William I. Robinson:
“Hay masas sedientas de cambio, pero no hay proyectos de izquierdas que les
sirvan de timón”.
El sociólogo William I. Robinson, profesor de la Universidad
de California Santa Barbara y activista, advierte de que atravesamos una crisis
estructural del capitalismo.
El autor de 'Mano dura. El estado policial global, los nuevos
fascismos y el capitalismo del siglo XXI' advierte de que estamos en una crisis
estructural del capitalismo en la que “la masa de gente arrojada a la miseria
en todo el mundo está resistiendo, a pesar de que no hay proyectos
emancipadores viables”. Más allá del PIB: la economía crece, pero apenas el 4% de
los más ricos proviene de padres pobres
Daniel Yebra
14 de enero de 2024
El sociólogo William I. Robinson, profesor de la Universidad
de California Santa Barbara y activista, advierte de que atravesamos una crisis
estructural del capitalismo. Una crisis de sobreacumulación por parte de las
grandes empresas transnacionales que ha disparado la desigualdad y que está
derivando en guerras de baja intensidad (por ejemplo contra la inmigración) y
de alta intensidad (el genocidio de Palestina o la invasión rusa de Ucrania).
Una crisis en la que “la masa de gente arrojada a la miseria en todo el mundo
está resistiendo, a pesar de que no hay un proyecto de izquierdas viable”,
según denuncia.
Las emisiones de CO2 por quemar petróleo, gas y carbón suben
en 2023 y marcan un nuevo récord histórico
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El autor de 'Mano dura. El estado policial global, los
nuevos fascismos y el capitalismo del siglo XXI', publicado por Errata Nature,
observa que “que una parte de la élite transnacional reconoce que para salvar
al capitalismo de sí mismo se necesita realmente reestructurar el sistema,
reimponer la regulación al mercado a nivel internacional, una mayor
redistribución de la riqueza, hasta una renta básica”. Aunque lamenta que “el
problema es que estas voces son una minoría”. Mientras, “las grandes
corporaciones y conglomerados financieros tienen un solo objetivo: acumular más
y más y más capital”.
“Habría que ver si hay alguna posibilidad de vincular la
lucha de las masas que buscan una transformación del sistema con las élites
reformistas, y no hay mucho tiempo por la emergencia climática”, apunta este
profesor. “Hay masas que está tomando las calles, que están resistiendo, que
están sedientas de cambio y no hay proyectos de la izquierda, proyectos
emancipadores, que sean viables y que puedan proporcionar un timón a esas
masas”, apunta, y recuerda las gigantescas huelgas y movilizaciones de los
últimos años en India, Tailandia, Chile... incluso el aumento de la actividad
sindical en Estados Unidos.
En el libro, cita la famosa frase del inversor Warren Buffet
sobre que hay una guerra de clases y la está ganando su clase, la de los
grandes capitalistas. ¿Es así?
Por supuesto. Después de la Segunda Guerra Mundial, el
capitalismo mundial experimentó una tremenda expansión bajo un modelo de
capitalismo de bienestar social: el capitalismo socialdemócrata. En España se
desplegó más tarde, después de la dictadura. Este capitalismo imponía
restricciones y control sobre la libertad del capital, de la acumulación.
Además, a partir de los 60 y los 70, se multiplican los movimientos populares
alrededor del mundo: feministas, sindicales, contra el racismo, anticoloniales
y de liberación nacional... La correlación de fuerzas empezó a ser menos favorable
para la clase capitalista. Por eso, los grupos dominantes, con el apoyo de sus
Estados, lanzan la globalización a partir de los años 80, y la aceleran en los
años 90 y en el nuevo siglo, imponiendo el modelo liberal, con recortes a los
programas sociales, con un desmantelamiento del Estado intervencionista, con
desregulación de los mercados y con subsidios al capital.
¿Es una contraofensiva neoliberal?
Esa es la Historia que hemos vivido en los últimos 20, 30
años... Está pasando en España. Es un proceso que está mucho más avanzado aquí,
en Estados Unidos... Un proceso que ha provocado niveles de desigualdad jamás
vistos. Según datos recopilados en 2018, el 1% de la humanidad ya controlaba el
52% de riqueza. Es más, el 20% de los más ricos, la capas acomodadas, controla
el 95% de la riqueza. O lo que es lo mismo, el 80% restante apenas tiene un 5%.
En este contexto, las ganancias de las grandes corporaciones y conglomerados
financieros han seguido creciendo y marcando récords. Esto quiere decir dos
cosas. Primero, que, en las últimas décadas de globalización ha habido un flujo
de la riqueza de abajo a arriba- Segundo que ha habido un tremendo debilitamiento
de las clases populares y trabajadoras.
Entonces, claro que la clase capitalista transnacional ha
estado ganando la lucha de clases. Warren Buffet es honesto cuando lo afirma.
En en ese recorrido histórico que realiza, diferencia entre
crisis cíclicas y crisis estructurales. Y asegura que lo que está ocurriendo
actualmente en una crisis estructural.
Desde que en 2007 se produce el colapso del sistema
financiero global, hasta la fecha, estamos en una crisis de sobreacumulación.
El capital transnacional ha acumulado enormes cantidades de ganancias, de
efectivo, de reservas... Y eso explica que mientras crece la producción en la
economía global, se encoge la capacidad adquisitiva de la mayoría de la
humanidad.
En el momento que salió publicado el libro en inglés (2020),
las grandes corporaciones y conglomerados financieros transnacionales tenían a
su disposición 17 billones de dólares en reservas, sin tener dónde invertir esa
cantidad enorme de dinero. Una salida para ese excedente y para seguir acumulando
capital el estado policíaco global. Los conflictos, las guerras declaradas y no
declaradas, de alta y baja intensidad [por ejemplo contra la inmigración], los
sistemas de control social y la represión son muy rentables. Y lo hemos podido
ver con la invasión rusa de Ucrania y con el genocidio en Palestina por parte
de Israel.
¿La guerra es rentable?
Cuando Israel inició la masacre de Gaza, aquí, en Estados
Unidos, todas las empresas militares industriales se jactaron de que iban a
aumentar sus beneficios, con el apoyo del presidente Biden, que ha incrementado
los paquetes de ayuda tanto a Ucrania como Israel en las últimas semanas. Un
periodo en el que las acciones de estas compañías se han disparado en bolsa.
Para nosotros, los seres humanos del planeta, son dos tragedias, pero para el
capitalismo global, para las grandes corporaciones transnacionales, es una
época de bonanza, es algo muy bueno. Quieren conflictos. Quieren guerras.
Quieren trastornos sociales.
En el libro, también denuncia los nuevos sistemas de
esclavitud.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), un
tercio de la de la humanidad en edad de trabajar está en desempleo estructural.
Uno de cada tres adultos está marginado de la economía global. Y estas personas
no tienen otra opción más que someterse para sobrevivir mientras. Por otra
parte, hay 2.000 millones de personas en la economía informal. De los que
tienen un trabajo oficial, 1.300 millones lo tienen en condiciones precarias,
inseguras. En este contexto, surgen los nuevos casos de esclavitud. Por
ejemplo, en los Emiratos Árabes, el 80% de la población son inmigrantes,
reclutados en su países de origen, que se pagan el viaje y a los que después se
les retira el pasaporte, para acabar viviendo bajo condiciones de esclavitud.
Algunos de ellos construyeron las instalaciones para la Copa Mundial de fútbol
en el país vecino. El control social, la vigilancia de las clases populares y
la represión son imprescindibles para soportar esta situación.
Otro foco de preocupación es la última revolución
tecnológica: de la inteligencia artificial, del big data... Y la amenaza que
supone para el empleo.
Estamos viviendo la tercermundialización del primer mundo.
