miércoles, 8 de octubre de 2025

El asunto libio: Sarkozy y la Quinta República francesa.

 

                                                                                 


El asunto libio: Sarkozy y la Quinta República francesa


 Martin  Barnay 
06/10/25 |6:00



El juicio y condena de Nicolas Sarkozy deja al descubierto el modus operandi del sistema de partidos francés durante la Quinta República, evidenciando su tóxica mezcla de corrupción, autoritarismo y relaciones coloniales con los países árabes y africanos, mientras en la metrópoli estas mismas clases dirigentes imponían el neoliberalismo como nuevo paradigma social

«Si quieres ser un gran político, necesitas grandes problemas; los problemas insignificantes son para políticos insignificantes». Así se expresó Nicolas Sarkozy en 2018, saliendo en defensa de su protegido Gérald Darmanin, ahora ministro de Justicia de Macron, que entonces se enfrentaba a varias acusaciones de violación. De acuerdo con sus propios criterios, Sarkozy se encuentra cómodamente entre los grandes de la Quinta República francesa. El jueves 25 de septiembre, el expresidente compareció ante un tribunal de magistrados de París a fin de escuchar el veredicto de su juicio por corrupción en el ha sido acusado de haber recibido millones de euros, quizá cincuenta millones de euros, de la Libia de Muamar el Gadafi para financiar su campaña presidencial de 2007.
El proceso fue de una magnitud poco habitual: más de una década de investigación, trece acusados, entre ellos el antiguo jefe de Estado, tres de sus ministros y un puñado de intermediarios de alto nivel. Una multitud considerable acudió a la cita: dos salas del tribunal llenas a rebosar y un auditorio adicional en el que se retransmitía la sesión en una pantalla gigante. Entre los acusados, Sarkozy se sentó junto a su amigo de la infancia y exministro de Identidad Nacional, Brice Hortefeux; detrás de ellos, en los bancos del público, se encontraban la esposa de Sarkozy, Carla Bruni, y sus tres hijos, entre ellos Louis, un veinteañero graduado por la Universidad de Nueva York y estrella en ascenso de la derecha populista francesa. Enfrente se sentaban los representantes del Estado libio, parte civil en el caso, junto con diversas ONG anticorrupción y familiares de las víctimas del vuelo 772 de UTA, derribado sobre el desierto de Ténéré como consecuencia de un atentado atribuido a los servicios de inteligencia de Gadafi. Destacaba la ausencia de Ziad Takieddine, el intermediario acusado desde hace tiempo de servir como principal conducto de los fondos libios al círculo de Sarkozy. Había fallecido dos días antes en la ciudad de Trípoli, Líbano, donde se encontraba evadiendo una orden de detención, hecho comentado por el presidente del tribunal como «una amarga coincidencia».
Las sentencias fueron severas. Alexandre Djouhri, el poderoso agente franco-argelino, que en su día se consideraba intocable, fue condenado a seis años de prisión con orden de ingreso inmediato. Sarkozy fue condenado cinco años de prisión, con suspensión de la pena: tiene unas semanas para entregarse, aunque su edad (70 años) le hace susceptible de recibir un trato especial, que se determinará en apelación dentro de seis meses. La sentencia, que ocupa 400 páginas, es un fallo histórico. Sarkozy ha sido condenado por conspiración criminal, afirmando el tribunal que entre 2005 y 2007 su entorno mantuvo contactos clandestinos con el régimen libio. Sin embargo, ha sido absuelto del cargo de financiación ilegal de campaña: aunque los investigadores identificaron flujos sospechosos de dinero procedentes de Libia, no pudieron demostrar de forma concluyente, que los fondos en cuestión hubieran llegado al expresidente. El tribunal también desestimó un documento, que durante mucho tiempo fue fundamental para el caso: una supuesta nota del ministro de Asuntos Exteriores de Gadafi, Moussa Koussa, fechada en diciembre de 2006, en la que se comprometía a aportar 50 millones de euros para la campaña de Sarkozy. Publicado por primera vez por Mediapart en 2012, el documento fue supuestamente encontrado entre un tesoro de documentos personales de Takieddine proporcionado a la prensa por su exmujer.
La sospecha de irregularidades que se ciernen sobre Sarkozy no surgió de la nada. Los ingresos procedentes de la venta de armamento han sido durante mucho tiempo uno de los recursos invisibles de la política francesa
La cobertura francesa trató en gran medida el juicio como una obra moralizante sobre la codicia de Sarkozy. Sin duda, hay mucho que decir sobre el dinero y sobre el hombre, que en su día fue apodado el «presidente bling-bling» [ostentoso, excesivo] y que compareció en las vistas judiciales de esta primavera con una tobillera electrónica por otra condena por tráfico de influencias. Sin embargo, más allá de la historia de sus apetitos venales, este episodio abre una ventana a cómo ha funcionado la vida política francesa durante medio siglo. Es revelador que la sentencia se basara en la distinción entre la conducta de Sarkozy antes y después de su elección como presidente de la República francesa. Condenado por intentar obtener fondos a través de contactos libios en el período previo a 2007, cuando la rivalidad interna no le garantizaba el acceso a la caja del partido, su fastuosa recepción de Gadafi una vez en el cargo, acompañada de la firma de importantes contratos de defensa y seguridad, se consideró una práctica habitual en las relaciones con Trípoli.
La sospecha de irregularidades que se ciernen sobre Sarkozy no surgió de la nada. Los ingresos procedentes de la venta de armamento han sido durante mucho tiempo uno de los recursos invisibles de la política francesa. Todos los grandes países productores de armamento han tenido sus escándalos: Lockheed sobornó a funcionarios extranjeros para que compraran sus aviones Starfighter durante las décadas de 1960 y 1970; el acuerdo al-Yamamah de BAE Systems con la familia real saudí implicó al hijo de Margaret Thatcher como intermediario; los fondos procedentes de la venta de vehículos blindados de Thyssen en el extranjero volvieron a las arcas de la CDU bajo el mandato de Helmut Kohl. Francia, sin embargo, parecía estar al margen de tal patrón de comportamiento, pero durante más de un siglo su vida política se ha visto teñida por les affaires. Hoy en día, las revelaciones de medios como Le canard enchaîné o Mediapart constituyen la trama y la urdimbre del debate partidista. Hay dos factores que ayudan a explicar esto. En primer lugar, las normas de financiación de las campañas electorales, inusualmente estrictas de Francia, ya que proscriben las donaciones de empresas, imponen límites a las contribuciones individuales y severas constricciones sobre el volumen general de gasto, creando incentivos para el surgimiento de canales de financiación paralelos. En segundo lugar, una industria de defensa en gran medida autosuficiente, aislada del patrocinio estadounidense, permite que los intermediarios y los patrocinadores políticos compitan libremente en la escena nacional.
En este sentido, l’affaire libyenne es la culminación de una larga historia, caracterizada por décadas de luchas políticas internas por el control del dinero en la sombra, siendo los contratos de armas posiblemente la fuente más lucrativa. Sus raíces se remontan a los inicios de la Quinta República. El regreso al poder de De Gaulle en 1958 tenía como objetivo estabilizar el país tras años de agitación parlamentaria. Bajo un sistema cuasi unipartidista, el Rassemblement du peuple français (RPF) gaullista se financiaba a través de canales institucionales: asignación de partidas presupuestarias discrecionales en el Elíseo y en ministerios clave, complementadas con contribuciones de industriales cuidadosamente seleccionados por el general tras la Liberación, sobre todo en los sectores del petróleo y las armas, ambos dominados por la elite estrechamente cohesionada de los ingenieros del Corps des Mines.
En el sector petrolero, la creación en 1966 del conglomerado paraestatal Elf proporcionó a Francia un brazo económico en el extranjero, especialmente en el África subsahariana, donde maletines llenos de dinero en efectivo garantizaban la cooperación de los gobernantes locales y sostenían las carreras políticas en la metrópoli. Mientras tanto, la industria de defensa se consolidó en torno a Dassault Aviation. En el ocaso del colonialismo francés, anticipándose a la inevitable reducción de las fuerzas armadas nacionales, su poderoso propietario, Marcel Dassault, orientó el sector hacia la exportación. El caza Mirage III, desarrollado a raíz del desastre de Điện Bien Phu, se fabricó con este fin: primero se vendió a Israel y luego a clientes árabes tras el embargo impuesto por De Gaulle a este país después de la Guerra de los Seis Días.
Al inundar de dinero a las monarquías del Golfo, la crisis del petróleo de 1973 abrió una nueva bonanza para el sector de la defensa. Los proveedores occidentales compitieron por acceder a Riad y Abu Dabi, donde lo más importante no era la calidad de las armas propiamente dicha, sino los intermediarios capaces de conseguir un apretón de manos y la firma de los líderes locales. Los contratos de adquisición de armamento comenzaron a incluir comisiones de alrededor del 20 por 100 para estos intermediarios, algo perfectamente legal hasta la prohibición de la OCDE en 2000. Parte de las ganancias solía volver al país exportador, llenando las arcas de las campañas electorales o las cuentas privadas de los mecenas políticos.
