El viernes 25 de abril un atentado con
coche bomba mató en la periferia de Moscú a otro general ruso, Yaroslav
Moskalik, vicejefe de la dirección principal operativa del Estado Mayor. Los
atentados ucranianos contra militares y civiles en Rusia son frecuentes. En
diciembre cayó el general Igor Kirilov y antes que él dos periodistas rusos y
un diputado ucraniano refugiado en Moscú, entre otros. Según el general Leonid
Reshetnikov, un jubilado del servicio de inteligencia exterior, estos atentados
se cometen “bajo el directo asesoramiento” de los servicios secretos
británicos. Su actual objetivo es torpedear las negociaciones para un acuerdo
de paz entre el Kremlin y Washington.
A las pocas horas del atentado contra
Moskalik, aterrizaba en Moscú el avión del enviado especial del presidente
Trump, Steve Witkoff. Era la cuarta visita cordial de Witkoff a Moscú. En esta
ocasión, Putin accedió a mantener negociaciones directas con Ucrania y al día
siguiente anunció que el ejército ruso ha terminado de expulsar a las fuerzas
ucranianas de la provincia rusa de Kursk, donde entraron en agosto, en una
operación con más sentido de imagen que militar, y que se ha saldado con un
considerable fracaso y gran mortandad en las mejores unidades militares
ucranianas. (1)
Estas dos noticias, el aparente avance de
la negociación y el descalabro militar en Kursk, arrojan un balance bastante
angustioso para el gobierno de Kiev, cuyas divisiones, tensiones y rivalidades
internas aumentan manifiestamente, según se desprende del mero seguimiento de
la prensa local.
El jefe de la inteligencia militar, Kiril
Budanov, un hombre de la CIA, está enfrentado con el jefe de la administración
presidencial y mano derecha de Zelenski, Andri Yermak. Hay rumores de
destitución de Budanov, que en enero dijo en una reunión parlamentaria a puerta
cerrada que si no habían negociaciones de paz pronto el país se iría al garete.
El jefe del grupo parlamentario del partido del presidente, David Arajamiya,
también está peleado con la administración presidencial que le quiere relevar
del cargo. Arajamiya fue quien confirmó que en las negociaciones de marzo/abril de 2022 en Estambul había
un acuerdo de paz ya preparado que no llegó a prosperar por la presión
occidental. El exjefe del ejército Valeri Zaluzhni, al que Zelenski destituyó y
envió de embajador a Londres por ser más popular que él, tiene ambiciones y
mantiene contacto con el expresidente Petró Poroshenko, otro rival de Zelenski
al que éste ha represaliado. La actitud negativa de Trump hacia Zelenski y sus
sugerencias directas de que el presidente no es capaz de negociar la paz no
hacen más que reavivar estas tensiones y disputas por el poder en el interior
del régimen de Kiev. Aún más, cuando la narrativa occidental sobre la guerra
como “agresión rusa no provocada a cargo de una especie de nuevo Hitler, y en
la que la OTAN no tiene nada que ver”, se ha hundido manifiestamente.
Por un lado el jefe de la OTAN, es decir
el presidente de Estados Unidos, reconoce gran parte del argumentario ruso, y,
por otro, la prensa americana más beligerante (Véase los últimos informes del New York Times) no cesa de concretar la implicación de la
OTAN en Ucrania desde 2014, mucho antes de la invasión, desmintiendo con todo
tipo de detalles la afirmación canónica de 2023 y 2024 de que “la OTAN no está
en guerra con Rusia” (el exsecretario de Defensa americano Lloyd Austin, entre
muchos otros).
Estados Unidos ha pasado de resistirse a la aparición
de un orden mundial multipolar a intentar dominarlo sobre nuevas bases
Trump ha reconocido que la línea política
de Washington de los últimos treinta años ha fracasado y está introduciendo importantes
enmiendas en ella. Como dice el politólogo ruso Dmitri Trenin, Estados Unidos
ha pasado de resistirse a la aparición de un orden mundial multipolar a
intentar dominarlo sobre nuevas bases.
Todo esto ha descolocado por completo a
los aliados europeos y al gobierno de Kiev, que ni siquiera están dispuestos a
reconocer que la ampliación de la OTAN supone un problema para Rusia. En lugar
de asumir que la única “garantía de seguridad” de Ucrania es restablecer su
neutralidad –con la que Rusia convivió desde la disolución de la URSS–, la
Unión Europea prefiere amenazar con rearmarse y movilizar ejércitos de los que
carece contra una fantasmagórica amenaza de invasión rusa de Europa, sobre la
que no existe el menor indicio, voluntad ni posibilidad militar en Moscú.
