Las élites europeas se espantan ante la NSS de Trump sin entender el fondo del asunto
Eldar Mamedov
12/12/2025
La publicación de la más reciente Estrategia de Seguridad Nacional (U.S. National Security Strategy - NSS)(1) de los Estados Unidos ha provocado un revelador colapso entre la clase política y los think tanks europeos. De Berlín a Bruselas y Varsovia, el estribillo es el mismo: un lamento desconcertado por el hecho de que los Estados Unidos parezcan anteponer sus propios intereses y ya no estén dispuestos a desempeñar el papel que se les ha asignado como garantes incondicionales de la seguridad de Europa.
Analicemos las respuestas. El canciller alemán Friedrich Merz considera que la estrategia estadounidense resulta «inaceptable» y que su descripción de Europa es «desacertada». Por su parte, el primer ministro polaco, Donald Tusk, ha considerado necesario recordarle a los Estados Unidos que los dos aliados «se enfrentan a los mismos enemigos». Viniendo de un líder polaco, se trata de una alusión inequívoca a Rusia, lo que crea una clara tensión con el énfasis de la nueva NSS en la distensión de las relaciones con Moscú.
El presidente del Consejo de la Unión Europea, Antonio Costa, expresando la postura común de la UE, afirma que la Unión es objeto de ataques debido a su fortaleza, citando su firme apoyo a Ucrania. Sin embargo, esta afirmación ignora una realidad decisiva: sin las armas y la información de inteligencia norteamericanas, Kiev podría no haber resistido la invasión de Moscú durante tanto tiempo.
A continuación, viene el crescendo de la histeria de los think-tanks: se presenta a la UE como «último bastión de la cordura» asediado por una camarilla de «belicistas rusos», «tech bros norteamericanos» y «políticos MAGA». En este relato, Europa es excepcionalmente virtuosa, una víctima de corazón puro en un mundo de depredadores.
Esto no es un análisis. Es una sesión de terapia a escala continental. Revela una clase política que se enfrenta al fin de su modus operandi preferido: lo que la analista Almut Rochowanski denomina acertadamente «primacia vicaria». Lo cual se puede definir asimismo como una «primacía por delegación», una ilusión de fuerza derivada del papel de Europa como socio menor de los Estados Unidos. Los europeos actuaron como vicehegemones de los Estados Unidos, compartiendo la autoridad moral y la influencia diplomática de Occidente, mientras externalizaban en Washington el trabajo real de seguridad, disuasión y política de grandes potencias.
Para las élites europeas, la victoria de Donald Trump en 2016 no fue una advertencia clara de la expiración de este consenso bipartidista en Washington, sino una aberración transitoria. Por consiguiente, la respuesta no fue una carrera hacia la autonomía estratégica, sino una peculiar mezcla de esperanza en que el «Estado profundo» estadounidense controlara a un presidente rebelde y de apaciguamiento activo frente a él. El fracaso del E3 —Reino Unido, Francia y Alemania— a la hora de mantener el acuerdo nuclear con Irán de 2015, que Trump abandonó imprudentemente en 2018, ejemplifica este último enfoque.
La elección de Biden en 2020 pareció validar su esperanza de un retorno a la «normalidad». Hoy incluso, en 2025, los políticos europeos mayoritarios se aferran a la idea de que un Marco Rubio o un Ted Cruz presidentes o un nuevo demócrata en 2028 resucitarán el consenso neoconservador/intervencionista liberal que hizo tan cómoda su hegemonía vicaria.
Esta negación viene activamente alimentada por saboteadores en el seno del propio partido de Trump, figuras como el exsecretario de Estado Mike Pompeo, que se afanan por sabotear los esfuerzos por poner fin a la guerra en Ucrania.
Los políticos europeos acuden en masa en busca de validación a Washington, donde hay voces del establishment —desde los miembros del Instituto Republicano Internacional hasta expertos antirrusos como Max Boot, que desestimó recientemente la parte sobre Europa de la NSS por parecer «escrita por un troll de extrema derecha»— que les dicen precisamente lo que quieren oír: que los moderados como el senador Rand Paul y el representante Thomas Massie no son más que «aislacionistas» marginales. Yo mismo escuché estas ideas de primera mano durante mi etapa como miembro del personal del Parlamento Europeo.
Por consiguiente, la corriente dominante europea no ha hecho ningún esfuerzo serio por comprometerse con el diverso mundo MAGA, incluidos sus paleoconservadores y libertarios contrarios a la guerra. Prefirieron la comodidad de su vieja cámara de eco atlantista.
¿Por qué? Pues porque les aterra la autonomía estratégica de veras. Les obligaría a hacer lo que siempre han evitado: pensar seriamente en la defensa, lo que implica, ante todo, evaluar con seriedad las amenazas, y no solo destinar más fondos a contratistas de defensa. También implica practicar una diplomacia compleja y matizada con los adversarios, algo que los europeos parecen haber desaprendido.
Ejemplos no faltan. Las iniciativas diplomáticas europeas para poner fin a la guerra en Ucrania parecen más bien intentos de eliminar del plan de paz de Trump aquellas disposiciones que podrían incentivar a Moscú a llegar a un acuerdo. Al obrar de este modo, tal parece que la opción preferida fuera volver a una guerra prolongada como escenario por defecto.
Las cosas no andan mucho mejor con China. Cuando el presidente francés Emmanuel Macron intentó una apertura independiente hacia Pekín, regresó a París sólo para amenazar con imponer aranceles, una asombrosa muestra de incoherencia diplomática que se volvió aún más imprudente por el hecho de que ya no se puede dar por sentado el respaldo diplomático y de seguridad norteamericano.
La nueva NSS, con su lenguaje directo y su clara priorización del hemisferio occidental sujeto a una imperiosa «Doctrina Trump», debe servir como una brutal llamada de atención. Desde una perspectiva europea, su lenguaje —en particular la retórica exagerada del «borrado civilizatorio»— resulta condescendiente y alarmista.
Trump se refiere a esto en la NSS:
«Europa continental ha ido perdiendo cuota del PIB mundial —del 25 % en 1990 al 14 % en la actualidad— debido, en parte, a las regulaciones nacionales y transnacionales que socavan la creatividad y la laboriosidad. Pero este declive económico se ve eclipsado por la perspectiva real y más cruda de la desaparición de la civilización. Entre los problemas más importantes a los que se enfrenta Europa se encuentran las actividades de la Unión Europea y otros organismos transnacionales que socavan la libertad política y la soberanía, las políticas migratorias que están transformando el continente y creando conflictos, la censura de la libertad de expresión y la represión de la oposición política, el desplome de las tasas de natalidad y la pérdida de las identidades nacionales y la confianza en sí mismas. De continuar las tendencias actuales, el continente será irreconocible en 20 años o menos».
La ironía es profunda, porque la UE lleva mucho tiempo instrumentalizando una retórica similar y condescendiente de «misión civilizatoria» para justificar su intromisión en Ucrania, Moldavia, Georgia y Armenia.
Además, cuando figuras como Merz califican de forma grosera el bombardeo de Irán por parte de Israel como «hacer el trabajo sucio por todos nosotros», o cuando Macron y el presidente finlandés Alexander Stubb plantean el conflicto con Rusia en términos existenciales de civilización, están traficando con la misma lógica de supremacía que ahora condenan. Europa se enfrenta a un eco indeseado de su propia retórica.
Sin embargo, no hay pruebas de que los actuales líderes europeos vayan a afrontar la realidad, a dejar de quejarse de la «traición norteamericana» y construir la fuerza real que requiere una defensa creíble y la madurez diplomática necesaria para entablar un verdadero diálogo con los adversarios.
Por el contrario, siguen alimentando sus delirios de «convergencias con los EE.UU.» al querer impulsar una victoria militar de Ucrania, una política que desafía tanto las pruebas que muestra el campo de batalla como la prioridad estratégica claramente expresada por Trump de estabilizar las relaciones con Moscú.
En caso de que los Estados Unidos sigan adelante a pesar de las objeciones europeas, algunos han planteado una «opción nuclear» financiera: deshacerse de las reservas del Tesoro norteamericano en los bancos centrales británico, alemán y francés. Sin embargo, esta amenaza está peligrosamente alejada de la realidad, ya que parece subestimar enormemente los riesgos prácticos y legales para la propia Europa.
Lo absurdo de esta «opción nuclear» financiera refleja una ilusión estratégica aún mayor: la creencia de que Europa puede amenazar con medidas que socavarían su propia estabilidad financiera, sin dejar de aferrarse al fantasma de la cobertura estratégica norteamericana. Es la última y desesperada fantasía de una potencia hegemónica secundaria, un papel del que Europa debe desprenderse definitivamente si quiere convertirse en un actor soberano y serio.
Y ver nota del blog .( 1)....... https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2025/12/14/la-estrategia-de-seguridad-nacional-estadounidense-y-la-expansion-del-este/