En este clima llegó al poder en 1974 Valéry Giscard d'Estaing, sucediendo al enfant terrible del gaullismo, Georges Pompidou. Aunque nunca fue gaullista y a menudo se le consideraba cercano a Washington, Giscard abrazó la opinión de De Gaulle de que la venta de armas era un pilar de la soberanía nacional y una forma de seguir una línea independiente al margen de los bloques de la Guerra Fría. Bajo su presidencia, Francia ascendió al tercer lugar entre los exportadores mundiales de armamento, solo por detrás de Estados Unidos y la URSS. Arabia Saudí era el mercado más codiciado, dominado por intermediarios cercanos a la familia real, como Adnan Khashoggi y el príncipe Bandar. El material francés gozaba de gran popularidad, en particular el misil antibuque Exocet fabricado por Matra, que más tarde se hizo famoso gracias a la Fuerza Aérea Argentina en las Malvinas y que estaba destinado a convertirse en un éxito de ventas en Oriente Próximo.
Para supervisar esta política, Giscard se apoyó en un gaullista en ascenso del entorno de Pompidou, Jacques Chirac, a quien nombró primer ministro. Chirac aprovechó la oportunidad para viajar por el sur y el este del Mediterráneo, cultivando relaciones con diversos líderes locales, de la monarquía marroquí a la dictadura de Hafez al-Assad en Siria. En 1976, al convencerse de que Giscard no tenía intención de compartir el poder, abandonó la presidencia del gobierno francés, se apoderó de los restos del aparato gaullista y poco después ganó la alcaldía de París, un puesto desde el que mantuvo sus conexiones con el mundo árabe.
La elección de François Mitterrand en 1981 al frente del Partido Socialista marcó un punto de inflexión. Su victoria, que puso fin a dos décadas de hegemonía del centro-derecha, reformuló las reglas del juego. La revelación de planes de financiación ilícita vinculadas su propio partido llevó al presidente a introducir reformas en la financiación de las campañas electorales. Se prohibieron las donaciones de empresas y se sustituyeron por subvenciones públicas indexadas a los resultados electorales, mientras que el gasto total se limitó muy por debajo del coste real de una campaña nacional. Las leyes aprobadas entre 1988 y 1990 también incluían una discreta amnistía para los delitos cometidos en el pasado. Con el poder judicial ahora involucrado en la vigilancia del dinero político, los antiguos porteurs de valises, a menudo militantes de base cuyo principal activo era la lealtad al partido, desaparecieron y fueron sustituidos en el lado francés por una nueva clase profesional de intermediarios, versados en los complejos planes de blanqueo y expertos en eludir citaciones judiciales y sortear las divisiones entre facciones.
La turbulencia global también sacudió el panorama político francés. El exceso de petróleo de mediados de la década de 1980 deprimió los precios del crudo y agotó la demanda de productos militares procedente del Golfo, lo que obligó a París a buscar nuevos mercados. La India y Grecia, lideradas por otros miembros de la Internacional Socialista, ofrecían algunas salidas, pero la verdadera acción parecía estar en Taiwán. Aislada diplomáticamente por la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y China bajo el mandato de Carter, la rica isla vio en el material militar francés el medio para colarse entre Pekín y uno de los socios occidentales más antiguos de la República Popular China. La Armada taiwanesa expresó su interés en una amplia gama de adquisiciones, en particular las fragatas La Fayette, desarrolladas conjuntamente por el astillero estatal DCN y el grupo electrónico francés Thomson-CSF.
La presidencia de Mitterrand también fue testigo de dos períodos de cohabitación política, el peculiar acuerdo por el cual un presidente francés debe gobernar junto con un primer ministro perteneciente a la mayoría opositora dominante en la Asamblea Nacional. En 1986, después de que la derecha tomara el control de esta, Mitterrand nombró primer ministro a Jacques Chirac, líder del RPR neogaullista. El experimento agudizó las rivalidades en el seno de la derecha; Chirac perdió las elecciones presidenciales de 1988 frente a Mitterrand y se volvió cauteloso ante lo que se conoció como la «maldición de Matignon», la sede del primer ministro francés. Cuando la derecha volvió al poder en las elecciones legislativas de 1993, Chirac prefirió esperar el momento oportuno y permitió que su confidente Édouard Balladur asumiera la presidencia del gobierno. Balladur prometió mantenerse al margen en las elecciones presidenciales de 1995, pero pronto renegó de su promesa, presentándose él mismo a las mismas, lo cual dividió al bando gaullista.
Fue en ese momento, cuando Nicolas Sarkozy entró en la escena nacional. El joven alcalde de la acomodada Neuilly-sur-Seine, descubierto por Chirac en el movimiento juvenil gaullista, fue reclutado por Balladur como lugarteniente clave en su carrera hacia el poder. Pero las ambiciones de Balladur chocaron con una dura realidad: en 1993 Chirac seguía controlando las arcas del partido y sus redes de financiación. El nuevo primer ministro se vio obligado a buscar sus propios recursos y la venta de armas le ofrecía un sinfín de oportunidades. Desde Matignon, colocó a sus leales en puestos estratégicos, entre ellos a Sarkozy en el Ministerio de Economía y Finanzas, ahora responsable de refrendar todos los contratos de defensa. Reactivando las negociaciones iniciadas por los socialistas, los balladurianos impulsaron el acuerdo La Fayette con Taiwán, por valor de más de 2 millardos de euros, con comisiones que, según los rumores, alcanzaban el 30 por 100 a pesar de la prohibición contractual de efectuar tales pagos.
Paralelamente al acuerdo con Taiwán, el gobierno de Balladur llevó a cabo sus propias iniciativas: un programa de seguridad fronteriza con Arabia Saudí (conocido como MIKSA) y la venta de submarinos de la clase Agosta, fabricados por la empresa francesa DCN (ahora Naval Group) a Pakistán. Ambos proyectos implicaron cuantiosas comisiones ilegales que, según argumentaron posteriormente los fiscales, ayudaron a financiar la campaña presidencial de 1995. Balladur, con Sarkozy como director de campaña, afirmó de forma poco creíble que 2,5 millones de euros descubiertos en las arcas de la campaña procedían de la venta de camisetas y chapas con la efigie del candidato. Los dos contratos también se basaron en un nuevo canal de intermediación. Aunque Francia se había beneficiado anteriormente de sus estrechos vínculos con intermediarios veteranos como Khashoggi, en la década de 1980 Dassault y otros contratistas perdían habitualmente las licitaciones frente a la competencia anglo-estadounidense. En consecuencia, los círculos políticos y de defensa trataron de crear redes alternativas. El equipo de Balladur recurrió a Takieddine, un druso libanés, que regentaba una estación de esquí en los Alpes franceses hasta que se cruzó en su camino un antiguo socio de Khashoggi, circunstancia que le permitió reinventarse a sí mismo como intermediario entre los salones parisinos y el Gran Oriente Próximo.
Ante estas iniciativas rivales, el bando de Chirac se aseguró su propio mediador. Alexandre (nacido como Ahmed) Djouhri, un francés de origen argelino, tiene una trayectoria digna de Balzac: una infancia difícil en los suburbios de París en la década de 1960, roces con la delincuencia menor, un encontronazo con la policía de seguridad del Estado, que detectó su instinto para moverse en el demi-monde. El periodista Pierre Péan, el Seymour Hersh francés, dedicó uno de sus últimos libros a Djouhri, que es sin duda una de las figuras más intrigantes de los círculos de poder franceses de las últimas décadas. Péan trazó su ascenso a través de encuentros fortuitos con hombres fuertes africanos, una probable iniciación en una de las principales logias masónicas de Francia y su eventual cercanía con Dominique de Villepin, el lugarteniente de confianza de Chirac y futura némesis de Sarkozy. Tras la victoria presidencial de Chirac en 1995, Villepin convirtió a Djouhri en el hombre fuerte de los chiraquianos en el Golfo, con la misión de desmantelar la red de Takieddine y sustituirla por un eje saudí más fiable. La rivalidad entre Djouhri y Takieddine continuó hasta bien entrada la década de 2000 y ambos pasarían a ser figuras centrales en el juicio Sarkozy-Libia.
Estos antagonismos políticos reflejaban una lucha más profunda dentro del capitalismo francés. Los primeros años de la posguerra fría fueron una época de consolidación en la industria de la defensa: en Estados Unidos, la llamada «última cena» de 1993 llevó a Lockheed a fusionarse con Martin y a Boeing a absorber McDonnell Douglas. En Francia, Thomson-CSF, históricamente vinculada a los socialistas y más tarde a Balladur, se enfrentó a Matra, el fabricante de misiles del empresario Jean-Luc Lagardère, aliado y amigo de Chirac desde hacía mucho tiempo. Quien prevaleciera en el país llevaría la tricolor al extranjero.
La carrera presidencial de 1995 zanjó la cuestión a favor de Matra. Alain Gomez, director general de Thomson, fue expulsado por el nuevo presidente. Más tarde comentó, en una frase que pasó a formar parte del folclore político, que había «untado ambas tostadas [Balladur y los socialistas], pero se había olvidado del jamón [Chirac]». Los balladurianos cayeron en desgracia. Sarkozy fue excluido del círculo íntimo de Chirac y sustituido por leales como Alain Juppé y Villepin. Pero Chirac pronto se topó con un muro. Su primera iniciativa importante, una reforma de la seguridad social, provocó una feroz resistencia sindical. En diciembre de 1995, más de un millón de personas se manifestaron en París y el gobierno cedió. Siguiendo el consejo de Villepin, Chirac disolvió la Asamblea Nacional para intentar restaurar la legitimidad, pero la apuesta le salió mal y la izquierda obtuvo una victoria aplastante en las elecciones anticipadas. Juppé fue sacrificado. Sarkozy aprovechó el interludio para reconstruirse, dejando las intrigas palaciegas a Villepin y presentándose como el hombre del partido sobre el terreno. Omnipresente en la televisión, especialmente en TF1, propiedad de su amigo el magnate de la construcción Martin Bouygues, apostó por la ley y el orden.