La élite europea está dividida en el grado
de conformidad con esta leyenda. Los austrohúngaros (Hungría,
Eslovaquia y quizás pronto Chequia) rechazan la dialéctica guerrera. La Europa
mediterránea no cree en ella pero acepta el rearme, porque, dada su impotencia,
no le queda más remedio que la disciplina. Francia, donde no se sabe si el
próximo presidente será una Le Pen o un Villepin, navega por ahí en medio, y
solo los bálticos, polacos y escandinavos parecen decididos a enfrentarse
militarmente a Rusia en una “guerra del Norte” que abra un segundo frente
contra Moscú, con la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, directamente
amenazada en Groenlandia por Trump, declarando que “la paz en Ucrania es más
peligrosa que la actual guerra”…
Por razones industriales y políticas, el rearme
europeo solo puede ser un bluf
A Europa le cuesta mucho comprender que ya
no es la dueña del mundo y que ha perdido su antigua preponderancia en él. Por
razones industriales y políticas, el rearme europeo solo puede ser un bluf. La
idea de crear una economía de guerra en Europa, ese “continente de paz” del que
surgieron las principales tragedias del mundo de los últimos siglos, desde el
holocausto colonial hasta las dos guerras mundiales, es una quimera sin paliativos.
El economista Michael Hudson tiene razón cuando dice que habría que sustituir a los economistas y politólogos europeos por psicoterapeutas.
Y en ningún lugar eso es más cierto que en Alemania.
Por mucha desmemoria que haya generado la
irracionalidad europea, la cuestión de cómo se vivirá desde países como
Francia, Holanda, Dinamarca o Italia, el hecho de que el Bundeswehr se
convierta dentro de algunos años en el primer ejército europeo –acaso con un
futuro gobierno de coalición entre la ultraderecha de Alternativa por Alemania
(AfD) y la CDU– acabará abriéndose paso.
La clase política alemana se ha soltado el
pelo y bate todos los récords de irracionalidad. Ya no tiene complejos. La
nueva generación ha transferido la culpa histórica a Putin, convertido en nuevo
Hitler, mientras todo el país gira a la derecha, rehabilita el militarismo y
encoge las libertades, criminalizando la solidaridad con Gaza o el pacifismo.
Con una economía en recesión, el país se instala en una nueva patología
macartista que borra toda confrontación crítica con el pasado nacional (Vergangenheitsbewältigung)
y la sustituye por la rusofobia hacia la que dirige su energía agresiva.
Esta quinta Alemania, aborto de su reunificación, camina directa
hacia el batacazo.
Las confusas enmiendas de Trump a la
globalización, con la mira puesta en la contención de China, pasan por cierto
acercamiento a Rusia. Desde luego no se va a romper la relación entre Moscú y
Pekín (a ese propósito se llega con diez o veinte años de retraso), pero el
desequilibrio económico y comercial entre Rusia y China ofrece cierto margen de
juego. El mercado chino representa el 36% de la importación rusa y el 30% de su
exportación, pero Rusia solo representa el 4% del comercio exterior chino
(cifras de 2023). A Rusia le interesa diversificar y Estados Unidos es un gran
mercado alternativo, lo que abre algunas posibilidades. Para Washington, Rusia
también es importante en Oriente Medio. A Trump le importa más Irán, con quien
está empezando a negociar un acuerdo de desnuclearización, que Ucrania.
Cuando las delegaciones rusas y americanas
se reúnen, no hablan solo (ni a lo mejor sobre todo) de Ucrania. Moscú no va a
tirar por la borda sus acuerdos y alianzas con Irán y China, pero a cambio de
que Washington reconozca que Rusia tiene intereses en Europa y que el principal
de ellos es que Ucrania no se convierta en una amenaza de seguridad contra ella
después de la guerra, puede flexibilizar mucho su actitud en asuntos que
interesan a Estados Unidos.
Zelenski lo tiene todo en contra. Cuanto
antes lo admita, menor será el daño y la carnicería. Pero el presidente
ucraniano lo tiene difícil porque cualquier decisión realista de su parte será
considerada “traición” por su potente extrema derecha militar. Si por el
contrario, animado por sus ilusos aliados europeos, se mantiene inflexible, se
arriesga a que Estados Unidos le abandone militarmente. Y sin la ayuda de
satélites, información y comunicaciones que le brindan los americanos, y que
los europeos no pueden reemplazar, seguramente el frente ucraniano colapsaría
pronto.
En marzo, en una reunión a puerta cerrada
con la principal organización de empresarios e industriales rusos, Putin dijo
que Rusia no tiene intención de hacerse con “Odesa y otros territorios de
Ucrania” si en las negociaciones de paz se reconoce que Crimea, las repúblicas de Donetsk y Lugansk y las otras
dos regiones (Jersón y Zaporiyia) parcialmente arrebatadas a
Ucrania forman parte de Rusia. Por supuesto, en el plazo de uno o dos años el
giro político de Trump se puede hundir y crear un gran desbarajuste económico
en el interior de Estados Unidos con el lío de los aranceles contra todos, pero para entonces el
ejército ruso podría haber llegado a Odesa, convirtiendo lo que quede de
Ucrania en un país irrelevante sin salida al mar.
La guerra en Ucrania puede terminar si se
llega a algún acuerdo, pero también puede transformarse en algo más
estrictamente europeo y menos euroatlántico. Vivimos tiempos inciertos para
todos, pero algunos lo tienen peor que otros.
Rafael
Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en
Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre
la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania
de la eurocrisis.
Fuente: https://ctxt.es/es/20250401/Politica/49104/rafael-poch-guerra-ucrania-donald-trump-europa.htm
Nota del blog .-
https://www.elviejotopo.com/topoexpress/la-carniceria-ucraniana/