Claro que una persona tiene mejores perspectivas de vida, por lo menos
materiales, si nace en Alemania, en Francia, en España o en Estados Unidos, que
si lo hace en el Congo, en Brasil... Pero la tendencia de los países
desarrollados es que van hacia el desempleo estructural masivo. La industria,
regrese o no al primer mundo tras ser deslocalizada, se va automatizar
igualmente. El pronóstico es de que las filas de la humanidad superflua para el
capitalismo y las filas de los que trabajan en condiciones muy precarias van a
crecer a nivel global.
¿Qué respuestas están surgiendo a esta crisis estructural?
Por un lado, señala la reacción neofascista, ¿hay alguna otra reacción más
esperanzadora?
La crisis estructural ha favorecido proyectos fascistas,
dictaduras, sistemas autoritarios (Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en
Brasil...). El caso más reciente es el de Argentina. Pero sí hay esperanzas en
dos niveles. Primero, está la revuelta popular que ha recorrido el mundo desde
2019, con huelgas prolongadas en Sudamérica, los estallidos sociales en Chile,
en Ecuador, en Colombia... En Estados Unidos había una escalada y hay todavía
una escalada de acción sindical. Y, por supuesto, la sublevación contra el
asesinato de George Floyd. También en 2019, en Sudán, entre 25 y 30 millones de
personas tomaron la calle. En Líbano, en Tailandia, en Filipinas... hubo
también grandes movilizaciones. Acordémonos de otra cosa: ha habido dos huelgas
generales en India. En 2019, 150 millones de personas. Eso es mucho más de la
población de España y de varios países europeos combinados. Un año después,
otra de 250 millones de personas. Es la acción popular más grande en la
Historia de la humanidad. Parte de la esperanza es que esa masa arrojada a la
miseria está resistiendo, a pesar de que no hay un proyecto viable.
La otra esperanza es que una parte de la élite transnacional
reconoce que para salvar al capitalismo de sí mismo se necesita realmente
reestructurar el sistema, se necesita reimponer la regulación al mercado. Y no
solo a nivel nacional, sino transnacional. Se necesita promover programas de
redistribución de riqueza hacia abajo. Incluso, se plantean sistemas de
ingresos básicos universales [renta básica universal]. Se habla de impuestos
sobre transacciones financieras. De otros sistemas de impositivos, no
regresivos, sino progresivos.
Esa fracción de la élite transnacional reconoce la necesidad
de un reformismo profundo. El problema es que es una minoría. Mientras, las
grandes corporaciones y conglomerados financieros tienen un solo objetivo:
acumular más y más y más capital. Habría que ver si hay alguna posibilidad de
vincular la lucha de las masas que buscan una transformación del sistema con
las élites reformistas. Yo no creo que la solución a la crisis del capitalismo
global a largo plazo pase por simple reformismo. Sin embargo, en el corto y
medio plazo, una reforma radical del sistema ofrece mucha esperanza.
De hecho, usted es muy crítico con algunos de los más
famosos economistas actuales con visiones progresistas, como Piketty,
Stiglitz...
Claro, Stiglitz o Jeffrey Sachs y algunos otros deberían
disculparse ante la humanidad porque fueron arquitectos del neoliberalismo, de
toda esa globalización capitalista. Pero cuando se dieron cuenta del desastre
que supone para la humanidad el proyecto que ellos ayudaron a construir, cambiaron
sus posiciones. Ahora, ese grupo de reformistas intentan vender la ilusión de
que con ciertas reformas se puede salvar a la humanidad. Piketty señala la
increíble desigualdad, pero sus propuestas a largo plazo consolidan la
hegemonía del capital transnacional, Necesitamos voces como Jeffrey Sachs y
como Piketty para hablar de la desigualdad y de reformas. Pero las clases
populares deberían lograr la hegemonía.
¿Cómo se puede alcanzar la hegemonía si las visiones
críticas son minoritarias?
Hay masas que están tomando las calles, que están
resistiendo, que están sedientas de cambio y no hay proyectos de la izquierda,
proyectos emancipadores, que sean viables y que puedan proporcionar un timón a
esas masas. La cuestión es que la izquierda política se ha conformado con tomar
el poder del Estado. Ese poder y la integración en el sistema ha desmovilizado
a las masas. Ustedes tienen la experiencia de Podemos. En Grecia, Syriza. Igual
que con los movimientos y los partidos de la izquierda en América Latina.
Al final del libro, hace una propuesta de una nueva
internacional.
Las clases obreras y populares luchan a nivel de su
Estado-Nación y uno de los problemas es que aún cuando tienen conciencia de
clase, las clases obreras no tienen conciencia transnacional. La resistencia se
tiene que internacionalizar. No tendría que parecerse a las organizaciones
obreras internacionales del siglo XX. Tendría que ser algo totalmente distinto:
foros y programas que incluyan a los movimientos sociales, partidos políticos y
sindicatos, y que permitan coordinar nuestras luchas y derrotar al fascismo..
Los anglosajones entran en guerra contra Yemen sin autorización de la ONU
La política exterior estadounidense es una estafa basada en la corrupción
El gasto militar anual de un billón y medio solo beneficia al complejo militar industrial y a las personas del exclusivo ámbito político de Washington, mientras empobrece y pone en peligro a EEUU y al mundo
Jeffrey D. Sachs (Common Dreams) 13/01/2024
A simple vista, la política exterior estadounidense parece totalmente irracional. Estados Unidos se mete en una guerra desastrosa tras otra: Afganistán, Irak, Siria, Libia, Ucrania y Gaza. En los últimos días, Estados Unidos se ha quedado aislado a escala mundial en su apoyo al genocidio de Israel contra los palestinos al votar en contra de una resolución de la Asamblea General de la ONU, diseñada para alcanzar un alto el fuego en Gaza y respaldada por 153 países, que suponen el 89% de la población mundial, y a la que sólo se oponen Estados Unidos y nueve pequeños países que representan menos del 1% de la población mundial.
En los últimos veinte años, todos los grandes objetivos de la política exterior estadounidense han fracasado. Los talibanes volvieron al poder tras veinte años de ocupación estadounidense de Afganistán. El Irak posterior a Sadam pasó a depender de Irán. El presidente sirio Bashar al-Assad se mantuvo en el poder a pesar de los esfuerzos de la CIA por derrocarlo. Libia se sumió en una prolongada guerra civil después de que una misión de la OTAN dirigida por Estados Unidos derrocara a Muamar el Gadafi. En 2023, Rusia aplastó a Ucrania en el campo de batalla después de que, en 2022, Estados Unidos frustrara en secreto un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania .
En los últimos veinte años, todos los grandes objetivos de la política exterior estadounidense han fracasado
A pesar de estas notables y costosas debacles, una tras otra, los mismos personajes han permanecido al timón de la política exterior estadounidense durante décadas, incluidos Joe Biden, Victoria Nuland, Jake Sullivan, Chuck Schumer, Mitch McConnell y Hillary Clinton.
¿Qué ocurre?
El rompecabezas se resuelve reconociendo que la política exterior estadounidense no defiende en absoluto los intereses del pueblo estadounidense. Defiende los intereses de las personas que pertenecen al exclusivo ámbito político de Washington, que persiguen aportaciones para sus campañas y puestos de trabajo lucrativos para sí mismos, su personal y sus familiares. En resumen, la política exterior estadounidense ha sido pirateada por el gran capital.
Por consiguiente, el pueblo estadounidense está perdiendo mucho. Las guerras fallidas desde 2000 les han costado unos cinco billones de dólares en desembolsos directos, o unos 40.000 dólares por hogar. En las próximas décadas se gastarán aproximadamente otros dos billones de dólares en la atención a los veteranos. Más allá de los costes que soportan directamente los estadounidenses, también debemos reconocer los costes tremendamente elevados sufridos en el extranjero en millones de vidas perdidas y billones de dólares por la destrucción de propiedades y naturaleza en las zonas de guerra.