La reelección de Chirac en 2002, tras el sorprendente avance de Jean-Marie Le Pen a la segunda vuelta, consagró la estrategia de Sarkozy. Las cuestiones de seguridad dominaban el debate público y, como ministro del Interior, disfrutó del protagonismo correspondiente, lo que le hizo poner sus ojos en la presidencia en 2007. Habiendo observado cómo Chirac había cultivado las relaciones con los países árabes desde la década de 1970, Sarkozy sabía que el currículum presidencial se forjaba en el extranjero. En un discurso pronunciado en 2004 ante el American Jewish Committe en Nueva York, declaró en un inglés entrecortado: «En Francia me llaman Sarkozy el americano y estoy orgulloso de ello». Se acercó al primer ministro de Qatar, Hamad bin Jassim, pieza clave de la alineación de Doha con Washington. Para los qataríes, discretos partidarios de la invasión de Iraq, Sarkozy ofrecía un contrapeso atlantista a una clase política francesa aún impregnada de la línea proárabe de De Gaulle. Puede que fuera a través de este canal, y de la influencia de Qatar sobre los Hermanos Musulmanes, por lo que se sintió atraído por la Libia de Gadafi.
Pero los fantasmas de los años de Balladur regresaron. En mayo de 2002 un autobús fue volado en Karachi, matando a once ingenieros franceses, que se encontraban en Pakistán para supervisar la construcción de submarinos Agosta para DCN. Inicialmente, las sospechas recayeron sobre Al Qaeda: tres meses antes, el reportero de The Wall Street Journal Daniel Pearl había sido asesinado por militantes yihadistas en esa misma ciudad. Pero en los pasillos parisinos circulaba otra versión: los servicios de inteligencia paquistaníes habían ordenado el ataque en represalia por el bloqueo de los sobornos del acuerdo de los submarinos Agosta. Tras asumir el cargo en 1995, Chirac había dado instrucciones a su ministro de Defensa para que detuviera todos los pagos relacionados con los contratos del periodo del gobierno de Balladur.
Como ministro de Economía y Finanzas en aquel momento, Sarkozy debería haber estado en el punto de mira. Sin embargo, la investigación se centró en la «pista de Al Qaeda» defendida por el juez Jean-Louis Bruguière, que más tarde apoyaría a Sarkozy en las elecciones de 2007. El episodio no hizo más que agudizar las tensiones con los partidarios de Chirac, entre los que destacaba Villepin. Ileso por el caso Karachi, Sarkozy se enfrentaba al mismo problema que Balladur: financiar sus ambiciones mientras sus rivales controlaban las arcas del partido. Ya en 1995 Chirac había colocado a Villepin al frente de una discreta unidad del Elíseo encargada de localizar el fondo de guerra de Balladur. La búsqueda pronto se centró en Sarkozy, que por entonces se perfilaba como el principal rival de Villepin para la sucesión. Los chiraquianos sospechaban que había reactivado el antiguo canal saudí a través de Takieddine, incluido el gigantesco programa de seguridad fronteriza MIKSA, iniciado bajo Balladur en 1994 y apodado «el contrato del siglo» por las comisiones que prometía. En vísperas de su firma en 2004, Chirac prohibió a Sarkozy, por entonces ministro del Interior, volar a Riad, insistiendo en que el acuerdo se gestionara entre jefes de Estado.
Así comenzó lo que se conoció como el caso Clearstream. A finales de 2003 un comerciante libanés se acercó al entorno de Villepin, afirmando haber descubierto cuentas secretas en los libros de una cámara de compensación de Luxemburgo. La lista incluía a políticos y empresarios de todo tipo, pero un nombre llamó la atención del Elíseo: Nicolas Sarkozy. Villepin creyó haber encontrado la prueba irrefutable. Con el beneplácito tácito de Chirac, los documentos fueron entregados a un juez de instrucción. En enero de 2006, la trampa se cerró: las cuentas eran falsas, inventadas por el propio comerciante. De la noche a la mañana, Sarkozy parecía la víctima de una campaña de desprestigio. Su demanda por difamación ensombreció a Villepin, que ya se tambaleaba por una ola de protestas estudiantiles, disturbios que, según admitiría más tarde uno de los líderes del movimiento, habían sido discretamente avivados por los amigos de Sarkozy en la policía. En verano, Sarkozy se había convertido en el principal candidato de la derecha a la presidencia de la República.
Djouhri, intuyendo los vientos políticos, hizo las paces con Sarkozy después de años del lado de Villepin. Una reunión celebrada en la primavera de 2006 en el Hotel Bristol, donde Djouhri era un habitual, confirmó que Sarkozy sería el único candidato de la derecha para las elecciones del año siguiente; con el acceso a las arcas del partido asegurado, la necesidad del canal secreto libio se disipó. El acercamiento dio sus frutos: cuando Libia quiso modernizar su fuerza aérea a principios de la década de 2000, Dassault recurrió a Djouhri, mientras que Safran, a través de Sarkozy, confió en Takieddine. Bajo la presidencia de Sarkozy, Dassault se aseguró el contrato y Djouhri apareció en una sucesión de batallas industriales, entre ellas las de EDF y Areva, donde sus representantes presionaron para compartir la experiencia nuclear francesa con China, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos.
Inicialmente reclutado por el nuevo inquilino del Elíseo para establecer contactos en Siria, Takieddine pronto se convirtió en un lastre para Sarkozy. En 2011 fue detenido en el aeropuerto de Le Bourget con 1,5 millones de euros en efectivo. Interrogado por los magistrados, que investigaban la financiación libia de la campaña de 2007, testificó contra su antiguo empleador. En 2016 el corrupto intermediario fue más allá y declaró que él mismo había entregado maletas con dinero libio al entorno de Sarkozy. Posteriormente fue condenado a cinco años de prisión, pero evadió el encarcelamiento huyendo al Líbano.
La saga Djouhri se ha prolongado hasta la era de Macron. Durante la controvertida fusión de los gigantes de prestación de servicios de interés público (agua, gas, electricidad, telefonía) Veolia y Suez, que se completó en 2020, se rumoreaba que Djouhri poseía hasta el 10 por 100 de las acciones de Veolia en nombre de sus mandantes, de acuerdo con la información proporcionada por Péan, aún menos aficionado a los focos que él mismo. Las elecciones de 2017 marcaron una especie de ruptura, ya que el duopolio gaullista-socialista, que existía desde hacía mucho tiempo, se derrumbó para dar paso a un único «bloque burgués», dejando el poder en manos de un aparato estatal tecnocrático menos limitado por los ciclos electorales. También en el extranjero, el panorama cambió con la retirada de Francia, al menos sobre el papel, de sus últimos reductos militares en África, que durante mucho tiempo habían sido un escaparate para la industria armamentística nacional. Con el rearme alemán generando nuevos campeones industriales, a menudo en colaboración con contratistas de defensa estadounidenses, la posición de Francia como segundo exportador mundial de armas parece cada vez más precaria.
La actitud de Sarkozy el pasado jueves 25 de septiembre en su comparecencia tras conocer la sentencia transmitió algo de la ambivalencia, que reina en los círculos de poder franceses. Al salir de la sala del tribunal y encontrarse con una maraña de cámaras, pronunció un monólogo de cinco minutos, claramente preparado de antemano, en el que se presentaba una vez más como víctima de una conspiración político-periodística. Para ser un hombre que se enfrenta a media década entre rejas, parecía notablemente indiferente. La sentencia del tribunal es contundente, pero su ejecución sigue siendo incierta. Su absolución por financiación ilegal de campaña y la desestimación por parte del tribunal del llamado memorándum Koussa publicado por Mediapart dejaron intacta su defensa. Sin embargo, desde el punto de vista político, la sentencia es un duro golpe. Con las apelaciones pendientes, es probable que la influencia subterránea de Sarkozy en la derecha siga siendo discreta, sobre todo teniendo en cuenta quien puede ser el probable sucesor de Macron, el antiguo primer ministro Édouard Philippe. Protegido de Alain Juppé, el último de los chiraquianos, Philippe, con su notable altura y su conocida afabilidad, contrasta netamente con el estilo abrasivo de Sarkozy; las relaciones entre ambos son notoriamente tóxicas.
Macron, por su parte, se presentó a las elecciones con un programa de renovación y algunos gestos iniciales sugirieron una ruptura con la solución precedente: en 2018 se negó a saludar a Djouhri en una recepción en la embajada argelina. El nuevo gobierno se distanció de la crudeza de los métodos empleados por sus predecesores, pero han persistido signos reveladores. Un ejemplo de ello es Alexis Kohler, la éminence grise de Macron a lo largo de su presidencia, un refinado funcionario público libre de la descarada codicia de Sarkozy o de las turbias amistades de Villepin. Kohler se vio obligado a dimitir la primavera pasada, tras ocho años como secretario general del Elíseo, acosado por determinadas investigaciones sobre conflictos de intereses en relación con la venta por parte de Vincent Bolloré de su división logística a la naviera MSC, el grupo italiano dirigido por sus primos maternos. Desde entonces, ha sido nombrado director del banco de inversión Société Générale, la misma institución que en su día canalizó los pagos en el asunto de las fragatas de Taiwán. Plus ça change...

