacaran a bombas” de sus cuevas, ¿se lo creyó? ¿Creyó que con esa intervención Occidente salvaría a las niñas y mujeres afganas de la opresión?

La realidad: En cuanto cayeron las primeras bombas estadounidenses sobre Afganistán, los talibanes se mostraron dispuestos a ceder el poder a la marioneta designada por Estados Unidos, Hamid Karzai, a retirarse de la política y a entregar a Osama bin Laden a un tercer país de consenso.

Pero Estados Unidos procedió con la invasión de igual modo, ocupando Afganistán durante 20 años, matando a no menos de 240.000 afganos, la mayoría civiles, y gastando unos 2 billones de dólares en apuntalar su detestada ocupación. Los talibanes se hicieron más fuertes que nunca y en 2021 obligaron al ejército estadounidense a retirarse.

El cuento: Cuando en 2003 dijeron que Irak poseía armas de destrucción masiva capaces de destruir Europa en minutos, ¿se lo creyó? ¿Creyó que su líder Sadam Husein era el nuevo Hitler y que se había aliado con al-Qaeda para destruir las Torres Gemelas? ¿Y que por esa razón Estados Unidos y Reino Unido no podían sino invadir Irak de forma preventiva, aunque la ONU se negase a autorizar el ataque?

La realidad: Durante años, Irak había estado sometido a severas sanciones tras la temeraria decisión de Saddam Hussein de invadir Kuwait y alterar el orden regional en el Golfo, diseñado para mantener el flujo de petróleo hacia Occidente. Estados Unidos respondió con su propia demostración de fuerza militar, diezmando al ejército iraquí. Durante la década de 1990 se aplicó una política de contención mediante un régimen de sanciones que, según estimaciones, causó la muerte de al menos medio millón de niños iraquíes, un precio que la entonces secretaria de Estado estadounidense, Madeleine Albright, dijo que “merecía la pena pagar”.

Sadam Husein tuvo que someterse a un programa de inspecciones continuas de armas por parte de expertos de la ONU. Los inspectores concluyeron con un alto grado de certeza que no había armas de destrucción masiva utilizables en Iraq. El informe según el cual Sadam Husein podía disparar sobre Europa, alcanzándola en 30 minutos, era un engaño, según se supo finalmente, urdido por los servicios de inteligencia del Reino Unido. Y la afirmación de que Sadam tenía vínculos con al-Qaeda no sólo carecía de pruebas, sino que carecía de sentido. El régimen de Sadam, brutal pero muy laico, se oponía profundamente al fanatismo religioso de al-Qaeda, al que temía.

La invasión y ocupación estadounidense y británica, y la feroz guerra civil sectaria que desató entre musulmanes suníes y chiíes, causaría la muerte -según las mejores estimaciones- de más de un millón de iraquíes y expulsaría de sus hogares a otros cuatro millones. Irak se convirtió en un campo de reclutamiento para el extremismo islámico y condujo a la formación de un nuevo competidor suní de al-Qaeda, mucho más nihilista, llamado Estado Islámico. También reforzó el poder de la mayoría chií de Irak, que arrebató el poder a los suníes y forjó una alianza más estrecha con Irán.

El cuento: Cuando en 2011 le dijeron que Occidente apoyaba la Primavera Árabe que llevaría la democracia a Oriente Próximo y que Egipto  (el mayor Estado árabe) estaba a la vanguardia de dicha transformación al destituir a su autoritario presidente Hosni Mubarak, ¿se lo creyó?

La realidad: Occidente había apoyado la tiranía de Mubarak en Egipto durante tres décadas, y cada año Washington le transfería miles de millones de dólares como “ayuda para el desarrollo”, lo que en realidad era un soborno para que abandonara a los palestinos y mantuviera la paz con Israel según los términos del acuerdo de Camp David de 1979. Sin embargo, Estados Unidos dio la espalda a Mubarak a regañadientes tras comprobar que no podría resistir las crecientes protestas que se extendían por el país procedentes de las fuerzas revolucionarias liberadas por la Primavera Árabe, una mezcla de liberales laicos y grupos islámicos liderados por los Hermanos Musulmanes. Ante la contención del ejército, los manifestantes salieron victoriosos. La Hermandad ganó las elecciones para dirigir el nuevo gobierno democrático.

