lunes, 22 de febrero de 2021

La cara B del 23-F .

 


La cara B del 23-F

40 años después del 'tejerazo', el sumario del juicio sigue siendo secreto. El historiador Roberto Muñoz Bolaños tiene una copia y corrige la 'versión oficial'.

Texto: Núria Navarro

Coordinación creativa: Rafa Julve

Los ciudadanos (o la mayoría) que hiperventilaron frente a la Telefunken al ver al teniente coronel Antonio Tejero y sus 200 guardias civiles entrar a la brava en el Congreso de los Diputados siguen creyendo en la versión oficial de los hechos: fueron un puñado de militares alentados por la extrema derecha y punto. Roberto Muñoz Bolaños, experto en la historia militar de la España del siglo XX, tiene una copia del sumario aún no desclasificado del juicio a los golpistas –se la entregó el abogado de Tejero, Ángel López Montero– y destapa la cara B en el libro El 23-F y los otros golpes de Estado de la Transición (Espasa). A continuación nos hace de cicerone por la trastienda del asalto.

1-¿EL ‘STORYTELLING' OFICIAL ES UNA RECREACIÓN MUY LIBRE?

Muñoz Bolaños no titubea: "Sí". A partir del 24-F, explica, un sector de la prensa se apresuró a tejer un relato para la posterioridad con dos vistosas lanas: 1/ el origen ideológico del golpe había que buscarlo en sectores de la extrema derecha civil, y 2/ ninguna institución importante del Estado –incluidos los partidos políticos y la Corona– había tenido nada que ver con el asunto. "El objetivo era salvaguardar a las élites y al Rey", apunta. Y la opinión pública –más cándida en los 80– lo 'compró' porque los señalados "eran un conjunto de personajes muy antipáticos".

Aun así, el historiador se pregunta en voz alta: "¿Cómo se pudo creer que alguien como Juan García Carrés [condenado a dos años de prisión por conspiración para la rebelión militar], que había presidido un sindicato que incluía a los serenos [vigilantes nocturnos que abrían las puertas a los vecinos] durante el franquismo, o que José Antonio Girón, que tenía 70 años y no pintaba nada, estuvieran detrás del golpe?". Como fuera, entre los 'blanqueadores' del relato, prosigue, "destacaron periodistas como Ricardo Cid Cañaveral, Fernando Jáuregui y Pilar Urbano", que 32 años después acabaría señalando a Juan Carlos I como el "elefante blanco" de la operación golpista en el libro 'La gran desmemoria: lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar'.

 https://www.elperiodico.com/es/especiales/politica/cara-b-23-f-sh/


Pablo Iglesias sobre el poder mediático .

La verdad de Pablo Iglesias sobre el poder mediático y seis mentiras de los medios .

"El pasado 17 de febrero el vicepresidente Pablo Iglesias intervino en el Congreso durante poco más de doce minutos para hablar del poder mediático y su papel determinante en la democracia"

"Tuvo el valor de, desde el cargo más alto de un país hasta ahora, en el lugar más legítimo y valioso de la democracia (el Parlamento), decir lo que nadie había dicho"

"Los medios y popes de la prensa y la política que critiquen esa intervención no están criticando unas iniciativas políticas que no compartan, están combatiendo la verdad"

 Pascual Serrano  

El pasado 17 de febrero el vicepresidente Pablo Iglesias intervino en el Congreso durante poco más de doce minutos para hablar del poder mediático y su papel determinante en la democracia.

 En realidad Iglesias no descubrió nada nuevo, no aportó ninguna información que no supiéramos, no ofreció ningún dato novedoso, no argumentó algo que no se haya dicho y escrito muchas veces. Sin embargo, sí hay algo excepcional en lo que sucedió, sí que resultó emocionante, sí que nos encontramos ante una intervención fuera de lo común, muy alejada de lo habitual. Y porque tuvo el valor de, desde el cargo más alto de un país hasta ahora, en el lugar más legítimo y valioso de la democracia (el Parlamento), decir lo que nadie había dicho.

 Ya comenzó advirtiéndolo en su discurso: “No es habitual que se debata en el Congreso cual es el papel de los medios de comunicación en las sociedades democráticas, es un tema tabú, síntoma de una carencia de nuestra democracia”, vino a señalar. Claro que no es habitual, los políticos se dedican a criticar a los otros políticos, a defender posiciones y propuestas a favor de los sectores sociales con los que se identifican, pero nunca a denunciar a los actores que tienen el poder para decidir qué mensaje y qué imagen de ti va a llegar a los ciudadanos.

 Y ese es el gran problema. Hoy, más que nunca, el papel de los medios es fundamental, sobre todo porque vivimos tiempos en los que nada o muy poco se puede hacer sin el apoyo de la opinión pública, lo cuál no es mala cosa. El problema es que también lo más infame se puede hacer si consigues ese apoyo. Y más problema todavía es si es un reducido núcleo de poder el que tiene la capacidad de conformar esa opinión pública. Tan reducido que, como recordó Pablo Iglesias, en España dos empresas acaparan el 80% de la audiencia de televisión privada y el 83% de ese mercado publicitario.