Los costes siguen aumentando. En 2024, los desembolsos vinculados al ejército estadounidense ascenderán a alrededor de un billón y medio de dólares, o unos 12.000 dólares por hogar, si sumamos el gasto directo del Pentágono, los presupuestos de la CIA y otras agencias de inteligencia, el presupuesto de la Administración de Veteranos, el programa de armas nucleares del Departamento de Energía, la “ayuda exterior” (como la proporcionada a Israel) vinculada al ejército del Departamento de Estado y otras partidas presupuestarias relacionadas con la seguridad. Cientos de miles de millones de dólares son dinero tirado a la basura, despilfarrado en guerras inútiles, bases militares en el extranjero y una acumulación de armas totalmente innecesaria que sitúa al mundo más cerca de la Tercera Guerra Mundial.
Sin embargo, describir estos costes gigantescos es también explicar la retorcida “racionalidad” de la política exterior estadounidense. El gasto militar de un billón y medio de dólares es la estafa que no cesa de beneficiar a algunos –al complejo militar industrial y a las personas que pertenecen al exclusivo ámbito político de Washington–, incluso cuando empobrece y pone en peligro a Estados Unidos y al mundo.
Para entender la estafa de la política exterior, hay que pensar en el gobierno federal actual como un chanchullo dividido en múltiples sectores y controlado por los mejores postores. El sector de Wall Street depende del Tesoro. El sector de la industria sanitaria depende del Departamento de Salud y Servicios Sociales. El sector del petróleo y el carbón depende de los Departamentos de Energía e Interior. Y el sector de política exterior depende de la Casa Blanca, el Pentágono y la CIA.
Cada uno de estos sectores utiliza el poder público para obtener beneficios privados mediante el manejo de información privilegiada, engrasada por las aportaciones de las empresas a las campañas electorales y los desembolsos de los grupos de presión. Curiosamente, el sector de la industria sanitaria rivaliza con el sector de política exterior como extraordinaria estafa financiera. Los gastos sanitarios de Estados Unidos en 2022 ascendieron a la asombrosa cifra de cuatro billones y medio de dólares, o unos 36.000 dólares por hogar: con diferencia los costes sanitarios más elevados del mundo, a pesar de que Estados Unidos ocupaba aproximadamente el puesto 40 de las naciones con mayor esperanza de vida. Una política sanitaria fallida que se traduce en grandes ganancias para la industria sanitaria, al igual que una política exterior fallida que se traduce en mega ingresos para el complejo militar industrial.
El sector de la industria sanitaria rivaliza con el sector de política exterior como extraordinaria estafa financiera
El sector de política exterior está dirigido por una camarilla pequeña, secreta y muy unida, que incluye a los altos mandos de la Casa Blanca, la CIA, el Departamento de Estado, el Pentágono, los Comités de Servicios Armados de la Cámara de Representantes y el Senado, y las principales empresas militares, como Boeing, Lockheed Martin, General Dynamics, Northrop Grumman y Raytheon. Quizás haya un millar de personas clave que participan en la formulación de políticas. El interés público desempeña un papel secundario.
Los principales responsables de la política exterior dirigen las operaciones de ochocientas bases militares estadounidenses en el extranjero, cientos de miles de millones de dólares en contratos militares y las operaciones bélicas en las que se despliega el material. Por supuesto, cuantas más guerras, más negocio. La privatización de la política exterior se ha visto enormemente amplificada por la privatización del propio negocio de la guerra, ya que cada vez se entregan más funciones militares “básicas” a los fabricantes de armas y a contratistas como Haliburton, Booz Allen Hamilton y CACI.
Además de los cientos de miles de millones de dólares en contratos militares, las repercusiones económicas para las empresas derivadas de las operaciones militares y de la CIA son importantes. Con bases militares en ochenta países de todo el mundo y operaciones de la CIA en muchos más, Estados Unidos desempeña un papel notable, aunque mayoritariamente encubierto, a la hora de determinar quién gobierna en esos países y, por tanto, en las políticas que configuran lucrativos acuerdos relacionados con minerales, hidrocarburos, oleoductos y terrenos agrícolas y forestales. Desde 1947, Estados Unidos ha intentado derrocar al menos a ochenta gobiernos, normalmente bajo la dirección de la CIA mediante la instigación de golpes de Estado, asesinatos, insurrecciones, disturbios civiles, manipulaciones electorales, sanciones económicas y guerras abiertas. (Para un excelente estudio sobre las operaciones estadounidenses de cambio de régimen desde 1947 hasta 1989, véase Covert Regime Change, de Lindsey O'Rourke, 2018).
Además de los intereses empresariales hay, por supuesto, ideólogos que verdaderamente creen en el derecho de Estados Unidos a gobernar el mundo. La siempre belicista familia Kagan es el caso más famoso, aunque sus intereses financieros también están profundamente entrelazados con la industria bélica. La cuestión sobre la ideología es la siguiente: los ideólogos se han equivocado en casi todas las ocasiones y hace mucho tiempo habrían perdido sus púlpitos en Washington de no ser por su utilidad como belicistas. Conscientemente o no, sirven como intérpretes a sueldo del complejo militar industrial.
Hay un inconveniente que persiste en esta estafa empresarial actual. En teoría, la política exterior se lleva a cabo en beneficio del pueblo estadounidense, aunque la verdad sea lo contrario. (Una contradicción similar se aplica, por supuesto, a la carísima asistencia sanitaria, los rescates del gobierno a Wall Street, las prebendas de la industria petrolera y otras estafas). El pueblo estadounidense rara vez apoya las maquinaciones de la política exterior estadounidense cuando de vez en cuando escucha la verdad. Las guerras de Estados Unidos no se libran por demanda popular, sino por decisiones que vienen de arriba. Se necesitan medidas especiales para mantener al pueblo alejado de la toma de decisiones.
La primera de estas medidas es la propaganda implacable. George Orwell lo clavó en 1984 cuando “el Partido” cambió repentinamente de enemigo extranjero, de Eurasia a Asia Oriental, sin una sola explicación. Estados Unidos hace esencialmente lo mismo. ¿Quién es el mayor enemigo de Estados Unidos? Elijan, según la temporada. Saddam Hussein, los talibanes, Hugo Chávez, Bashar al-Assad, ISIS, al-Qaeda, Gaddafi, Vladimir Putin, Hamás, todos han desempeñado el papel de “Hitler” en la propaganda estadounidense. El portavoz de la Casa Blanca, John Kirby, hace propaganda con una sonrisa en la cara, lo que indica que él también sabe que lo que está diciendo es ridículo, aunque bastante entretenido.
La propaganda se amplifica a través de los grupos de expertos de Washington que viven de las donaciones de contratistas militares, y ocasionalmente de gobiernos extranjeros que forman parte de las operaciones de estafa de Estados Unidos. Pensemos en el Atlantic Council, el CSIS (Center for Strategic and International Studies) y, por supuesto, el siempre popular Instituto para el Estudio de la Guerra, patrocinado por los principales contratistas militares.
La segunda medida es ocultar los costes de las operaciones de política exterior. En la década de 1960, el gobierno de Estados Unidos cometió el error de obligar al pueblo estadounidense a asumir los costes del complejo militar industrial reclutando a jóvenes para luchar en Vietnam y subiendo los impuestos para pagar la guerra. La opinión pública estalló en su contra.
A partir de la década de 1970, el gobierno ha sido mucho más inteligente. Puso fin al reclutamiento e hizo del servicio militar un trabajo por cuenta ajena en lugar de un servicio público, respaldado por los desembolsos del Pentágono para reclutar soldados procedentes de los estratos económicos más bajos. También abandonó la pintoresca idea de que los gastos del gobierno debían financiarse con impuestos, y en su lugar desplazó el presupuesto militar hacia el gasto deficitario, que lo protege de la oposición popular que se desencadenaría si se financiara con impuestos.