No obstante, entre bambalinas, el Pentágono estaba estrechando los lazos con los restos del antiguo régimen de Mubarak y con un nuevo aspirante a la corona: el general Abdelfatah el Sisi. Con la garantía de que no habría represalias por parte de Estados Unidos, en 2013 el Sisi dio un golpe de Estado para volver a instaurar una dictadura militar en Egipto. Israel realizó las presiones necesarias para asegurar que dicha dictadura militar siguiera recibiendo los miles de millones de dólares de ayuda estadounidense. Una vez en el poder, Sisi instauró los mismos poderes represivos que Mubarak, aplastó brutalmente a los Hermanos Musulmanes y colaboró con Israel asfixiando a Gaza con un bloqueo para aislar a Hamás, la versión palestina de los Hermanos Musulmanes. Estas medidas dieron un nuevo impulso al extremismo islamista, con el establecimiento del Estado Islámico en el Sinaí. Al mismo tiempo Estados Unidos confirmó que su compromiso con la Primavera Árabe y los movimientos democráticos en Oriente Medio era completamente falso.

El cuento: Cuando, también en 2011, le dijeron que el dictador libio Muamar el Gadafi suponía una terrible amenaza para su pueblo, y que incluso había administrado Viagra a sus soldados para que cometieran violaciones en masa, ¿usted se lo creyó? ¿Creyó qué la única manera de proteger a los libios de a pie era que la OTAN, dirigida por Francia, Estados Unidos y Reino Unido, bombardeara el país y ayudara directamente a los grupos de la oposición a derrocar a Gadafi?

La realidad: Las acusaciones contra Gadafi, como contra Sadam Husein, carecían de toda prueba, como concluyó una investigación parlamentaria británica cinco años después, en 2016. Pero Occidente necesitaba un pretexto para destituir al líder libio, considerado una amenaza para los intereses geopolíticos occidentales. La publicación por Wikileaks de cables diplomáticos estadounidenses sacó a la luz la alarma que había producido en Washington los esfuerzos de Gadafi por crear unos Estados Unidos de África para controlar los recursos del continente y desarrollar una política exterior independiente. Libia, con las mayores reservas de petróleo de África, había estado sentando un peligroso precedente, ofreciendo a Rusia y China nuevos contratos de exploración petrolífera y renegociando los contratos existentes con compañías petroleras occidentales en condiciones menos favorables. Gadafi también estaba estrechando lazos militares y económicos con Rusia y China.

Los bombardeos de la OTAN sobre Libia nunca pretendieron proteger a su población. Tras la caída de Gadafi, el país fue abandonado de inmediato y se convirtió en un Estado fallido de señores de la guerra y mercados de esclavos. Algunas zonas pasaron a ser un bastión del Estado Islámico (ISIS). Las armas occidentales suministradas a los “rebeldes” acabaron fortaleciendo al Estado Islámico y alimentando baños de sangre sectarios en Siria e Irak.

El cuento: ¿Se creyó cuando, también a partir de 2011, le dijeron que las fuerzas democráticas se alineaban para derrocar al dictador sirio Bashar al Asad, y que el país estaba a punto de vivir una revolución, al estilo de la Primavera Árabe, que liberaría a su pueblo?

La realidad: No cabe duda de que el gobierno de Asad, combinado con la sequía y las malas cosechas relacionadas con el cambio climático, dieron paso a un creciente malestar en zonas de Siria en 2011. Y también es cierto que, como otros regímenes laicos árabes basados en el dominio de una secta minoritaria, el gobierno de Asad dependía de un autoritarismo brutal para mantener el poder sobre otras sectas mayores. Pero esa no es la razón por la que Siria acabó sumida en una sangrienta guerra civil durante 13 años, que arrastró a actores como Irán y Rusia, Israel, Turquía, al-Qaeda y el ISIS. Eso fue debido, una vez más, a los intereses geoestratégicos de Washington y Tel Aviv.