Recomendamos leer Natahm Sperber, «La crisis francesa: ¿orgánica o coyuntural?», NLR Diario Red/New Left Review 148; Serge Halimi, «La situación de Francia», Diario Red/New Left Review 144; Perry Anderson, «El centro puede aguantar», NLR 105. Wolfgang Streeck, «La Unión Europea en guerra: dos años después» y Maurizio Lazzarato, «La “guerra civil” en Francia», ambos publicados en Diario Red. Wolfgang Streeck, «El retorno del rey», «El belicismo suicida de las democracias autoritarias occidentales» y «Los peligros de la lealtad inquebrantable a Estados Unidos» y «La Unión Europea, la OTAN y el próximo orden mundial»; y Fréderic Lordon, «El levantamiento francés», todos ellos publicados en El Salto.
Este texto se ha publicado en Sidecar, el blog de la New Left Review, publicada en Madrid por el Instituto Republica & Democracia de Podemos y por Traficantes de Sueños.

sábado, 4 de octubre de 2025

El rapto de Europa .

                                                                                     


La capitulación permanente de Europa

 Pocas veces han sido tan exaltados los discursos sobre la grandeza de Europa, faro democrático batido por la borrasca populista. Y pocas veces la Unión Europea ha encajado tantos reveses diplomáticos, estratégicos y comerciales. Más apegados al vínculo trasatlántico que al interés de sus poblaciones, los dirigentes del Viejo Continente prodigan sus genuflexiones ante Donald Trump.

por Thomas Fazi,

 Septiembre de 2025 
La Unión Europea se promocionó como un medio de reforzar el Viejo Continente frente a las grandes potencias, en especial Estados Unidos. Sin embargo, a lo largo del cuarto de siglo largo transcurrido desde el Tratado de Maastricht, lo que ha sucedido es lo contrario. Europa está hoy más subordinada política, económica y militarmente a Washington y, por consiguiente, es más débil y menos autónoma. En los últimos años, los países europeos han actuado sistemáticamente en contra de sus propios intereses en materia de comercio, energía, defensa o política exterior con el fin de adherirse a las prioridades estratégicas estadounidenses.

El pasado 27 de julio, el anuncio de un acuerdo comercial entre la Unión Europea y Estados Unidos según el cual los productos estadounidenses entrarán libremente en Europa mientras que sobre las exportaciones europeas a Estados Unidos recaerá un arancel fijo del 15% lo ilustró hasta la caricatura. Esta capitulación se ve acompañada de una promesa de comprar hidrocarburos estadounidenses por valor de 700.000 millones de euros e invertir 550.000 millones más en la otra orilla del Atlántico. El economista griego Yanis Varoufakis ve en ello la versión europea del Tratado de Nankín de 1842 (1). Aquel fue el primero de una serie de “tratados desiguales” impuestos a China por las potencias occidentales, supuso importantes concesiones en favor del Reino Unido y señaló el comienzo del llamado “siglo de humillación”. Pero, como explica el exministro de Finanzas griego, “a diferencia de la China de 1842, la Unión Europea ha elegido la humillación libremente”, no de resultas de una aplastante derrota militar.

Las imágenes de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, recorriendo el campo de golf escocés propiedad de Trump el 27 de julio para oírle despotricar contra la energía eólica y anunciar medidas comerciales punitivas contrastan con la espectacular acogida que el presidente estadounidense dispensó a su homólogo ruso Vladímir Putin en Anchorage semanas más tarde. Una escena tanto más desconcertante por cuanto Europa contaba con buenas bazas a las que recurrir en un pulso trasatlántico.

En el terreno diplomático, el Viejo Continente oscila entre postergación y marginalización. Los dirigentes europeos, arrinconados en la sala de espera y relegados a papeles secundarios tras la “cumbre de la paz” entre Trump y Putin en Alaska, se han visto obligados a mendigar unas migajas de información y a lisonjear sin reparos al inquilino de la Casa Blanca. Aunque las negociaciones abordaban el futuro de su propio continente, “se afanaron por no parecer desbordados”, como se burlaba el Washington Post (10 de agosto de 2025). “El mejor paralelo histórico no se encuentra en Europa, sino, irónicamente, en las prácticas imperiales a las que Europa recurrió en el pasado frente a naciones más débiles”, explica el empresario y analista geopolítico francés Arnaud Bertrand (2). Dos días después de que Trump renunciara a un alto el fuego como condición previa a las negociaciones —acomodándose, así, a la preferencia de Rusia por un tratado de paz global—, la presidenta de la Unión Europea cambió a su vez de parecer sobre el asunto: “Ya lo llamemos alto el fuego o acuerdo de paz, hay que poner fin a las matanzas”, declaró el 17 de agosto, pese a haber mantenido hasta entonces la postura contraria.

Una servidumbre buscada

Como en el caso del acuerdo sobre los aranceles, Europa ha empedrado su propio vía crucis. Sus representantes han seguido la estrategia estadounidense de desestabilización de Rusia, se han sumado desde 2022 a la guerra por delegación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Ucrania, han perjudicado sus propias economías privándose del barato gas ruso y han tratado de sabotear las iniciativas de paz de Trump prometiendo apoyo financiero y militar ilimitado a Kiev. Con ello no solo han puesto en peligro sus intereses fundamentales en materia económica y de seguridad, sino que, al alejarse tanto de Moscú como de Washington, han renunciado, de hecho, a todo papel relevante en las negociaciones.

Aunque los dirigentes de la Unión Europea a menudo justifican sus actos en nombre del vínculo trasatlántico, lo cierto es que no resulta fácil advertir intereses comunes a ambos lados del océano. De hecho, hasta se puede conjeturar que, al hacer que la guerra se prolongara, Washington no solo buscaba debilitar o “desangrar” a Rusia, sino también socavar a Europa rompiendo los lazos económicos y estratégicos que el Viejo Continente —y, en concreto, Alemania— mantenía con Rusia. Un objetivo que se ha alcanzado de dos modos. En primer lugar, por medio del impulso y la expansión de la OTAN, una organización controlada de facto por Estados Unidos y cuyo principal propósito siempre ha sido garantizar la subordinación estratégica de Europa a Washington. Y en segundo lugar, afianzando dicha subordinación con una dependencia a largo plazo de las exportaciones energéticas estadounidenses, como ilustra el sabotaje del gasoducto Nord Stream, una operación realizada bien directamente por Estados Unidos, bien por intermediación de países amigos (3). El silencio de Alemania y de las capitales europeas vecinas sobre el peor atentado industrial en la historia del continente, su probable complicidad en el encubrimiento de los responsables y su obstinación en impedir toda reparación de esta infraestructura suscriben lo voluntario de su servidumbre.

Desde esta perspectiva, las consecuencias de la guerra en Ucrania pueden interpretarse como un triunfo estratégico para Washington, logrado en detrimento de una Unión Europea cuya franja occidental —con Alemania en primer lugar— bascula entre el estancamiento y la recesión. La erosión de la base industrial europea abre el camino a la canibalización económica del continente por parte del capital estadounidense, dirigido por gigantes como BlackRock y otros megafondos de inversión. Como escribe el demógrafo francés Emmanuel Todd en La derrota de Occidente (Akal, 2024), “A medida que el sistema estadounidense se contrae en todo el mundo, tiene un peso cada vez mayor en sus protectorados originales, que son sus bases últimas de poder”. El acuerdo arancelario entre la Unión Europea y Estados Unidos, algunos de cuyos aspectos se asemejan a tributos coloniales disfrazados de “inversiones”, deja al descubierto esta realidad.

No menos emblemático de la subyugación europea, el gran rearme en el que se ha embarcado la Unión se traduce, en primer lugar, en el solemne compromiso de dar satisfacción a la exigencia de Trump de que todos los Estados miembros dediquen a la Alianza Atlántica no ya el 2%, sino el 5% de su producto interior bruto. Presentado como un paso hacia la “autonomía estratégica”, este refuerzo del brazo europeo de la OTAN, lejos de significar una ruptura con el orden existente, “tiende […] a consolidar la subordinación estructural del continente europeo al poder norteamericano”, como han escrito recientemente varios intelectuales de primer orden de la izquierda española (4).