También ha engañado a Estados clientes como Ucrania para que luchen sobre el terreno en las guerras de Estados Unidos, de modo que no haya ninguna bolsa de cadáveres estadounidense que estropee la máquina de propaganda de Estados Unidos. Ni que decir tiene que los señores de la guerra estadounidenses como Sullivan, Blinken, Nuland, Schumer y McConnell permanecen a miles de kilómetros de los frentes. La muerte está reservada a los ucranianos. El senador Richard Blumenthal (del Partido Demócrata de Connecticut) defendió la ayuda militar estadounidense a Ucrania como dinero bien gastado porque “no se ha herido ni perdido ni un solo soldado, hombre o mujer, estadounidense”, y de algún modo no se le ocurrió al buen senador respetar las vidas de los ucranianos, que han muerto por centenares de miles en una guerra provocada por Estados Unidos a causa de la ampliación de la OTAN.
El lobby israelí dominó hace tiempo el arte de comprar al Congreso
Este sistema se sustenta en la completa subordinación del Congreso de Estados Unidos al negocio de la guerra, que evita cualquier cuestionamiento de los desmesurados presupuestos del Pentágono y de las guerras instigadas por el poder ejecutivo. La subordinación del Congreso funciona de la siguiente manera. En primer lugar, la supervisión de la guerra y la paz por parte del Congreso se asigna en gran medida a los Comités de Servicios Armados de la Cámara de Representantes y el Senado, que en gran medida definen la política general del Congreso (y el presupuesto del Pentágono). En segundo lugar, la industria militar (Boeing, Raytheon y el resto) financia las campañas de los miembros del Comité de Servicios Armados de ambos partidos. Las industrias militares también gastan enormes sumas en grupos de presión para proporcionar lucrativos salarios a los miembros del Congreso que se jubilan, a su personal y a sus familias, ya sea directamente en empresas militares o en empresas de grupos de presión de Washington.
El pirateo de la política exterior del Congreso no sólo es obra del complejo militar industrial estadounidense. El lobby israelí dominó hace tiempo el arte de comprar al Congreso. La complicidad de Estados Unidos con el Estado de apartheid israelí y los crímenes de guerra en Gaza no tienen sentido para la seguridad nacional y la diplomacia estadounidenses, por no hablar de la decencia humana. Son los frutos de las inversiones del lobby israelí, que en 2022 alcanzaron los treinta millones de dólares en aportaciones de campaña, y que en 2024 superarán ampliamente esa cifra.
Cuando el Congreso vuelva a reunirse en enero, Biden, Kirby, Sullivan, Blinken, Nuland, Schumer, McConnell, Blumenthal y los de su calaña nos dirán que es absolutamente necesario financiar la guerra perdida, cruel y engañosa en Ucrania, así como la masacre y limpieza étnica que está teniendo lugar en Gaza, para evitar que nosotros y Europa y el mundo libre, y quizás el propio sistema solar, sucumbamos ante el oso ruso, los mulás iraníes y el Partido Comunista chino. Los promotores de los desastres de la política exterior no están siendo irracionales en este alarmismo. Están siendo deshonestos y extraordinariamente codiciosos al perseguir intereses particulares por encima de los del pueblo estadounidense.
El pueblo estadounidense tiene la tarea urgente de revisar una política exterior tan quebrada, corrompida y engañosa que está enterrando al gobierno en deudas mientras lleva al mundo hacia el Armagedón nuclear. Esta revisión debería comenzar en 2024 rechazando cualquier financiación adicional destinada a la desastrosa guerra de Ucrania y los crímenes de guerra de Israel en Gaza. El establecimiento de la paz y la diplomacia, no el gasto militar, es el camino hacia una política exterior estadounidense de interés público.
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Jeffrey D. Sachs es un renombrado profesor de Economía y director del Centro de Desarrollo Sostenible de la Universidad de Columbia, donde dirigió el Instituto de la Tierra entre los años 2002 y 2016.
Este artículo se publicó el 26 de diciembre en Common Dreams.
Rodeado de las expectativas no solo de Argentina sino de medio mundo, el ultraderechista Javier Milei arrancó el 2024 con una serie de reveses y, pese a las promocionadas intenciones de las «fuerzas del cielo» de retirar al Estado de su rol de regulador de la economía, se encontraron con trabas en los dos poderes restantes, Judicial y Legislativo, y en sectores políticos y sociales.
Ante este escenario, Milei, que carece de estructura política en el Congreso y cree que las masas lo seguirán, ordenó a sus principales asesores preparar el llamado a un plebiscito para consultarle a la sociedad si acompaña o no sus medidas. “Está asustado”, señaló El Destape. El temor responde no solo a que los más de mil artículos para derogar 41 leyes y modificar otras 300 no avanzan, sino que asumió que los mercados perciben que las leyes que envió a sesiones extraordinarias no saldrán.
Milei asegura que el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) y la ley ómnibus buscan sacar de las espaldas de la sociedad el peso del Estado, cuando lo que sacan es la protección del Estado frente a las grandes corporaciones que son las únicas favorecidas.
Entrando en el primer mes del gobierno del “libertario”, los fallos judiciales y los reparos de la oposición para acompañar en el Congreso el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) y su llamada Ley Ómnibus, ponen en jaque el plan de fuerte ajuste y profunda desregulación diseñado por las corporaciones empresariales nacionales y trasnacionales para cambiar la matriz económica de Argentina.
Nunca antes un gobierno pretendió legislar por decreto de forma masiva, tumultuaria y caótica, señala Raúl Zaffaroni, abogado penalista, juez, jurista, escribano, criminólogo argentino, profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires, y exmiembro de la Corte Suprema de Justicia, quien apela a la Constitución.
“El Congreso no puede conceder al Ejecutivo nacional, ni las Legislaturas provinciales a los gobernadores de provincias, facultades extraordinarias, ni la suma del poder público, ni otorgarles sumisiones o supremacías por las que la vida, el honor o las fortunas de los argentinos queden a merced de gobiernos o persona alguna. Actos de esta naturaleza llevan consigo una nulidad insanable y sujetarán a los que los formulen, consientan o firmen, a la responsabilidad y pena de los infames traidores a la Patria”, insiste.
El domingo último, Milei trató de «idiotas útiles» a los diputados y de hacer «estupideces» que frenan el avance del DNU y la ley ómnibus. «Que quede claro que son ellos los responsables. Yo hice lo que tengo que hacer: mandé el programa de ajuste, de shock bien ortodoxo. No vamos a negociar nada», advirtió. «No acompañaron la licitación de bonos y eso trajo como consecuencia que el riesgo país suba. Los políticos tienen que tomar conciencia de que si no hacemos lo que hay que hacer, van a estar hundiendo a la sociedad en una crisis enorme», dijo.
El derechista diario La Nación admite la ignorancia de Milei en lo que leyes se refiere al desatarse una crisis militar a raíz de su firma de decretos que establecen cambios en el Ejército, ya que no sabía que implicaba que nombrar un jefe del Ejército (Carlos Presti) de una promoción más joven, significaba pasar automáticamente a retiro a 22 generales. “Dio la orden de que arreglen el problema”, aseguró al medio de prensa.
El gobierno suma apenas 38 diputados, siete senadores y no cuenta con gobernadores ni intendentes. Si el paquete de leyes no se aprueba en el Legislativo y el mercado presiona con la ampliación de la brecha cambiaria, la gobernabilidad de Milei se verá seriamente afectada, advierten desde la prensa hegemónica. Pero especula con que puede “comprar” algunos votos a cambio de prebendas.
El triunfo judicial de la Central General del Trabajo (CGT), principal fuerza sindical, y el paro nacional anunciado para el 24 de enero genera una seria amenaza al plan motosierra del ultraderechista. Sabe que si pierde esta partida, su imagen política se verá gravemente afectada y los gremios rápidamente empezarán con reclamos por paritarias ante la escalada inflacionaria que come el poder adquisitivo de los trabajadores.
Milei demuestra no solo improvisación a la hora de gobernar sino, además, un armado de imagen al estilo estadounidense que dista mucho de la realidad de su país. Admira a Donald Trump, comercia con la misoginia y dice cosas escandalosas para llamar la atención. Pero a pesar de lo que grita Milei, el Papa no es un emisario del ‘maligno’ ni la crisis climática es ‘una mentira socialista’”.