Para Washington, el verdadero problema no era el autoritarismo de Asad (los mayores aliados de EE.UU. en la región eran todos autoritarios) sino otros dos factores críticos.

En primer lugar, Asad pertenecía a la minoría alauita, una secta del islam chií que mantuvo durante siglos una pugna teológica y sectaria con el islam suní dominante en la región. Irán también era chií. La mayoría chií de Irak había llegado al poder después de que Washington destruyera el régimen suní de Sadam Husein en 2003. Y, por último, la milicia libanesa Hezbolá era chií. Juntos formaban lo que Washington consideraba cada vez más como un “Eje del Mal”.

En segundo lugar, Siria compartía una extensa frontera con Israel y, sobre todo, era el principal corredor geográfico para conectar Irán e Irak con las guerrillas de Hezbolá al norte de Israel, en el Líbano. Durante decenios, Irán envió de contrabando al sur del Líbano, junto a la frontera septentrional de Israel, decenas de miles de potentes proyectiles y misiles. Dicho arsenal sirvió durante la mayor parte de ese tiempo como paraguas defensivo, la principal disuasión que impedía a Israel invadir y ocupar Líbano, como hizo durante muchos años hasta que los combatientes de Hezbolá le obligaron a retirarse en 2000. Pero también sirvió para disuadir a Israel de invadir Siria y atacar Irán.

Días después del 11-S, un oficial del Pentágono mostró a un general estadounidense de alto rango, Wesley Clarke, un documento en el que se exponía la respuesta de Estados Unidos al derrumbe de las Torres Gemelas. Estados Unidos iba a “desmantelar” siete países en cinco años. En concreto, la mayor parte de los objetivos eran los bastiones chiíes de Oriente Próximo: Irak, Siria, Líbano e Irán (los culpables del 11-S, señalémoslo, eran suníes, en su mayoría de Arabia Saudí.) Irán y sus aliados se habían resistido a las maniobras de Washington -respaldadas cada vez más abiertamente por los Estados suníes, especialmente los del Golfo, rico en petróleo- para imponer a Israel como hegemón regional y permitirle borrar a los palestinos como pueblo sin ninguna oposición.

Cabe señalar que Israel y Washington siguen tratando por todos los medios de alcanzar estos objetivos en este mismo momento. Y Siria siempre fue de vital importancia para la realización de su plan. Por eso, como parte de la Operación Timber Sycamore, Estados Unidos inyectó en secreto enormes sumas de dinero para entrenar a sus antiguos enemigos de al Qaeda en la creación de una milicia anti-Assad que atrajo a combatientes yihadistas suníes de toda la región, así como armas procedentes de Estados fallidos como Libia. El plan contaba con el respaldo financiero de los países del Golfo, así como con la ayuda militar y de inteligencia de Turquía, Israel y el Reino Unido.

A finales de 2024 los principales aliados de Assad tenían sus propios problemas: Rusia estaba enfrascada en la guerra por delegación emprendida por la OTAN en Ucrania, mientras que Teherán estaba cada vez más en apuros por los ataques israelíes contra Líbano, Siria y el propio Irán. Fue en ese momento cuando HTS -una nueva facción de al Qaeda- se apoderó de Damasco a la velocidad del rayo, obligando a Asad a huir a Moscú.

Si usted creyó todos esos cuentos y todavía cree que Occidente está haciendo todo lo posible para subyugar al extremismo islamista y el supuesto imperialismo ruso en Ucrania, entonces probablemente también cree que Israel ha arrasado Gaza, destruido todos sus hospitales y provocado la hambruna de los 2,3 millones de gazatíes simplemente para “eliminar a Hamás”, aunque no lo haya conseguido.

Si es así, entonces es de suponer que creerá que la Corte Internacional de Justicia se equivocó hace casi un año al juzgar a Israel por cometer un genocidio en Gaza. También es de suponer que cree que incluso los más prudentes expertos en el Holocausto se equivocaron en mayo al concluir que Israel había pasado indiscutiblemente a una fase genocida cuando destruyó la “zona segura” de Rafah, donde había hacinado a la mayor parte de la población de Gaza. Y es de suponer que usted cree que todos los principales grupos de derechos humanos se equivocaron al concluir a finales del año pasado, tras una larga investigación para protegerse de las calumnias de Israel y sus apologistas, que la devastación de Gaza por Israel tiene todas las características de un genocidio.

Sin duda también creerá que el inveterado plan de Washington de “dominio global de gran espectro” es benigno, y que Israel y Estados Unidos no tienen a Irán y China en su punto de mira.

Si es así, seguirá creyendo lo que le digan, incluso mientras nos precipitamos, como lemmings, desde el borde del precipicio, seguros de que, esta vez, todo resultará diferente.

Fuente: https://jonathancook.substack.com/p/thirty-years-of-middle-east-lies

 
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

 

 https://rebelion.org/treinta-anos-de-mentiras-sobre-oriente-proximo-se-vuelven-contra-nosotros/

 

Europa encadenada de Sami Naïr

                                                                          

«Europa encadenada»: un libro fundamental de Sami Naïr

 

Por Juan Torres López

 | 27/01/2025   

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He leído prácticamente de un tirón el último libro de Sami Naïr (Europa encadenada. El neoliberalismo contra la Unión. Galaxia Gutenberg 2025) que está en librerías desde el pasado 22 de enero. Como digo en el título de esta reseña, me parece que es una obra fundamental para entender lo que viene ocurriendo en Europa, para aventurar con algunas certezas lo que puede ocurrir si no se cambia de rumbo y, sobre todo, para tener ideas sobre cómo afrontar los desafíos que tenemos por delante.

 El libro tiene un valor extraordinario, pues extraordinaria es la condición de quien lo escribe. En primer lugar, porque su autor es, antes que nada, un pensador en el sentido más rico del término. Alguien con valentía para enfrentarse a la «culpable incapacidad» que Kant asociaba con el no atreverse a razonar sin tutela, con autonomía y libertad. Sami Naïr analiza a Europa en este libro respondiendo con determinación al reto de Horacio (sapere aude!), es decir, atreviéndose a pensar sin ataduras y, como él mismo dice, «a riesgo de incomodar la conciencia de los biempensantes» (p. 253). En segundo lugar, porque conoce a Europa no sólo como objeto abstracto de reflexión, sino como algo propio y vivido gracias a su experiencia como eurodiputado y hombre de acción de larga trayectoria. Y, finalmente, porque Sami Naïr es un habitual interlocutor de líderes políticos y de opinión de varios países, lo que le proporciona información puntual y muy valiosa que se deja ver en libro, unas veces entre líneas y otras explícitamente, y lo enriquece.

Si tuviera que resumir en una sola frase lo que esta obra aporta y por qué es fundamental leerla, diría que explica el cómo y el por qué Europa ha sido encadenada y de qué manera las cadenas se podrían convertir en lazos que proporcionen bienestar, estabilidad y paz. 

El libro comienza con un asunto crucial, el de la carencia de una identidad europea que pudiera servir de motor para alcanzar «la unidad política de pertenencia común» que no puede lograrse, como bien dice Naïr, «sólo a través de la unión económica» (p. 28). La Europa social es, en su opinión, la premisa de una identidad común capaz de generar la «solidaridad de destino», pero ese es, justamente «el elemento que falta en la construcción europea» (p. 43), y de ahí es de donde nacen los problemas.

El segundo asunto del libro es, como he dicho, el análisis del cómo y el por qué Europa ha sido encadenada, no sólo por las políticas neoliberales de las últimas décadas, sino incluso por el diseño de su arquitectura fundacional.

 Es cierto que todo ello ha sido ya ampliamente analizado por muchos autores, pero creo que el libro de Sami Naïr tiene, además del valor de hacerlo sintéticamente, algunas aportaciones novedosas e interesantes.