Bruselas lleva casi dos años sin expresar la menor reserva a la colaboración militar, política, diplomática y económica de Washington con el actual genocidio en Gaza, y reitera periódicamente su apoyo a Tel Aviv. Una postura que revela a las claras el doble lenguaje del bloque europeo, habida cuenta de que el contraste con su reacción frente a la invasión rusa de Ucrania no puede ser más chocante. Con ello la Unión Europea también ha acabado de destruir lo poco de credibilidad moral que aún le quedaba en el escenario internacional y se ha aislado un poco más del resto del mundo. A la vista de la delegación de jefes de Estado europeos que el lunes 18 de agosto acudieron a toda prisa a Washington para reafirmar su apoyo al presidente ucraniano Volodímir Zelenski, ¿podemos imaginárnoslos precipitándose a la Casa Blanca para abogar en favor de un pueblo palestino masacrado y hambriento por obra no de un enemigo estratégico de Occidente, sino por uno de sus aliados, Israel?

¿Cómo hemos llegado a este punto? Obviamente, son varios los factores que conviene tener en cuenta, pero destaca uno de ellos: la inmensa influencia que ejerce Washington sobre Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial, especialmente por medio de la red de instituciones trasatlánticas extendida por los estados de Europa occidental y, en particular, en el núcleo de los aparatos militares y de inteligencia. Pero la subordinación del Viejo Continente también se debe al incesante trabajo de zapa realizado desde Washington para evitar que Europa se convierta en una potencia militar independiente; un enfoque que corroboró en 2005 Robert Kaplan, influyente periodista estadounidense e intelectual especializado en cuestiones de defensa: “La OTAN no puede coexistir con una fuerza de defensa europea autónoma. Una debe prevalecer sobre la otra, y debemos obrar de modo que lo haga la primera” (5).

La hegemonía cultural brinda una tercera explicación: después de setenta años de construcción comunitaria, la influencia del establishment estadounidense sobre el discurso público europeo se impone con holgura sobre el de cualquier país miembro. El inglés sigue siendo la lengua franca de la Unión Europea, y todos los grandes medios de comunicación anglófonos —en su mayoría, con sede en Estados Unidos o el Reino Unido— manifiestan una marcada inclinación atlantista. Por último, el ecosistema intelectual trasatlántico se articula en torno a laboratorios de ideas como el German Marshall Fund, la Comisión Trilateral, el Council on Foreign Relations y el Aspen Institute, todos ellos relacionados con agencias de inteligencia estadounidenses.

Bajo la acción combinada de todos estos factores, la Unión Europea se ha vuelto prácticamente incapaz de pensar —y aun menos de actuar— en función de sus propios intereses. Sus dirigentes han interiorizado hasta tal punto su subordinación que cubren de halagos a quien les explota, como el ex primer ministro neerlandés y hoy secretario general de la OTAN Mark Rutte, que envió a Trump un mensaje de una obsequiosidad insólita durante las preparaciones para la cumbre de la Alianza Atlántica en La Haya el pasado junio, antes de referirse a él como “daddy” (‘papi’) en una comparecencia conjunta.

¿“Intereses comunes”?

Tal vez se objete que estos elementos llevan lustros siendo conocidos y debatidos, especialmente por los círculos de la izquierda europea. Pero existe otro que sigue siendo en gran medida desconocido, en especial en esos medios: el papel de la propia Unión Europea en el refuerzo de la subordinación del continente a Estados Unidos. Contrariamente a la idea predominante de una Comunidad Económica Europea (CEE) concebida de entrada como un contrapeso frente a la superpotencia estadounidense, la integración europea fue apoyada y promovida por Washington a modo de escudo frente a la Unión Soviética durante la Guerra Fría (6). De hecho, el establishment tecnocrático de Bruselas siempre ha mostrado una adhesión a Estados Unidos más estrecha que los gobiernos de los Estados miembros. Y la creciente centralización de la UE en la figura de la Comisión Europea acentúa esta tendencia. En los quince últimos años, Bruselas se ha apoyado en una sucesión ininterrumpida de crisis (ya tengan que ver con finanzas, deuda, inmigración, terrorismo, seguridad, covid, guerra en Ucrania, etc.) para aumentar de manera radical —aunque discreta— sus prerrogativas en ámbitos antes privativos de los gobiernos nacionales. Insensiblemente, la Unión Europea va adquiriendo, a través de la Comisión, los atributos de un poder casi soberano y la capacidad de imponer sus prioridades sobre las aspiraciones democráticas de las poblaciones.

Así, Von der Leyen —a quien se ha llamado “la presidenta estadounidense de Europa” (7)— sacó partido recientemente de la crisis ucraniana para promover una supranacionalización de facto de la política exterior (por más que la Comisión Europea carezca de toda competencia formal en este ámbito) en detrimento de los intereses formales de Europa. Pero ¿acaso es de hecho posible hablar de “intereses comunes” a los Estados miembros? Treinta y cinco años después de Maastricht, la UE sigue estando dividida por líneas de fractura de naturaleza económica, diplomática y cultural. En materia de política exterior, estas diferencias se han acentuado desde la integración de los países bálticos y de Centroeuropa, tradicionalmente atlantistas. Un año antes de su ingreso simultáneo en la Unión Europea y la OTAN, en 2004, apoyaron la invasión ilegal de Irak por parte de Estados Unidos antes de enviar tropas. En ausencia de una posible “síntesis” de intereses, son las prioridades de los Estados dominantes y las élites tecnocráticas las que prevalecen.

La crisis de deuda de 2009-2012 mostró cómo el marco rígido de la Unión Europea bajo dominio alemán erosionaba la capacidad de las naciones para actuar en función de sus necesidades económicas y sus aspiraciones democráticas. Algo aún más cierto hoy en día. Como es sabido, la respuesta habitual achaca todo problema a una insuficiente transferencia de soberanía a Bruselas por parte de los Estados miembros. Pero Europa no adolece de falta de integración, sino de la propia integración. Para salir de su “siglo de humillación” deberá trascender y enfrentarse a la causa profunda del problema: la propia Unión Europea, involucrada en un federalismo cada vez más exacerbado.

(1) Yanis Varoufakis, “Europe’s century of humiliation. Trump has outwitted von der Leyen”, 9 de agosto de 2025, www.unherd.com

(2) Arnaud Bertrand, “Not at the table: Europe’s colonial moment”, 10 de agosto de 2025, www.arnaudbertrand.substack.com

(3) Véase Fabian Scheidler, “Nord Stream: tres hipótesis para un atentado”Le Monde diplomatique en español, octubre de 2024.

(4) Héctor Illueca, Augusto Zamora, Antonio Fernández, Rosa Medel, Carmen Collado et al., “El secuestro de Europa”, 29 de junio de 2025, www.elsaltodiario.com

(5) Robert D. Kaplan, “How we would fight China?”, The Atlantic, Washington D. C., junio de 2005.

(6) Véase François Denord y Antoine Schwartz, “Un tufillo a reacción desde los años 1950”Le Monde diplomatique en español, julio de 2009.

(7) Suzanne Lynch e Ilya Gridneff, “Europe’s American president: The paradox of Ursula von der Leyen”, 6 de octubre de 2022, www.politico.eu

viernes, 3 de octubre de 2025

El asesinato del periodista Antoni Lallican

Noticia  en  el Diario.es   de   la agencia EFE ..


Debía poner la localidad .. La pongo yo cogida de Le Monde .. Según las autoridades ucranianas, Antoni Lallican formaba parte de un grupo de periodistas que acompañaban a una unidad de la 4ª brigada blindada cerca de la localidad de Druzhkivka, en la región oriental de Donetsk, situada a unos veinte kilómetros del frente. La 4ª brigada también afirmó que un dron ruso estaba involucrado. Antoni Lallican «fue asesinado como resultado de un ataque dirigido por un dron FPV [First Person View] enemigo», escribió en Facebook.

Ya me extraño que no pusieran localidad ni el cuerpo de ejército que acompañaban, citan solo el Donbás , pues tiene toda la pinta de ser asesinado por FUEGO AMIGO . El dron First Person View (FPV), que tampoco especifican quien los fabrica.
Y es Kiev de forma masiva y la autonomía de esos drones es de SEIS KILOMETROS y pueden transportar hasta 1-1,5 kilos de explosivos. Generalmente estallan en el momento del impacto y pueden destruir o dañar una amplia gama de equipos militares, así como a los soldados enemigos.
 ¿ Cómo pueden decir sin más que era ruso? Si además quien lo dijo fue la 4ª brigada de Kiev.
 
Pero  además   los sindicatos de periodistas    se  atienen  a  la noticia  ucraniana dada en Facebook.... sin mas  confirmación    y  piden una investigación . 

PERO  además  la ONG Reporteros Sin Fronteras (RSF),  pidió « una investigación rápida sobre las circunstancias de la muerte de Antoni Lallican, en relación con la fiscalía francesa ». Asimismo, las Federaciones Europea e Internacional de Periodistas, así como el Sindicato Nacional de Periodistas (SNJ), « condenan este crimen de guerra y llaman a las autoridades a abrir una investigación para identificar a los responsables », indicaron en comunicados
  Ver enlace  de Le Monde   abajo.
 