El diario británico The Guardian volvió a publicar una editorial contra Milei, donde señalan que dentro de su gobierno «hay elementos del fascismo, elementos tomados prestados del Estado chino y elementos que reflejan la historia de dictadura de Argentina». Además lo comparan con la ex primera ministra británica Liz Truss, quien permaneció en su cargo 45 días en el 2022.
Resume así su primer mes de gobierno: «Recortes masivos; demoler servicios públicos; privatizar bienes públicos; centralizar el poder político; despedir a funcionarios públicos; eliminar las restricciones a las corporaciones y oligarcas; destruir regulaciones que protegen a los trabajadores, a las personas vulnerables y al mundo vivo; apoyar a los propietarios contra los inquilinos; criminalizar la protesta pacífica; restringir el derecho de huelga».
El diario británico confirma que el programa de gobierno de Mileifue elaborado por el think tank Atlas Network, la internacional ultraderechista con sede en Estados Unidos (1). Steve Bannon es considerado el gurú (y financista) principal de la ultraderecha global. Luego de fomentar campañas de odio en Estados Unidos desde el sitio webBreitbart News, el proyecto supremacista de Bannon desembarcó en Europa.
El exasesor de Trump también posó su mirada sobre América latina, trabajando junto al presidente Jair Bolsonaro en Brasil. Bannon eligió al diputado Eduardo Bolsonaro, hijo del exmandatario, para ser el líder regional de la agrupación política mundial llamadaThe Movement, definida por sus miembros como la “Internacional de la Nueva Derecha”.
Aumenta, todo aumenta
El precio de la carne ha aumentado más del 50%, 45% que los boletos del transporte urbano y suburbano, mientras que el precio de los billetes de avión internacionales se ha duplicado. Los medicamentos incrementaron su precio en 140 por ciento. Los alimentos mostraron en diciembre una suba de 32, 5 por ciento, que se suman a los incrementos en combustible y la medicina prepaga. En menos de cuatro semanas la imagen negativa del Presidente escaló del 50,1 al 55,5 por ciento.
Los aumentos son tan veloces que cuando uno llega a la caja de un supermercado o una farmacia, los valores son mucho mayores que en las góndolas.
Todo lo que se quiere cambiar está destinado a alterar, desorganizar y perjudicar la vida y la cotidianidad de la mayor parte de los 46 millones de argentinos. La eliminación de herramientas usadas para contener los precios del azúcar, la energía eléctrica, el transporte y los hidrocarburos, trajo aumentos en todos los rubros.
La liberación de contratos de consumo -con bancos, tarjetas de crédito, billeteras virtuales, servicios de salud, alquileres, servicios de comunicación, seguros, entre tantos- ya se empezó a traducir en incrementos de tarifas. La falta de control (se eliminan todos) y claridad abren paso a las estafas empresariales.
El verso democrático
El objetivo prioritario del gobierno de la ultraderecha «libertaria» y sus aliados pasa por cambiar de raíz el modelo de acumulación argentino, aun si ello requiere poner patas arriba el andamiaje legal del país.
La revista Crisis señala que los libertarios tienen una concepción populista del poder que entiende que la única legitimidad la tiene el líder que recibe el mandato popular, una idea muy intensa que bordea lo religioso. Es una derecha que se autointerpreta como superior moralmente. Lo hace en nombre de los argentinos de bien, en nombre del bien, tratando de imponer el imaginario de una superioridad moral.
El escritor portugués José Saramago profetizó que “los fascistas del futuro no van a tener aquel estereotipo de Hitler o de Mussolini. No van a tener aquel gesto de duro militar. Van a ser hombres hablando de todo aquello que la mayoría quiere oír. Sobre bondad, familia, buenas costumbres, religión y ética. En esa hora va a surgir el nuevo demonio, y pocos van a percibir que la historia se está repitiendo”.
El auge de nuevos negacionismos (del genocidio armenio, del Holocausto, del cambio climático, del VIH/sida, de la pandemia del coronavirus, de la crisis de los migrantes, de genocidio de las dictaduras sudamericanas bajo el Plan Cóndor) se verifica con el ascenso de extremas derechas en países de Europa, en Estados Unidos y también en Latinoamérica, que beben (y se emborrachan) de fuentes del pasado.
La internacionalización del negacionismo
En octubre de 2017alertábamos (1) que “la internacional capitalista existe, la moviliza el movimiento libertario de extrema derecha (en inglés los llaman libertarians) y, obviamente, está muy bien financiada: funciona a través de un inmenso conglomerado de fundaciones, institutos, ONGs, centros y sociedades unidos entre sí por hilos poco detectables, entre los que se destaca la Atlas Economic Research Foundation, o la Red Atlas” (2)
La red, que ayudó a alterar el poder político en diversos países, es una extensión tácita de la política exterior de EEUU – los think tanks asociados a Atlas son financiados por el Departamento de Estado y la National Endowment for Democracy (Fundación Nacional para la Democracia – NED), brazo crucial del soft power estadounidense y directamente patrocinada por los hermanos Koch, poderosos billonarios ultraconservadores, añadían.
Lamentablemente, las hipótesis planteadas hace algunos años según las cuales el negacionismo contemporáneo era parte de un proceso de «regurgitación del pasado» se han evidenciado falsas. El historiador francés Pierre Vidal-Naquet rechazaba discutir con los negacionistas porque consideraba que era como discutir con alguien sobre si la luna es de queso o no.
The Guardianconcluye afirmando que «lostanques basura de dinero oscuro y la Red Atlas son un medio muy eficaz para disfrazar y acumular poder. Son el canal a través del cual los multimillonarios y las corporaciones influyen en la política sin mostrar sus manos, aprenden las políticas y tácticas más efectivas para superar la resistencia a su agenda y luego difunden estas políticas y tácticas por todo el mundo. Así es como las democracias nominales se convierten en nuevas aristocracias».
Aclaremos: un gobierno no es democrático por haber sido elegido por las urnas, porque al final lo único democrático que le va quedando a los pueblos es el derecho de ir a votar cada cuatro o cinco años por candidatos que él no eligió.
Mucho menos se puede decir democrático un gobierno como el de libertario Javier Milei, que justificó la dictadura, reclamó la suma del poder público y quiere prohibir desde el derecho de reunión hasta el de huelga, y reprimir la resistencia ciudadana, los piquetes, los cacerolazos y el paro nacional.
Este presidente ultraderechista maneja la política como propaganda, con una lógica tuitera que permite percibir con demasiado rapidez en mentira. Grita “Viva la libertad, carajo”y exige que el Congreso le delegue la suma del poder público por los cuatro años de su gestión.
Se hacen llamar “libertarios” y quieren limitar las reuniones de tres o más personas en la vía pública, como en la dictadura. Los trabajadores ya le prometieron el primer paro nacional para el 24 de enero.
*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
Tras las críticas al poder en los días posteriores al 7 de octubre, los canales de noticias se han consagrado a la moral nacional, confiando exclusivamente en las declaraciones militares e ignorando por completo a las víctimas palestinas.
La guerra de Gaza se presenta en las diversas pantallas israelíes dando parte de las cuentas oficiales del ejército israelí, directamente y sin cuestionarlas, y la rueda de prensa diaria del portavoz de las fuerzas armadas, el contralmirante Daniel Hagari. La cobertura, entretanto, le resta importancia a las preguntas críticas que surgen en el conflicto, como cuánto amenazan las maniobras terrestres las vidas de los rehenes israelíes en Gaza.
Se ignora las muertes de miles de familias palestinas en Gaza y la cobertura de los medios israelíes muestra imágenes de edificios destruídos sin mencionar la posibilidad de que haya gente enterrada bajo los escombros. Tan solo unas pocas voces en antena desafían la percepción del sistema, aunque la guerra estallara por la excesiva confianza en conceptos preestablecidos.
Se repite de manera obsesiva que las informaciones han sido aprobadas para su publicación por la censura militar. Los medios también dedican demasiada atención a la emotividad a expensas de la información seria en lo relativo al tema de los rehenes. A lo mejor, más que nada, lo que hay es un panorama mediático marcado por un sinfín de formas de autocensura.
Los periodistas y los investigadores de los medios temen que la industria de la comunicación israelí esté retomando malos hábitos en un intento por levantar la moral y afianzar la solidaridad con los soldados que arriesgan la vida en Gaza, y, al hacerlo, no esté mostrando la realidad que se vive allí.
“No hay instrucciones explícitas, pero se respira cierta atmósfera que no da cabida a las historias de las víctimas gazatíes en los boletines informativos”, señala un periodista de un destacado canal de noticias. “Nos rendimos al sentir de la gente, una manera de decir que después de una catástrofe tan grande, no deberíamos ‘darle al enemigo una oportunidad’”.
“El problema es que perjudica el papel de los periodistas porque los espectadores se acostumbran a no tratar al otro bando como seres humanos y no entienden por qué el mundo entero, que sí ve las duras imágenes de Gaza, nos da la espalda y trata a Israel como el agresor”.
“Los espectadores se acostumbran a no tratar al otro bando como seres humanos y no entienden por qué el mundo trata a Israel como el agresor”
David Gurevitz, investigador cultural y profesor en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Estudios Académicos de Gestión en Rishon Letzion, afirma que “al principio, cuando estalló la guerra, los medios de comunicación desempeñaron un papel responsable. Ahora se están convirtiendo en el brazo propagandístico del Gobierno, llenos de populismo y exaltado patriotismo. Lo que motiva a los medios es el deseo de atraer espectadores y conseguir índices de audiencia altos”.
No se puede discutir que los primeros días tras la masacre de Hamás, la televisión israelí mostró una profesionalidad encomiable en el que quizá fuese el momento más difícil que ha conocido nunca el país. “Tras el fatídico y espantoso ataque del 7 de octubre, fueron los medios los que intercedieron entre los civiles asustados y los derrumbados Gobierno y ejército; dieron voz a los clamores de los asesinados, exigieron respuestas y sirvieron de plataforma para los israelíes traumatizados”, indica Gurevitz.
Nurit Canetti, presidenta de la Unión de periodistas en Israel y presentadora de un programa de actualidad en la emisora de radio de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) Galei Tzahal, coincide. “La prensa entendió la carga sobre sus hombros y cumplió con su papel de mantener informada a la gente sobre lo que estaba pasando cuando nadie sabía lo que ocurría, ofrecer una plataforma a los desamparados e iluminar los lugares a los que el país había fallado, que no funcionaban o que sencillamente habían colapsado”, señala. “Los periodistas fueron los únicos que hablaron con las familias que habían perdido a un ser querido y con las familias de los rehenes”.
Fue esta profesionalidad la que propició que florecieran trabajos documentales en profundidad, como las historias de los fiascos relacionados con las advertencias de los observadores de las FDI y los rehenes en Be’eri. Estos informes se elaboraron “sin esperar las respuestas oficiales del Estado; los medios invirtieron recursos y presentaron a los espectadores historias en toda su complejidad. En este aspecto, merecen una medalla”, sostiene Canetti.
Sin embargo, abriéndose paso entre el profundo sentido de responsabilidad de las cadenas, ha aflorado una sensación de miedo constante a ofender a las familias de los rehenes o de los muertos, lo que ha llevado a la autocensura.
“Por un lado, hurgar en cuestiones delicadas es nuestra responsabilidad, pero por otro lado, cuesta tratarlas por lo difícil que le resulta al público”, indica. “Así que, una vez más, no estamos debatiendo asuntos que claramente van a acabar sobre la mesa de la gente en el futuro. ¿Cuándo vamos a hablar del elevado número de reservistas asesinados, del fuego amigo y los accidentes militares que generan cantidad de víctimas, del aumento de la violencia en Cisjordania?”.
“Hay miedo a la audiencia y a su reacción, y miedo a los políticos porque todo se vuelve política otra vez, y ‘la maquinaria de veneno’ es muy intensa”, apunta en referencia a la red de comentaristas y locutores incendiarios y de derechas que apoyan al primer ministro, Benjamin Netanyahu, y atacan a sus supuestos enemigos.
Dos meses y medio después del estallido de la guerra, cuesta evitar las preguntas molestas que surgen. ¿Cómo y por qué se ha rebajado la cobertura informativa hasta el punto en el que está sumida? ¿Puede compararse el actual comportamiento de los medios al de guerras anteriores? ¿Quién se beneficia de las informaciones sesgadas y tendenciosas? ¿Cómo se espera que se vea en pantalla el resto de esta guerra?
El caso de Chanel 12
La transformación que ha experimentado la televisión israelí desde el comienzo de la guerra se resume en el caso del presentador de Canal 12 Danny Kushmaro. En los primeros días de la guerra, recibió infinidad de elogios por la aflicción en su mirada, y este periódico lo nombró “la libido nacional”, alguien que había experimentado la conmoción “y la había resistido con valentía”.
“Decía lo que tenía que decir y, cuando informaba sobre el terreno, daba la sensación de que podía crear un partido político, presentarse a la Knéset y ganar las elecciones”, señala Mordecai Naor, escritor e investigador de los medios y la historia de Israel.
“Lo de hacer responsable al Gobierno era muy poco característico de Canal 12, y lo hicieron porque sentían que hablaban en nombre del público”, indica Tehilla Shwartz Altshuler, investigadora superior del Instituto Democrático de Israel. “La crítica al Gobierno era una expresión de patriotismo”.
A continuación llegó la invasión terrestre de la Franja de Gaza por parte de Israel y una nueva versión de Danny Kushmaro, que llevó un rifle de plástico del campo de batalla y lo paseó por el estudio. Llegados a ese punto, el investigador cultural Gurevitz, se desencantó del presentador de noticias.
“Se convirtió en uno de los representantes destacados de la retórica dura, el ejemplo de un hombre que había abandonado su papel periodístico de informar, criticar y abordar los asuntos de manera compleja y, en su lugar, hablaba todo el rato de ‘los animales humanos’ [de Hamás] con aires de superioridad”.
Cabe destacar que, por lo menos de momento, el programa de noticias “Ulpan Shishi” de los viernes por la tarde en Canal 12 no cuenta con un tertuliano que cumpla la función que desempeñaba Boaz Bismuth de defensor residente de Netanyahu. Cuando Bismuth, ahora miembro de la Knéset, dejó el programa para meterse en política, fue sustituido por Danielle Roth-Avneri, que no ha salido en antena desde que empezó la guerra.
Liberado de mensajes oficiales, el programa ha adoptado una línea relativamente crítica en contra del Gobierno y, en las últimas semanas, ha visto dispararse sus índices de audiencia a niveles que no conocía desde el primer confinamiento de la covid: más del 17% de toda la población en las dos primeras semanas de diciembre.
Y es que hay cierta sensación de que el tono general en el canal ha cambiado. “Guy Peleg tiene una sección habitual los viernes por la tarde en la que afirma que Netanyahu es un peligro para el país. Eso no representa las emisiones a lo largo de la semana”, indica Gurevitz.
El mes pasado, Peleg, el comentarista jurídico del canal, expresó su preocupación en “Ulpan Shishi” por el compromiso de los medios israelíes de mantener la moral nacional durante un reportaje sobre los intentos de la Oficina del primer ministro para reunir pruebas en contra del ejército por su comportamiento previo a la guerra, en contra del protocolo.
En referencia al franquiciado en Canal 12, Peleg señaló: “Keshet, nuestra compañía, puede dirigir una campaña sobre unidad y la gente puede colgar banderas a lo largo y ancho del país, pero el primer ministro nos está fragmentando”.