 Una de ellas es demostrar que la Unión Europea tiene lo que yo creo que es una auténtica anosognosia, es decir, incapacidad para percibir y reconocer la enfermedad que padece. Ni los fracasos evidentes que produjeron las políticas austericidas, generando los efectos justamente contrarios a los que se aseguraba que iban a tener, fueron capaces de producir autocrítica, no ya rectificación. Con razón señala el autor que «una reflexión crítica del pasado para poder hacer balance de la integración europea» es un paso imprescindible para abordar con éxito el cambio de ciclo que pueda producirse.

 Otra aportación a mi juicio muy interesante del libro es analizar el papel que en ese encadenamiento ha desempeñado otro doble fracaso de la Unión. Uno referido a la integración y la igualdad, y otro derivado de su incapacidad para gestionar «el desafío del Sur». A diferencia de lo ocurrido con las demás vecindades, la estrategia ha consistido en «contenerlo» (p. 170), manteniendo una situación «estructuralmente conflictiva» (p. 165) porque, dice Sami Naïr, se quiere «una zona dividida, no competitiva, para dominarla mejor» (p. 181).

 Sin embargo, y sin perjuicio de lo que acabo de señalar, lo que me parece más interesante de este libro es que Sami Naïr analiza el proceso de construcción de la Unión Europea reconociendo a los sujetos responsables de lo ocurrido, pero no de manera abstracta, como se hace cuando se habla, por ejemplo, de los mercados, de la Europa del capital o de los monopolios. En su obra desvela el papel de los operadores políticos (institucionales, colectivos y también personales) que han puesto las cadenas a Europa.

 Si esta «ya no tiene brújula, no sabe a dónde va» y «ni siquiera es consciente de que necesita reencontrar un sentido, una identidad centrada en el porvenir» (p. 253), si la Unión Europa está atada por «cadenas neoliberales» (p. 260) ha sido por la acción deliberada de individuos y partidos que abrieron las puertas y se dejaron caer en los brazos de un credo magistral y exclusivamente concebido para concentrar al máximo la riqueza y el poder en una minoría social. En particular, Sami Naïr señala con su análisis a las élites que la gobiernan, a la vista o en la tramoya, y a la cantidad de lobbies «que no deja de crecer» favoreciendo «un sistema de corrupción organizada» (p. 123)(1). Y, sobre todo, responsabiliza a la socialdemocracia europea y, en especial, a los socialistas franceses que conoce perfectamente, ilustrando así las razones profundas que explican la crisis de las izquierdas europeas y el paralelo ascenso del neofascismo.

 Ahora bien, este libro no se limita a ser un balance de daños, aunque hayan sido tantos los producidos por las políticas neoliberales que en la Unión se han asumido como un credo (desigualdad, desindustrialización, pérdida de peso de Europa en el mundo, crisis de los servicios públicos, precariedad, endeudamiento, inestabilidad, desafecto…). Sami Naïr proporciona claves para diseñar respuestas y abrir caminos alternativos. Y lo hace para terminar, poniendo el dedo en la llaga: «Mientras las actuales corrientes progresistas europeas no asuman la responsabilidad de proponer un proyecto posneoliberal que garantice la integración efectiva de los ciudadanos en el mismo, el futuro de la Unión Europea seguirá siendo un asunto farisaico que subyace en la resignación, en la parálisis, y no la voz de una Europa democrática y social» (p. 254).

 Un libro fundamental, como he dicho, si se quiere saber dónde estamos y por qué, y qué necesita Europa para que sus gentes y sus pueblos se unan, porque asuman que les conviene, en torno al requisito esencial de «querer ser europeos».

 P.S. Sami Naïr es catedrático de Ciencias Políticas, consejero de Estado honorario, exdiputado europeo (1997-2004), profesor en varias universidades en Francia y España, especialista de las migraciones, autor de ensayos sobre la geopolítica y las identidades y también articulista de la prensa internacional.

 Fuente: https://juantorreslopez.com/europa-encadenada-un-libro-fundamental-de-sami-nair/

 Nota del blog  .- (1)

El Parlamento Europeo es uno de los más corruptos del mundo.

 https://mpr21.info/el-parlamento-europeo-es-uno-de-los-mas-corruptos-del-mundo/