Pero además si esos drones  tienen autonomía de 7 KM y estaban a VEINTE DEL FRENTE según Le Monde ESTÁ CLARISIMO....que no viene del frente ruso .

Mariátegui y América Latina

                                  


                                      

¿Por qué se sigue leyendo a Mariátegui en América Latina?

Fernando de la Cuadra , Gonzalo Rovira Soto.

3/  octubre / 25 

A  los 95 años de su fallecimiento podemos suscribir, sin ambigüedades, que José Carlos Mariátegui (1894-1930) es hoy día uno de los más importantes clásicos de la Justicia Social en América Latina, una figura imprescindible a la hora de pensar los caminos de autodeterminación de los pueblos. Su obra es un referente para interpretar los problemas de la emergencia de los movimientos indígenas, y el anhelo de desarrollo de proyectos nacionales soberanos que contemplen el respeto de la forma de vida de los pueblos originarios. El Amauta nos dejó un legado de ideas originales en su producción teórica, pero también una actitud y conducta comprometida a lo largo de su intensa vida de militante en las luchas sociales de su tiempo. Por cierto, en él nada es blanco y negro y sus reflexiones, en particular las filosóficas, a ratos hoy nos parecen confusas y muy vinculadas a debates de su tiempo, pero hay una general concordancia en que su aporte político y teórico fue substantivo.

Su histórica afirmación, en la editorial del segundo año de la revista Amauta (1928), de que el socialismo en América Latina no debía ser “calco ni copia, sino creación heroica”[1], sigue siendo un lema para quienes buscan levantar nuevos proyectos políticos, siendo uno de los primeros en rechazar la idea de que el socialismo latinoamericano debía ser una reproducción fiel de los modelos europeos, pues consideraba que los problemas sociales de Perú y de América Latina estaban ligados a la herencia colonial y a la dominación imperialista. Su análisis de la “estructura semifeudal” y del poder de las oligarquías agrarias todavía ilumina debates sobre desigualdad, tierra y soberanía.

Mariátegui consideraba a las comunidades indígenas y campesinas, no como un “rezago” del atraso pre y colonial, sino como base posible para una modernidad diferente y para un socialismo con raíces propias: “En la América Latina, que encierra más de cien millones de habitantes, la mayoría de la población está constituida por indígenas y negros. Esta última circunstancia sería suficiente para poner en plena luz toda la importancia de las razas en la América Latina como factor revolucionario”[2]. En algunos países de la región, el problema de la tenencia de la tierra sigue siendo una cuestión política relevante, pues involucra a comunidades indígenas, y aún debe ser resuelta por los Estados. En efecto, en sus artículos Mariátegui sustentaba que no era necesario retrotraerse a la época de las comunidades andinas para recuperar aspectos de su ethos y de su cosmovisión. En sus escritos se vislumbra un juicio que intenta contrarrestar el pensamiento occidental y el capitalismo como la única vía posible de pensar el desarrollo y la existencia en comunidad: “las comunidades indígenas reúnen la mayor cantidad posible de actitudes morales y materiales para transformarse en cooperativas de producción y consumo. En ellas reside indudablemente, contra el interesado escepticismo de algunos, un elemento activo y vital de realizaciones socialistas”[3]. Para él, no se trata del retorno a un pasado incaico, sino que de recuperar la referencia histórica de las formas de vida de estas poblaciones, capaces de concebir en sus propias tradiciones colectivistas una poderosa plataforma de Justicia Social. Su mirada del Perú profundo impregna todo su quehacer teórico.

Años después, otros autores, como el sociólogo peruano Aníbal Quijano, han sugerido que se podría interpretar esta mirada del indigenismo de Mariátegui como la búsqueda de una racionalidad alternativa. Sin embargo, el propio Quijano reconoce los límites de su interpretación condensada en el concepto de racionalidad alternativa: Tienen razón quienes señalan “que en Mariátegui no se encuentran esos términos, ni señales formales de que hubiera propuesto encontrar o producir ninguna racionalidad alternativa”[4]. No parece tan claro un objetivo teórico, como el aludido, de estas afirmaciones del Amauta, pero en el siglo transcurrido desde la publicación de sus artículos y observaciones de la realidad peruana ha ayudado en forma significativa a la reflexión de estos temas en toda América Latina.

En sus escritos, también dio cuenta con lucidez de la impronta eurocéntrica de nuestra cultura, aunque reconocía que en Europa realizó su mejor y mayor aprendizaje. La aseveración anterior no le impide construir una opinión crítica con respecto a la hegemonía ejercida por el pensamiento de matriz europea. En ese mismo sentido, Mariátegui fue uno de los primeros marxistas en ver que el colonialismo no era solo cosa del pasado, sino una estructura viva de dominación que organizaba la economía, la cultura y la subjetividad. Sin embargo, como señalará en un artículo dedicado a su amigo Waldo Frank: “Como él, yo no me sentí americano, sino en Europa. Por los caminos de Europa encontré el país de América que yo había dejado. Y en el que había vivido casi extraño y ausente (…) Sabía que Europa me había restituido, cuando parecía haberme conquistado enteramente, al Perú y a América”[5].

Sus ideas sobre la existencia de vínculos de superioridad/subordinación en la conformación de la nacionalidad peruana, contribuyeron para aquello que vendría posteriormente a ser teorizado como la perspectiva de-colonial y las Teorías de la Dependencia. Mucho antes de la publicación de perspectivas críticas del marxismo con sesgo occidental[6] ya había percibido el carácter diferenciado y novedoso de los procesos de construcción del socialismo experimentado por los países ajenos a la esfera del mundo europeo. La idea de fundar un socialismo indoamericano implicaba pensar el país y la región a partir de sus bases particulares, de una identidad diferenciada, de problemáticas históricas específicas, pero también, de una determinada condición de subordinación en el orden mundial.

En el primer cuarto del siglo veinte, Perú era un país con escaso desarrollo industrial y una clase obrera en estado embrionario. Consciente de que existían vastos territorios habitados por comunidades campesinas indígenas que reconducían los problemas políticos del país hacia el ámbito agrario con una muy desigual tenencia de la tierra, derivada del proceso de Conquista y el ulterior despojo que habían sufrido los habitantes autóctonos de ese territorio, Mariátegui consideraba necesaria una lectura propia de los clásicos marxistas. En Perú no era posible adherir a las tesis deterministas que contemplaban el paso inevitable desde una situación de nación pre-capitalista hacia una condición de país capitalista, en que el desarrollo de las fuerzas productivas permitiera la emergencia de una clase destinada a conducir la transformación del país hacia el socialismo. Perú no reunía las condiciones para desarrollar un tipo de expansión capitalista que permitiera sustentar la tesis de la inevitabilidad del Progreso, tan necesaria al marxismo de la II Internacional. En contraste, el Amauta busca en la realidad indígena y campesina, las claves explicativas que le permitan elaborar una interpretación propia, que modifique o adapte dicha versión marxista, para transformar la realidad social peruana.

Se ha escrito y se escribe mucho acerca de su vida y su obra. Entre los últimos trabajos acerca del pensamiento de Mariátegui podemos destacar el libro que nos presenta un contrapunto del ideario del Amauta y de José Aricó (1931-1991), uno de sus más importantes biógrafos[7]. En este trabajo debemos destacar una extensa e inédita entrevista a Aricó, en que nos muestra como Mariátegui fue un referente de las batallas políticas y sociales peruanas de su tiempo; participando activamente en la organización de la clase trabajadora del Perú y en el apoyo a los movimientos indígenas. Pero también se destaca su rol en la constitución del Partido Socialista del Perú (1928), encarando y contradiciendo la línea política de la III Internacional, que propiciaba partidos “comunistas”, ratificando así su idea de la autonomía latinoamericana. Otra preocupación actual han sido sus referencias filosóficas: “El mito mueve al hombre en la historia… El proletariado tiene un mito: la revolución social. Hacia ese mito se mueve con una fe vehemente y activa… La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia, está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una figura religiosa, mística, espiritual”[8]. “No se vive fundamentalmente sin una concepción metafísica de la vida…”, “en mi camino he encontrado una fe. He ahí todo. Pero la he encontrado porque mi alma había partido desde muy temprano en busca de Dios”[9]. Este tipo de afirmaciones son las que intentan explicar Conferencias y Simposios recientes, dando cuenta del contexto intelectual de la época y de la influencia de autores como George Sorel y otros en el líder peruano[10]. Reflexiones y acercamientos teóricos que nos hablan de su falta de prejuicios, a la hora de su búsqueda intelectual de un camino propio para el Socialismo peruano, y que pudiera ser emulado en todo el continente. Por cierto, su amplitud de lecturas y ámbitos teóricos de preocupación es notable, aunque no resulte clara la comprensión en él de conceptos como “metafísica”, la relación de Fe y Mito, u otros de la filosofía o la sociología. Mariátegui hacia política dando cuenta de lo que veía, interpretando lo observado con categorías que eran parte del gran debate ideológico de la Europa que conoció. Su misma “metafísica” del socialismo puede no resultar tan original en la Europa de la época, pero si en relación al sincretismo o mestizaje ideológico de la realidad de los marginados y los pueblos originarios de América expresada en sus escritos.

“Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”[11]. Parafraseando a Calvino, podemos señalar que Mariátegui es un perfecto clásico, pues encarna a un tipo de pensador que todavía no termina de decir todo aquello que lo motivaba a reflexionar y a escribir. La diversidad de temas que abordó en su breve existencia nos permite ver a un intelectual abierto a una diversidad de cuestiones que van desde la política al psicoanálisis, la economía, la literatura, el cine, el arte y la cultura. En la exposición de ellos no pretendió ser neutro a cuanto observa, su compromiso con los problemas y el quehacer de su época lo perfilan como un pensador que supo integrar su praxis de vida con una confianza irrenunciable en el Socialismo: “Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis pasiones”[12].

En el intelectual peruano vemos la fuerza y la convicción de querer transformar la sociedad en la que le tocó vivir. Creemos que es por esta vitalidad y coherencia que, con todas sus contradicciones y las limitaciones de su tiempo, Mariátegui nos sigue interpelando. Su lectura hoy nos acerca a un pensamiento crítico y emancipador; con raíces firmes en las realidades concretas de las comunidades originarias que habitan nuestro territorio latinoamericano, y con un ideario capaz de dialogar con el marxismo y con todas las corrientes ideológicas de la Izquierda, la democracia y la justicia social. Mariátegui sigue vivo porque es parte incuestionable de la causa de los marginados en el continente americano.


Notas

[1] En rigor la frase completa dice: “No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indo-americano. He aquí una misión digna de una generación nueva”. José Carlos Mariátegui, “Aniversario y Balance”, editorial de Amauta, año II, núm. 17, Lima, septiembre de 1928. Reproducido posteriormente en Ideología y Política, Lima, Empresa Editorial Amauta, 1972, p. 249.

[2] J. C. Mariátegui, “El problema de las razas en la América Latina”, texto presentado y discutido en la Primera Conferencia Comunista latinoamericana realizada en Buenos Aires en junio de 1929. Reproducido posteriormente en Revista Amauta, año IV, núm. 25, julio-agosto de 1929.

[3] J. C. Mariátegui, “El porvenir de las cooperativas”, publicado originalmente en el periódico Mundial, Lima, 16 de marzo de 1928. Reproducido posteriormente en Revista Amauta, año III, núm. 13, marzo de 1928.

[4] Aníbal Quijano,” Prologo” de Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Caracas, Fundación Biblioteca Ayacucho, 2007, p. CXXV. En ese sentido, tal como afirma Deni Alfaro Rubbo, no existe en Mariátegui una propuesta de racionalidad alternativa expuesta con total claridad. Según él, la noción acuñada después por Quijano, se encuentra de manera más bien intuitiva en la obra del Amauta, sin haber sido desarrollada de manera consciente y sistemática. No habría en Mariátegui un sistema filosófico coherente e inmutable o una teoría integral, sino más bien una reflexión en forma de ensayo dentro del ámbito de la producción periodística. Ver Deni Alfaro Rubbo, “Aníbal Quijano e a racionalidade alternativa na América Latina: diálogos com Mariátegui”, en Revista Estudos Avançados, volumen 32, núm. 94, São Paulo, 2018, pp. 391-409.

[5] J. C. Mariátegui, “Itinerario de Waldo Frank”. Publicado originalmente en Variedades, Lima, 04/12/1929. Reproducido posteriormente en Alma matinal, Lima, Empresa Editorial Amauta, 1970, p. 162.

[6] Domenico Losurdo, El marxismo occidental. Cómo nació, cómo murió y cómo puede resucitar, Madrid, Editorial Trota, 2019.

[7] Yuri Gómez (Editor), El encuentro. Aricó y Mariátegui en el marxismo latinoamericano, LOM Ediciones, 2025.

[8] J. C. Mariátegui, “El hombre y el mito”, aparecido en el periódico Mundial el 16 de enero de 1925.

[9] Ídem, pág. 182.

[10] Fernando de la Cuadra, “La problemática concepción religiosa en el pensamiento de Mariátegui”. Ponencia presentada en el Simposio Internacional “El Hombre y el Mito. Dogma y herejía para pensar en Mariátegui”, organizado por la Cátedra José Carlos Mariátegui en conjunto con el Centro de Estudios del Pensamiento Iberoamericano (CEPIB-UV), realizado entre los días 25 y 26 de junio de 2025.

[11] Ítalo Calvino, Por qué leer los clásicos, Barcelona, Editora Tusquets, 1993.

[12] J. C. Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Caracas, Fundación Biblioteca Ayacucho, 2007.

Fernando de la Cuadra es doctor en Ciencias Sociales y miembro del Consejo Consultivo de la Cátedra José Carlos Mariátegui.

Gonzalo Rovira Soto es profesor de Filosofía.

Fuente: https://www.lemondediplomatique.cl/por-que-se-sigue-leyendo-a-mariategui-en-america-latina-por-fernando-de-la.html


jueves, 2 de octubre de 2025

Fabricar miedo para militarizar Europa

 Moldavia, enclave estratégico


Eduardo Luque 


30 septiembre, 2025.


Centinela del Este : Fabricar miedo para militarizar Europa.


Las provocaciones otanistas se suceden con una cadencia programada, siempre en la misma dirección: promover un estado de guerra entre los países de la Alianza Atlántica y Rusia.
A finales de febrero, sin pruebas y con gran aparato mediático, se acusó a Moscú de haber cortado los cables submarinos de energía y comunicaciones de Internet en el mar Báltico. El ministro de Defensa alemán de entonces, Boris Pistorius, llegó a calificarlo de “sabotaje”. Sin embargo, la noticia se derrumbó poco después: las autoridades de EE. UU. y de varios países occidentales concluyeron que no había habido tal provocación. Pero el daño ya estaba hecho: titulares, portadas y discursos alarmistas habían sembrado la sospecha.
Reino Unido se sumó al coro acusando a Rusia de un ciberataque contra su sistema nacional de salud. Finalmente, el propio gobierno británico admitió que no existió tal ofensiva y que solo lo planteaban como una “hipótesis futura”. Fue un engaño consciente, amplificado por medios que en suelo británico alimentan una intensa campaña de demonización de todo lo ruso.
El guion se repitió poco después: primero fue la supuesta interferencia del GPS del avión que trasladaba a Ursula von der Leyen a Polonia, noticia atribuida a un periodista anónimo y desmentida después por el propio gobierno búlgaro. El caso fue aprovechado por el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, para advertir que “todos estamos en el flanco oriental, ya sea que vivamos en Londres o en Tallin”, un mensaje diseñado para situar a toda Europa en estado de alerta.
A continuación, Rumanía y Polonia acusaron a Rusia de violar su espacio aéreo con drones militares, lo que Moscú negó categóricamente. Las autoridades polacas, de hecho, fueron incapaces de precisar cuántos drones habrían entrado en su territorio: primero hablaron de dos, luego de diez, más tarde de veinte. Además, los drones habrían tenido que recorrer unos 1.000 km desde su base de lanzamiento, cuando su autonomía real no supera los 700. El único daño reportado se produjo en una vivienda particular, cerca de la frontera ucraniana, causado por un misil lanzado por un caza polaco

Mark Rutte, secretario general de la OTAN, dio el siguiente paso: anunció la Operación Centinela del Este, concebida para “proteger” el flanco oriental de Europa. En realidad, se trataba de una operación política y militar ya preparada de antemano. Su objetivo era legitimar la militarización acelerada, utilizando el miedo para justificar el rearme.

Se aprovechó el caso de los drones polacos para inventar una excusa: Rusia habría lanzado drones contra países aliados. Un ejemplo perfecto de cómo un rumor se pretende transformar en una “amenaza existencial”.

A todo ello se sumó el cierre de aeropuertos en Dinamarca por el sobrevuelo de varios drones (atribuido, evidentemente, a Rusia). La respuesta militar fue inmediata: Francia desplegó aviones Rafale en Polonia, Alemania duplicó el número de Eurofighters y Reino Unido envió cazas Typhoon. Rumanía también se incorporó al guion denunciando un supuesto ataque con drones rusos y convocando al embajador de Moscú, en un gesto claramente coreografiado. Todo ello acompañado por declaraciones inflamadas y titulares que buscan confirmar la tesis prefabricada de la “amenaza rusa”.

En este clima, Polonia y Ucrania reavivan la idea de cerrar los cielos ucranianos, sabiendo que una zona de exclusión aérea significaría el inicio de un conflicto directo entre la OTAN y Moscú. Dmitri Medvédev, vicepresidente del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, lo dijo sin rodeos: si los países aliados dan ese paso, estallará una guerra abierta. Desde el Kremlin, el propio secretario de prensa Dmitri Peskov fue aún más tajante: la OTAN ya está en guerra contra Rusia al brindar apoyo directo e indirecto al régimen de Kiev, una idea compartida incluso por el siempre cauto ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov.