A pesar del bajo nivel de apoyo y confianza en Netanyahu por parte de la opinión pública, todas las declaraciones relativas a la guerra que ofrece a los medios se emiten en directo. Pero con el debido respeto a Kushmaro (o a Netanyahu), la figura más destacada que ha de examinarse para comprender la cobertura de la guerra es la del portavoz de las FDI, [Daniel] Hagari.
Al contrario que muchos de los ministros del gabinete de Netanyahu, a Hagari lo consideran creíble y popular, hasta tal punto, según Gurevitz, que la audiencia “lo trata como si fuese sagrado, sin ninguna crítica, y con una deferencia infinita que no se ha visto nunca hacia un portavoz de las FDI. Su acogida es absoluta en los programas de noticias”. Las sesiones informativas diarias en directo de Hagari se han convertido en un elemento fijo en las noticias de la tarde, como si se tratase de un prodigio de las ondas que trasciende un único canal.
“La fórmula es bastante fija”, indica Gurevitz, en referencia al orden de las principales emisiones de noticias de las 8 de la tarde, “con las noticias destacadas del campo de batalla, dos comentaristas, reportajes de ‘sufrimiento y valentía’ (los soldados que han caído en combate y las historias de los rehenes) y la rueda de prensa del portavoz de las FDI”.
Todas las tardes, Hagari se asegura de mencionar los nombres de los últimos soldados caídos y señala que el ejército entero está con sus familias. Por el contrario, las muertes de miles de niños palestinos están completamente ausentes de las noticias y la cobertura de actualidad.
“Desde el momento en que el ejército entró en Gaza por tierra, el portavoz de las FDI nos lo ha dado todo bien masticadito”, afirma Shwartz Altshuler, y destaca que en los primeros días tras la matanza del 7 de octubre en las comunidades fronterizas, los medios conseguían encontrar maneras creativas de informar sobre el terreno, incluso cuando estar allí suponía un riesgo.
“Pero desde [la entrada terrestre en Gaza el 27 de octubre], la imagen distorsionada del mundo que hemos estado viendo se basa fundamentalmente en el portavoz [de las FDI], y no debería ser así”, indica. “Tenemos que analizar qué se emite desde dentro de Gaza y qué se muestra en los medios extranjeros y crear una imagen que refleje la realidad”.
El periodista Ben Caspit, al que consideran en el centro político y el contrapunto de izquierdas de Amit Segal en el Canal 12 y Yinon Magal en la emisora de derechas Canal 14, calificó en un tuit el hecho de ignorar el sufrimiento en Gaza de necesidad moral: “¿Por qué prestar atención [a Gaza]? Se han ganado ese infierno a pulso, yo no siento la más mínima empatía”.
“Cifras como 20.000 muertos se vuelven abstractas cuando no ves las duras imágenes”
“Cifras como 20.000 muertos se vuelven abstractas cuando no ves las duras imágenes”, advierte Gurevitz. “La audiencia israelí no es capaz de albergar dos tipos de dolor juntos, observar e identificarse con la víctima humana al otro lado como tal, y los medios se aplican el cuento”.
Naor atribuye la decisión de los medios israelíes de ignorar el sufrimiento del otro lado al padecimiento constante de los 129 rehenes secuestrados de Israel que siguen cautivos en Gaza. “El golpe que hemos encajado nos ha endurecido el corazón y hace que no mostremos interés en el sufrimiento de otros”, asegura. “Por todo el mundo, intentan crear un equilibrio entre los [dos] bandos, pero nosotros no tenemos ese privilegio porque sabemos exactamente lo que nos pasó y seguimos sin saber qué pasará en el futuro con los rehenes. Es una encrucijada porque, en cuanto tenemos el cuchillo en la garganta, nos une el patriotismo”.
El periodista de informativos que habló con Haaretz afirma: “El ambiente que se respira en la redacción es que Hamás es el artífice de todo y que las cifras y los relatos que salen de Gaza hay que tomarlos con mucha precaución, que en realidad no hay ninguna base para mostrar nada. Es una situación complicada. Soy consciente del papel que desempeñamos en mantener la moral nacional. No digo que tengamos que mostrar [los acontecimientos] a partes iguales, pero ¿no puede haber al menos un 20% de la cobertura sobre [las víctimas de Gaza]? ¿Un 10%? Ni eso hay”.
La valoración de Shwartz Altshuler es que el móvil principal de la cobertura israelí de Gaza no es en realidad la falta de empatía hacia los palestinos que viven allí, sino más bien la relación con el portavoz de las FDI y la falta de acceso a contenido que no esté bajo sospecha de parcialidad a favor de los palestinos. Al contrario que en guerras anteriores, las FDI están impidiendo en gran medida que los periodistas extranjeros entren en Gaza.
“Es una historia complicada, entre el contacto con las fuentes y los trapicheos con la información, ‘lo que me dé el portavoz de las FDI’”, indica Shwartz Altshuler. “Me gusta el portavoz de las FDI, pero dar por sentado que cualquier cosa que diga es una verdad absoluta no es razonable. Un periodista que coge la información del portavoz de las FDI y la transmite ‘tal cual’ está traicionando su trabajo”.
Los bebés inexistentes
Yishai Cohen, el editor político de la página web de noticias ultraortodoxa Kikar Hashabbat, que también es comentarista invitado en Canal 12, tiene experiencia en este sentido. El 28 de noviembre, tuiteó una breve promo de una entrevista con el teniente coronel (en la reserva) Yaron Buskila, de la División de Gaza de las FDI, en la que Buskila aseguraba que el 7 de octubre había visto bebés “colgando en fila de una cuerda de tender” en Kfar Azza, invadido por terroristas de Hamás.
“Reconozco que no se me ocurrió que tuviera que comprobar la veracidad de una historia que venía de un teniente coronel”
“Reconozco que no se me ocurrió que tuviera que comprobar la veracidad de una historia que venía de un teniente coronel”, contestaba Cohen al explicar por qué había borrado el tuit tan solo unos minutos después de publicarlo. “Cometí un error”.
La entrevista con Buskila, que es el director de operaciones de la organización sin ánimo de lucro Foro de Seguridad y Defensa de Israel, asociada a las derechas, se la había ofrecido a Cohen el portavoz de las FDI. Un representante de la oficina del portavoz estaba presente en la entrevista.
Tras las declaraciones de Buskila sobre los bebés, la oficina del portavoz ya no concede más entrevistas ni reuniones con la prensa. En un comunicado en respuesta a una petición de que se pronunciase al respecto, la oficina indicó: “Se ha llevado a cabo una investigación y se han extraído las lecciones pertinentes”.
Un asunto relacionado es la poca diversidad de opiniones que presentan las mesas de debate en los medios de comunicación. La mayoría de los comentaristas –entre ellos, una gran cantidad de periodistas y personas anteriormente en puestos de autoridad que abarrotan los estudios desde el estallido de la guerra– usan la misma fuente, según afirma Shwartz Altshuler.
La mayoría de los comentaristas usan la misma fuente
“Así que, ¿cómo va a haber diversidad de opiniones y puntos de vista sobre la realidad?”, se pregunta. “Por ejemplo, Tamir Hayman, exdirector de Inteligencia Militar, que es comentarista en las noticias de Canal 12, es miembro de un limitado equipo de asesores del ministro de Defensa, Yoav Gallant, sobre la guerra”.
“¿Qué diferencia hay entre él y Jacob Bardugo?”, se plantea, en referencia a un estrecho colaborador de Netanyahu que ha trabajado en radio. “No creo que Hayman represente a Gallant, pero sí que representa el sistema de defensa”.
La cuestión, según señala, no es solo quién sale en antena, sino también quién no sale. Shwartz Altshuler cita revelaciones en los medios que apuntan que observadores de las FDI en puestos fronterizos y un oficial en la Unidad de Inteligencia Militar 8200 expresaron su preocupación por la existencia de indicios de que Hamás estaba planeando un ataque antes del 7 de octubre. La investigadora del Instituto Democrático de Israel también preguntó por qué los canales no aprovechaban la oportunidad para incluir más mujeres comentaristas.
“Al contrario que los hombres, ellas no formaban parte de la doctrina [equivocada] ni del sistema que falló. En cambio, siguen trayendo a mujeres para hablar de psicología y a hombres para hablar de defensa”, indica.
El 4 de diciembre, los periodistas publicaron una carta en la que llamaban a los directores de los medios informativos en televisión a cambiar el modelo y que al menos la mitad de los participantes en el debate fueran mujeres. Pero lo que resulta aún más llamativo que la ausencia de mujeres es que las voces de los ciudadanos árabes de Israel se han convertido en una rareza en las emisiones de noticias, incluso para los estándares habituales israelíes (a menos que su nombre resulte ser Yoseph Haddad, destacado defensor de Israel).
“La comunidad árabe ha sido excluida por completo del discurso, y por lo tanto la impresión general que se ha creado es que no existe en absoluto en conexión con estos hechos”
“La comunidad árabe ha sido excluida por completo del discurso, y por lo tanto la impresión general que se ha creado es que no existe en absoluto en conexión con estos hechos”, señala Kholod Idres, codirectora del Departamento por una Sociedad Compartida de la Asociación Sikkuy por la Promoción de Igualdad de Oportunidades, una organización sin ánimo de lucro.
“El ejemplo más claro es que los rehenes de la comunidad árabe fueron totalmente ignorados al comienzo de la guerra. Durante más de una semana, con la excepción de la radio Galei Tzahal, los principales medios de comunicación en Israel no mencionaron el hecho de que entre los cientos de israelíes que habían sido secuestrados y enviados a Gaza, también había ciudadanos árabes. En Canal 12, la primera alusión al tema no llegó hasta el 20 de octubre”.
Un ente que ha surgido de sus habituales sombras es la censura militar. Los canales de noticias israelíes han estado destacando el hecho de que diversas informaciones diplomáticas y militares han sido aprobadas por la censura, aunque no están obligados a indicarlo. ¿Un intento de tranquilizar a la audiencia? No necesariamente.
“Demuestra lo mucho que los medios están ganándose el favor de los espectadores y del sistema y lo mucho que quieren que los acepten”, señala Gurevitz. “Solo emitimos lo que es bueno para la moral. Queremos censura. No vamos a abrir la boca”.
Sin embargo, Naor tiene otra explicación: “Creo que los periodistas quieren dar a entender que se hallan en un dilema, es decir, ‘podríamos haber dicho más’. Es un guiño, una señal. Al fin y al cabo, a nadie le gusta que lo censuren”.
Llenar el vacío
La imagen completa de la guerra no se muestra, y los recorridos de Gaza que organiza la Oficina del Portavoz de las FDI para los periodistas en realidad no lo compensan, pero la búsqueda de los medios de “una imagen de victoria” explica al menos en parte el comportamiento de los medios.
“Lo veremos cada vez más fuerte en las próximas semanas, cuando la guerra empiece a decaer”, predice Shwartz Altshuler. El deseo de representar el fin de la guerra como una victoria que oculte el objetivo confeso de la guerra de derrotar por completo a Hamás es principalmente financiero, según afirma, no ideológico.
“Los medios no pueden indicarle a la audiencia que ‘hemos perdido’ y seguir vendiendo publicidad”, señala. “Necesitan que el Gobierno cree el dramatismo y el Gobierno necesita que ellos creen la narrativa”.
Los primeros signos de la tendencia se dejaron ver en las emotivas imágenes del regreso de los rehenes a Israel. “Fue un auténtico reality show”, apunta Shwartz Altshuler. “Contenido para llenar un vacío, sin valor informativo, pero invadiendo la privacidad de los rehenes que regresaban”.
Se documentaron las liberaciones aunque la privacidad de los rehenes se había respetado en la cobertura mediática israelí de los vídeos de rehenes publicados por Hamás. Tampoco figuran en la cobertura israelí las imágenes de los medios informativos extranjeros de los prisioneros palestinos a los que liberó Israel en intercambio por los rehenes y el reencuentro con sus familias.
Un ejemplo más reciente son las imágenes de cientos de prisioneros palestinos en Gaza, esposados y en ropa interior, emitidas a pesar de que se calculaba (según informó Haaretz) que en realidad solo entre un 10 y 15% de ellos eran miembros activos de Hamás o estaban asociados a la organización. (Una foto parecida se publicó en la guerra de Gaza de 2014).
Reclutar a los medios durante una guerra no es para nada un concepto nuevo, pero Gurevitz tiene la sensación de que esta vez, es más pronunciado que antes: “Los medios reflejan ahora nuestra situación traumática y la legitimación de actuar de un modo extremo por ello, y refleja una sed de venganza generalizada”, señala. “La venganza es algo que obviamente motiva a los ejércitos, pero en realidad no resuelve los problemas. La retórica dura y la sensación de histeria no proyecta la fuerza israelí, sino más bien desesperación y el deseo de ver imágenes de rendición a cualquier precio”.
Naor, que era subcomandante de Galei Tzahal durante la guerra de Yom Kipur de 1973 (y posteriormente se convirtió en comandante, el equivalente a director de radio), cree que hasta la forma más determinada de patriotismo termina por agotarse. Más que ningún otro conflicto, la guerra actual le recuerda a la Primera Guerra del Líbano de 1982. “En aquella ocasión, por primera vez, vimos la implicación de la política durante el periodo de guerra. Dos semanas después de que comenzase, hubo una revuelta de los medios en contra del sistema”.
Naor menciona al periodista Dan Shilon, que planteó una pregunta en Galei Tzahal en las primeras etapas de esa guerra: “¿Cómo salimos de este embrollo?”. El ministro de Defensa, por aquel entonces Ariel Sharon, trató sin éxito de sacar a Shilon del servicio de reserva en la emisora. Cuando las FDI investigaron la polémica, llegaron a la conclusión de que Shilon no estaba siendo crítico con ir a la guerra.
Las masacres de Sabra y Shatila por parte de los aliados Falangistas Cristianos de Israel se cometieron tres meses después, y los israelíes se echaron a la calle en lo que se llamó “la protesta de los 400.000” en lo que es ahora la plaza Rabín de Tel Aviv. En esta ocasión, también, Naor pone en duda el argumento de que no se debe expresar crítica de una guerra mientras se está librando (“silencio, estamos disparando”, como reza un dicho en hebreo). Un enfoque como este, según él, no puede durar mucho.
No puede subestimarse la conmoción que provocaron los acontecimientos del 7 de octubre, pero si alguien tenía la esperanza de que iban a producir cambios positivos en el comportamiento de los medios israelíes, lo más seguro es que se decepcione. “Las catástrofes no generan un cambio de la realidad. Eso requiere auténticos procesos”, afirma Shwartz Altshuler, y señala que incluso en plenos combates actuales, el Gobierno israelí no ha parado de intentar intervenir en los medios para sus propios fines, como por ejemplo, presionar para que reciban concesiones Canal 14, una emisora partidaria de Netanyahu, y estaciones de radio regionales.
“¿Por qué nadie en televisión dice que el ministro de Comunicaciones, Shlomo Karhi, está explotando el ‘silencio, estamos disparando’ para alterar el mercado televisivo?”, se pregunta. Altshuler afirma que no hay proceso positivo posible sin introspección exhaustiva, la cual no puede esperar a que acabe la guerra.
“Por ningún lado se mantienen discusiones genuinas acerca de las cuestiones que implican responsabilidad de los medios”, indica. “La gente está ocupada golpeando el pecho de los políticos, pero ¿y cuando apoyabas el paradigma que ha colapsado, cuando te tragabas todo lo que te echaban? Cuando regresamos a las prácticas de ‘el día de antes de la guerra’, es muy doloroso”.
Canal 12 se negó a responder a este artículo.
Este artículo se publicó el 25 de diciembre en Haaretz.