 El sistema mediático lleva años abusando de mitos que es necesario desmontar:

 1. Los medios tienen como misión ejercer la libertad de expresión.

No es verdad. La libertad de expresión no debe ser patrimonio de los medios, ni siquiera de los periodistas, es de los ciudadanos. Si los medios seleccionan qué personas se expresan en ellos y quiénes no, de qué temas se ocupan y de cuáles no; lo que están ejerciendo es el derecho a la censura. Es decir, a señalar lo que sale a la luz y lo que se silencia.

 2. Los medios son el contrapoder a los otros poderes.

Los medios no son contrapoder de nada, son un poder por sí mismo que se dedicará a apoyar lo que consideren oportuno. Y considerarán oportuno lo que establezcan los dueños de ese medio, como sucede con todo en el mercado. Precisamente los otros tres poderes, esto también lo señaló Iglesias, tienen una cierta representación y legitimidad democrática, con todas sus deficiencias. Quienes no la tienen son los grandes medios, que nadie les vota ni elige.

 3. Los medios son los mediadores entre los políticos y los ciudadanos porque a través de ellos conocemos sus propuestas y posiciones.

En realidad los medios son interceptadores entre los representantes y los ciudadanos. Diría más, obstaculizadores, porque se encargan de conformar la imagen que quieren que tengamos de un político y de su discurso. Mediante su selección y edición pueden presentar estúpido al más inteligente, y brillante al memo. Mediante técnicas de descontextualización, omisión de antecedentes y datos pueden tergiversar cualquier propuesta o iniciativa del político. O simplemente pueden silenciarlo. O, al contrario, pueden encumbrarlo si es de su interés. El sistema mediático consigue que todos los días un columnista que no representa a nadie pueda dirigirse a cientos de miles de personas de su audiencia, mientras que un ministro o un diputado, elegido por millones de personas puede no tener acceso a ese medio para poder responder al periodista.

 4. Nuestro derecho a la información nos lo proporcionan los medios de comunicación.

Ninguna empresa privada puede garantizar ningún derecho, las empresas privadas ofertan en el mercado productos y servicios, lo cuál está bien, pero los derechos son otra cosa. Los derechos como la sanidad, la educación, el de reunión, el de movimiento o el de asociación tenemos claro que no los garantizan las empresas privadas, los proporciona un Estado social y de derecho. ¿Por qué el de información te lo va a garantizar Atresmedia o Prisa?

 5. Establecer legislaciones destinadas a garantizar la veracidad de la información supone un atentado a la libertad de expresión.

El derecho a recibir una información veraz se recoge en el artículo 20 de nuestra Constitución, cuando un medio ofrece una información que no es verdad, está violando un derecho constitucional que tienen millones de personas a los que les ha llegado esa falsa información. Legislar para impedir eso debería ser una obligación de los poderes públicos. Cuando los grandes medios quieren que no se haga es porque quieren mantener su impunidad para mentir.

 6. Los medios se legitiman con sus datos de audiencia.

Cualquier análisis financiero de los grandes medios permitirá observar que se mantienen por, en primer lugar una licencia radioeléctrica dada a dedo por un Gobierno que mantienen de forma privilegiada durante décadas, después porque tienen un gran accionariado detrás conformado por entidades financieras, empresas de telecomunicaciones, energéticas, fondos de inversión... Además necesitan para su funcionamiento flujos constantes de préstamos financieros por parte de las entidades bancarias. Por último, es imprescindible contar con el beneplácito de anunciantes, a ser posible de gran músculo económico, para lograr rentabilizar el medio. Basta con pararse a pensar a qué medios de los que cada uno utilizamos para informarnos le pagamos por su servicio. A todo el que usted no le paga, alguien lo está haciendo a cambio de algo, que no es información plural y veraz.

 La intervención de Pablo Iglesias provocará dos tipos de reacciones en los grandes medios: unos la criticarán y otros directamente la silenciarán. Lo curioso es que Iglesias se limitó a exponer una situación, ni siquiera hizo propuestas que tuvieran que preocupar a las empresas de comunicación. Los medios y popes de la prensa y la política que critiquen esa intervención no están criticando unas iniciativas políticas que no compartan, están combatiendo la verdad. Precisamente de lo que alardean esos grandes medios, de abanderar la verdad, es lo que no pueden soportar en la tribuna del Congreso de los Diputados.

https://www.cuartopoder.es/ideas/2021/02/19/la-verdad-de-pablo-iglesias-sobre-el-poder-mediatico-y-seis-mentiras-de-los-medios/

 Video .. para oírlo mejor hay que quitarle la voz y poner los subtítulos  sino tiene interferencias (?)

 https://youtu.be/yDwOcVxxPek

sábado, 20 de febrero de 2021

Obra de la escritora Arundhati Roy ,


No hay nadie como la escritora Arundhati Roy

 Joel Whitney

Es conveniente para el Estado ver cada nuevo levantamiento de manera ahistórica. Presentarlo en un marco de Guerra Fría maoísta (léase: comunista) frente al progreso

 En el subcontinente indio, Arundhati Roy irrita más que nadie a los medios de comunicación y las élites políticas. Tal vez sea porque ningún literato de hoy, en India o en cualquier parte del mundo, ofrece como Roy una prosa tan bella y penetrante en defensa de los condenados de la tierra.

 Es posible fijar la secuencia que sigue la política india por el tiempo que ha transcurrido desde que Arundhati Roy enfureció al gobierno. Ha sido precisa y amargamente predictiva tras su meticulosa disección de dos décadas de desarrollo insostenible en la India -con su nacionalismo hindú islamófobo y su violencia de casta-, junto a la búsqueda de un imperio global por parte de EEUU.

 Cuando se aprobó en India la ley de diciembre -que restringe los derechos de ciudadanía de los musulmanes-, quienes suelen leer los ensayos de Roy ya disponían de un marco, que se remontaba a dos décadas atrás, para ubicar estos hechos. A mediados de invierno, los musulmanes eran golpeados y linchados en las calles de la capital. Esto fue impactante, pero nada nuevo, y quienes habían leído sus ensayos recordaron sus advertencias sobre los asesinatos en masa en Gujarat en 2002, un temprano estallido de lo que ella calificaba explícitamente de genocidio contemporáneo. Roy es conocida por dos novelas melódicas y maravillosamente complejas. El Ministerio de la Felicidad Máxima,seleccionada para el Premio Booker en 2017; y la novela con que debutó, El dios de las pequeñas cosas, que ganó ese mismo premio hace 20 años. El verano pasado, con fanfarrias menos sonoras, sus ensayos fueron recopilados -en una edición de más de ochocientas páginas- por Haymarket Books con el título Mi corazón sedicioso. Ahora que Roy se acerca a los 49 años, los tres libros vienen a ser todo un gran logro literario.

 Con el título de sus ensayos, Roy hace guiños al poder para irritar a los fiscales generales y sus aliados en los medios. Los primeros son propensos a abofetearla con cargos (desde que apareció su primera novela), y los segundos a acampar al lado de su casa para acosarla por su supuesta traición "antinacional". Mientras estaba trabajando en su segunda novela, sintió la necesidad de huir del subcontinente. El Ministerio de la Felicidad Máxima es magistral e intrincado. El humor melódico presente en sus novelas también adorna sus ensayos, de modo que su desprecio por las políticas deshumanizadoras y paternalistas en India y EEUU se complementa con un amor profundamente sentido por la lengua, guiños irónicos y una manera de desenmascarar merced a la solidaridad de clase trabajadora, además del cariño por los animales salvajes y el amor a la naturaleza.


Sus ansiedades guían a los lectores y lectoras por los senderos de la violencia de los grandes proyectos hidroeléctricos, el alegre ingreso de India al club de las potencias nucleares y las atroces políticas en Cachemira. Una cuestión omnipresente es la preocupación sobre lo mal que todo puede llegar a ser antes de que la izquierda del país cuestione suficientemente la narrativa de superpotencia de la India moderna. "Dada la historia de la India moderna, creo que teníamos que pasar por esta fase", dijo a un entrevistador, el otoño pasado, que le preguntó por el gobierno del primer ministro de extrema derecha, Narendra Modi. "Solo espero que no paguemos un precio demasiado alto hasta que salgamos de esto."

Sigue................

 https://www.lahaine.org/mundo.php/no-hay-nadie-como-la





La ley mordaza bajo el ministro Marlaska



La mordaza en la ley y la violencia en las protestas

Hemos visto contenedores ardiendo y escaparates rotos, y merece la pena un mínimo análisis al respecto, más allá de la inmediatez de la repulsa

Ruth Toledano

 Las personas concentradas en la Puerta del Sol de Madrid en defensa de la libertad de expresión fueron encerradas en la plaza por los antidisturbios, que cargaron contra ellas

Las personas concentradas en la Puerta del Sol de Madrid en defensa de la libertad de expresión fueron encerradas en la plaza por los antidisturbios, que cargaron contra ellas

19 de febrero de 2021 22:47h 31

Una de las opiniones de repulsa más extendidas en los medios y las redes sociales acerca de las personas que han acudido a las protestas contra el encarcelamiento de Pablo Hasel es que no sabían ni por qué protestaban. Es una opinión arrogante y paternalista, desde luego. Pero, además, obvia cuestiones relevantes en relación a esas protestas: en vez de despreciar así las motivaciones que han llevado a esas personas a salir a la calle a manifestarse, podría deducirse que lo han hecho porque sigue vigente la llamada Ley Mordaza, la Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana, que cumplió cinco años en julio de 2020 y que supone el mayor recorte de libertades públicas que se ha dado en la historia democrática reciente del Estado español. La prisión de Hasel ha sido la gota que ha colmado un vaso que ya estaba a punto de rebosar.

 La Ley Mordaza fue aprobada por el Gobierno de M. Rajoy para reprimir las legítimas protestas que se organizaron entonces frente a las políticas de austeridad, que llevaron a la desesperación social a millones de ciudadanos, y frente a unos rescates a la banca que ahogaron a esa ciudadanía en mareas de indignación. Quienes claman ahora por la protesta pacífica han olvidado que la inmensa mayoría de las protestas de entonces (unos derechos de expresión, información, manifestación y reunión que son humanos y están recogidos en la Constitución Española) eran de naturaleza pacífica. O lo han olvidado o ni siquiera estuvieron en aquellas protestas para poder confirmarlo de primera mano, por lo que su opinión es de un atrevimiento que la invalida. Al poder político, económico y mediático, al sistema que aplicaba esos recortes a la ciudadanía y rescataba a esos bancos con la complicidad de ciertos medios, lo que menos le interesaba era, precisamente, esa naturaleza pacífica, así que se empleó a fondo en criminalizar las protestas. Ya son historia las pruebas que demostraron cómo muchas manifestaciones eran reventadas con violencia por miembros infiltrados de los propios cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado ("¡que soy compañero, coño!"), una estrategia habitual que cualquiera podía comprobar in situ. Cualquiera que asistiera a esas protestas, claro.

 El siguiente paso de la estrategia del sistema fue que el poder político aprobara una ley que presuntamente defendiera a la ciudadanía de esa presunta inseguridad que provocaba el ejercicio de los derechos a la libertad de expresión, de manifestación, de información y de reunión. Una ley que el poder económico exigía al Gobierno y que fue posible implantar gracias a una buena dosis de connivencia mediática. Los partidos de la oposición pusieron, claro, el grito en el cielo y no faltó programa electoral que no llevara como medida estrella la derogación de la escandalosa Ley Mordaza. Hasta que esos partidos llegaron al poder. Y, cinco años y medio después, Tribunal Constitucional mediante y más de 400 millones de euros recaudados en sanciones, la Ley Mordaza sigue vigente.

 Las personas paternalistas que se atreven a tachar de ignorantes a quienes van a las manifestaciones en contra del encarcelamiento de Pablo Hasel pasan por alto que una recaudación de más de 400 millones de euros supone un número muy elevado de sanciones, lo que significa un número muy elevado de personas que han sido castigadas por ejercer sus legítimos derechos democráticos. Personas con nombres, apellidos, familias, trabajos, inquietudes políticas, cuyos derechos humanos y constitucionales han sido reprimidos con la ley y la porra en la mano en la España del siglo XXI. Sería razonable pensar que muchas de esas personas han salido estos días a las calles a manifestarse por la última gota de un vaso en el que ya estaba su propia gota. O que salieron sus hijos, sus amigas, sus compañeros. O, simplemente, una ciudadanía que se solidariza contra el abuso de poder del que muchos y muchas han sido víctimas antes que Hasel. Decir de todas esas personas no sabían ni a lo que iban denota mucha soberbia, mucha insolidaridad y un enorme desconocimiento de lo que es una manifestación ciudadana (manifestación que no vaya precedida, claro, de una pancarta institucional, de esas que son capaces de sostener para la foto los mismos que sostienen la injusticia que denuncia).

 Hemos visto contenedores ardiendo y escaparates rotos, y merece la pena un mínimo análisis al respecto, más allá de la inmediatez de la repulsa. Para empezar, porque en tales situaciones no suele quedar claro quién ha encendido la primera mecha o lanzado el primer adoquín. Podrían ser, porque lo hemos visto antes y está en la hemeroteca, miembros infiltrados de la policía ("¡que soy compañero, coño!"). Lo cual vendría a legitimar la aplicación de la ley contra la que, precisamente, se sale a protestar: se criminaliza la protesta porque es violenta. Aceptemos, no obstante, que quienes incendiaron los contenedores y rompieron cristales han sido personas que participaban de las protestas. Si miramos con detenimiento los vídeos de Madrid, vemos que los concentrados en Sol han sido encerrados allí por los antidisturbios. Nadie está quemando ni rompiendo nada en el perímetro acordonado pero ni siquiera se permite salir de la plaza a quienes manifiestan a los agentes, pacíficamente, que desean hacerlo. Lejos de ello, vemos cómo les responden machacándolas a porrazos. En los vídeos de Valencia, los antidisturbios se lanzan asimismo a golpes contra una masa que también avanza pacíficamente y no está rompiendo ni quemando nada. En Barcelona, los Mossos disparan balas de foam, munición utilizada una vez que las pelotas de goma fueron prohibidas en Catalunya en 2014. Reprimir protestas ciudadanas con balas que revientan globos oculares, que es lo que le hicieron a una chica de 19 años el otro día en Barcelona, demuestra el ínfimo grado de respeto y sofisticación en los métodos policiales para velar por la presunta seguridad ciudadana, y es un ejercicio incontestable de violencia.

Habrá, pues, quien a golpe de porrazo y de balazo se altere lo bastante como para empezar a quemar lo que se encuentre por delante. Ya sabemos: violencia llama a violencia. Y, sí, la vulneración de derechos, como los que son conculcados por la Ley Mordaza, produce rabia. La policía debería precisamente saber contener esa rabia sin recurrir a la violencia. Si los cuerpos y fuerzas de seguridad de Estado fueran protectores y no represores, si estuvieran al servicio de la ciudadanía y no de los poderes que la oprimen, desarrollarían, para velar por la seguridad ciudadana, los métodos pacíficos que se exigen a una ciudadanía mayoritariamente pacífica. Habría menos contenedores quemados, menos escaparates rotos y más derechos humanos.

 

https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/violencia-protestas-ley-mordaza-pablo-hasel_129_7235417.html

  

 El sindicato de la goma de Marlaska en acción 

 Y ver 

 https://www.lahaine.org/est_espanol.php/brutalidad-policial-mas-de-una

 Y  ver 

https://www.publico.es/politica/detenidos-subinspector-y-agente-policia.html

 y ver  

..https://blogs.publico.es/repartidor/2021/02/20/que-es-violencia/

viernes, 19 de febrero de 2021

El mensaje del silencio.

 Elecciones catalanas

El mensaje  del silencio

La tasa récord de abstención revela el agotamiento de la sociedad catalana ante el falso dilema entre ruptura o inmovilismo.

 Carlos Castro.

“Para qué vamos a cambiar nada si las cosas ya no pueden ir peor”. Esta frase tan representativa del cinismo político podría explicar la conducta de muchos de los electores que el domingo acudieron a las urnas, pero también de buena parte de los que optaron deliberadamente por quedarse en su casa. Las comparaciones pueden ser odiosas y además absurdas. Por eso, la caída en la participación no puede verse solo a la luz de los resultados excepcionales de los comicios del 2017.

 sigue 

https://www.lavanguardia.com/politica/20210216/6249813/mensaje-silencio.html


miércoles, 17 de febrero de 2021

Pablo Hasél en la cárcel y el rey emérito a cuerpo de rey .

 

Estos son los 64 tuits y la canción por los que ha sido condenado el rapero Pablo Hasél

La Audiencia Nacional ha condenado al rapero por los delitos de enaltecimiento del terrorismo, injurias a la Corona e injurias y calumnias a las Instituciones del Estado. El músico ya fue condenado en 2014 por el Supremo por el primer delito.


ver

https://www.publico.es/sociedad/estos-son-64-tuits-y-cancion-sido-condenado-rapero-pablo-hasel.html

ver

https://youtu.be/S6VcZidg66Q

las protestas...https://www.infolibre.es/noticias/politica/2021/02/17/protestas_detencion_hasel_116846_1012.html

lunes, 15 de febrero de 2021

Mientras EE.UU. dormía .

 

Mientras EE.UU. dormía

Despertar y descubrir que has desaparecido como potencia mundial


Fuentes: TomDispatch - Imagen: “El curso de un Imperio: Destrucción” , Thomas Cole


Después de cuatro años de mandato errático de Donald Trump, Estados Unidos está despertando de un sueño largo y turbulento para descubrir, como el personaje de ficción Rip Van Winkle, que el mundo que una vez conoció ha cambiado más allá de todo reconocimiento.

En ese clásico cuento americano de Washington Irving publicado en 1819, un granjero amable, aunque perezoso, sale de su aldea colonial para ir a cazar a las montañas Catskill. Allí se encuentra con un grupo de hombres misteriosos, bebe en abundancia de su barril de licor y cae en un largo sueño. Al despertar descubre que le ha crecido una barba blanca hasta el vientre y que su juventud se ha marchitado hasta convertirse en una vejez irreconocible. Al regresar a su pueblo, descubre que su esposa murió hace mucho tiempo y que su casa está en ruinas. Mientras tanto, en el letrero sobre la taberna del pueblo donde pasó tantas horas agradables ya no aparece el rostro de su amado rey Jorge, el monarca británico, sino que ha sido reemplazado por alguien llamado general Washington. En el interior, la charla cordial de los días de la colonia ha dado paso a una ferviente campaña electoral por algo llamado Congreso, sea lo que eso sea. Increíblemente, Rip Van Winkle había estado durmiendo durante toda la Revolución Americana.

Si bien este país ha estado caminando también dormido a través del sueño febril de la versión de America First del presidente Donald Trump, el mundo siguió cambiando de forma tan decisiva como durante aquellos siete años en que los Continentales del general Washington lucharon contra los casacas rojas británicas. Así como el rey Jorge sufrió una terrible derrota que le costó las 13 colonias, Estados Unidos ha perdido, a una velocidad igualmente asombrosa, su liderazgo en la comunidad internacional.

¿De quién es la isla mundial?

Durante los ocho años anteriores a que Donald Trump asumiera el cargo en 2017, Estados Unidos parecía estar adaptándose creativamente a algunos serios desafíos a su hegemonía global posterior a la Guerra Fría. Después de la crisis financiera de 2007-2008, la peor desde la Gran Depresión, un programa bipartidista de estímulos salvó la industria automotriz de la nación y lanzó una recuperación económica lenta pero sostenida.

Washington, impulsado por una renovada vitalidad económica, parecía tener una oportunidad razonable de controlar el desafío económico global, demasiado real y creciente, de China. Después de todo, utilizando los 4 billones en reservas de divisas que había ganado en 2014 por su nuevo papel como taller del mundo, Pekín había lanzado una Iniciativa de la Franja y la Ruta de un billón de dólares centrada en convertir la vasta masa continental euroasiática (y partes de África) en una zona comercial integrada, una verdadera “isla mundial” que excluiría a Estados Unidos y socavaría radicalmente su liderazgo mundial.

En sus dos mandatos como presidente, Barack Obama, el predecesor de Trump, siguió una inteligente estrategia de compensación, buscando dividir económicamente la potencial isla mundial de Pekín en su división continental de los Montes Urales. La Asociación Transpacífica (TPP, por sus siglas en inglés) planeada por Obama, que excluía deliberadamente a China, fue la piedra angular de su estrategia para atraer el comercio de Asia hacia Estados Unidos, convirtiendo así la Iniciativa de la Franja y la Ruta en un caparazón hueco. Ese borrador de tratado, que habría superado cualquier otra alianza económica excepto la de la Unión Europea, se diseñó para integrar las economías de doce naciones de la cuenca del Pacífico que generaban el 40% del producto mundial bruto, y Estados Unidos iba a estar su mismo centro.

Para menguar el comercio de la otra mitad de la potencial futura isla mundial de Pekín, Obama también estaba llevando a cabo negociaciones para una Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión con la Unión Europea. Su economía combinada de 18 billones de dólares era ya la mayor del mundo y representaba el 20% del producto mundial bruto. La alineación regulatoria propuesta entre Europa y Estados Unidos habría agregado supuestamente 260.000 millones de dólares a su comercio anual total. La audaz gran estrategia de Obama fue utilizar esos dos pactos para arruinar los planes de Pekín, lo que daría a Estados Unidos un acceso preferencial al 60% de la economía mundial.

Por supuesto, el esfuerzo de Obama se encontró con fuertes vientos en contra incluso antes de dejar el cargo. En Europa, una coalición de oposición de 170 grupos de la sociedad civil protestó porque el tratado transferiría el control sobre la regulación de la seguridad del consumidor, el medio ambiente y el trabajo de los Estados democráticos a tribunales de arbitraje corporativo cerrados. En Estados Unidos, el plan de Obama se enfrentó a fuertes críticas incluso dentro del Partido Demócrata. Figuras clave como la senadora Elizabeth Warren se opusieron a la posible degradación de las leyes laborales y ambientales a través del TPP. Ante unas críticas tan fuertes, Obama tuvo que depender de los votos republicanos para obtener la aprobación del Senado en la autorización por la vía rápida para completar la ronda final de negociaciones sobre el tratado. Esa oposición, sin embargo, se aseguró de que ninguno de los acuerdos se aprobara antes de que él dejara el cargo.

Sin embargo, fue Donald Trump quien dio el golpe de gracia. Inmediatamente después de su investidura, limitó las conversaciones comerciales con Europa y se retiró de la Asociación Transpacífica, diciendo: “Vamos a detener los ridículos acuerdos comerciales que han sacado… a las empresas de nuestro país, y vamos a revertirlos”.

Política exterior unilateral

En cambio, Trump adoptaría la estrategia unilateral de America First que pronto provocó una costosa guerra comercial con China. Después de dos años de aranceles crecientes en ambos lados del Pacífico que dañaron la economía de Estados Unidos, Trump capituló en enero de 2020, firmando un acuerdo que rescindía los aranceles estadounidenses más prohibitivos a cambio de la promesa inaplicable de Beijing de comprar más productos estadounidenses. Después el presidente elogió su “gran y hermoso” acuerdo comercial como una victoria enorme, aunque no fue sino una rendición mal disimulada.

Mientras su Casa Blanca parecía obsesionada en jugar con sus lazos bilaterales con China, Pekín estaba robando una página del manual estratégico global de Obama, superando a Washington al perseguir dos acuerdos comerciales multilaterales que deberían haberle parecido inquietantemente familiares a cualquiera que haya vivido los años de Obama. En noviembre de 2020, Pekín lideraría a 15 naciones de Asia y el Pacífico en la firma de una Asociación Económica Integral Regional que prometía crear la zona de libre comercio más grande del mundo, que engloba a 2.200 millones de personas y casi un tercio de la economía mundial. (1)

Solo un mes después, el presidente de China, Xi Jinping, se anotó lo que un experto llamó “un golpe geopolítico” al firmar un acuerdo histórico con los líderes de la Unión Europea para una integración más estrecha de sus servicios financieros. En efecto, el acuerdo brinda a los bancos europeos un acceso más fácil al mercado chino, al tiempo que acerca más al continente a la órbita de Pekín. El cambio de Washington es tan importante que el asesor de seguridad nacional entrante del presidente Biden, Jake Sullivan, instó públicamente a los aliados de la OTAN a consultar primero con la nueva administración antes de firmar el acuerdo, una petición que simplemente ignoraron. De hecho, este tratado es posiblemente la mayor brecha en la alianza de la OTAN desde que se formó ese pacto de defensa mutua hace más de 70 años.

A través de una sorprendente inversión de la audaz táctica geopolítica, aunque no llegó a plasmarse, de Obama de utilizar pactos multilaterales para atraer el comercio de Eurasia hacia Estados Unidos, esos dos acuerdos le darán a China acceso preferencial a casi la mitad de todo el comercio mundial (sin siquiera tener en cuenta la Iniciativa de la Franja y la Ruta, que aún se encuentra en desarrollo). En un golpe maestro diplomático, Pekín aprovechó la ausencia de Trump de la arena internacional para negociar acuerdos que podrían, junto con la mencionada Iniciativa, dirigir una parte creciente del capital y el comercio del continente euroasiático hacia China. En los próximos años, la inclusión de Pekín bien podría significar la exclusión de Washington de gran parte del floreciente comercio que seguirá haciendo de Eurasia el epicentro de la economía mundial.

El declive y caída de ya saben qué gran potencia

Si eso fuera todo, entonces podríamos anotar algunas victorias significativas para China y esperar a que el equipo de política exterior de Biden intente igualar el marcador. Pero están sucediendo muchas más cosas que sugieren que esos tratados fueron una clara manifestación de tendencias más profundas y preocupantes.

Cuando los imperios entran en decadencia y caen, rara vez colapsan en el tipo de apocalipsis repentino retratado en una serie monumental de pinturas titulada “El curso del imperio” por otro habitante de las montañas Catskill, el renombrado artista Thomas Cole. Su pintura de 1836 en esa serie, ahora colgada apropiadamente en el Museo Smithsonian en Washington, muestra a un “enemigo salvaje” saqueando una gran capital imperial cuyos habitantes, degradados por años de vida lujosa, solo pueden huir aterrorizados mientras las mujeres son violadas y los edificios quemados.

Sin embargo, los imperios suelen experimentar un declive largo y menos dramático antes de caer en la modalidad romana gracias a eventos cuya lógica solo aparece años o incluso décadas después, cuando los historiadores intentan revisar los escombros. Por lo tanto, es probable que así suceda en lo que era (y sigue siendo en muchos aspectos), hasta mediados de la semana pasada, el Estados Unidos de Donald Trump, donde los signos de declive son tan erráticos como omnipresentes.

El presagio más revelador de ese declive, el propio Trump, se encuentra ahora exiliado en su Club Mar-a-Lago en Florida. Hace diez años, en un ensayo para TomDispatch titulado “Four Scenarios for the End of the American Century by 2025” [“Cuatro escenarios para el fin del siglo estadounidense en 2025”], sugería que la hegemonía global de Estados Unidos no terminaría con el estallido apocalíptico de Thomas Cole, sino con el gemido de una retórica populista vacía. “En una marea política de desilusión y desesperación”, escribí en diciembre de 2010, “un patriota de extrema derecha captura la presidencia con retórica atronadora, exigiendo respeto por la autoridad estadounidense y amenazando con represalias militares o económicas. El mundo casi no presta atención cuando el siglo estadounidense acaba en silencio”.

La elección de Trump en 2016 hizo demasiado real lo que hasta entonces solo me había parecido una posibilidad preocupante. Con una prestidigitación digna de los trucos de aquel showman del siglo XIX P.T. Barnum (como el supuesto gigante de Cardiff o la sirena de la isla de Fiji), el programa de televisión de Trump “The Apprentice” presentaba a Donald como un multimillonario hecho a sí mismo de extraordinaria habilidad financiera. ¿Quién mejor para rescatar a Estados Unidos de la pérdida de empleos, los salarios estancados y la competencia extranjera provocada por la globalización económica? Pero resulta que Trump había hecho trampa para ingresar a una universidad de la Ivy League; muchos de sus negocios habían quebrado; y su tan cacareada habilidad empresarial se reducía esencialmente a desperdiciar una herencia de 400 millones de dólares de su padre. Como predijo el periodista H.L. Mencken en 1920, Estados Unidos había llegado finalmente al punto en que «la gente sencilla de la tierra alcanzará por fin el deseo de su corazón y la Casa Blanca aparecerá decorada con un absoluto imbécil”.

Trump, tan pronto tomó posesión de su cargo, doblegó a la nación (aunque no al mundo) a su voluntad, fracturando alianzas probadas por el tiempo, rompiendo tratados, negando la ciencia climática incontrovertible y exigiendo respeto por la autoridad estadounidense con una retórica atronadora, aunque en gran parte vacía, con amenazas de represalias militares o económicas a nivel mundial. A pesar de sus políticas manifiestamente estúpidas, el Partido Republicano capituló, los magnates corporativos aplaudieron y casi la mitad del público estadounidense se aferró a su nuevo salvador.

Como ocurre con todos los espectáculos con entradas agotadas, lo mejor se guardó para el final. Cuando la pandemia de la covid-19 golpeó con toda su fuerza en marzo de 2020, Trump se presentó en los Centros para el Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) en Atlanta, con una gorra MAGA, para proclamar su “habilidad natural” respecto a la ciencia médica, mientras distinguidos doctores se quedaban al margen como extras de estudio en un testimonio mudo de sus afirmaciones por lo demás risibles. A medida que la pandemia comenzó a escalar hacia su terrible y aún creciente número de víctimas, Trump se apropió de las sesiones informativas de la Casa Blanca con expertos médicos para promover una sucesión de afirmaciones descabelladas: usar una mascarilla era simplemente “políticamente correcto”; la covid-19 era solo otra gripe que “se debilita con el clima más cálido”; la hidroxicloroquina era curativa; introducir “luz ultravioleta dentro del cuerpo” o inyectar un “desinfectante” eran posibles tratamientos. Un número sorprendente de estadounidenses comenzó a beber lejía para protegerse del virus, lo que obligó a meses de advertencias de salud pública.

Después de casi un siglo en el que Estados Unidos había sido un líder mundial en la promoción de la salud pública, la administración Trump, para escapar de la culpa de sus propios fracasos cada vez mayores, abandonó la Organización Mundial de la Salud. Prestando al país el aura de un Estado fallido, los propios CDC, que alguna vez fueron el estándar de oro del mundo en investigación médica, pifiaron el desarrollo de una prueba de coronavirus y, por lo tanto, renunciaron a cualquier intento serio a nivel nacional de control y rastreo de la enfermedad (el medio más eficaz).

Mientras que naciones más pequeñas como Nueva Zelanda, Corea del Sur e incluso la empobrecida Ruanda frenaban eficazmente la covid-19, al final del mandato de Trump, Estados Unidos ya había superado las 400.000 muertes y los 24 millones de infectados, significativamente por encima de cualquier otra nación desarrollada y una cuarta parte del total de casos del mundo. Mientras tanto, Pekín movilizó una rigurosa campaña de salud pública que rápidamente contuvo el virus a únicamente 4.600 muertes en una población de 1.400 millones. En solo cuatro meses, China eliminó virtualmente el virus (a pesar de nuevos brotes locales periódicos) y puso su economía a funcionar con un aumento del 5% en el PIB, que representaba el 30% del crecimiento mundial del año pasado. Mientras tanto, después de once meses de pandemia incesante, Estados Unidos seguía sumido en una recesión paralizante. Esta sorprendente disparidad en el desempeño estatal solo aceleró el esfuerzo de China para superar a Estados Unidos como la economía más grande del mundo y, con toda esa influencia financiera, convertirse en la potencia preeminente.

Un bis tragicómico

Sin embargo, fue la apuesta del presidente Trump por un bis que resultaría verdaderamente extraordinario en lo que se refiere al declive imperial. Durante sus 70 años como hegemonía mundial, la promoción pública de la democracia por parte de Washington ha sido el programa distintivo que ha ayudado a legitimar su liderazgo mundial (sin que importaran las intervenciones que lanzó al estilo-CIA o las guerras de estilo colonial que libró continuamente).

Si bien la Guerra Fría comprometió a menudo ese compromiso de forma particularmente sorprendente, una vez terminada, Washington ha pasado 30 años promoviendo oficialmente el voto justo y las transiciones democráticas, con líderes como el expresidente Jimmy Carter volando a las capitales de los cinco continentes para supervisar y alentar elecciones libres. De repente, el mundo observó boquiabierto con asombro cómo, el 6 de enero, en la elipse de la Casa Blanca, el presidente denunció como fraudulenta una elección estadounidense justa y envió a una turbamulta de 10.000 nacionalistas blancos, conspiradores de QAnon y otros trumpistas a asaltar el Capitolio cuando el Congreso estaba ratificando la transición a una nueva administración.

Además de este aura de Estado fallido, el antes formidable aparato de seguridad nacional del país se derrumbó como si fuera una policía del Tercer Mundo cuando los milicianos de derechas rompieron el frágil cordón de seguridad alrededor del Capitolio y asaltaron sus pasillos como si fueran una horda de linchadores en busca de líderes congresistas. Las llamadas desesperadas del líder de la mayoría de la Cámara de Representantes, Steny Hoyer, a un Pentágono distraído, y la movilización peligrosamente retrasada de la Guardia Nacional de su estado por parte del gobernador de Maryland, Larry Hogan, causada por la comprometida cadena de mando del ejército estadounidense, solo parecían ser un eco del tipo de escenarios de golpe tropical que presencié en Manila, la capital de Filipinas, durante la década de 1980.

Cuando el Congreso volvió finalmente a reunirse, en el Capitolio todavía sonaban los llamamientos republicanos, en nombre de la unidad nacional, a olvidar los actos incitados por el presidente. De esa manera, los representantes republicanos del Congreso parecían hacerse eco del tipo de impunidad que durante mucho tiempo ha protegido a las juntas militares caídas en Asia o América Latina de cualquier rendición de cuentas por sus innumerables crímenes. En otras palabras, este intento de perpetuar el poder de un posible autócrata a través de un golpe de Estado (fallido) fue el tipo de espectáculo que muchos millones de habitantes de Asia, África y América Latina han experimentado en sus frágiles Estados, pero que nunca esperaron ver en Estados Unidos.

De repente, nuestra nación, supuestamente excepcional, parecía trágicamente vulgar. La cúpula reluciente del Capitolio simbolizó alguna vez la vitalidad de la democracia de esta nación, que inspiraba a otros a seguir sus principios o al menos a aceptar su poder. Este país ahora parece andrajoso y cansado, atrapado como otros antes entre olvidar en nombre de la unidad o exigir que los poderosos rindan cuentas por los grandes crímenes que de otra manera perseguirían a la nación. En lugar de aspirar a los ideales de Estados Unidos o confiar su seguridad a su poder, es probable que muchas naciones encuentren su propio camino a seguir, cerrando acuerdos con todo aquel que llegue, comenzando con China.

A pesar de su aura de fuerza abrumadora, los imperios, incluso los que fueron tan poderosos como el de Estados Unidos, resultan a menudo sorprendentemente frágiles y su declive suele llegar mucho antes de lo que nadie podría haber imaginado, especialmente cuando la causa no es el “enemigo salvaje” de Thomas Cole, sino sus propios instintos autodestructivos.

Hoy, en la era de un presidente de 78 años, un verdadero Rip Van Biden, los estadounidenses y el resto del mundo parecen estar despertando en una nueva época que bien podría ser sobrecogedora.

Alfred W. McCoy, colaborador habitual de TomDispatch, es profesor de Historia en la Universidad de Wisconsin-Madison. Es autor de: The Politics of Heroin: CIA Complicity in the Global Drug Trade, un libro, ya convertido en un clásico, que demostró la coyuntura entre los narcóticos ilícitos y las operaciones encubiertas a lo largo de 50 años, y, más recientemente, In the Shadows of the American Century: The Rise and Decline of U.S. Global Power (Dispatch Books).

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández  ..https://rebelion.org/despertar-de-un-sueno-febril-de-cuatro-anos-y-descubrir-que-has-desaparecido-como-potencia-mundial/

Fuente: https://tomdispatch.com/while-america-was-sleeping/

Nota del blog  ..(1) https://es.wikipedia.org/wiki/Asociaci%C3%B3n_Econ%C3%B3mica_Integral_Regional

Y VER .https://rebelion.org/por-que-rusia-esta-volviendo-loco-a-occidente/.