Desde Washington y Bruselas, las declaraciones se amontonan, se contradicen y luego, como hemos visto, se desmienten. Todo responde a un mismo patrón: generar temor para cohesionar a la OTAN subordinando a Europa al dictado de Washington.

La histeria que se pretende provocar en los países fronterizos con Ucrania no es una simple maniobra electoral: responde a un objetivo estratégico. Ese objetivo es el control del mar Negro, un nodo vital para dominar el tránsito marítimo, energético y comercial, donde Odesa —junto a Crimea— se perfila como pieza clave. Para la OTAN, la UE y el Reino Unido, Ucrania y Moldavia representan un frente decisivo para contener a Rusia.

Desde la Guerra de Crimea (1853-1856), Londres sueña con controlar la salida al mar Negro como vía para frenar la influencia rusa en la región. Documentos y acuerdos recientes entre Reino Unido y Kiev revelan que integrar Odesa bajo control occidental es la finalidad estratégica, en un contexto marcado por la derrota militar del ejército ucraniano.

Macron, por su parte, necesita una victoria militar frente a Rusia para reflotar su imagen pública, hundida en apenas un 17 % de aceptación. Moldavia se convierte, así, en una pieza más de la estrategia geopolítica destinada a asegurar el dominio occidental del mar Negro y negar a Rusia cualquier salida marítima estratégica sin supervisión. Controlar Moldavia implica presionar a Transnistria —enclave donde viven más de un cuarto de millón de rusos y donde están desplegados unos 1.500 efectivos en misión de paz—. No solo sería una victoria simbólica (humillar a Rusia conquistando una exrepública soviética), sino también un paso decisivo para alterar el equilibrio militar y económico en la región, asegurando una posición dominante que convertiría a Europa Oriental en un peón clave del tablero anglosajón.

En este marco, la Unión Europea ha intensificado su apoyo a Moldavia en los últimos años, especialmente desde 2022, cuando le concedió el estatus de candidato. En junio de 2024, la UE abrió formalmente las negociaciones de adhesión con el país. Además, desplegó la Misión de Asociación de la UE en Moldavia (EUPM), con un presupuesto de más de 19,8 millones de euros, destinada a proporcionar asesoramiento estratégico en el ámbito de la seguridad electoral.

Es clave en esta estrategia que Maia Sandu siga en la presidencia en las cruciales elecciones del 28 de septiembre. No en vano, la UE promovió el cuestionado proceso electoral de 2024 que renovó su mandato: Sandu, antigua funcionaria del Banco Mundial, estuvo a punto de perder el referéndum de adhesión a la UE e incluso la propia presidencia. Fue decisivo el voto de la emigración, ampliamente potenciado desde Occidente: para 600.000 censados en la UE se instalaron 240 colegios electorales y se financiaron viajes; en cambio, para los cerca de 500.000 moldavos censados en Rusia se habilitaron apenas dos urnas.

La sociedad moldava, y no sin motivos, ha desconfiado de la casta política prooccidental que ha gobernado el país. Entre 2012 y 2014, dirigentes proeuropeos en el poder organizaron una estructura financiera que permitió hacer desaparecer 1.000 millones de dólares (el 12 % del PIB). Señalados y perseguidos, los autores del desfalco —conocido como “Landromat”— encontraron refugio en países de la UE, que nunca respondieron a las demandas de extradición de la justicia moldava. Con esos fondos, la Fundación Open Dialog financió sucesivas campañas hasta llevar a Sandu a la presidencia. Como en el caso rumano de 2024, la UE solo admite como democráticas las elecciones que le son favorables .

En este momento, la tensión política interna se agrava con la represión previa a los comicios del 28 de septiembre. En las últimas semanas, las autoridades moldavas han detenido a activistas de la oposición bajo el pretexto de medidas de seguridad nacional. Para los críticos con el gobierno de Sandu, las detenciones buscan silenciar la disidencia y consolidar el poder del Partido de Acción y Solidaridad (PAS). Estas acciones, sumadas a la estrategia electoral y a la presión externa, configuran un escenario de creciente confrontación.

La provocación actual no debe entenderse como una mera escalada aislada: forma parte de una estrategia deliberada de desestabilización diseñada para provocar a Rusia y justificar la apertura de un segundo frente.

Evidentemente, el objetivo final es más ambicioso que el caso moldavo: Europa —y, en particular, el Reino Unido— busca instalar y controlar militarmente Odesa. La presencia militar francesa en Moldavia añade un elemento de tensión adicional. Tropas desplegadas en la frontera rumana y en el interior del país bajo mando de la UE podrían convertirse en un factor clave si los resultados electorales no favorecen los intereses prooccidentales. En tal escenario, no puede descartarse una intervención directa, similar a otras operaciones occidentales en Europa del Este, con el objetivo de asegurar la alineación estratégica de Moldavia y el asalto a Transnistria.

En definitiva, la situación moldava no puede entenderse sin vincularla a un diseño estratégico mayor, donde elecciones, manipulación del voto exterior, represión interna y presencia militar forman parte de un mismo engranaje. Moldavia emerge como nuevo escenario de confrontación geopolítica, un tablero donde se dirimen los intereses de la OTAN y donde el control de Odesa se perfila como clave de la próxima fase de competencia entre Occidente y Rusia.

Conclusión

La Guerra de Crimea, hace 150 años, fue en esencia una lucha por el acceso al Mediterráneo y el control marítimo frente a Rusia. Hoy la historia parece repetirse: Reino Unido, la OTAN y la UE impulsan una estrategia sistemática para convertir a Moldavia y Odesa en un nuevo frente oriental, replicando los objetivos de hace siglo y medio.

Odesa se presenta como la pieza central para establecer el control militar en el mar Negro, mientras que Moldavia sería la puerta de entrada a esa proyección estratégica. Esto revela que la confrontación actual no es un conflicto aislado, sino parte de una continuidad histórica: los intereses geopolíticos de Occidente mantienen la misma lógica de contención y control que en la Guerra de Crimea, adaptada ahora a las condiciones del siglo XXI.



NOTA DEL BLOG  1 ..Francia detiene a dos ocupantes de un petrolero de la 'flota fantasma' rusa sospechoso de servir de base de drones  . Por un lado, se dice que este barco está relacionado con los drones aparecidos en Dinamarca, pero resulta que le detienen porque supuestamente navega con falso pabellón. Y de los drones no hay ni rastro. Y donde lo han detenido?. ¿En aguas internacionales o francesas?.


Nota  2  .-
 Moldavia, hace tiempo que es vista como una pieza clave para el asedio a Rusia, ha pasado por un proceso electoral amañado desde el principio para hacer como que no ha ganado la opción de la paz y el no enfrentamiento al gigante euroasiático. Aquí se ha hecho de todo, toda clase de trampas y perversiones electorales: prohibición de entrada de observadores nacionales a los colegios electorales, presencia en cambio de un par de comisiones “técnicas” de enviados de la UE para “evitar las interferencias rusas” -¡qué descaro!-; urnas llenas nada más abrirse las puertas de los colegios electorales (se llegaron a difundir videos de miembros de la comisión electoral estampando papeletas mientras cantaban “PAS, PAS, PAS” – el Partido de Acción y Solidaridad gobernante, al que la UE sostiene en todos los aspectos-); prohibición de dos partidos de la oposición 24 horas antes de la votación; utilización de la enorme diáspora moldava para fabricar papeletas en favor del PAS de Maia Sandu, con ciudadanos conducidos en autobuses turísticos a los centros de votación desde Sofía (Bulgaria) y Brașov (Rumanía), o Austria (en Klagenfurt am Wörthersee); supervisión independiente silenciada; negación de la acreditación a los observadores en Francia y España bajo pretextos inverosímiles; en Târgu Mureș (Rumanía) no se permitió la entrada de los observadores al centro, mientras que a la emigración moldava en Rusia prácticamente no se la dejó votar (dos colegios electorales con restricciones para un país de la inmensidad de Rusia); se registraron, además, numerosas denuncias de compra de votos: 50 € por un voto emitido a favor del PAS, más 20 € por cada votante adicional llevado a las urnas; en Italia se observó a las mismas personas votando varias veces; a un ciudadano moldavo se le negó su derecho a votar en Valencia por llevar una camiseta amarilla con una cruz, considerada por las autoridades como ‘propaganda anti-Sandu’; la CEC de Moldavia cerró cuatro estaciones de votación más en la región autónoma de Transnistria a sólo unos días de las elecciones; sabotaje y tácticas de intimidación; centros de votación registraron falsas alarmas de bomba y fallos técnicos… En fin, nada que se parezca a unas “elecciones libres” desde la óptica del propio capitalismo neoliberal. Como digo, ya ni se molestan en disimular procesos de votación que cumplan mínimamente con los procedimientos elementales de “libertad” y “trasparencia”. El que la oposición no reconozca los resultados es motivo de más risa todavía para las élites otanistas.

Por cierto, un mapa significativo de una encuesta de Statista, muestra lo contrario de lo que esos golpes o intentos de golpes pretenden convencernos sobre la “opinión pública” del este de Europa: